Oscuro Alejandro Alberti 1 Índice Introducción……………………………………….. Página 9 Capítulo 1 El palo que amasa y golpea……………..……..Página 13 Capítulo 2 Una mancha negra en el Arco Iris…………. Página 39 Capítulo 3 La reina, su miel y el clonazepam……………Página 69 Capítulo 4 La evolución de la mariposa……..………….. Página 91 Capítulo 5 El diablo se presentó en forma de mujer…Página 115 Epílogo………………………….………………….. Página 133 “La musa”…………………………….............. Página 143 2 Introducción 3 Oscura, así fue mi vida. Desde el comienzo, cuando salí del vientre de mi madre y vi la luz, esa luz no fue más que mi tortura y la de tantos otros que se cruzaron por mi camino. Hoy, 27 años después, aún me sorprende que la gente que me conocía se horrorizara de lo que hice ¿Qué estaban mirando? ¿Nunca notaron siquiera quién era yo realmente? La gente sólo mira su ombligo, no nota el verdadero peligro que acecha. Sólo ven lo que les trasmiten por televisión… Sólo algunos vieron que les podía pasar si caminaban junto a mí. Algunas veces pienso que soy solo una consecuencia de mi infancia, pienso que me acostumbre al dolor, a tal punto que pareciera ser la nafta que me hace funcionar. Siento que me resigné a no ser feliz, incluso antes de saber qué era. Me convertí en un vampiro alimentado por el dolor que me rodea. Por ende, tiendo a generarlo, es como cultivar mi propia huerta. Muchas veces creí que tenía un andar distinto, que era especial, pero me di cuenta que soy un animal; tal vez no el único, pero animal al fin. De chico quería ser médico, quizá por curar tanto a mi madre llegué a pensar que ese era mi objetivo. Hoy miro hacia atrás y veo lo lejos que quedo la medicina de mí. Ya no curo heridas, las provoco. No estoy seguro de estar haciendo un mal, tal vez sea la forma de curar a la gente de mí, la peor enfermedad que les podría tocar. Hoy me encuentro aquí para ser juzgado, espero que el mundo decida. Deseo la muerte, algo que muchas veces busqué y no logré conseguir, pero solo será una condena, una más que tendré que soportar. Ninguna sentencia cambiará lo que hice, no sanará los daños en mi cerebro, ni volverá el tiempo atrás. 4 Hoy empecé mi declaración con estas palabras: - Si en ese momento alguien me hubiese preguntado qué hice, le hubiera contestado que no lo sabía. Pero luego recordé: Hice lo que nunca creí que podía hacer. La taquicardia que no paraba, el sudor frío que se adueñaba de mí y una ira incontrolable que brotaba. Miré el espejo y vi mi rostro más pálido que de costumbre, tenía pequeños cortes en mi mejilla derecha con sangre que se perdía por el cuello de mi camisa. Miré mis manos temblorosas como si ellas hubiesen hecho algo que no deseaban, volví a mirar mi rostro con miedo, pero ese que estaba allí ahora sonreía. Tomé la jabonera del lavatorio y golpeé duramente el espejo: Ese que se veía reflejado no era yo… ¿O sí? Mi nombre es Judas, y esta es mi historia… 5 Capítulo 1 El palo que amasa y golpea 6 7 Mucho tiempo después, protagonistas de estas historias me contrarían lo sucedido en momentos que yo no estuve presente. Entre copas y algunas cosas más, nos reiríamos con algunas y otras harían deslizar lágrimas sobre mi rostro. Por pudor prefiero guardarme los sucesos caóticos, algunos más importantes que otros, que no modificarán el fin de la historia. Me crié en esta ciudad, en el corazón mismo de ella, donde los bancos exprimen hasta el último centavo de los seres humanos, donde los bares repletos de gente ofrecen el mejor menú a los miles de oficinistas, donde las casas de cambio especulan con los turistas y ahorristas y donde la gente camina de un lado hacia el otro como autómatas. Un amontonamiento donde nadie se conoce, donde las calles son un desfile interminable de automóviles y motocicletas. Los negocios repletos de gente probándose hermosos vestidos y zapatos, galerías, shoppings, gimnasios, edificios estatales, la iglesia, el museo y hasta un casino hermoso rodeado de casas de empeño completan el brillo de esta ciudad. Pero se convierte en mi verdadero hogar, cuando la luz del día deja de iluminar. Calles oscuras y desiertas, con vagabundos que se alimentan de las sobras de los locales de comidas rápidas, prostitutas a la caza de algún oficinista rezagado en busca de sexo rápido antes de ir a su hogar. Sólo las luces de algún bar y el casino que jamás cierra iluminan lo que queda de esta ciudad. La gente no vive aquí, vive en barrios más tranquilos alejados de todo el ruido. Los edificios albergan en su mayoría oficinas y por las noches se encuentran desolados. Es muy raro escuchar música, voces o algo que presuma presencia humana alguna. 8 Emma, mi madre, solía ser camarera de “El Greco”: Un bar de esos que nunca cierran, como los de las rutas repletos de hombres bebiendo ginebra, pero en la gran ciudad. No tenía grandes lujos como los otros, pero sí precios muy económicos para no perder la clientela. Allí, mi madre conoció a Raúl, mi padrastro, tal vez el mejor cliente, no por las grandes sumas de dinero que haya gastado, sino por su fidelidad a su gran amor: La ginebra. Raúl era el encargado de un edificio justo frente al Greco. Como casi todos los encargados de esa época, vivía en un departamento que le daba el edificio. Se levantaba a las cinco de la mañana, cruzaba al bar y desayunaba religiosamente sus primeros vasos de ginebra. Luego se encargaba de su trabajo: Limpiaba la entrada, el portero, las escaleras, los ascensores y baldeaba la vereda. Al terminar regresaba a casa, siempre y cuando no tuviera alguna reparación para hacer. Comíamos, dormía una siesta, se bañaba y se vestía con su camisa gris y pantalón negro. Por muchos años admiré su constancia: Jamás dejó de lado el trabajo, eso para él era sagrado. Raúl no solo se ocupaba del edificio, también realizaba reparaciones en oficinas, arreglaba cañerías, hacia instalaciones eléctricas y hasta algún trabajo de albañilería. Todo como extra, en el edificio o fuera de él. Por la mañana, después de desayunar en el bar, me despertaba, me ayudaba a cambiarme y me llevaba al colegio. Al principio aparentaba ser el padre que no tuve, pero Raúl cuando la luz del día dejaba de iluminar, era como esta ciudad. Se volvía oscuro, carente de toda luz. Mi padre nos había abandonado cuando yo tenía 3 años, después de eso mi madre decidió ir a vivir con Raúl en su departamento. Él la amaba con locura. Antes de eso vivíamos 9 en un pueblo a unos cincuenta kilómetros de allí, teníamos una casa hermosa con un gran fondo, si bien era yo muy pequeño entonces, recuerdo las hamacas y una pileta chica en la cual mama me enseñaba a nadar. En ese entonces, ya hacía un tiempo que mamá trabajaba en El Greco. Yo quedaba al cuidado de mi abuela, de la cual sólo tenía vagos recuerdos. Mi madre era hermosa, su cabello era rubio parecía dorado, era delgada pero con buenas curvas, tenía piernas estilizadas donde se le marcaban sus músculos bien formados, labios gruesos, ojos celestes. Mi madre era una muñeca, si bien yo la miraba con los ojos de un hijo, a cada paso que daba junto a ella por la calle, los hombres me hacían notar que estaba junto a una mujer extremadamente deseada. A ella nunca le molesto ser mirada y deseada, es más, le encantaba vestir con minifaldas y vestidos cortos. Usaba ropa muy ajustada para que sus curvas quedaran bien a la vista. Según Raúl, mi madre nunca superó el hecho de que mi padre la hubiera abandonado. Consumía alcohol todo el tiempo. A diferencia de Raúl, ella no hacía distinción entre bebidas, cualquiera le venía bien; sin contar que las drogas eran su mayor adicción. En las tantas discusiones de mi hogar la palabra más común con la que mi padrastro se refería a ella era prostituta. Mi madre fue camarera durante algunos años, allí tomo el gusto por el alcohol, las drogas y demás vicios. Trabajaba en un estado lamentable, pero para el Turco (el dueño del Greco), ella era fundamental: Gran parte de su clientela iba allí por ella, les encantaba beber junto a esta mujer tan bella, verla caminar por el salón mostrando sus hermosas piernas con su desfachatez. Muchas veces se tornaba cariñosa con algún cliente y se sentaba en sus piernas a la espera de una generosa propina. Más de una 10 vez Julián, un hombre fornido, empleado del turco y encargado de la caja, debía sacarle de encima algún cargoso que empezaba a manosearla. A ella nunca le molestaba esto, salía de la escena siempre con una sonrisa, sabía que su cuerpo era la mejor arma para sus propósitos. El turco era un delincuente, y el bar era producto de la herencia de su padre. Siempre sobrevivió del robo de autos y la venta de autopartes, negocio que ya hacia algunos años no realizaba debido a un allanamiento a su desarmadero que llevo presa a gran parte de su banda, la cual nunca lo delató. Aunque vivió un tiempo en el exterior por miedo a que alguno de sus colegas lo hiciera. Ya en el exilio, se enteró de la muerte de su padre. Su madre había muerto hacía más de diez años, como único hijo y heredero, vio en el bar la posibilidad de empezar una nueva vida. Se aseguró que las aguas estuvieran calmas y regreso a su nuevo emprendimiento. El bar, pensara usted. Pero no, eso no era de su estilo. Su nuevo negocio era la venta de drogas, el bar era sólo la fachada. Todos los días entraban al bar más de diez punteros del Turco, recogían su mercadería y partían hacia distintos destinos. Algunos trabajaban desde un bar, otros con sus teléfonos atendían el delivery de las oficinas y también estaba Germán, que solo trabajaba desde el prostíbulo de su padre. Nombro en especial a Germán porque tendrá participación especial en esta historia más adelante. Los primeros años de convivencia con Raúl fueron lo más parecido a una familia denominada normal, yo salía al mediodía del jardín y él siempre estaba esperándome, caminábamos 11 cuatro cuadras para llegar a casa, y siempre parábamos en la plaza del coronel(Yo le llamaba así porque en el centro de la misma había una estatua enorme de un soldado montado a caballo, en su mano derecha llevaba en alto un sable y de su mano izquierda colgaban dos cabezas de unos supuestos invasores que él había decapitado) Siempre me impresionó esa imagen. Me hubiese gustado saber quién era, pero Raúl no tenía estudios ni mucho menos interés en la historia como para contarme. Generalmente hay alguna mención de estas estatuas en su pie escritas en bronce, pero habría sido seguramente robada para ser vendida. Subía a la hamaca, cerraba los ojos y olfateaba el olor a pasto cortado y me recordaba a mi antigua casa de pueblo, eran solo unos minutos, pero eran muy lindos. Luego llegábamos a casa, y prendía el televisor para ver los dibujos animados mientras él preparaba la comida. Raúl era rápido para hacerla y muy lento para comerla, mientras lo hacía, tomaba de su botella de vino (Tomarla entera para él era religión). Terminado el almuerzo, me pelaba una fruta que comía viendo televisión, él no era de postres. Sacaba la botella de ginebra y servía su primer vaso, cuando lo terminaba lavaba los platos y se volvía a sentar para hacer una sobremesa con un par de vasos más. Mi madre nunca almorzó con nosotros, ese era el momento donde más trabajo había en el bar. No hacían grandes comidas, más que nada eran minutas, pero era la gran excusa de muchos clientes para beber un rato. Después, cuando el horario de almuerzo de las oficinas finalizaba, volvía la paz y comenzaba el momento del relax: Julián se encargaba de la caja y de las mesas 12 y mi madre subía a la oficina del Turco a ayudarle con las tareas "administrativas”. El Turco era repugnante, no solo por su manera de actuar, sino también por su aspecto: Llevaba una barba tupida, tenía una cicatriz al costado de su ojo y le faltaba media oreja por un disparo que estuvo a punto de quitarle la vida. Era obeso, sucio y no paraba de traspirar, pero tenía algo que a mi madre la seducía: La cocaína. Él tenía su ritual: Todas las tardes volcaba una bolsa de diez gramos en su escritorio, se desnudaban untaba su miembro en el polvo mágico y ella con sus labios se ganaba sus extras. Gritos bobos de su boca dormida suplantaban las frases sucias que solía gritar y que el Turco tanto odiaba. Pasaban largos ratos teniendo sexo, él no se conformaba con poco, tenía grandes cantidades de aparatos para satisfacer sus necesidades y las de ella. Cuando llegaba la hora de bajar, ella recogía las sobras de cocaína en una bolsita y la guardaba en sus senos, mientras el Turco la miraba con una sonrisa desde su sillón... Sabía que se los había ganado. Después de la sobremesa, Raúl dormía unas horas mientras yo miraba la televisión. Se despertaba tipo seis de la tarde, se bañaba, se afeitaba y se vestía elegantemente, me daba un beso en la frente y se iba al bar, ¿Por qué ir a beber al bar, cuando se tiene la botella de ginebra en la mesa de tu casa? Porque para él, era como otro trabajo: El de beber y vigilar a mi madre. Para mí empezaba una etapa difícil del día, me quedaba en soledad y sin saber a qué hora regresarían. Los almuerzos para mí eran sagrados, porque la cena nunca llegaba. Generalmente Raúl esperaba el horario de salida de mi madre a la medianoche bebiendo en el bar, pero nunca se respetaba. Volvían a la 13 madrugada y era mejor no estar despierto para ese momento. Mi madre había logrado una gran capacidad para soportar la bebida, con el tiempo me di cuenta que era gracias a la ayuda de la cocaína, el Romeo que fue por su Julieta, ahora volvía en los brazos de mi madre, pero colgado, porque no se podía sostener por su estado de ebriedad, ni bien entraban al departamento empezaban los gritos de él. - ¡Prostituta! ¿Con cuántos te has acostado por esa propina? ¿No te das cuenta? Ese Julián está desesperado por ti, si pudiera te violaría. ¡Ahora eres mi puta, no te tienes que fregar en las faldas de esos degenerados! Por lo general, mi madre se desnudaba, empezaba a tocarlo, besarlo y este hombre cada vez más animal, era preso de sus instintos, olvidaba todo tipo de infidelidad y dormía entre sus piernas hasta el horario de trabajo. Yo no veía a mi madre por las mañanas, ella dormía. Luego me iba al colegio y para cuando llegaba ella ya estaba en el bar. Los únicos momentos que podía tener con ella eran los de las noches, pero no eran los mejores. Muchas veces intente recibirla, pero Raúl se enfurecía conmigo, decía que mi madre al verme recordaba a mi padre porque lo extrañaba y lo seguía amando; y siempre exclamaba que mi madre estaba "Enferma de la droga" (término usado por él, para referirse a la adicción de mi madre) por su abandono. Cuando digo se enfurecía, era porque se me venía encima como un toro y me golpeaba con su puño en mi rostro, no le importaba mi sangre o si podía matarme. Se ponía ciego de ira. Pero estos momentos siempre traían un premio para mí: Mi madre lo agarraba fuertemente para que no me golpeara más, él la sacaba de un empujón, corría nuevamente y me abrazaba 14 para que los golpes fueran interceptados por su cuerpo. Luego de un rato de furia sus golpes cesaban, pero los daños eran irreparables. Cuando se calmaba, se iba a dormir y ahí empezaba mi momento mágico: Mi madre maltrecha por los golpes, pero con todo su amor, pasaba horas curándome. Mis dientes de leche no se cayeron por causa natural, yo tenía dentista personalizado. Luego de las curaciones dormía a mi lado, por las mañanas desayunábamos juntos durante varios días, debido a que no asistiría al colegio hasta que se borraran las marcas de los golpes. Compartir esos momentos con mi madre fue muy importante, pero el precio desmedidamente caro. Tenía ocho años, cursaba el segundo año del ciclo lectivo primario cuando tuve que abandonar el estudio Las marcas en mi rostro, ya no había tiempo que las tapara: Una cicatriz en mi pómulo y otra en mi ceja izquierda, más varios moretones habían llamado la atención a la directora del colegio, varios interrogatorios por su parte bastaron para que mi madre tomara la decisión. Los golpes se tornaron cada vez más fuertes y frecuentes. Yo ya no era tan inocente y ahora los buscaba. No podía soportar que golpeara así a mi madre, ahora lo enfrentaba, pero él no se contentaba con gritarle prostituta a mi madre o con algún cachetazo, estaba extremadamente violento: Golpeaba con sus puños en las costillas y en su rostro. Cuando iba al bar, llevaba un palo de amasar más grande de lo habitual (recuerdo de su época de pizzero) escondido en su campera, con la excusa de que si alguien quería propasarse con ella, lo usaría. Pero siempre lo sacaba en casa, para pegar en la cabeza a mi madre y otras veces en la mía. 15 Los tiempos habían cambiado, ya no era mi madre la que curaba mis heridas, era yo ahora el que atendía su cuerpo molido a golpes y otras veces, perforado. Ahora la que faltaba a su trabajo era mi madre, al turco no le gustaba verla así, decía que a los clientes no les gustaban las putas llenas de moretones y amenazaba con echarla si no arreglaba su situación. Hasta los 11 años mi vida fue un desastre, pero todavía podía empeorar. Todavía recuerdo ese día, era el día que siempre había esperado, el día que devolvería la felicidad de mi familia, el que salvaría a mi madre de su perdición, pero como todo en mi vida, la felicidad tuvo plazos cortos. Era una tarde como tantas otras, Raúl se había levantado de su siesta y fue a cumplir con su tarea habitual: Beber y mirar de reojo a mi madre en el bar. Era una tarde tranquila, había pocos clientes, una pareja tomando cerveza en un rincón, cuatro oficinistas de festejo y tres habituales de la barra, de esos que están en horario de trabajo pero necesitan su vaso de ginebra o vino, lo beben y parten rápidamente. Mi madre estaba reluciente, con una mini-falda más corta de lo normal, de esas que al agacharse ya dejan ver sus partes más íntimas. El grupo del festejo le pidió que les trajera dos botellas de champán. Ya estaban bastante subidos de copas y todo lo hacían a los gritos. Cuando ella se acercó con las botellas, uno de ellos la agarro de la cintura y la sentó en su falda. Con su mano derecha empezó a acariciar sus piernas. Mi madre trató de levantarse, más que nada por miedo a la reacción de Raúl que la miraba con atención y empezaba a levantarse de su asiento, pero con la mano izquierda el oficinista la sujetó fuertemente y luego empezó a acariciarle sus senos. 16 Otro de los muchachos se acercó en una forma bastante cariñosa y poniendo una de las manos en su pierna le pregunto: - Hoy festejamos mi ascenso ¿Cuánto nos cobras por una fiesta con los cuatro? No llego a recibir respuesta, un palazo en su cabeza le borro todo tipo de sueño. Luego Raúl, fue por el que tenía en la falda a su princesa: El primer palazo se lo dio de lleno en el rostro y cuando este cayó, siguió golpeándole con toda su ira. Los otros dos trataban de pararlo pero era en vano, estaba enloquecido. Julián, que había seguido todo desde la caja, se acercó y de un golpe seco en la sien desmayó a Raúl. El alboroto fue tal que llegó la policía. Raúl fue detenido y los dos oficinistas fueron llevados al hospital. El Turco estaba muy enojado, la presencia de la policía en su local lo ponía muy nervioso, agarró fuerte del brazo a mi madre y en el oído le dijo que estaba despedida. La felicidad había tocado a mi puerta. Ahora podía disfrutar de mi madre durante todo el día. Raúl estaba detenido por agresiones, pero la carátula podía cambiar por las lesiones graves que tenía uno de los muchachos, mi madre me había comentado que si Raúl iba preso, debíamos desalojar el departamento para darle lugar al nuevo encargado y que con la plata de la indemnización por el despido, podíamos volver al pueblo y empezar una nueva vida. Yo volaba de felicidad, por primera vez en muchos años fui a un cine, almorzábamos y cenábamos juntos. También me llevó a un parque de diversiones donde había juegos magníficos, ahí mi madre me compró una pistola que lanzaba pelotas, fue mi primer juguete. 17 Yo deseaba que ese muchacho muriera a causa de los golpes, pero como siempre la vida me dio la espalda: Mejoraba rápidamente y la liberación de Raúl era inminente. En esos días me di cuenta de que mi madre no lo amaba, en ningún momento intento visitarlo, ni ver cómo estaba su situación. Ante su salida, yo intenté convencer a mi madre para irnos igual al pueblo, pero ella me aseguraba que al no trabajar más en el bar, los celos de Raúl y nuestra vida iban a cambiar, que iba a buscar un colegio donde pudiera retomar mis estudios. Ella me iba a llevar todas las mañanas e íbamos a ir a la plaza por las tardes. Ese día que tanto deseé que no llegase, llegó. Raúl volvió a casa. Volvió con la mirada perdida, con pocas palabras, sin pegar un solo grito. Parecía tener mucho odio dentro y que lo tenía reprimido, seguramente desearía matarnos. Pero temía volver a pisar un calabozo. Lo primero que hizo fue pedir disculpas al consorcio por su reacción desmedida y los días que había faltado a su trabajo, le fue aceptada su disculpa dado que siempre cumplió con su deber y era querido por los dueños e inquilinos de los departamentos. Siguió trabajando y cumpliendo su rutina como toda la vida, almorzaba y cenaba con nosotros casi sin pronunciar palabra, mi madre dormía con él e intentaba mostrarse cariñosa, pero Raúl la alejaba fríamente. Durante un buen tiempo las cosas siguieron así, por las tardes mi madre iba en busca de su dosis diaria. Tenía muy buena relación con Germán, que a partir de ahora sería su nuevo proveedor. No compraba grandes cantidades, pero casi no había días que no concurriera por ellas. Seguía bebiendo, tal vez un poco más que antes. 18 Su relación con Raúl empezó a mejorar una noche: Era tarde estábamos acostados, ella se levantó, no podía dormir. Yo estaba despierto tenía la puerta semiabierta y la veía en el comedor como desesperada, estaba totalmente desnuda, transpiraba demasiado; pero no hacía tanto calor. Tomó un vaso, sacó la botella de ginebra, lo llenó y lo bebió de un solo trago. Luego sacó una bolsita de un pantalón que había quedado sobre una silla, la abrió y desparramó cocaína sobre la mesa. Tomó uno de esos imanes de parrillas que estaba pegado en la puerta de la heladera, peinó dos líneas largas y con un billete las aspiró. Cada vez transpiraba más, nunca la había visto de esa manera, se levantaba, caminaba de un lado al otro, estaba desesperada. Pero si droga tenía ¿Qué era lo que le faltaba? ¿Abstinencia a qué? Se paró junto a la silla y empezó a frotarse con su mano la vagina, era como un animal en celo. En eso, se levantó Raúl. La miró y le dijo: - ¿Qué haces así? ¿No ves que das pena? Y ella le contestó, casi a los gritos y sin reparar en que yo podía escucharla: - ¡Puedo soportar de que no me hables y serte fiel, pero no puedo vivir sin que me cojan, o lo haces tú, o lo hace otro! No termino de decirlo que Raúl se le fue encima como una fiera. Atiné a levantarme para defenderla, pero los propósitos de él no eran los de golpear: Sacó su ropa de un tirón, la subió sobre la mesa, comenzó a besarla en todo el cuerpo y luego se apodero de ella. Empezó lentamente y luego comenzó a moverse violentamente, ella gritaba como loca, estaba desencajada, le mordía la oreja y la pera, clavaba sus uñas en la espalda, se movía como un felino. Parecía poseída. Luego, cuando él parecía 19 estar a punto de estallar, lo retiró de un empujón, se arrojó al piso colocándose en cuatro patas y le pidió que, antes del final, quería un servicio completo. Yo cerré los ojos, preferí no mirar cómo sería. Después de esa noche, las cosas en casa empezaron a tomar color. Él ya no estaba distante, a ella se la notaba feliz. Pero yo no toleraba más la presencia de él, quería que desapareciera, que tuviera un accidente, que quedara electrocutado en alguna reparación o algo que lo sacara de mi vida para siempre. Sólo teníamos que ser mi madre y yo. Para esos tiempos mi madre ya había gastado la plata de la indemnización, vivía con un dinero mensual que le daba Raúl, solo le alcanzaba ese monto para comprar comida, y mantener unos días de su vicio. Lo que la llevaba a pedir siempre un poco más de plata. Raúl no quería darle más, aunque podía, sabía que el dinero que le daría iría a parar al bolsillo de Germán a cambio de unos cuantos gramos. Pensaba que acortándole el dinero, ella iba de a poco a cortar su vicio. Para compensar, compraba grandes cantidades de bebida alcohólica, creyendo que de a poco iba a ir remplazando un vicio por otro. Mi madre sentía algo especial por Germán: Era un muchacho rubio, siempre bien vestido, alto y simpático. Las mujeres le sobraban, pero como hijo del dueño de un prostíbulo vivía rodeado de prostitutas. Le encantaban las fiestas y era generoso con ellas: De vez en cuando, las hacia trabajar con mejores pagas que las que daba su padre. Siempre portaba arma, cuidaba de ellas y las trataba con mucho respeto. Cuando mi madre se quedaba sin cocaína, no buscaba a Germán para rogarle por ella, pensaba que él creería que era una arrastrada y no podía aceptar que él la juzgue de tal manera. 20 Pero su cuerpo le pedía, empezaba a sentir esa sensación de vacío, se ponía como loca. Empezaba a agarrarle el mal humor, hasta que se decidió y buscó la solución: Recurrir al Turco. No anduvo con vueltas. Directamente le ofreció sexo a cambio de la dosis diaria. Luego de negociar la cantidad que le daría, el Turco aceptó el trueque (Realmente extrañaba las tardes administrativas). Durante unos meses pudo solucionar el tema de su vicio, lo que le estaba costando ahora, era encontrar alguna excusa para desaparecer todas las tardes, ya que Raúl estaba comenzando a desconfiar de ella. Solía decirle que me llevaba a la plaza y cuando él no estaba en la puerta del edificio, cruzábamos al bar, entrábamos rápidamente y subíamos por la escalera del fondo tratando de pasar lo más desapercibidos posible. Ya después arriba, éramos recibidos por el Turco, mi mama solía darme unos autitos de colección que había en una repisa y luego me llevaba al baño para que juegue un rato allí con ellos. Se agachaba, me daba un beso en la frente y decía que iba a ser solo un momento, después cerraba la puerta. Era muy difícil jugar mientras escuchaba a mi madre gemir como una prostituta y a un hombre decirle cosas sucias. Esos momentos eran eternos. Mamá había encontrado la excusa perfecta y la usaba cada vez más seguido. Hasta ese día... Era un día normal, Raúl estaba terminando sus tareas en el edificio. Mi madre estaba nerviosa, miraba la hora cada vez más seguido. Esperaba que viniera y se bañara, como hacía todos los días y en ese momento aprovechar para irnos. Pero él no venía. 21 Estaba realmente desesperada, de muy mal humor. Llegó el punto en que no aguantó más, tomó mi mano y bajamos. Cuando llegamos a la planta baja, vio que una vecina tenía la puerta abierta y corría agua por todo el pasillo. Evidentemente tenía un problema con el agua. Mi madre le pregunto si estaba Raúl ayudándola, la señora contesto que sí, pero que había ido a la ferretería en busca de un caño. Mi madre le dijo si por favor podía avisarle que nos íbamos a la plaza, a lo que la mujer dijo que nos quedáramos tranquilos que le daría aviso. En el mismo momento en que entrábamos al bar, Raúl giraba la esquina. Nos vio, esperó un tiempo prudencial, entró al bar y preguntó a Julián por nosotros. Julián dijo que no nos había visto y ahí enloqueció. Subió las escaleras a toda prisa, pateó la puerta de la oficina y encontró a mi madre y al Turco en pleno acto. Golpeó al Turco y luego a ella. El turco se levantó rápidamente, tomó su arma y la puso en la cabeza de Raúl. Le dijo que no quería verlo nunca más en su bar, ni a él, ni a ella. Mi madre se vistió, abrió la puerta del baño, me levantó en sus brazos y nos fuimos. Llegamos al departamento y mi madre me pidió que entrara a mi pieza, cerrara con llave y que no abriera por nada del mundo. Luego empezaron los gritos, los golpes y el ruido de cosas que caían. Durante varios minutos escuché los reproches y golpes que recibió mi madre. Después de un largo rato de silencio, empezaron a sentirse las patadas en mi puerta y los gritos de Raúl que me decía: - Y tú no eres ningún inocente. Sal de ahí, basura. Voy a matarte ¿Ahora cubres a tu madre? ¿No valoran lo que hago por ustedes? ¡Desagradecidos! 22 Pateó durante largo rato la puerta, me metí en mi cama, me tape de pies a cabeza, como si eso evitara que ese loco no pudiera matarme si derribaba la puerta. Pero por suerte no pudo abrirla. Estaba realmente preocupado por mi madre, hacía largo rato que ni siquiera la oía llorar ¿La habría matado? Esperé un tiempo prudencial y abrí la puerta lentamente. No había rastros de Raúl, pero sí de mi madre: Los primeros eran de sangre, luego la encontré en la puerta del baño. Estaba totalmente inconsciente, tenía dos perforaciones en su espalda hechas con el sacacorchos, el cuerpo lleno de moretones y su rostro completamente desfigurado. Me largué a llorar y supe que no podría volver a soportar otra golpiza como esa. Mi madre tardó mucho tiempo en recuperarse. No caminaba bien, ahora tenía varias cicatrices, pero mantenía su hermosura. Después de esa última infidelidad, Raúl ya no le daba dinero, solo cargaba unas cosas en la heladera como para alimentarnos. Comíamos poco, mamá había adelgazado varios kilos. Una tarde, mamá vino con la noticia que había conseguido trabajo. Se había encontrado con Germán y éste le había ofrecido limpiar la casa de su madre, sólo serían unas horas por la mañana. Raúl al principio se negó rotundamente, pero mamá lo amenazó con irnos de la casa y terminó cediendo. Mi madre jamás limpió nuestra casa ¿A qué mente se le ocurriría que podría limpiar la de otro? Ella empezaba a trabajar con Germán… Pero como su nueva prostituta. No tenía demasiados clientes (no mucha gente recurre a ese tipo de servicios por la mañana), pero su hermosura hacía milagros. Levantaba dinero suficiente como para sus vicios, nuestra comida y hasta para algunos lujos. 23 Al principio, todo se desarrollaba normalmente: Volvía poco después del mediodía, almorzábamos todos juntos y atendía de maravilla a Raúl en la hora de la siesta. Por las noches, muchas veces cenábamos afuera o íbamos al cine. Una tarde no volvió. Raúl estaba como loco, no sabía dónde quedaba la casa de la madre de Germán. Iba continuamente al bar a ver si él estaba ahí, pero no se animaba a entrar por miedo al Turco. Volvía, pateaba los muebles… Estaba desencajado. Hasta que empezó a encontrar alguien en quien desquitarse: Me agarró del pelo, me bajó por las escaleras y ya en la calle me dijo que no volvería a entrar hasta que ella no volviera. La esperé sentado en el umbral toda la noche, pero nunca llegó. Ya por la mañana me despertó el Turco, que venía a abrir el bar. No sé si fue por pena o porque se sintió identificado, pero me invito a entrar. Me dio de desayunar y después me dijo que durmiera un rato en el sillón de su oficina. Luego de unas horas desperté y le conté lo que había sucedido en mi casa. Empezó a llamar a Germán para que regresara con mi madre. Después de un largo rato lo ubicó y éste le dijo que mi madre se había ido con un gerente y dos empleados a una casa de campo, que eran cocainómanos y seguro la fiesta se había tornado larga. Germán fue a su búsqueda, la casa estaba a unos quince kilómetros de la ciudad. La rodeaba una gran arboleda, tenía una gran piscina al frente, una entrada con una enorme puerta y dos columnas a sus costados. En el estacionamiento había unos cinco vehículos, pero sin embargo parecía desolado. Germán golpeó la puerta enérgicamente y un hombre desnudo se hizo presente, sin presentarse entró al lugar. Mi madre estaba desnuda, abrazada a un hombre en un sillón y en una mesa llena de 24 botellas de alcohol, se encontraban cinco hombres más. Sobre la mesa también había una montaña de cocaína, suficiente como para quince días más. El gerente se levantó y le dijo a Germán: - Que buena prostituta tienes aquí hermano, puede soportar siete hombres y creo que podría con más. Germán sacó su arma y poniéndosela en la cabeza le dijo: - Tú pagaste por tres y me prometiste que la tratarías con respeto ¿Qué debería hacer yo contigo? Germán estaba dispuesto a todo, cuando mi madre dijo: - Espera, no hagas locuras. Me han tratado con respeto y fueron muy generosos. No me importó la cantidad, ellos preguntaron si podían sumar más hombres y yo les respondí que trajeran los que quisieran. -¿Estás loca? – Dijo Germán – ¿No ves que tu hijo esta solo esperándote? Raúl lo dejó en la calle y el Turco debió darle asilo. Quedó callada, pensó unos segundos y dijo: - Tenerme cerca es lo peor que le puede pasar. Soy una persona toxica, pero hoy voy a terminar con su dolor. Mi madre se vistió, subió al automóvil de Germán y regresaron al bar. Durante todo el día, el Turco me atendió como a un hijo: Desayunamos, almorzamos unas buenas pastas que el mismo había elaborado y por la tarde lo ayudé a armar la mercadería para entregar a sus distribuidores. Tenía unos paquetes de cocaína en forma de ladrillos, los cuales cortaba con una navaja y volcaba en la mesa. Con una cuchara poníamos la coca en unas bolsitas y luego las pesábamos en una pequeña balanza hasta 25 llegar a los cinco gramos. Él me decía que los punteros solían cortarla con bicarbonato y vendían de a un gramo para sacar un poco más de ganancia, que más de una vez había tenido que darles una buena golpiza, no quería que su coca tuviera mala fama. Aparcaron el automóvil delante del bar. Mi madre abrazó a Germán fuertemente, le dio un beso en la boca y le dijo que le hubiese encantado tener una relación con él, que nunca un hombre la había protegido tanto. Volvió a darle otro beso, bajó del automóvil y entró al bar. Germán no dijo una palabra, él tenía una atracción especial por ella. Pero sentía que ningún hombre podía saciar su sed, que ella era tan hermosa que no debería ser de nadie, sino de todos. Mi madre entró corriendo, me buscó con su vista, se agachó, me abrazó fuertemente, me besó y me dijo que esa sería la última vez que me haría algo así. Yo nunca la odié, la amaba con locura como todo el mundo, le podía perdonar cualquier cosa. Pero jamás le perdonaría que me hubiera abandonado. Dio las gracias al turco por cuidarme y nos dirigimos al departamento. Antes de entrar mi madre dijo lo de siempre: Que lo primero que tenía que hacer era ir directo a mi pieza, que me encerrara y que no tuviera miedo. Sólo que esta vez agregó algo nuevo: - No te preocupes por mí. Si no me oyes, no salgas hasta el otro día. Yo estaré bien, mejor que nunca. Estas palabras quedarían grabadas en mi mente hasta el día de hoy. Cuando abrimos la puerta, encontramos a Raúl sentado en el sillón. Lo había colocado de frente a la puerta. Tenía el palo 26 de amasar en su mano y una botella de ginebra en la otra. Mi madre me empujó hacia la pieza y él, de un grito, me frenó: - ¿Dónde piensas que vas? Todas las puertas están con llave. Esta vez van a tener que enfrentarme cara a cara, no huirán más de mí. El terror se apoderó de mí: Mi madre me empujó hacia un costado, me temblaban las piernas. Ya tenía casi 13 años, estaba dispuesto a enfrentarlo. Mi odio era mi mejor arma. Me acerqué hacia los cajones, tomé el cuchillo más grande y cuando estaba decidido a utilizarlo, vi a mi madre como nunca antes: Se había sentado en sus piernas, agarrándolo violentamente de su camisa y gritando: - Vengo de encamarme con siete hombres que me hicieron todas las locuras que puedas imaginar y lo disfruté como la gran perra que soy. En estos diez años te fui infiel cientos de veces y todos me hicieron sentir más mujer que tú. Eres un fracasado y siempre lo serás. Raúl, montado en su ira, se levantó y partió la botella de ginebra en su cabeza. Ella giro su rostro pero no cayó. Luego recibió un golpe con el palo en el medio del rostro que hundió la nariz y la frente, jamás intento cubrirse, se dejó golpear. Cayó desplomada al suelo, era un cuerpo sin vida. Raúl se agachó, se arrodilló sobre su espalda y con el palo en su mano derecha siguió golpeando duramente contra su cabeza. Yo sabía que estaba muerta. Tenía el cuchillo en mi mano, podría haberlo matarlo y vengar su muerte ahí mismo, pero el terror me frenaba. Un sudor helado corría por mi frente, era como estar parapléjico. Caí al suelo y sentí mi corazón latir rápidamente, parecía que iba a explotar. Pensaba en mi madre y 27 el dolor era cada vez más grande, debía cortar ese dolor con más dolor. Extendí mi mano en el suelo y con el cuchillo empecé a cortar de a poco mi dedo índice. Lo rebané hasta la mitad, cerré los ojos y los latidos empezaron a calmar. No quería volver a despertar, quería morir. En ese momento recordé algo que mi madre me había dicho hacía un tiempo, cuando le había preguntado por qué me había puesto mi nombre: - Porque nada bueno puede salir de ti. Esas fueron sus palabras, y no se equivocó. 28 29 Capítulo 2 Una mancha negra en el Arco Iris 30 31 Desperté y todo era distinto. Como si todo hubiera sido un sueño: Las paredes blancas, una cortina que no dejaba ver qué había a mi derecha y por la izquierda una ventana por la cual entraba mucha luz y dejaba ver la copa de un árbol bien tupido. Todo estaba limpio y con olor a lavanda, intente levantarme, pero mi cuerpo estaba como adormecido. Miré mi mano y estaba vendada. Ahí me di cuenta que nada había sido un sueño. De pronto una voz me sorprendió: - Judas, yo me llamo Cristina y soy asistente social. Te han dado un tranquilizante para que puedas descansar bien, estamos esperando a tu abuela Ana que ya debe estar por llegar ¿Te acuerdas de ella? No pronuncie palabra, solo asentí con mi cabeza y prosiguió: - Esta aquí Germán. ¿Quieres hablar con él? Le dije que sí y caminó hacia donde estaba la cortina, abrió una puerta y apareció Germán. Lo noté como nervioso, se acercó lentamente hacia mí y volví a levantarme. Sentado ya en la cama le pregunté: - ¿Qué pasó con mi madre? ¿Dónde está Raúl? ¿Dónde estoy? Por un momento dudó, miró hacia su izquierda como si allí permaneciera Cristina tras la cortina y necesitara su aprobación para contarme. Se acercó un poco más y muy pausadamente me dijo: - Raúl mató a tu madre. Los vecinos llamaron a la policía por los gritos que venían del departamento y el Turco, que estaba en la puerta del bar en ese momento, corrió hacia allí, pateó la puerta, golpeó a Raúl y lo sacó de encima de tu madre. Pero ya 32 era tarde. Luego llegó la policía y la ambulancia, detuvieron a Raúl y a ti te trajeron a este hospital. Yo no recordaba nada de eso, pero sí sabía lo de mi madre, solo que me negaba a creer que hubiese sucedido, unas lágrimas corrieron por mi rostro. Germán me abrazó fuerte y me dijo que todo se iba a solucionar, que mi abuela estaba en camino, que estaba muy apenada y que deseaba mucho vivir conmigo. Si bien ella vivía solo a cincuenta kilómetros, no la había visto en 9 años. Guardaba buenos recuerdos, pero sería como vivir con un desconocido; aún así, en ese sólo momento quería irme lo más lejos posible de esa ciudad. Pensaba en el Turco y su acto heroico, de lo bien que se había portado conmigo, de que me gustaría agradecerle. Por suerte en unos años tendría la oportunidad de hacerlo. Al rato llegó mi abuela, estaba muy acongojada. Con los ojos llenos de lágrimas se acercó hacia mí, me abrazó fuerte y me dijo: - Nietito mío, nunca debí dejarte ir con ella, todo lo que tocaba lo convertía en odio, yo te voy a cuidar. Lo juro. No me parecieron muy gratas sus palabras, amaba mucho a mi madre y no soportaba ninguna ofensa. Mi abuela tuvo una charla extensa con la asistente social, nunca supe qué le dijo, solo sé que le recomendó que me llevara a un psicólogo, que un episodio de automutilación debía ser tratado por un profesional y era preferible que fuera cuanto antes. Mi abuela nunca creyó en esas cosas, ella decía que me faltaba amor y fe… Era católica hasta la médula. Ya en el tren camino al pueblo, sentí que mi vida había cambiado rotundamente. Mi abuela me trataba con mucho 33 cariño, tomaba mi mano fuertemente, me abrazaba con actitud maternal. Tenía muchísima hambre, pero por suerte ella había traído unas galletas y café en un termo para soportar el viaje, estaba en cada detalle para que todo sea más ameno. En poco tiempo llegamos. La estación era muy humilde pero limpia y bien pintada, a pesar de estar cerca de la ciudad había mucho verde, era zona de quintas y con un pequeño centro que no tenía más de dos cuadras a la redonda. Mi abuelo, ya fallecido hacía más de veinte años había sido un hombre acaudalado. Supo tener su fábrica de muebles y de cortadoras de césped, también un campo y un frigorífico. Ya nada de eso quedaba hoy como propiedad de mi abuela, las fábricas habían fundido, el campo y el frigorífico los había vendido. Con esa plata compró cuatro departamentos en la ciudad para vivir de rentas. Con la pensión, jubilación y las rentas, yo, a partir de ahí, jamás volvería a saber lo que era el hambre. Pero ese chico de ciudad había cambiado, poco me importaba comer, se notaban mis costillas y sólo comía para callar los retos de mi abuela. La casa era más hermosa de lo que imaginaba en mi infancia. Era la misma, lo sé porque reconocí las hamacas y pregunté si en ella había vivido de chico, a lo que mi abuela me contó que mi padre no tenía dinero, que venía de una familia muy humilde, realizaba algunos trabajos de electricidad, pero no alcanzaban para alquilar algo. Mi madre nunca había trabajado antes del Greco, entonces mi abuela les ofreció que vivieran ahí, ya que se sentía sola luego de la muerte de su esposo. Me interesé mucho por ese pasado, mi madre nunca me había hablado de mi padre, solo sabía que se llamaba Rubén. Mi abuela también me contó que hacía unos años lo había encontrado en el centro del pueblo haciendo unos trámites, que 34 estaba viviendo en un pueblo a unos seiscientos kilómetros, y que, por suerte, había encontrado el amor en una muchacha de allí. Empezaron a reflotarse en mí esas ganas de conocerlo. Los domingos por la mañana solíamos ir a la iglesia, nunca toleré esas misas interminables. Generalmente me llevaba en estado deplorable, con grandes dolores de cabeza, el insomnio estaba arruinándome. Luego cuando el cura terminaba su largo sermón, después de habernos hecho parar y sentar varias veces, las viejas desesperadas del pueblo rodeaban al pobre hombre con cualquier excusa. Uno podía descifrar muy fácilmente que lo único que pretendían era ver que portaba debajo de su sotana. Yo las miraba desde un rincón y reía, sabía muy bien que ese hombre con pinta de bonachón era adepto a carnes más jóvenes. Un tiempo antes mi abuela me había casi obligado a hacer un curso de catequesis para tomar la comunión, en esos tiempos pude comprobar su desvelo por una mujer de unos 32 años que colaboraba con la iglesia, una verdadera fanática, eso sí: Nadie le podía reprochar nada, ella estaba dispuesta a entregar cuerpo y alma por la noble causa, sobre todo al cura, el fiel representante. Pasé ese tiempo en la iglesia tomando mis recaudos, por televisión solía ver que tenían cierto cariño por los niños, así que guardaba distancia. Con el tiempo pude comprobar que no todo en la iglesia era corrupción, pero no sería allí, sino en el colegio. Mi abuela logró que me anotara para reiniciar el estudio, busco un colegio alejado de la casa para que nadie del pueblo note que su nieto de 17 años estaba haciendo la primaria. Mis compañeros eran en su mayoría gente mayor, venían de unos kilómetros hacia el norte, casi todos eran peones rurales que durante el día eran explotados por una miserable paga. El padre 35 Ernesto los traía en una camioneta en muy mal estado, era un hombre verdaderamente honesto, el sostenía que debían estudiar para progresar y salir de las garras de los estancieros explotadores. El padre Ernesto con muy poco presupuesto fue montando unos talleres en su humilde iglesia de albañilería y carpintería. Algunos campesinos concurrían allí, después de aprender el oficio el padre los tomaba como empleados en la construcción para agrandar la iglesia y hasta los recomendaba a los fieles que asistían a ella. Pero eso no era todo, él quería que estudiaran, que no se conformaran sólo con el oficio. El estudio no era muy exigente, imaginen que la gran mayoría de los alumnos eran esos campesinos que venían de trabajar más de doce horas diarias. Muchos solían dormirse en clase, pasábamos de año sin mayores problemas. El último fue el más difícil, a mitad de él perdimos la mayoría de los alumnos. El padre Ernesto se había ganado con sus actos el desprecio de gran parte de los estancieros: Por su culpa, la mano de obra barata estaba escaseando. Una noche la iglesia ardió. De más estuvieron los intentos casi desesperados de los campesinos y el padre Ernesto por intentar apagar el incendio, nada quedó de ella. El padre fue trasladado muy lejos y los campesinos quedaron sin tutor. El último año solo lo terminamos cinco alumnos, uno de ellos era Blas: Un chico apenas tres años mayor que yo, el cual había abandonado los estudios porque su madre lo había internado en una granja para desintoxicarlo de las drogas, había comenzado a consumir de muy pequeño y no tuvo mejor idea que robar la plata que su madre tenía atesorada, pero eso no era lo malo, lo malo era de dónde provenía el dinero. 36 Su madre era una colaboradora en la iglesia, había una chica que necesitaba una operación que debía realizarse en el exterior y se habían hecho diferentes fiestas con el fin de recaudar el dinero necesario. Por desgracia luego de un festival ella había sido designada para guardar la recaudación, Blas se encontró con el tesoro y no tuvo piedad. La madre un poco por vergüenza y otro poco por ver que la situación de su hijo no tenía limites, decidió internarlo. Blas salió, según él, cambiado. Con un absoluto autocontrol, pero seguía fumando marihuana y bebiendo alcohol. Con él fumé mi primer porro. Solíamos juntarnos por las tardes antes de ir al colegio junto a las vías del tren, fumábamos y bebíamos mientras me contaba el odio que les tenía a su madre y a su hermana. Decía que todos sus problemas eran por causa de ellas, siempre era la misma charla. Hasta que un día ya cansado de sus relatos se me ocurrió decirle: - ¿Por qué no las matas? Se paró, me miro fijo como con ganas de golpearme y dijo: - Estás verdaderamente enfermo Luego de decirme esas palabras agarró su mochila y partió. Yo sonreí, pensando que estaba más loco de lo que pensaba, pero nunca más me habló. Los últimos meses los pasamos sentados en la misma aula pero esquivaba mis miradas y cuando pasaba por mi lado miraba hacia el piso. Por las tardes me gustaba ir al centro, recorrer sus calles y sus vidrieras. Era simple, pero pintoresco. Tenía una plaza en el centro, una iglesia, la municipalidad y una comisaría a su 37 alrededor. Había lindos locales, a dos cuadras estaba la estación de trenes y de micros. Había un negocio en especial que siempre vigilaba desde un asiento de la plaza. Era una dietética, propiedad de mi tía Raquel, la única hermana de mi padre y tal vez la única pariente paterna que quedaba con vida. Nunca me animaba a entrar y presentarme, temía sentir su rechazo. Ella nunca quiso a mi madre, la odiaba. Una tarde tomé fuerzas, crucé la calle y entré al local. Raquel estaba de espaldas colocando unas galletas en una repisa y sin titubear me presenté: - Hola. Soy Judas, el hijo de Emma y Rubén. Ella se dio vuelta con una sonrisa, se acercó a mí y con un abrazo me dijo: - Un gusto volver a verte sobrino, me alegro mucho que hayas venido a visitarme ¿Has venido al pueblo de visita con tu madre? Le conté de la muerte de mi madre. Le mentí, dije que fue por un cáncer. No quería que sintiera pena por mí contando todo ese relato desagradable. Durante varios días la visité y me contó muchas cosas de mi infancia y de mis padres, ella fue la que me contó por qué se separaron ya que mi abuela siempre esquivaba el tema. - Tu madre siempre fue una mujer libre. Nunca entendió eso de la fidelidad, ella salía con hombres mientras estaba con tu padre, jamás ocultaba sus amoríos, muchas veces la encontré en la confitería de la esquina y siempre con hombres diferentes. Cuando tú naciste encontró trabajo en la ciudad, en un bar, y las cosas empeoraron. Tú eras chico y ella podía pasar 3 o 4 días 38 sin volver al hogar. Empezó con su adicción a las drogas, tomaba demasiado. Todos en el pueblo sabían la humillación que sufría mi hermano. Un día él se cansó, preparó su bolso y partió. Tu madre vino varias veces llorando a preguntarme dónde estaba, decía que estaba arrepentida, que le dijera que nunca más iba a engañarlo. Pero yo jamás le dije eso a Rubén, quería lo mejor para él. Luego empezó a llevarse muy mal con tu abuela. Un día tomó sus cosas, las tuyas y partió a la ciudad. Nunca más volvió y por lo que me dijo tu abuela, jamás la llamó siquiera. Raquel me había dado la dirección de mi padre. No tenía teléfono, estaba en el medio del campo y me dijo que hacía más de dos años que no lo veía. No tenía otra forma de comunicarme con él más que yendo a verlo allí. Durante mucho tiempo dudé de ir ¿Por qué visitar a un padre que nunca se preocupó por saber que era de mí? La tía Raquel era una persona muy particular: No tenía pareja ni hijos y a pesar de poseer una dietética era una persona extremadamente obesa. Siempre pensé que su apariencia ahuyentaría a los clientes, sin embargo tenía buena clientela. No más de tres veces fui a su departamento, estaba ubicado justo sobre el local. Era un departamento muy chico, lo compartía con cinco perros y tres gatos. Al principio supuse que la convivencia con tantos animales remplazaría la falta de una familia. Cada vez que abría la puerta del departamento, el aroma que salía de allí era vomitivo. Todos eran perros callejeros que había adoptado, decía que eran como sus hijos. Pero había uno en especial que a mí me llamaba realmente la atención. Era muy grande y lo tenía encadenado a la cabecera de la cama, siempre estaba recostado sobre la sábanas y parecía realmente hostil. Tratando de abstraerme de las miserias del lugar, esas tardes 39 fueron realmente interesantes. Raquel y mi madre habían sido compañeras de colegio, por medio de ella había conocido a mi padre. Ahí me llevé una gran sorpresa, significaba que alguna vez fue amiga de mi madre. Escuché muchas historias de mis padres, tenía una gran cantidad de fotos de antes que yo naciera y de mis dos primeros años. Quedé maravillado con una en la cual estaba en brazos de mi padre, él tenía una expresión desagradable, como si le molestara que le sacaran fotos. Raquel decidió regalármela. Si mal no recuerdo, esa ya era la segunda oportunidad que visitaba su departamento y el perro de la cama aún me gruñía cada vez que lo miraba. Me observaba fijamente como intentando decirme que si no estuviese encadenado me despedazaría. No podía entender el sentido de tener todos esos animales hacinados, pero él era distinto. Todos los demás caminaban libremente por los pocos metros cuadrados del departamento y parecían bastante mansos. Ese día antes de partir tuve que hacerle la pregunta: - Tía ¿Por qué tienes encadenado a ese perro a tu cama? Parece muy agresivo - No, Hércules es muy cariñoso. Tenemos una relación especial, tal vez se pone así porque no quiere compartirme con nadie – Contestó. No quise preguntar a qué le llamaba "Una relación especial" y terminé volviendo a casa con más dudas que certezas, ahora no sabía si quería morderme o estaba pidiendo ayuda. Mi presencia era patética, mi ánimo estaba por el piso. Sufría una eterna depresión, nada lograba sacarme una sonrisa. 40 Quería dormir sin despertar y por las noches empeoraba. Desde mi cama podía ver en la pared que colgaba un póster de Jesús. Mi abuela decía que él me cuidaba, pero yo sólo lo miraba fijo. Él parecía mirarme y era como si me estuviera pidiendo algo. Odiaba esa imagen, para mí era espantosa. Me observaba con pena, se burlaba de mí. Una vez escuché que con fe se puede salir del mayor sufrimiento, pero ¿Qué fe puede tener una persona como yo hacia él? ¿Dónde estaba cuando mi espalda recibía palazos o cuando murió mi madre? La Biblia es sólo un Best Seller hecho para los débiles que no encontraron amor a algo y sólo se refugian en la fe con el objetivo de encontrar un motivo para seguir viviendo. Yo no tengo fe, menos amor ¿Para qué seguir robando aire en este mundo? Si ese día hubiese podido levantarme de la cama, habría prendido fuego ese póster absurdo, pero otra vez me sentí invadido por ese sudor helado, sentí la taquicardia y como si un elefante estuviera subido en mi pecho. Tenía terror, sentía el final. Pero ¿A qué temía? Morir tal vez fuera mejor que vivir así. Cuando la noche terminaba, lograba conciliar el sueño. Estos episodios se repetirían durante esos años. De día era como un zombi, buscaba algo sin saber qué. Ya habían pasado los años en los que esperaba los caramelos con droga que algún extraño me daría, esos que tanto hablaba mi abuela, ahora debía abastecerme por mí mismo. Frecuentaba un bar donde conseguía mi marihuana. Me ayudaba a mantener lejos mi ira, pero me sumergía en lo más profundo cuando llegaba el dolor. Una vez escuché que la droga es un estado de ánimo. Nunca encontré mejor definición de ella: 41 Si tu vida marcha bien y gozas de ella, la droga puede potenciar la felicidad; pero si tienes problemas o esta horrible depresión, sientes que te hundes y hasta un pequeño problema puede llevarte a una catástrofe. Yo la usaba como calmante, era mi primer medicamento. Ese bar por las noches se llenaba de gente que iba a beber y a bailar. Solía mirar a la gente desde un rincón, parecían felices. Yo no encajaba en ningún sitio, no podía siquiera acercarme a una chica, el temor a ser rechazado era terrible para mí. Había pasado esos últimos cinco años solo con el afecto que me daba mi abuela y mi soledad. Pero ya tenía 18 años y empezaba a tener la necesidad de relacionarme con una mujer. A cinco cuadras de mi casa vivía Cecilia. Una chica hermosa de pelo castaño, ojos verdes y bastante desarrollada para su edad. Desde la ventana de mi pieza podía verla cuando volvía del colegio junto a sus amigas. La deseaba, pero jamás podría ser mía ya que primero tendría que hablarle y eso era muy difícil para mí. Ella tendría unos 17 años, sabía sus horarios de colegio y cuando iba al gimnasio. La seguía con una distancia prudencial, no podía hablarle sin algún motivo, así que deseaba que cayera en la vereda por un tropezón o se lastimara con algo y allí iría yo para socorrerla. Era un buen pretexto para mi acercamiento, pero nunca llegaba. Parecía una chica desenvuelta, sin prejuicios a la hora de hablar con chicos. Muchos se acercaban y ella les sonreía, se dejaba tomar de la cintura y los tomaba de la mano. No parecía ningún perro que ante mi atrevimiento fuera a sacar sus dientes, pero yo igual no me animaba. Hasta que mi acoso permanente tuvo su premio casi tres meses después. 42 Una tarde, ella emprendía la vuelta a su hogar desde el colegio. Yo la seguía a unos veinte metros cuando dos chicos pequeños, de esos que aspiran pegamento, se acercaron a ella y le pidieron plata. Ella les dijo que no tenía, tal vez eso les molesto y sintieron que necesitaban llevarse algo. El más grande de ellos metió su mano por debajo de la pollera de Cecilia, ella le respondió con un cachetazo, pero el chico muy poco caballero la golpeó con el puño en su rostro y se largaron a la fuga. Yo corrí a su ayuda como un superhéroe, la levanté del suelo, miré su ojo y le pregunté si le dolía mucho, si quería que la acompañara hasta su casa. Ella me miró, secó sus lágrimas y sonriendo me dijo: - Por fin te acercaste ¿Cuánto tiempo llevas siguiéndome? Me quedé helado. Antes sentía miedo, ahora también vergüenza. Titubeando le respondí: - Hace meses. Me gustas con locura, pero no me animaba a decírtelo. Ella sonrío, tomó mi rostro con las dos manos y dio un beso en mi boca que jamás olvidaría. La acompañé a su casa, me invitó a entrar. Me llevó a su cuarto y sin decir muchas palabras, empezó a desvestirse. Yo me quedé inmovilizado ante la situación, pero ella se acercó y empezó a desvestirme lentamente mientras me besaba. Yo era virgen, jamás había estado siquiera cerca de besar a alguien, mucho menos de hacer el amor. Pensé en las veces que vi a mi madre hacerlo y que sólo tenía que actuar de la misma forma. Cecilia se arrojó en la cama y empezó a gatear sobre ella. Me acerqué rápidamente, la tomé por la cintura, 43 comencé a besarle el cuello y rápidamente estaba dentro de ella. Gemía largamente y casi como un susurro. Yo estaba completamente excitado. Recordé que a mi madre le gustaba la violencia y empecé a tener movimientos violentos: Estaba como loco, ya no oía sus susurros, hasta parecía en otro mundo. Levanté su cabeza agarrándola del pelo y comencé a morderle fuertemente el cuello, la espalda y los hombros. Apretaba su cuello fuertemente con mis manos, había llegado el momento máximo: Ese clic que ninguna droga te puede producir, esos cinco segundos que producen el mayor éxtasis. Me habría quedado todo el día con ella abrazado en su cama, pero ni bien terminamos, me dijo que me vistiera rápido y me fuera, ya que sus padres estaban por llegar. Me vestí rápidamente, le di un beso en su frente y me fui. Cuando llegue a casa estaba mi abuela merendando, le di un beso, comí una galleta y le pedí que hiciera una rica cena. Ella sonrío y me dijo que haría la más rica y abundante que jamás hubiera comido. Seguramente notó mi felicidad y no quería desaprovechar el momento. Entré a mi cuarto, miré el póster de Jesús que ya empezaba a caerse de una esquina porque una de las chinches que lo sostenía se había salido y sólo sonreí mientras pensaba: - Si hace milagros la chinche volverá a su lugar por si sola. Esa fue una noche tranquila. Cenamos juntos una rica lasaña, bebimos vino, y dormí tranquilamente, como hacía mucho tiempo que no me sucedía. Desperté al otro día con la idea de invitar a Cecilia al cine, después a cenar y tal vez hasta pudiéramos repetir lo del día anterior. Me vestí, desayuné con mi abuela, y partí hacia el 44 colegio a esperar su salida. Llegué una hora antes, me senté a beber una gaseosa en el bar de la esquina pensando cómo agasajarla (Mi abuela me daba una buena cantidad de dinero todos los meses, decía que debía aprender a manejarlo). Podía comprarle flores, regalarle un anillo y así sellar nuestro amor, tal vez pudiera alquilar un departamento y vivir juntos, estaba desesperado por verla. Había terminado mi momento de vegetariano, ahora era el más feroz carnívoro y mi cuerpo pedía carne. Esperé hasta que empezaron a salir los alumnos del colegio, había comprado un lindo ramo de rosas. Me paré frente al colegio, estaba ansioso por ver su rostro cuando se lo entregara. Ya habían salido casi todos y ni rastros de ella. Esperé un tiempo más, luego me acerqué a un personal del colegio que parecía ser el portero para preguntarle si ya habían salido todos. Su respuesta fue afirmativa. Me preguntó si era familiar de alguno, pero di media vuelta y me marché. Llegué a casa, puse el ramo en agua y esperé hasta la hora de salida de su gimnasio. Cambié mi camisa, no estaba completamente seguro que le gustara. Me volví a duchar y partí a su encuentro. Pase allí un buen rato esperando, pero tampoco se hizo presente. Me decidí y fui a su casa, necesitaba verla, no podía esperar un día más. Toqué timbre y me atendió su madre, me dijo que había salido temprano y que todavía no había regresado. Llegué a casa con furia, arrojé el ramo a la basura y me encerré en mi cuarto. No quería llorar, era una ira incontrolable la que hacía caer lágrimas de mis ojos. Pensaba con quién estaría acostándose en ese momento. Evidentemente estaba con alguien que era más importante que el colegio y su gimnasio. La 45 imaginaba teniendo sexo con algún profesor, hasta con varios de sus compañeros. Estaba ciego, tenía que hacer algo, ella me pertenecía. Al otro día repetí mi recorrido: La esperé en el colegio y fui al gimnasio pero nada, jamás apareció. No me pareció conveniente preguntar en su casa, seguramente tampoco habría vuelto y su madre estaría preocupada. Me preguntaba con quién estaría, empecé a sospechar que podrían haberla raptado y con el solo hecho de pensar que la tendrían atada e indefensa y que cualquier degenerado podría hacerle lo que quisiera a su cuerpo me ponía loco. Al otro día volví al colegio ya sin las rosas. Me senté frente a él, estaba decidido a ir luego a su casa y plantear a su madre una búsqueda en conjunto. De repente la vi salir con un grupo de amigas, se la veía feliz, como si nada grave le hubiera pasado. Me levanté y caminé a paso rápido hacia ella. Cuando me vio se sorprendió, le dijo a sus amigas que siguieran, que debía hablar conmigo. Quise acercarme a darle un beso, pero ella puso su mano en mi pecho y me alejó. Su rostro ya no sonreía cuando dijo: - Hace dos días que no vengo al colegio, no podía dejar mi casa por vergüenza. Me has dejado marcas en todo el cuerpo, me hice negar cuando viniste a casa. Creí que ibas a dejar de insistir pero veo que eres terco. Acostarme contigo fue un error, mi cuerpo ya tiene dueño y no quiero volver a verte nunca más. Me gusta hacer el amor con hombres, no con animales. Me quedé helado, pero entendí perfectamente. Antes que se fuera, la tomé de por hombros y con lágrimas en los ojos, le hable muy lentamente: 46 - Sé que él vio tus marcas y que no le habrán gustado mucho, pero tiene que entender que ahora eres mía. No te dejes influenciar, que no lave tu cerebro, nuestro amor es más fuerte que sus palabras, yo cuidaré de ti. Ella me miró y sin decirme una palabra se alejó. Yo quedé parado en el colegio y me preguntaba si se habría quedado conforme con mis palabras, si se sentiría segura. Ella estaba enamorada de mí, lo sabía, pero alguien estaba con ella y al notar las marcas que yo le dejé, le prohibió acercarse a mí. Tal vez sea agresivo como Raúl, tal vez la tenga amenazada y no entienda que su amor por él ya terminó. Lo de animal seguro lo dijo porque no me presenté con una flor o un regalo, si supiera que estuve con ellas dos días esperándola no lo hubiera dicho. Golpeé mi frente con rabia, no podía entender como había cometido ese error. Ya por la noche en mi casa, empecé a pensar cómo podría enfrentar a ese hombre, ¿Con qué la estaría extorsionando para que se aleje de mí? Por más que quisiera, no podía imaginarlo. Empecé a llorar de bronca, la dejé ir sin darle una solución al problema, ¿Qué clase de hombre era? Levanté mi vista y ahí estaba él, mirándome con pena. Se burlaba de mí, no podía entender cómo todavía no había quemado ese póster de Jesús. ¡Un póster! Ni siquiera creyeron que valía lo suficiente como para hacerlo cuadro. El costado desprendido empezaba a enrollarse del abandono, me reí y pensé: - Ni siquiera puede cuidarse él ¿Por qué cuidaría de mí? Cuando me levanté comencé a diagramar un plan, debía rescatar a Cecilia de ese ser repudiable que la dominaba con mentiras. Pensé en enfrentarlo o escapar con ella, pero no sabía 47 a qué me enfrentaba. Podría ser un delincuente o tal vez solo un celoso como Raúl, por las dudas debía portar una navaja para cuidarme. Ya era la hora de salida del colegio, debía apurarme, quería ver como se encontraba y si mi visita le había causado algún problema. Pensaba ir a hablar con sus padres para contarles lo nuestro, tal vez pudieran ayudarme. Llegué justo cuando salía, esta vez iba sola. Corrí hasta acercarme a ella, se dio vuelta, me vio, y giró la cabeza rápidamente acelerando sus pasos mientras se alejaba. Temí lo peor, mi visita de ayer evidentemente había agravado la situación: Pensé que podría estar vigilándola, empecé a recorrer con mi vista los alrededores buscando alguien en situación sospechosa, pero seguramente era hábil y no lo podía distinguir. La seguí desde lejos para ver si iba a su casa o a la de él, pero quedé más tranquilo cuando vi que su madre la recibía en la puerta de su casa. ¿Qué extraño ser puede tener a una chica así lejos de su verdadero amor? Seguramente estaría sufriendo. Desistí de visitar a sus padres, él podría averiguarlo y para ella todo podría ser peor. Y sabía muy bien lo que le pasaba a las mujeres que no obedecían a éstos enfermos. Comencé a pensar que la mejor opción sería escapar, recordé que mi abuela me había dicho que un departamento en la ciudad sería mío el día que me case. Pensé que no sería mala idea ir a pedir su mano a los padres; él, evidentemente, hacía todo a las escondidas. Seguramente era un hombre mayor, tal vez un profesor. Empecé a estudiar bien la situación, tenía que causar una buena impresión, debía lograr mostrar una familia lo más normal posible. 48 Se me ocurrió ir en busca de mi padre, tal vez fuera un buen hombre como mi tía me decía y hasta pudiera encontrar ese cariño que necesitaba, con mi abuela lo tenía, pero no era lo mismo que un padre. Tenía la foto que me había dado Raquel en la mesa luz. Todas las noches me quedaba mirándola, pero esta vez estaba decidido: Debía conocerlo. El casamiento con Cecilia era una buena excusa para visitarlo Ya tenía los pasajes, al otro día partiría hacia lo de mi padre. Pero antes debía decirle a ella lo del casamiento, la esperé como siempre, pero esta vez me volví a acercar y la detuve tomándola de sus brazos. Le dije a los ojos que me casaría con ella y que nos iríamos a la ciudad, ella sonrió y dijo: - ¿Estás loco o acaso no sabes lo que haces? Déjame o vendrán y te sacarán a los golpes. La sacudí del brazo fuertemente y le dije enérgicamente: - No te preocupes, sé cuidarme. Lo tengo todo pensado, estaré ausente un par de días y luego vendré por ti. Terminé de decir ésto y corrió asustada camino a su casa. Miré alrededor, nadie vio y menos pudo escuchar lo que le dije ¿Tan cruel podía ser esa persona como para asustarla de esa manera? Pensé unos segundos y recordé que había dicho "vendrán". No estaba solo. Ya estaba en la estación, subí al tren y comencé a diagramar los pasos a seguir: Me presentaría a mi padre, le diría que me casaría con una chica llamada Cecilia y que iríamos a vivir a la ciudad; allí haríamos una fiesta e invitaríamos a las familias, le diría que me gustaría mucho contar con la presencia de él y su mujer. Ahora mi padre, ¿Cómo sería él? Hacía tiempo 49 que quería verlo y esta era una buena excusa para conocerlo ¿Qué padre no quiere ver feliz a su hijo? El viaje fue terriblemente agotador, mi cerebro no se tomaba descanso. Pensaba en lo difícil que sería ver a un padre que prácticamente no conocía. La zona parecía totalmente abandonada, hacia cualquier lugar que mirara había sólo campo. Era el mediodía y mi tren de vuelta salía por la noche, no quería causar molestias y tomé la decisión de no quedarme a dormir, no sabía si la mujer de mi padre tomaría a bien mi presencia. Su casa estaba aproximadamente a dos kilómetros sobre mi derecha, en medio del campo. No había nada que me traslade hacia allí, debía caminar. En todo el trayecto no me cruce con nada que no fuera pasto o tierra. - ¿Cómo puede vivir aquí? – Pensé. Sólo esperaba que tuviera algún caballo para no tener que volver caminando. De pronto divisé la casa: Era una cabaña pequeña, de un costado salía humo, un niño de no más de dos años corría con una pelota y un perrito lo seguía. Me fui acercando lentamente, me temblaban las piernas, había llegado el momento de verlo, siempre había soñado con eso. Lo vi. Estaba haciendo un asado y cortaba la carne con un enorme cuchillo, era bastante parecido a mí. Estaba muy avejentado a comparación de la foto, pero estaba seguro que era él. De repente me vio, dejó el cuchillo al lado de la parrilla, de un costado saco una escopeta y me grito: - ¿Quién eres? ¿Y qué haces en mi propiedad? Levanté mis manos como si fuera a asaltarme y le respondí: 50 - Soy Judas, tu hijo. Me miró unos segundos sin decir una palabra, dejó de apuntarme, apoyó su escopeta en una mesa y volvió a revisar la carne que estaba en el fuego. Sin mirarme dijo que podía acercarme. Caminé lentamente hacia donde él estaba, el niño me miraba asombrado como si fuera la primera vez que veía a alguien. Iba a sentarme cuando mi padre empezó con su discurso: - Quiero dejar algunas cosas en claro, tu madre era una prostituta drogadicta, que arruinó gran parte de mi vida. Me humilló, no podía caminar por el pueblo donde nací, todos me miraban como si vieran a un infeliz, la única mujer que tuve en mi vida fue María y la enterré hace seis meses. El único hijo que tengo es Sebastián, ese que puedes ver a tu costado con la pelota. Jamás reconoceré al hijo de una prostituta como propio, tú puedes ser hijo de cualquiera del pueblo. En ese momento lo interrumpí: - No hables así de ella. Siempre te amo y es evidente que soy tu hijo. Somos muy parecidos. Se molestó mucho con mi interrupción y prosiguió con un tono más severo: - No me estás entendiendo, no quiero saber nada de ella y menos de ti. Seguro eres hijo de algún borracho de esos que bebían con ella en la estación de tren, es más, quiero que agarres esa mochila que traes, des media vuelta y te marches de aquí No entendía por qué me trataba así, me sentía realmente mal. Empecé a temblar, sentía que me iba a desmayar. No era lo que esperaba de él. 51 - Padre, solo he venido a invitarte a mi casamiento, no necesito dinero, tampoco quiero obligarte a que sientas algo por mí. Entiendo que mi madre te haya lastimado pero, aunque no comparta tu descripción de ella, yo no te he hecho nada. No terminaba de decir mi última palabra que él se me vino encima muy enojado y con un cachetazo de esos con ira me tendió en el piso. Me arrojó un par de patadas en la espalda y a los gritos me dijo: -¿Tu madre nunca te dijo que el que te puso Judas fui yo? Judas representa la traición y cada día que iba a vivir con ella, tu nombre debía recordármelo. Ahora vete, basura, aquí no tienes lugar. Me puse ciego de furia, yo no había hecho nada para merecer eso. Estiré mi brazo, alcance el cuchillo y me levanté rápidamente. El intentó llegar hasta la escopeta, pero hundí el cuchillo en su espalda. Cayó, me arrodillé sobre él y lo clavé varias veces más. Me acosté a su lado y un llanto de niño salió de mí: Había cometido una locura. Pero él me había llevado a eso. -Iré preso – Pensé – Si estoy en la cárcel no podré casarme con Cecilia. Algo debía hacer. Me levanté, lavé el cuchillo en la pileta y pasé un trapo repetidamente por el mango para sacar las huellas. Ni siquiera había entrado a la casa, nada podía incriminarme, nadie me había visto. El cuerpo tal vez lo encuentren en una semana, un mes, o nunca, ¿Quién podía pasar por allí? De pronto me acorde de Sebastián. Estaba arrinconado a un costado de la cabaña a unos cinco metros, era muy chico, ni siquiera hablaba, no podría 52 delatarme, pero estoy seguro que entendió que algo malo pasó. Me acerqué hasta él, le caían lágrimas por su mejilla, cuanto más me acercaba, más acurrucado se ponía. Como si me temiese. Lo miré bien de cerca, pensé qué haría él allí solo, si podría sobrevivir. - Tiene una cabaña acogedora, no hay ningún salvaje que lo golpee, tal vez ni siquiera sea mi hermano, no estará tan mal – Pensé. Di media vuelta y partí. La vuelta fue difícil, los nervios se habían apoderado de mí. Había cometido un asesinato, podría ir a la cárcel. Pensaba en cuando Sebastián creciera, pensaba que podría delatarme; luego descartaba esa locura. Miraba hacia todos lados, daba pasos largos, sudaba, la taquicardia volvía a invadirme, me sentía realmente mal. Cuando estaba llegando a la estación sentí como si me quedase sin aire. Me arrodillé, había llegado mi hora. Me acosté en el piso, de allí podía ver la estación, me pareció buena idea esperar el tren allí, era una buena forma de pasar desapercibido. La gente en la estación me vería en ese estado y podrían sospechar. Tenía pasaje para el anochecer, pero cuando viniera el tren sacaría otro. El tren asomó a unos kilómetros, me levanté, limpié el pasto de mi ropa y caminé apresuradamente. Compré un nuevo ticket, el tren frenó y subí. No noté a nadie que pudiera sospechar de mí, estaba seguro que nadie había notado mi presencia, caminé por el vagón buscando mi asiento, no había mucha gente, pero mi asiento era compartido con una mujer. Me senté y volvió el temor, saqué un pañuelo de mi mochila y empecé a secarme la 53 frente, la mujer que estaba a mi lado empezó a notar que algo no estaba bien y preguntó: - ¿Te encuentras bien? medicamento? ¿Necesitas agua o algún No sé por qué, pero confié en ella. Realmente me sentía muy mal. - Es que no me siento bien, algo que comí me cayó mal – Le respondí. - No te preocupes, ahora traigo algo que te hará sentir mejor – Dijo ella. Se levantó, caminó unos metros, abrió un maletero y de su cartera sacó un botiquín y una botella de agua. Se acercó, metió una pastilla en mi boca y me dio de beber de la botella. Le pregunté qué era lo que me había dado y contestó: - Es una pastilla que todo lo soluciona, está hecha con amor. El agua está bendita y si todo eso falla, te daré un beso en la frente y te curaré. Realmente pensé que viajaba con una loca, pero de a poco me fui calmando. Sentía un gran cansancio, había tenido un día muy difícil. Le dije a la mujer que no me dejara pasarme de estación, ella dijo que bajaba en la misma, que no me preocupara. Así que dormí el resto del viaje. Ya en el pueblo, me despertó y dijo que iba a acompañarme hasta mi casa. Yo le dije que no hacía falta, pero ella insistió. Estaba sólo a cinco cuadras de la estación, pero se me hicieron interminables. Me acompañó del brazo como si fuera un viejito a punto de tropezar. Ya en la puerta de casa dijo: 54 - Mi nombre es Muriel, tengo 24 años, soy soltera y estoy dispuesta a salir contigo cuando gustes ¿Cómo te llamas? No esperaba esas palabras, me sentí avasallado y conteste: - Mi nombre es Judas, agradezco tu ayuda y tu predisposición a una cita, pero aunque eres muy linda tengo que decirte que tengo novia y estoy por casarme. - No tienes nada que agradecer, espero que te sientas bien – Contestó y se retiró. Quedé viendo su partida, realmente era muy linda. Esperaba no haber cometido un error. Abrí la puerta de casa y mi abuela, que estaba merendando, se paró y me dijo: - Judas, estaba muy preocupada por ti, menos mal que estás bien. Vino la policía preguntando por ti, les dije que no estabas y dejaron este sobre para ti. Primero la saludé sin dar algún motivo de preocupación y después le dije que seguro sería por un trámite que solicite en la comisaría hacía algunos días, que no se hiciera problema. Con el sobre en la mano, empecé a subir las escaleras hasta mi cuarto. En el camino pensaba ¿Cómo hizo la policía para encontrarme? ¿Qué hice mal? ¿Encontraron el cuerpo? ¿No borré bien las huellas del cuchillo? ¿Cómo hicieron todo tan rápido? ¿Dónde voy a huir? ¿Esa Muriel sería policía y en mi sueño confesé todo? Entré al cuarto, abrí el sobre y empecé a leer. Me di cuenta que no era por el asesinato, pero era algo grave, una piedra más en mi camino: Era una orden de restricción por acoso y 55 amenazas. No podría acercarme a Cecilia a menos de trescientos metros. Miré al póster de Jesús que seguía mirándome con pena. - ¿De qué te burlas? – Le grité - ¿Acaso tú no te enamoraste de una prostituta? Una orden de restricción era demasiado, las cosas se estaban complicando, pero nada ni nadie se interpondría entre nosotros. Cecilia jamás me haría algo así, ella me amaba con locura, en ese momento me di cuenta de todo, me enfrentaba a un hombre poderoso con influencias. 56 57 Capítulo 3 La reina, su miel y el clonazepam 58 59 Desperté cerca del mediodía, todo estaba tranquilo, bajé en busca de mi abuela para desayunar juntos y noté que no estaba. Calenté el agua para hacerme un té. Mientras preparaba unas tostadas fui interrumpido por el timbre. ¿Sería la policía? Miré por la ventana y eran dos hombres de traje. No sabía qué hacer, podían ser policías de civil que venían a hacerme preguntas, no sabría que responder ¿Dónde estuve ayer por la mañana? No tenía una coartada. Empecé a ponerme nervioso ¿Me habrían escuchado? Podía no responder, como si no hubiese nadie en casa, pero en ese momento el timbre volvió a sonar. Sabían que estaba aquí. Debía enfrentar el interrogatorio, no quedaba otra. Me acerqué y abrí la puerta - Hola ¿Qué desean? – Pregunté. -Buen día ¿Tendría un minuto para nosotros? - Mi vida es una pérdida de tiempo, no veo por qué no perder un minuto con ustedes. En ese momento me mostraron una foto de Jesús, y dijeron: - ¿Lo conoce? - Sí ¿Por qué? – Contesté. - Porque tenemos un mensaje de su padre – Contestaron. -Yo no tengo padre – Les dije. En ese momento quería morir ¿Cómo había contestado tal cosa? Me había delatado, ¿Cómo sabía yo que estaba muerto? Era realmente muy tonto de mi parte. 60 Ellos me miraban fijamente, miraban mi expresión, seguramente estudiaban mis gestos, los cuales ya estarían delatándome del todo. - Perdonen mi grosería ¿Qué mensaje traen ustedes de mi padre? – Dije tratando de subsanar el error. - No, perdone usted, es un mal entendido. Nosotros nos referíamos al padre de Jesús. - Pero ¿Quiénes son ustedes? ¿Son policías o qué? – dije ofuscado. -No señor, somos testigos de Jehová – Contestaron casi a coro. -¡Váyanse ya mismo de mi casa! – Dije a los gritos mientras los empujaba y cerraba la puerta. No le bastaba al maldito póster con tratar de arruinarme la vida mirándome desde la pared, ahora también mandaba sus laderos. - En algún momento voy a terminar con él. – Pensé. A los pocos segundos escuché nuevamente el timbre, seguro vendrían por revancha. Abrí la puerta ofuscado y era Muriel. Me sorprendió que volviera después de mi poca cortesía, pero a la vez me gustó. -¿Cómo estás? – Le dije. -Bien, ayer me quedé muy preocupada por tu estado, pasaba por aquí y quería saber cómo estabas. – Dijo como con vergüenza. La invité a entrar y le serví una taza de té, mientras le confirmaba que realmente estaba de buena forma, bastante repuesto. 61 Muriel era una mujer de cabello negro azabache bien lacio, tez morena, muy delgada, sus labios eran gruesos, vestía jeans y zapatillas. No hacía notar sus curvas, sin embargo su cuerpo era el de una gimnasta. Ella era simple, directa y humilde. Charlamos largo rato de la vida sin entrar en grandes detalles, luego la invité a almorzar a un restaurante del centro. Ella no estaba muy a gusto en ese lugar hasta que, un rato después, me dijo que nunca había ido a comer a un restaurante así. Era un lindo lugar, tal vez el mejor que había en el pueblo. Yo había pasado miseria durante mi vida, pero noté algo más en ella, como que le daba vergüenza estar allí, o que temía ser vista. Terminamos nuestro almuerzo y le pregunté dónde vivía; sin darme respuesta me abrazó, me dio un beso en la boca, me dijo que volveríamos a vernos y partió. Fue una cita rara, pero algo en mí supo que ella era especial. Todos los días me preguntaba qué sería de mí, cuándo vendrían por el asesinato, pero no tenía novedades. Pasaba el tiempo y seguía teniendo esas visitas sorpresivas de Muriel. Ya estaba empezando a pensar en ella y no en Cecilia, al fin y al cabo, ella no peleó por nuestro amor y Muriel daba claras muestras de interés por mí. Un día estábamos en la plaza y Muriel me dijo: -Me gustaría ser tuya para siempre, ser la mujer de tus sueños, la que te cuide, mime, críe a tus hijos y muera a tu lado. Pero antes tienes que dejar en claro qué vas a hacer con tu novia. Hoy te doy la opción de elegir entre ella o yo, no pienso acostarme contigo si eres de otra. 62 No tuve que pensar demasiado para elegir, la abracé y le dije que ella sería la única mujer de mi vida. A partir de ese momento comenzó lo que sería el mejor momento de mi vida. Muriel siempre se hacía presente un poco antes que empezara a anochecer. Un día le pregunte si no podía venir antes y volver a disfrutar de un almuerzo como aquella vez. Pero en realidad eran excusas, mi propósito era saber qué hacía durante el día. Me contó que de lunes a viernes trabajaba en la casa de un estanciero haciendo la limpieza. Hacía ese trabajo desde los doce años. También me contó que había terminado el colegio secundario en un nocturno y que su meta era empezar la facultad, ser abogada y comprarse su casa. Mi abuela vivía en la iglesia, prácticamente era todo en su vida desde la muerte de mi abuelo. En su mesa de luz siempre estaba su Biblia, todas las noches la leía durante horas. Los primeros años en la casa, después de la muerte de mi madre, dormí con ella. Todos los cuentos antes de dormir salían de la Biblia, creía que así mis fantasmas iban a desaparecer. Mi abuela tenía un gran defecto: Era racista. Odiaba a la gente de color. Pero no sólo los negros, también a la gente humilde. Se refería a gente que tocaba timbre en la casa para pedir comida o ropa que no usáramos con frases como "Hay que cuidarse de esos negros, es mejor no tenerlos cerca". Nunca entendí como una persona tan creyente podía sentir tanto odio por esa gente. De más está decir que Muriel no era de su agrado, y me lo hacía notar en reiteradas oportunidades. Ya había sufrido con la relación de mi madre con Rubén, que vivía de changas, y no quería que otro de la familia se mezclara con esa raza. 63 A diferencia de mi padre, Muriel era una chica muy trabajadora y ahorraba desde muy chica para concretar sus propósitos. Desde que la conocí, Muriel no dejo de venir ni una tarde. Casi todas las noches dormía conmigo, mis fantasmas se mantenían distantes, era como si ella los espantara. Me encantaba hacerle el amor mientras miraba el póster de Jesús: Él no quitaba los ojos de mí y el sentirme observado me excitaba más. Ella era salvaje en la cama, insaciable y siempre bien dispuesta. Podíamos pasar la noche entera despiertos, fumando marihuana, bebiendo alcohol y teniendo sexo; pero a la mañana era una reina, se despertaba a las siete para ir a su trabajo siempre con una sonrisa, me besaba y partía. Llevábamos más de cinco meses de relación, cenábamos los tres juntos todas las noches, éramos como una familia. Los fines de semana no nos separábamos ni un minuto. En mis cajones tenia ropa interior de ella y en el baño estaba su cepillo de dientes. Pero todavía había algo que no me cerraba: No sabía dónde quedaba la casa del estanciero, menos su hogar. Sólo sabía que eran muchos hermanos y algunas veces nombraba a su padre. Pregunté varias veces por ese tema, pero siempre contestaba con evasivas. Un jueves mi abuela había hecho ravioles, se acercaba la hora de su llegada, yo había comprado un lindo anillo para sellar nuestro compromiso, pero los minutos y las horas pasaron y nunca llegó. ¿Le habría pasado algo? ¿Por qué no llamó para decirme que no vendría? Esa noche no dormí. Sentía que la había aburrido, que nadie podía estar con una persona enferma como yo, que mi sola 64 presencia era capaz de espantar a cualquier ser humano. Estaba demasiado flaco, prácticamente no comía, navegaba en mares de alcohol y consumía todo tipo de drogas, era un maldito zombi, que por las noches intentaba gritar y no podía; que sólo deseaba morir para no ver más el día. Hasta los momentos felices de mi vida eran arruinados por esa oscuridad que me controlaba, ese pozo que me aspiraba desde lo más profundo. Cuando la luz del día asomaba, y el clonazepam lograba relajarme, podía dormir; pero solo serían unas horas y todo volvería a la normalidad. Al otro día, volvió a generarse mi ansiedad. La espera se hizo amarga y sin sentido. La esperé hasta la hora que solía venir, pero tampoco se presentó. Ya mi vida no tenía sentido sin ella ¿Tendría algún amorío con el estanciero? Esa pregunta torturaba mi cabeza, me encerré en la pieza y mi abuela desde afuera decía que no me hiciera problemas, que seguro al otro día vendría. Esa noche fue una tortura. El terror me carcomía: Estaba vacío. La cama era enorme, cerraba los ojos y sentía que caía en un pozo oscuro y no podía sostenerme de nada para evitarlo. Mi corazón latía tan enérgicamente que parecía explotar, no podía seguir así. Tomé una lapicera de la mesa de luz y empecé a clavarla en mi brazo repetidas veces. Al tiempo, el dolor empezaba a calmar. Aunque suene raro, el dolor calmaba otro dolor, pero solo por momentos. Fue una larga noche peleando contra mis tormentos, bebía de mi botella de whisky, fumaba. Estaba sumergido en una enorme depresión. No pude dormir, mis brazos no tenían grandes daños, pero chorreaban de sangre. Bajé por hielo para 65 mi whisky y encontré a mi abuela despierta, no podía dormir por la preocupación, sabía lo que era capaz de hacer. Al verme se abalanzó sobre mí con llantos en sus ojos, y me dijo: - ¿Qué te has hecho? Vamos ya mismo al hospital, yo sabía que podía volver a pasar. Yo me negué rotundamente y ella empezó a lavarme los brazos en la cocina, luego me desinfectó y vendó con unas gasas. Insistió en ir a un hospital, pero volví a negarme. Saqué hielo de la heladera y me encerré en el cuarto nuevamente. Casi llegado el mediodía pude dormir algunas horas. Cuando desperté mi abuela cambio mis vendas y comprobó que las heridas no presentaban tanta gravedad, hasta ofreció llevarme a un psicólogo, pero yo me negué. Comí algo y volví a mi pieza, estaba con muchas dudas y me sentía impotente. No sabía cómo encontrar a Muriel. En eso sentí mi puerta abrir violentamente, era ella con lágrimas en los ojos. Corrió, me abrazó, tomó mis brazos, los miró y me dijo: - Todo esto es culpa mía, lo sé, yo te oculto muchas cosas y genero tu incertidumbre. Nunca más voy a actuar así, pero prométeme que no te lastimarás. No pienso dejarte jamás. Después, empezó a contarme la verdad de todo: - Cuando era chica mi padre trabajaba de tornero. La fábrica cerró un día y nunca más pudo conseguir trabajo. Perdimos la casa, mi madre enfermó y murió. Éramos 8 hermanos, los dos más grandes se casaron y viven en el pueblo donde nos criamos, apenas hacen changas y subsisten. Acá quedamos Lara de 20, Juan de 12, Cristian de 8, Leandro de 6, Evangelina de 4 y yo. Vivimos al lado del arroyo en una casita 66 muy humilde, mi padre junta botellas y cartones hace más de 3 años y jamás dejó de hacerlo. Para él no existen francos, feriados ni mucho menos enfermedad. Se gana el pan de cada día. Ayer mi hermana Lara, que es la que cuida de los más chicos, despertó enferma y yo tuve que quedarme a cuidar de mis hermanos. No quedaba otra, en mi casa no tenemos teléfono, así que no podía avisarte. Debí contarte esto mucho antes, pero me avergonzaba decírtelo. Tú vives en el mejor barrio del pueblo, en una casa hermosa. No tienes necesidad de trabajar y tal vez nunca la tengas. En este tiempo he notado el desprecio de tu abuela con la gente de mi clase y si tú pensaras lo mismo sería muy fuerte para mí, he soportado muchas cosas, pero no podría soportar tu discriminación. Luego de ese monologo lleno de emotividad y lágrimas en los ojos, la abracé fuertemente. Me abrí a ella y le conté toda mi vida, solo me guardé lo de mi padre, pero a partir de allí no habría secretos entre nosotros, o por lo menos eso pensé. Con Muriel tenía algo que no tuve nunca en mi vida: Tenía piel. Y cuando digo piel no me refiero solamente al sexo, era mucho más que eso, era sentir su piel rozar la mía, buscar el contacto permanente, las caricias, los besos, dormir acariciándola, una dependencia desmedida que no podía (Ni quería) dejar de sentir. A tal punto que estaba dispuesto a todo por ella, a lo que fuera por no perderla. Ese tipo de mujer tal vez no se la encuentre fácil, pero si tienes la suerte de hacerlo, como yo la tuve, se debe hacer lo imposible por no descuidarla. Pero también tienes que asegurarte que, si no es tuya, no debe ser de nadie. Nuestro amor crecía día a día, yo estaba muy enamorado de ella. Mi abuela había terminado aceptando a "la negrita" 67 (como ella la llamaba), es más, me había comprado un coche para que pudiera llevarla a su hogar, pasear y para usarlo en caso de alguna urgencia. En el bar había conseguido unos ansiolíticos que me mantenían estable. Después de lo de mi padre, pensé que sería buena idea controlar un poco mi ira y estabilizar un poco el sueño. De esa manera lograba el mejor trío: Muriel, el clonazepam y yo. No nos celábamos y por un tiempo logramos una buena convivencia. Después de mucho insistir logré que Muriel me invitase a su casa. Sería un domingo, y yo me comprometí a llevar la carne que su padre asaría. Después de mucho tiempo estaría un día sin trabajar y sería un buen momento para dejar en claro que a partir de ahí, ella pasaría a ser parte permanente de mi familia. Al llegar, estacionamos el coche en un descampado que simulaba funcionar como un estacionamiento. Era una villa miseria como las de la ciudad, pero un poco más pequeña. El automóvil podía pasar por las primeras cuadras, pero llegaba un punto donde las calles dejaban de existir y el lugar se transformaba en pasadizos como los de un laberinto. Pregunté a Muriel por qué estaban hechas así y ella me contestó que no lo sabía a ciencia cierta, pero que seguro era para que la policía no pudiera entrar con sus vehículos y fuera más fácil para los delincuentes perder a sus seguidores. Su explicación me pareció razonable por la cercanía que tenía este lugar a la ciudad y por la fama que había ganado en cuanto a la delincuencia. El barrio era muy raro, hasta pintoresco les diría: Las casas eran pintadas como se podía, abundaba el color. Algunas ni siquiera estaban revocadas y el ladrillo se mantenía a la vista. No me desagradaba para nada. Los pasadizos, los perros que 68 ladraban; algunas casas tenían carteles en sus ventanas ofreciendo venta de comida. Creo que jamás podría volver allí solo, realmente era imposible ubicar el camino. Mi única preocupación era la del automóvil, pero Muriel me aseguró que no pasaría nada. Mientras caminaba pensaba que no sería mala idea memorizar el lugar: Allí podría conseguir el ácido y la marihuana mucho más baratas que en el bar, pero era una idea absurda, no tenía esa necesidad. De repente el laberinto se acabó y apareció un gran descampado. Era como una avenida ancha y luego seguían los laberintos, esta avenida era de tierra y dudo mucho que circulara algún coche por ella. Sólo había uno a un costado, pero parecía que había sido incendiado hacía muchos años. Seguimos nuestro viaje por la avenida y a unos cincuenta metros parecía el fin del mundo: La avenida ancha terminaba en un precipicio, unos veinticinco metros hacia abajo se podía ver el arroyo, y justo al lado del precipicio estaba la casa de Muriel. Era un verdadero peligro criar a los chicos ahí, pero claro, los chicos de estos lugares son muy astutos. Conocí a Juan y me pareció un gran hombre, lleve cuatro vinos para la comida, descorche el primero mientras él hacia el asado. Ofrecí servirle en un vaso, pero me dijo con respeto, que prefería no tomar y esperaba que lo tome a bien, notó algún gesto de mi rostro y se sintió con la necesidad de explicar: - Mira hijo, en los tiempos que yo trabajaba, era un gran bebedor, yo diría que abusaba. Noto que tus vinos son excelentes, y valoro lo que haces hoy por nosotros y la felicidad que le das a mi hija, pero yo realmente no puedo darme el lujo 69 de beber esos vinos por temor a que mi vicio vuelva, imagina que hoy el poco dinero que gano apenas alcanza para comer ¿Qué sería de mis hijos si yo lo gastara en alcohol? La verdad es que el primer pensamiento fue de pena, pero luego sentí una gran admiración por su fuerza, vivía con sus seis hijos después de perder a su mujer y era incorruptible. Estaba más fuerte que nunca, es al día de hoy que todavía pienso que debería haber compartido más momentos con él, me habrían ayudado. Ese día también conocí a Lara, la hermana que seguía en edad a Muriel. La primera impresión fue la de una chica alegre, muy cariñosa, amable y verdaderamente hermosa. Se mostró agasajante en todo momento, como si fuera el ama de casa. Los hermanitos menores prácticamente no estuvieron con nosotros, salvo a la hora de comer, se la pasaron jugando en el automóvil incendiado, simulaban que manejaban, corrían sobre él. Usaban ese automóvil como cualquier chico usaba los juegos de una plaza. En el bar me habían recomendado que no usara el clonazepam durante mucho tiempo, pero ya llevaba más de un año tomándolo. Mantenía mi vida estable, lejos de la ira, sin insomnio y con los miedos prácticamente desaparecidos. Lo tomaba dos o tres veces por día, el problema era el alcohol. Por las noches cuando me acostaba, sentía como si estuviera en un velatorio y yo fuese el actor principal, podía sentir mis músculos relajarse casi hasta no poder moverlos, mi cuerpo permanecía muerto, pero podía verlo todo. A Muriel no le causaba mucha gracia este tema, odiaba las pastillas, hacía unos años había perdido a un amigo por ellas. Al principio intentó convencerme contándome esa historia, pero al 70 ver que no lo lograba, fue al punto donde sabría que me dolería: Empezó a decirme que ya no era el potro desbocado en la cama y eso me molestaba demasiado. Era un puñal que se clavaba en mi pecho, así que empecé la dura tarea de dejarlas. El trío no volvió a ser el mismo, aunque ya no lo era desde hacía un tiempo. Yo quería dejarlas, pero ellas no querían dejarme a mí, jamás hubiese imaginado que serían tan adictivas. Después de una larga lucha (de más de cuatro meses de pelea continua) y con el apoyo de Muriel, la marihuana y el ácido, pudimos volver a ser una pareja, empecé a mejorar notablemente mi puntuación en la cama y Jesús volvió a tener su espectáculo. Al poco tiempo volvieron mis miedos, volvió la ansiedad descontrolada, el insomnio, pero por suerte esa ira que se apoderaba de mí, empezaría a mantenerse alejada... Lamentablemente solo sería por un tiempo. Muriel había sufrido grandes miserias durante su vida, eso la llevó a ser muy medida con el dinero. En todos estos años de trabajo con el estanciero, logró acaparar un buen ahorro, suficiente como para costear la facultad y poder alquilar un departamento en la ciudad hasta conseguir un nuevo empleo. Esto para ella no era negociable, terminar la carrera de abogacía era una meta impostergable; para mí, era un problema. No quería volver a ese nido de ratas que era la ciudad, ahí pasé los peores años de mi vida. Además mi abuela estaba ya muy viejita y no me parecía justo abandonarla en este momento después de todo lo que había hecho por mí. Pero una mañana mi vida tuvo un giro inesperado. 71 Habíamos pasado una noche como tantas otras, había comprado pastas y una buena salsa, mi abuela las había cocinado, tomamos unos vinos, café y nos fuimos a acostar. Muriel estaba muy cansada, había estado quejándose casi toda la comida del trabajo que había tenido. No hicimos el amor, cayó en la cama desplomada, yo me mantuve despierto casi tres horas, tomaba un vaso de whisky, fumaba unos cigarrillos, pero nada podía hacerme dormir. Ya habían pasado las noches en que esperaba que Muriel se durmiera para buscar como un loco algún clonazepam perdido en la mesa de luz o en el baño, la abstinencia había sido superada. Me habré dormido tipo cuatro de la mañana, Muriel se levantó a las seis como todos los días para desayunar y luego partir a su trabajo, bajo las escaleras y encontró a mi abuela tirada en el piso de la cocina. Intentó reanimarla, pero no había forma de hacerla reaccionar. Corrió a despertarme, bajamos rápidamente pero ya era tarde, estaba muerta. Lo primero que me vino a la mente es si habría sufrido, luego sentí muchísima pena. Vivía despierto y justo en el momento que me necesito, yo dormía. Sólo de las cuatro a las seis nosotros dormimos, esas dos horas fatales fueron testigos de su deceso. Ya después los médicos confirmaron que había fallecido de un ataque cardiaco. Luego vino toda la farsa desagradable: Llamar a la funeraria para que se encargara de arreglar los papeles para no tener que soportar que la policía la abra al medio para hacerle una autopsia, aguantar al de la funeraria que me preguntaba de qué madera quería el cajón - ¿A quién le importa la madera? - Pensé en decirle - ¿Para qué me interesaría el cajón, si en unas horas entraría junto con 72 ella al crematorio, retirarían el cuerpo de él y volvería a estar en vidriera? Todo ese negocio que monta una farsa y se aprovecha del dolor de los familiares es odioso. Después de soportar todo eso, Muriel tuvo que aguantarme unos días con una depresión insoportable, eso podría ser el causante de separación de cualquier pareja, pero ella era de acero; no le entraban las balas. Mis ofensas hacia ella fueron acrecentándose durante la relación. Hoy calculo que la agredía con mis palabras porque no toleraba sentirme como un miserable y tener que recibir su ayuda constantemente. Todo lo de mi abuela terminó atrasando la idea de la facultad por un año más. Yo empecé a insistirle de que dejara de lado esa idea de la abogacía, que estando conmigo no tendría que volver a pasar hambre, pero ella nunca cedió. Si antes era dependiente de Muriel imaginen lo que sería a partir de ahí. Ella pasó a ser todo en mi vida, era capáz de hacer cualquier cosa, para que no se alejara de mi lado. Odiaba que fuera a trabajar, no tenía necesidad. Mi abuela me había dejado una hermosa casa y cuatro rentas en la ciudad (más dinero ahorrado). Pero ella decía que ese dinero era mío y que ella debía ganarse el suyo. Empezamos a planear nuestra vida en la ciudad. Ya habíamos elegido el departamento. Estaba ubicado a cuatro cuadras de El Greco y a menos de diez de la facultad. Estaba en pleno centro pero generalmente estaba ocupado por viviendas familiares, había muy pocas oficinas. La entrada era de categoría, siempre había vigilancia en la puerta y tenía cochera para el automóvil. 73 Cuatro meses antes de nuestra partida, Muriel renunció a su trabajo, creímos que era conveniente disfrutar de nosotros antes de entrar al infierno de la ciudad. Realmente la pasamos muy bien, pasábamos días encerrados en la pieza, comíamos siempre fuera, nos compramos ropa nueva e íbamos al cine todas las semanas. Todavía recuerdo una vez que habíamos ido a ver una película aburrida, esas de amor que resultan insoportables y en la puerta cruzamos a Cecilia. Ella iba con dos amigas, cuando me vio se puso seria y giró la cabeza hacia otro lado. Yo sonreí, abracé fuertemente a Muriel y pensé en la angustia que tendría al saber que yo ya era de otra. Había pasado mucho tiempo desde la muerte de mi padre y sinceramente tenía cierta ansiedad en saber qué había pasado con su cuerpo. No tuve noticias de mi tía, menos de la policía y empezaba a preocuparme. Antes de partir, decidí darle una carta a la tía Raquel para que le envíe a mi padre, en la cual le decía que tenía muchas ganas de conocerlo, de saber cómo era, que no tenía ningún interés monetario, que solo quería verlo una vez, que lo perdonaba por haberme abandonado y que me gustaría conocer su familia. Era una buena forma de despistar, no quería que la desgracia llegara a mi tía y sospeche de mí. Además la policía se mantendría alejada. Esperé un largo rato a que mi tía abriera su negocio, pero no abrió. Toqué timbre en su departamento, pero solo ladraron sus perros. Ni noticias de ella. Me acerqué a uno de los locales 74 vecinos a preguntar por ella, pero un hombre gentil me contestó que hacía más de diez días que no abría el local. Volví a su departamento, noté que un olor espantoso salía por debajo de su puerta. No parecía un olor común de los perros, era olor a putrefacción. Un gruñido se podía escuchar detrás de la puerta, seguro era Hércules. No olvidaba su saludo, preferí no investigar. Tiré mi carta por debajo de la puerta y partí. Me fui pensando que difícilmente volviera a tener noticias de mi tía y esperaba también no volver a saber nada de mi padre. Muriel iba una vez por semana a visitar a su familia, volvía muy apenada, sentía que ella avanzaba en la vida y que su padre retrocedía, era muy generosa, les llevaba ropa, dinero, hasta comida. Pero siempre sentía que no era suficiente. Ya antes de partir, su padre le dijo que no aflojara con sus sueños, que no se preocupe por ellos, que siempre mire para adelante, también le dijo que sus hermanos ahora lo ayudaban con la recolección y que estaban mejor económicamente. Yo creo que esas palabras eran para hacerla sentir mejor, no íbamos a estar lejos, la distancia sería de unos veintiocho kilómetros y ella volvería a visitarlo varias veces. Él lo que quería era que se olvidara de ellos, que hiciera su propia vida, como sus dos hermanos mayores. Cada hijo que formaba una familia, para él era un alivio y lo llenaba de orgullo, porque sentía que había cumplido con la promesa que alguna vez hizo a su mujer antes de morir: Que iba a cuidar de ellos. La última noche en la casa fue especial: Estuve solo. Muriel la quiso pasar con su familia y yo la pasé con mi soledad. Pensaba en todas las cosas que podría haberle agradecido a mi abuela de saber que ese día moriría, recordaba a mi madre y me daba cuenta lo solo que estaba en este mundo si no estuviese Muriel. 75 Pensaba en mi padre y en su cuerpo, en qué sería de la vida de Sebastián. Lloraba, reía, bebía, levantaba los ojos y él seguía ahí: Era testigo de todos mis miedos, de mi perversión, del sexo con Muriel. Ese Jesús de papel que debía ayudarme, no podía siquiera ayudarse él, pero a pesar de estar cayéndose de la pared seguía mirándome con pena. Seguía burlándose ¿De qué se burlaba? Esta vez no lo miré y reí. Me dio miedo, desde que entré a esa habitación empezaron mis miedos y mis ataques; empezó aquel mundo del que no podía salir, pero había llegado el fin de nuestra relación. Hoy era nuestra última noche. Con mi cigarrillo quemé sus ojos, tomé las llaves y cerré la puerta, lo condené a la oscuridad y al aislamiento. 76 77 Capítulo 4 La evolución de la mariposa 78 79 << La música penetraba mi cerebro, realmente estaba al máximo. Miré el equipo de música y se encontraba exageradamente lejos, nadé hacia él en un mar espeso de color negro. Nadaba con todas mis fuerzas y avanzaba muy lentamente, logré llegar a él e intenté bajar el volumen, pero seguía de la misma manera. Lo apagué, pero la música no paraba de sonar, sentía que mi cabeza iba a explotar. Tapé mis oídos con las manos, giré mi cabeza, vi mi cama y decidí refugiarme en ella. El mar ya no existía, todo en mi cuarto era redondo y de colores muy intensos. Me recosté en la cama y empecé a hundirme lentamente, mi entorno se convirtió en un pozo profundo, quería levantarme y no podía. Trataba con mis manos colgarme de las sábanas pero solo lograba que se desprendieran y cayeran sobre mí. De pronto, desde el pozo pude ver un rostro gigante, era Jesús. No tenía ojos, podía ver mi cuarto a través de ellos. Extendí mi mano para ser ayudado, pero rio a carcajadas y se fue. Tras él apareció Muriel, estiró su mano en el pozo y me ayudó a salir. Al lograrlo, Muriel ya no estaba. Pero vi a Emma desnuda sobre la mesa. Transpiraba y gemía como aquella vez, con su dedo índice me llamaba como deseando que fuera el que apagara su incendio. Realmente estaba hermosa. Acariciaba su vagina y sacaba su lengua como la peor perra de una película pornográfica, caminé de rodillas hacia ella, corrí su mano y continúe su trabajo con mi lengua. Se recostó en la mesa, dejo todo su sexo a mi merced, mi lengua crecía y se alargaba, su vagina empezó a dilatarse, mi cabeza entro en ella, luego mis brazos y de a poco mi cuerpo se encontraba dentro en posición fetal. La oscuridad se apoderó de todo, yo me sentía protegido. 80 Allí nadie podría lastimarme, el sonido ya no me atormentaba, la felicidad se había instalado en mi >> Inauguré el departamento con ese viaje. Cualquiera podría pensar que era solo una locura, pero decía mucho de cómo me encontraba en ese momento. Creo que si Freud hubiese estado a mi lado, le hubiera sacado su jugo. O tal vez hubiese realizado el viaje conmigo, no lo sé. No era prudente que una persona con mi enfermedad realizara aquel tipo de prácticas. Usaba el LSD siempre encerrado en mi habitación, nunca fuera de ella, temía que la euforia y las alucinaciones me hicieran hacer un desastre. Si bien Muriel los compartía, después logró que yo desista de hacerlos. La ciudad estaba igual que como la había dejado. Las cuadras cercanas a este edificio por las noches no eran tan oscuras como las del anterior y el edificio gracias a los vecinos parecía tener vida. En la esquina había un restaurante de categoría, a unos veinte metros una confitería que estaba abierta las veinticuatro horas y rotiserías hasta muy tarde. Muriel había empezado la facultad, concurría a ella por las noches. Siempre pasaba a buscarla, eran calles oscuras temía por su seguridad y más que nada quería ver la relación que sostenía con sus compañeros. De más está decir que a mí no me agradaba que conociera gente nueva, sobre todo hombres. No sé si Muriel era muy inteligente o exageradamente aplicada, pero sus notas eran excelentes. Podía pasar la noche estudiando enormes libros, acostarse, levantarse a primera hora y seguir estudiando. Algo que yo jamás podría haber hecho, no podía retener siquiera dos renglones. Los primeros meses me contaba que no hablaba con nadie, cada uno estaba en la suya. Luego fue entablando dialogo con 81 algunos hasta que logro una especie de amistad con una muchacha llamada Sabrina. Se juntaban a estudiar en su casa algunas tardes, también iban dos compañeros más: Karina y Daniel. Al principio me ponía loco la presencia de un hombre en ese círculo, hasta que comprobé en una cena de parejas, que Daniel era homosexual. No me gustaba mucho como era Sabrina: No tenía pareja estable, era de mirar a cualquier chico que se le cruzara, le gustaba mucho contar sus aventuras delante de cualquiera, tenía los pechos operados y usaba grandes escotes para mostrarlos. Aunque si fuera por ella, creo que saldría sin ropa para que todo el mundo gozara de ellos. Vestía y actuaba como una prostituta y su amistad con Muriel era más que un dolor de cabeza para mí. Daniel tenía automóvil y generalmente alcanzaba a Muriel y Sabrina a sus casas, eso complicaba mi trabajo de espía y me hacía perder de vista sus movimientos. Muchas veces sabía que Daniel las traería y buscaba alguna excusa para ir a buscarla. Decía que justo pasaba por ahí, que había ido a comprar algo cerca, cualquier pretexto era bueno para mis propósitos. Muriel pasaba largas horas con su estudio, pero después de almorzar disfrutábamos de las tardes haciendo el amor o saliendo a tomar algunos tragos. Estábamos en una buena situación económica, podríamos vivir toda la vida sin trabajar, pero no era lo que ella quería. Había empezado a buscar trabajo por las mañanas, casi nunca dejaba de ir por él, pero por suerte no lograba conseguirlo. Por las tardes no sabía qué hacer, un tiempo me dedique a comprar cosas para el departamento o a comprar ropa. Pasaba 82 horas bebiendo en la confitería de la esquina. Pero después empecé a sentir miedo a salir, la gran cantidad de gente me generaba mareos y empecé a tenerle fobia a esas masas de gente. Prefería estar en casa junto a mi soledad. Muriel decía que buscara algún trabajo, no por lo monetario porque no lo necesitábamos, sino para hacer algo que me distrajera. Pero hacía años que había decidido que jamás trabajaría. Una noche, Muriel vino con una noticia desgraciada: En el trabajo de Sabrina había renunciado una empleada y estaban buscando una estudiante de abogacía. Sabrina había hablado de Muriel con su jefe y debía presentarse por la mañana a una entrevista. Para mí era un hecho lamentable que trabaje, pero más desagradable aún, era que lo hiciera con Sabrina. Al mediodía volvió de su entrevista, ahora tenía trabajo. Puse la mejor cara de alegría que pude y la invite a almorzar para festejar su logro. Bebimos, comimos y celebramos hasta que se hizo el horario de la facultad, la acompañe hasta allí y partí al departamento destrozado. Esa noche le haría pagar a la ingrata su abandono. Pasé la tarde bebiendo vino y luego whisky. Para cuando llegó, casi no podía sostenerme de la ebriedad. Lo primero que le dije fue: - ¿Fuiste a festejar tu nuevo trabajo con la prostituta de Sabrina? Ya decía mi abuela que me alejara de la gente como tú. Eres una basura, vete de esta casa e intérnate en un prostíbulo con ella, tal vez ganes más dinero que en tu nuevo trabajo. Muriel se puso seria, no contestó mis insultos. Sacó su saco, colgó la cartera, paso por mi lado sin mirarme y se encerró en la pieza. No sé qué reacción quise lograr en ella y mucho 83 menos con qué fin, pero lo que estoy seguro es que no esperaba que actuara de esa forma. Tal vez pensé que reaccionaría, que intentaría pegarme o me insultase, pero no sucedió. Comencé a patear su puerta diciéndole que saliera y me enfrente, pero ni siquiera contestaba. Luego de un rato mi ira comenzó a calmar y mi cabeza a funcionar de manera atroz. Entendí que mi actitud podía provocar el fin de la pareja y el miedo a perderla estaba atormentándome, era lo único importante en mi vida. Comencé a llorar como un niño desconsolado, a gritarle por favor que me disculpara, que la necesitaba, que el alcohol me había jugado una mala pasada, pero nada, ella se mantuvo en silencio. Seguí llorando, pensaba acabar con mi sufrimiento, tomé un cuchillo decidido a cortarme las venas y acabar con mi dolor, pero en ese momento abrió la puerta y dijo: - ¡Tira ese cuchillo ya mismo! - Hace largo rato que escucho tu llanto y pedir perdón, pero en ningún momento dijiste el motivo real de tu enojo, por el cual me humillaste. De estos actos yo estoy curtida, me críe con un padre alcohólico y se cómo reaccionar en estos casos, pero tú no aprendes de la vida, es más, parece que vas camino a convertirte en un ser con todos los defectos que odiaste en tu niñez. Me odiaba, apenas podía escuchar lo que ella decía, algo dentro de mí alimentaba mi dolor y no me dejaba ser coherente, pero le grité: - ¡Estoy enfermo, Muriel! No soy una persona normal, tengo una dependencia contigo la cual no puedo manejar, no puedo soportar que hagas algo sin mí. Compraría una correa para que 84 me lleves a todos lados, eres la única que calma mis miedos, eres lo único que tengo y no quiero perderte. Muriel me miró con la misma pena con la que me miraba Jesús, se acercó y mientras me abrazaba dijo muy despacio en mi oído: - Puedo ser tu cruz, tu calvario o el amor que lleve tu enfermedad a la cura, pero no puedo decidir por ti, solo tú puedes decidir tu camino. Nos acostamos y la abracé toda la noche como si temiera que al despertar nunca más esté. A la mañana desperté y en la mesa de luz encontré una nota que decía: - "Deséame suerte en mi primer día de trabajo, nos vemos a la noche. Espérame con algo rico. Tu amor, Muriel” Sabía plenamente de que ella no dejaría el trabajo, debía acostumbrarme si quería seguir teniendo su amor, ella fue clara desde el primer día. Los días sin ella fueron muy duros, esperaba todo el día por su presencia, para solo tenerla unas pocas horas. Desde que me levantaba pensaba con qué comida la agasajaría por la noche. No tenía nada que hacer, la espera era interminable, debía encontrar la forma de pasar ese tiempo, encontrar algo que distrajera a ese monstruo interior que había en mí. Una tarde recordé que había jurado algo que nunca hice, eso era dar las gracias al Turco por salvar mi vida e intentar salvar la de mi madre. Me preguntaba si seguiría vivo, también recordaba a Germán con mucho cariño, pero no sabía nada de sus vidas. Hasta que un día decidí ir a verlos. 85 Al día siguiente, me dirigí al Greco. Cuando llegué a su puerta me quedé mirando el edificio donde me crié. Recordé a mi madre, se me cayeron un par de lágrimas, pensé qué sería de la vida de Raúl, deseaba que estuviera muerto, pero seguro estaría cumpliendo su condena en alguna cárcel del país. Miré hacia dentro del Greco y todo estaba igual que cuando lo dejé. Noté que ya no estaba Julián y en su lugar había una mujer de unos 35 años. Lo primero que pensé era que seguramente ya no pertenecería al Turco, tal vez ya estaría muerto. Entré con un poco de vergüenza a preguntarle a la mujer por él. - Disculpe ¿Este bar sigue perteneciendo al Turco? Pregunté. Apenas terminaba de formular mi pregunta, cuando vi a una enorme figura bajar por las escaleras que llevaban hasta la oficina. Era él, estaba más obeso, bastante avejentado, con su voz ronca y casi a los gritos me dijo: - Tienes que tener las pelotas bien puestas para preguntar en este bar por mí. Sacó su pistola, la puso en mi sien, delante de la gente como si nada. No llegué a decirle ni quien era del miedo, cuando de pronto bajo su arma y con una carcajada me abrazó y dijo: - ¡Judas! Hace años que te estoy esperando, necesitaba saber qué había sido de ti, tuve largas discusiones con Germán por haberte mandado con tu abuela, nosotros podríamos haberte criado, podría haberte traído conmigo al bar. Después de decirme eso volvió a abrazarme con fuerza, me sentí muy bien con su cariño. Él y Germán eran los únicos que sabían mi historia con lujos y detalles, con ellos podía ser yo. A partir de allí, compartimos grandes tardes entre amigos. 86 El reencuentro con Germán fue realmente grato, había sido la última persona que había visto antes de partir, el que estuvo en el hospital esperando que mi abuela viniera por mí. Le conté de la muerte de Ana, de Muriel y de mi nueva vida. Por las tardes nos juntábamos a jugar al póker en la oficina del Turco, bebíamos, fumábamos, me contaban historias de mi madre con la droga y hasta sus locuras sexuales. Nunca me molestaron esas cosas, a mí me sirvió para terminar de comprender porque se comportaba de la manera que lo hacía. Germán solía inyectarse, se había transformado en un verdadero adicto. Recuerdo que una vez le pregunté si mi madre también lo hacía, me contestó que mi madre prefería aspirarla. Siempre decía que tenía demasiado con los moretones que le dejaba Raúl, como para portar las marcas de la avispa. Yo nunca había siquiera intentado probar la cocaína, pero ahora la tentación era grande, temía convertirme en mi madre. Todavía recordaba su desesperación en los momentos de abstinencia. Era capaz de todo por un gramo. Para mí lo monetario no era problema, pero ¿Cómo se llevaría ella con mi enfermedad? Germán había evolucionado, ahora era el dueño del prostíbulo. Su padre se había jubilado. En la venta de drogas también evolucionó: Ya no solo vendía cocaína, también tenía éxtasis, ketamina, Popper, LSD, marihuana y otras tantas pastillas que ya no recuerdo sus nombres. Esas tardes de póker, eran compartidas en una mesa para cuatro personas, el turco, Germán, el Ciego y yo. El Ciego era un personaje particular, era el puntero del Turco, era "el Mago", como le gustaba definirse. Casi toda la cocaína que se movía en la ciudad provenía de él. Era un hombre 87 rico, con muchos contactos políticos y policiales, pero era una persona simple, podía pasar desapercibido en cualquier parte. No le gustaba ostentar y mucho menos caminar con matones que le cuidaran su espalda. Aunque los tenía, pero se dedicaban a cuidar las cocinas que eran lo que en verdad importaba. El Turco había sido su primer gran cliente, lo que llevó a una relación comercial en los primeros años, hasta convertirse en una amistad. Hoy el Ciego estaba en la cima y el Turco jugando las últimas fichas de su carrera delictiva. El trabajo de Muriel consistía en atender las llamadas en la oficina de un abogado tributario de apellido Pascual. En ella también trabajaban dos muchachos abogados recién recibidos y Sabrina, secretaria personal y amante de Pascual. Por esos tiempos la oficina solo se dedicaba a la venta de facturas a empresas con el fin de que estas puedan evadir impuestos. Con el tiempo, el negocio iría cambiando pero el fin siempre seria el mismo: Un negocio sucio a cambio de un porcentaje de dinero que iría a parar a una caja de seguridad en el banco a nombre de Pascual. La relación de Muriel y Sabrina iba creciendo día a día, salían a comer juntas, iban de compras y se entendían de maravillas con solo mirarse. Muriel ya no era la niña sencilla que conocí en el pueblo, empezó a usar polleras cortas, camisas muy ajustadas, vivía pintándose, iba una vez por semana a la peluquería; evidentemente algo en ella estaba cambiando. Yo la espiaba casi todas las tardes frente al edificio donde trabajaba, esperaba el horario de su salida y veía su actitud con los compañeros. Ella siempre salía sonriendo con Sabrina y los abogados, se saludaban con besos y siempre partía junto a ella, 88 nunca la podía encontrar en el momento de la infidelidad, pero sabía que algo no estaba bien. El sólo pensar que Muriel me era infiel empezó a provocar en mí una ira muy grande, pero al no poderlo descubrir tuve que canalizarlo por otros lados. Me hice un gran cliente del prostíbulo de Germán. Por las mañanas disfrutaba del sexo con esas chicas, al ser amigo de la casa, no solía pagar por el servicio, pero daba grandes propinas a cambio de que ellas actúen para mí. Les pedía que simularan ser Muriel, que lloraran pidiéndome disculpas por sus actos de infidelidad y después me acercaba y las penetraba con violencia, las cacheteaba, las hacia poner de rodillas para pedir perdón y luego las volvía a penetrar con asco. Más de una vez sufrí los enojos de Germán por alguna trompada o algún acto de violencia desmedido, pero generalmente ellas callaban, a veces porque yo era amigo del jefe y a veces para no perder las grandes propinas. Muriel, sin darse cuenta, por las noches me contaba las locuras que hacía Sabrina con Pascual, me decía que una vez entró a su oficina y encontró a Pascual atado en el piso y a ella introduciéndole un consolador. Que solían escucharse sus gemidos en cualquier momento del día, desde cualquier lado de la oficina. Que para ellos esa situación ya era normal, les causaban gracia esas historias. Yo simulaba reírme, pero por dentro la imaginaba a ella sacándose el gusto con los abogados. Esas tardes de póker y vicios habían logrado que empezara a tener una cierta atracción hacia la cocaína. Pensé que si solo la usaba en el día podría manejar con tranquilidad mis noches. Hasta que un día decidí probarla. Primero puse un poco en mi lengua para ver cómo era, pero era amarga con gusto a nada. Peiné mis primeras dos rayas y las aspiré, pero nada, me sentía 89 de la misma manera. Les dije que era una basura, que eso no pegaba. Se rieron de mí y dijeron que siguiera jugando al póker, pero unos minutos después me di cuenta que realmente me sentía muy bien. No paraba de hablar, muchas veces había sentido que no encajaba en sus diálogos y quedaba callado esperando mi mano. Pero ahora sentía que era uno más, que todos hablábamos el mismo idioma, desgraciadamente a partir de ese día nunca más se separó de mí. Esas tardes empecé a ganar la confianza del Ciego, realmente le agradaba. La cosa era mutua, lo acompañe un par de veces a una cocina que tenía cerca de la ciudad, yo no bajaba, solo lo esperaba en el automóvil. Él bajaba, entraba unos segundos y partíamos. No sé sinceramente que es lo que hacía, tampoco me interesaba preguntar. También conocí su casa, de una fachada normal, pero por dentro con grandes lujos. Sonia, su mujer, era elegante, siempre de buen humor, ni siquiera parecía saber a lo que se dedicaba su marido. Parecía una madre perfecta. Julián y Ernesto eran sus hijos y ella podía pasar horas hablando de ellos. Todo era muy cálido, como la casa de cualquier vecino. En una de esas tardes, el Ciego me contó su historia y cómo fue que llegó a convertirse en lo que era. - Yo era un muchacho de unos 23 años, apenas unos años menos que tú. No me consideraba un adicto, pero iría a comprar cocaína a la villa unas 3 veces por semana. Tal vez si algún amigo pedía que le comprara, iba alguna vez más, pero no más que eso. No me gustaban las villas pero realmente no tenía dinero y por lo que en la ciudad compraba un gramo, allí conseguía dos. Yo no trabajaba, vivía en la calle con amigos. Por las noches robaba algún estéreo o alguna goma. Alguna que otra vez me 90 subía a algún taxi para robar la recaudación. Era un ratero. Esa villa antes era distinta, en esa época solo había dos vendedores, uno era el viejo Pedro y otro era Cristian. Yo siempre acudía a Pedro, era un hombre de unos 54 años mal llevados, estaba siempre armado, pero sólo tenía como compañía a Claudia, una ex prostituta que era su mujer y tendría unos 47 años ( si la hubieses visto le darías más de 60). Si bien estaban en caída, movían grandes cantidades de coca. Cristian, su competencia, era un muchacho joven con mucha llegada a los pibes del barrio. Tenía muchos revendedores en la ciudad, cosa que el viejo no. Yo, al ser un cliente infaltable, había hecho una amistad con Pedro y Claudia. Compraba y casi siempre me quedaba un par de horas compartiendo unas cervezas. Así fue un largo tiempo, hasta que un día el viejo Pedro tuvo un altercado. A Pedro le gustaba mucho la bebida y un día se fue de gira con unos chicos malos de la ciudad. Les llamaban los mellizos, eran de la barra brava de un club de futbol y clientes del viejo Pedro. Por lo que me comentó Claudia después, parecería que el alcohol se les fue de las manos. Empezaron a discutir y Pedro no tuvo peor idea que romper su botella y clavarle el pico en el cuello a uno de ellos. Antes de ser ajusticiado por el hermano llegó la policía y lo detuvo. Al otro día llegue a comprar como habitualmente lo hacía y Claudia me recibió con la noticia, lloraba como una loca mientras aspiraba, me decía que no sabía cómo manejar el negocio. Hasta me ofreció que viviera allí y la ayudara. No me hice rogar y empecé a hacer todo lo que Pedro hacía, incluso atender a la desdichada. Creo que yo le gustaba, desde antes de la ausencia del viejo, pero tampoco me detuve mucho a pensar eso, era espantosa y la mujer más adicta que conocí. Aprendí el negocio bastante bien, manejaba los contactos con el proveedor e instale unos punteros en la ciudad para generar más 91 ventas. Pero eso a Cristian empezó a molestarle, no era el mejor clima en la villa, Claudia pedía y a mí me daba asco. Cristian en cualquier momento vendría por mí. Un día me llevé la coca, los contactos, mis punteros y me instalé en la ciudad. Después tuve que hacer unas limpiezas desagradables, pero no me genera tanto orgullo contarlas. Me causó mucha gracia su historia, dentro mío pensaba en cómo terminó. No le daba orgullo lo que siguió, pero ¿Lo anterior sí? Sólo reía, mientras miraba el interior de su casa y notaba que de lo que contó, a aquel presente, mal no le había ido. Una tarde, el Turco me contó que el apodo del Ciego estaba ligado a como él había sacado del negocio a Cristian. Me llenaba de intriga esa historia, muchas veces traté de que el Ciego me la contase, pero él siempre decía lo mismo: Que había un pasado en su vida que prefería no contar. Mi relación con Muriel no iba del todo bien. Por las noches llegaba muy cansada, yo trataba de hacerle el amor casi todas las noches, pero muchas veces me esquivaba. Mi deseo sexual era descargado por las mañanas, pero debía controlar su cuerpo, una marca podía darme indicios de su infidelidad. Solía entrar al baño mientras se duchaba. Cuando no quería hacerlo le exigía que duerma desnuda y por las noches la destapaba y controlaba su cuerpo minuciosamente. Estaba casi seguro que Muriel se estaba acostando con uno de sus compañeros, pero no podía saber con quién. En la cama se movía de forma diferente, seguramente el otro le pediría cosas nuevas, y ella no era tan hábil como para disimularlo. Por las tardes solía revisar sus cajones, su ropa, algo debía encontrar. Hasta que ese día llegó, encontré una bolsa en el ropero que contenía un portaligas y un consolador. Revisé bien y parecía recién 92 comprado. Dejé todo como lo había encontrado. Pasaron varias tardes y nunca lo llevaba, pensé en interrogarla, pero preferí esperar el momento justo. Una tarde llegué del Greco y fui directo a su ropero, la bolsa ya no estaba. Me cambié rápidamente para seguirla cuando saliera del trabajo, pero llegué unos minutos tarde, ya se había marchado. Fui a la facultad, esperé un buen rato por su llegada, pero no se presentó. Mi cabeza no paraba de pensar ¿Cuántas veces me habría engañado con el tema del estudio? ¿Habría ido a acostarse con uno de esos abogados? Ya en casa me preparé para recibirla, con la botella de whisky y mi coca fui pasando el tiempo. Me asomaba continuamente al balcón para ver si llegaba en algún coche, pero nada. De repente escuché el ruido de sus llaves. Entró sonriente, estaba hermosa, con una pollera muy corta y taco. Su camisa estaba tan ajustada que parecía que iban a volar sus botones. Cuando me vio se le borro toda sonrisa. Me levanté de mala manera y le exigí que se sacara la ropa. Ella sonrió y sacó toda su ropa lentamente, como provocándome. Sólo quedó con sus prendas íntimas, que eran muy diminutas. La ira se apodero de mí, no traía la bolsa en sus manos, tampoco tenía puesto el portaligas ¿La habría dejado en el departamento de él? Encima se reía ¿Hasta cuándo se iba a burlar de mí? Me acerqué a ella, tal vez pensó que le haría el amor, pero le apliqué un golpe que la arrojo contra la puerta y la hizo caer de espaldas al piso. Me acerqué, saqué sus prendas de un tirón y ella comenzó a llorar, Tomé su cabeza de sus cabellos y empecé a penetrarla mientras le gritaba: - ¿Cuántas veces te hicieron ésto hoy? ¿También llorabas cuando él te lo hacía o cuando la ponía en tu boca? 93 Ella no paraba de llorar y yo de insultarla. Seguramente no entendía mi locura, hasta que le dije: - ¿Le gustó tu portaligas? ¿Cuántas veces dijiste que ibas a la facultad y te fuiste con él? Entre llantos de dolor me contestó: - Era el regalo de Sabrina. Te dije mil veces que hoy era su cumpleaños y que iba a ir a cenar con ella, hasta tú me preguntaste por qué no iba con Pascual y yo te contesté que él no podía por ser casado. Me di cuenta que había cometido un terrible error. No podía creer que lo había olvidado. Los celos me estaban cegando, estaba cada día más enfermo. Muriel se levantó, secó sus lágrimas, recogió su ropa y dirigiéndose al cuarto me dijo: - Jamás pensé que llegarías a ésto. Terminarás logrando que te odie. Corrí tras ella, la abracé fuertemente y le supliqué que me disculpara. Empecé a besarla, ella no opuso resistencia. Caímos en la cama, yo la acariciaba pero ella estaba fría. Hicimos el amor suavemente. Cuando habíamos acabado giré para besarla y me di cuenta que seguía llorando, la volví a abrazar sin decirle una palabra y cerramos los ojos. Por la mañana, desperté cuando ella ya había partido. Realmente me sentía muy mal por lo que había hecho, pensé en comprarle algún regalo para calmar su dolor. Debía cocinarle algo rico u ofrecerle casamiento por más que ella más de una vez dijo que no creía en esas cosas. Por más que regalara, nada taparía mi error. Realmente había actuado como un loco. 94 Por la noche la esperé con una rica comida y un hermoso collar, pero ella llegaría con una noticia que haría olvidar todo lo malo que yo había hecho la noche anterior. Un contacto le había comunicado a Pascual que estaba siendo investigado por la venta de facturas. El gobierno ahora exigía a las imprentas una inscripción de las facturas que imprimían, un par de personajes reconocidos del ambiente empezaban a salir en las revistas como apuntados de evadir impuestos y todos ellos eran clientes de Pascual. Su contacto, un alto funcionario de la Dirección General Impositiva, le recomendó que desapareciera por un tiempo, hasta que las aguas se calmaran debía cerrar la oficina. Ese mismo día les había informado que cerraba, que solo sería por unos meses. Todo parecía indicar que nunca más volveríamos a tener noticias de Pascual, pero en menos de un año volveríamos a saber de él. Tener de nuevo a Muriel me mantenía estabilizado. Compartíamos casi todo el día y cuando iba a la facultad, yo compartía unas horas con amigos en el Greco. Llegó el momento de las vacaciones en la facultad y se me ocurrió que podríamos hacer un viaje ¿Por qué no conocer el mar? Al fin y al cabo ninguno de los dos lo conocía. Decidimos viajar a un pueblo costero ubicado a unos trescientos kilómetros de la ciudad. Era un lugar muy bello: Sus muelles, los restaurantes y unas tres cuadras de centro bastante pintoresco lograban que las noches fueran placenteras. Pero en el día se presentaban algunos problemas de pareja. 95 La playa estaba llena de prostitutas, solían tomar sol en malla delante de los hombres y Muriel se había empecinado en ser como ellas. Podíamos pasar horas discutiendo. Los primeros días la convencí, o mejor dicho llegamos a un acuerdo. Ella podía permanecer en malla, pero sólo podía descubrir su cuerpo debajo de la rodilla. Yo había comprado unas mantas y la tapaba de los hombros hasta la rodilla, a Muriel esto mucho no le agradaba, pero yo sabía que ese proceder se había instalado en ella desde que había conocido a Sabrina. No habíamos terminado la primera semana de vacaciones que Muriel extrañamente quería regresar a casa. Se rehusaba a meterse al agua con ropa. No podía entender que ella era distinta a las otras, que ya me tenía a mí y no necesitaba mostrarse como ellas, saliendo del agua de esa forma tan provocadora. Las vacaciones las planeamos por quince días, pero no llegamos a estar ocho. Todo el viaje de vuelta a casa, me atormentó con sus lamentos ¿Tanto le molestaba no poder tomar sol? Yo era una persona de tez blanca y se puede comprender que quiera ganar un poco de color pero ¿Ella? Muriel tenía un bronceado natural. A los días de haber regresado, Muriel recibió la noticia de que su padre no estaba bien. El médico de hospital le había diagnosticado Leucemia avanzada y su estado era muy delicado. Con ese diagnóstico solo había dejado de trabajar, pero no les había dicho a sus hijos de su enfermedad. Sólo dijo que no se sentía bien, que ahora ellos deberían trabajar un tiempo por él. Se encontraba en la cama y con la furia de no poder trabajar. La recolección ahora era obligación de sus hermanos, y Lara atendía de él. 96 Lo internamos en una clínica privada de la ciudad, pero ya era demasiado tarde, en menos de un mes se nos había ido un gran hombre. Los meses siguientes fueron muy duros para Muriel, por dentro sintió que había dejado de lado a su padre, que debería haberlo cuidado más. Lo extrañaba con locura, pero yo fui testigo de todo lo que hizo por él. Nunca dejó de llevarles dinero para que no pasaran hambre. Siempre se lo daba a Lara, porque él podría rechazarlo. Era un hombre difícil de cuidar, para él no importaba otra cosa que cuidar a sus hijos. Jamás pudo imaginar que un hijo cuidaría de él. 97 Capítulo 5 El diablo se presentó en forma de mujer 98 99 Habían pasado ya seis meses de la muerte del padre de Muriel, cuando una mañana me despertó el teléfono. Era Germán, para darme otra noticia desagradable: El Turco había muerto. La noche anterior habíamos tomado unas copas, jugamos una partida de póker, no mucha más cocaína que noches anteriores, nada anormal. Casi a las doce de la noche nos despedimos. El Turco generalmente terminaba de cerrar la caja del bar y se retiraba. Esa noche tenía que preparar una lista para pedir a los proveedores por la mañana y se fue más tarde de lo habitual, cuando iba en el automóvil se quedó dormido, el coche golpeó contra el cordón de una vereda y volcó; para cuando llegó la ambulancia ya estaba muerto. Esa noticia nos tomó realmente por sorpresa, siempre pensé que el turco iba a tener un final como tienen los gánster en las películas. Pero esto no era fantasía, el diablo se lo había llevado. El Turco no tenía familia directa, tan solo un par de primos. Fuimos con el Ciego y Germán a hablar con ellos, preguntamos dónde harían el funeral, pero sinceramente parecían más preocupados por ver cómo repartirían la casa y las cosas del bar, que por su cuerpo. El Ciego les preguntó si nosotros nos podíamos encargar, no dudaron mucho en responder afirmativamente, era un problema que se evitaban. Tuvo el velorio que merecía. Fue en el bar, por la noche. Usamos el cajón como mesa para la última partida de póker. Bebimos y fumamos, como a él le hubiese gustado. Más de una vez pensamos en sacarlo de ahí para que pudiera compartir esa noche con nosotros, pero preferimos no romper el cajón. 100 Germán quería traer unas mujeres, pero con el Ciego le dijimos que no, que esos momentos eran de los cuatro y de nadie más. Por la mañana lo enterramos. Recuerdo con mucho dolor ese momento, tal vez el Turco fuera lo más cercano que había tenido a un padre. Nunca más nos volvimos a juntar, sólo en alguna oportunidad fortuita, generalmente yo visitaba a Germán al prostíbulo o el Ciego pasaba por mí para ir a algún café o a traerme algún pedido. Muriel vivía de mal humor, hacía ya tres meses que se había cansado de esperar la vuelta de Pascual y salía en busca de trabajo casi todos los días, pero siempre volvía con las manos vacías. Yo me hacía el preocupado, pero por dentro disfrutaba de su desgracia, pasábamos los días juntos y después de la facultad disfrutábamos de la cama, aunque no tanto como antes. Mis episodios ocurrían bastante seguido y el insomnio había vuelto hacía ya largo tiempo. No veía todos los días al Ciego y la abstinencia a la cocaína generaba en mí ese mal humor. Sentir que estaba vacío con ese dolor en el pecho. No conocí nada peor, por primera vez me di cuenta que era adicto. Pero empecé a recurrir al Ciego y traía en grandes cantidades como para que no me faltara en todo el mes, el problema era que al tener en cantidad era difícil parar. Al principio me había propuesto parar por las noches, pero cuando Muriel dormía, muchas veces me levantaba y seguía con mi gira. Gastaba gran parte de las rentas en eso, hasta había puesto en venta la casa del pueblo. Vivíamos de mi plata, jamás dejé que Muriel sacara de sus ahorros. 101 La cocaína había entrado en mi vida y estaba empecinada en arruinármela. Armar un porro al principio resultaba fastidioso hasta que le tomabas la mano, pero en verdad era bastante incomodo hacerlo en un bar o en la calle misma. En cambio ella era preciosa, nada me producía más placer que toda la previa a consumirla: Buscaba un espejo, preparaba el canuto con un billete o una birome, la volcaba sobre el espejo, peinaba unas rayas y la aspiraba. A partir de allí todo era euforia, en cuanto a consumirla en la calle, todavía recuerdo a mi madre, le podías romper una costilla, pero sus uñas eran sagradas, eran las palas que recogían su oro blanco. Esos métodos hoy habían evolucionado, ya no la vendían en bolsitas o papel metalizado. El Ciego la entregaba en tubos de plástico, con una tapa que servía para consumirla. De más está decir que ella sabía pasar desapercibida. Otra cosa que copié de mi madre era la marca de cigarrillos. Cada vez que sacaba un parliament de su atado, lo miraba y pensaba en cuántas generaciones habrían disfrutado de su filtro. Una noche volvió Muriel de la facultad con una noticia que terminaría de arruinarme la vida: Sabrina le contó que Pascual se había comunicado con ella, que volvería a empezar con un nuevo proyecto y que económicamente sería más redituable para todos. Pascual ahora volvía con un socio llamado Francisco, su nombre sonaba a una persona mayor, pero solo tenía 37 años Era el dueño de una cooperativa de crédito. Pascual, siempre hábil en los negocios turbios, vio en ella una buena forma de lavar dinero: Ofrecerían créditos ficticios a empresas para justificar sus ingresos sucios y ellos, a cambio, se llevarían un 102 pequeño porcentaje de la suma otorgada. Eso fue solo al principio, luego la codicia lo llevaría a ir por más. Le preguntó también si seguía estudiando con Muriel, porque estaba interesado en contar de nuevo con sus servicios. Ya no solo para la atención telefónica, sino también para tareas administrativas. Sabrina le pregunto a Muriel si estaba dispuesta a aceptar y obtuvo rápidamente una respuesta afirmativa. A partir de ese momento, volvería a perder a Muriel. A partir de allí, para mí los días se hicieron eternos. Ya no tenía al Turco y sus partidas de póker, Germán vivía ocupado y rara vez veía al Ciego. Se podía observar en mí una cierta dejadez, no solo en mi aspecto, sino también en cuanto a la casa. Todo me daba lo mismo, podía vivir en la basura misma y no habría notado la diferencia. Mi paranoia había crecido notablemente, ya no solo me molestaba salir a la calle, solía pasar tardes enteras encerrado en la pieza. Tenía una pelea interna con mi cerebro en la cual yo era el claro perdedor. Me había volcado de lleno a la bebida y junto con la droga lograban que mi estado fuera mucho más agresivo e intolerable. Por las noches tenía que soportar los monólogos de Muriel, en los que me pedía que fuera más cuidadoso con mi presencia, que lavara los platos que usaba para comer, que limpiara un poco la casa, que utilizara mi tiempo en algo positivo y tantas cosas más. Las cosas con Muriel empezaban a estar realmente mal. La empecé a notar distante, rara vez sonreía. Los besos se los sacaba con cuenta gotas. 103 Francisco era una persona obsesiva. La llamaba todo el tiempo, notaba que cuando ella lo atendía sonreía y hasta cambiaba la voz. Siempre hablaban cosas del trabajo, pero me parecía abuso llamar a cualquier hora. Volví a espiarla a la salida de su trabajo y una tarde noté algo sospechoso: Cuando salieron Muriel les sonrío y se quedaron hablando por unos momentos. Pascual saludó y partió, Muriel y Sabrina subieron al coche de Francisco y se fueron. Las seguí a una distancia prudencial con mi automóvil. Muriel subió en el asiento del acompañante y Sabrina iba atrás. Se detuvieron en la puerta de la facultad, Sabrina bajo primero y empezó a sacar unos libros de su cartera. Muriel todavía estaba dentro, no podía ver qué sucedía, los vidrios eran polarizados. Pero no tenía ninguna duda de cómo se estarían despidiendo. Luego bajó sonriente. Sabrina golpeó su espalda cariñosamente y entraron. Francisco siguió su camino y yo tras él. Hicimos unos doce kilómetros hasta su casa. Mientras conducía pensaba en contarle todo a su mujer, ya Muriel me había contado que su mujer era muy celosa, que cuando ellas atendían el teléfono las trataba mal y que un par de veces se había presentado en la oficina para hacerle algún escándalo. Ahora no tenía dudas de que sus celos eran justificados y yo se los iba a confirmar. Se detuvo en la puerta de su casa, bajó a abrir el portón para guardar el coche Pensaba esperar a que entrara para tocar el timbre y contarle todo a su mujer delante de él, pero en ese momento preferí esperar. Yo tenía todas las de ganar, sabía de su relación con Muriel. Pero ellos no sabían que yo sospechaba. Sólo debía encontrarlos en el momento justo. 104 Cuando Muriel llegó, me contó que Pascual necesitaba una muchacha para limpiar su casa y Muriel le había ofrecido los servicios de su hermana Lara para ello. Sólo serían unas horas a la mañana. También aprovechó para ofrecerle limpiar nuestra casa por las tardes. A mí no me gustaba mucho eso de que viniera a arruinar mi soledad, pero Muriel insistió con que la casa era un desastre y que alguien debía hacerlo. Los primeros tiempos me encerraba en mi habitación, odiaba su presencia. Yo sospechaba que Muriel había decidido contratarla para que me vigilara y saber si yo salía de casa. Era una buena forma de estar prevenida y evitar que la encontrara engañándome. De a poco fui acostumbrándome a la presencia de Lara, seguía hermosa como antes y era sexy hasta para limpiar. Cuando terminaba su tarea muchas veces se sentaba a mi lado para compartir algunos tragos. Hablábamos de la vida, me contaba cosas que le sucedieron en la villa, algunas graciosas, otras no tanto. Luego se levantaba, se bañaba y partía. Todavía recuerdo esa tarde. Lara salió de bañarse como todos los días, generalmente se cambiaba en nuestra pieza, pero salía del baño con una toalla. Yo estaba sentado en el comedor bebiendo, cuando de repente apareció toda desnuda, se acercó hacia mí y preguntó: - ¿Te molesta que esté así? Me gustaría tomar unos tragos contigo y estoy muerta de calor. Le dije que no era molestia, me paré y le serví un vaso de cerveza bien helado. Pensaba que claramente estaba provocándome ¿por qué haría algo así? ¿Muriel habrá pedido que me probara? 105 Bebimos. Como siempre, me comporté como un caballero. Sólo la miraba. Ella me miraba como pidiendo algo. Su cuerpo era hermoso, no sé cómo podía soportarlo. Era una verdadera tortura. Cuando Lara partía, yo me preparaba para espiar a Muriel. La seguí durante largo tiempo, pero nunca la podía encontrar en algo raro. No me extrañaría que tuvieran sexo directamente en la oficina. Las historias de Sabrina y Pascual las tenía latentes en mi cabeza. A la noche cuando se dormía, revisaba sus bolsillos, la cartera y hasta la ropa que había usado. Miraba su cuerpo minuciosamente a la búsqueda de la marca que la delatara, pero se notaba que lo tenían todo calculado. Una tarde, mientras Lara limpiaba y yo bebía, sonó el teléfono. Era Muriel, para decirme que llegaría antes. No iría a la facultad porque a la salida del trabajo irían a tomar algo para celebrar el cumpleaños de Pascual. Corté y arrojé el teléfono con furia. Pateé la silla y me encerré en mi cuarto. Lara no dijo una palabra, siguió su trabajo con total normalidad. Cuando se fue a bañar salí del encierro para beber. Empecé a aspirar sobre la mesa sin importarme la presencia de ella. Lara salió desnuda nuevamente se acercó a la mesa y dijo: - ¿Muriel te está engañando, verdad? Descarga tu ira conmigo. La miré primero con bronca, después pensé que no sería mala idea acostarme con su hermana para vengarme. Saqué mi camisa avanzando hacia ella pero de pronto su mano en mi pecho me frenó. 106 - Cuando dije que descargaras tu ira, me refería a otra cosa. Saca tu cinturón y golpéame fuerte. No toques mi cara para que nadie note las marcas, pero golpéame con violencia. Dudé unos segundos. Pensé que estaba frente a alguien más anormal que yo, pero lentamente fui sacando mi cinturón. Todas las noches revisaba las anotaciones en los cuadernos de Muriel. Esa era la forma de controlar si había asistido a sus clases. Empecé a notar que había días que no escribía nada y comencé a sospechar. Últimamente sólo la espiaba a la salida de su trabajo, pero debería seguirla y comprobar donde iba después. Pascual estaba ganando mucho dinero con la cooperativa. Es más, diría que demasiado. Y era realmente generoso con los salarios de sus empleados. Muriel ganaba más del doble de lo que yo recaudaba con las rentas. Pero la ambición de Pascual no tenía límites. No contento con el porcentaje que cobraba por los créditos a las empresas, empezó a extorsionarlas. Pidió a Muriel que se comunicara con cada uno de ellos y les dijera que tenía a los sabuesos encima, que estaban investigando y necesitaba que ellos se hicieran cargo de los impuestos de las cuotas. Él se encargaría de lo demás. Era todo mentira, pero muchas empresas con su culo sucio y el miedo a quedar mal vistos ante sus clientes, terminaban cediendo ante la extorsión. El mayor mérito de Pascual eran sus contactos poderosos. Lo mantenían informado ante cualquier investigación. Vivía en un barrio junto a jueces, políticos y empresarios. Solía hacer fiestas donde los invitaba. Gastaba fortunas en ellas, eso le sirvió para ganar muchos contactos y aliados. 107 Seguramente Muriel habría notado mi acoso. Hacía más de dos semanas que la seguía y siempre concurría a la facultad. Yo sabía internamente que iba a descubrirla. Mientras tanto, por las tardes en casa cada vez se limpiaba menos y yo disfrutaba montando a la yegua desquiciada, azotándola con mi cinturón como si fuera un rebenque. Nos complementábamos de maravilla: Yo descargaba mi ira y ella disfrutaba con el dolor. Con ella aprendí todo lo que se puede hacer con un cinturón en el sexo, creo que su inventor se sorprendería de la utilidad que se le da hoy en día. El queso estaba servido y por fin la rata piso el palito. Fue a la salida de su trabajo. Salió sola, no subió a ningún taxi; solo caminó. Yo la seguía por detrás. Habría caminado unas cuatro o cinco cuadras cuando de su cartera sacó una llave y entró a un edificio. La esperé más de dos horas en un café de la esquina sin perder de vista su salida. Cuando salió, subió a un taxi y se fue. Camino a casa pensaba qué hacer con ella. Pensé en matarla, si no era mía, no debía ser de nadie. Era lo único que me importaba en la vida. Cuidaba de mi hacía largos años y me conocía como nadie ¿por qué me hacía esto? Cuando llegué a casa, le dije que me había encontrado con el Ciego y se me había hecho tarde. Me dijo que no importaba, que ya había pedido la comida. Estaba de buen humor y bastante cariñosa. Yo le seguía el juego. Cuando llegó la comida nos sentamos en la mesa a comer como un día normal y aproveché ese momento para despejar mi duda. - ¿Cómo te fue en la facultad? - pregunté. - Bien, hoy fue un día bastante aburrido- Contestó. 108 Ya no tenía dudas, me engañaba con alguien y disfrutaba de él en ese departamento. Sólo me restaba saber quién era. Terminamos de comer, se sentó en mi falda y pidió el postre. Le hice el amor con odio, pero ella gozaba y reía. Al otro día le conté a Lara lo del departamento. Ella estaba de mi lado, se paraba, golpeaba la mesa estaba muy enojada, me decía que era un idiota en seguir con ella, que no debía dejarme humillar. Luego se acercaba, me abrazaba y con sus besos intentaba calmar mi furia, de repente se paraba como si se le ocurriera una idea y me decía: - Déjala, quédate conmigo. Yo me casaría contigo y te daría hijos. Ella no sabe apreciar quién eres. Yo le respondía que amaba con locura a Muriel y no podría dejarla. Ella se enojaba, pero volvía a abrazarme. No podía pensar ¿Qué tenía que hacer? Esa semana fue tres veces más al departamento. No podía entender cómo un hombre podía más que sus sueños. Esas metas que con tanto ímpetu defendía, hoy las estaba arrojando por la borda solo por sexo. Desde el bar, mientras esperaba su salida, pensaba en darle una buena golpiza hasta que confesara su infidelidad y me dijera con quién me engañaba. Pero decidí encontrar el momento justo. Un día salió con un detalle en ella no menor: Su cabello estaba mojado. Volvió a subir al taxi. Salí rápidamente, lo primero que se me cruzó fue pararlo y que me confesara ahí mismo, pero arrancó velozmente. Esa noche calmaría mi ira, no le preguntaría por la facultad, ya no había que sacarse ninguna duda. 109 Al otro día le dije a Lara lo del pelo, me dijo que si no lo hacía yo, ella le contaría de lo nuestro. Se levantó de la mesa muy enojada y me gritaba: - ¿Qué clase de hombre eres? ¡Tienes que terminar con esa perra! Mi hermana siempre fue una ambiciosa, va detrás de la plata. Todo lo consigue con sus encantos, primero con mi padre y ahora contigo. O la dejas o le cuento todo. Me paré y con toda la ira, mientras sacaba mi cinto, le dije: - Acabaré con esta historia, no me humillará nunca más -. Esa tarde no tuve ningún reparo con el cinto, la golpeé como nunca. Ajustaba mi cinto en su cuello hasta asfixiarla, la penetraba con furia y ella gozaba infinitamente. Se le estaba cumpliendo su sueño. Lo tenía todo pensado. Durante dos días la seguí, tenía bien estudiado cómo hacerlo, apenas entrabas al edificio a la derecha había una escalera que ella siempre usaba, fui varios días y me pare en la puerta del edificio para ver como entrar sin las llaves. Fumaba un cigarrillo y miraba el movimiento. Hasta que encontré la llave: En el segundo piso funcionaba un consultorio odontológico, noté que cuando tocaban timbre la gente sólo decía dentista y por portero abrían la puerta. Ahora solo tenía que esperar el momento. Un miércoles Muriel, mientras comíamos, me dijo que ese viernes íbamos a ir a cenar afuera, que tenía que decirme algo muy importante para ella. Mi cabeza estaba que explotaba, seguramente me iba a contar la verdad. Estaba a punto de dejarme. Me cambiaba por el desconocido que le daba placer por las tardes, tenía ganas de 110 matarme o de matarla. No podía soportar ese momento. Conté a Lara de esta cena y ella pensó lo mismo, se burló de mí: -¿Encima te va a abandonar? Eres patético - Me dijo. - Hace meses que la tendrías que haberla echado de aquí -. El viernes la esperé a la salida del trabajo. A las 22 horas nos encontrábamos en la facultad. Grande fue mi sorpresa, cuando vi que se dirigía al departamento. No podía creer que hasta el día en que me abandonaría tuviera que verlo. Hacía varios días que ni siquiera hacíamos el amor, siempre ponía la excusa que estaba cansada. La seguí bien de cerca, estaba realmente hermosa. Vestía de pollera bien corta, una camisa y saco bien pegados al cuerpo. Se había transformado en una mujer muy elegante. Mientras caminaba, pensaba cómo la había perdido, si mis vicios la habrían cansado o si era verdad lo que decía Lara sobre que iba tras la plata. Tal vez el desconocido fuera Francisco, tal vez él deje a su mujer por ella y éste sea el hogar que eligieron. Volaba de ira, no podía soportar un minuto más ese momento, mi corazón latía a mil por hora. Ella se detuvo en un negocio, esperé unos minutos a una distancia prudencial, hasta que salió con una champaña en su mano. Eso desató toda mi furia. - Van a celebrar – pensé. La imaginaba brindando con él, teniendo sexo en el piso, ella gritando de placer. En la puerta del edificio se detuvo, sacó sus llaves y abrió la puerta. Yo me apresuré, toqué el timbre al consultorio y abrieron la puerta. Empecé a subir las escaleras tras ella, del bolsillo interno de mi saco saqué mi cuchillo. Estaba enloquecido. 111 Se paró en la puerta del departamento y esperé a que abriera. Cuando estaba entrando me apresuré y pateé la puerta antes que cerrara. Noté su cara de sorpresa, como si la hubiera descubierto. Empecé a gritarle: - Eres una maldita prostituta ¿Dónde está él? ¡Que dé la cara! - Estás verdaderamente enfermo. Ahora no tengo dudas, estas muy loco - Me gritó. Levanté mi cuchillo y lo clavé en el medio de su pecho. Cayó de espaldas y yo encima. Intentaba defenderse con sus uñas, pero dos cuchillazos más acabaron con sus esfuerzos. Quedó con sus ojos abiertos con una mirada de terror. De pronto sentí un fuerte dolor en el pecho, mis manos estaban llenas de sangre, había matado al amor de mi vida. Mi cabeza parecía que estaba por explotar, estaba completamente mareado. Me levanté como pude y me dirigí al baño, necesitaba limpiar su sangre de mis manos. 112 113 Epílogo 114 115 Todo esto era como una obra de teatro. Cada uno que tomaba la palabra parecía tener su discurso guionado. Creo que era el único en la sala que era realmente sincero. Cerraba los ojos y trataba de recordar ese momento con claridad, lo iba a tener presente toda mi vida. Pero no quería pasar por alto ningún detalle. Se me caían las lágrimas en el relato. Tomé aire y después de unos segundos continué con mi declaración: - Apenas podía mantenerme en pie. Lavé su sangre de mis manos, seguía mirándome en el espejo y pensaba que debía seguir con lo que había planeado. Debía retirar el cuerpo de Muriel de la entrada hasta que se hiciera presente su amante. Salí del baño, miré lo que había hecho, no paraba de llorar. Su cuerpo tirado todo abierto, su mirada había quedado congelada, un charco enorme de sangre la rodeaba, había arruinado un ser tan bello. Me acerqué sin reparar en pisar la sangre y cerré sus ojos, eran una tortura. La levanté y la llevé hasta el baño, la recosté en la bañera y empecé a planear como matarlo a él. Pensé en limpiar la sangre, pero decidí recibirlo directamente a cuchillazos. Esperé unos segundos tras la puerta, no podía tardar mucho en venir. La situación se tornó molesta, los nervios me estaban comiendo. Estaba desesperado por saber quién era, no aguante más la espera. Pensé que cuando llegase iba a escuchar sus llaves, no valía la pena esperar firme tras la puerta. Comencé a revisar la casa por alguna pista. Entré a la cocina que era lo que más a mano tenía. Era una cocina absolutamente vacía, no había nada en la heladera, tampoco en la alacena, el horno era nuevo o por lo menos no tenía signos de uso. Pensé que seguramente el departamento sólo se usaba para traerla a ella. Salí de la cocina, hacia la derecha estaban las piezas y a la izquierda el comedor. Fui directamente a las piezas: La primera a la que entré, estaba vacía, no había ni un mueble en ella; la 116 segunda tampoco tenía muebles, pero en el medio se encontraba un colchón. Me acerqué hasta él, tenía un juego de sabanas doblado sobre él. Pensé en las veces que se habría revolcado en ese colchón. La imaginaba sudada y bañada en semen, gritando como una prostituta. De pronto escuché un sonido de llaves y salí rápidamente de la pieza, pero era una falsa alarma. Me dirigí al comedor: Allí sólo había una mesa con dos sillas. Me acerqué y sobre ella había dos platos y dos copas. A un costado de los platos había un sobre de papel madera. Lo tomé, lo abrí lentamente y dentro estaba la escritura del departamento a nombre de Muriel. Volví a repasar con mi vista toda la habitación, mis piernas empezaron a temblar, me apoyé de una silla. Dos platos, dos copas, el champagne... La cena sería allí, la escritura era la sorpresa y yo había cometido una terrible locura. Nuevamente el mareo se apoderó de mí, mi vista empezó a nublarse, mi luz se apagó y todo se volvió oscuro. La Policía y el departamento de forenses, agregarían unos datos más a mi declaración: << La policía declara que fue notificada del hecho por un chico que hacia el delivery en un restaurante. Contó que se hizo presente en el domicilio para entregar un pedido. Un hombre desnudo lo había recibido, y notó que el piso estaba lleno de sangre. Al ingresar al departamento, las pericias comprobaron que el asesinato fue realizado junto a la puerta de entrada y que el cuerpo de la víctima fue depositado por un tiempo en la bañera. Pero cuando ellos entraron se encontraba sentada desnuda en una de las sillas. La mesa y los platos tenían restos de comida, las copas contenían champagne y el acusado se encontraba en el piso, al costado de la otra silla, presentaba cuatro orificios en 117 la zona abdominal hechos con el mismo objeto punzante que se usó con la víctima. >> Después de tres meses en el hospital y más de dos años con prisión preventiva, sigo recordando lo que sucedió. Y cada vez que lo hago, recuerdo sus ojos y esa expresión de miedo con la que me miraba. El Ciego puso el mejor abogado que tenía, era una persona verdaderamente hábil. Había pedido la inimputabilidad por demencia y tenía mucha fe en que fuera otorgada. Realmente estaba mejor, ahora era atendido por un psicólogo y un psiquiatra. Lograron estabilizarme, pararon mi insomnio, los mareos, los ataques de pánico, hasta mi ira. Los dos coincidían en que era un TLP (Trastorno Límite de Personalidad), que se pudo haber generado en mí por haber tenido una infancia dura y violenta. Las características de mis padres, sumadas al consumo de drogas y bebidas, habían creado un monstruo. Mis actos eran síntomas de la enfermedad, me decían que era controlable. No era algo que fuese a tener cura, pero que muchos casos eran controlados y a lo largo de los años con un buen tratamiento podían desaparecer casi la mayoría de los ataques. La espera en la sala se estaba haciendo larga, declaró mi psicólogo, mi psiquiatra, Sabrina y también Lara. En este tiempo en la cárcel, el Ciego me visitó todos los meses. Además se asesoraba con el abogado para saber cómo iba mi caso, realmente era un gran amigo. Germán sólo vino una vez, fue al principio y yo estaba realmente sedado, contenido, pero poco amistoso. Supongo que no le gustó mucho lo que vio porque jamás regresó. Sólo hubo 118 una persona que me visitó todas las semanas y nunca me abandonó, esa fue Lara. Mientras vivía con Muriel, pensaba que ella hacia todo por envidia, que realmente odiaba a su hermana. No era tan errado si uno asociaba que no tuvo la oportunidad de estudiar, para quedarse cuidando y sirviendo en el hogar, y que Muriel había gozado del privilegio de su padre en todo. Pero realmente me equivoqué, no le interesaba la plata, hacía más de un año que le había cedido la casa del pueblo para que pudiera vivir con sus hermanos, pero ella no dejó de venir. Es más, era la más interesada en que yo recuperara mi libertad. Venía con planes para el futuro, quería que nos casáramos. Todo el tiempo se culpaba de la muerte de su hermana, decía que ella me incentivó para que yo cometiera la locura. Realmente el amor que sentía hacia mí, era genuino. Lara estaba tramitando con el servicio penitenciario poder realizar visitas higiénicas. Qué ironía, lo primero que me incautaron al entrar aquí fue mi cinturón. Una tarde, Lara vino con un regalo. Abrió su cartera y de ella sacó un tubo largo, esos que se usan para trasportar planos. Lo abrió lentamente y de él sacó el póster de Jesús, luego me dijo: - Encontré esto colgado en la pieza que usabas cuando eras niño. Pensé que te gustaría tenerlo en tu celda. Mira ¿Ves los agujeros en sus ojos? Haz de cuenta que por allí puedo mirarte y en las noches de soledad seré tu compañía. Lo tomé de buena manera. Al ver los orificios hechos con mi cigarrillo, recordé su mirada, la misma que me miraba con pena. Sonreí y pensé: 119 - Él lo sabía todo. FIN 120 121 122 123 “La musa” Cuento dedicado a mi amigo el chino 124 125 Hace diez años que escribo esta sección para esta prestigiosa revista, me dedico a buscar artistas que gozaron de una gran popularidad y que hoy navegan por los mares del olvido. Siempre transcribo mis reportajes, pero esta vez va a ser especial. No solo por el artista destacado, sino porque sólo llegue a realizarle una sola pregunta: ¿Qué fue de tu vida? Después de eso, se despachó con un monólogo interminable, que prefiero transcribir tal cual sale de mi grabadora para que ustedes saquen sus propias conclusiones de cuál es su presente: << Mi nombre es Luigi Bianco, soy un reconocido dibujante de historietas. “Las historias de María” fue mi gran éxito, en ella contaba las historias de una mujer ninfómana y sus alocadas aventuras sexuales. Era una revista mensual con una tirada de diez mil ejemplares, gracias a ella pude comprar ese local donde vivía e instalar mi taller. Hace más de cuatro años que mi historieta dejo de imprimirse, tenía una gran demanda, pero yo había perdido mi inspiración. Todo se debía a ella. Como muchos artistas, yo tenía mi musa. Esa era Lara, una mujer preciosa. En ella estaba inspirado el personaje de María, era su fiel retrato, una maquina sexual, insaciable, llena de juegos y seductora como pocas. Llenaba de inspiración mi vida. 126 Por muchos años fuimos pareja, compartimos grandes momentos de nuestras vidas. Sueños, viajes y amigos. Tal vez nuestra separación estuvo ligada justo a eso, compartir. Éramos una pareja bastante liberal en cuanto al sexo, solíamos incorporar personas a nuestra cama. Nos encantaba, nos complementábamos de maravillas. Ella tenía miles de juegos eróticos, muchos eran perversos. Era sádica y por momentos violenta, pero yo estaba abierto a cualquier experiencia. Si tenía que golpearla para que ella gozara, estaba dispuesto a hacerlo. Pero si tenía que recibirlos, era el más sumiso esclavo. Siempre supe muy poco de su pasado, sabía que su último novio había sido un loquito. Había mantenido una relación extraña con un muchacho que estaba internado en un neuropsiquiátrico, durante unos años lo visitó. Hasta que un día, él se ahorco con una sábana. Muchas veces traté de que me contase esa historia, pero ella siempre me decía que era algo que prefería no recordar. Durante mucho tiempo disfrutamos de los tríos, pero necesitábamos experimentar cosas nuevas. Mis lectores se multiplicaban, las historias eran cada vez más perversas y extrañas, pero sin embargo, no paraba de recibir cartas de lectores que se sentían identificados con los personajes. Decidimos ir por más. Empezamos a frecuentar fiestas nocturnas muy selectas, esas donde todo termina en una gran orgia. Fueron una gran experiencia, pero algo empezó a fallar. Teníamos proyectado explorar de una forma más profunda el sadomasoquismo. Tanto a nosotros, como a los 127 lectores nos encantaba. Veíamos que cuando la historieta contenía escenas fuertes, las tiradas se agotaban rápidamente. Pero ese esplendor, la gloria máxima, esa maquinaria de lujuria, se derrumbó una noche. Habíamos ido como siempre, a una de esas orgías de gala, fuimos recibidos por el anfitrión y dueño de casa: Saúl. Se presentó de una forma un poco extraña, estaba vestido como el conde Drácula, y al recibirte pedía tu mano y daba un pequeño mordisco en ella. Me resulto gracioso, a Lara le encantó. Estábamos acostumbrados a conocer gente así, en estos lugares había muchos personajes que se creían especiales. Después de unos espectáculos medio diabólicos que interpretaron unos jóvenes, el anfitrión nos invitó a conocer la casa. Habíamos llegado a esta fiesta con la promesa de que allí las cosas irían más allá de nuestra imaginación y realmente creo que no se equivocaron. Empezamos la recorrida por la casa, una puerta al lado de la cocina nos transportó por un pasillo que comunicaba hasta otra puerta la cual abrió. Comenzamos a bajar por una escalera interminable hacia lo que parecía un sótano, luego nos daríamos cuenta que era gigante. Era un gran subsuelo, en él había gran cantidad de habitaciones con camas redondas y provistas de todos los utensilios eróticos que uno pueda imaginar. Nada de esto era nuevo para nosotros, ni siquiera el lujo y la decoración que contenían los cuartos. En un momento Saúl se detuvo y nos dijo: - Imagino que hasta aquí no han visto nada extraordinario, sé que vienen en busca de inspiración y yo se las daré. Síganme al infierno. 128 Terminó de decirnos eso y abrió una gran puerta que parecía hecha en el siglo pasado. Al entrar, vimos que nuestra elección había sido acertada. Habíamos entrado al museo de la inquisición. Una verdadera sala de torturas. Tenía forma de caverna, mesas de estiramiento, camas de clavos, gente desnuda encadenada a las paredes y todo tipo de elementos cortantes colgados de las paredes como cualquiera podría colgar sus herramientas en algún garaje. Todo eso era lo que buscábamos. Dos mujeres vinieron a mi encuentro, tomaron mi mano y me llevaron a lo que parecía un viaje sin retorno. Lara se fue con Saúl por una puerta que estaba a mi derecha. Cuando regresamos al taller no podía dormir de la emoción, dibuje durante toda la noche y gran parte del otro día. De allí salieron historias impresionantes llenas de erotismo. En la editorial empezaron a poner reparos con mi material, decían que eran muy sádicas y podían causar rechazo de los lectores. Preferían que las historias empiecen con menos violencia para ir viendo que aceptación tenían. En ese momento entendí sus pretextos y decidí ir mostrando de a poco mi trabajo. La aceptación de la gente fue excelente. Empecé a recibir propuestas de otras editoriales, a dar reportajes. Había logrado una gran popularidad y era muy reconocido. Una noche, me di cuenta que Lara escondía algo. Encontraba marcas extrañas en su cuerpo, orificios. Le pregunte varias veces que eran, pero siempre decía que era una técnica de Saúl que a ella le daba placer. Mi pregunta no era por celos, todo era para sumar experiencias y mejorar día a día mi historieta. Mi insistencia por saber que eran, llevo a que Lara me 129 prometiera que hablaría con Saúl para que yo participara. Era una práctica secreta y no podía decirme. Esa misma noche nos dirigimos a una de sus fiestas, Lara se fue con él, pero antes volvió a repetirme que le hablaría de mi inquietud. Pasaron un par de horas y ella no volvía. Pensé que lo mejor sería que nos fuéramos. Me acerqué a uno de los empleados de seguridad que había cerca de esa puerta y le pedí que le comunicase a Lara que era hora de irnos. Tomó mi recado y fue a comunicarlo, a los minutos volvió con otro guardia más y me invito a retirarme. Le dije que no me iría sin ella, e insistió que me fuera por las buenas. Eso desató mi furia: -¿Me están echando? -grité. En ese momento apareció Saúl y con un tono muy relajado me dijo estas palabras: - Es hora que te vayas. Lara ahora me pertenece y quiero que no intentes hacer ninguna locura, nunca regreses. Eso despertó más ira, tome una espada de la pared, y dije - No pienso irme de aquí sin Lara, ¿qué le has hecho? Sinceramente pensé que la había matado, que alguno de sus juegos se había excedido. Lara no tenía límite para esas cosas, ella siempre pedía más, estaba dispuesta a todo. Cuando la puerta se abrió y apareció ella en perfecto estado y se dirigió a mí con estas palabras: - Será mejor que te vayas, he descubierto algo que va más allá de lo imaginado y no tengo interés en compartirlo contigo. Lo nuestro se acabó. 130 Esas fueron las últimas palabras que escuché de mi musa. Agaché mi cabeza, estaba destrozado. Tomé mis cosas y me fui. Durante días espere que volviera arrepentida a pedirme disculpas, pero jamás volvió. - ¿Qué será de mis lectores? - pensaba - ¿y ahora que haré? - . La gente pedía más, pero yo retrocedía. Sin mi musa, nada sería igual, ¿con quién me inspiraría? Durante bastante tiempo, recorrí la noche en busca de una nueva musa. Buscaba algo que la superase, alguien que llenara ese vacío, pero después de algunos intentos fallidos, estaba perdiendo la esperanza. Ya no tenía material para entregar. Mi tira había sido suspendida, pero todavía llegaban cartas de mis lectores pidiendo que volviese, que necesitaban más de "Las Historias de María". Yo sabía que María estaba muerta y debía crear a otro personaje, pero ¿a quién? La falta de inspiración me llevo a comprar tres maniquíes, los colocaba en diferentes posiciones y los miraba durante horas. Pero no me inspiraban, no era lo mismo, comenzaba algún boceto y a los minutos lo rompía. Estaba acabado, la gente me olvidaría. Por esos tiempos entraban al mercado unas nuevas historietas japonesas, con mucho erotismo, pero con mujeres espantosas. Unos dibujos mediocres que resaltaban sus complejos, esa manía de dibujarle ojos enormes y redondos que parecían platos, nunca los toleré. Pero los lectores se volcaban a esa basura, yo los había abandonado. Ahora era un don nadie, 131 ni cartas recibía. Ni siquiera podía volver a las orgías de gala, ya no eran para un miserable como yo. Sin dinero, sin musa y sin historietas empecé desesperadamente a buscar mi musa en lugares bailables. Tenía que ser joven, alguien con ideas nuevas, que pudiese reinsertarme nuevamente en la gloria. Mucho tiempo la busqué sin suerte, algunos intentos desesperados me llevaron a pasar tanto malos momentos, como aceptables. Pero al momento de llevarlos al papel eran deplorables, la desilusión era total. No podía quedarme llorando en un rincón, la gente esperaba mucho de mí y no podía fallarles. Una noche encontré lo que buscaba. Su nombre era Ludmila. Era hermosa, tal vez la más linda del lugar, bailaba de una forma muy sensual. Era provocadora, se llevaba el mundo por delante, en el lugar todos la conocían, la deseaban, pero ella no salía de ahí con nadie. Desde el primer momento sabía que debía ser mía. Durante varias noches la observé, no podía fallar como todos esos que espantaba con clase. Hasta que un día me animé y fui directo a ella diciéndole: - Quiero que seas mi musa, mi fuente de deseo e inspiración. Sé que eres tú puedes negarte y pensar que soy un loco, pero nadie sacara lo bueno y malo de ti como yo. Ella se quedó callada, como pensativa. Realmente la había descolocado, pero después acotó: - No soy mujer para cualquiera, soy especial. Puedo abrirle la mente al ser más cerrado, de eso no tengas duda. Solo necesito atraer a una mente perversa, que esté dispuesta a todo por amor. Alguien que de la vida por mí, si la encontrase estoy dispuesta a todo, hasta morir por esa persona. 132 Me tomó de mi camisa, se pegó a mí y con su lengua recorrió mi rostro como un gato limpiando a su cachorro. Luego con sus manos me retiró y dijo: - Pero tú estás muy lejos de ser la persona que busco, no tienes una mente amplia. No llegue a decirle que se equivocaba, cuando ella ya se había girado y bailaba con otro hombre. Era perfecta, tal vez mejor que Lara. Mucho más bella y sensual, con ella podría volver a triunfar, estaba totalmente seguro. Estaba excitado como nunca antes en mi vida. Durante varias noches intenté acercarme a ella, pero siempre me esquivaba. Siempre iba al lugar con su hermana, pero era muy distinta a ella. No hablaba con nadie, solo con sus amigos. No era tan bella, pero tenía sus encantos. Una vez intenté hablarle para llegar a Ludmila por ahí, pero ni siquiera me dirigía la palabra, era cortante. Una noche después de dos meses de acoso, Ludmila aceptó tomar una copa conmigo. Me esperó sentada en unos sillones, estábamos un poco subidos de copas. Me senté con los tragos a su lado. Ella subió a mi falda y comenzó a besarme, quedé perplejo. No podía entenderlo, ni yo ni sus amigos que nos miraban sorprendidos como si nunca la hubiesen visto con alguien. Le pregunté a que se debía ese cambio rotundo en su actitud. - Nunca un hombre insistió tanto por mí, creo que te lo has ganado - Contestó Comencé a besarla y a acariciarla. La deseaba hacía tanto tiempo que le habría hecho el amor allí mismo. 133 Le dije de ir a mi taller, para tener intimidad. Pero se negó, yo estaba realmente excitado y no podía contenerme, acariciaba sus senos y quería sacarle el pantalón. De pronto se paró, acomodó su ropa y se fue. No podía entender que le había pasado. No dio ninguna explicación. No me parecía haber realizado algo raro como para que actuara así. La busque con la vista pero no la encontré. Pensé que se habría retirado, así que terminé mi trago y decidí partir. Cuando estaba saliendo del bar, alguien me tomó del brazo. Era ella, me dio un beso y un papel. - Nos vemos mañana a la medianoche - Dijo y se fue. El papel tenía una dirección. - El rey de la historieta erótica ha vuelto – pensé. Esa misma noche empecé a dibujar mi nueva historieta, se llamaría "Ludmila". Ella me llenaba de inspiración. Estaba enloquecido. Llego el día y por la mañana empecé a buscar editoriales para decirles que tenía mi nueva historieta, que en menos de un mes estaría lista. Varias querían la exclusividad y me rogaban que firme para ellos. Estaba claro que mi obra era única y que yo era el mejor. Por la noche me presenté en la dirección. Toqué timbre y me recibió con un vestido rojo y zapatos de taco alto. Su pelo estaba más rubio que nunca, los labios jugosos en un color rojo bien oscuro. Sin dudas era la mejor musa que se había cruzado en mi vida, no tenía ninguna duda. Entramos y en la mesa había una botella de champagne y dos copas. Comenzamos a beber mientras nos besábamos en el sillón, ya habíamos tomado la botella cuando decidí que había 134 llegado el momento. Empecé a acariciarla y ella suspiraba, parecía muy sensible a mis caricias. Sus nalgas eran duras y su piel sedosa. Mis manos comenzaron a excavar en busca de su sexo. Pero algo no estaba bien, algo me faltaba. La retire de un pequeño empujón de encima de mí. Me paré y le dije muy enojado: - ¿Qué eres? ¿Dónde está tu vagina? Admito que me he llevado muchas sorpresas en la vida, en estas mismas circunstancias, pero esta era única. Donde tendría que estar su vagina, no había nada. Estaba todo liso, era seda como el resto de su cuerpo. - No te preocupes, tengo más orificios para calmar tu necesidad – Contestó. Tenía ganas de golpearla. No entendía por qué no me había dicho eso, pero ¿qué era? Me volví a preguntar. Estaba realmente espantado, todo era muy extraño, y no era una persona fácil de sorprender. En ese momento comenzó su relato: “Con mi hermana Teresa éramos siamesas. Nacimos pegadas por la zona abdominal. No tengo vagina ni útero, ni siquiera se formaron. Cuando teníamos cuatro años fuimos separadas, yo fui la más perjudicada” Mientras contaba su historia recordaba un libro que había leído, donde contaba sobre una enfermedad llamada aplasia mülleriana. Era algo parecido, era una enfermedad que atacaba a la formación. Tampoco tenían vagina ni útero, pero generalmente poseían una apariencia externa normal. Esto era 135 realmente extraño, la miraba y no paraba de sorprenderme. Si no fuera por un poco de vello púbico, sería igual al maniquí que tenía en el taller. La imaginaba adosada a su hermana y eran un monstruo hermoso. Ludmila tenía un orificio en la zona abdominal para colocar una sonda vesical que le permitía orinar. En su abdomen todavía se notaban algunas marcas de la operación, pero ya no eran más que las estrías que suele dejar un embarazo. Nos mantuvimos en silencio un tiempo bastante largo, todavía perduraba en mí la bronca por no haberme avisado. Ella ya me había ofrecido sus disculpas. Yo permanecía recostado en el sillón y Ludmila había apoyado su cabeza sobre mi estómago. Con su mano acariciaba suavemente mi pierna. No podía perdonarla, pero poco a poco el morbo fue ganándole a mis principios. Ella notó que sus caricias habían logrado mi erección y con su boca empezó a lograr su cometido. Debo reconocer que sabía cómo hacer las cosas. Pasé la noche entera con ella, no era tan distinta a las demás. Sólo era especial, única. Todo el día pensé que haría con las editoriales, mis lectores esperaban mucho de mí y yo no podía defraudarlos. Luigi había llevado el erotismo al más alto nivel, contra todos los perjuicios. Había logrado instalar el sadomasoquismo en las historietas y eso logró que se agotaran mis ejemplares. Los lectores siempre piden más, y un maestro como yo, debía evolucionar, ¿por qué la protagonista no podía ser mi maniquí? Ella era hermosa, seductora, única y mis lectores morbosos estarían encantados de leer sus historias. 136 No me costó mucho convencer a Ludmila de ser mi modelo. Sería la protagonista de una tira prestigiosa, en la cual la gente la iba a amar y desear. El mundo dejaría de verla anormal. Comencé mi relación con Ludmila. A partir de allí viviríamos juntos en el taller. Vendí mi automóvil y compré varios muebles de tortura, debía inspirarme, así que le pedí que depilase la zona y quedara en descubierto su falta. Era perfecta, la envidia de cualquier vidriera. Las historias brotaban de mis manos. En menos de una semana, ya tenía preparadas historias para más de diez revistas, ahora solo faltaba entregar mi material a las editoriales y que se pelearan para ver quien ofrecía más dinero. Repartí mi material en más de siete editoriales prestigiosas, ahora solo debía gozar de la dulce espera. Pasaron varios días y no tenía noticias de mi material. Solían tardar en leer lo que les llegaba, pero yo era Luigi Bianco. No era cualquiera. Decidí presentarme en persona a cada una de ellas. Me debían una explicación por sus demoras. Primero fui a la más importante, me presenté en su entrada y pedí una reunión con el director. Era una persona realmente atenta, la cual varias veces me llamó para solicitarme material. A los pocos minutos me recibió. Al entrar me dio la mano e invitó a sentarme, noté que mi material estaba sobre el escritorio. Pero su rostro no era el esperado, antes que le dijera alguna palabra, me atajó: - Luigi, tu material es un poco fuerte para nuestra editorial. Podíamos tolerar un poco de sadomasoquismo, pese a que no era del gusto de nuestros socios pero has ido más lejos 137 todavía. Mantienes el erotismo que tanto te ha caracterizado, pero las torturas y el personaje son demasiado para nuestra editorial. - Pero ustedes no entienden, un trío ya no es novedad. El mundo evoluciona, los gustos cambian, hay que modernizarse con él. Mi personaje es perfecto, es único. ¿Te acuerdas de Lara? Ella me abandonó por un enfermo que se creía un vampiro, bebía sangre y era adicto a las torturas. Ese es el mundo real, no el que ustedes creen. Lo mío es arte, voy dos pasos delante de los demás - Contesté un poco subido de tono -. El director quedó callado por unos segundos, acercó el material hacia mí, y con una voz pausada y muy tranquila, me dijo: - Lo siento Luigi, espero que sepas lo mucho que te apreciamos, pero me parece que no estamos a la altura de tu material. Tal vez seamos un poco antiguos, pero nos caracterizamos por ser bastante prudentes con el material que publicamos y creemos que no estamos capacitados para hacernos cargo de tu material. Me levante muy enojado, tomé mis carpetas y me fui sin despedirme. Estos lugares no entienden de arte, están llenos de ancianos que desde hace años manejan la empresa desde un sillón. ¿Cómo van a saber los cambios que hay en el mundo desde allí? No me importó su negativa, tenía más editoriales que se pelearían por mi material. - Ya se van a lamentar - pensé. 138 Esa tarde visite tres más, en ninguna fui recibido. Me comuniqué con las demás por teléfono y sólo una me atendió, pero dijo que el material era muy agresivo para la firma. Evidentemente no estaban a mi altura. ¿A qué le tenían miedo? ¿No se daban cuenta de que los lectores pedían eso? Las malditas historietas japonesas estaban invadiendo el mercado. Se estaban llevando a mis lectores, ellos conmigo habían aprendido a abrir los ojos, a descubrir nuevas experiencias. Hoy los estaban atrofiando con estas modelos con ojos de plato. Pero nada detendría al gran Luigi. Llegaría a ellos y los salvaría, por más que tuviera que pasar sobre las editoriales. Estaba completamente convencido de los encantos de Ludmila. Era la musa ideal. Las historias, eran mucho mejores que las que escribía con Lara, nada podía fallar. Era un éxito y no lo veían, hasta que tomé la decisión. En menos de un mes vendí mi taller. Antes de hacerlo, ya tenía más de veinte historias. Mandé a imprimir las historietas de forma independiente en una editorial desconocida, gasté gran parte de la plata del taller en su promoción. Los diarios y la televisión estaban invadidos con la noticia de que el gran Luigi estaba de vuelta. Contraté una empresa para que distribuyera mis revistas por todos los puntos de venta. La primera tirada fue de tres mil. A los pocos días se habían agotado todas, era un éxito. Yo nunca tuve la menor duda, la segunda fui por mas, fue de cinco mil. Pero extrañamente, no se vendieron más de doscientas. 139 Algo estaba pasando, ¿estaba alguien boicoteándome? Pensé que tal vez, alguna editorial no estaba contenta, o que a los japoneses mucho no les habría gustado. Decidí acercarme a un puesto de diario a preguntar por mi revista. - Disculpe ¿tiene la revista Ludmila? – Pregunté - Si, no he vendido ninguna. Es una verdadera basura, no se la recomiendo, es para enfermos - contestó. Pensé en insultarlo, esa no era forma de hablar de mi obra. Pero preferí callarme. La desilusión me invadía. Ludmila era perfecta, el ser más hermoso que había en la tierra, pero la gente rechazó mi obra. No entendían mi arte, los japoneses los volvían obtusos y ya no poseían imaginación. Ludmila notó mi preocupación. Me abrazó con amor, como una madre a su niño. Mientras, yo pensaba que tal vez debía ir por más. Mi maniquí no provocó lo que yo deseaba, tal vez ellos hubiesen preferido el monstruo completo, pero mi obra era realmente buena. La mejor que había realizado. Había sadomasoquismo, orgías, mucho erotismo, morbo... Ella lo tenía todo… Yo, lo tenía todo…>> “El ojo artístico” Nota: Andy Rivera 140 141 142 143 144