Cerca de Celaya - Juegos Bancarios 2015

Anuncio
Cerca de Celaya
Seudónimo: HUGO
El pasó renqueante del anciano, la turba de niños tras un balón, la monja absorta mirando palomas
frente a la iglesia, una joven regresando del mercado con su mandado bajo el brazo... El pueblo
seguía su ritmo habitual, donde la calma dominaba pues los jóvenes apenas alcanzaban edad se iban
a poblar la capital o al otro lado; de tal forma que el bullicio de otros tiempos no existía.
De pronto, el anciano se tropieza cayendo sobre el empedrado. Su sangre corre por su frente, por su
boca de la que alcanza a escupir dos podridos dientes. Trata de incorporarse pero al ser su esfuerzo
inútil se deja caer, mientras se sonríe al ver que una vez más sangre villista mancha la plaza; cierra sus
pesados parpados pensando que por fin su hora llegó, que de nuevo vería a su madre, a sus amigos,
a tanto otros… a ellos que ayudo a cavar su tumba.
A su alrededor, después de un momento de silencio, todos corren en su ayuda, como pueden lo
sientan en una banca bajo la sombra de un encino.
-¡Un doctor! -Grita la joven Adela.
- ¡No está, fue a atender el parto!” - Responden los niños en coro.
- ¡Ya se nos murió! Voy por el cura. - Replica la rezagada monja al ver los dientes.
- Se mueve y está babeando. - Dijo el niño más pequeño.
- ¡Agua, traigan agua! - Replicó un forajido salido de Dios sabe dónde.
Le dieron de beber, él poco a poco reaccionó, escupiendo otro diente, el sudor corría por todo su
cuerpo, tenía fiebre y deliraba diciendo incoherencias. Tras unos minutos de tención abrió sus ojos
para ver con asombro al forajido.
-¡A ti no te quiero ver! ¡Maldito seas! - Dijo el anciano concentrado su mirada solo en el extraño, en
su dorada cabellera, en sus ojos claros.
Lo vio con temor, como si hubiera visto a un muerto que venia del mismo infierno para llevarlo con
él lejos del mundo de los vivos.
- ¿Qué haces aquí? Supe que te mató un muchacho árabe, allá en México por Tacubaya como
venganza por matar a su familia… ¿Eres un demonio verdad?
El joven desconcertado retrocedió dos pasos; todos lo miraban. Tenía ganas de irse por dónde vino,
pero al mirar el esquelético rostro del anciano, su miseria y su sangre derramada, se acercó.
- ¿Por qué me dice demonio, anciano? ¿Con quién me confunde? – Dijo tomándolo de las manos
- No te confundo, tú eres ese maldito alemán El dialogo entre aquel anciano conocido por todos y aquel joven desconocido, llenó de curiosidad al
pueblo y a los niños los fueron a alcanzar sus madres, a la monja las demás del convento, llegó el
maestro, el tendero, el cura. La curiosidad vibraba en el latir de cada uno que quería escuchar la
nueva historia de este pobre anciano.
- Muchacho, no se me aflija por este viejito que a veces dice que fue huertista otras que villista,
incluso que obregonista… nada más le falta decir que participo en el ejército invasor en Veracruz,
pa’ mí que puro cuento- Dijo el tendero soltando una gran carcajada que fue coreada y aplaudida.
- ¡Eres tu maldito! ¡Sí, eres tú! – Dijo el anciano ignorando la burla.
-¿Quién soy? – Contestó.
-Eres Maximiliano Kloss, pero han pasado tantos años que supongo no me recuerdas. – Respondió
sin dejar de sudar mientras se incorporaba con la ayuda, parecía que no le importaran su caída o la
gente alrededor. Como si solo estuvieran los dos platicando, arreglando viejos pendientes. El rubio
conmovido le siguió el juego.
- ¿Cuándo nos conocimos? ¿Cómo sabe mi nombre?- Fue allá por 1915… La noche era negra, nuestra columna de hombres estaba montada y armada;
esperábamos órdenes. No podíamos ver ni al jinete que estaba en frente, encima el bosque era denso
y uno sentía escalofrió si un ave movía hojas; temíamos que fueran los dorados quienes nos
buscaban desesperados. Mi general Cesario Castro nos decía: Estén tranquilos que acabábamos de vencer
en el primer entrón a ese jijo que se decía invencible. Ha de estar temblando de miedo en las faldas de su hembra,
jajaja… En ésta no solo les rompemos la madre ¡Se van a morir!.. Y ustedes, ¡atentos! que nuestro turno será pronto.
No dejen a ningún panchito vivo y ¡quien se me acobarde lo quiebro yo mesmo! ¡Cabrones! Si, así era mi general
Castro ¡un cabrón!
Aun con sus palabras de aliento, sentía el miedo recorrer mi cuerpo como antes de cada batalla, no
importaba cuantas veces había salido a combate; no me acostumbraba a los alaridos. El único miedo
que me logre quitar a fuerza de ver morir, fue el de perder un amigo. Desde la campaña contra el
chacal de Huerta decidí no tener amigos, menos compadres. Solo echaba desmadre con caras que
iban y venían, siluetas que hoy veías ahogarse en alcohol carcajeando tras un chistes de mi general
Villa y al otro día los veías con la cara destrozada sin ojos, ni nariz por una carga certera de metralla;
aprendí a no encariñarme ni de un cuaco; menos de una mujer. Cuantos hermanos de plomo no vi
matarse por una, mesma que se iba cuando los pesos se terminaban o su hombre caía herido.
¡Pinches viejas!... hasta mi Malena se me fue con otro, quesque más cabrón. No los pude matar;
porque se me fueron en el tren pa’l norte, eso me platicó su comadre Ana.
Regresando a la batalla, la tensión crecía con los cañonazos que se oían de bajo el cerro, hasta los
gritos escuchaba pues el viento los acercaba. Mi mente repasaba mi niñez... Cuanto extrañaba en ese
momento la hacienda donde crecí, recuerdo que mi patrón no era tan malo, no se metía con
nosotros si no lo provocábamos; además nos daba de comer y de vestir. Del pueblo me gustaba
tanto Elenita la hija del capataz… yo nunca supe cómo empezó la guerra, pero arraso con todo. Un
día antes de iniciar la siembra llegaron los bandidos, ni sé para qué bando luchaban pero mataron a
los que defendieron el pueblo; a las mujeres las violaron y echaron suertes para ver quien se quedaba
con cual. Mi madre, me escondió en un hoyo, muriendo para distraerlos, para que no vieran donde
estaba metido. Me salvó mi madre, la pobre se llamaba Jasinta, pero pa’ que, cuando salí había ríos
de sangre, el olor era nauseabundo y el pequeño Chon jugaban con dedos que recolecto en la capilla
de la hacienda. El pueblo fue quemado, pero esa misma noche Dios se compadeció pues envió una
fuerte lluvia a limpiar. Recuerdo, también, que al ver a Don Eulalio colgado de un árbol me solté a
llorar porque supe que todo estaba perdido; desee estar entre los muertos. Tenia como 15 años y
maldije a Dios por dejarme vivir un día más; por dejarme enterrar a Elenita junto a mi santa madre.
-No digas injurias Bonifacio – Interrumpió la monja molesta
- Dos días después llegaron los federales huyendo de Pancho Villa. Se estuvieron una noche, yo tenía
planes de irme pa’ México, pero a mí y a otros tres en edad de cargar fusil nos llevaron a fuerza. Días
después estábamos escondidos, como yo era el más flaco me mandaron por delante, con un
machete, a divisar al enemigo, pero cuando por fin vi a los jinetes sin pensarlo me lancé corriendo a
ellos gritando: ¡Que viva Pancho Villa! ¡Que viva…! Lo último que oí fue: Pinche indio ya se nos volteo.
Desperté horas después en un campamento convencionista con las manos amarradas y la cabeza
vendada, resulta que la bala, que me dio en la cabeza, era apenas de calibre 22 y nomas me hizo un
hoyo en la piel si atravesarme el hueso de la cabeza; nomás me desmaye. Cuando desperté me
apersonaron con el General Villa, quien me mandó llamar para decirme: A ver dónde está el cara dura.
Ah, conque usted tiene la cabeza más maciza que una bala. Bien, bien necesitamos gente así de nuestro lado, además
que gracias a usted quedaron al descubierto los pelones, dando tiempo a mis jinetes de cubrirse y repeler. No, pues que
muchacho tan cara dura, heroico y pendejo. A ver, a la chingada, se une como con nosotros o lo mando empalar
ahorita mesmo, que no creo que tenga el culo tan duro como la cabeza. ¡Así se habla muchacho! Bien por usted. A ver
Palillo desamárrenlo, denle de tragar frijoles y vigílenlo bien, ya después vemos si le damos arma o lo dejamos sólo para
alimentar burros. Escuche atento, sin pronunciar palabra solo asentía con la cabeza.
Esa fue la única vez que hable con el Centauro, y les juro que me impresiono más que el Manco de
Celaya, que conocí poco tiempo atrás, cuando parecía que todos se ponían de acuerdo, pero resulto
que siempre no y sin saber cuál fue el desentendido o la causa mi batallón ya se había pasado del
bando de Carranza. Por eso ahora estaba en el bosque apunto de matar Villistas a las órdenes de mi
general Cesáreo Castro. Por mi hubiera querido seguir junto a los Dorados ¿Pero solo podía
obedecer sin quejarme?
La tención crecía, de repente llegó cabalgando mi general Cesario gritando ¡Ya cabrones! ¡Ya se los cargo
la chingada! ¡Vamos a matar panchos! Todos salimos a enfrentar la muerte. En el fondo quería que
ganara Villa para que aceptara de vuelta. Pero encontré que las metrallas habían matado a cargas y
cargas de su caballería y que nosotros salíamos a rematar a la desbandada División del Norte.
- Que tengo que ver con su historia viejo – reprochó el rubio
- No te hagas pendejo, tu dirigías las metrallas y los cañones, ¿Qué, ya se te olvido el gran afecto que
te tenía mi general Álvaro Obregón? - ¿Pero yo que tengo que ver? Eso pasó hace 50 años – El anciano no lo escucho y continuo.
- Salimos tras el enemigo que desordenado trataba de huir; matamos a muchos y otros tantos los
llevamos presos ante usted. ¿Dónde están los oficiales? nos preguntaste, pero no había forma de
distinguirlos, todos estaba vestidos de indios, sin insignia alguna. Amenazaste con fusilar a todos, si
no daban la cara los oficiales. Yo te busque y te pedí clemencia para ellos, tu enterado que los
conocía y que había estado de su bando, me dejaste hablar un momento para callarme después de un
grito y ordenarme que hablara con ellos que si querían clemencia la tendrían, que la orden sería:
Queden un paso al frente los oficiales y salvaran la vida. Nadie creía en tu palabra, pero en la mía sí creyeron
y dieron el paso al frente; inmediatamente los separaste de la columna ordenando fueran los fusilaran
en caliente.
Te busque para reprocharte, pues me habías empeñado tu palabra, pero al verme ordenaste que me
llevaran con los presos para ayudar les a cavar sus tumbas, allá donde ahora está la escuela. Mientras
cavaba nadie me pronuncio palabra; ni una mentada. Me odiaban con sus miradas. Incluso me
obligaste a ver como los fusilaban ¡Por lo menos me hubieras matado junto a ellos!
- Ah, por eso dicen que el patio es muy silencioso a las doce de la noche, que nadie se atreve a
cruzarlo a esa hora, incluso el conserje lo evita a toda costa, haciéndolo solo cuando no le quedaba
otra opción; pues dicen los rumores que alguna vez sirvió de panteón, ya que durante la revolución
hubo en ese mismo patio una batalla sangrienta, en la que el vencedor fusiló sin piedad a todos sus
prisioneros, obligándolos antes a cavar sus propias tumbas - Interrumpió el maestro dirigiéndose a
los niños; sus alumnos que ya se sabían esa leyenda.
- No fue a todos, a los oficiales sí, por orden de este maldito - Respondió Bonifacio quien en ese
momento tomó plena conciencia de los hechos. Así que se levantó con cierta molestia al ver
curiosos a su alrededor y por darse cuenta de su error; de que el extranjero era un gringo cualquiera.
Suspiro desilusionado y le pidió a Adela que lo ayudará a ir a su casa para curarse sus heridas.
Con paso vacilante se alejaron, él quejándose entre susurros se no a haber, otra vez, muerto, ella
dulcemente diciéndole que no diga tonterías, que sin él en este pueblo nadie contaría historias.
Descargar