¿Habéis dicho responsabilidad cultural europea? Cécile Bourne-Farrell Recuerdo mi visita a la Exposición Universal de Sevilla en 1992, tras la cual siento un recelo vital cada vez que se evoca la noción de eventos llamados «culturales», dada la falta alarmante de cultura que allí me encontré. En 2005, Iaspis publicaba una excelente reseña sobre el futuro del arte contemporáneo en Europa en un pequeño libro titulado European Cultural Policies 2015.1 Como describe Raimund Minichbauer, codirector de esta obra junto con Maria Lind, la publicación anticipaba la porosidad entre lo público y lo privado, y expresaba que «la posible viabilidad de una Europa cultural pasaría por su capacidad de funcionar en red y criticar las acciones emprendidas». Existe un abismo entre la idea de la Europa ratificada en el referéndum del Tratado de Maastricht2 y la actual. Hace 22 años, era una cuestión de colaboración e intereses comunes ante los mercados emergentes; hoy en día, parece que cualquier acontecimiento cultural se reduce a la noción de beneficio y ya no a la de espacios culturales que buscan su lugar en cada rincón de nuestra pequeña Europa. Entonces, ¿cómo es posible que este medio tan productivo no sea más apreciado? Por qué no considerar este ámbito de excelencia teniendo en cuenta lo que la Comisión comunica al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones: 3 «La contribución económica de los sectores de la cultura y la creación es notoria: en la Unión, representan el 3,3 % del PIB y emplean a 6,7 millones de personas (el 3 % del empleo total). Cada una de estas industrias representa el 3 % del PIB de la Unión y emplean a 5 y 1 millón de trabajadores respectivamente.» Más allá de esto, los hechos demuestran que «la contribución que los sectores de la cultura y la creación pueden aportar al desarrollo económico y social de la Unión no siempre es plenamente reconocida». Una vez firmado el Tratado de Schengen,4 era entonces cuestión de considerar este espacio europeo de otro modo, sin duda con un sentido colectivo más asumido, aunque a principios de los años noventa las instituciones culturales seguían privilegiando las representaciones nacionales. Las estructuras como Relais Culture5 establecían las bases de la reflexión acerca de nociones complejas de identidad e intercambio. Nuestros primogénitos soñaban con la idea de que formar parte de Europa no era solo cuestión de adoptar otra moneda en un futuro en el 1 Maria Lind, Raimund Minichbauer (ed.), European Cultural Policies 2015, Londres, Estocolmo y Viena, eipcp/IASPIS, 2005. Disponible en línea en: http://eipcp.net/publications/ecp2015 [consulta: 26 noviembre 2014]. 2 El 20 de septiembre de 1992 en Francia, con un 51,04% de votos a favor. http://www.francepolitique.fr/referendum-1992.htm [consulta: 26 noviembre 2014]. 3 Comunicado de la Comisión Europea Europa 2020. Una estrategia para un crecimiento inteligente, sostenible e integrador. Disponible en línea en: http://eurlex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=COM:2010:2020:FIN:ES:PDF [consulta: 26 noviembre 2014]. 4 El 14 de junio de 1985, Francia, la RFA, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos firman el acuerdo, sin los otros cinco miembros que entonces formaban parte de la Comunidad (Reino Unido, Irlanda, Grecia, Italia y Dinamarca). Prevén el establecimiento progresivo de la libre circulación de personas en el seno del espacio Schengen, sin control en las fronteras interiores de este espacio. 5 http://www.relais-culture-europe.eu/ [consulta: 26 noviembre 2014]. que, tras los años dorados, parecía que todo podía construirse aún, sino también de establecer un espacio de corresponsabilidad cultural y sociopolítica. El problema es que desde entonces las decepciones son inmensas y, por consiguiente, los comunitarismos se refuerzan frente a las crecientes injusticias. La obra de Antoni Muntadas CEE Project (1989-1998), que reproduce la bandera de la Unión Europea de las doce monedas nacionales respectivas bajo la forma de un círculo estrellado, es un emblema de la visión que este gran artista tiene de la situación de la Europa atrincherada en sus convicciones. Para ello, instaló esta obra en los espacios interiores públicos de los doce primeros estados miembros de la Comunidad Económica Europea, una forma de cuestionar directamente hasta qué punto somos responsables de esta Europa en construcción. Hoy en día, en lugar de trabajar juntos en la implantación de proyectos culturales, nos encontramos a menudo ante políticas de ventanilla, con administradores que en general no toman suficientemente en cuenta la realidad del terreno (ni la de una perspectiva más globalizadora). Así pues, estamos frente a una tecnocracia incapaz de valorar la plusvalía que la cultura puede aportar a Europa y al resto del mundo, que a veces nos envidia, aunque en realidad, como da a entender Renée Jones-Bos,6 «Europa sigue teniendo mucho que ofrecer en el mercado global actual, lo cual nos lleva de vuelta al punto de partida: Europa no puede imponer sus valores a nadie, y solo logrará difundirlos si el resto del mundo es consciente de los beneficios que estos pueden reportar. Establecer prerrequisitos no es siempre la mejor estrategia en este mundo multipolar». Los balances sobre los eventos de las capitales europeas de la cultura, el programa Noches Blancas u otras bienales europeas son a menudo ignorados. Los gestores ponen en marcha sus proyectos en respuesta a una «política intervencionista» propuesta por Bruselas. El contrapoder que podría ser crítico participa también de esta sinergia, puesto que antes mismo de que inauguren los eventos estos ya han sido cubiertos por la prensa. Las convocatorias de proyectos están normativizadas, y la cultura no supone ninguna excepción, tal como apunta Zygmunt Bauman: «Nuestro día a día se ha convertido en una incesante batalla contra una burocracia que haría temblar al mismísimo Kafka. Todo está regulado, desde la cantidad de sal en el pan hasta la cría urbana de aves de corral. Nos lamentamos continuamente sobre la llamada pérdida de normas y valores en nuestra cultura, pero esas normas y valores configuran una parte integral y esencial de nuestra identidad. Así que no pueden desaparecer, solo cambiar. Y esto es precisamente lo que ha ocurrido: un cambio económico refleja un cambio ético y trae consigo un cambio de identidad.» Sería necesario, entonces, tener el coraje de asumirlo para responsabilizar a los organismos prescriptores y no caer de nuevo en los mismos errores. Por otro lado, están los cambios y las cuestiones políticas europeas no resueltas que afectan y modifican los paradigmas de la cultura sobre el terreno si no sabemos negociar con las nuevas bases que fluctúan permanentemente. Este ha sido el caso de Manifesta 6 en Chipre. Al proponer Manifesta como interfaz cultural para cambiar la sociedad europea, cuestionando principalmente sus límites y fronteras, así como sus relaciones con el arte contemporáneo asociadas a la teoría y a la política, parece, según Yiannis Toumazis,7 que su organización no habría tenido suficientemente en cuenta el paisaje sociopolítico que se suponía que les esperaba en Chipre. «Eso ha creado fricciones cargadas de consecuencias a escala local, 6 Renée Jones-Bos ejerce como secretaria general del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán desde 2012. Entre 2008 y 2012 fue embajadora de los Países Bajos en Estados Unidos. 7 Yiannis Toumazis, Manifesta 6: The Case of the Cancelled Biennial, Nicosia, Nicosia Municipal Arts Centre, 2012. aunque las intenciones de partida fueran buenas.» ¿No deberíamos cambiar el modo de llevar a cabo los proyectos y tomarnos el tiempo necesario para considerar los contextos en los que se inscriben? Pero no perdamos de vista que los primeros actores de la cultura son a menudo los artistas que saben dar la vuelta a las situaciones y tienen la capacidad de inventar nuevos métodos de actuar. Me gustaría citar aquí un proyecto que a mi entender ha sabido proponer una obra contemporánea innovadora sobre las cuestiones socioculturales y medioambientales propuestas por Marsella Capital Europea de la Cultura. Se trata de la propuesta de dos fotógrafos, Geoffroy Mathieu y Bertrand Stofleth, que se asociaron para representar paisajes usados de la metrópolis marsellesa bajo la forma de un observatorio fotográfico del paisaje. Juntos han llevado a cabo un sistema de vigilancia fotográfica gracias a una reconducción regular, cuestionando así la relación con el encargo fotográfico e invirtiendo las nociones de comisario/encargo. Las fotografías realizadas desde 2012 integran un recorrido del GR20138 desde un nuevo punto de vista. Invitados por los fotógrafos, un grupo de excursionistas, geógrafos, paisajistas y urbanistas acompañan a los artistas en su adaptación y descubrimiento. Finalmente, se propone al público que participe en el proyecto adoptando 70 de las 100 fotografías para asegurar su reconducción durante los diez años siguientes, mientras que los dos fotógrafos realizan cada año las otras 30. La particularidad de esta propuesta recae en el hecho de inscribirse positivamente en el tiempo y en el espacio del complejo evento cultural de Marsella Capital Europea de la Cultura y de solicitar la participación de los ciudadanos, abandonando así los formatos adquiridos de la fotografía y del consumo que hacemos en general de la región mediterránea, asociado a normas culturales que en este caso se consideran totalmente obsoletas. Al final, los desafíos culturales de nuestra época de emersión son aquellos que inventan otras formas de crear lazos tejiendo historias entre la gente y los lugares, y que responden a un deseo que va más allá de un proyecto cultural. El problema es que los deseos y las necesidades culturales a menudo son alcanzados por sus mismos dispositivos de consumo cultural; todo debe acomodarse a la demanda de los grandes acontecimientos, sin ningún tipo de coherencia. Existe, pues, un gran número de gente que como Berthold Franke9 constata que «el capitalismo y la democracia son inventos europeos y que la experiencia de la Europa de hoy se aleja cada vez más de la idea de democratización. Va siendo hora, como señala Julia Kristeva, de que “Europa encuentre otra manera de cuestionarse y de permanecer en estado de alerta permanente”. Esta tendencia crítica se hace más evidente que nunca en las palabras de Henning Ritter 10 a propósito de la hegemonía de la antigua Europa: “Es su capacidad autocrítica lo que ha llevado a Europa a la superioridad cultural que ahora quiere erradicar.” Si Europa puede valerse hoy de esta tradición y moldear progresivamente el proceso inevitable de su reducción, entonces una Europa más pequeña no solo encontrará un lugar en el mundo gracias a su nuevo tamaño, sino que además pronto reconocerá en su historia una nueva narrativa y será capaz de ofrecerla como paradigma al resto del mundo.»11 8 http://www.mp2013.fr/gr2013/ y http://www.chooseone.org/spip.php?article199 [consulta: 26 noviembre 2014]. Berthold Franke ingresa en el Goethe-Institut en 1990 y desde entonces ha ocupado distintos cargos en Varsovia, Dakar, Múnich, Estocolmo y París. Ha sido director regional del suroeste europeo, director del Goethe-Institut de Bruselas y delegado de Asuntos Europeos del Goethe-Institut. Actualmente es el director del Goethe-Institut de Praga y director regional de la Europa Central. 10 Henning Ritter, Notizhefte, Berlín, Berlin Verlag, 2010, p. 38. 11 Berthold Franke, The Dwarfing of Europe? A dialogue between Brazil, India, China and Europe, Ámsterdam, European Cultural Foundation, 2014, p. 167. 9