RAMÓN J. SENDER, El lugar de un hombre, edición de Donatella Pini, Huesca: Instituto de Estudios Altoaragoneses y Ediciones Destino, 1998. En 1926 el joven periodista Ramón J. Sender (1901-1982) es enviado por el diario madrileño El Sol a la comarca manchega entre Tarancón y Belmonte, en la provincia de Cuenca, a realizar un reportaje sobre un célebre caso judicial. La historia había tenido su comienzo en 1910 en la localidad de Tresjuncos a raíz de la desaparición de un pastor, de la que se pretendió inculpar, sin fundamento, a dos vecinos de Osa de la Vega. Tres años después, el nuevo juez de Belmonte reabre el caso y da lugar al grave error conocido luego impropiamente como «el crimen de Cuenca»: la sentencia considera al desaparecido como asesinado y a los sospechosos como asesinos. El regreso a su pueblo de los falsos culpables, ya excarcelados, en 1924, crea una situación muy difícil, que no hace sino complicarse dos años más tarde con la inesperada reaparición del muerto resucitado. En ese momento, Sender no se limita a redactar una simple crónica de actualidad, sino que se empeña personalmente en la rehabilitación de las víctimas del error judicial. Y no se va a olvidar pronto del caso. En efecto, en 1935, vuelve sobre él para denunciar claramente, ahora en el diario La Libertad, de Madrid, lo que en 1926 «la censura de Primo de Rivera» había impedido decir: que los acusados y sus familias habían sido objeto de torturas y presiones sin cuento. Y todavía en 1939, en el primer año de su largo exilio americano, Sender publica en México la novela El lugar del hombre, en la que recrea libremen- 34.pmd 439 te la historia del caso judicial de Belmonte. Y, como hizo con frecuencia al reeditar sus obras, al volver sobre esta novela en 1958 Sender la revisa notablemente. No sólo le cambia el título, que pasa a ser El lugar de un hombre, sino que mejora aspectos de expresión del texto y modifica la misma trama novelesca. Esta segunda edición de la novela es la que, a partir de 1968, ha sido reimpresa en varias ocasiones en la colección «Áncora y Delfín», de Destino. Y es esta misma editorial la que, en colaboración con el Instituto de Estudios Altoaragoneses, difunde ahora una valiosa edición crítica de El lugar de un hombre, preparada por Donatella Pini. Al calor de la progresiva politización que vive la sociedad española, Sender había publicado en la década de 1930 diversos textos narrativos de carácter realista y que, con una intención de denuncia social o política, tenían en común el basarse en hechos próximos a la experiencia del autor. Esto le permitiría señalar al crítico Eugenio G. de Nora que la primera novela de Sender, Imán (1930), «tiene mucho de documental novelado»; que O.P. (Orden Público) (1931) es «un panfleto», y que Siete domingos rojos (1932) es «un reportaje excelente sobre el anarco-sindicalismo español». Un reportaje, desde luego, era también la serie de artículos publicados en el diario La Libertad sobre los sucesos de Casas Viejas (1933), reeditados luego en libro con el título Viaje a la aldea del crimen (1934). Eugenio G. de Nora insistía en destacar que sólo a partir de Míster Witt en el Cantón (1936) «se manifiesta con plenitud» la capacidad de fabulación de Sender. En cualquier caso, debemos tener en cuenta que la redacción de esa novela suponía tam- 12/03/2013, 9:22 440 RECENSIÓN bién fabular realistamente sobre el fondo de unos hechos históricos y a partir asimismo de unos textos previos, aunque no fueran propios. En efecto, según muestra José María Jover en su inestimable edición de esta novela (en Clásicos Castalia), la aproximación de Sender a la crisis cantonal de 1873 estuvo determinada por la lectura del libro El Cantón murciano (1932), de Antonio Puig Campillo; como también su reflexión sobre el fracaso de aquella empresa revolucionaria estuvo condicionada por la visión positiva que el federalista Puig Campillo quiso oponer a la leyenda negra contra los cantonales. Y, en fin, como veíamos, al escribir El lugar de un hombre, Sender se basaba en hechos históricos contemporáneos, de los que tenía información directa pues había tratado a los mismos protagonistas. En esos mismos hechos hubieron de basarse luego Antonio Ferres, en su novela Con las manos vacías (1964), y Lola Salvador Maldonado en su libro El crimen de Cuenca (1979) y en su guión para la película del mismo título dirigida por Pilar Miró. Pero la recreación senderiana de los acontecimientos relacionados con el caso judicial de Belmonte presenta aspectos muy peculiares. Hay que señalar, en primer término, que el autor no sitúa la acción de El lugar de un hombre en las tierras manchegas donde habían ocurrido los hechos reales, sino que la traslada a la comarca altoaragonesa del río Cinca, escenario de su propia infancia y adolescencia. En 1939 Sender, por supuesto, utiliza para la composición de su novela sus dos escritos previos sobre el asunto: el reportaje de 1926 y el artículo de 1935. Pero también se sirve de diversos textos propios, publicados en los años anteriores, en los que describe un mundo aragonés con el que, según la curiosa observación de Donatella Pini, el novelista «se encontraba vinculado profundamente en el plano vital y en el existencial, y en cuya 34.pmd 440 valoración literaria se sentía fuertemente comprometido a f in de contrapesar el andalucismo dominante entre los poetas» de la generación llamada de 1927. Esta nueva edición de El lugar de un hombre presenta un enorme valor sobre las anteriores, pues reproduce los dos escritos de Sender sobre el caso judicial de Belmonte, así como los otros, más numerosos, relativos al mundo aragonés. Podemos, así, ver en qué modo la novela de 1939 es una reelaboración de materiales propios: cómo la transposición literaria de hechos y lugares contribuye a crear libremente un mundo de ficción, pero cómo también en ciertos momentos el texto f inal es de una absoluta fidelidad al reportaje y a las otras entregas periodísticas. La historia novelesca de El lugar de un hombre encierra, en verdad, dos temas, a los que el autor no concede igual importancia. El primero es el del regreso de un hombre a su comunidad tras una larga y nunca explicada ausencia. Sender había tenido noticia de un caso de este tipo en una aldea aragonesa y lo relacionó con la historia del error de Belmonte, en la que también está presente. Es un tema de valor arquetípico general (le retour de Martin Guerre), que es planteado acertadamente en El lugar de un hombre, aunque casi sólo en sus aspectos esenciales. Sender consigue mostrar la significación de la existencia individual, de cualquier existencia, por poco importante que pueda parecer. Al reeditar la novela en 1958, el novelista declaraba, en este sentido, que «el lugar que ocupa un hombre en la vida y en la realidad de cada día es un lugar sagrado. El más insignificante de esos hombres —Sabino, el héroe de la novela— revela sin querer y como a pesar suyo la inmensa importancia que su presencia (como la de cada cual) tenía entre los demás hombres». La desaparición del presunto muerto desencadena toda clase de acontecimientos y en unas proporcio- 12/03/2013, 9:22 RECENSIÓN nes que incluso al propio personaje, desde la óptica de su existencia miserable, le parecen inconcebibles. El regreso del desaparecido al pueblo tiene también unas consecuencias que empiezan por sorprender a los mismos protagonistas. Pero, como he dicho, El lugar de un hombre encierra un segundo tema principal. Se trata de toda la materia narrativa conectada con el famoso caso judicial, y, en especial, con la tortura. Sender da mucho mayor desarrollo a este tema, que parece preocuparle más en ese momento de su vida en que llega a México en unas penosas circunstancias personales e intelectuales. El novelista se detiene en recrear la situación en que se ven envueltos los dos sospechosos del pueblo vecino al del desaparecido, acusados de un crimen sin muerto y forzados a declarar una culpa absurda. Justamente en el relato de ese drama atroz es donde estriba el mayor valor literario de El lugar de un hombre. Antes veíamos que, frente a otras recreaciones del llamado crimen de Cuenca, esta novela se caracteriza por situar la acción en tierras aragonesas. Conviene indicar ahora otro aspecto peculiar del libro. Me refiero a que Sender, a partir de sus informaciones del asunto, pero indudablemente influido también por el ambiente de la guerra civil de la que viene, se aplica a tejer una enmarañada red de implicaciones políticas y sociales en torno al caso judicial. Por cierto que los procedimientos utilizados a este fin por el novelista responden a un naturalismo muy poco sutil. La 34.pmd 441 441 toma de partido del autor ante la materia narrativa está muy a la vista, y no queda disculpada por el hecho de haber dado la voz narradora a un personaje de la historia novelesca. En la parte negativa de El lugar de un hombre tenemos que anotar el nulo desarrollo dado por Sender al relato de la vista de la causa judicial, a la que dedica apenas media página. Estamos, sin duda, ante una decisión difícil de comprender, por la trascendencia del asunto y por tratarse de una novela en la que abundan los pormenores descriptivos y narrativos de todo tipo. Y es preciso señalar, de igual modo, que las numerosas explicaciones sobre costumbres y usos idiomáticos peninsulares que Sender inserta en el texto de la novela se muestran deudoras de un realismo muy primario, muy decimonónico, y no las justifica el hecho de que el autor pudiera pensar en sus lectores hispanoamericanos. En cualquier caso, cuando en 1939 Sender refleja en su novela su irritada percepción del singular caso judicial de Belmonte, no hace más que transferir al texto el ambiente de violencia en que estaba sumida la sociedad española y del que el novelista recién exiliado no podía desprenderse. El lugar de un hombre reclama, así, nuestra atención de lectores como un vívido e intenso testimonio no sólo, del drama que significó el famoso crimen de Cuenca, sino también del cruento enfrentamiento colectivo con que España cerró su época moderna. Miguel Martinón 12/03/2013, 9:22