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En el virreinato de la Nueva Granada, hacia finales de la
Colonia, la Corona Española dirigió enérgicas campañas pacificadoras contra los indios enemigos en dos fronteras apartadas. La más conocida de estas empresas se llevó a.cabo en
el Istmo del Darién, a comienzos de 1785. (1). La otra tuvo
lugar durante la década anterior, en la provincia de Riohachao Hasta el presente esta acción ha permanecido en la obscuridad y es el tema de! presente artículo.
Las campañas en la Nueva Granada fueron solamente parte
de la extendida intensificación de operaciones fronterizas
en el Imperio Español en las últimas décadas del siglo
XVIII.
En la Nueva España, por ejemplo, la corona dirigió
extensas operaciones en la frontera norte, destacadas por
los esfuerzos pacificadores de Teodoro de Croix (17761783) cuando ocupaba el cargo de comandante general de
las Provincias del Interior. (2). y en Río de la Plata las autoridades libraron un buen número de operaciones en Mendoza, Córdoba y Buenos Aires desde la década de los 1770
y hasta finales de ese siglo. (3). La característica distintiva
de estas acciones fronterizas fue el papel preponderante de
las fuerzas militares, traicionando así la actitud civil que iba
en aumento, en el afán de resolver el problema de los indios
no pacificados.
Hacia finales del siglo XVIII las campañas inclufan grandes
contingentes de fuerzas armadas, que con frecuencia se utilizaban en su capacidad ofensiva, en tanto que los misioneros, quienes hasta entonces habían cargado con la responsabilidad de la tarea pacificadora, se vieron relegados, cuando menos, a un segundo plano. La campaña fronteriza en
la provincia de Riohacha es un ejemplo interesante de este
cambio de fuerzas.
Riohacha se encuentra sobre la costa del Caribe de la NueVd Granada, entre las provinGias de Santa Marta, al oeste, y
Maracaibo, al este. La costa norte del virreinato era de gran
importancia militar para el Imperio Español, tanto porque
protegía las rutas de transporte al interior, como porque se
encontraba cerca del cruce estratégico al Océano Pacífico,
el Istmo de Panamá. Acosada desde hacía mucho tiempo
por merodeadores extranjeros, la zona costera debió soportar el ataque directo durante la Guerra de la Oreja de Jenkins por parte de su más enérgico rival en la época colonial,
Gran Bretaña; país que se apuntó victorias preliminares sobre el Istmo de Panamá y que más tarde, en 1741, dirigió
un asalto completo contra la ciudad de Cartagena. El virreinato se las arregló para rechazar la invasión pero la victoria
marginal fue peligrosamente corta y España vivía bajo el
continuo temor de que su archienemigo pudiera golpear a
América del Sur nuevamente por la Nueva Granada. La captura británica de La Habana en 1762 durante la Guerra de
los Siete años reforzó esa preocupación, y a partir de ese
momento la seguridad de las provincias caribeñas, incluyendo Riohacha, cobró mayor significado. (4).
Para efectos militares, Riohacha formaba parte de la Comandancia General de Cartagena, al igual que Santa Marta. Cartagena era la base de defensa clave y la fortaleza costera de la Nueva Granada y, después de la Guerra de los Sie-
10
te Años, España mantuvo de uno a dos batallones de tropas
permanentes en esa ciudad, como parte de un intenso programa de defensa. Además, la corona a menudo complementaba estas fuerzas con batallones rotativos que tenían
base en España, pero que eran enviados a América en tiempos de necesidad. Con frecuencia Cartagena tuvo que compartir sus tropas con las provincias dependientes de la comandancia general, a pesar de que Santa Marta mantenía un
contingente de varias compañías por derecho propio. Rjohacha, sin embargo, no poseía una guarnición regular por
aparte. (5).
La causa de los problemas indígenas en Riohacha eran los
guajiros, quienes ocupaban la mayor parte de la provincia y
se resistían desde hacía tiempo al sometin1iento real. Eran
un pueblo nómada que dependía principalmente del pastoreo de ganado, de la caza y de su propio grupo y cuya movilidad, unida a las características geográficas de la región, los
hacía prácticamente inmunes a una conquista desde fuera.
Vivían en prados abiertos y secos, matizados aquí y allá de
árboles y arroyos. Las colinas escarpadas y el terreno montañoso del sur proporcionaban
un refugio en caso de peligro. Desde aquí los guajiros podían detectar y eludir a los
invasores con facilidad y al mismo tiempo mantener una excelente posición para contraatacar. (6). El único sitio fuerte
que podía mantener el gobierno contra esta tribu era la ciudad costera de R iohaha, ubicada en la zona occidental de la
península. En todos los demás sitios y, particularmente
en
la Península de la Guajira, que se extiende hacia el norte de
Riohacha, los indios mantenían firme control.
A pesar de que había otros indios que también presentaban
problemas al gobierno, las autoridades consideraban a los
guajiros como una amenaza especial para la seguridad del virreinato ya que ellos dominaban la costa, pero particularmente porque habían llegado a establecer buenas relaciones
con ciudadanos británicos; los rivales más peligrosos de España. (7). Por una parte desafiaban y acosaban a las autoridades españolas locales como les venía en gana. Por otra, se
sabía que mahtenían un próspero comercio con los mercaderes ingleses y holandeses, de quienes obteníarl considerables cantidades de armas de fuego y otros suministros. Y, lo
que era peor, se creía que durante la Guerra de los Siete
Años, habían suministrado unas seiscientas cabezas de ganado a la flota británica del Caribe. (8). Tales circunstancias
eran intolerables y exigían castigo militar. Riohacha era, en
efecto, un punto débil en la línea de defensas costeras del
virreinato.
El virrey Manuel Guirior, quien asumió el cargo en 1772, diseñó una campaña de pacificación a gran escala para los indios guajiros. Dicho plan incluía la acción concertada de
tres fuentes: las fuerzas armadas, los misioneros y los colonos. En su esquema de operaciones le asignó el papel más
importante a las fuerzas militares, que habrían de ocupar localizaciones estratégicas en el territorio
enemigo, al igual
que construir y guarnecer ciudades fortificadas desde las
cuales se obligaría a los indios a someterse a un patrón de
vida aceptable. Detrás de este escudo protector actuarían
los misioneros propaga;1do la fe católica y la cultura hispá-
nica, en tanto que los colonos poblarían la tierra y promoverían su desarrollo económico. La campaña de Guirior se
desarrolló durante casi un siglo de inútiles esfuerzos por someter a los guajiros, primero en el campo misionero y luego
por la conquista militar directa. Los eventos que rodearon
estos fracasos merecen ser considerados, ya que ambos influyeron en la campaña.
Justo antes de comienzos del siglo XVIII los misioneros C~puchinos habían asumido la pacificación de los guajiros por:
medio de la conversión. Aunque algunas veces durante las
décadas siguientes esta acción pudo abrir una pequeña brecha en la provincia, no tenía gran significado. Aún los misioneros habían abandonado sus ilusiones de lograr algún
progreso y con frecuencia se lamentaban de que su única tarea era la de servir de testigos de las insolencias y agravios
de los guajiros. (9). Aun más, tanto ellos como un pequeño
grupo de colonizadores que se ingeniaron la manera de penetrar la región, se encontraban all í gracias a la tolerancia
de los guajiros y vivían bajo el continuo peligro de ~,r un
día víctimas de su ira.
Un abrupto cambio para lo peor sobrevino en 1769, durante la administración
del virrey Pedro Messía de la Cerda.
Una banda de guerreros guajiros, escogida por el gobernador
Gerónímo de Mendoza entre los pueblos misioneros con el
fin de castigar a una tribu vecina de indios Cocinos hostiles,
se volvió contra el gobierno, precipitando una insurrección
general. Con indios de las misiones en la vanguardia, los guajiros rápidamente limpiaron sus tierras de intrusos. Expulsaron a los Capuchinos, destruyeron seis de las ocho misiones
y asesinaron muchos vasallos leales, sin exceptuar mujeres Y
niños. Muy pronto los guajiros habían reestablecido su completa hegemonía sobre la provincia y amenazaban Riohacha, la única plaza fuerte en el territorio. (10).
Ante el desastroso fracaso de las empresas misioneras en
Riohacha, el virrey Messía de la Cerda expresó su profundo
desencanto con el sistema misionero tradicional para someter las zonas fronterizas, en su "Relación de Mando", en
1772. Se lamentaba de que durante todo el siglo anterior las
misiones de la Nueva Granada hubieran permanecido estancan das, sin expandirse ni producir resultados duraderos,
anotando además que los indios catequizados se inclinaban
a escapar de vuelta al desierto y de retornar a sus costumbres salvajes y paganas. Achacaba el fracaso, no a la falta de
respaldo moral o fiscal por parte del gobierno, sino a la falta de fervor evangélico y de dedicación vocacional por parte
de los misioneros. Así se lo advirtió a su sucesor, Manuel
Guirior, recomendándole
el terreno perdido. (11).
ser cuidadoso si quería recuperar
Entre aquellos que se encontraban impacientes ante la inactividad fronteriza se contaba Francisco Moreno y Escandón,
"Fiscal protector de indios" de la Real Audiencia. En un informe de 1772 acerca del estado del virreinato,
estuvo de
acuerdo, punto por punto, con la evaluación del virrey en lo
referente a las misiones. (12).. Para luchar contra el problema apoyaba una mayor participación de las fuerzas armadas, aunque reconocía que las restricciones en las leyes de
Indias hacían inaceptable el recurso a las armas como poi ítica general de fronteras: (13)
Gracias a la experiencia de que la suave indulgencia de
las amonestaciones, lejos de producir el deseado fruto de la
conversión, sirve más como causa de insolencia a estos bárbaros y a sus protegidos, la gravedad de estos males tan profundamente enraizados en el cuerpo político del virreinato,
no permite otra solución que la corrección por las armas.
Llegaba a suponer que "afortunadamente"
el rigor militar
podía ser invocado de buena conciencia contra los guajiros,
dada la naturaleza horrenda de sus crímenes. Sus excesos incluían, decía, la rebelión y el abandono de la fe, la corrupción de indios inocentes, la usurpación de la propiedad de
vasallos leales y, especialmente, la asociación con extranjeros enemigos de la corona. (14). Significativamente,
el castigo militar no se aplicó como instrumento general de política fronteriza en la Nueva Granada durante los últimos
años sino a los guajiros (y más adelante a los Cunas del Darién), cuyos crímenes eran más graves y quienes significaban
una amenaza genuina para el estado. Mientras tanto la misión, en su forma tradicional, continuaba funcionando en
las fronteras, tierra adentro del virreinato.
Hacia 1772 también había serias dudas acerca de la utilidad
de la conquista militar directa como técnica de pacificación,
gracias a un frustrado intento de invasión masiva en el territorio guajiro el año anterior. Cuando las hostilidades comenzaron en 1769, las provincias vecinas de Santa Marta y
Maracaibo habían enviado refuerzos a Riohacha para fortalecer una milicia de ciudadanos locales que defendía la capital; y cuando la amenaza guajira no dio muestras de disminuir, las autoridades en Cartagena despacharon 100 regulares de línea. (15). Inicialmente estas tropas estaban destinadas a mantener una acción defensiva mientras el gobierno
trataba de persuadir a los guajiros de cesar en su beligerancia. (16). Para consternación de las autoridades, estos intentos fueron fallidos y el estado de hostilidad avanzó hasta el
año de 1771.
El gobernadór Gerónimo de Mendoza, su sucesor Francisco
de Baraya, y el gobernador de Santa Marta, Manuel Herrera
Leyba, informaron al virrey Messía de fa Cerda que el recurso militar era la única solución plausible al problema. (17).
Con Cartagena, la fortaleza de la región, guarnecida por solo
un batallón de regulares, el virrey no tenía suficientes fuerzas a su disposición para intentar una acción semejante. Una
unidad rotativa española, el Batallón de Saboya, llegó a
principios de 1771, pero España había enviado estos refuerzos a la Nueva Granada durante una eSCásezde guerra, cuando se habían enviado voces de alerta a Cartagena y a la capital del virreinato, Santa Fé de Bogotá. Por consiguiente,
aunque había iniciado los preparativos para una expedición
de mayor envergadura, el virrey no pudo autorizar su salida
inmediata. (18).
Finalmente, el 30 de agosto de 1771, ordenó una expedición de 500 regulares a Riohacha, 400 de los cuales pertenecían al batallón recién llegado y los restantes a la guarnición
11
fija de Cartagena. (19). Nombró al Coronel Benito Encio,
del Batallón de Saboya, como comandante de la empresa.
Aunque Messía de la Cerda dio instrucciones iniciales de
buscar soluciones pacíficas, el virrey despachó estas fuerzas
sobre la suposición de que sería necesario darle un fuerte
golpe a los guajiros, lo que les enseñaría a respetar las armas
y la autoridad españolas, al igual que a valorar las costumbres pacíficas. (20). Las tropas dejaron Cartagena por mar
el 3 de noviembre y llegaron a Riohacha dos semanas después. (21).
el Comandante Arévalo cconcedió un perdón general, hizo
regalos COIT)Oofrendas de paz y, encontrando que estas medidas obtenían el efecto deseado, disolvió el grueso de la
fuerza expedicionaria. (26). Además dirigió una investigación sobre las causas de la insurrección de 1769 y concluyó
que gran parte de la responsabilidad caía sobre el antiguo
gobernador Gerónimo de Mendoza y algunos de sus partidarios, a quienes encontró culpables de corrupción y abuso
de autoridad. El virrey les siguió el juicio correspondiente.
(27).
Para los criterios de la época, el poder militar reunido en
Riohacha en el otoño de 1771 era impresionante. Además
de las principales fuerzas expedicionarias, Encio tenía a su
disposición 200 regulares que ya se encontraban al! í, 150 de
Cartagena y el resto de Santa Marta, al igual que unos 340'
soldados en actividad. (22). Con todo, la fuerza guajira era
igualmente impresionante. Los cálculos contemporáneos indican que había cerca de 30 a 40.000 guerreros, 10.000 de
los cuales se encontraban armados con armas británicas.
(23). Antes de la llegada de la expedición las discusiones
giraban en torno a la necesidad de una acción militar drástica; ahora, un poco tardíamente, la cuestión había tomado
el rumbo acerca de si la fuerza expedicionaría, con todo y
su tamaño, estaba realmente en condiciones de cumplir con
su misión.
Ante la imposibilidad de una conquista militar directa y la
incertidumbre de la técnica misionera, Guirior aprovechó la
calma pasajera para ensayar una nueva forma de pacificación que asignaba a las fuerzas armadas un papel de acuerdo
con su limitado potencial, al igual que una base de operaciones más segura para los frailes. El plan establecía tres ciudades fortificadas con guarnición de tropas y bajo la supervisión de Arévalo: Bahía Honda al norte de la península, antiguamente centro comercial guajiro y, gracias a sus facilidades porteñas, punto de partida para las actividades del este;
Sinamaica, en el lado oriental de la península, apenas un poco adentro del Golfo de Venezuela; y Pedraza, en el interior
de la provincia, al este de Riohacha. Para cada una de estas
localidades el virrey reclutó colonos que sirvieran para equilibrar la población indígena y para que ayudaran a definir la
localidad y a sentar las bases de una nueva sociedad. Hacia
1775 estas tres localidades contaban con un total de 231 familias. (28). Para los indios se reconstruyeron cuatro poblaciones misioneras y se fundaron cuatro nuevos centros.
(29). En 1775 llegaron veinte misioneros Capuchinos para
cubrir éstos y otros asentamientos que quedaban desde antes de la época de 1769. (30).
Para consternación del virrey Messía de la Cerda, el coronel
Encio concluyó, luego de una evaluación preliminar, que
una ofensiva era imposible. El juicio se debía por una parte,
a la difícil naturaleza del terreno y, por otra, al tamaño de
la oposición guajira. Así, estimó que se necesítaban por lo
menos 2.000 tropas de primera categoría para llevar a cabo
una invasíón efectiva de la Península de la Guajira y que esta sola maniobra no lograría nada si antes no se bloqueaban
las rutas de retirada en las montañas. Era una tarea para lo
cual no había suficientes fuerzas militares en todo el virreinato. Una invasíón con una fuerza más pequeña hubiera sigginificado un peligro inadmísible porque, con toda certeza,
los guajiros cortarían todas sus avenid~s de retirada y las
destrozarían. El Coronel Enciso optó por no tomar ninguna acción. Las instancias posteriores no tuvieron efecto en
él, incluyendo una denuncia mordaz por parte del Comandante General de Cartagena, Gregorio de la Sierra, quien
acusaba al Coronel de ineptitud, cobardía y abandono del
deber. (24). Esta era la situación cuando Manuel Guirior Ilegó a Cartagena en junio de 1772 y fue informado por su
confundido predecesor de que el virreinato no había tenido
la suficiente fuerza para someter a los guajiros. (25). Guirior
debía encontrar una solución efectiva.
El nuevo virrey asumió su heredado problema con visión y
energía hasta entonces desconocidas en la frontera guajira.
Al descubrir por investigaciones iniciales que, para mediados de 1772, los guajiros habían comenzado a desistir de
sus hostilidades, buscó nuevos arreglos con ellos. Primero
reemplazó a Encio por Antonio de Arévalo, Coronel de ingenieros en Cartagena y uno de los funcionarios públicos
más capaces en el virreínato, quien marchó hacía Riohacha
en noviembre. De acuerdo con las instrucciones del virrey,
12
La función de los militares dentro del nuevo plan consistía
más bien en una acción de apoyo o lo que podría llamarse
una "ofensa defensiva". El método consistía en ocupar una
localidad estratégica, fortificarla, esperar a que la oposición
se debilitara y gradualmente ir imponiendo la autoridad de
las armas. Este sistema consideraba el castigo de únicamente aquellas personas o grupos pequeños que cometieran delitos y abandonaba cualquier esperanza de reformar a la nación guajira como un todo. Uno de los intereses principales
fue el de alejar a los indios de la influencia extranjera e irlos
desviando hacia su legítimo gobernante. También se asignaron grl.'l)os militares a las misiones donde, además de encargarse ae la seguridad general ayudaban a dirigir entradas para atraer a los indios hacia las misiones. (31). Como las operaciones eran básicamente de defensa, se necesitaban menos
tropas que las asignadas originalmente para una conquista
abierta; sin embargo, los hechos posteriores demostrarían
que ias autoridades habían ido demasiado lejos en sus recortes militares.
Aunque las relaciones continuaban siendo incómodas los
guajiros parecían inclinarse a darle al gobierno otra oportunidad. La razón de esta actitud no es completamente clara.
Tal vez estaban cansados de las hostilidades; tal vez las promesas del gobierno los habían calmado; o estaban intimidados por la acumulación progresiva de las fuerzas militares de
Grabadosde Fray Bartolomé de las Casas,tomados del libro '. Columbus: His Enterprise
13
Encio. Si consideramos las relacLones de fuerza locales, esta
última posibilidad parecería improbable, salvo el hecho de
que, durante todo este período, y a menos que gozaran de
una abrumadora posición superior, los guajiros siempre prefirieron retroceder ante la oposició"n a correr algún riesgo.
Cualquiera que sea la explicación, muchos de ellos ya habían expresado su deseo de volver a las poblaciones, aun antes de la llegada de Arévalo. Recordando que el vi.rrey Messía de la Cerda lo había instruido para buscar una solución
pacífica, el Coronel Enciso se atrevió a reclamar, poco antes
de ser relevado, el haber cumplido con su misión sobre esas
bases. (32). Más tarde, tanto Guirior como Arévalo reclamarían para ellos mismos el crédito por la pacificación,
aparentemente con la pretensión de que su iniciativa de paz había producido señale~ más sinceras de parte de los indios
que las conseguidas por Encio. La corona congratuló debidamente tanto al uno como al otro por los logros obtenidos. (33).
A pesar del éxito aparente por establecer una base fuerte de
gobierno, las autoridades comandantes durante la administración de Guirior no tenían suficiente confianza en la posición militar para ensayar una acción correctiva. En 1774 el
recién nombrado gobernador Josef Galluzo, solicitó autorización para manejar la persistente insolencia de los guajiros
y sus actividades de contrabando. Arévalo, comandante de
la expedición, quien había regresado a sus tareas en Cartagena, pero que mantenía su cargo en Riohacha con autoridad
sobre el gobernador, amonestó severamente a Galluzo para
que mantuviera la paciencia, recordándole que el tomar medidas disciplinarias podía provocar represalias y poner en
peligro toda la empresa. En tanto el gobierno no tuviera dominio sobre la región, los militares debían actuar para proteger, en primer lugar, a los súbditos de la corona. Mientras
tanto el gobernador tendría que soportar las abominaciones
guajiras. Esta orden fue enfáticamente respaldada por el virrey Guirior. (34).
los indios locales de que aceptaran a los misioneros habían
sido inútiles y las autoridddes esperaban que un nuevo fuerte en las cercanías les induciría a reconsiderar su posición.
(35). El mismo Comandante Arévalo fue a Riohacha para
supervisar los planes de la empresa y, cuando todo estuvo
listo, regresó a Cartagena, dejando al gobernador Galluzo
encargado del mando. (36). Galluzo comenzó su marcha de
Bahía Honda a Apiesi el 3 de diciembre, acompañado de
unas 300 tropas, cuarenta y tres de las cuales eran regulares.
Pronto le llegaron siniestras advertencias de que indios enemigos le aguardaban para emboscarlo en la vereda y que él
sería el blanco especial de sus armas, ya que temían que viniera a apoderarse de sus tierras.
Como medida de precaución el gobernador cambió la marcha a una ruta alterna pero sin ningún provecho. El 6 de
diciembre la expedición encontró su avance bloqueado por
árboles derribados. Unos 1.000 guerreros aparecieron en lo
alto de una colina cercana. (37). Ante esta situación Galluzo se mantuvo firme y ordenó a sus tropas que de~pejaran
el camino, a la vez que enviaba un mensaje a los guajiros
preguntándoles por qué lo desafiaban. A la mañana sigl)iente dos jefes, uno de la facción Apiesi y otro de la Macuira,
guajiros ambos, vinieron hasta él para contestarle. Sus amigos ingleses y holandeses les habían informado que el propósito de su misión era el de establecer un fuerte que utili.
zarían para impedir su comercio con el extranjero, desarmarlos y finalmente dominarlos. El consejo recibido por
parte de los indios que vivían en las localidades pacificadas
corroboraba;
esta información. Sin poder negar los cargos,
Galluzo contestó que. estaba dispuesto a continuar a pesar
de su oposición y que había traído tropas militares con anticipación en caso de que se diera esa eventualidad. Los guerreros prefirieron retirarse a dar batalla. La expedición continuó su marcha y ese mismo día encontró un lugar apropiado para el establecimiento. A pesar de que llegaron más avisos del descontento por parte de los guajiros Galluzo comenzó la construcción
El ejercicio de la paciencia fue ciertamente una poi ítica realista al principio. La presencia militar en la provincia era
esencial para la conducción de toda la aventura y vital para
los colonos y misioneros por igual. Si todos los guajiros se
insurreccionaban, con seguridad iban a ser más de los que
las fuerzas militares podían manejar, y los combates prematu ros, si fallaban, podían desacreditar a los militares e incluso precipitar una repetición de los hechos de 1769. Una de
las principales ventajas a favor de los españoles era que los
guajiros raras veces -si acaso- actuaban de común acuerdo.
Con el tiempo las divisiones tribales podían ampliarse por el
aislamiento de los grupos hostiles. Sin embargo, las autoridades nunca llegaron hasta este punto. Antes de que pudieran ampliar su influencia y ganar la confianza de sectores
significativos de guajiros, las fuerzas expedicionarias sufrieron una seria derrota. Los esfuerzos pacificadores-colonizadores jamás se recuperaron de la misma.
El retroceso militar surgió de un intento a finales de 1775
por establecer una cuarta población fortificada en un sitio
llamado Apiesi, en el lado oriental de la pen ínsula, entre Bahía Honda y Sinamaica. Allí, los esfuerzos por convencer a
14
inmediatamente.
No obstante haber llegado a salvo, el peligro no había pasado. A la mañana siguiente el dirigente indio quiso probar
una vez más la resolución del gobernador. Un mensajero le
advirtió que debía cesar en su empresa, de lo contrario, los
indios amenazaban con bloquear las veredas de salida e iniciar hostilidades. Galluzo no se dejó acobardar y exhortó a
los irldios a aceptar el hecho de que los españoles estaban
allí para quedarse, que continuarían
la lucha por años y
que, a la larga, los indios habrían de sufrir más pérdidas que
los españoles. En el curso de esa misma mañana Galluzo recibió un segundo mensaje que le anunciaba la decisión de
los jefes guajiros de irse a la guerra. Una vez más Galluzo
guardó calma. Contestó que los guajiros serían recibidos en
la m~dida en que vinieran, ya fuera en son de paz o de guerra.
En este punto los eventos parecían más prometedores ya
que, no habiendo ganado nada con sus amenazas, los guajiros se retiraron momentáneamente. En un completo cambio
de táctica los jefes admitieron que con la guerra no conseguirían nada, ya que era inevitable que los españoles se esta-
blecieran en algún momento como amos y señores. Aún
más: los jefes llegaron hasta a ofrecer sus servicios para ayudar en la construcción del fuerte. Aunque escéptico acerca
de sus motivaciones, Galluzo aceptó el trabajo de los indios
y la construcción se completó sir1 incidentes hacia el 15 de
diciembre, incluyendo una muralla, una iglesia y edificios
interiores. Una vez aparen'~mente cumplida esta misión, el
gobernador asignó noventa hombres al fuerte y dejó un misionero a cargo de su bienestar espiritual. Partió con el grueso de sus fuerzas para Bahía Honda y de ahí siguió a Riohachao (38).
No bien se había ido cuando los guajiros atacaron. Demolieron el nuevo establecimientQ, diezmaron la guarnición y
asesinaron al misionero. Solamente dos regulares y veintiún milicianos pudieron regresar a Bahía Honda. (39). Aunque no. evidente e.n ese momento" el episodi~ ~e ~~iesi fue
el. co~lenzo d~1 final para la aventu~a ~e pa~lflc~clon-colonlzaclo~, en Rlohacha. La de~rota dlsmln~~o seriamente la
reput~clon de las arm~~ espanolas y la fragll estructura comenzo a caer. Los guajlros comenzaron a hacer nuevos alardes de arrogancia y hostilidad. En los asentamientos misioneros los indios amenazaron con asesinar a los sacerdotes y
q~e.mar sus iglesias. (40). Temeroso por la se~uridad de.I~,s
misioneros,
el prefecto local de los CaplJchlnos permltlo
que a.quellos que se encontraban e~ peligro bu,scaran ref,ugio
en R lohacha (41). Entretanto, Arevalo regreso a la penlnsula. Anticipándos~
a una, insu~r~cción general. ~mp~endió la
tarea de construir baterlas adicionales y fortlflcaclones, en
t~nto que los gobernadores de Santa Marta y Cartagena envlaban relevos y refuerzos. (42).
peranza de recuperar algún día el terreno perdido, pero la
mayor parte de las autoridades en Santa Fe ignoraron estas
peticiones.
Temeroso de que un despliegue de tropas a gran escala de
Cartagena pudiera poner en peligro la seguridad de la ciudad, el virrey Manuel Antonio Flores, quien sucedió a Guirior a comienzos de 1776, insistió firmemente en limitar las
tropas regulares de esa fortaleza a apenas 200 hombres, que
no eran suficientes para reiniciar las contiendas. i47). Se hicieron esfuerzos por mejorar la milicia local, pero no se podía contar con ella solamente cuando se trataba de acciones
militares de mayor envergadura. (48). Con todo, a cQrto
plazo, aunque los españoles no ganaron nuevas victorias,
tampoco perdieron ningún otro terreno.
En realidad no fueron los guajiros los que finalmente destruyeron el nroyecto pacificador, sino las necesidades militares en otros lugares. La participación española en la Guerra de Independencia de Norteamérica en 1779 precipitó la
reducción de las fuerzas militares en Riohacha con el correspondiente recorte de todo el proyecto fro~terizo. Por
órdenes del virrey el destacamento de Cartagena también se
retiró, dejando solamente cuarenta regulares de Santa Marta. Sin las fuerzas centrales había poca esperanza de que los
establecimientos pudieran defenderse y, ciertame~-le, siempre existía el peligro de que cayeran en manos enemigas. En
consecuencia, los -que quedaban de las fuerzas expedicionarias cerraron su línea de defensa desde Sinamaica hasta Pedraza y Riohacha cruzando la base de la pen ínsula y abandonando y destruyendo compretamente Bahía Honda y Sa-
..-,
...,
En Junio de 1776 .Arevalo ~es~acho una expedlclon de 325
hombres para castigar a los Indios responsables por el desast~e de Apiesi, pero la ~cción ~io pocos resultados.satisfactorlos. Tal como lo habla predicho el Coronel Enclo, cuando
los indios debían enfrentarse a fuerzas superiores, se desvanecían como por arte de magia en el desierto. La aventura
completa cobró apenas veinticinco víctimas. Sin embargo,
esta vez las fuerzas del gobierno pudieron establecer un
asentamiento fortificado
al norte de Apiesi, en la Sabana
del Valle, pero esto obró poco para recuperar la fe de los civiles. (43). En verdad, la incertidumbre se multiplicó al escuchar los horripilantes relatos difundidos en lo concerniente al destino de los desertores que caíéln en manos de las
bandas guajiras. (44). Los colonos, temerosos, comenzaron
a abandonar sus asentamientos y, en vista del continuo peligro, los misioneros Capuchinos no vacilaron en reducir sus
propósitos. La mayoría de los sacerdotes, incluso los que
habían llegado recientemente, pidieron traslado a otras 10calidades y nunca volvieron. (45). De ahí en adelante, además de prestar servicios en las ciudades fortificadas, los misioneros mantuvieron solamente dos asentamientos, en Boronato y Camarones. Ambos eran centros relativamente
avanzados, directamente apoyados por los militares. Ninguno de ellos fue quemado en 1769. (46).
bana del Valle. (49). Los colonos de estos dos sitios fueron
evacuados conjuntamente
con los de Pedraza, y Sinamaica
reservó un número reducido. (50). Auncuando durante la
guerra la milicia local hacía actividades de patrullaje para
impedir la salida de carne vacuna con destino a los británicos, la tierra alta de la península retornó a sus actividades y
a la influencia extranjera. (51).
Durante la post-guerra Riohacha nunca volvió a ocupar su
posición prominente en la política de fronteras del virreinato como la había tenido en la década anterior. En esta bCélsión el interés se tornó hacia el Istmo del Darién. La vital
posición geográfica del Istmo y su deterioro hizo que el gobierno emprendiera una campaña de colonización-pacificación casi idéntica a la emprendida en territorio guajiro. Durante esa acción Riohacha cayó al trasfondo y se la dejó es.
tancar, auncuando hacia finales de la guerra se hizo un intento sin resultados para reestablecer la posición del gobierno. Este intento se dio en 1783, cuando una fuerza de 10Q
hombres trató de reclamar a Bahía Honda y Sabana del VaIle, solo para ser destruidos por un ataque indio. Motivados
nuevamente por er temor a una insurrección general, las autoridades despacharon una expedición punitiva y de seguridac;j de 300 hombres, similar a aquella de la década prece-
Después de los retrocesos de 1775-1776, la campaña pacificadora nunca recobró la iniciativa. Algunos oficiales locales
eran favorables a un refuerzo militar substancial, con la es-
dente. (52). Se retiró en 1785 sin logros significativos, cuando se activaron los planes para las operaciones en el Darién.
(53). De ahí en adelante la frontera oriental de! virreinato
fue protegida principalmente por milicia local que mantenía
15
tonces la ciudad de Riohacha se convirtió en la barrera occidental contra la penetración guajira y la influencia del gobierno sobre la península era casi inexistente. (55).
Cuando se toman todos los factores en consideración, el significado de los sucesos en Riohacha, descansa, no en una
pacificación duradera, sino en el cambio de poi ítica fronteriza hacia una aceptación más abierta de la coerción militar.
La conquista directa debía abandonarse como curso de acción porque no funcionó pero, el sistema de las cualidades
fortificadas iniciado por Guirior descansaba sobre la intimidación militar hasta tal punto que, cuando la debilidad española se hizo evidente, las esperanzas de una pacificación
duradera de la península desaparecieron. En la siguiente década el virreinato empleó un sistema similar en el Daríén,
también con ciudades fortificadas, guarniciones militares y
colonos, aunque con menor participación de los misioneros. Aún no tenemos suficiente información desde un punto de vista institucional para sacar conclusiones definitivas
sobre el imperio como un todo. Sin embargo, el uso extensivo de fuerzas militares en las fronteras de las Provincias
del Interior y río de la Plata indica que la experiencia de
la Nueva Granada seguramente fue típica de la endurecida
política
imperial.
NOTAS
la línea de defensa a lo largo de la base de la península desde Sinamaica hasta Riohacha.
Los españoles no acabaron cen los restos del programa de
pacificación sino hasta 1790, durante el gobierno del virrey
José de Espeleta, orientado hacia la parte económica. Por
ese entonces el gobierno de Santa Fe abandol:ló la fortaleza
central de Pedraza y trasladó Sinamaica al este, a la jurisdicción de la recientemente creada Capitan ía General de Caracas. (54). El retiro de Pedraza fue prácticamente el último
paso para que la Península de la Guajira retornara totalmente a los aborígenes y. sus aliados británicos. A partir de en-
16
(1) Manuel Luengo Muñoz, "Génesis de las expediciones militares
al Darién en 1785-86",
Anuario de Estudios Americanos,
XVIII (Sevilla, 1961), 333-416.
(2) Alfred B. Thomas, Teodoro de Croix and the Northern Frontier of New Spain, 1776-1783 (Norman, 1941).
(3) Jorge Comadrán Ruiz, "En Torno al Problema del Indio en el
Río de la Plata", Anuario de Estudios Americanos, XII (Sevilla, 1955),39-74.
(4) Allan James Kuethe, "The Military Reform in the Viceroyalty of New Granada, 1'173-1796" (Disertación para optar al
Ph.D., University of Florida, 1967), capítulo 1.
(5) Ibid.
(6) Una valiosa descripción sobre los guajiros y su dominio puede
encontrarse en Eliseo Reclus, Viaje a la Sierra Nevada de Santa
Marta, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, CXII (Bogotá,1947),81-97.
(7) Francisco Antonio Moreno y Escandón, "Estado del virreinato
de Santafé, Nuevo Reino de Granada, ...año de 1772", Boletín
de Historia y Antigüedades, XXIII (Bogotá, 1936), 564-567,
572-577.
(8) Governor Antonio de Narváez y la Torre to Viceroy Manuel
Flores, Riohacha, August 6, 1779, in José Félix Blanco and Ramón Azpurúa (comps.), Documentos para la historia de la vida
pública del Libertador... (Caracas, 1875-1878), 1, 187-188.
(9) Antonio de Alcácer, Las misiones capuchinas en el nuevo Reino de Granada, hoy Colombia (1648-1820) (Bogotá, 1959),
44,52,56-59,138-139.
(10) Mendoza a Messía de la Cerda, Riohacha, mayo 27, junio 8,
julio 9, agosto, 1769, enero 27, y marzo 26, 1770, Archivo
Nacional de Colombia, Milicia y Marina (citado de aqu í en
adelante como ANC, MMO, vol. 138, fols. 839-844, 868-869,
871,872,968-972,974-980,1046-1068
y 1072-1082; Governor Manuel Herrera Leyba to Messía de la Cerda, Santa Marta,
19 de julio 1769, ibid., fols. 982-9,83; Alcácer, Las misiones capuchinas, 166-168; Moreno y Escandón, "Estado del virreinato",562.
(11) Pedro Messía de la Cerda "Relación del estado del virreinato
de Santa Fe... 1772", Relaciones de mando: memorias presantadas por los gobernantes del Nuevo Reino de Granada, Eduardo Posada y Pedro María Ibái.ez (eds.), Biblioteca de Historia
Nacional, VIII (Bogotá, 1910), 97-98.
(12) Moreno y Escandón, "Estado del virreinato", 559-560.
(13) Ibid., 575-577.
(14) Ibid.
(15) Mendoza a Messía de la Cerda, Riohacha, mayo 27, junio 8,
junio 10, julio 9, julio 19, y agosto 1769. ANC, MM, vol. 138,
fols. 839-844, 868-869, 871-872, 968-972, 974-980, 982-983;
Governor Fernando Morillo Velarde to Messía de la Cerda, Cartagena, 11 de octubre 1769 y junio 7, 1770, ANC,-MM. vol.
65, fols.576-582,
759-762.
(16) Mendoza a Messía de la Cerda, Riohacha, Agosto, 1769, ANC,
MM, vol. 138, fols. 968-972; Governor Francisco de Baraya!o
de la Sierra, Riohacha, junio 26, 1771, ANC, MM, vol. 124, fol.
644.
(17) Mendoza a Messía de la Cerda, Riohacha, junio 8, 1769, ANC,
MM, vol. 138, fols. 839-844; Herrera Levba to Messía de la
Cerda, Santa Marta, julio 19, 1769, ibid., fols. 982-983; Baraya
to de la Sierra, Riohacha, junio 26, 1771, ANC, MM, vol. 124,
fol. 644.
118) Baraya a de la Sierra, Riohacha, junio 26, 1771, ANC, MM,
vol. 124, fol. 644; Governor Gregorio de la Sierra to Messía
de la Cerda, Cartagena, agosto 11, 1771, ANC, MM, vol. 124,
643,646.
(19) Instructions Colonel Benito Encio by de la Sierra, Cartagena,
octubre 30-31,1771, ANC, MM, vol. 9, fols. 186-203.
(20) Ibid., Manuel Guirior, "Relación del estado del Nuevo Reino
de Granada... 1776N, Relaciones de mando, 177.
(21) "Respuestas que da el coronel del Regimiento de Savoya Josef
Benito Encio a las interrogaciones",
Riohacha, octubre 12,
1772, ANC, MM, vol. 124, fols. 508-511.
(22) Ibid.
(23) Francisco Silvestre, Descripción del rey no de Santa Fe de Bogotá, escrita en 1789, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, CXXI, (Bogotá, 1950), 60; Antonio de Narváez y la
Torre, "Relación o informe de la provincia de Santa Marta y
Riohacha...",
Escritos de dos economistas coloniales, Sergio
Elías Ortiz (ed.) (Bogotá, 1965),36.
(24) De la Sierra a Messía de la Cerda, Cartagena, abril 11, 1772,
ANC, MM, vol. 70, fols. 227-236; "Respuestas que da el coronel del Regimiento de Savoya Josef Benito Encio a las interrogaciones", Riohacha, octubre 12, 1772, ANC, MM, vol. fols.
227-236; Guirior, "Relación", 177.
(25) Messía de la Cerda. "Relación", 114-115.
(26) Arévalo a Guirior, Riohacha, diciembre 26, 1772, ANC, MM,
vol. 93, fol. 190; idem to idem, Riohacha, enero 26, 1773,
ANC, MM, vol. 124, fols. 836-838; idem to idem, Riohacha,
abril 12, 1773, ANC, MM, vol. 97, fol. 248; "Estado de fuerza
de la tropa al regresar", Riohacha, mayo 4, 1773, ibid., fol.
257;. Guirior, "RelRción", 178; Alcácer, Las misiones capuchinas,202.
(27) Arévalo a Guiriur, Riohacha, mayo 26, 1773, ANC, MM, vol.
97 ,fols. 235, 242; Secretary of the Viceroy Pedro de Ureta to
Arévalo, Santa F'~, agosto 15, 1773, ANC, MM, vol. 124, dolo
721; Guirior, "Relación",
176-177.
(28) "Estado que manifiesta la tropa, milicias y fundadores que
existen en las nuevas fundaciones", Riohacha, septiembre 11,
17)5, ANC,"MM, vol. 138, fol. 1051.
(29) Gu irior, "Relación",
176, 178-179.
(30) "Informe a S(u) M(ajestad} el P(adre) Pedro de Altea, prefecto
de las misiones, 1788", en Alcácer, Las misiones capuchinas,
210-213,226.
(31) Guirior, "Relación", 179.
(32) Encio a Guirior, Riohacha, julio 26, 1772, ANC, MM, vol. 93,
fols. 154-155; idem to idem, Riohacha, septiembre 28,1772,
ANC, MM, vol. 124, fols. 767-768.
(33) Julián de Arriaga to Guirior, España, diciembre 18, 1773,
ANC, MM, vol. 124, fols. 422-425.
(34) Gall\lzo a Arévalo, Riohacha, enero 30, 1774, ANC, MM, vol.
119, fols. 40-42; Arévalo to Galluzo, Cartagena, febrero 11,
1774, ibid., fols. 36-37; Arévalo to Guirior, Cartagena, febrero
11, 1774, ibid", fol. 43; Ureta to Arévalo, Santa Fe, marzo 15,
_177~, ibid., fol. 35.
(35) Arévalo a Guirior, Riohacha, septiembre 10, 1775, ANC, MM.
vol. 138, fols. 1048-1055.
(36) "Informe a S(u) M(ajestad) del P(adre) Pedro de Altea, prefecto de las misiones, 1788", en Alcácer, Las misiones capuchinas,
213.(37) Este cálculo biMpudo haber sido exagerado.
(38) Dairy oi Galluzo, noviembre 20, diciembre 16, 1775, ANC,
MM, vol. 140, fols. 402-411; "Informes a S(u) M(ajestad) del
P(adre) Pedro de Altea, prefecto de las misiones, 1788", en
Alcácer, Las misiones capuchinas, 213-214.
(39) Ibid., Galluzo a Arévalo, Riohacha, febrero 12, 1776, ANC,
MM, vol. 124, fols. 387-391.
(40) 'Frai Miguel df Pamplona to Viceroy Manuel Antonio Flores,
Maracaibo, abril 11,1776,
en Alcácer, Las misiones capuchinas,218.
(41) Ibid., 215, 218.
(42) Arévalo a Flores, Riohacha, marzo 17, y marzo 26, 1776,
ANC, MM, vol. 140, fols. 415-435; Governor Nicolás Díaz de
Perca to Flores, Santa Marta, marzo 19, 1776, ANC, MM¡vol.
96, fols. 335-337; Governor Juan Pimienta Flores, Cartagena,
marzo 26, ANC, MM, vol. 65, fols. 1115-1120.
(43) Arévalo a Flores, Riohachó, abril 7, 1776, ANC, MM, "01.
119, fols. 145-146; "Informe a S(u) M(ajetad) del P(adre) Pedro de Altea, prefecto de las misiones, 1788", en Alc~cer, Las
misiones capuchinas, 214-215.
(44) Narváez, "Relación", 39-40; Arévalo to Flores, Cartageha, septiembre 11, 1776, ANC, MM, vol. 140, fols. 659-661.
(45) "Estado actual de las misiones... año de 1788", en Alcácer, Las
misiones capuchinas, 229; ibid, 219-226; Díaz Perea to Flores,
Santa Marta enero 4 1777 ANC MM vol. 99 fols. 531-532.
(46) "Estado de ía tropa de las 'nueva~ fun~acione;",
Governor Ramón de García de León y Pizarro, Rioh,acha, julio 25, 1777,
ANC, MM, vol. 99, fol. 299; "Informe a S(u) M(ajestad) del
P(adre) Pedro de Altea, prefecto de las misiones, 1788", en
Alcácer, Las misiones capuchinas, 211-212.
(47) Ramón García de León y Pizarro to Flores, Riohacha, julio 12
y julio 26, 1777, ANC, MM, vol. 99, fols. 294-296, 298-301.
(48) Governor Antonio de Narváez y la Torre to Flores, Santa Marta, abril 19,1777, ANC, MM, vol. 95, fols. 276-282; "Estado
de fuerza del ejército". Santa Marta and Riohacha, Narvá,ez,
agosto 1784, ANC, MM, vol. 101, fols. 445-446; Narváez to
Flores, Santa Marta, octubre 26, 1784, ANC, MM, vol. 124,
fols.229-230.
(49) Narváez a Flores, Santa Marta, octubre 6, 1779, y mayo 26,
1780, ANC, MM, vol. 117, fols. 943-964; idem to idem, Santa
Marta, diciembre 29, 1780, ANC, MM, vol. 101, fols. 823, 826.
(50) Idem a idem, Santa Marta, mayo 26, 1780, ANC, MM, vol.
117, fols. 951-952.
(51) Idem.a idem, Santa Marta, marzo 1781, ANC, MM, vol. 49,
fol.681.
(52) Colonel Anastasio Zejudo to Viceroy Antonio Caballero y
Góngora, Riohacha, enero 23, 1785, ANC, MM, vol. 30, fol.
222; Alcácer, Las misiones capuchinas, 227.
(53) Narváez a Caballero y Góngora, Santa Marta, noviembre 24,
1785, ANC, MM, vol. 120, fols. 263, 275.
(54) Narváez al gobernador de Maracaibo, Riohacha, marzo 16,
J 791, en Blanco, Documentos, 1, 233; Alcácer, Las misiones
capuchinas, 236.
(55) Pedro Mendinueta, "Relación del estado del Nuevo Reino de
Granada... 1803", Relaciones de mando, 559-560.
(56) Kuethe, "The Military Reform", capítulo 5.
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