El ladrillo se cocina en la Puna • Antes de 1980, cuando aún la invasión del grupo Sendero Luminoso no había iniciado un ataque interno en el país, Huanca Sancos decidió surgir para lograr una sociedad con mayores esperanzas de desarrollo. Sin embargo, la llegada del terrorismo solo ocasionó que luego de treinta años de iniciada la violencia, esta provincia al sur de la región Ayacucho parezca retenida en una cápsula del retraso. Desde el año pasado, un ingeniero y un docente repotenciaron la fabricación del ladrillo artesanal y, con la guía a distancia de Soluciones Prácticas, a través de su Servicio Respuestas Prácticas, han empezado a reconstruir Huanca Sancos desde los cimientos Una torre colonial, la cual guarda en su cúpula un campanario de más de 500 años, quiebra el escenario de adobe y calamina que se aglomera en las construcciones de Huancasancos, provincia sureña de la región Ayacucho a 3500 m.s.n.m., en la sierra central del Perú. Este vestigio de los primeros colonos ayacuchanos en el siglo XVI es una especie de atalaya que no muchos han podido visitar, pero en todo Huancasancos, donde sea que uno se ubique, es fácilmente visible. Es la joya del distrito de Sancos, capital de esta provincia, y es motivo de orgullo de todos: es la prueba viviente que el ladrillo, material de construcción que ahora es tan escaso y necesario en esta zona, fue fácilmente elaborado por sus ancestros. Wigberto García, docente de 57 años, vive a dos cuadras de la iglesia central de Huancasancos, que alberga esta reliquia colonial. Todos los días, antes de enrumbar hacia Arcillas Utari, la empresa que dirige, alza la mirada hacia la enigmática torre con un afán arquitectónico, arqueológico, casi detectivesco. “¿Cómo pudieron haber tenido ladrillo en esa época?”, se pregunta a diario. “¿Qué hubiera pasado si desde esa fecha hasta ahora se hubiera conservado la cultura del ladrillo?”, continúa con las preguntas, mientras sale de su casa, paradójicamente de adobe para un fabricante de ladrillos. Hace casi diez años se plantea estas interrogantes, y fue por eso que inició en 1999 un primer intento de elaborar ladrillo en la provincia. No le fue bien. Sin embargo, el año pasado, con el apoyo de un amigo ingeniero, Wilmer Núñez, pudo construir un nuevo horno y seguir buscando la respuesta con acciones. Fue Wilmer el que le explicó como había sido construida la torre que tanto admira. “Los jesuitas que llegaron aquí fabricaron el ladrillo al encontrar una gran fuente de arcilla en nuestra tierra”, vuelve a contar Wilmer, pero desde Lima, donde está trabajando ahora. “En vez de cemento usaron cal, hicieron un buen trabajo, porque es la única que dura hasta la fecha”, añade. Hace tres años, Wilmer hizo un reforzamiento de la torre y volvió a preguntarse sobre el ladrillo en Huancasancos. Fue por eso que le propuso a don Wigberto que olvide el fracaso y de nuevo realice los ladrillos que tanto quiere, con la guía de unos planos que le había facilitado Soluciones Prácticas. A Huancasancos llegaron las instrucciones de esta organización sobre las medidas que debía tener el horno, cuántos canales de encendido necesitaba para rendir, las indicaciones para la habilitación de canaletas para agua de lluvias, todo lo que don Wigberto tenía que saber para comenzar otra vez. La información la recibió en marzo del año pasado, y antes de que llegue la temporada de lluvia en diciembre, ya había finalizado la construcción. “No fue fácil llegar hasta aquí”, recuerda don Wigberto, quién cuenta la historia del ladrillo en Huancasancos como si se tratara de un mito de los apus, de los dioses escondidos en los cerros. Comenzó en 1999, cuando junto a otro socio decidieron establecer la producción de ladrillos en esa zona. “Fuimos con mi amigo Apaza hasta Huamanga llevando muestras de arcilla y arena para verificar con los expertos que se pudiera elaborar ladrillo aquí”, narra encantado. Cuando los ingenieros aprobaron el proyecto, viajaron de regreso a Huancasancos pero no tuvieron la misma suerte. “Pasamos tres días buscando la fórmula para el ladrillo hasta que lo logramos”, añade. Luego de eso, tuvieron una producción fructífera por un año. “Hasta que un día llegaron de la municipalidad a decirnos que no era posible que los foráneos nos quiten la tierra (mi socio era de Puno) y que teníamos que pagar con el 10% de nuestra producción”, rememora. Por cuestiones económicas y el poco apoyo que recibían, tuvieron que abandonar la labor del ladrillo. “Volvimos a ser la Huancasancos del retraso”, comenta. Don Wigberto sabe que hay más de un responsable de este retraso que involucra no solo a la vivienda en la región Ayacucho, sino a todos los sectores: salud, higiene, educación. La provincia de Huancasancos reúne a un poco más de doce mil habitantes, que cuenta en sus cuatro distritos (Sancos, Carapo, Sacsamarca y Lucanas) con más del 50% de su población en extrema pobreza y un índice de desnutrición que oscila entre el 50 al 60%. “El terrorismo ocasionó esto”, sentencia. Como resultado de una cadena de pobreza, la vivienda también resultó afectada. Don Wigberto va señalando las casas que a fines de los años 70, antes que el terror llegará a Huancasancos, ya estaban levantándose con material noble. “Son muy pocas”, advierte, mientras entre las calles que llevan remolinos de polvo, el viento de Agosto deja ver que aunque el adobe se apodera de las viviendas, muchos han empezado a construir con ladrillos, propios y ajenos, de la costa y del mismo Huancasancos. “Dentro de diez años, si la empresa continúa así, todo Huancasancos estará enladrillada”, le comentó Wilmer a don Wigberto al ver los resultados de la primera quema que realizó Arcillas Utari a inicios de junio pasado. La antigua capacidad del horno de hace ocho años quedó superada por los veinte millares que tiene el nuevo. Antes de la primera quema ya todo el lote estaba comprado o separado para repartirse en toda la provincia huancasanquina. El regreso fue todo un éxito. LADRILLO A LADRILLO A solo veinte minutos del centro del distrito de Sancos, se encuentra Utari, la zona que se ha convertido en la meca del ladrillo en esa latitud de la puna. Don Wigberto se estableció ahí, a un poco más de 3500 m.s.n.m., cuando inició la empresa en 1999. De esa época solo queda lo que fue el horno, hecho de adobe y que ahora sirve de vivienda para la vigilante de la producción y almacén de los ladrillos que están preparados para la quema. Un cartel amigable recibe al visitante y al trabajador a Arcillas Utari. Es sábado y de los diez trabajadores que en promedio hay en la zona, solo se encuentran cinco. Aunque la mayoría reside en Sancos, uno de ellos, Luis Huaccachi, ha llegado desde Sacsamarca, también distrito de la provincia de Huancasancos. “Ya llevo tres meses aquí y he aprendido bastante”, cuenta mientras amasa la mezcla de arcilla, arena y agua para elaborar el ladrillo. Luis confiesa que le gusta el oficio pero en su natal Sacsamarca no puede hacer este tipo de empresa. “No tenemos material a la mano como aquí”, dice. Sin embargo, si las condiciones se lo permiten, piensa imitar a su jefe y establecer en un futuro una empresa como Arcillas Utari. “Pero primero debo aprender”, finaliza. El campamento de Arcillas Utari no excede la media hectárea, y todo esta señalizado y ordenado. Don Wigberto nos va indicando el paso a paso del ladrillo. Primero tiene que recoger la arcilla, luego cernir la arena, mezclarla en una fosa con agua, dejarla macerar por un día, hacer los moldes de ladrillo, dejar que el agua se evapore y cuidarlos hasta que se llegue a los veinte millares para la próxima quema. Este proceso lo ha aprendido con la experiencia y la expertiz de los maestros que llegan de Huamanga para enseñarle como trabajar la arcilla. “Cada quema debo contratar a un maestro de allá para que controle el proceso, porque yo no puedo hacerlo”, indica. El campamento de Arcillas Utari está rodeado de canteras de arcilla y arena de todo tipo. Para don Wigberto esta es una bendición de la tierra. Sin embargo, la felicidad no es completa. “En la costa, la arcilla para la preparación del ladrillo sale de una sola fuente”, señala. El contraste que indica don Wigberto se puede ver mientras describe el proceso del ladrillo. “Aquí tenemos que sacar de una lado la arcilla, de otro la arena e ir ensayando una buena mezcla”, dice. “Yo creo que en algún lugar de Huancasancos hay una cantera de buena arcilla”, comenta esperanzado. En la obra no hay límite de edad ni discriminación de género. Christian Misaico, de seis años, sabe que eso es cierto. Cuando no está en la escuela, Christian se dedica a ordenar los ladrillos junto con Mariella, su hermana de dos años, y a ayudar a su madre, Maria Parían, la vigilante del lugar. “Don Wigberto me contrató para no descuidar el ladrillo, taparlo bien por la noches y evitar que se raje”, indica María. El frío de la Puna es letal para la construcción del ladrillo, uno de los inconvenientes de elaborarlo en esa zona, pero María hace una buena obra. “Ahora quiero apoyarlo a don Wigberto con otras actividades, quiero aprender a hacer ladrillo, porque las mujeres también podemos hacer ese trabajo”, dice convencida. Prueba de ello es Celedonia Alvarado, obstetriz y esposa de don Wigberto que dedica sus fines d semana a apoyar a su esposo, cuando hay menos personal. “Aquí volteo ladrillos, pedaleo la bomba de agua para que esta no nos falte, ayudo con la mezcla de vez en cuando”, narra doña Celedonia, de 50 años. “Con el ladrillo no hay descanso”, advierte. En el equipo hay un nuevo integrante, Alcides Huaripaucar. Desde comienzos de agosto se ha dedicado a la elaboración de tejas, otro producto de Arcillas Utari que piensan cocinar con el horno artesanal en la próxima quema, a finales de este mes. “Hace 30 años, Huancasancos parecía una ciudad colorada desde lejos por las tejas que tenían las casas”, cuenta Alcides. Dice que antes era más difícil hacerlas, porque había que comprar grandes cantidades de bosta y muñeca, residuos fecales del ganado vacuno y asnal respectivamente. Ahora se ha asociado a don Wigberto para elaborarlas de una manera más sencilla, usando la parte superior del horno cuando se produzca la quema. Al final, lo que quiere lograr don Wigberto es la reconstrucción de técnicas del pasado para n buen futuro huancasanquino. “Los ladrillos son más seguros en la sierra y la teja es térmica, y no deja pasar el frío y el calor como lo hace la calamina”, asegura. El factor económico es también sin duda una de los factores determinantes de compra de los ladrillos Utari. “Mientras los de la costa pueden llegar a acostar 700 soles por millar, nosotros lo vendemos a 400”, indica. También cuenta que si el proceso fuera más sencillo y encontrara esa tierra de arcilla donde no haya que procesar tanto el material, los costos se aminorarían. La buena demanda que ha tenido el ladrillo hace felices a don Wigberto y Celedonia. Hace algunos años luchaban arduamente para subsistir, ya que su sueldo de docente y obstetriz no les alcanzaba para educar a sus hijos y mantenerse. “Nuestra calidad de vida ha mejorado bastante”, dice Celedonia, quién lleva la contabilidad del negocio y de la casa. “Ahora podemos educar a nuestros hijos en la capital de Ayacucho e incluso tenemos a uno en Lima”, agrega. La inversión que pusieron en el proyecto, cinco mil soles, ha sido cubierta y sigue generando ingresos en solo la primera quema de ladrillos. “Ahora somos un ejemplo también para la comunidad y siempre estamos dispuestos a enseñar y que este modelo de trabajo se replique. La comunidad se ha fortalecido, hay más mano de obra apta para trabajar y nosotros siempre estamos necesitando personas que nos apoyen y conozcan esta empresa”, añade. En la ciudad, los ladrillos ya se usan. Amelia Misaico tiene tres hijos y acaba de terminar de construir su casa con los ladrillos que don Wigberto realizó hace dos meses. “El adobe ocupaba mucho espacio y el ladrillo es más higiénico, algo que necesito para mis hijos”, señala aliviada. Como ella, cada vez más huancasanquinos toman la pala y el cemento para reconstruir sus viviendas con el producto que su misma tierra les da, y a un precio módico. RESPUESTAS PRÁCTICAS EN ACCIÓN Don Wigberto no puede tranquilizar sus ansias de seguir construyendo, continuar mejorando su producción, construir Huancasancos ladrillo a ladrillo. Recuerda que debe contactarse lo más pronto posible con el ingeniero Wilmer Núñez, quién a quince horas de allí, en la congestionada y citadina Lima, no olvida el compromiso que tiene con este pueblo, su ciudad natal. Wilmer comparte y entiende el sentimiento de Wigberto a plenitud. Aunque estuvo en Huamanga, la capital de la región Ayacucho, hasta los seis años, casi toda su niñez y juventud la vivió en la convulsionada Huancasancos. “Solo me fui de allá cuando decidí estudiar Ingeniería Civil en Ica”, cuenta Wilmer. Regresó en 1999 para apoyar a su provincia en la municipalidad, y se volvió a ir en el 2002, cuando emprendió la especialización en Lima de Tecnología de la Construcción. Wilmer es un nómada entre su presente y su pasado. “Siempre he vuelto a Huancasancos, no solo porque es la tierra de mis padres, si no porque tengo un deber allá”, afirma convencido desde la capital limeña. Fue por eso que regresó en el 2004 a aplicar sus conocimientos aprendidos y reforzar con madera, mallas de concreto y todo lo que tuviera a la mano la torre colonial que conserva la prueba viva del nacimiento del ladrillo en su pueblo. Fue por eso que aceptó construir un canal de riego que hidratará el distrito de Sancos. Fue por todo eso que en cuanto vio el modelo de horno de artesanal para quema de ladrillos que Soluciones Prácticas había propuesto años atrás para otro pueblo en la zona norte del país, quiso implementarlo en su pueblo para su desarrollo y reconstrucción. El requerimiento del ingeniero fue uno de los 520 formularios que el proyecto Respuestas Prácticas de la mencionada ONG recibió en el 2007 para brindar ayuda técnica e información en diferentes rubros del desarrollo social y lograr un impacto positivo en los usuarios. Desde tecnología para usar energía hasta elementos de la producción agropecuaria, el alcance que otorga este proyecto a sus centenares de solicitantes abarca todos los ámbitos de estudio y acción de la ONG Soluciones Prácticas. Ya sea por correo electrónico, a través de cartas o de manera presencial, este servicio ha estado vigente desde que se inició la ONG en el mundo en 1966 y en el Perú desde hace 22 años. Sin embargo, en este país la ayuda se centralizó en diciembre del 2002 y hasta la fecha ha contabilizado más de 2100 consultas. Las vías de acceso a la información son variadas. Existe un centro de documentación (BiblioTEC) en la que se puede encontrar más de siete mil documentos con información especializada en tecnología apropiada, gestión de riesgos y desarrollo sostenible y 100 títulos de revistas sobre dichos temas. Muchos de estos documentos también se pueden encontrar en la página web de la organización (www.solucionespracticas.org,pe). El canal que recibe más preguntas es el correo electrónico. El servicio es gratuito, así implique envío de material físico y, además, garantiza que la información se entregue en máximo 48 horas. A través de este medio, los pedidos llegan desde diferentes partes del país, toda Latinoamérica, Europa e incluso desde África. A través de él, Wilmer pudo obtener los planos del horno artesanal que luego transmitiría a don Wigberto en febrero del año pasado. “Los altos costos del ladrillo en Huancasancos, la cantera de arcilla que tenemos en el pueblo y el valor de Wigberto para desarrollar ladrillo me motivaron a buscar información. Lo que hace Soluciones Prácticas es algo necesario para los que no tenemos muchos recursos para desarrollar mejoras”, indica Wilmer. Las PractiAlertas y PractiNoticias cierran este paquete informativo con noticias y avisos sobre apariciones en los medios de comunicación sobre nuevas tecnologías o nuevas publicaciones sobre estos temas. La meta para este año es duplicar las consultas, que han llegado a más de 500 hasta julio de este año. “Queremos que este proyecto sea una plataforma web que provea información técnica en diferentes formatos, además de los que tenemos ahora”, señala Giannina Solari, responsable de Información en la ONG. Hace poco iniciaron los videos tecnológicos en temas agrícolas, pecuarios, agroindustriales, entre otros. “Las metas también incluyen desarrollar portales virtuales especializados donde se brinde información técnica”, agrega Solari. Infoláctea, el flamante portal que integra al sector lácteo peruano, es la primera muestra de esta labor. Además, el proyecto quiere ir más allá, no solo otorgando información sino en casos donde se evalúen necesarios, brindar asistencia técnica y consultorías para desarrollar proyectos. Esa es la oportunidad que tanto Wilmer y don Wigberto esperan para su próximamente enladrillada Huancasancos. UN FUTURO PARA HUANCASANCOS Mientras espera a que Wilmer los visite, don Wigberto no se ha cruzado de brazos. Junto con su compañera de vida, su esposa Celedonia, ha creado un documento donde explica detalladamente cómo piensa sacarle provecho al terreno que la comunidad le ha otorgado para que no solo se fabriquen ladrillos, sino sirva de aliciente para cuando la extracción de arcilla haya acabado en esa zona de Utari. “El día que termine de hacer los huecos de arcilla, la tierra no deberá desperdiciarse. Nuestro proyecto es que este terreno se convierta en un centro para personas desamparadas, para madres que no tienen trabajo y que quieran dedicarse a la agricultura de hortalizas”, indica Wigberto. Lo tiene todo planificado: además de la media hectárea que ya usa para el ladrillo, tienen un cuarto de hectárea para las hortalizas y una media hectárea más para la reforestación. “En Utari corre mucho viento, sobre todo en las mañanas y noches. Eso pone en peligro nuestra producción. Implantaremos árboles, ya que además que nos ayudan con una buena arborización, nos evita los grandes vientos”, describe. Wigberto también habla de un galpón de cuyes y siembra de alfalfa, ya que están abastecidos de agua por el canal que pasa debajo de sus tierras y podría resultar. “También nos llegó un bomba de agua que se construyó aquí mismo con la ayuda de una institución de la zona para que no tengamos que estar llevando el agua en baldes”, añade. “Queremos que Utari sea un centro comunal de producción integral y un proyecto piloto a ser imitado”, dice. Don Wigberto termina de señalar lo que irá en cada espacio de la media hectárea que ahora ocupa y, aunque el sea el pionero en este rubro, empieza a hablar sobre los otros proyectos de hornos, algunos exitosos, otros emprendedores, alguno que otro fallido. Entre los exitosos se encuentra el de Gregorio Páucar, quién comenzó en el ladrillo por las mismas razones que don Wigberto, desde hace 8 años, y que ha ido mejorando a través del tiempo. “Cuando comencé mi horno solo tenía capacidad para seis millares, hace poco era de diez y ahora tiene trece y medio”, cuenta. Gregorio se despide pidiendo asesoramiento en la fabricación de otro tipo de ladrillos, como el de techo y de pandereta. Luego de visitar a Gregorio Paúcar, Wigberto invita a ver un horno más pequeño, tan solo de tres millares, de su amigo Mario Rojas. También muestra hasta el que hizo hace poco la municipalidad. Este último lo ve abandonado, y critica la situación. Son cuatro hornos, contando el suyo, que se desarrollan en el pueblo y Wigberto los presenta a todos. No oculta a ninguno por ambición de competencia porque no conoce lo que es eso y parece que tampoco quiere saberlo. “Mientras más seamos mejor”, se limita a decir. Sabe que él no es el héroe de Huancasancos, y cuántas más manos entren a la labor, mejor será el resultado de este pueblo. Aún la necesidad es grande para abastecerse de tanto pedido. Lo que pide ahora Wigberto es capacitación técnica para un horno de cuarenta millares por quema. “Voy a seguir leyendo el plano de Soluciones Prácticas por si necesito mejorar mi construcción, pero me ha servido mucho para esta”, dice. “Nos gustaría contar con más material, más mano de obra, así haríamos hasta dos quemas por mes y no una cada dos meses, como ahora. Pero para eso necesitamos inversión, y poco a poco lo estamos haciendo”, dice don Wigberto. Sumado a todo esto, quiere empezar a innovar con ladrillos más grandes y que tengan huecos, para tener mayor salida y darles mejor calidad. También le gustaría no tener que contratar a personas que vengan desde Huamanga para la quema, y poder aprender a hacerlo por cuenta propia. Cirilo Pacheco, alcalde provincial de la municipalidad de Huancasancos, asegura que aunque los esfuerzos de su gestión desde el año pasado se han concentrado en las actividades agropecuarias, quiere apoyar la función de los hornos artesanales en el pueblo. Wigberto le pregunta que ha pasado con el horno de la municipalidad, que parecía estar en funcionamiento. El alcalde dice que dejaron la producción por la lluvia, pero que pronto traerán personal de otras comunidades y gente especializada para continuar con la cocción de ladrillos y tejas, que tienen dos mil del primero (ladrillo) y ocho mil del segundo (teja) en almacén. “Nosotros somos los primero en impulsar estas empresas de gente emprendedora. Queremos dar capacitación sobre la fabricación de ladrillos, así todos saben de que se trata”, concluye el burgomaestre. Le han prometido apoyo, le han dado una palmada en el hombro, también han tratado de hundir su empresa, como hace diez años cuando trato de innovar y le devolvieron el favor con la indeferencia. Esta vez, Wigberto cree que les irá bien. Recuerda las palabras de Wilmer: Dentro de diez años, Wigberto, esta será una ciudad de ladrillos. El solo atina a alzar la mirada de nuevo a esa torre colonial, y se vuelve a preguntar dónde estará ese terreno soñado lleno de buena arcilla, que hará que el presagio de Wilmer y el deseo de los huancasanquinos sea realidad. Solo le queda seguir investigando, y está más que dispuesto a hacerlo.