LA CRISIS ENERGÉTICA: LA IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN ABATE, Anabella Angela La Inmaculada, Bahia Blanca, Buenos Aires Profesor Guía: BERNATENE, Ricardo En el transcurso del siglo XX, el uso del petróleo como fuente de energía fue el motor de aceleradas transformaciones que afectaron a todos los órdenes de la actividad humana. Es básicamente por esta razón que puede pensarse que dicho siglo ha sido, a diferencia de los anteriores, el que mayor cantidad de cambios ha generado en la vida del hombre. Pensemos, por ejemplo, en el alto proceso de industrialización, de producción de bienes y servicios que, en muchos aspectos, facilitan nuestra vida; en la tecnología que la hace más confortable; en los importantes adelantos promovidos, como el automóvil y otros medios de transporte que, gracias a la energía de los hidrocarburos, permitieron un acelerado proceso de viajes e intercambios de todo tipo entre habitantes de los puntos más distantes del planeta; pensemos, en fin, en las aplicaciones energéticas derivadas que se traducen en calor y electricidad. A pesar de los alcances positivos que tuvo el uso del petróleo, y sobre todo en función de que –como ya adelantaran las predicciones de Hubbert en 19561 - se trata de un recurso no renovable y por ende sujeto a un definitivo agotamiento, su utilización a gran escala trajo aparejada también una serie de consecuencias negativas, como por ejemplo el encarecimiento del producto, la lucha por su posesión, las guerras entre países productores y países consumidores, la competencia internacional desatada por su control y la desigualdad que esto genera entre las naciones. En muchos casos, esta desigualdad ha sido la causa por la cual se ha fracturado el planeta entre países del llamado “primer mundo” (como los Estados Unidos por ejemplo) y países “periféricos” que no tiene acceso (o lo tienen de manera muy limitada) a este preciado recurso promotor de adelantos. Las opiniones de especialistas y estrategas, en este sentido, son de las más variadas. Entre las visiones “apocalípticas”, podría mencionarse aquella de Michael Meacher, ex ministro del Medio Ambiente del Reino Unido (1997-2003), quien escribía recientemente en el Financial Times, que a falta de una toma de conciencia general y de decisiones planetarias inmediatas en materia de energía, “la civilización afrontará la perturbación más aguda y, sin duda, la más violenta de la historia reciente”2 . Entre las versiones más “optimistas”, habría que mencionar la de un especialista de la Universidad de Manitoba en Winnipeg, Vaclav Smil, quien acaba de asegurar que “el hombre no abandonó la edad de piedra por falta de piedras, y no abandonaremos la edad del petróleo porque se haya agotado. Algún día el petróleo será reemplazado, pero no antes de encontrar sustitutos más fiables, más versátiles y más competitivos”3 . En síntesis, y más allá de las opiniones, lo cierto es que el petróleo está inserto en nuestras vidas, pero al mismo tiempo escasea y se encarece. Como asegura Owen Phillips, “el único punto en el que concuerdan la mayoría de los expertos es que en verdad existe un problema energético. Es sumamente crítico en el caso del petróleo: dependemos enormemente del petróleo prácticamente en cada fase de nuestra vida, y el petróleo del mundo se va agotando rápidamente y, una vez agotado, lo habrá sido para siempre”4 . De manera que el petróleo tiende cada vez más a irse transformando en un bien poco accesible y, paradójicamente, muy requerido para los usos y desarrollos que lo tienen como principal fuente de energía. De esta conclusión preliminar, pueden extraerse tres derivaciones, que pasaré a analizar sintéticamente a continuación: la necesidad de buscar otras fuentes alternativas de energía, la importancia de racionalizar el consumo de hidrocarburos y el replanteo del modelo energético a nivel mundial. 1 Dentro de las variantes que existen para reemplazar a los hidrocarburos contamos con el carbón, los biocombustibles, la energía hidroeléctrica, la energía solar, la eólica y la nuclear. Pero en este aspecto también debe tenerse en cuenta que sus desarrollos requieren importantes inversiones por parte del Estado y que no todas las naciones se encuentran en similares condiciones económicas para enfrentar los desafíos tecnológicos que representan y para acceder a sus beneficios. También deben tomarse en cuenta otros factores que inciden en tales desarrollos. Por ejemplo, la existencia de condiciones climáticas adecuadas para el caso de la solar, o la incidencia destructiva que algunas de estas alternativas puede acarrear para el medio ambiente. Es decir que “se conocen algunas alternativas razonables, pero tecnológicamente estamos todavía lejos de donde debemos estar para contar con ellas a tiempo”5 . La racionalización del consumo de energía procedente de los hidrocarburos constituye una problemática compuesta por varios factores, entre los cuales el principal a tener en cuenta es, en mi opinión, el de la educación. Podría pensarse por un lado en limitar drásticamente el uso de estos tipos de combustibles pero resulta difícil imaginar la detención o la reducción del aparato productivo e industrial que es abastecido por esta fuente de energía. Tomar esta tesitura significaría a la larga renunciar a grandes adelantos ya obtenidos. De manera que la posibilidad más viable de racionalización pasa por la concientización de la población y de las fuerzas productivas acerca de la necesidad de mantener el consumo en niveles aceptables, al menos mientras se buscan los desarrollos que hagan posible su reemplazo. Estos efectos sobre el consumo sólo podrían ser obtenidos por medio de una verdadera comprensión de la complejidad del fenómeno, comprensión que repercuta en una masiva toma de conciencia y que sea capaz de transformarse en conductas “energéticamente” económicas. Asimismo, el consumo de la energía procedente de los hidrocarburos en el mundo presenta hoy singulares desequilibrios: los Estados Unidos y los demás países industrializados consumen la mayor parte de los recursos disponibles, mientras que los países “periféricos” sólo tienen acceso a una mínima parte. Esta circunstancia tiene como consecuencia la necesidad norteamericana de acceder a mayores riquezas petrolíferas, como por ejemplo las conservadas en yacimientos de los países árabes, dando lugar así a empresas militares y guerras -bien o mal justificadas- por el control de esta fuente no renovable de energía. Otro caso más próximo a nosotros es el de Venezuela, país que posee también una importante riqueza de hidrocarburos y que podría eventualmente transformarse en un preciado botín de guerra. Esta circunstancia, analizada en un nivel de política estratégica, debería hacer replantear la táctica internacional a seguir por parte de los países de la región y entre ellos la Argentina. Todo esto tiene como consecuencia la necesidad de replantear el modelo socio-energético en el mundo, a fin de disminuir los riesgos de eventuales o mayores conflictos entre regiones altamente industrializadas y regiones “periféricas” o productoras de hidrocarburos. Como ya aseveraba Henry Peyret hace casi cincuenta años, “el problema de la energía se transforma en una cuestión esencialmente política. Sólo mediante una estrecha cooperación internacional, en un clima de independencia y de libertad, podrá buscarse de nuevo el equilibrio. Entre tanto, la batalla de la energía continúa”6 . Pero más allá de este aspecto relacionado con la esfera política, la necesidad de replantear el modelo energético surge también de la consideración de otras problemáticas que podrían tener a futuro una incidencia directa sobre el medio ambiente y la sociedad. Un fenómeno preocupante a nivel mundial es el de la contaminación producida por los desechos de los hidrocarburos (básicamente azufre y plomo) que se acumulan en la atmósfera y que son capaces de provocar efectos nocivos sobre la salud y la naturaleza. Lo mismo cabe decir sobre el riesgo de los derrames de petróleo, que atentan contra la vida y la riqueza submarinas. En palabras de David Freeman, “la contaminación atmosférica es un peligro actual y patente para el hombre; si demoramos la aplicación de leyes que la reduzcan, lo hacemos a expensas de la salud y quizás de la vida humana”7 . 2 De manera que el uso de la energía proveniente de los hidrocarburos presenta un panorama problemático tanto a nivel social como político y ambiental. Y, al mismo tiempo, requiere la acción inmediata por parte de las fuerzas activas y de los Estados, que sea capaz de prevenir los altos riesgos que su uso y abuso implican. Y es necesario hacerlo pronto. ¿Qué ocurriría si no llegamos a tiempo para resolver la delicada crisis del actual modelo energético? ¿Cuál es la forma de organizar una respuesta global que sea capaz de neutralizar sus amenazas y efectos destructivos? En mi opinión, la educación es una herramienta fundamental para comenzar a revertir esta difícil situación. La acción educativa debería ejecutarse en dos niveles simultáneos que alcancen, por un lado, a concientizar a la población sobre los peligros del actual modelo y, por el otro, a preparar la elaboración de respuestas superadoras que puedan ponerse en práctica a futuro: en otras palabras, se trata de la acción educativa en dos ámbitos: en la sociedad y en la escuela. Resulta altamente preocupante la ausencia de campañas informativas destinadas a proponer modelos de conducta más acordes con el uso racional de la energía. Esta tarea, en manos del Estado, debería programar una serie de medidas coordinadas que tiendan a evitar los usos innecesarios de este recurso no renovable. Como alternativas viables en este sentido, se me ocurren las siguientes: • • • • • la promulgación de leyes que incentiven la racionalización o el ahorro en el consumo de energía; la inversión en proyectos de desarrollo energético alternativo, como por ejemplo un automóvil eléctrico para el uso suburbano y en los sistemas colectivos del transporte; la programación de campañas informativas con especial atención a aquellos sitios habitualmente vinculados con el consumo de hidrocarburos (estaciones de servicio, etc.); las campañas de propaganda por medios masivos de comunicación donde se alerte sobre la necesidad de ahorrar energía, de utilizar los medios de transporte públicos, de reemplazar el transporte automotor por otros medios que no requieren combustible (por ejemplo la bicicleta) sobre todo para recorrer trayectos cortos; la implementación de medidas que tiendan a “castigar” los usos dispendiosos de la energía, como por ejemplo la facturación de tarifas especiales para aquellos consumos que sobrepasen los niveles históricos. La implementación coordinada de medidas de esta naturaleza, más otras que se le puedan adicionar, traería como consecuencia la transformación de muchos modelos sociales de comportamiento y tenderían hacia la postulación de un nuevo modelo –incluso de niveles éticos- de conducta racional frente a consumo de la energía y en el posicionamiento de la sociedad de cara a este problema. Asimismo, es escaso el nivel de conocimiento que se tiene de esta preocupante situación en los ámbitos escolares. Teniendo en cuenta que se trata de la preparación de los ciudadanos que en un futuro cercano deberán convivir con esta problemática, se me ocurre necesaria la inclusión de estos contenidos en las asignaturas más afines (por ejemplo, ciencias naturales, física, química, etc.), con el objeto de impulsar cambios de hábitos y preparar a las futuras generaciones para pensar los nuevos desafíos que se presentan. En resumen, “el problema energético no es simplemente un problema técnico para científicos e ingenieros, ni un problema de capital para economistas, ni simplemente un problema político para los legisladores: es nuestro problema”8 . Creo, en definitiva, que a través de la educación y de la toma de conciencia de la sociedad será posible acceder al ámbito de discusión y a la elaboración consensuada de respuestas globales que sean capaces de proyectar los cambios que requiere la crisis del actual modelo energético. Anabella Angela Abate Colegio La Inmaculada 3 Bahía Blanca Notas 1. M. King Hubbert, geólogo e investigador estadounidense. Sus predicciones pueden consultarse en www.crisisenergética.org 2. Citado en “Hacia el apocalipsis del petróleo”, por Yves Cochet, en www.ecoportal.net. 3. Citado en “Foro del cenit del petróleo”, en www.crisisenergética.org . 4. Phillips, Owen, La crisis de la energía (pág. 16). 5. Phillips, Owen, La crisis de la energía (pág. 21). 6. Peyret, Henry, La batalla de la energía (pág. 135). 7. Freeman, David, Energía: la nueva hora (pág. 46). 8. Phillips, Owen, La crisis de la energía (pág. 180). Bibliografía consultada a) Material gráfico Darmstadter, Joel y otros, El uso de la energía, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1980. Freeman, David, Energía: la nueva era, Ediciones Tres Tiempos, Buenos Aires, 1976. Peyret, Henry, La batalla de la energía, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1965. Phillips, Owen, La crisis de la energía, EDISAR, Buenos Aires, 1981. Revista Ciencia energética, Buenos Aires. Reyes Bonacasa, Josefa, La crisis energética, Editorial Cincel SA, Madrid, 1990. Víctor Hugo de la Fuente, ¿Un mundo sin petróleo? Crisis energética: en busca de la energía solar, Editorial Aún Creemos en los Sueños, Buenos Aires, 2006. b) Material en Internet Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta ® 2005. www.crisisenergética.org www.ecoportal.net www.erasolar.es www.soloenergia.com.ar www.mundoenergia.com www.asades.org.ar www.todosolar.com www.ambienteyenergia.com.ar www.infoecologia.com www.artehistoria.com 4