HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y

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HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y
SANGRE DE CRISTO,
DOMINGO 7 DE JUNIO DEL 2015,
CATEDRAL DE CIUDAD QUESADA.
Mons. José Manuel Garita Herrera.
Hermanos y hermanas en el Señor Jesús:
Antes de su ascensión, Jesús nos aseguraba y garantizaba: “No
tengan miedo, no los dejaré solos, yo estaré con ustedes todos los
días hasta el fin del mundo”. Y el Señor ha cumplido esta promesa con
creces, porque no sólo nos ha dejado su Espíritu Santo, sino que se
ha quedado con nosotros en su presencia real y excelsa de la
Eucaristía. En ella Cristo se hace presente y está vivo en su misterio
pascual de la pasión, muerte y resurrección. Cristo se hace presente
en la Eucaristía con su sacrificio redentor de la cruz. La Eucaristía es
la presencia total de Cristo entre nosotros, pues en ella Él está en
cuerpo, sangre, alma y divinidad. Así lo creemos y confesamos desde
la fe de la Iglesia. Él está en este sacramento admirable hasta la
consumación de los siglos. Se ha quedado entre nosotros en forma de
comida y alimento de vida eterna que nos fortalece y santifica.
¿Por qué celebrar el Corpus Christi si ya celebramos la institución de
la Eucaristía el jueves santo? En el jueves santo recordábamos la
institución de Eucaristía como sacrificio del verdadero Cordero y
banquete de comunión para quienes se acercan y desean compartir el
Pan del Cielo que es el Cuerpo y la Sangre del Señor: Cuerpo
entregado por ustedes y Sangre derramada por ustedes y por muchos
para el perdón de los pecados. En esta solemnidad del Corpus Christi,
instituida por el Papa Urbano IV en el año 1264, celebramos de
manera especial la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Presencia
real en el pan y el vino, no sólo durante la celebración de la Misa, sino
también en el pan que se reserva, sobre todo con una doble finalidad:
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para llevarlo en viático a los enfermos y para ser adorado por los
creyentes.
La Eucaristía es también la alianza nueva y eterna que Cristo ha
sellado con nosotros. En la primera lectura del Éxodo, se nos ha
narrado el establecimiento de la primera alianza con Israel. Decía
Moisés: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con
nosotros”. Para entonces, era la sangre de animales que se ofrecía en
sacrificio. En la Sagrada Escritura, sangre es signo de vida, de energía
y vitalidad. La sangre de los sacrificios de la antigua alianza era sólo
un asomo de la sangre de Cristo derramada en la cruz.
Pero ahora estamos en la nueva y definitiva alianza, el autor de la
carta a los Hebreos, en la segunda lectura, nos ha dicho que ya no es
necesaria la sangre de animales, ahora ha sido la sangre de Cristo la
que ha sido derramada una sola vez para siempre para la redención
del mundo. Por su muerte y resurrección, ha entrado de una vez para
siempre en el santuario del Padre. Con su sacrificio, ha purificado
nuestra conciencia, nos ha redimido de nuestros pecados y nos ha
dado vida nueva.
Carne y sangre son los elementos fundamentales que conforman la
vida de una persona. Como lo ha dicho el evangelio de Marcos, Jesús
instituye la Eucaristía como alimento y alianza, él mismo es el que se
nos da: “Coman, beban, es mi cuerpo, es mi sangre”. Así nos invita a
todos a acercarnos al banquete de la vida y del amor. Alianza, comida
y alimento son la expresión máxima de la entrega de Jesús por
nosotros. El mismo decía: “Nadie tiene amor más grande que aquel
que da la vida por los que ama”. Cristo se ha entregado y lo sigue
haciendo por nosotros en la Eucaristía todos los días hasta el fin del
mundo, en esta alianza nueva y eterna. Hablando de este misterio
sublime, el Santo Padre Francisco, el pasado jueves, en el Corpus
Christi de Roma, dijo: “Jesús nos da su Cuerpo y su Sangre, mediante
el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor
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infinito y a través de ese viático los discípulos tienen todo lo necesario
para su camino a lo largo de la historia y para hacer llegar a todos el
Reino de Dios”.
En nuestra vida cotidiana, si no comemos, si no nos alimentamos,
simplemente morimos. Así de indispensable es el alimento material,
pero más indispensable es el alimento espiritual que nos da vida
eterna en la Eucaristía. Jesús mismo nos recuerda: “Si no comen mi
carne y no beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes”. Y también
nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y
yo lo resucitaré el último día (…) El que come mi carne y bebe mi
sangre habita en mí y yo en él (….) Mi carne es verdadera comida y mi
sangre verdadera bebida”. Todas estas palabras nos hablan de la
necesidad de la Eucaristía para nuestra vida de fe, y de la profunda e
íntima unión que tenemos con Jesús cada vez que nos alimentamos
de él en este banquete de la nueva alianza.
¿Qué implican para nosotros estas verdades fundamentales?
1.- Sin Eucaristía no hay vida cristiana ni fruto apostólico, no
tendríamos fuerza para ser testigos de Jesús en el mundo, no
tendríamos la gracia para crecer en santidad. La Eucaristía hace,
sostiene y anima a la Iglesia.
2.- Si tuviéramos una verdadera conciencia sobre la importancia y la
necesidad de la Eucaristía, no la dejaríamos por nada ni por nadie.
Sería del centro del domingo como día del Señor. La Eucaristía no es
una obligación, es una necesidad. Nosotros no le ofrecemos nada a
Jesús, Él se nos ofrece todo a nosotros en la Eucaristía.
3.- Es necesario que nos prepararemos y nos dispongamos de la
mejor forma para participar de la Eucaristía. Sobre todo interiormente,
limpios y libres de pecado para recibirla dignamente. Es la gran fiesta,
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el gran banquete de salvación. Es el encuentro supremo con Jesús,
personal y comunitariamente hablando.
4.- Puesto que es lo más grande y santo que tenemos, hay que tratar
con sumo respeto y cuidado a la Eucaristía. Lo santo hay que tratarlo
santamente. Respeto en la forma de presentarnos y de comportarnos
en la Eucaristía, incluso hasta en la forma de vestir.
5.- Hemos de alimentarnos del cuerpo y sangre de Cristo, pero
también, según la fe de la Iglesia, hemos de dar culto a la Eucaristía a
través de la adoración, la hora santa, la visita al Santísimo Sacramento
y otras manifestaciones de piedad. Jesús está allí, en el sagrario, para
escucharnos, fortalecernos, animarnos y llenarnos de su amor.
Acudamos a Él con confianza y frecuencia. Cuentan, quienes estaban
cerca de él, que San Juan Pablo II visitaba alrededor de 20 veces al
día a Jesús en la Eucaristía, entre visitas cortas y más prolongadas.
6.- Después de esta Santa Misa, tendremos procesión con el
Santísimo Sacramento por las calles de la ciudad. Es una
manifestación pública de la fe de la Iglesia en la presencia de Jesús en
la Eucaristía, creemos que es él quien está presente en las especies
consagradas del pan y del vino que son su cuerpo y sangre. Por ello,
queremos adorarlo y alabarlo pública y externamente. Queremos
pedirle que bendiga al mundo, a la Iglesia, a la Diócesis, a nuestra
ciudad, a nuestros pueblos y familias.
Hermanos y hermanas, que al escuchar la invitación de Jesús,
“coman, beban”, nos acerquemos con el alma limpia, con corazón puro
y con verdadera hambre espiritual a este sacramento que es fuente y
cumbre de toda la vida de la Iglesia. Comamos siempre de este
alimento y de este banquete que es el pan vivo bajado del cielo, Cristo
mismo, que nos purifica, alimenta, fortalece y santifica.
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