don juan tenorio se estrena en méxico

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LA HOJA VOLANDERA
RESPONSABLE SERGIO MONTES GARCÍA
Correo electrónico sergiomontesgarcia@yahoo.com.mx
En Internet www.lahojavolandera.com.mx
DON JUAN TENORIO SE
ESTRENA EN MÉXICO
José Zorrilla
1817-1893
José Zorrilla y Moral ( nació el 21 de febrero en Valladolid, España; murió el 23 de febrero en
Madrid) hizo estudios de teología en el Real Seminario de Nobles de Madrid y de derecho en Toledo y Valladolid, los que no concluyó por dedicarse por entero a la literatura. Destacado poeta y
dramaturgo, tiene en Don Juan Tenorio su obra más conocida y de mayor éxito. De su estancia en
México, donde Maximiliano lo nombró Director del Teatro Nacional, reproducimos aquí algunos
fragmentos de sus Memorias del tiempo mexicano.
Meses hacía, tal vez cerca de un año, que habían hecho su entrada y se titulaban emperadores, y como tales reinaban en la capital de México, Maximiliano y Carlota, y aún no me conocían, ni sabían que el poeta
español, autor de Don Juan Tenorio, vagaba por los floridos dominios de su nuevo imperio.
El Colegio de Minería es una riquísima fundación y un suntuoso edificio, fundación de españoles.
Después de los exámenes de fin de curso se celebraba la distribución pública de premios, fiesta civil la
más concurrida de la buena sociedad, y a la cual anhelaba asistir siempre más concurrencia de la que admitía el inmenso patio, entoldado, decorado y profusamente iluminado, en que se celebraba.
Llegaba la época de la de aquel año, y sólo a la del de mi arribo a México había yo asistido como
mero espectador. Extrañóme, pues, recibir un día una comisión de dos profesores, con una comunicación
del ministro de Instrucción Pública y director del colegio, Velázquez de León, en la cual encarecidamente
me suplicaba que escribiese una poesía para leerla ante los emperadores, que debían presidir la distribución de premios. Hice lo que supe, y no debí de hacerlo mal; los emperadores esperaron que me adelantara a saludarlos hasta las gradas de su estrado; pero yo saludé modestamente en el vacío hecho ante
ellos y me retiré.
El general Woll, que era amigo mío y se hallaba detrás de los emperadores, les dijo quién era yo;
miráronme toda la noche con mucha insistencia, y al siguiente día recibimos una invitación a comer en palacio los que habíamos tomado parte en aquella fiesta literaria.
Así fue como me conocieron Maximiliano y Carlota; pero no fue así ni entonces como me acordó el
primero toda la amistad que su majestad imperial permite a un soberano acordar a un simple particular.
Maximiliano me nombró director del Teatro Nacional de México y del particular de su palacio. Quería levantar aquél desde sus cimientos e instalar éste en el primitivo salón del Congreso, que dentro del alcázar de los Virreyes existía. Para construir el primero me dio sus planos, dibujados por él mismo, y me
habló de un presupuesto de una suma fabulosa de duros. Escuchéle tranquilamente exponerme sus planes, y dejéle darme sobre ellos sus instrucciones, comprendiendo sin dificultad su intento de ponerme en
situación de aprovechar el lucro que podía proporcionar semejante empresa al que de ella se encargara;
pero me había juzgado mal, y no había contado con mi completa ineptitud para labrarme una fortuna con
Noviembre 10 de 2007
negocios de administración, ni recta ni torcida, y en cuatro palabras le convencí de la inconveniencia de
gastar el dinero, que para sostenerse en el trono necesitaba, en fundar un teatro que no serviría más que
para abrir un sitio donde manifestarse a la oposición política, so pretexto de crítica artística y para dar pábulo a que la maledicencia supusiera que él me apadrinaba y yo me disponía a enriquecerme en la irresponsable administración de obra tan larga y tan costosa.
Quedó, pues, todo reducido a convertir en teatro un salón de Palacio, y dar en él de cuando en
cuando algunas representaciones para solaz de la emperatriz y de la corte, en cuyo teatro iría a trabajar la
compañía de verso que vegetaba como podía en un teatro de la capital, cuya compañía, con título de Imperial, actuaría bajo mi dirección, con la gratificación que el emperador quisiera darla, mientras se realizaba la instalación de un Teatro Nacional, indefinidamente aplazada.
El jefe del chambelanato, un alemán que ejercía las funciones de intendente general de Palacio,
recibió la orden de mandar construir el tablado; encargué yo sus decoraciones a un escenógrafo, y el 4 de
noviembre, para celebrar el día de la emperatriz, y por elección de ésta, se presentó en aquel improvisado
teatro la primera parte de mi Don Juan Tenorio. En el Álbum de un loco, que publiqué en Madrid a mi
vuelta en 1867, hay una nota que da pormenores de esta función al insertar en aquel libro los versos de
que en ella hice lectura. Maximiliano y Carlota habían aprendido el castellano en algunas de mis obras, y
ella se sabía mi Don Juan de memoria; y la doble ventaja de ser su autor y el encargado de distraerles de
los afanes de su inseguro reinado, me dieron con ambos un favor y una confianza que no es fácil a muchos particulares adquirir con los soberanos. Maximiliano, que era un príncipe literato y artista, a quien
placía deshacerse alguna vez de la enojosa etiqueta de su imperial dignidad en el retiro de su aposento y
en las expansiones de su vida íntima, me nombró su lector, no para que leyera nada, sino para hablar con
un hombre ajeno a la política de más halagüeños asuntos, y para saber por él lo que del país no quería ni
debía preguntar a los en aquel país nacidos. Tuve yo muy en cuenta aquello de que los reyes son como
los leones, con quienes es siempre arriesgado familiarizarse, y a la confianza que el emperador me daba
correspondí con la más constante y estudiada circunspección, aun en medio de la leal franqueza con que
tenía que contestarle a sus más francas y extremadas preguntas, a las cuales era a veces dificilísimo dar
adecuadas respuestas.
Tres meses después, un acontecimiento que sólo dependía de Dios varió completamente mi posición social, y pedí permiso a Maximiliano para volver a Europa. Aunque yo no era nada en su Imperio ni en
su corte, pues la dirección de un Teatro Nacional que aún no existía no era un empleo, sino un pretexto
para darme 3 000 duros de sueldo, y el título de lector me había sido dado a condición de no leer, Maximiliano me negó el permiso que solicitaba; insistí yo en mi demanda y él en su negativa; paséle por el gabinete civil escrita la dimisión positiva de mis dos fantásticos empleos, y al fin me citó un día para el siguiente, con el objeto, según decía, de fijar las condiciones de mi viaje.
Y he aquí en qué consistieron y cómo concluyeron mis efímeras relaciones con aquel príncipe desventurado, de quien me veo obligado a conservar una triste y poética memoria en la última hoja de mis
recuerdos.
Fuente: José Zorrilla, Memorias del tiempo mexicano, Ed. y pról. Pablo Mora, CONACULTA, México, 1998, pp. 185197.
PROFESOR:
Consulta la HV en Internet. En este número:
De los profesores: “La evaluación del desempeño docente como estrategia de
superación académica” por José Ricardo Elguera Mendoza.
De los estudiantes: “¿Es necesaria una nueva política educativa en México?” por
Diana Nataly García Cruz y Sergio Rueda Gil.
De la HV: “¡Y la ciudad la mayor ilusión!” por J.M. Eça de Queiroz.
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