Ligero de equipaje Wenceslao Calvo (08-05-2008) © No se permite la reproducción o copia de este material sin la autorización expresa del autor. Es propiedad de Iglesia Evangélica Pueblo Nuevo Hebreos 12:1-2 La frase que da título a este artículo se ha hecho famosa porque pudiera ser la que resume la vida y obra de aquel gran poeta que fue Antonio Machado (1875-1939). Que yo sepa, la frase aparece en dos lugares de su obra Campos de Castilla; uno en la poesía titulada En tren, que comienza así: Yo, para todo viaje -siempre sobre la madera de mi vagón de tercera-, voy ligero de equipaje… El segundo está en los versos finales del Retrato: …Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar. Las dos estrofas, aunque contienen la expresión ‘ligero de equipaje’, están en poemas cuyo tono y contenido contrastan profundamente entre sí. El primero describe un hecho que podríamos llamar anecdótico, como es un trayecto en tren; el segundo, más trascendente, está cargado de hondura y reflexión sobre la vida y la muerte. El primero es un inicio y una travesía, el segundo, el término de la misma. Uno casi puede oír el alegre traqueteo del tren y el crujido de sus vagones, en el primer caso, y la melancolía y silencio de la nave que se desliza quieta pero indefectiblemente hacia su final, en el segundo. El primero es un viaje que tiene paradas, el segundo es una singladura con un puerto final. Ligero de equipaje. Así era como Machado quería pasar por esta vida y acabar también. Desde luego, las circunstancias de su muerte, en muchos sentidos, fueron un cumplimiento de aquel deseo, porque literalmente atravesó la frontera hispano-francesa con lo puesto. Tan ligero de equipaje iba que hasta la salud le había abandonado también, estando la muerte esperándole en Colliure. Y así, a pocos kilómetros de España atracó finalmente su nave, exactamente de la manera que en su Retrato preconizó. No es extraño que Machado se convirtiera en referente de toda una generación a la búsqueda de un ideal que parecía encarnado en él. Paco Ibáñez y Juan Manuel Serrat pusieron música a sus poemas cuando la censura todavía tenía tijeras aquí. Alfonso Guerra, machadiano donde los haya, intentó en vano traer sus restos de vuelta a su tierra. Y es que muchos querían ser como Machado y vivir como él. Ligero de equipaje… ¡En un sentido, qué difícil resulta actualmente vivir así! Las grandes fuerzas económicas y publicitarias de las sociedades opulentas nos llaman, nos gritan y nos exigen que vivamos cargados y sobrecargados de cosas, de equipaje. Y cuanto más mejor. Porque la categoría y el estatus se miden por la cantidad de carga que somos capaces de sobrellevar. Miles de sofisticados artefactos, de sueños alcanzables, de caprichos al alcance de la mano, justificados con esta taimada argumentación: porque te lo mereces. ¿Quién puede resistir la fuerza de esta seducción? ¿Cómo ser capaces de vencerla? Y sin embargo, ¡qué fácil es vivir hoy ligeros de equipaje! Sí, nos lo han puesto más fácil que nuca. Porque basta con ser portador de algo que pesa entre 5 y 10 gramos, para que puedas moverte por esta vida. Ni el mismo Machado hubiera imaginado que una cosa tan delgada y ligera pudiera ser suficiente. Y es que con la tarjeta de crédito vas bien ligero de equipaje. ¡Ay! Cómo hemos pervertido aquel romanticismo del poeta y hemos convertido el ideal abstracto en algo tan prosaico como el dinero, aunque sea de plástico. Al final nos han hecho creer, y nosotros mismos lo hemos querido creer, que vivimos ligeros de equipaje cuando, en realidad, detrás de esa tenue apariencia de la tarjeta, se esconde otra forma, aunque más sutil, de acumulación de equipaje. Pero mucho antes de Machado, ya se nos habló de vivir ligeros de equipaje. Y de una manera más profunda de la que pensara el poeta. Porque es posible vivir ligero en tal o cual aspecto y hasta presumir de ello y, no obstante, en las cámaras secretas de nuestro corazón albergar toneladas de enseres que pesan más que la arena del mar. Toneladas de vanagloria y de basura moral. Toneladas de justicia propia y de auto-exaltación. Toneladas de condonación de lo malo y de silencios cómplices. Toneladas de rebelión contra Dios y de manipulación y rechazo de su Palabra. Toneladas de superioridad y autosuficiencia. Toneladas de desenfreno y burla. El texto inferior hace referencia a un trayecto, una carrera, la cual se nos llama a correr bien ligeros de equipaje. Descargados de dos cosas: De todo peso, es decir, de todo aquello que suponga un impedimento, tales como el afán y la ansiedad por causa del materialismo. Del pecado, que es el peor de los equipajes posibles. Un equipaje del que ni siquiera Machado, a pesar de sus buenas intenciones, podía librarse por sí mismo. Tampoco sus admiradores. Un equipaje terrible del que únicamente podemos ser libres gracias a Jesús y a su muerte sustitutoria en la cruz, donde el que vivió tan ligero de equipaje que no tenía ni donde recostar la cabeza, tomó sobre sí el insoportable peso del nuestro para que podamos experimentar, como el peregrino de Bunyan, que la carga que nos aplasta se cae de nuestros hombros. ‘Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús.’(Hebreos 12:1-2).