i nombre es Gustave Kiansumba. Nací hace 41 años en Bas

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Palabras por
el derecho de
Asilo
A aquellas personas que se
resisten al exilio. A quienes no
tienen otra opción y caminan la
tierra y sus fronteras.
A quienes defienden sus
derechos a pesar de los
pesares. A quienes lloran los
dolores y sonríen a la vida.
A quienes construyen y
protegen la dignidad.
Palabras por el derecho de asilo
Presentación de la edición actualizada 2014 del Diccionario de Asilo.
Comisión de Ayuda al Refugiado en Euskadi (CEAR-Euskadi)
Sofía Abaitua, Rosabel Argote, Patricia Bárcena, Iker Bocos, Itziar Caballero, Javier Canivell, Paula Castro, Raquel Celis,
Mónica Fernández, Zigor Gorriti, Leire Lasa, Suniva Martínez, Iñaki Ramírez de Olano, Lucila Jimena Rozas, Claudia Alejandra
Sepúlveda, Jon Solaguren, Unai Urrutia y Javier Villanueva.
Cristo 9 B – 5º | 48007 Bilbao
t 94 424 88 44 | f 94 424 5938
ceareuskadi@cear.es
www.cear-euskadi.org
Financiado por:
Lugar y año de edición: Bilbao, 2014.
Traducción al euskera: Bakun Itzulpen eta Argitalpen Zerbitzuak, S.L.
Diseño y maquetación: Erreka Multimedia S. Coop.
Ilustraciones: Asier Gallastegi.
Impresión: Gráficas IRALA.
Depósito legal: BI-413-2014.
Esta publicación se encuentra bajo una licencia Creative Commons
http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/3.0/deed.es_ES
L
as palabras de Isela, Eduardo, Sara y Gustave nos introducen en el derecho de asilo. En las
experiencias que acompañan a la persecución, a la resistencia, a la huida, a las fronteras y los
muros, a la búsqueda de un lugar seguro. Al tránsito por un mundo que prima los intereses del capital
frente a la dignidad de las personas. Pero un mundo también donde personas, comunidades y colectivos afrontan la violencia con propuestas de dignidad y buenvivir.
Estas páginas presentan y contextualizan la nueva edición del Diccionario de Asilo de CEAR-Euskadi,
herramienta de consulta para quienes trabajan en el campo de los derechos humanos, tanto a nivel
práctico como teórico, y para quienes quieren adentrarse en él.
En esta edición de 2014, el diccionario ha sido publicado en versión online y contiene terminología de
referencia vinculada al derecho de asilo y los derechos humanos, con especial énfasis en el sistema de
asilo español. Contiene tanto definiciones de los términos como un análisis crítico de los mismos relativo
al cumplimiento de compromisos con la normativa internacional de los derechos humanos.
Permite la búsqueda de términos por letras y por bloques temáticos, divididos en: Derecho de asilo;
Sistema de asilo español; Género y Asilo; Menores; Unión Europea y Asilo; Naciones Unidas y personas
refugiadas; Apatridia; Derechos humanos; Migraciones; Ciudadanía; Psicosocial.
Para acceder al Diccionario de Asilo:
www.cear-euskadi.org/diccionario
Monólogo de un exilio.
Rosa Isela Pérez.
Los ciclos del capital y las políticas migratorias.
Eduardo Romero.
Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE):
Donde convergen los sueños, la injusticia y el terror.
Sara Verdú.
Diario de Viaje.
Gustave Kiansumba.
Monólogo de un exilio
Rosa Isela Pérez
Periodista mexicana, refugiada en el estado español
L
loraba en silencio desde una de las bancas más alejadas de las ventanillas. Era una africana que
parecía haber dormido varios días a la intemperie. Yo la veía tratando de que no me descubrieran
sus ojos. Me distraje. Por un momento puse una barrera a los recuerdos que me habían endurecido la garganta.
Luego regresaba a lo que realmente importaba: mi familia estaba conmigo y eso era todo. Teníamos más de
tres horas esperando la entrevista en la Oficina de Asilo y Refugio (OAR) y el tiempo destruyó el bloque que
me había impuesto para cerrar la memoria. Todos los recuerdos se abrieron.
Pensé que en realidad todo ocurrió despacio, con la paciencia cautelosa de un engranaje de intereses, muy
experimentado.
Cuando empecé a escribir sobre las historias de mujeres desaparecidas y asesinadas, no imaginé que después de unos años tendría que irme del lugar donde nací, Ciudad Juárez. Mucho menos que me daría la
espalda alguna gente con la que trabajé.
La publicación de la versión de las familias de las víctimas, las hipótesis sobre las desapariciones y asesinatos, la negligencia y corrupción de las personas responsables de realizar las investigaciones, fueron temas
de primera plana mientras así convino a los intereses del medio de comunicación donde trabajaba. Luego
me quedé sola en la trinchera del periodismo.
Por estas publicaciones, todo el sexenio del entonces gobernador de Chihuahua, Patricio Martínez García
(1998-2004), fue de confrontación con los directivos del periódico Norte. Para mí, eso no era nada comparado con las consecuencias que viví y lo que enfrentaría en un nuevo país, lejos de mi familia, con un nuevo
comienzo, ahora desde cero, otra vez.
La mujer africana no mereció la menor muestra de interés por sus lágrimas. Estaba sola. A pesar de estar
con mi marido y mis hijos, yo me sentía igual. Tal como me vi tras la primera amenaza, aunque en un primer
momento no sentí temor. No me daba cuenta de que la vida de la gente en Ciudad Juárez no tiene un costo
político para los responsables de la seguridad. Nadie responde por nada.
A mi correo electrónico llegaban mensajes con insultos y amenazas. Algunos de ellos sólo decían: “here, the
serial killers”. Informé al director del periódico, pero no hizo nada. Ni siquiera se hizo pública la denuncia.
De las llamadas que recibió mi madre, en vano hablé nuevamente con él. Su respuesta fue que si quería lo
denunciara, pero que no tenía ningún caso porque “nosotros sabemos que los que hacen esas cosas, son
los mismos que hacen las investigaciones”. Nunca más hablé de esa situación con nadie del periódico. La
desconfianza era cada vez más fuerte en un ambiente que no está a salvo de la corrupción.
Todo empeoró después del hallazgo de 8 mujeres asesinadas en una zona conocida como Campo Algodonero, en noviembre del 2001. Con tortura, arrancaron confesiones de culpabilidad a dos hombres. Las
familias de los acusados sufrieron intentos de secuestro y asesinato. Mario Escobedo y Sergio Dante Almaraz Mora, abogados de los acusados, fueron asesinados. Previamente, este último logró la libertad de Víctor
Javier García Uribe, uno de los acusados de estos 8 crímenes, pero éste, para proteger su vida, se sumió
en el silencio absoluto tras salir de prisión. Gustavo González, otro de los acusados, murió en el penal de
máxima seguridad de Chihuahua, tras una cirugía. Su familia acusó al gobierno de haberlo asesinado.
Una campaña de desprestigio acompañó a estas irregularidades. Pero esta vez fue dirigida hacia las propias
familias de las víctimas, defensores de derechos humanos y periodistas que denunciamos la impunidad. Se
nos acusó de manchar la imagen de la ciudad con lo que llamaron “el mito del feminicidio” y de lucrarnos con
este problema. A la campaña del gobierno se unieron medios de comunicación, empresarios y directivos de
dos universidades. Fue un linchamiento público y a su vez una llamada al linchamiento.
Todo esto coincidió con la llegada de una nueva administración gubernamental y el periódico Norte cambió
su política editorial. De pronto, la violencia contra las mujeres, con suerte, ocupaba un tercer plano; en otras
ocasiones, la información que escribía era modificada. Hasta que fui despedida sin justificación.
Luego se me impuso un veto laboral. La causa, me dijeron, porque había “manchado la imagen de la ciudad
al escribir sobre el mito del feminicidio”. El mismo mensaje del discurso oficial.
Seis meses antes de ser asesinado, Sergio Dante Almaraz me dijo que directivos de Norte se habían reunido
con funcionarios del gobierno. “Negociaron. Ahora ya ni las llamadas me reciben. Entendí que en los medios
de comunicación no hay amigos. Se vendieron”. Así explico también mi despido.
De pronto, llamaron a la africana que, por momentos, me había puesto a salvo de la realidad.
Al pasar frente a mí, vi en sus ojos la misma tristeza de mi familia cuando me despidió en el aeropuerto de
Ciudad Juárez. Una escena dolorosa que no se olvida.
Yo no podía creer que me encontraba con mi marido y con mis hijos en otro país, muy lejos de donde vivíamos, que habíamos dejado todo, perdido todo. Las consecuencias de los feminicidios no sólo alcanzan
a familiares y amigos de las víctimas. Para quienes se atreven a denunciar la impunidad, de poco sirven
instituciones, nuevas leyes o discursos con promesas de justicia.
Las amenazas, que se habían acabado al ser despedida, volvieron después de enviar mi testimonio a la
Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH) en 2009, en un proceso contra México que habían
iniciado organizaciones y familiares de víctimas de feminicidios por el caso del Campo Algodonero. El juicio
estaba por llegar a su fin en esta instancia.
La CoIDH dictó medidas urgentes y provisionales a mi favor, pero el gobierno mexicano se negó a acatarlas
en dos ocasiones. No había nada que esperar de los responsables de velar por mi seguridad.
Fue una gran fortuna contar con apoyo de personas y organizaciones para poder salir de México, pero también fue indignante vivir en persona la política de simulación sobre los derechos de las mujeres, a las que el
Estado mexicano se ha comprometido a proteger.
Una mujer me llamó cuando ya casi cerraban la OAR. Escribió lo que relaté sin inmutarse. Un año después,
la respuesta a mi solicitud fue afirmativa, pero el panorama aún era incierto en términos de integración laboral. Y sigue siéndolo.
En el tiempo que llevo en este país, he visto los rostros de muchas otras mujeres de distintos países, como
el de aquella africana, con la misma tristeza, con la misma vulnerabilidad, arrastrando historias de violencia
y luchando por salir adelante en un país que no es el propio. Y pienso, ¿cómo puede ocurrir esto con tantas
leyes, con tantos discursos e instituciones que protegen a las mujeres? El tiempo que ha tomado construir
este entramado de injusticias ha sido largo, igual que lo que está tomando revertirlo.
Los ciclos del capital y
las políticas migratorias
Eduardo Romero
Miembro del Grupo de Inmigración de Cambalache
E
n el estado español había doce millones de personas asalariadas en el año 1994. Trece años después, había veinte millones.
En el estado español había un millón de inmigrantes en el año 2000. Ocho años después, había casi seis millones.
En el estado español se desarrolló durante este período –y aún sigue vigente– una política migratoria caracterizada por la militarización de la frontera exterior, la restricción del derecho de asilo y la instauración de un
estado de excepción contra la población inmigrante en el propio territorio del Estado: masivas y omnipresentes
redadas racistas, humillaciones en los calabozos, Centros de Internamiento de Extranjeros y macabros vuelos
de repatriación son algunos de los elementos de esta política.
Además de negar la existencia de buena parte de estos dispositivos represivos, el Ministerio del Interior –pero
también los grandes partidos políticos e incluso los sindicatos mayoritarios– siempre han defendido que la
función del Estado es controlar los flujos migratorios y promover una migración ordenada. Para eso, supuestamente, existen los controles.
Asomada a los medios de comunicación, la mayor parte de la población asiste a estas prácticas y a estas
argumentaciones como si la política migratoria española y el propio hecho migratorio fueran una novedad para
el capitalismo europeo. Y, sin embargo, la Historia nos ofrece claves para analizar este proceso y para desenmascarar las verdaderas intenciones de los sucesivos gobiernos españoles que han abordado el “problema
de la inmigración”.
La movilidad de la población en el capitalismo es un elemento necesario para engrasar el sistema. Junto al desarrollo tecnológico –que sustituye a las personas por “máquinas” y, por tanto, crea desempleo– y el estímulo
al crecimiento poblacional, las migraciones internas (generalmente en forma de éxodo rural) o las migraciones
internacionales han sido uno de los mecanismos para generar una oferta de población obrera no sólo suficiente
sino incluso abundante, por encima de las necesidades medias. En épocas de expansión de la producción,
este exceso de población dispuesta a trabajar se convierte en imprescindible para el proceso de acumulación
capitalista.
El pionero proceso de industrialización británico así lo demuestra: en la segunda mitad del siglo XIX la población
campesina, una vez cortocircuitada la posibilidad de mantener sus formas de vida ligadas a la tierra, acudía
a las ciudades en busca de un jornal en las fábricas. Sin embargo, no llegaba en suficiente cantidad para alimentar el rápido proceso industrializador y urbanizador. Cientos de miles de migrantes procedentes de Irlanda
fueron entonces reclutados: la diferenciación entre la clase obrera británica y la irlandesa permitió además
explotar de forma aún más miserable a esta última, e incluso señalarla como enemigo interno culpable de la
pobreza, el desempleo, etc.
Más adelante, antes de la Primera Guerra Mundial y en el período de entreguerras, podríamos señalar numerosos ejemplos de la utilización de la fuerza de trabajo inmigrante en Francia, Suiza, Alemania y otros países
europeos. Pero es probablemente el momento inmediatamente posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial
el que nos permite vislumbrar con mayor nitidez la importancia de la movilidad de las personas para alimentar
procesos de acumulación capitalista: el crecimiento económico de la Europa Occidental en el cuarto de siglo
inmediatamente posterior a la guerra –los llamados Treinta Gloriosos– sólo fue posible gracias a la succión de
millones de inmigrantes procedentes principalmente del Sur de Europa y de las colonias y excolonias francesas
y británicas. Aunque se montaron oficinas de reclutamiento y selección en los países de origen, una porción
muy importante de las migraciones fue de carácter clandestino. La política migratoria europea se movió entre las “políticas de repoblación” que, por ejemplo en Francia, impulsaron la presencia de mujeres argelinas
dispuestas a producir hijos e hijas para la fábrica europea; y el impulso de la inmigración de ida y vuelta, los
gasterbeiter que obtenían trabajo en Alemania a condición de comprometerse a marcharse al fin del contrato.
Con la llegada de la crisis en los años 70 –como ahora– se multiplicaron las voces que exigían la repatriación
de la población inmigrante sobrante.
Estos hechos no nos son ajenos. Una buena porción de esas migraciones procedía del estado español –unos
dos millones de personas se fueron a otros países europeos en esa época–. Su éxodo fue complementario al
de millones de personas que, dentro del Estado, abandonaron los pueblos en busca de un salario y otra vida
en la ciudad.
Estas migraciones que cruzaban la frontera de camino a otros países pueden ilustrar, precisamente, el papel jugado por la población inmigrante en el estado español durante el período de auge que se terminó en
2007. Ante la política de externalización de fronteras, la recurrente violencia en las vallas de Ceuta y Melilla, el
achicamiento del derecho de asilo o el endurecimiento de las rutas migratorias marítimas, nos hemos sentido
tentadas en ocasiones a describir la política migratoria como una política de cierre de fronteras, representada
por la metáfora de la Europa fortaleza. Sin embargo, la población inmigrante se multiplicó casi por seis en los
primeros años del siglo XXI. Los enormes beneficios del auge económico se basaron no sólo en la burbuja especulativa sino en la explotación masiva del trabajo asalariado, tanto en el mercado legal como en la economía
sumergida. Los instrumentos represivos de la política de extranjería, lejos de parar u ordenar los flujos migratorios, facilitaron la “invención” de un trabajo barato al servicio del capital español, principalmente en sectores
como la construcción, la hostelería, la agricultura bajo plástico y, en el caso de las mujeres migrantes, también
en el trabajo de cuidados, asumido casi exclusivamente por mujeres en una sociedad patriarcal.
Esta política migratoria ha sido una política de eternización del desarraigo. A través de la persecución a las
personas sin papeles y mediante un sofisticado sistema de aprobación y renovación de permisos de residencia ligados a la obtención de un trabajo, las y los migrantes pasan largos años –o incluso décadas- bajo la
amenaza de ser expulsadas o de caer en la clandestinidad sobrevenida (en el caso de no cumplir los requisitos
para las renovaciones). De ese modo, la expulsión de unas 11.000 personas al año y el encierro en Centros
de Internamiento de Extranjeros de otras decenas de miles, en vez de ser medidas de control de los flujos
migratorios –como nos vende la propaganda oficial-, son en realidad un amenazante peso sobre los hombros
de todas las personas migrantes que, en algún momento, pueden llegar a sufrir esa situación. Las redadas y
expulsiones son instrumentos ejemplarizantes para asegurar el disciplinamiento de la población migrante, su
disposición a cumplir el papel que les ha sido dado: convertirse en “pobres diablos dispuestos a vender su
pellejo por un mísero jornal”. Por ello, las leyes de extranjería han sido también una especie de reforma laboral
encubierta para garantizar la sumisión y la precariedad de millones de personas.
Tras más de un lustro de crisis económica, y a pesar de que aumentan las voces oportunistas que piden que la
población migrante se vaya porque ya no la necesitamos, el hecho es que la mayor parte de ella permanece en
el estado español. Los flujos migratorios se han ralentizado mucho, e incluso se han invertido, y hay un cierto
retorno sobre todo a aquellos países de origen que ofrecen nuevas oportunidades socioeconómicas. El papel
de fuerza de trabajo precaria se manifiesta en la forma en que se han disparado las tasas de desempleo de los
y las migrantes, muy por encima del ya de por sí elevadísimo desempleo de la población autóctona. Pero, tal
y como ocurrió en Europa Occidental en los años setenta del siglo XX, mucha gente lucha por quedarse y por
reagrupar a su familia, pues la crisis impacta igualmente en sus lugares de origen.
Centros de Internamiento de Extranjeros
Donde convergen los sueños,
la injusticia y el terror
Sara Verdú Vila
Campaña por el Cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros, CIEs NO
O
cultos en los espacios más recónditos de nuestras ciudades, acechan los centros de detención de
migrantes irregulares. Espacios donde se encierra a las personas por el simple hecho de no tener
papeles. Espacios que intentan mostrar al mundo que no todos los hombres ni todas las mujeres son iguales
en dignidad y derechos. Fábricas de miedo. Su existencia muestra la huidiza presencia de los clandestinos
en la ciudad-frontera. Huyen de redadas racistas donde la Policía Nacional les detiene por su color de piel,
por el hecho de no tener papeles. Huyen de ser criminalizadas.
De este modo, las personas sinpapeles quedan arrojadas a los instintos más bajos de la máquina del capital.
La máquina que se sirve de ellas para mermar, hasta anular, los derechos de la clase trabajadora 1. La denuncia de las condiciones de explotación sólo incrementará el riesgo de que aquellas personas venidas de lejos,
huyendo del hambre, el despojo, la persecución, la guerra o la pobreza impuesta, sean arrojadas de nuevo
-expulsión mediante- al mar de la muerte y la injusticia.
Los CIE son un eslabón en la cadena de represión contra las migraciones, que comienza con la violencia
en la frontera: “que nadie venga, que nadie pase”. Prosigue con la violencia de las redadas por perfil étnico:
“quien venga sin permiso será descubierto”. Continúa con el propio encierro en los CIE: “quien venga sin
permiso será castigado”. Y culmina con las violentas expulsiones de los vuelos de repatriación, o vuelos
de la vergüenza, cuya implacable lección pretende adoctrinar a quienes sientan la tentación de mejorar sus
condiciones de vida: “arriesgarse a venir no sirve de nada, la persona que llega es descubierta, encerrada y
expulsada”.
Este mecanismo de identificación, de encierro en cárceles nacidas de espaldas a la Justicia y el Estado de
Derecho, y de expulsión, insiste en sumergir a las personas en el mar de la infamia y la ignominia. Pero mien1
La actual legislación de extranjería exige a las personas sin documentación dos o tres años de estancia irregular para poder conseguir los papeles que autorizan a
residir y trabajar en el Estado español. Es el tiempo de los no derechos, donde ninguna persona denunciará las condiciones de explotación laboral a las que pueda estar
siendo sometida por miedo a ser detenida o expulsada. Mientras tanto el virus de la explotación y la no exigencia de derechos a cambio de mantener un trabajo irá
contagiando tanto a migrantes con papeles como a personas autóctonas.
tras la lógica de la política de las fronteras criminaliza -con nuestros impuestos- la migración clandestina, ellas,
los otros, los sinderechos, las desechables, sueñan con sobrevivir.
A pesar de ese ensordecedor silencio cómplice de una sociedad que se empeña en categorizar seres humanos, las y los internos de los CIE no están solos. A su lado alzan la voz asociaciones, movimientos sociales,
algún partido o sindicato e incluso algún sector de la judicatura que claman por el cierre de estos centros.
Calificados como paraísos de la impunidad, el oscurantismo, la opacidad y la indefensión, en estos no-lugares las víctimas de violaciones de derechos fundamentales no tienen acceso al debido proceso judicial. En
estos no-lugares se niega la entrada a medios de comunicación, a la Sindicatura de Greuges 2 o incluso a la
propia judicatura 3. Son lugares donde una persona no puede defender los derechos que como ser humano
-con o sin papeles- le corresponden.
Son múltiples los informes de todo tipo de instancias que documentan las violaciones que tienen lugar en
su interior. Se han denunciado desde condiciones estructurales humillantes y restricciones generales de
derechos hasta violencia física y psicológica, abusos sexuales y otras condiciones que han dado lugar a
la pérdida de vidas 4. Son inagotables los esfuerzos personales y colectivos por cerrarlos. Tan inagotables
como las estrategias políticas que intentan sustentarlos. Ahora los quieren llamar CECE (Centros de Estancia
Controlada de Extranjeros) ¿Con el cambio de nombre se conseguirá borrar el estigma que los persigue?
Ahora los quieren regular, ¿debemos regular aquello que nunca debió existir?
No se debe regular aquello que jamás debió existir 5. Sólo hay un camino para luchar contra la migración
clandestina y es el fin del expolio y la neocolonización. Europa no puede seguir impidiendo a los pueblos
vivir de sus propios recursos. Europa no puede seguir lucrándose de los conflictos y las guerras impuestas
en países vecinos. Mientras esto persista, la migración clandestina continuará: con o sin fronteras, con o sin
concertinas, con o sin Frontex, con o sin Eurosur.
A la Sindicatura de Greuges (Defensoría del Pueblo Catalana) se le impide la entrada al CIE de Zona Franca (Barcelona). El propio Síndic (Defensor) ha denunciado
que “en el CIE de Zona Franca se dan las circunstancias para que haya maltratos”.
2
3
En mayo de 2013 el Ministerio del Interior, a través de la Comisaría General de Extranjería y Fronteras, denegó la posibilidad de que 24 jueces y 5 fiscales visitaran
el CIE de Barranco Seco (Gran Canaria).
4
En los dos últimos años hemos asistido a la muerte en circunstancias pendientes de esclarecer de Samba Martine en el CIE de Aluche (Madrid), en 2011, quien no
recibió el tratamiento adecuado a una persona enferma de VIH porque en el centro no disponían de su historial médico; de Idrissa Djiallo, en el CIE de Zona Franca
(Barcelona), que murió con 21 años, la noche de Reyes del 2012, después de haber solicitado atención médica urgente y no ser atendido en el tiempo oportuno; y de
Alik Manukyan, quien el 3 de diciembre de 2013, nuevamente en el CIE de Zona Franca “apareció muerto” en una celda de aislamiento.
5
Campaña por el Cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros, CIEs NO.
El ser humano luchará por sobrevivir.
El camino de la resistencia apenas
acaba de empezar. Así lo ha escrito la Historia. Así lo aprendemos de
quienes, en sus días de encierro, nos
enseñan que otro mundo es posible.
Nos muestran que están dispuestas
a lo que sea para que lo que les ha
sucedido no vuelva a repetirse.
Noura denunció en 2010 a un policía nacional por abusos sexuales y,
sin acceso al proceso, fue expulsada 6. Youssef y Redouan denunciaron agresiones de la policía durante
una huelga de hambre en el centro
de internamiento de Zapadores, en
protesta por la violación de sus derechos 7. Yanira vio interrumpido su
tratamiento retroviral contra el VIH y
Olga Fernanda no pudo optar a la interrupción voluntaria del embarazo. A Beauty, víctima de trata, no se le
permitió acceder al procedimiento de asilo ni a la protección prevista en la Ley de Extranjería.
Noura, Youssef, Redouan, Yanira, Olga Fernanda, Beauty, nos han enseñado que el derecho que no se conoce
es el derecho que no se defiende y que un derecho que no se defiende es un derecho que se pierde. Todas
ellas y ellos, y tantas otras mujeres y hombres, nos muestran día a día que todas las personas son iguales en
dignidad y derechos. Este es el camino que, de su mano, las organizaciones sociales y activistas contra el
racismo y contra la criminalización de la migración aprendemos a recorrer.
Porque ningún ser humano es ilegal. Por el fin de las redadas y los vuelos de deportación. Por el cierre sin
alternativas de los centros de internamiento. Porque otro mundo es posible, urgente y necesario.
Campaña por el Cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros, CIEs NO, ¿Cuál es el delito?, disponible en:
http://ciesno.wordpress.com/documentos-importantes/
http://ciesno.wordpress.com/notas-de-prensa-2/cie-nota-informativa-14-7-2010-noura/
6
7
http://ciesno.wordpress.com/2013/10/19/varios-inmigrantes-denuncian-agresiones-de-la-policia-tras-una-huelga-de-hambre-pacifica-en-zapadores-3/
Diario de Viaje
Gustave Kiansumba. Defensor de derechos humanos.
Entrevista realizada por Lucila Jimena Rozas y Jon Solaguren.
M
i nombre es Gustave Kiansumba. Nací hace 41 años en Bas-Congo, provincia en el oeste de la
Republica Democrática del Congo. En mi cultura el apellido no tiene por qué ser del padre o
madre sino de una persona a la que se admira, de un invento creado en el pueblo o de un tótem (un objeto,
ser o animal que en la mitología de algunas culturas se toma como emblema de la tribu o del individuo, y
puede incluir una diversidad de atributos y significados). Esto se inculca generacionalmente y tiene gran
importancia en los valores culturales; es el caso de mi nombre. Kiansumba proviene del hermano de mi
madre, activista de derechos humanos. Él decía: “la clave de la vida es la paciencia, la perseverancia y el
coraje”.
Y esa es precisamente la sensación que transmite Gustave, solicitante de asilo congoleño, perseguido por
su militancia en el partido UDPS (Union pour la Démocratie et le Progrès Social), contrario al régimen del presidente Mobutu. En un país en el que nadie puede levantar la voz, Gustave ejercía como líder universitario,
estudiaba Ingeniería Agrónoma y se encontraba permanentemente en el punto de mira de Policía y Ejército.
Familiares, amistades, su pareja, compañeros y compañeras de lucha y el propio Gustave fueron víctimas de
detenciones y torturas.
Es en este contexto en el que Gustave abandona definidamente su casa, tras dos estancias breves en el vecino
Congo Brazzaville, y comienza su viaje, buscando un lugar donde poder vivir sin miedo. Se trata de un viaje sin
destino definido, que se desarrolla a través de varios países: Camerún, Nigeria, Níger, Mali, Libia, Argelia, Marruecos y España. Numerosas estaciones de paso, desde Kinshasa a Bilbao pasando por Brazzaville, Duala,
Kano, Agadez, Sabah, Djanet, Illizi, Ouargla, Tin Zouatin, Tamanrasset, Bamako, Orán, Maghnia, Oujda, Nador,
otros lugares indeterminados en los desiertos africanos, Tarifa, Jerez de la Frontera… Listado interminable que
da idea de la dureza y la complejidad del proceso migratorio, que dura ya 10 años, los 5 últimos en España.
Gustave nos habla de ‘jeeps’ utilizados para el contrabando, saturados de personas hacinadas en busca de
una vida mejor, caravanas de camellos controladas por tuaregs, noches caminando bajo las estrellas y un
frío atenazante, días durmiendo bajo el sol abrasador para evitar ser detectados… Cita la escasez de agua y
la ingesta de harina de tapioca, cacahuetes, cus-cus, alimentos adecuados para facilitar el viaje, ejemplo de
adaptación y resistencia gracias a los testimonios y experiencia previa de miles de personas anónimas que le
han precedido en el trayecto.
No todo el tránsito es igual. En el África Subsahariana siempre encuentras a alguien que te dé alojamiento. A
pesar de la pobreza y las guerras, la hospitalidad es lo mejor que hay. La primera vez que estuve en Congo
Brazaville, sin familia, sin nada, encontré a alguien que me alojó. Más tarde, cuando decidí ir a Camerún,
estaba seguro de encontrar a alguien que me ayudase. Sin embargo, a medida que avanza hacia el Norte se
hacen patentes, además de las barreras idiomáticas, las diferencias culturales, religiosas. En Libia, para conseguir trabajo, se hace pasar por musulmán: me llamaban Noureddine. Y, por supuesto, aparecen los primeros
problemas de movilidad, la necesidad de papeles, el riesgo de perder lo poco que se tiene y de ser deportado.
El Estado español no ostenta la exclusividad de la obsesión por permisos, visados, control. Esa situación se
repite en varias ocasiones a lo largo del trayecto. En Libia no tenía la documentación necesaria. La policía me
detuvo, me quitó todo el dinero que había ahorrado trabajando. La única solución era darles todo lo que
tenía para que me dejasen marchar.
En Agadez (Níger) una pareja me pidió que les acompañase hasta Sabah (Libia). No estaba en mis planes,
yo quería ir a Argelia, pero me dijeron que pagaban mi viaje si íbamos juntos, a condición de ser el líder, el
organizador. Averigüé quién hacía esos trayectos, quién lo hacía bien, quién se aprovechaba y estafaba.
Tenían miedo de enfrentarse a la gente y yo tenía el conocimiento, el coraje. Era el cuidador. En cualquier
sitio, donde había peligro, tenía que hablar, manejar las cosas.
Así, Gustave se encarga de todos los preparativos, acordando el transporte para los tres en un ‘jeep’ donde
se hace espacio para aproximadamente 40 personas. En la práctica, la última estación nocturna queda a 80
kilómetros de Sabah, en medio de la oscuridad. Es ahí donde empieza la aventura más terrible. Nos encontramos con los agresores, gente que quiere dinero y objetos de valor, una tribu tuareg. Van en camellos
y portan armas. Se encuentran alrededor de esa zona porque saben que los inmigrantes pasan por ahí.
Vienen, disparan al aire y te amenazan para que les des tus cosas. Te controlan y hay que pagarles para
que te dejen subir en sus camellos y te acompañen hasta la frontera. Como yo estaba a cargo de la pareja,
tuve que hablar con esta gente y decirles que eran mis hermanos y que la chica con la que íbamos estaba
enferma. Tuvo mucha suerte y no la tocaron. Gustave, en este momento del relato, levanta su mirada y dice:
He visto mucho, no es un viaje para chicas, se les obliga a dar sexo por ayuda.
Tras varios reveses, incluida una deportación a Mali, y tras pasar por Djanet, Orán, Maghnia y Oujda, ya en territorio marroquí, llega a Nador, donde se interna en el bosque cercano al muro fronterizo con Melilla. Ese bosque
será su refugio temporal, junto a muchas otras personas, a la espera de una oportunidad para franquear la valla
que separa Marruecos y el territorio español.
Tras dos fracasos, Gustave lo intenta una vez más, en este caso nadando, hasta llegar a las orillas de una
playa de Melilla. Tuve primero que caminar hasta la costa, donde acaba la valla. Se puede entrar nadando a
Melilla, ya que los marroquíes no controlan tanto la costa. Entonces bajé hasta ese lugar, me puse a nadar
rodeando la orilla, nadé de espaldas unos 45 minutos dentro de una rueda de coche, haciendo el menor
ruido posible. Pero apareció un barco de la Guardia Civil. Me sacaron del agua y me pegaron hasta… imagínate, hasta no poder más. Se estuvieron riendo, tomando fotos. Luego me llevaron a la valla y me dejaron
de nuevo en Marruecos, para enviarme de vuelta a Oujda.
Lo más duro y complicado no fue fracasar en el intento de pasar la frontera, sino ser testigo de la matanza de
varias personas que conoció dentro del bosque donde se ocultaban. La policía de Marruecos, en complicidad con la Guardia Civil, mató a unos subsaharianos que intentaron cruzar la frontera, entre ellos un chico
de Camerún que conocía muy bien de mi estancia en el bosque. Tenía 19 ó 20 años. Un día le dispararon
con un arma, un arma real. Ese día decidí salir por fin del silencio. Hicimos una manifestación, salimos del
bosque con su cuerpo para decir “Bueno, habéis matado a mis compañeros, ahora tenéis que matarnos a
todos”. Al final nos capturaron y nos deportaron a Oujda.
Esos viajes de ida y vuelta entre la valla y Oujda desaniman a Gustave y decide, momentáneamente, no volver a
intentarlo, quedándose en esa ciudad por un tiempo. Vivía en los terrenos de la Universidad de Oujda, donde el
rector y los estudiantes permiten quedarse (y siguen haciéndolo) a personas en situación de vulnerabilidad por
razones humanitarias. A pesar de la dureza de las condiciones, o precisamente gracias a ella, en ese momento
decide retomar su papel de activista de derechos humanos, denunciado casos de abuso a las organizaciones
que trabajan allí.
Empecé a trabajar con organizaciones locales y después con Médicos Sin Fronteras. Esa labor me mantenía motivado. Yo era el puente entre los inmigrantes y las organizaciones. Estaba atento a si alguna de las
cinco mil personas que vivían allí tenía problemas o se encontraba enferma, ya fueran hombres, mujeres o
niños. Ésa era mi labor, principalmente.
Pero la visibilidad de su trabajo, sus denuncias, suponen un riesgo, no siempre bien calculado, debido a la
excesiva exposición pública. A través de una organización defensora de derechos humanos local de Oujda,
denuncié ante el Gobierno de Marruecos una matanza sufrida por un grupo de inmigrantes subsaharianos.
Fui detenido y encarcelado. Imagínate, hice una denuncia sin tener papeles, sin nada. Aunque las asociaciones de allí me brindaron su apoyo, en ese momento me encontraba ya muy cansado, y decidí intentar
de nuevo entrar en España.
Y gracias a sus numerosos contactos, al fin, la patera en la que logra embarcar alcanza las costas de Cádiz.
Los marroquíes buscan subsaharianos para buscar otros subsaharianos que quieran cruzar la frontera.
“Mira, tenemos una patera para cuarenta personas, buscamos clientes”. Estos pagan a sus compatriotas
subsaharianos, que luego les dan el dinero a los marroquíes. Pero yo creo que tienen contacto con los
españoles. Si no, ¿cómo saben esas personas cuándo es un buen día para cruzar?, ¿cómos saben cuándo
hay menos control en las costas?
¿Y qué le esperaba en España? Tras ser detenido por la Guardia Civil, fue internado en un CIE. Una vez que
su primera solicitud de asilo fue admitida a trámite, ingresó en un piso de acogida. Decidió abandonar ese
recurso y trasladarse a Bilbao, donde continúa a la espera de la resolución sobre su segunda solicitud de
asilo.
Esta es una de tantas historias marcada por ciertos rasgos de Gustave que la hacen personal, única, intransferible: universitario, ingeniero agrónomo, activista en defensa de los derechos humanos, con madera
de líder… En la actualidad, sigue trabajando como defensor de derechos humanos, como congoleño, como
bilbaíno. Desde CREA (Centro de Recursos Africanistas) sigue promoviendo procesos de participación social y denunciando las muchas violaciones de derechos, aquí y en la frontera con Marruecos, donde mantiene numerosos contactos. El activismo político, el sentido de la justicia y la defensa de los Derechos
Humanos creo que me definen, y han marcado, no sé si de forma consciente o inconsciente, la práctica
totalidad de las decisiones que he tomado en mi vida adulta. Y, de hecho, continúo la tarea, aquí, en Bilbao, a miles de kilómetros de mi país, y no tengo intención de dejar de luchar por construir una sociedad
más justa, igualitaria y solidaria.
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