RESEÑAS Como eu atravessei a África Serpa Pinto 2 volúmenes Livros de bolso Europa-América Sintra, 1987 Curiosa colección de libros de bolsillo similar a la colección de aventuras infantiles de la Editorial Molino española, donde, al lado de las historias de Mark Twain, Julio Verne, Emilio Salgari y Lewis Carroll, podemos encontrar las aventuras de los grandes exploradores portugueses. ¿Nos podemos preguntar por qué? Pues, porque en Portugal los exploradores del siglo XIX son los grandes héroes nacionales. Una prueba de ello es que las principales calles del centro de Lisboa tienen el nombre de estos exploradores. La colección, al igual que su homónima española, acompaña los relatos con dibujos y mapas. En la portada, los héroes aparecen luchando contra las contrariedades del viaje. Pero, a diferencia de la colección española, no se trata de novelas de aventuras, sino de la reproducción íntegra de los libros originales de estos exploradores, donde los mapas y dibujos son reproducciones de los originales realizados por los propios exploradores. En este caso se trata del relato de Serpa Pinto, que entre 1877 y 1879 atravesó África de costa a costa, de Benguela a Pretoria, en una carrera, ya perdida de antemano, con el res- to de exploradores europeos para asegurar las posesiones africanas de los portugueses. Los libros de viajes, sobre todo los que ofrecen reproducciones de los mapas y dibujos originales de los exploradores, suelen ser muy caros, pero aquí tenéis una oportunidad de conseguir un magnífico libro de viajes por poco más de 7 euros en cualquier gran almacén de Lisboa. Alícia Gili Une odyssée africaine. Une exploratrice victorienne chez les mangeurs d’homes. 1893-1895 Mary Kingley Ed. Phébus París, 1992 Una exploradora victoriana, un continente exótico, un parasol y un hipopótamo. ¡La historia promete¡ ¿Verdad? Si a esto le añadimos caníbales, altas montañas a las que la señora subía con sus vestidos victorianos, canoas que vuelcan en caudalosos ríos y otras historias similares contadas siempre con buen humor, sutileza e ironía, el libro se convierte en Une Odyssée africaine. Pero el libro de Kingley no es sólo eso. Su defensa de las culturas africanas, con identidad propia, fue innovadora para la época. Equipara las culturas africanas con las europeas e incluso argumenta, a veces, la superioridad de las primeras, y no tiene ningún 101 reseñas rubor en discutir los argumentos de los misioneros para justificar la inferioridad de los africanos. «Un negro no es un blanco subdesarrollado, como un conejo no es una liebre subdesarrollada», escribe. Hija bastarda de un médico, explorador, aprende de forma autodidacta botánica, geografía, sociología y lee con avidez las biografías de los grandes exploradores, mientras cuida de su padre y su madre. A su muerte, «con el convencimiento de que ya nadie la necesitaba, se fue a morir a África, pero África la divirtió y decidió que aún no tenía prisa por morir». Tenía 30 años. Ocho años después muere en Suráfrica de unas fiebres tifoideas. En esos ocho años nos dejó diversos relatos, charlas y conferencias y la admiración de sus contemporáneos masculinos. Kipling, que la definió como intrépida, inteligente y aventurera, dijo de ella: «¡Como ser humano, ella debe conocer el miedo, pero no hay persona que haya podido descubrir a qué!» A. G. La barraca africana Charlotte-Adélaïde Dard Pagès editors, 2002 Colección Lo Marraco blau Pagès editors nos brinda este texto, curioso, tanto por la autora como por la temática y el contexto histórico en que fue escrito. En esta autobiografía, Dard intentaba defender a su difunto padre de las acusaciones en su contra. Publicada en 1824, La barraca africana 102 tuvo un éxito menor. Pero, en la actualidad, la mediocridad narrativa del libro se eclipsa en favor de un testimonio directo y muy interesante para los ojos de cualquier africanista. En la primera parte del libro, Dard, partícipe directa, nos narra el famoso naufragio de la Medusa. Asistimos así a una catástrofe que en aquella época tuvo un enorme impacto. El trayecto de los supervivientes, que seguirán la desértica costa africana hasta la colonia de Senegal, nos ilustra sobre los prejuicios occidentales: durante aquel patético periplo todos los indígenas con los que coinciden, sin excepción, se ofrecen de forma generosa para ayudarlos. Pero la desconfianza de los náufragos mutila esta posibilidad. La segunda parte del libro está dedicada a los esfuerzos de la familia Dard para establecerse como colonos en Senegal. A pesar de que la intención de Dard consiste en proclamar las virtudes y los méritos de su padre –bastante dudosos, por cierto–, que fracasará en los intentos para establecerse como colono agrícola, lo que más nos interesa son las relaciones entre aquella familia de colonos, franceses pobres, y los trabajadores locales. Aquí los ojos de la autora se abren un poco más. En una época en que los africanos estaban sometidos a la esclavitud, y cuando las proclamas abolicionistas todavía eran tímidas, es notable que CharlotteAdélaïde Dard, una mujer sin estudios, ceda tanto espacio a la voz de los africanos. Textos como este son, a la fuerza, minoritarios y arriesgados. Por eso mismo deberíamos felicitar doblemente a los editores de La barraca africana. Albert Sánchez