1 | Page - Alfonso Carcamo

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HOMBRES VULNERABLES, MUJERES PERSPICACES
Martirio
Estoy recibiendo el año Nuevo 2013 con cierta amargura en la boca… ¡todo por culpa de haber
violado una regla que inquilinas bonitas no entran a mi casa! ¡Quién me manda Dios Mío!
¡Qué grave error cometí al haber dejado entrar a una jovencita tan preciosa y de carácter tan
encantador en mi casa!
Lamento decirlo pero cuando la vi por primera vez, ella no lucía tan despampanante. Daba la
apariencia de ser una jovencita común y corriente, demasiado joven y delgada para atraerme
como mujer, abrigada con un suéter gris pálido y vestimenta sencilla que ocultaba su lindo,
curváceo y esbelto físico. Poco me imaginaba yo Dios Mío, que ante mí se encontraba toda una
princesa —mitad anglo-sajona, mitad Azteca— seductora y capaz de enloquecer al más
empedernido mundano de los machos.
¡Dios Mío! qué transformación cuando ella se preparaba para irse al trabajo, toda maquillada y
tan linda, con su frondosa melena rubia suelta, quizá en realidad para dirigirse a su trabajo, o
salir con sus “amigas” como ella solía decir…
Qué martirio se volvió para mí verla salir y no regresar hasta deshora de la noche. Yo me
quedaba con un vacío en el estómago; a menudo solía salir de mi recámara para tranquilizarme
esperanzado a ver que sus llaves permanecían en la cerradura de su puerta como ella solía
hacer, revelando que ya su lindo cuerpo descansaba en la intimidad de su humilde dormitorio.
Pero— ¡qué absurdo! — me repetía a mí mismo, que me esté martirizando a solas de esta
manera cuando ella nunca me ha coqueteado, nunca me ha insinuado que desea que yo la
pretenda, ni me ha dado motivo que me enamore de ella. Sin embargo los sentimientos de un
hombre son impredecibles, y estos surgen desapercibidos sin consulta ni aviso…
Al mismo tiempo que digo que ella nunca me ha dado aparentemente motivo para que en mí
despierten deseos de macho—aparentemente—, tengo que admitir que las mujeres son
extremadamente astutas y perspicaces; es decir, de la misma manera que ella una vez me hizo
“comer brócoli” sin que yo me diera cuenta, puede ser que ella haya estado tramando algo en
secreto y yo fui a caer en su telaraña, ingenuamente y sin darme cuenta de lo que ella estaba
planeando para mí.
En este punto saltaré de mi anécdota para irme siete años al pasado.
Corre el mes de diciembre del 2005 y me encuentro en mi departamento localizado en “Albion
Road”. Acostada en mi propia cama, una mujer me acompaña; tiene el cuerpo semidesnudo.
Le doy un leve beso en la espalda. Es “Minerva”; una preciosa hembra ya cuarentona. Aunque
cualquiera se equivocaría al ver tal escena, Minerva y yo nunca hemos sido amantes. En
algunas ocasiones la he tenido en mis brazos y hemos llegado al punto de disfrutar de
momentos de intimidad en la soledad de un parque de la ciudad—después de la media noche
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cuando no hay curiosos para presenciar actividades pecaminosas de aquel juego prohibido
para menores. En cada una de esas ocasiones he logrado recapacitar antes de cometer una
atrocidad imperdonable—el adulterio—pues Minerva en ese tiempo vivía con otro hombre en
una “unión libre”. Es decir, no estaba casada pero tampoco estaba soltera; por lo tanto,
siempre logré refrenar los impulsos que me agobiaban “arriba” en el intelecto y “por debajo” de
la cintura.
Ahora, me transportaré a veinticinco años en el pasado para poder explicar porqué me refreno
tanto en cuanto a cometer adulterio se trate…
Es la ciudad de Calgary, en Alberta, y corre el mes de septiembre de 1988. Acaba de ocurrir
una horrible escena la cual me atormentará por el resto de mi vida: acabo de pegarle un
puñetazo al vecino, un hombre casado y con hijos menores de edad, quien desgraciadamente
ha seducido a mi propia madre, y los dos, ahora planean abandonar sus hogares para contraer
un matrimonio pecaminoso y así iniciar una vida nueva. Mi propia madre violando los mismos
principios que nos inculcaron cuando niños: “un padre nunca debe abandonar a sus hijos…”;
“…debe protegerlos, darles sustento, cariño, y nunca tomar acciones que les traerán trauma
psicológico”. Lamentablemente el amor no respeta edad ni género. Mi propia madre, una mujer
santa a quien yo quise, quiero y querré incondicionalmente ¡estaba cometiendo el acto
imperdonable no solo de adulterio sino también impulsando la destrucción de todo un hogar
llevándoles miseria a tres chiquillos menores de doce años! ¡Qué vergüenza!, ¡qué dolor!, ¡qué
infortunio!
A pesar del puñetazo que le propiné en mi frustración, el tipo no desistió. A pesar de las
lágrimas que yo derramé ante mi madre, ella no se conmovió: estaba trastornadamente
enamorada de este tipo. Mi única opción fue desconocer a mi propia madre, empacar mi
equipaje y escapar a Toronto. Frustrado, amargado, infeliz… y con un sabor amargo en la boca
pensando que quizá una vida familiar, un noviazgo, tener hijos, contraer matrimonio, son
actividades que no valen la pena.
Eso es: ¡el celibato es la mejor opción! Tal vez no todo mundo esté de acuerdo con mi
mentalidad, pero nadie puede negar que cuando machos, hembras y cachorros se enredan,
líos estallan…
La segunda lección que aprendí de todo esto que el amor entre dos seres humanos tiene que
ser limpio y puro. Qué hipócrita sería yo enredarme con una mujer comprometida como
Minerva cuando yo mismo había desconocido a mi madre por dicho acto…
Después de casi cinco años de ausencia, el hijo pródigo regresó a casa. Fui a Calgary de visita.
En octubre de 1994 mi madre logró verme el rostro otra vez, y me recibieron con brazos
abiertos. Gracias a los poderes celestiales, el romance de mamá había fracasado unos años
antes, y ahora mi madre, acercándose a los cincuenta años, se encontraba de nuevo sola, sin
el cariño de un hombre, pero rodeada de seis lindos hijos que la querían y protegían de todo
mal.
En este punto deseo saltar de nuevo al presente: Corre el mes de diciembre del 2012.
En mi hogar, mi buen amigo e inquilino, el mexicano Hernando Cortez, me confiesa que ha
decidido terminar la relación matrimonial con su esposa en México pues él se ha enamorado
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trastornadamente de una jovencita de raíces europeas que pasa por una situación matrimonial
un poco delicada.
Hernando me confiesa que su ex-esposa en México ha estallado en furia, casi perdiendo la
cordura. Lo ha calumniado con todos sus parientes e hijos, al punto que los niños han
renunciado a él como si fuera un malhechor o fugitivo de la ley…
Dentro de mi casa, debido a que Hernando es mi amigo, hago todo lo posible por hacerle la
vista gorda a todo esto; sin embargo, en el fondo de mi alma estoy “sosteniendo la cabeza con
mis dos manos” dando vueltas en la cama, frustrado, confundido, consternado y turbado, ya
que lo que Hernando está cometiendo a sabiendas es la misma situación dolorosa que tuve
que vivir en carne propia veinticinco años atrás.
Si Hernando fuera mi hermano yo le tiraría las orejas y le diría que recapacite. Él tiene todo el
derecho de brindarle ayuda a esta jovencita; sin embargo no tiene ningún derecho de pasar
más allá de una amistad fraternal con ella. Mas Hernando no es familiar consanguíneo mío y
por lo tanto no tengo el derecho de hacerle reclamos ni darle consejos. Por lo tanto hago todo
lo posible de hacerle la vista gorda a lo que está ocurriendo dentro de las puertas de mi propia
casa—adulterio apasionado—y trato de mantener la calma.
Mas mi sentido de ética no me permite continuar con este martirio mucho tiempo. Y así,
lamentablemente tengo que compartir que mi hogar volverá a ser aquel aposento vacío donde
solo se escuchará la voz varonil de un macho que a solas canta las melodías que reflejan las
pasiones y amarguras de una vida tan colorida.
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Una hembra especial — Minerva
Es el comienzo de octubre del 2012; un par de meses antes que las cosas estallen
emocionalmente en mi hogar. Me encuentro con mi amiga de antaño, Minerva, en un humilde
Café de la ciudad de Toronto.
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¿Encontraste inquilina?—Preguntó Minerva tomando un sorbo de la taza de café.
Sí—respondí yo—le ofrecí la habitación a una jovencita mexicana.
¿Y cómo se está portando?
Pues, ¿sabes?, en las tres semanas que lleva conmigo, nunca la veo y ni pasa en casa.
De hecho yo sospecho que ella vive con su novio, pues ni puedo asegurarte que viene a
dormir en la noche.
Oh, ¡esa clase de arreglo! Sin duda como tú cobras barato, ella solo quiere el lugar para
tener una dirección oficial, pero en realidad, su “hogar” está con su enamorado.
Sí, esa impresión dan las cosas. Lo único que me molesta un poco es que ella iba a
encargarse del aseo del apartamento, y ¡nunca está en casa para hacer el aseo!—
chisteo yo con una sonrisa, fingiendo decepción y reproche.
Y ¿en qué trabaja ella?—me pregunta Minerva con aparente indiferencia.
¡Qué interesante que preguntas eso! Sabes que al principio, cuando yo no sabía que
ella tenía novio, yo estaba preocupado porque la vi un par de veces salir toda
maquillada y despampanante a las 11:00 de la noche, y la conclusión inmediata a la que
llegué fue que ella trabajaba el turno nocturno en uno de “esos” bares, si sabes a qué
me refiero…
¿Tú pensabas que era “stripper”?
Sí, cuando vi que no pasaba en casa y que salía luciendo tan bonita a deshora de la
noche, esa fue la primera impresión que tuve. Es más, el día que se trasladó a mi casa,
recuerdo que ella hizo un comentario que si “iba a ser pecadora, mejor serlo por
completo”.
Ah, mucha gente habla así solo por hablar. Puede que te equivoques…
Sí, sé ahora que no es “stripper”, pues posteriormente mi otro inquilino me dijo que ella
tenía un novio y por lo tanto, hice de caso que ella prácticamente vivía con él y que
salían a alguna discoteca o algo por el estilo. Luego le pregunté a ella así a quemarropa
a qué se dedicaba y me comentó que era bartender y mesera en un restaurante. Con
eso me tranquilicé.
Mmmmh—respondió Minerva.
Al salir del “Coffee Times” dónde nos encontrábamos, tomé a Minerva de la mano y la
acompañé a su casa que quedaba a unas cuantas cuadras. Al vernos caminar de la mano por
las calles, cualquiera se equivocaría pensando que Minerva y yo éramos una pareja. Sin
embargo al despedirme de ella me limité a darle un abrazo fraternal y le deposité un leve beso
en la mejía.
Después de doce años de amistad, Minerva figura como quizá la mejor amiga que yo tengo.
Ella es una mujer que confía en mi ciegamente, tanto así que unos años atrás me encargó una
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fuerte, fuerte cantidad de dinero que tuve que guardarle fielmente como su mejor amigo a pesar
que ella tenía otras amistades y parientes de confianza.
La amistad con Minerva ha pasado por sus altibajos ya que en años anteriores iniciamos una
especie de “semi-romance” que duró solamente unas ocho semanas. Este “romance” no
culminó en toda la plenitud de un auténtico romance pues en aquel entonces Minerva tenía
compromiso con otro hombre en una “unión libre”.
Hoy en día, Minerva lleva casi tres años de estar de nuevo “soltera” y elegible, sin embargo
ambos hemos decidido por medio de acuerdo mutuo y silencioso que no hay necesidad de
pasar con nuestra amistad a otro nivel. Por extraño que parezca, yo he controlado cualquier
impulso de macho y nunca la he invitado a pasar a mi dormitorio, pues es tanto el aprecio que
le tengo como persona que lo último que deseo sería darle una desilusión, herirla, o hacerla
sentirse usada. Así que permanecemos como amigos, pero casi podría decirse que somos más
como hermanos.
Hernando Cortez
Al volver a casa encontré a mi amigo e inquilino, Hernando Cortez, en casa. Esa noche hizo
algo inesperado: me pidió dinero prestado. Mentalmente fruncí el ceño pues en los dos años
que llevaba conmigo él nunca había tenido problemas financieros. ¡Poco sospechaba yo de los
trágicos acontecimientos que se estaban desarrollando en su vida a mis espaldas!
Días después, casi de madrugada, o tal vez al amanecer, escuché una voz masculina en mi
hogar. No era la voz de mi antiguo y viejo inquilino, el italiano Tony, ni tampoco era la voz del
mexicano Hernando Cortez. Fruncí el ceño de nuevo, pensando que qué raro— ¿una visita en
mi casa al amanecer?
Con mucho tacto le pregunté al día siguiente a mi inquilina mexicana (llamémosle “Clementina”)
si había tenido visita esa mañana. Con una expresión tal vez un poco apenada, Clementina
contestó que su novio había pasado la noche con ella en mi casa. A pesar de que ella lo dijo
con cierta pena, yo no le reproché a ella esto en absoluto, pues es totalmente aceptable que
mis inquilinos mantengan un noviazgo y no me importa que los reciban en mi casa—mi único
requisito ha sido que no debe haber libertinaje sexual, adulterio o cualquier tipo de perversión
(homosexualidad, prostitución, sexo con menores de edad, etc.).
Al cabo de unos días, Hernando volvió de nuevo a pedirme dinero prestado. Esto me pareció
ya un poco extraño, así que igual, con un poco de tacto indagué para ver qué ocurría en su
vida. Hernando me comentó que tenía una “amiga” a quien le estaba ayudando a resolver
ciertos líos financieros relacionados con la resolución de su estado migratorio. Me pareció que
no había nada malo con esto así que le recomendé unos nombres de licenciados especialistas
en temas migratorios quienes podían echarle una mano. Comencé a comprender lo que
sucedía en su vida, y sin pensar más al respecto, seguí mi vida como normal.
Unos días después Hernando me comentó que tenía a alguien en su dormitorio. Era su novia.
De hecho, su novia se estaba pasando a vivir con nosotros. Sabiendo que Hernando era un
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hombre con esposa e hijos en su país natal, esto no me cuadró enteramente bien; sin embargo,
hice todo lo posible de hacerle la vista gorda a esto pues Hernando siempre había sido un
inquilino modelo y una buena persona.
Sin embargo, mucha gente me ha dicho que uno de mis defectos es no poder ocultar mis
pensamientos.
Desde el momento que le di la bienvenida a la novia de Hernando, detecté que ella no
aprobaba de mi persona, y es muy probable que al recibirla, subconscientemente—y tal vez
solo con la mirada—yo expresé desapruebo de su relación con Hernando. Detecté que ella se
sentía incómoda en mi presencia, y esto era sin duda debido a los sentimientos que yo
subconscientemente había dado a conocer al intentar darle la bienvenida. Por cortesía, hice un
intento de hacerle la vista gorda a todo esto—la relación adúltera—, y dejé que la vida tomara
su curso.
La enigmática Clementina
Unos días después yo conversaba con Clementina en la cocina.
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-
¿Cómo van las cosas con tu novio? Me imagino que ya está cerca de ofrecer
matrimonio ese hombre…
Pues, ¿cómo vas a creer? Terminamos…
Ay, ay, ay, ¿no me digas eso? ¿Después de un año?—pensé en mis adentros, ella ha
de estar destrozada, pues no es fácil recuperarse de un fracaso romántico como tal. Yo
me basaba en mi propia experiencia cuando quince años antes había terminado con
una linda mexicana después de una relación de solamente tres meses y medio. A pesar
que la relación fue tan corta, el terminar con ella me pegó muy fuerte en el pecho, y a
pesar que no me refugié en el alcohol, debo confesar humildemente que sí derramé
unas cuantas lágrimas al final.
Terminamos… —continuó ella— Sin embargo, tengo a alguien más. Me está
pretendiendo, pero aun no somos novios.
Vaya, vaya, pensé en mis adentros. Siendo tan preciosa, sin duda alguna que le sobran los
pretendientes.
-
Pues, sabes, que no me sorprende que ya hayas encontrado a alguien más. Tú eres
muy preciosa, y sin duda alguna tienes para escoger al candidato que mejor te agrade.
Sí, pues ya veremos… este señor parece ser una muy buena persona.
¿Señor?
¿Cómo vas a creer? Es un policía de cuarenta y dos años…
Hasta ese punto yo había visto a Clementina con otros ojos: una jovencita trastornadamente
enamorada y a punto de contraer matrimonio con su príncipe azul, un apuesto joven militar.
Yo honestamente pensaba que ella estaba sinceramente enamorada o que al menos estaba
muy aferrada a esa relación, pues aparentaba ser una relación seria. El hecho que ella tan
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casualmente me comentó que habían terminado—sin ella expresar ningún pesar—me hizo
pensar otra cosa.
Até cabos y recordé un incidente cuando ella comentó en son de broma al escuchar una
canción de José José, “He renunciado a ti”. Eso era lo que le iba a pasar a su novio dijo, pues
este hombre no estaba cumpliendo como ella deseaba:
-
-
Ay, - dijo Clementina—¡“He renunciado a ti” es lo que le voy a decir a mi novio si no
anda listo! Ja, ja, ja.
¿Sí? No sabe lo que le aguarda, ¿eh?
Ay él me ve sufrir buscando trabajo y lo único que me ofrece es que me vaya a vivir con
él…
Oye, Clementina, pero a la mejor él quiere casarse contigo y tú no lo sabes. Por
experiencia propia te puedo decir que el matrimonio es un tema que le pone la carne de
gallina al más macho…
Sí, tal vez.
Deberías de ver las cosas del punto de vista de él como hombre. A la mejor quiere
casarse contigo, pero al mismo tiempo le da miedo. Y si él te propone que se vayan a
vivir juntos y que al cabo de seis meses hablen de matrimonio, ¿eso no sería
aceptable?
Clementina pausó en su pensamiento unos segundos y luego respondió casi con enojo:
-
¡Ay, nooooo!
Yo suprimí una carcajada y pensé en silencio: “¡Ella teme que después que el chavo se haya
dado el gran “banquetazo” durante seis meses, es muy peligroso que él salga corriendo y que
se escape por el patio trasero!”
En este punto llegué a la conclusión que Clementina le había dado un puntapié a su novio
después de un año de la relación, al este no ofrecer matrimonio. Por lo tanto ahora ella había
optado por buscar alguien más. Y ahora, ella había elegido intencionalmente un señor de
cuarenta y dos años pues era más probable que este señor ofrecería matrimonio.
La conclusión mía fue que en realidad ella buscaba un acta de matrimonio para poder
conseguir residencia permanente en Canadá. Así de sencilla era la realidad.
Debido a que yo estaba tomándole afecto a ella como persona, al ver que ella era una jovencita
decente, inteligente y luchadora, con todos los deseos de triunfar y salir adelante con su vida,
decidí averiguar un poco más al respecto y tal vez aconsejarla, pues he conocido de muchos
desfalcos, fracasos y amarguras con gente que intenta sacar residencia por esa vía.
Por un breve instante se me ocurrió prestarle mi firma para dicho trámite, pero descarté esa
idea casi en el acto por razones que daré posteriormente.
Decidí hacerle algunas preguntas para averiguar si mis impresiones estaban en lo cierto:
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Clementina, ¿te conté que estoy grabando música con un amigo nicaragüense quien
está a punto de traer a su novia de Nicaragua?
Sí… - contestó ella, absorta en su computadora, a penas prestando atención.
Pues este trajo a su prima hace unos años y se casó con ella, y de esta manera le sacó
residencia a su propia prima. Ahora tiene que concretar el “divorcio”, volver a casarse, y
de nuevo traer a su legítima esposa. Yo creo que esta vez le puede costar caro, pues ya
dos veces seguidas con el mismo cuento, el ministerio de migración a la mejor va a
entrar en sospechas.
Mmmhh… - respondió ella, a penas escuchándome, pues estaba más interesada en
chatear con su Iphone.
Y a ti, ¿te interesa quedarte en Canadá?
Ay, sí, me gustaría mucho ¿sabes? Yo en México no me siento contenta pues no soy
enteramente hispana. La gente a veces me ve mal por no ser de la misma raza que los
demás. Aquí en Canadá me siento muy a gusto, y yo ya quisiera decir que soy de aquí.
Mmmhh—continué yo—sabes que una manera de hacerlo es contrayendo matrimonio
con alguien, aunque sea falso. El único problema es que las autoridades de Migración
estudian e investigan esos casos muy a fondo. Dicen que a veces se presentan en tu
casa a las siete de la mañana y quieren confirmar que los dos están durmiendo juntos
para confirmar que es un matrimonio legítimo.
Ay pues yo no tendría ningún inconveniente en dormir contigo. El hecho que durmamos
en la misma cama no quiere decir que tenemos algo. Había pensado en pagarle a
alguien…
Sí, lo único es que ese es un delito federal, y las consecuencias por quebrantar la ley de
esa manera pueden ser muy severas.
Lo que me impresionó mucho de esta conversación fue ver que Clementina había llegado a
tomar mucha confianza conmigo al punto que ella hubiera estado dispuesta a dormir a mi lado
sabiendo que yo no le haría ningún daño. Que alguien desarrolle esa confianza conmigo es
fatal, pues hace que yo me encariñe indebidamente de la persona. Es decir, si alguien confía
ciegamente en mí, yo comienzo a reciprocar y corresponder con esos sentimientos. Y cuando
yo llego a confiar ciegamente en una persona, puedo terminar enamorándome de ella.
Enamorado de ella, ella puede destruirme…
Ya en este punto yo había comenzado a sentir aprecio por Clementina; y de hecho había hecho
uno que otro intento de conseguirle un empleo que podía conducir a un trámite para
legalizarse: un empleo en su especialización como aeromoza trabajando en el aeropuerto de
Toronto desempeñando una función algo parecida. Lamentablemente esos esfuerzos no se
concretaron en nada, parte quizá porque la persona que tenía que recomendar a Clementina
no estaba colaborando con nosotros: mi antigua amiga Minerva quien estaba al tanto de que
Clementina vivía en mi casa…
Por cierto, este incidente de dormir inocentemente a mi lado me hizo recordar a una linda
jovencita que se hospedó en mi casa unos cuatro años antes: Karen García, una preciosa
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mexicanita, inteligente y luchadora, quien casualmente también tenía veintiséis años; ella se
había ejercido como abogado en México.
Esta niña, Karen, llegó a tomarme una gran confianza.
Una noche tuve que cambiarle las ropas una vez que se emborrachó toda al punto de quedar
toda vomitada. A fin de llevarla de emergencia al hospital, le cambié sus ropas. Y a pesar que
ella supo al siguiente día que yo había sido el que la despojó completamente de su vestimenta,
ella no me tomó desconfianza y no se fue de mi casa. Ella siguió viviendo en mi hogar, y de
hecho tomó mucho más confianza que anteriormente, pues a partir de ese punto ahora salía de
su dormitorio… ¡portando solamente una toalla que más bien le quedaba de mini-falda!
Estos fueron los gestos que me halagaron mucho pues lo que esto a mí me decía era que ella
sabía que estaba en buenas manos, bien cuidada con un caballero que jamás le haría algún
daño.
Afecto y celos… indebidos
Volvamos al tema de Clementina.
Lamento confesar que en este punto de la amistad con Clementina, empecé a tomarle afecto
indebidamente. Empecé a sentir atracción por ella.
Usualmente, cuando ella regresaba a casa a deshora de la noche, ella solía dejar las llaves en
la cerradura de su puerta. Una noche observé que las llaves no permanecían en la puerta como
de costumbre. La mañana siguiente, llegué a la conclusión que ella había pasado la noche con
el policía que la andaba pretendiendo. Debo admitir que experimenté cierta desilusión y sentí
por primera vez, un vacío en el estómago. En otras palabras, tengo que confesar que yo estaba
desarrollando sentimientos indebidos por ella; de hecho sentí celos.
Mas yo estaba sufriendo en vano. Esa mañana, por eso de las diez de la mañana, Clementina
salió de su dormitorio con una expresión casi de enojo, pues yo, pensando que ella no estaba
en casa, me había puesto a cantar en la ducha, poner la música a todo volumen en mi
dormitorio, cocinar bulliciosamente, al punto que el detector de humo se había activado.
Le pedí humildemente disculpas a Clementina, que no solo me reprochó haberla despertado,
sino que también me encaró que yo me había comido su brócoli que ella había comprado para
prepararse una crema de brócoli. Avergonzado me disculpé y luego le reemplacé su brócoli. En
ese punto ella compartió algo conmigo que me dio qué pensar:
-
¿Sabes? Yo había decidido que tú te ibas a comer ese brócoli. Tal como lo tenía
pensado, así sucedió.
En ese momento recordé que en secreto, yo estaba comenzando a desarrollar sentimientos
indebidos hacia ella. ¿Será—me dije en silencio—que ella decidió también “otras cosas”, y que
en realidad yo soy una mosca que está cayendo inocentemente en una telaraña?
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Recordé algunos de los comentarios que ella a veces lanzaba al aire, el que más sobresalía
cuando gritó que deseaba cometer el pecado “original”. Anteriormente me había comentado
que uno de sus pretendientes le había preguntado que qué ropas iba a portar esa noche, pero
que en realidad, en su mente este tipo la estaba desnudando en silencio. ¿Será que ella estaba
intencionalmente sembrando en mi mente el concepto de verla desnuda? Luego recordé un
comentario que ella hizo cuando yo le ayudé a mudarse a mi casa:
-
Si voy a ser pecadora, mejor voy a serlo por completo.
Posteriormente ella hizo un comentario que sembró otra idea en mi pensamiento: al yo
comentar que mi trabajo era “impredecible”, ella agregó que, igual, ella era una mujer
“impredecible” también:
-
Tan impredecible—le dije yo—que en unos meses me vas a salir con la noticia que me
invitas a tu boda…
¡Ja, no—dijo ella con un tono que casi podría interpretarse como coquetería—no me
interesa estar atada a nadie!
¿Con quién en realidad estoy viviendo Dios Mío? me pregunté en silencio. En realidad
desconozco esta jovencita a fondo. Se traerá algo entre manos, o ¿es pura coincidencia que yo
estoy empezando a fijarme en ella como mujer?
Pasaron los días. Si yo no veía las llaves en la cerradura de su puerta, el malestar en el
estómago me atacaba. ¡Qué ridículo!—me decía a mí mismo—ella aparentemente no me ha
dado motivo para que yo me ponga celoso, ni que me enamore de ella, o que desarrolle
sentimientos de esta índole…
Pensé en acercármele y pedirle permiso de pretenderla con la esperanza que iniciáramos un
noviazgo donde no habría intimidad sexual a menos que la relación se desarrollara en algo
serio, es decir, un matrimonio. Sin embargo sentí que yo iba a hacer el ridículo con tal
propuesta pues esta preciosa jovencita prácticamente podía ser mi propia hija. Por lo tanto yo
no lograba juntar el valor para expresarle mis sentimientos.
Acto de insolencia
Al final, decidí sacarme del pecho eso que me estaba agobiando, y decidí decirle lo que
indebidamente pasaba. ¡Qué error, pues ella malinterpretó mis palabras pensando que yo
estaba intentando seducirla así toscamente como si ella fuera una mujer ordinaria!
Una noche cuando nos encontrábamos a solas en la cocina, le pregunté a quemarropa:
-
Clementina, tú no estás enojada conmigo, ¿verdad?
No… ¿debería estarlo?
Pues, no sé. Siento que a veces hago comentarios que revelan… pues, que revelan que
siento atracción por ti.
¿Atracción por mí? No entiendo, ¿qué quieres decir con eso?
Pues…. Pues que a veces siento interés en ti como mujer…
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¡Ay, ay, ay! Esa aclaración expresada con esas palabras, “interés por ti como mujer” fue un
grave error.
¡Cómo quisiera poder retroceder el tiempo para poder reformular esas palabras para que mi
comunicación no hubiese parecido tan morbosa; tan vulgar y tan descarada!
Desafortunadamente Clementina interpretó esas palabras como un intento descarado de
pedirle sexo. Y eso no era lo que yo estaba intentando comunicar. Yo simplemente
deseaba hacerle saber que yo estaba desarrollando ciertos sentimientos indebidos hacia
ella, y que esto no era correcto. No lo era correcto por la sencilla razón que yo jamás podía
verme como pareja de Clementina. Las razones de ello son tan abundantes que llenarían
páginas y páginas y más páginas de este escrito.
A pesar que Clementina no me reprochó estas palabras en el instante, ella simplemente se
limitó a preguntar si ella había hecho algo para causar que yo desarrollará tal interés en
ella. Por caballerosidad le respondí que no; sin embargo, como he revelado anteriormente,
no sé con seguridad cómo responder a tal pregunta.
Al siguiente día Clementina estaba furiosa. Me comunicó por medio de Hernando que ella
no volvería a hablarme nunca. Yo la había ofendido horriblemente y de ahora en adelante
solo me dirigiría la palabra para pagarme la renta y no más. Y si yo continuaba acosándola
con tal tema, ella se iría de mi casa.
Me sentí muy mal por este mal entendido. En realidad, yo no soy ni he sido un perro
hambriento de sexo. De hecho hay suficientes dedos en una mano para contar las amantes
que yo he tenido en mi vida; y es más, la última vez que tuve a una mujer como amante
fueron casi diez años atrás—y he llegado a la conclusión que mi vida es más productiva y
placentera sin enredarme con ninguna mujer. Por lo tanto, andar desarrollando interés,
sobre todo en una niña tan preciosa que podría ser mi hija ¡es absurdo! Eso fue lo que yo
intentaba comunicar, pero la interpretación de Clementina fue otra.
Clementina ahora andaba con la idea que yo era un perro hambriento buscando devorarla.
Iba a ser casi imposible convencerla de lo contrario, por lo tanto yo ni siquiera deseaba
aclarar las cosas con ella. Había solamente una única solución: despacharla.
Siendo así, el primero de enero le deposité bajo su puerta una suma de dinero
regresándole el equivalente de dos meses de renta más el depósito que le debía,
haciéndole saber que era preferible que se cambiara de casa, pues debido a mi
impertinencia, ya no podíamos compartir el mismo techo. Tomé responsabilidad por mis
actos, y por lo tanto, me retiré de su espacio, alojándome temporalmente en casa de un
amigo.
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El dilema de Hernando
Al iniciar una relación amorosa con esta jovencita española (llamémosle “Alejandra”), Hernando
se embarcó por un sendero turbulento, tenebroso, incierto y oscuro, para el cual necesitará
“huevos de acero” a fin de poder llegar a su destino final.
Lamentablemente Hernando no es familiar consanguíneo mío y yo estoy obligado a mantener
la boca callada. Por lo tanto no diré más al respecto.
Reflexión
Lo dije y lo vuelvo a repetir: son preciosas las mujeres. Sin su presencia este mundo sería tan
insípido, opaco y aburrido. La belleza que una mujer le agrega a un ambiente es increíble; la
felicidad que una mujer aporta a la vida de un hombre no debe subestimarse. De hecho yo
puedo decir con toda sinceridad que entre los días más placenteros de mi vida estuvieron los
tres meses que yo pasé acompañado de una linda hembrita mexicana que me decía “papacito”,
junto con sus dos preciosas hembritas que también me llamaban “papacito”.
Sin embargo, con todo respeto a las damas, en este punto de mi vida, sobretodo en el 2013, mi
vida contiene tantas metas y aspiraciones de carácter profesional, universitario, planes de
desarrollo mental y espiritual, viajes al extranjero y visitas a familiares para enmendar
relaciones familiares desatendidas, que la presencia de una dama en mi vida presentaría un
obstáculo a las actividades que tengo en mente.
Sorprendentemente, he alcanzado un nivel de felicidad bastante elevado como hombre soltero,
pero a veces he considerado ¿cómo sería mi vida con Minerva si yo estuviera casado con ella?
No hay duda alguna que yo estaría casado con mi mejor amiga, lo cual es probablemente algo
que muy pocos matrimonios pueden afirmar con certeza. ¿Mejoraría mi vida al tomar este paso
tan serio del matrimonio?
Minerva es noble, puede ser fiel, es dulce y educada. Ella posee un nivel de decencia tan
elevado que ha logrado ganarse mi amistad incondicional y toda mi confianza al punto que por
ella, como le he dicho a algunos, “yo meto las manos al fuego”.
Yo siento que yo podría caer inconsciente en sus brazos sin preocuparme que me ocurriera
algún mal al bajar la guardia de esa manera. No me cabe ninguna duda tampoco que su
presencia aportaría mucha felicidad a mi hogar. Lamentablemente, mi propio egoísmo y falta de
“agallas” me impide tomar este riesgo pues siempre existe la posibilidad que yo me arrepentiré
de haber tomado este paso tan serio—es decir el matrimonio—, y las consecuencias de
cambiar de parecer serían desastrosas; desastrosas tanto para ella como también para mí
pues me partiría el alma hacerle daño a mi mejor amiga.
En cuanto a Clementina, a pesar que ella aparentemente no me ha dado motivo de fijarme en
ella como mujer, lamentablemente las cosas se fueron por otro rumbo. Por lo tanto no puedo
mantenerla cerca; ni siquiera puedo tenerla como amiga.
13 | P a g e
Anteriormente dije que las razones por las cuales yo no debo interesarme en Clementina
podrían llenar páginas y páginas y más páginas de este escrito. Por caballerosidad hay algunas
de esas razones que jamás serán reveladas en palabras ni gestos; sin embargo hay una
explicación halagadora que no ofendería a nadie revelarla:
Clementina es mucho más peligrosa de lo que ella se imagina. Ella tiene el potencial de
mandar a cualquier hombre al alcoholismo por varios meses sin ella poner mucho esfuerzo de
su parte. Dado a que yo prefiero tomar mis copas de vino en cantidades medidas, y prefiero
conservar la cordura, espero no volver a verla nunca.
Al cerrar este capítulo de esta autobiografía siento que estaría haciendo trampa si yo no
revelara un último detalle bochornoso que he auto-observado de mi persona:
Hay ciertos aspectos de mi carácter que yo desconocía antes que Clementina llegara a mi
hogar. Sin embargo, ahora he atado cabos con una situación que aconteció en el 2001, y
puedo ver claramente la conexión con ambos incidentes:
En junio del 2001, mi primo y su esposa con sus dos hijos emigraron a Canadá. Durante los
primeros tres meses de su estadía, mientras se establecían, yo los hospedé en mi casa. La
esposa de mi propio primo en aquel entonces tenía unos treinta y seis años; una mujer
sumamente atractiva, inteligente, llevadera y de carácter encantador. ¡Creo que el lector puede
adivinar lo que voy a decir a continuación!
Me da mucha pena confesarlo, pero yo desarrollé cierta atracción indebida con la esposa de mi
propio primo. Aunque yo mantuve esto un secreto, pude detectar que la esposa de mi primo
percibió esta admiración de macho, y al irse de mi casa, a los tres meses, hizo una broma
revelando que estaba muy consciente cuales podrían ser las consecuencias si ella hubiese
coqueteado conmigo.
La lección que yo he aprendido de todo esto es reconocer humildemente que yo padezco de un
defecto: yo solo puedo tratar debidamente a las mujeres a un nivel profesional, en un ambiente
social, laboral, etc., sin ningún riesgo de desarrollar sentimientos indebidos. Sin embargo, yo no
puedo convivir bajo el mismo techo y compartir un hogar con mujeres bonitas y encantadoras.
Por lo tanto, de ahora en adelante ¡mis futuros inquilinos serán machotes o ancianitas con
sobrepeso! LOL!!!!!!!
14 | P a g e
Exilio
Hoy cumplo treinta días de haberme auto-impuesto el exilio de mi propio hogar. He tenido
tiempo de reflexionar y despejarme la mente para poder ver dónde actué mal, y qué lecciones
he aprendido para que en un futuro esta experiencia no vuelva a repetirse.
En cuanto a lo que respecta el haber permitido que Hernando introdujera a una desconocida a
mi casa sin mi autorización, esa fue una grave falta de mi parte. En una fecha futura no
permitiré que mis inquilinos cometan adulterio dentro las paredes de mi propia casa, pues,
psicológicamente, descubrí que esto repercute en mi estado mental y espiritual.
En cuanto a Clementina, definitivamente considero que fui muy sabio al haberme alejado de
ella, de no verla ni hablarle durante los últimos treinta días, y he sido muy sabio de formarme la
idea que ella ya desapareció de mi vida para siempre y que nunca más volveré a verla.
Al mismo tiempo de haber tomado esa dura decisión, debo confesar humildemente que hay
una parte de mí que se niega a permitir que ella se vaya de mi vida. En las entrañas de lo más
profundo de mi alma, algo late dentro de mí y me hace desear que ella permanezca dentro de
mi vida para siempre; casi como que me agradaría cuidarla y ver por su bienestar y felicidad…
para siempre.
Mi sentido de ética me dice que debo iniciar una nueva vida, sin embargo algo dentro de mí me
confunde y me obliga a aferrarme a aquel deseo de mantener a Clementina dentro de mi vida a
toda costa – aunque sea a la distancia; es decir, si no puedo compartir el mismo techo con ella,
por lo menos mantenerla en mi casa mientras yo me hospedo en otra parte. Sé que esta
manera de pensar es absurda, pero ¿quién dice que un hombre—con sentimientos y
susceptible a los encantos de una mujer—puede comportarse con cordura cuando una hembra
ha comenzado a hechizarlo?
Regresando a la relación adúltera de Hernando y Alejandra, ha habido acontecimientos
inesperados en los últimos treinta días. De hecho la vida de Hernando contiene tanto color que
se podría decir que el esplendor de mi vida palidece al compararme con Hernando. Por lo
tanto, dedicaré unas cuantas palabras de este escrito para resaltar lo colorido de la vida de
Hernando.
Hernando Cortez
Hernando Cortez nació en el Estado de México a comienzos de la década de los setenta. Fue
muy enamorado a tal punto que a la temprana edad de veinticuatro años se lo pescó una
preciosa princesa azteca quien le dio tres lindos retoños.
Al pasar los años las cosas en México se complicaron. El crimen, la violencia y la inestabilidad
política del país tuvieron sus repercusiones en la vida económica de cada uno de los
ciudadanos. Muchos de ellos buscaron una mejor vida en el extranjero.
15 | P a g e
Un cuñado de Hernando, nacido macho varón, pero convertido en “macho hembra” al llegar a
ser adulto—mujer transgénero, en otras palabras—decidió emigrar a Canadá, país que en
aquel entonces, es decir en el 2007, no le exigía visa a los ciudadanos mexicanos. Siendo una
sociedad tan liberal, Canadá recibió con brazos abiertos a esta mujer transgénero facilitándole
su transición a esta nueva cultura.
Impulsado por el éxito de este “señor-señora”, Hernando, junto con sus padres, se animaron a
dar el salto y emigrar, con la idea de algún día mandar a buscar al resto de su familia con el fin
de radicar en Toronto.
A los cuatro años de residir en Toronto, es decir en el 2010, por azar del destino Hernando
Cortez encontró mi casa. Siempre fue un hombre muy dedicado a su familia—hasta el día que
conoció a una mujer.
Alejandra Toledo
Alejandra Toledo es una jovencita de veintiocho años oriunda de España, país donde contrajo
matrimonio con un emigrante ecuatoriano. Ambos vieron el nacimiento de un lindo niño quien
por estos tiempos andará cerca de los ocho años. Por azar del destino Alejandra llegó a
Toronto con la idea de que su esposo le siguiera en una fecha futura. Durante su estadía en
Toronto ella se hospedaba casualmente en el mismo edificio donde yo vivo con Hernando,
quien es uno de mis inquilinos. Alejandra se hospedaba con parientes de su marido.
Por razones desconocidas, las cosas se agriaron entre Alejandra y sus anfitriones en Toronto.
Estos deseaban regresarla con su marido en España; sin embargo esta se negaba a regresar
por aparentemente un temor a que este hombre iba a maltratarla psicológicamente, o peor,
hacerle real daño físico. Los detalles concretos jamás han salido a la luz, pero el punto es que
el bienestar e integridad física de Alejandra peligrarían si a ella se le obligara a regresar a
España con su marido. Bajo estas circunstancias, Alejandra conoció a Hernando.
Un día, mientras Hernando lavaba sus ropas en la lavandería del edificio, Alejandra entró. Se
saludaron, y pronto entablaron una conversación amistosa. La química entre ellos arrancó
desde el comienzo al punto que intercambiaron número de teléfono, y posteriormente esto
condujo a algunas salidas a cenar y disfrutar de la vida nocturna de Toronto.
Para mediados de noviembre del 2012 las cosas se habían agriado tanto entre Alejandra y sus
parientes donde se hospedaba que la situación se volvió insoportable. Posiblemente los
anfitriones hayan descubierto que Alejandra había iniciado un amor prohibido con mi inquilino
Hernando, y esto no les cuadró en absoluto puesto que Alejandra era la esposa del señor
familiar de ellos quien residía en España.
Siendo así, Hernando, sin consultarme a mí, decidió “robarse” a esta jovencita introduciéndola
a mi casa sin solicitar mi permiso.
16 | P a g e
Falta de prudencia
Lamento confesar que cuando Hernando compartió conmigo que su novia estaba en su
habitación, yo simplemente asentí con la cabeza con indiferencia. No le pregunté que dónde la
encontró, bajo qué circunstancias, y cuáles eran sus planes en el largo plazo debido a que él
era casado con hijos en su país natal. Aunque pareciera que hacer preguntas de esta
naturaleza sería indebido debido a que eso a mí no debería importarme, con el pasar de los
días se reveló que estas imprudencias en ética y moralidad por parte de Hernando al final
repercutieron en mi vida. Llegó un punto que no tuve otra opción que intervenir pidiéndole que
se fuera de mi casa.
Unas dos semanas antes de que Hernando introdujera a Alejandra a mi casa, Hernando me
pidió cien dólares prestados. Debido a que esto era una suma tan insignificante, sin titubear se
los di. A la semana de esto, él me pidió prestados el doble de esa cantidad. Le pregunté en un
tono casual que qué ocurría y me comentó entonces que le estaba ayudando a una “amiga”
con unos trámites legales. A la semana de esto él trajo a esta “amiga” a vivir a mi casa. Para
entonces se acercaba el fin de diciembre.
Antes que se cumpliera la fecha para pagar la renta de enero, Hernando compartió conmigo los
“desmadres” que habían estallado en su vida: se encontraba en una verdadera crisis financiera
porque él le había confesado a su esposa que se había metido con otra mujer. Su esposa, al
recibir esta noticia, aparentemente sacó el dinero de todas las cuentas bancarias dejándolo
prácticamente en la calle. Siendo así, Hernando me pidió una extensión para cancelarme la
deuda acumulada, más me comunicó de antemano que se retrasaría con la renta de enero.
Accedí a esta proposición, pero debo confesar que me turbé un poco con esta noticia.
Luego esto no era todo. Su mujer, quien había estallado en furia, les había contado a sus
amigos y parientes que Hernando la había traicionado. “Alguien”, cuya identidad se desconoce,
amenazó a Hernando con matarlo por haber cometido dicho acto de traición. Hasta la fecha
Hernando desconoce la identidad de tal persona, pero se sabe que la amenaza vino de una
llamada telefónica de México.
Siendo el propietario del hogar donde Hernando vivía, y sintiéndome responsable del bienestar
de todo inquilino hospedado en mi casa, le comuniqué confidencialmente a uno de mis
inquilinos, (el italiano “Tony”, mi más fiel y antiguo inquilino), que Hernando tenía problemas
debido a su relación ilícita, y ahora había recibido una amenaza de muerte. Aunque la
posibilidad era remota que alguien llegara a nuestra casa empuñando un arma de fuego, existía
la posibilidad que la vida de cada uno de nosotros peligrara. Por lo tanto, puse a Tony al tanto
dándole la opción de irse de mi casa si él así lo deseaba. Tony confesó sentirse turbado con tal
noticia, pero optó por quedarse bajo una condición: que yo despachara a Hernando junto con
su novia pues al fin y al cabo, él tampoco estaba de acuerdo con la relación adúltera que se
realizaba en nuestro propio hogar.
17 | P a g e
Otro Psicópata
Dado el sobresalto que me dio la noticia de Hernando, y al él no poder darme información
concreta en cuanto a la fuente de esta amenaza de muerte, decidí investigar un poco más a
fondo su relación con Alejandra y remover las cosas para ver que “gatos saltaban a la vista”.
Tal vez Hernando me estaba ocultando información y la amenaza provenía por parte de la
familia de Alejandra…
Supe por medio de Hernando que Alejandra tenía familiares, amigos y conocidos en el edificio.
Decidí encontrarlos para que me dieran información y así poder actuar como era debido. Mi
primera fuente de información provino de un empleado hondureño del edificio quien se ocupaba
del aseo. Él era conocido de Alejandra y sabía un poco de su situación. Me dio el nombre de
otro ecuatoriano que también era conocido de ella, y al final, descubrí que en mi propio piso
habían unas personas que también eran parientes de los anfitriones de Alejandra. De hecho
uno de ellos era conocido mío, y yo hasta tenía su teléfono celular. Le di una llamada.
Al fin descubrí suficiente información acerca de Alejandra, suficiente como para empujarme a
pedirle a Hernando que desocupara mi casa con la mayor brevedad posible. He aquí lo que
descubrí…
Alejandra tenía problemas de depresión. Nunca supe con certeza si ella había recibido
tratamiento psiquiátrico para lidiar con su problema; sin embargo en Canadá, gente enferma de
depresión usualmente se encuentra bajo tratamiento psiquiátrico. Supe que su marido en
España, es decir el ecuatoriano, era todo un ramillete de flores. Era mujeriego, alcohólico,
posiblemente drogadicto, y para colmo de males, violento al punto de ser una amenaza física
para toda mujer (u hombre) en su cercanía. Se rumoreaba que este podía cometer el acto
máximo de violencia contra una mujer.
A parte de tener un par de mujeres, además de Alejandra, este le exigía dinero a Alejandra, el
cual esta tenía que enviar puntualmente y sin falla. Con dicha situación, Alejandra se negaba
regresar con su marido, sin embargo sus parientes tenían planes de regresarla a España, lo
quisiera ella o no.
Bajo estas circunstancias, Hernando conoció a Alejandra.
Cuando Alejandra repentinamente desapareció de la casa de sus parientes—pasándose a la
mía (dos pisos más abajo, en el mismo edificio), los parientes se enfurecieron pues en primer
lugar, Alejandra estaba desobedeciendo sus deseos en el sentido que ella tenía que regresar
con su marido. Es más, ella no estaba de angelito bien portado dentro de mi casa. De hecho se
podría argumentar que ella estaba prestando servicios sexuales a fin de poder prolongar su
estadía en Canadá. Por suerte, los parientes sabían que aunque el propietario de esa casa era
yo, Marcelo Bustamante, el individuo que había cometido el “robo”, era el mexicano, Hernando
Cortez y no yo. Sin embargo, esto no me garantizaba que cuando el marido de Alejandra o sus
parientes llegaran a mi casa, ¡no había ninguna garantía que los “trancazos” no serían para mí
también por haber facilitado esta fechoría!
18 | P a g e
Siendo así, decidí romperle la noticia a Hernando que yo había llegado a la conclusión que él
tenía que desocupar mi casa tan pronto llegara el fin de mes; es decir, el treinta y uno de enero.
Conversación con Hernando
A los tres días de estar “exiliado” de mi propia casa, llamé a Hernando para romperle la noticia
que yo había llegado a la conclusión que él y Alejandra tenían que desocuparme a fin de mes.
Yo tenía que buscar una explicación aceptable sin tener que arrastrarlo por el suelo ni tampoco
pisotear a su enamorada:
-
-
Hernando, ¿Qué hay de nuevo?
No mucho
¿Qué haces?
Acabo regresar del trabajo y estoy cocinando
Y ¿las chicas?
Por acá…
¿Me imagino que Clementina sigue igual de “encabronada” conmigo debido a lo que le
dije?
Pues, tú sabes… tú sabes cómo son las mujeres.
¿Tú sabes que debido a mi impertinencia le di tres meses de renta de regreso para que
se fuera si eso es lo que ella desea no?
Sí, me comentó algo así…
Bueno, mira, por respeto a ella, yo opté por venirme a vivir a otra parte; de hecho estoy
acá “downtown” en un condominio de Bloor y Bay, hospedado con un viejo amigo…
Wau, Bloor y Bay, conozco el área, son calidad de condominios.
Sí; este lugar tiene piscina, jazuzzi, gimnasio, sauna ¡todo es de cinco estrellas!
Qué bien…
Mira, cambiando de tema, hay algo que tengo que hablar contigo…
Dime…
Te voy a contar una pequeña anécdota…
¿Mmh?
Hace veinticinco años mi mamá se metió con un hombre casado e iniciaron una relación
adúltera. Con el tiempo ellos decidieron que ambos iban a contraer matrimonio, y este
hombre iba a abandonar a su esposa con sus hijos menores de doce años. Esto me
pegó muy fuerte al punto que yo terminé peleándome con el hombre este, y finalmente,
le dije a mamá un montón de cosas. Al final, la única opción que tuve fue de empacar
mis maletas y abandonarlos a ellos para siempre viniéndome a vivir aquí en Toronto,
lejos de todo miembro de mi familia donde yo no tuviera que ver a mi madre.
Mmh….
Luego, hace unos años, al estar acá en Toronto, conocí a una señora con quien casi
desarrollé una aventura amorosa. Sin embargo tuve la disciplina de no caer en el
adulterio por una sencilla razón: esta señora tenía compromiso con otro hombre, y yo
me hubiera sentido muy hipócrita que había tratado a mi mamá de la manera que la
traté, y ahora yo me daba la vuelta para hacer lo mismo…
19 | P a g e
-
-
-
Ya veo – respondió Hernando, viendo tal vez el punto de mi conversación.
Hernando, yo creo que tú más o menos ves a dónde voy con toda esta conversación y
ves el motivo de mi llamada…
Sí, comienzo a entender…
Te tengo que confesar que la relación que tú mantienes con Alejandra, siendo tú casado
y con hijos, me está trayendo muchas memorias amargas de mi niñez. De hecho me
está afectando psicológicamente…
Sí, sí, entiendo. Mira Marcelo, estábamos hablando con Alejandra que tu lugar no nos
conviene. De hecho estábamos pensando irnos a fin de mes.
Excelente. Yo no estoy interesado en hacerte la vida imposible Hernando. Sé que tú
estás pasando por una crisis financiera por el momento. Por lo tanto, no me canceles la
deuda completa de los $700 dólares este mes. Dame la mitad, y el resto, úsalo para
pagar tu renta en tu nuevo lugar. ¿Te parece?
Sí, eso me ayudaría mucho, Marcelo. De hecho, yo voy a permanecer en Toronto, por lo
tanto no te preocupes por tu dinero.
No estoy preocupado. Buena suerte entonces. Nos vemos por ahí.
Okey, Marcelo. Gracias.
Regreso a Casa
El resto de mi estadía en “el exilio” fue relativamente sin novedad. Mi amigo de antaño, Mike
Browne, me recibió en su casa como un hermano. Él se enteró en todo detalle de la situación
que se había desarrollado en mi vida, y jamás me regañó ni me criticó por mi conducta. Cuando
vio necesario presentarme su punto de vista que difería del mío lo hizo con mucho tacto. Hasta
la fecha, le estoy eternamente agradecido en primer lugar por haberme abierto las puertas de
su casa en un momento tan crítico, como también por haber prestado un oído para que yo
pudiera desahogar mis pesares.
Por prudencia, decidí no visitar el departamento a fin de no ver a Clementina y de alguna
manera empeorar la situación. De hecho pasaron nueve días que estuve ausente hasta que al
fin me asomé pues tenía que recuperar unos documentos.
El miércoles 9 de enero, después de nueve largos días de ausencia, decidí regresar a casa.
Llegué al umbral de mi casa por eso de las diez de la noche. Introduje la llave en la cerradura
de la puerta y giré la llave. La puerta se abrió. El corazón me latía aceleradamente pues estaba
a escasos segundos de ver a la mujer que me había comenzado a hechizar, y a quien yo le
había faltado al respeto al haberle confesado mis sentimientos que habían sido mal
interpretados como una proposición indecorosa de sexo.
Caminé lentamente por el pasillo de la entrada anunciando mi presencia con mi andar
inconfundible de “militar”. Escuché voces en la cocina. Me detuve en el umbral y saludé:
-
Buenas noches.
Buenas noches. – respondieron Hernando y Clementina casi en coro.
20 | P a g e
Hernando se encontraba de pie en sus labores culinarias. Clementina estaba sentada a la
mesa pintándose las uñas. Contestó mi saludo de manera educada y bajó la mirada para
enfocarse en su labor. Luego, en fracción de segundos alzó la mirada lentamente y me miró
casi con regocijo, similar a la manera en que una mujer halagada contempla a un hombre que
ha expresado admiración de macho por ella. En otras palabras, su lenguaje corporal dejó a
conocer que ella no estaba ofendida ni me reprochaba la manera en que le había declarado
mis sentimientos por ella. De hecho, se podría decir más bien que ella estaba sentada ahí, en
un trono, confortablemente, mirando con deleite a aquel que había confesado ser su admirador.
Yo desvié la mirada y me dirigí a Hernando:
-
Quiero hablar contigo primero.
Hernando me siguió a mi habitación donde pudimos tener un poco de privacidad. Charlé con
Hernando casi diez minutos en cuyo lapso él me dio a entender que no me pagaría mi dinero
tal como acordado, y que su decisión de abandonar a su esposa e irse con otra mujer era final,
y de hecho él no quería que yo me entrometiera en sus decisiones. Reconocí su derecho de
vivir su vida como le apeteciera, y al mismo tiempo le hice saber que él también tenía sus
límites, y uno de estos era que él no podía prolongar su estilo de vida más allá del 31 de enero.
Después de esa fecha, yo deseaba iniciar una nueva vida.
Al final, Hernando compartió conmigo que “por su propia protección” él se llevaría a Clementina
con él. Entendí claramente lo que me estaba diciendo y no me sentí ofendido en absoluto. De
hecho fue todo lo contrario. Yo, honestamente había llegado a tomarle aprecio y afecto genuino
a Clementina, y sinceramente me preocupaba por su bienestar. Por lo tanto, cuando supe que
Hernando y Alejandra deseaban velar por el bien de Clementina, recibí esta noticia con agrado.
Con eso, vi que en realidad no había ninguna necesidad de entablar conversación a fondo con
Clementina. De hecho ya no teníamos nada que hablar aparte de tal vez pedirle disculpas por
mi conducta “grosera” que yo podía ver ahora por su lenguaje corporal, no había causado
mayor impacto emocional en ella. Por lo tanto redacté una pequeña nota pidiéndole
humildemente disculpas, y felicitándola por su decisión de irse a vivir con Hernando, pues
estaría en buenas manos. Esperando no volver a verla nunca a fin de poderla olvidar lo más
pronto posible, le deseé buena suerte y le escribí un último adiós. Esa fue la última vez que
saludé a Clementina en persona.
Al salir por la puerta de mi casa pude hacer una interesante observación: Alejandra no me
dirigió la palabra al verme salir de la habitación con Hernando. De hecho me dio una mirada
llena de odio y reproche. Entonces recordé mi última conversación con Hernando: yo le había
comunicado mi desacuerdo con la relación adúltera y había expresado mi deseo de ver que él
regresara con su esposa en México. Por lo tanto, no me sorprendió la actitud malcriada de
Alejandra, a pesar que ella era mi huésped y yo su anfitrión.
Salí de mi propia casa un poco turbado, pues yo sentía que por el momento yo no pertenecía
en ese espacio a pesar que yo era el propietario legítimo.
21 | P a g e
Expulsión potencial
Pasaron los días. El 22 de enero, una semana antes de la partida de mis tres inquilinos, decidí
comunicarme por primera vez con Clementina. Le llamé por teléfono para averiguar sus planes
y su actitud para conmigo. Sorprendentemente, el tono de su voz no comunicaba ningún
reproche. Aceptó mis disculpas por habérmele declarado de manera tan “grosera”, y me hizo
saber que sí, de hecho tenía planes de irse a fin de mes tal como yo lo había solicitado; sin
embargo se había presentado una traba en el último momento: Hernando le había pedido
“prestados” los $600 dólares que yo le había regresado para compensarla por el daño de
pedirle que se fuera.
Ahora, Hernando aparentemente se había ya gastado ese dinero y ella no disponía de los
medios financieros para irse a fin de mes. Sentí compasión por ella. Clementina en realidad,
era a cierto grado una chiquilla ingenua e inocente que había sido mimada y tratada con
gentileza toda su vida—por lo que yo podía observar. Ella obviamente había puesto su
confianza en Hernando y este, por todas las apariencias, se estaba aprovechando de su
inocencia e ingenuidad. Esto lo tomé muy a pecho pues, sinceramente, que alguien le hiciera
daño a Clementina me era muy, muy, muy, inaceptable.
Pensé por un momento cómo proceder y le sugerí que le pidiera el dinero a Hernando
haciéndole saber que ella se iría sola a vivir a algún otro lugar. Lamentablemente esa no era
una opción pues Hernando le había hecho saber que él no disponía de fondos en absoluto y
por las apariencias, él no tenía los medios para irse a fin de mes tampoco.
En otras palabras, me dije yo, según él, Hernando no permitirá que yo me inmiscuya en sus
asuntos, pues yo no era “ni arte ni parte” ni familiar consanguíneo de él, sin embargo él seguirá
metido en mi casa llevando a cabo sus actividades de poligamia y adulterio sin yo poder fruncir
el ceño— ¡qué equivocado estaba Hernando! pues ahora él iba a verme convertirme en una
verdadera fiera…
Él iba a aprender quién soy yo cuando alguien abusa de mis amistades; sobre todo de la mujer
que me tiene hechizado, y sobre todo cuando alguien lleva a cabo actividades pecaminosas
que no me cuadran en mi propia casa...
Al colgar el teléfono con Clementina me puse a reflexionar cómo proceder. Nos encontrábamos
en pleno invierno con temperaturas por debajo de cero en la ciudad de Toronto. Por lo tanto
echarlos a los dos—Hernando y Alejandra—cruelmente a la calle simplemente no era una
opción.
Me era difícil de creer que en cuestión de días Hernando se había gastado los $600 dólares
que Clementina le había dado. Además, Hernando no me había pagado renta en todo el mes
de enero, por lo tanto, él tenía que disponer del salario de todo un mes en sus manos. Decidí
averiguar detrás de sus espaldas para ver qué es lo que él hacía con su dinero. A la mejor él
tenía un manojo de billetes escondido bajo su colchón para algún propósito que no le estaba
revelando ni a Clementina ni a mí mismo…
22 | P a g e
Decidí comunicarme con su esposa en México para sacar información.
La esposa desquiciada
Un día, al llegar a casa busqué en su página de Facebook el nombre de su esposa y le envié
un simple mensaje:
“Confidencialmente, necesito hablar con usted.”
“¿Me puede llamar o darme un teléfono donde yo pueda comunicarme con usted?”
Sorprendentemente, su esposa, Maria Antonieta respondió en el acto. Ella resultó ser una
mujer muy agradable de carácter. Era extremadamente humilde y en cuestión de minutos ella
se había ganado toda mi simpatía por la grave situación que estaba pasando en su vida.
Charlamos quizá por más de una hora, tiempo que ella aprovechó para desahogarse y
hacerme saber que ella deseaba por todos los medios de rescatar su matrimonio pues
Hernando para ella representaba más que su propia vida. Este había sido el amor más grande
de su vida; de hecho su primer y único amor, a quien ella había permanecido fiel por los últimos
seis años de su ausencia.
Me confesó que cuando Hernando le rompió la dura noticia que él ya no la quería y que se
había metido con otra mujer, ella estalló en alaridos de llanto cayendo al suelo sin importarle
que sus tres hijos presenciaron tanto dolor y amargura. De hecho se le cruzó por la mente
quitarse la vida; sin embargo la presencia de sus tres hijos la hizo cambiar de parecer, pues
estos la necesitarían ahora más que nunca.
Al fin averigüé que de hecho Hernando no le estaba enviando dinero tampoco a ella. En otras
palabras, Hernando estaba acumulando una fuerte suma de dinero para algún propósito no
revelado, o él posiblemente le estaba pasando todo ese billete a su nueva mujer…
De una manera u otra, la palabra “expulsión” se me vino a la mente.
Vuelvo a repetir, tirarlos a los dos a la calle en medio del invierno simplemente no era una
opción. Con el pasar de los días una idea genial se me vino a la mente.
Refugio comunitario para mujeres
Canadá es el paraíso para toda mujer necesitada.
Solamente en la ciudad de Toronto existe por lo menos una docena de centros comunitarios
que le ofrecen ayuda a toda mujer desamparada, víctima de violencia intrafamiliar, o quien está
siendo abusada en una relación forzosa o contra su voluntad. Averiguando los servicios que
prestan estos centros comunitarios descubrí que algunos de estos se especializaban en brindar
ayuda—techo, alimento y abrigo—a mujeres ilegales que, debido a su estatus migratorio
estaban siendo víctimas por parte de algún marido o pariente. ¡Diablos!, ¡en este centro
comunitario les proveían un abogado gratis para tramitar su legalización en Canadá!
23 | P a g e
El caso de Alejandra me vino inmediatamente a la mente.
Alejandra había llegado a mi casa huyendo del doce piso donde sus parientes amenazaban
enviarla de regreso a España donde su vida peligraba pues su marido era un verdadero
psicópata con un récord comprobado de agresión conyugal. Nada más con esto ella
posiblemente calificaba para ser admitida en este centro.
El único problema que yo veía era que quizá ambos iban a negarse ir a un centro comunitario a
pedir ayuda pues ser calificada como “mujer desamparada y necesitada” no es una alabanza
para ninguna mujer. Sin embargo ellos no tenían otra opción. La calle no era una alternativa,
como tampoco lo era permanecer en mi casa fornicando como dos adúlteros irresponsables.
Por lo tanto se me ocurrió un “plan B” en caso que uno de ellos se negara a cumplir con mis
deseos que Alejandra se hospedara en un centro comunitario para mujeres.
He aquí el “plan B” que no le iba a cuadrar a Hernando: Ya que se negaban a salir de mi casa,
yo mismo reportaría al centro comunitario que en mi propia casa había una pareja de
huéspedes que ya no eran bienvenidos ya que estaban llevando a cabo actividades ilícitas
castigadas por la ley: poligamia y adulterio.
Ambos individuos eran casados ante la ley. Es más, a pesar que Alejandra estaba entregando
su cuerpo con su consentimiento, se podía alegar ante las autoridades que ella estaba siendo
víctima pues ella no tenía otra opción. Es dudoso que Hernando le brindaría la hospitalidad y
asistencia económica que él le brindaba si esta no le estuviera dando a cambio su cuerpo. En
otras palabras, ante esta perspectiva tan cruda de las cosas, es dudoso que las autoridades
iban a ver con buenos ojos a mi amigo Hernando quien ahora había a empezado a tomar el
color de un malhechor. Con un poco de suerte, sin embargo, las cosas no tendrían que llegar a
este extremo.
Desenlace
Era ahora el lunes 28 de enero. El viernes primero de febrero llegaba en cuatro días. Esa sería
“la fecha cero” cuando algo muy dramático y quizá trágico podría acontecer en mi hogar.
Esa mañana del lunes me inventé una pequeña mentirita: le envié un texto a Hernando
haciéndole saber que un amigo mío junto con su novia habían accedido a alquilar mi
departamento y de hecho se iban a hospedar en su habitación. Mi amigo deseaba inspeccionar
la habitación esa misma noche para ver si le convenía.
Sorprendentemente recibí una comunicación de él haciéndome saber que había encontrado
alojamiento y que esto no representaba ningún problema. Clementina me envió otro mensaje
haciéndome saber que Hernando misteriosamente había “juntado” el dinero de alguna parte
para pagar el alquiler en otro lugar donde los tres vivirían de ahora en adelante.
No fue necesario desenvainar la espada ni tirar el gatillo del rifle con mira telescópica el cual
estaba apuntando directamente en la sien de mi antiguo amigo Hernando.
24 | P a g e
Retorno a casa
La mañana del viernes primero de febrero me dirigí a casa. Supe por medio de mi antiguo
inquilino el italiano “Tony” que tanto Clementina como Hernando y su novia habían desocupado
la noche anterior.
Tengo que confesar que yo no regresaba a casa lleno de entusiasmo. Mi estado de ánimo no
era de lo mejor que yo había experimentado en los mejores momentos de mi vida. Yo temía
que la ausencia de Clementina me causaría tristeza en los primeros días. Sorprendentemente
ese no fue el caso.
Al llegar a casa vi la habitación completamente vacía de Clementina. No sentí ningún pesar.
Busqué sus llaves por doquier las cuales no pude encontrar: “¡Se las llevó!” me dije a mí mismo
en silencio. A pesar que conversamos al respecto, y por mucho que ella insistió dármelas en
persona yo me negué debido a que yo simplemente deseaba olvidarla para siempre. Mi manera
de pensar era que mientras menos la viera en persona, menos serían las posibilidades de
enamorarme de ella; por lo tanto, tenía que evitar su presencia a toda costa. ¡Y lo logré!
Más tarde ese día le envié un texto a Clementina preguntándole acerca del paradero de mis
llaves. Ella confirmó que de hecho las tenía en su posesión. Acordamos que ella vendría a mi
casa a dejármelas, sin embargo había un pequeño detalle: yo no estaría ahí para recibirla y
mucho menos para despedirme de ella. El temor mío en el fondo es que, ¿qué carita iba a
poner yo al verla salir por última vez por el umbral de mi puerta? ¿Qué tal si las fuerzas me
abandonaban y en un momento inesperado yo derramaba lágrimas? Sé que es difícil concebir
que eso ocurriría, sin embargo no valía la pena correr ese riesgo.
La última nota
“Clementina,
“Muchas gracias por haberle agregado tanta belleza a mi hogar por unos cortos meses. Les
digo a mis amigos que descendió un angelito del cielo para vivir en mi propia casa”.
“Lamentablemente no pude ni supe cómo conservar tu presencia en este hogar”.
“Quiero que sepas que me caíste muy bien, y que a pesar que yo no puedo convivir bajo el
mismo techo contigo, te tomé mucho aprecio y si algún día tú llegaras a encontrarte en
cualquier apuro, cuenta con mi ayuda desinteresadamente y sin condición”.
“Yo a ti jamás podría hacerte ningún daño ni siquiera con el pensamiento. Como gesto de
cortesía por haber aceptado gentilmente mis disculpas por haberte hecho la declaración que
lastimosamente fue malinterpretada, te ofrezco esta botella de tu vino favorito la cual espero te
lleves contigo. Si te incomoda aceptar este último obsequio, entiendo. No me sentiré ofendido
en absoluto.”
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“Cuídate mucho”.
Por eso de las diez de la noche, mientras yo me encontraba disfrutando del karaoke en un bar
hispano, recibí un corto texto de Clementina haciéndome saber que ella había regresado las
llaves y me daba las gracias por todo.
Más tarde, al llegar a casa, encontré las llaves sobre la mesa tal como ella había prometido.
Tanto mi última nota como la botella de vino, estas no se encontraban más sobre la mesa.
Fin
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