Las palomas mensajeras en la historia de las comunicaciones 8-1 La paloma mensajera del arca de Noé. 8.1 Ante la posibilidad de que algunos foristas hayan comenzado a leer a partir de este momento nuestra opinión relativa a la historia de las palomas mensajeras, les diremos que en los once artículos que llevamos publicados hasta ahora hemos venido hablando acerca de los medios de comunicación que se estaban utilizando en el momento en que, al decir de algunos de los cronistas colombófilos más destacados, ellas habrían comenzado a aparecer en los registros históricos. Habíamos comenzado a hablar en los últimos fines de semana de las supuestas palomas mensajeras que aparecían en la Biblia y vimos por qué las que se habían tomado por tales en el caso de las profecías de Oseas y de Isaías en modo alguno lo eran. Un equívoco similar a aquellos es el de la famosa paloma del arca de Noé. Se trata, empero, del ejemplo de existencialidad más difundido de todos, debido al hecho de haberse hallado a esa paloma, como en los casos precedentes también en la Biblia, pero esta vez trayendo efectivamente un mensaje. De resultar cierto esto, tendríamos a las palomas actuando como mensajeras durante el año 2.304 anterior al comienzo de la era actual, cuando las comunicaciones terrestres se hallaban en pañales y ellas las hubiesen revolucionado extraordinariamente, lo que no ocurrió. De haber sucedido esto, el reemplazo de los mensajeros pedestres por las mensajeras aéreas no se hubiera hecho esperar. De modo que ya en el mismo enunciado del aparente portento comunicacional, encontramos una patente incongruencia. Como nosotros necesitamos asentar la historia de las palomas mensajeras sobre hechos incuestionables, lo que vamos a tener que hacer en este caso es averiguar si el diluvio aquel existió, si las cosas ocurrieron tal y como se las narra, e incluso si la mensajera aquella lo era realmente. 2.304 a.C. Éste sería el año durante el cual –al decir de algunos exégetas bíblicos-habría tenido lugar el Diluvio universal aquel en el que una paloma sin nombre fue utilizada por Noé para tratar de establecer hasta dónde habían descendido las aguas en el momento mismo de tener que servirse de ella. Era comprensible su apresuramiento. Después de tantos días de indeseada navegación y falto de comodidades, ansiaba fervientemente saber cuánto tiempo le faltaba aún para poder pisar tierra firme, para abandonar aquella apestosa nave y dejar que su carga semoviente se dispersara por los alrededores a su entero albedrío. Para hacerse de una idea cabal de la situación por la que atravesaban Noé y sus “convoyeurs” familiares, nuestros lectores no tendrán que forzar mucho la imaginación: Les bastará con recordar qué es lo que sucede cuando van demasiadas palomas en el ajustado espacio de un camión, mal ventilado para colmo, y se abren de pronto las puertas para poder soltarlas. Súmese a esto los días que duró, como veremos enseguida, aquel prolongado encierro. Castelló, menciona también esta historia en su “Colombofilia” (1894), y para este estupendo escritor español (a cuya más que centenaria obra apelamos siempre para extraer nuestras conclusiones, por tratarse de la más antigua que conocemos entre las que han sido editadas en nuestro idioma), se trataba de la “primera manifestación de nuestras mensajeras,...” ¿Era así? Antes de entrar de lleno en este asunto, necesitamos aclarar que al necesitar referirnos a la paloma del arca de Noé desde el punto de vista estrictamente histórico, en modo alguno vamos a poner en tela de juicio la existencia de Dios ni cosa que se le parezca. Los relatores de esta historia fueron seres humanos y por lo tanto, personas capaces de equivocarse. Para colmo, su interpretación de los hechos estuvo condicionada al conjunto de creencias religiosas imperantes en su época y que los llevaban a pensar, entre otras cosas, que eran intérpretes del pensamiento divino. El episodio que hace referencia a esta hipotética paloma mensajera aparece tanto en el Antiguo testamento como en la Torá y el Corán. Dice en el primero de ellos que (6:5) viendo Yahvé que era grande la maldad de los hombres, pues todos los pensamientos de su corazón se dirigían únicamente al mal (6:6) se arrepintió de haberlos creado (cosa que lleva a suponer que no era omnisciente) y (6:7) decidió exterminarlos, junto con los demás animales (que nada tenían que ver con la maldad humana). Pero ocurrió que (6:8) estando a punto de poner en marcha aquella horrible resolución, Noé, cuyo nombre significa “Consolador”, se hizo digno de exclusión a los ojos de Jehová. Ocurría que en los seiscientos años que llevaba por entonces viviendo en este Valle de lágrimas, se había conducido siempre como un varón justo. Así que no pudo menos que comunicarle (6:13) la espantosa decisión a aquel hombre, aparte de archilongevo, extremadamente viril representante de la raza humana (engendró a sus hijos Sem, Cam y Jafet, cuando tenía quinientos años) y lo instruyó (6:14) para que, utilizando madera de cedro, construyese una nave de colosales dimensiones (la que no sólo tenía que albergar semejante cantidad de seres, sino trasportar además alimentos como para poder cubrir las necesidades de todos los viajeros durante varios meses), en la que pudiese ponerse a salvo junto con los escasos miembros de su familia y una enorme colección de especies animales, pues a corto plazo sobrevendría (6:18) un terrible aguacero y tras cartón una inusitada inundación, que harían perecer a todos los animales (de vida terrestre, porque los acuáticos sabían nadar) que no se hubiesen embarcado en ella. ¿No podía Dios utilizar otro medio que sólo afectara a los seres humanos incorregibles? ¿Por qué exterminar a los animales que no cupiesen en el arca? ¿Tenían que justificar aquellos escritores la ocurrencia de un diluvio devastador que sólo podían atribuir a la ira divina? Continúa. Fuente: Un cacho de colomb&cultura. La verdadera historia de las palomas mensajeras. Autor: J.C.R. Ceballos.