ESTUDIO SOBRE CRISTOLOGÍA ESTUDIO 6 LAS CONTROVERSIAS CRISTOLÓGICAS (2ª parte) Por DANIEL SAGUAR 1.- Las primeras herejías cristológicas (continuación). 1.4.- Monarquianismo. Surge hacia finales del siglo II, como necesidad de afirmar la unidad de Dios, o monoteísmo, sin negar la divinidad de Cristo. Su nombre deriva del griego monarquía, un solo principio. El problema era la insatisfacción por las formas de explicar la relación de Cristo con el Padre, principalmente en el gnosticismo, pero también en los que representaban la “ortodoxia”. Las primeras manifestaciones del monarquianismo se dieron en los llamados “alogoi” – los que negaban la doctrina del Logos personal – que, oponiéndose a la tesis gnóstica de las series de eones emanados de la mente (énnoia) divina, rechazaron también el cuarto evangelio, atribuyéndolo a Cerinto. En su intento de mantener la divinidad de Cristo a la vez que la unidad o la hipóstasis única de Dios, siguieron dos líneas diferentes: a) La dinámica o ebionita: el hombre Jesús era portador del Espíritu divino, principio dinámico impersonal. b) La modalista o patripasiana: fue el Padre mismo quien sufrió en su “modalidad” de Hijo. a).- Monarquianismo dinámico. Dos hombres homónimos encabezan esta línea: Teodoto, el curtidor de Bizancio pero establecido en Roma (190 d.C.), y Teodoto, el cambista romano. Condenada la secta en Roma (195 d.C.), fue continuada por Artemón, que intentó sostener su doctrina recurriendo a las Escrituras. Encontramos su forma más desarrollada con Pablo de Somosata, elegido obispo de Antioquía en el año 260. En síntesis, enseñaba que el hombre Jesús fue ungido desde su nacimiento por el Espíritu Santo, la Sabiduría o el Logos, que no es una hipóstasis o persona distinta del Padre, sino que existe en Dios como la razón humana existe en el hombre. La Sabiduría, como fuerza dinámica impersonal estuvo en los profetas, en mayor medida en Moisés, y de forma plena en Jesús como templo de Dios. Jesús nació puro y justo y mantuvo su impecabilidad, venciendo el pecado de Adán. “Jesús, pues, en su desarrollo moral, se unió íntimamente con Dios por la influencia del Espíritu y la unidad de voluntades, recibiendo así el poder para realizar milagros y la idoneidad para ser el redentor, adquiriendo además una permanente unidad con Dios” (Reinhold Seeberg, “Manual de Historia de las Doctrinas”, tomo I, p.171). b).- Monarquianismo modalista. Las figuras destacadas son Práxeas y Noeto, que ya enseñaban la identidad de persona del Padre y del Hijo, afirmando que el Padre mismo nació, viniendo a ser hijo de sí mismo, y sufrió, llamándose luego a sí mismo de nuevo a la vida. Aunque el primero parece que defendía la idea del sufrimiento del Padre con el Hijo, concepto que adoptó el propio Calixto, con quien algunos le identifican. La diferencia de llamarse Padre o Hijo se da solo en virtud del modo de manifestarse en cada tiempo, como Creador o como Redentor. Por lo tanto, concluían, el Padre y el Hijo son la misma persona (citando Is.45:5; Jn.10:30; 14:9-10). La culminación de esta herejía la tenemos en Sabelio, a principios del siglo III. Básicamente concuerda con sus antecesores, pero argumenta que el término latino persona (en griego, prósöpon = rostro, personaje o máscara) no denota sino una distinción superficial y transitoria en las diversas formas de revelarse la hipóstasis (subsistencia personal) única de Dios. 1.5.- Réplicas a las primeras herejías cristológicas. Antes de entrar en la controversia arriana, que desembocó en el Concilio de Nicea (325), se impone una referencia al lado positivo, ortodoxo, de las controversias anteriores. La tarea de los Padres Apostólicos y de los primeros apologetas, consistió en la edificación en la fe de los creyentes y en la defensa de la legitimidad y de la superioridad moral, espiritual y filosófica del cristianismo. En ambos casos, sus escritos distan de ser exposiciones sistemáticas o formulaciones dogmáticas de las doctrinas cristianas, pero no faltan, especialmente en los apologetas, afirmaciones cristológicas en respuesta a las herejías que iban surgiendo. a).- La cristología de los Padres Apostólicos. Como bien señala J. Orr: “No podemos ir a los Padres Apostólicos – Clemente de Roma, Bernabé, Hermas, Ignacio, Policarpo y el resto – para hallar mucha ayuda en el desarrollo de la doctrina. Más importante es notar que la cristología de estos Padres, por regla general, es notablemente fuerte y clara” (J. Orr: “El Progreso del Dogma”, p.78). En general, asumen sin especulaciones y en sus mismos términos la doctrina apostólica expresada en el símbolo del bautismo, que fue pasando por la forma interrogativa a los catecúmenos, a las primeras reglas de fe (o de verdad), que se plasmarían en el llamado Credo de los Apóstoles. Sirvan de ejemplo los dos más destacados Padres Apostólicos: 1). Clemente de Roma (aprox. año 96). En su Primera epístola a los Corintios establece la preexistencia del Logos, al citar los Salmos como palabra de Cristo. Declara, además, que Jesús es descendiente de Jacob pero sólo según la carne. Hay también un texto discutible sobre la atribución de los padecimientos de Cristo como “los sufrimientos de Dios”. La segunda epístola que se le atribuye (posiblemente una antigua homilía de mediados del siglo II) comienza así: “Hermanos, deberíamos pensar de Jesucristo que es Dios, como Juez de los vivos y los muertos”. Afirma también la humanidad de Jesucristo, pero es confusa respecto a la distinción de las personas divinas (J. L. González. “Historia del Pensamiento Cristiano”, pp. 89-90). 2). Ignacio de Antioquía (aprox. año 105-135). Aunque en las siete cartas que de él se conservan no hay una exposición sistemática de la doctrina, sí destaca su pensamiento esencial expresado mediante sus conocidas antítesis: Jesucristo nuestro Señor es, “carnal y espiritual, engendrado e ingénito, en el hombre Dios, en la muerte Vida, de María y de Dios, primero pasible y luego impasible… Invisible y visible por nosotros, impasible y pasible por nosotros… hijo de hombre e Hijo de Dios” (J. L. González Faus. “La Nueva Humanidad”, vol. II, p.379). Afirma categóricamente que Cristo es Dios y el Hio único del Padre, “el cual se manifestó a sí mismo por medio de Jesucristo, su Hijo, que es la Palabra (logos) suya…” (Reinhold Seeberg. “Manual de Historia de las Doctrinas”, tomo I, pp. 73-74). Pero como observa J. L. González: “Cómo es posible esta unión de humanidad y divinidad en Jesucristo, es un problema que Ignacio no se plantea. Y lo mismo puede decirse acerca de cómo la divinidad de Jesucristo se relaciona con la del Padre” (J. L. González. “Historia del Pensamiento Cristiano”, p. 99). Contra los docetas, acerca de los cuales nos ha dejado la mejor descripción, Ignacio enfatiza la encarnación y perfecta humanidad de Jesucristo, hijo de David; su muerte en la Cruz, para nuestra salvación; y su resurrección corporal. Pero en su énfasis “encarnacionista” adelanta el concepto sacramentalista de la eucaristía y el bautismo, tal vez para afirmar la superioridad de los misterios cristianos sobre los del gnosticismo. b).- Las réplicas de los apologetas. Tenemos que limitarnos a una breve síntesis de la cristología de los más destacados. 1).- Justino Mártir (150-161). Tras pasar por distintas escuelas filosóficas, encontró en los profetas bíblicos una manifestación superior del logos germinal que solo se daba en una forma parcial en los filósofos, incluido Platón, y a través del Antiguo Testamento llegó a descubrir en Cristo al Logos pleno. Parece que su concepto de la presencia de ese logos germinal (o espermático), como razón o sentido en el mundo, es reflejo del neoplatonismo y podrían encontrarse sus antecedentes en Filón; sin embargo, a diferencia de éste, Justino afirma la personalidad del Logos pleno hecho hombre, lo que manifiesta que aunque emplea los mismos términos el significado es distinto, y concuerda más bien con los escritos del apóstol Juan. Según versión de J. I. González Faus: “Cristo es el sentido total, hecho cuerpo y razón y alma (es decir: hombre) y aparecido por nosotros” (J. I. González Faus, “La Nueva Humanidad”, Vol. II, p. 387). Otros dos conceptos distintivos de Justino, son el de la encarnación como recapitulación de la humanidad en Cristo, a quien atribuye carne y sangre, pero no procedente de simiente humana, sino del poder de Dios; y el de la absoluta transcendencia del Padre, contrastada con la inmanencia del Hijo, necesaria para la comunicación con la Creación. Como comenta J. L. González: “De aquí surge cierta tendencia a establecer la distinción entre el Padre y el Verbo en términos de la trascendencia e inmutabilidad del uno y la inmanencia y mutabilidad del otro, y también la tendencia a hablar del Padre y el Verbo como si se tratase de dos dioses, el uno absoluto y el otro secundario y subordinado a aquel” (J. L. González, “Historia del Pensamiento Cristiano”, p.130). Es probable que estas ambigüedades se deban al propósito de combatir el gnosticismo en su propio terreno, pero lo cierto es que dan pie a alguna de las herejías posteriores: al monarquianismo, para afirmar la unidad de Dios; y al arrianismo, como desarrollo erróneo del concepto de subordinación y mutabilidad del Verbo. 2).- Ireneo de Lyon (aprox. 170-202). Aunque representa la cumbre de la teología del siglo II, carece de “un sistema”. “Su sistema es, pura y simplemente, el contar la historia en que el cristianismo consiste” (J. I. González Faus, “La Nueva Humanidad”, Vol. II, p.399). “… el orden lógico… es el que nos sugiere la Epideixis del propio Ireneo: partir del Dios creador y seguir luego toda la historia de la salvación hasta llegar a la consumación final”. “La amplia visión cósmica que su doctrina del plan de Dios y la recapitulación de Cristo da a su pensamiento le vale el honor de haber sido el primer pensador cristiano en buscar el sentido teológico de la historia” (J. L. González, “Historia del Pensamiento Cristiano”, pp.186 y 195). Estos acertados juicios nos aproximan a la cristología de Ireneo, que no se basa en la especulación filosófica, sino en los hechos salvíficos. Es el primer autor anti-gnóstico cuyas obras se conservan. En la primera de sus obras – conocida como Adversus haereses – su objetivo son principalmente los gnósticos valentinianos, pero sin dejar a un lado a los demás, incluido Marción. Para su refutación, afirma la existencia sin principio del único Dios, que creó todas las cosas de la nada, y es el mismo Dios de nuestra salvación. Siguiendo la doctrina apostólica establecida afirma también que Dios es Padre, Hijo y Espíritu, y aunque no discute el tema de las relaciones entre las personas divinas, no cabe duda de que mantiene tanto la unidad esencial como la diversidad en la Trinidad. Su referencia al Hijo como el Verbo de Dios, no tiene las connotaciones subordinacionistas de Justino, sino que subraya su eterna unidad con el Padre, en la línea del evangelio de Juan, y la mantiene tanto en relación con la creación como con la salvación. Como resume J. L. González: “Ireneo utiliza, además de la doctrina del Verbo, la doctrina típicamente suya de las dos manos de Dios. Estas dos manos son el Hijo y el Espíritu Santo, que no son seres intermedios entre Dios y el mundo, sino que son Dios mismo en su relación con el mundo”, ya que mediante ellas lo ha creado y lo gobierna (J. L. González, “Historia del Pensamiento Cristiano”, p. 187). En cuanto a la plena humanidad de Cristo, Ireneo la expresa en términos de la recapitulación, concepto ya adelantado por Justino, pero que él desarrolla en varios sentidos. Aquel que en síntesis interesa a nuestro estudio, es el de la presentación del Hijo como el segundo Adán, cabeza de una nueva humanidad, destinada a llevar su imagen. Según esta idea, Adán habría sido creado por el Dios trino a la imagen del Hijo, que es la imagen de Dios, pero no fue creado perfecto, sino “como un niño” que habría de desarrollar esa imagen. La tentación satánica, “seréis como dioses”, impulsó a Adán a acelerar el proceso marcado por Dios, echándole a perder. Mediante la recapitulación de la humanidad en Cristo se hace posible que el hombre crezca hasta llegar a “la medida de la plenitud de la estatura de Cristo”. En otras palabras: “En Cristo, la imagen según la cual y para la cual el hombre fue hecho ha venido a habitar entre los hombres” (J. L. González, “Historia del Pensamiento Cristiano”, p. 191). Partiendo de este concepto de la identidad de Cristo con la humanidad en su estado final, Ireneo elude el problema de la unión hipostática (de la naturaleza divina y humana en Cristo), pero no evitó que éste fuera el tema candente en las controversias posteriores. 3).- Tertuliano (193-220). Es el primero de los apologistas cristianos en lengua latina. Nacido en Cartago (e. de 150), vivió en Roma, donde posiblemente ejerció la abogacía, hasta los cuarenta años de edad, cuando se convirtió al cristianismo (e. de 193), volviendo a Cartago y dedicándose allí a la defensa de su fe, mediante una copiosa producción literaria. Sus escritos corresponden a dos etapas de su experiencia cristiana, la primera como fiel defensor de la Iglesia (“católica antigua”); la segunda como montanista, movimiento renovador y contestatario, que él adoptó como protesta ante la jerarquización y relajación espiritual y moral de las iglesias pretendidamente “apostólicas”, pero sin abandonar la “ortodoxia” doctrinal. De su primera etapa cristiana, destacan su Apología y Prescripción contra los herejes; en ambas ataca con contundencia de hábil abogado, aún el derecho de los filósofos paganos y de los heréticos cristianos a la controversia con los ortodoxos, por estar fuera de la autoridad apostólica. De su segunda etapa, habiendo el mismo roto con la forma tradicional de la Iglesia, sus obras apologéticas, Contra Praxeas, Contra Marción, etc., se centran más en las propias doctrinas, pero sin dejar su estilo y terminología jurídica. Según Seeberg, en Tertuliano: “El Logos de los cristianos es, a diferencia del de los filósofos, una subsistencia real (propia substantia) que posee palabra, razón y poder (sermo, ratio, virtus). Es una persona independiente, que procedió de Dios – fue engendrada por él –”. También señala este autor lo expresado por Tertuliano en su obra Contra Hermógenes: “Hubo un tiempo cuando… el Hijo no era… que hizo del Señor un Padre”, con lo que atribuye al Hijo un principio, aunque la intención fuese la de distinguir las personas divinas, contra la negación de las mismas por el monarquianismo, como cuando escribe Contra Práxeas: “El Padre es toda la substancia, y el Hijo es una derivación y porción del todo” (Reinhold Seeberg. “Manual de Historia de las Doctrinas”, pp. 133 – 134). Pero al afirmar la distinción de las personas divinas debilita la unidad esencial en la trinidad, aunque él no la niega, y cae en el subordinacionismo. Pese a todo, “Tertuliano estableció la cristología de Occidente: Una substancia divina, en la que subsisten tres personas; y además, la substancia humana y la divina en Cristo, combinadas en la unidad de la persona” (Reinhold Seeberg. “Manual de Historia de las Doctrinas”, p. 135). Aunque algunos arguyen que los términos substancia y persona, tienen en Tertuliano un sentido jurídico, como posesión y sujeto de la posesión, así como otros de los establecidos por él: status, gradus, forma, species, etc., con lo que prevalecería la ambigüedad. 4).- Clemente de Alejandría (150-215). Es el primero de la escuela de Alejandría del que nos han llegado sus escritos, cinco obras más varios fragmentos. Sobre una de ellas (Tapices), J. L. González comenta: “De este modo, y con una falta casi total de orden y sistema, Clemente expone lo más elevado de su doctrina”. Y en cuanto a su concesión a la filosofía o, más exactamente, entre la verdad cristiana y la verdad de la filosofía griega” (J. L. González, “Historia del Pensamiento Cristiano”, p. 213). De ahí que conserve cierto platonismo al hablar de Dios como imposible de definición, sin atributos y más allá de todo concepto de substancia. Sin embargo, afirma la Trinidad de Dios y que el Verbo, coexistente con el Padre, es principio de todo conocimiento, como de toda creación. “Aunque al afirmar la coeternidad del Verbo y del Padre, Clemente se coloca en la tradición del Cuarto Evangelio, no por ello deja su doctrina de tener cierto sabor platónico, sobre todo cuando habla del Verbo como a la vez uno y múltiple, es decir, como un intermedio entre la unidad inefable de Dios y la multiplicidad del universo” (J. L. González, “Historia del Pensamiento Cristiano”, p. 220). También en relación con la humanidad de Cristo, aunque sostiene que el Verbo se ha encarnado en Jesucristo, asumiendo la humanidad completa, cuerpo y alma, sin embargo, declara que era impasible, sin que pudiera influir en él ningún sentimiento de dolor o de placer, y que aún, si comía no era por necesidad, sino para demostrar su humanidad, anticipándose al error de los docetas. Error en el que el mismo Clemente está incurriendo. 5).- Orígenes (185-253). No sólo es el más destacado de la escuela de Alejandría, sino también de la teología de Oriente. Citamos textualmente a J. Orr: “La peculiaridad de Orígenes en la doctrina de la Trinidad es doble. Primero, para él es debida a la introducción en la teología de la noción de la ‘generación eterna’ del Hijo – significando con ello un origen intemporal inefable de la esencia del Padre, que se ha de distinguir de la creación - … Los apologistas y Tertuliano sostienen una génnesis del Hijo – una generación, un surgir en existencia hipostática -, pero no era eterno. Clemente reconoció la distinción eterna; pero la suya era una Trinidad, por así decirlo, in estatus – estacionaria -, en la cual la personalidad del Hijo quedaba asegurada sólo de modo precario. Orígenes supera esto introduciendo en la doctrina la concepción de un movimiento vivo o proceso – de una vida circulante constantemente en la divinidad – en virtud del cual el Hijo es engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu procede eternamente de ambos. Esto es, retiene la noción de la génnesis pero la hace retroceder a la eternidad.” E cuanto a la segunda peculiaridad de Orígenes, que tiene que ver con la unidad en la Divinidad, la resuelve mediante su doctrina de la subordinación: “El Padre, en su existencia absoluta, inderivada, es considerado la fuente primaria de la Divinidad; el Hijo, aunque la imagen perfecta del Padre, tiene una existencia derivada. El Espíritu se deriva en un grado más remoto. El Padre solo, por tanto, es el Dios Altísimo. Cristo, aunque divino, está relacionado con el Padre como un ser derivativo y subordinado” (J. Orr, “El Progreso del Dogma”, pp. 85-86). Aunque se atribuye a Orígenes el término homoousios (de igual esencia), para designar la identidad de naturaleza entre el Hijo y el Padre, término que prevaleció en Nicea, sin embargo llega en su subordinacionismo a hablar del Hijo como “segundo Dios”, con lo que deja la puerta abierta al arrianismo. En cuanto a la encarnación, sigue la línea de Ireneo de la recapitulación de la humanidad en Cristo, e impulsa la teología de la divinización: así como en Cristo se ha humanado Dios, la humanidad ha sido divinizada en él. 2.- La controversia arriana. Tenemos que ceñirnos a la controversia propiamente dicha. El enfrentamiento de Arrio, presbítero de Alejandría, con su obispo Alejandro, y el Concilio de Nicea (325). 2.1.- Inicio de la controversia. Tanto Arrio como Alejandro eran origenistas, pero representaban a dos tendencias opuestas entre los discípulos de Orígenes. En su afirmación del subordinacionismo Arrio llegó a negar la consustancialidad entre el Padre y el Hijo, enseñada por Orígenes. Según J. L. González: “La doctrina de Arrio parte de un monoteísmo absoluto, según el cual el Hijo no puede ser, ni una emanación del Padre, ni una parte de su substancia, ni otro ser semejante al Padre, pues cualquiera de estas tres posibilidades negaría, o bien el carácter inmaterial de Dios, o bien su unicidad. Luego, el Hijo tiene principio, y fue creado o hecho por el Padre de la nada” (J. L. González, “Historia del Pensamiento Cristiano”, p. 278). También hacía distinción entre el Verbo, como razón inmanente en Dios, y el Verbo como criatura, el Hijo “primogénito de toda criatura”. Tal vez por esto, y sobre todo por su negación de la completa humanidad de Jesucristo, se le relacionó con la herejía monarquiana dinámica de Pablo de Samosata. La herejía arriana afectaba a la deidad de Jesucristo y el monoteísmo. Tanto Justino como Orígenes habían hablado ya del Hijo como “segundo Dios”, pero con Arrio se retrocedía al politeísmo pagano, ya que mientras que declaraba que el Hijo era esencial o substancialmente distinto del Padre y criatura suya, sin embargo afirmaba que debía de ser adorado como Dios. Por otro lado, como hemos señalado, también propugnaba un concepto erróneo acerca de la perfecta humanidad de Jesucristo, pues enseñaba que el Verbo, de esencia distinta pero similar al Padre, había tomado un cuerpo humano y en ese cuerpo ocupaba el lugar del intelecto o de la parte espiritual del hombre. Alejandro convocó un sínodo local (321), y Arrio fue condenado y depuesto, pero consiguió el apoyo de Eusebio de Nicomedia. 2.2.- El Concilio de Nicea. En relación con los manejos políticos, tanto eclesiales como imperiales, que llevaron a Constantino a convocar este Concilio, así como en su realización, remitimos al lector a la obra de José Grau, “Catolicismo Romano”. Es asombroso que la discusión de los teólogos sobre los dos términos, ambos filosóficos, que se barajaban, homoousios (de igual esencia) contra homoioousios (de esencia semejante), a la del Padre, fuera zanjada por el emperador. La declaración final, conocida como el credo niceno, se elaboró sobre el credo o símbolo bautismal de su iglesia que aportó Eusebio, obispo de Cesarea y famoso historiador símbolo que algunos confunden con el credo más elaborado de Nicea, que damos aquí: “Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador de todo lo visible e invisible. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado del Padre como unigénito, o sea, de la esencia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial con el Padre, por quien todo fue hecho, lo que hay en el cielo y en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó y se hizo carne, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió al cielo, viene a juzgar a vivos y muertos. Y en el Espíritu Santo”. “A los que dicen: ‘Hubo un tiempo en el que no existía’ y ‘antes de ser engendrado, él no existía’ y que él resultó de lo no existente, o dicen que él es de otra hipóstasis o naturaleza, o variable o mutable, el Hijo de Dios, a esos anatemiza la católica y apostólica Iglesia” (H. R. Drobner, “Manual de Patrología”, p. 267. Veremos más adelante que las controversias se prolongaron hasta el último concilio a considerar en nuestro estudio, el de Calcedonia (451). Aún más, el arrianismo perduró, con mayor o menor fuerza, hasta mediados del siglo VII. Y como ya indicamos antes, se halla resucitado por los falsos “testigos” de Jehová en nuestros días. Todo eso será (Dios mediante) materia de nuestra próxima y última parte. DANIEL SAGUAR (Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Mayo – Agosto 2000. Nº 194. Época VIII. Permitida la reproducción total o parcial de esta publicación, siempre que se cite su procedencia y autor.)