Los problemas del Estado Argentino a fines del siglo XIX – Una visión historiográfica de la época Teodoro V. Blanco (Universidad de Buenos Aires, Argentina) LA HISTORIOGRAFÍA EN PERSPECTIVA Consideramos como tal, a los efectos de este trabajo, a la producida a partir de la Independencia, en el siglo XIX y parte del XX; y a propósito de nuestro tema. Una clasificación posible es la siguiente: proponer diversos tipos de historiografía, de historiadores y de problemáticas. En su entrecuzamiento instalaremos nuestra pregunta por la tensión entre centralismo, federalismo y regionalismo en el proceso de formación de los Estados nacionales latinoamericanos. Podríamos establecer tres grupos que se han presentado en sucesión histórica en casi todos los países del área a partir del movimiento de Independencia. El primero está compuesto por personalidades que generalmente fueron actores de la gesta emancipadora y estuvo formado por cronistas, memorialistas e historiadores autodidactos, creadora de una historiografía descriptiva de hechos políticos y militares, más preocupada por la biografía de los protagonistas de la guerra y de la organización de los Estados nacionales que por los problemas de las nuevas sociedades. Este tipo de historiografía es preponderante hasta mediados del siglo XIX. El segundo grupo aparece ligado a las academias de historia u o otros institutos que se fueron fundando en la segunda mitad del siglo XIX. Lo configuran escritores, periodistas, educadores, muchas -figuras de las clases dirigentes -, y con frecuencia descendientes de los líderes de la independencia. Algunos produjeron obras de valor documental y analítico. Tal el caso de Bartolomé Mitre y de Vicente Fidel López en la Argentina; de Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna en Chile; o de Capristano de Abreu en Brasil. Este grupo no careció de formación científica ni de preocupación por los problemas teóricos y metodológicos de la historia. Positivistas en su mayoría, usaron los fenómenos geográficos y los factores raciales en la explicación de los hechos históricos. El tercer grupo surge a fines del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Su lugar de origen está en las universidades, en sus cátedras, departamentos e institutos de historia. Sus más conspícuos representantes provienen de campos como el derecho, la economía o la sociología. Sus contribuciones a la historia han sido considerables tanto en el campo del método de investigación como en el análisis y documentación de los temas estudiados. Con ellos la historiografía latinoamericana supera la preocupación casi exclusiva por los problemas políticos y militares, la historia de los acontecimientos, y la biografía de próceres y estadistas, para entrar en los campos de la economía, la cultura, las instituciones y las formas de organización social. Podrían incluirse aquí nombres como los de Juan Agustín García, Emilio Ravigani, Juan Alvarez, Ernesto Quesada en la Argentina; Alfonso Celso, Oliveira Viana, Jackson de Figueredo en el Brasil; Domingo Amunátegui Solar, Jaime Eyzaguirre o Domingo Encina en Chile. Orientaciones y temáticas La influencia positivista es axial en la formación de la historiografía latinoamericana. El método y las concepciones filosóficas de las primeras generaciones de historiadores de los siglos XIX y XX siguen esta dirección. En primer lugar el método. Atenerse a los documentos y dejarlos hablar, como decía Fustel de Coulanges. Bartolomé Mitre en Argentina, Barros Arana en Chile, Capistrano de Abreu en Brasil, son representativos de esta tendencia. Por su parte Ricardo Levene, uno de los fundadores de la "nueva escuela histórica argentina", decía que no se puede escribir la historia de un pueblo sin haber agotado previamente su documentación. Ir a las fuentes primarias, a los archivos, fue también la consigna impartida por Emilio Ravigani a sus discípulos del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad de Buenos Aires. Por supuesto que estas consignas presuponen el trabajo preciosista de los artesanos de la historiografía que en décadas anteriores se dedicaron a expurgar documentos, establecer las "fuentes" y organizar los archivos. Pero, más allá de esto ¿es tan evidente la conexión entre erudición y positivismo? Collingwood en la década de 1940 afirmaba que los historiadores tomaron del positivismo el método, pero que no necesariamente adoptaron sus supuestos filosóficos. Y es un hecho que aún hoy, los historiadores formados en otros paradigmas: la escuela de los Annales o el marxismo, sin embargo siguen anclados en la fe por las fuentes primarias, su diferenciación de las secundarias, y que recurren obstinadamente en sus trabajos a la intercalación de citas textuales de ellas. Quizás Topolsky ilumina este problema cuando define a la escuela erudito - genética. Fundada en Alemania, y con padre reconocido: Ranke. A la escuela rankeana le debemos el fichero, también la consigna de que que el historiador debe reflejar la realidad tal cual era. Es una visión gnoseológica común con el positivismo y con el marxismo, la convicción decimonónica de que es posible acceder por la vía científica a la verdad absoluta. Pero los términos no son los mismos: una cosa son las etapas comtianas, otra la dialéctica marxiana, o el materialismo malthusiano de los Annales. En muchos historiadores del período que analizamos puede observarse de todos modos la influencia de las variables explicativas del positivismo. Tierra, paisaje, clima y raza. La tesis de Sarmiento en Facundo, por ejemplo, gozó de gran predicamento en toda América Latina; aún rebasando el período al que nos circunscribimos. Piénsese en Martinez Estrada o en Rómulo Gallegos. ¿ Y por qué no en Borges cuando dice que los peronistas son incorregibles? Las temáticas que nos interesa destacar son la cultural y la política, por su particular incidencia en la definición del Estado Nacional. A las sucesivas generaciones de historiadores latinoamericanos ha correspondido no sólo una determinada oientación y formación científica, sino también problemas específicos que aparecen en la obra de sus representantes más destacados. En el plano de la cultura hay dos cuestiones claves que se a veces se entrecruzan, pero que son tratadas de maneras diversas por cada uno de los grupos generacionales a los que hicimos alusión. Una es la del hispanismo. La ruptura con la metrópoli y el abandono de las viejas lealtades exigía para los americanos una explicación y una justificación entre sí mismos y ante la opinión mundial. Ante esta tarea, desde los orígenes de la historia republicana oficial se produjeron dos corrientes de pensamiento bien delimitadas. De un lado la integrada por los historiadores de formación "ilustrada", positivista y liberal; del otro la de los de tendencia "tradicionalista", católica y conservadora. Para los primeros, no sólo fue necesaria y justificada la Independencia; se requería también una ruptura con la tradición de la cultura española y todos los valores que ella significaba. Los segundos aceptaban a su vez la independencia, pero no la ruptura con las tradiciones hispánicas, cuyos valores consideraban como la sustancia de la nacionalidad. Hacia fines del siglo XIX el debate tiene un giro. España ya ha sido olvidada como potencia colonial, y se comienza a discutir la hegemonía anglosajona, especialmente a partir de la guerra de Cuba. Entonces comienza a perfilarse un nuevo hispanismo no ya reaccionario, en la búsqueda de una identidad común latinoamericana. A esto se le suma la reivindicación de las raíces precolombinas. Quizás la revolución mexicana haya tenido en este sentido un papel precursor. Pero hay que considerar otros factores: la eliminación del indígena como elemento subversivo del orden preconizado por la civilización blanca, y los nuevos problemas que en algunos países de la región - la Argentina en especial - provoca la ola inmigratoria. Aquí es donde se entecruzan las posiciones y encontraremos solidaridades entre hispanistas y antihispanistas construídas al calor de una común convicción en la superioridad de los blancos sobre los aborígenes o los afroamericanos. Por otro lado, aunque menos numerosos, también habrá intelectuales separados por cuestiones ideológicas, que sin embargo coincidirán en rescatar el pasado indígena para sus respectivos bandos. Estos son los que comienxan a pensar en una identidad latinoamericana. La otra cuestión central, la política, aparecería en la época, monopolizada por la dicotomía Democracia - Caudillismo. Las vicisitudes de las reformas republicanas de gobierno y la inestabilidad política de los países latinoamericanos íntimamente ligadas al fenómeno del caudillismo en la forma típica en que éste se ha dado en ellos, ha sido uno de los motivos constantes de reflexión de los historiadores de la región. La contraposición caudillismo - democracia ha servido de línea divisoria y referencia para demarcar las corrientes de la historiografía y ubicar la posición política de sus historiadores. Los argentinos se cuentan entre los que mayor importancia le han dado al fenómeno del caudillismo. El papel de Juan Manuel de Rosas , el caudillo que rigió los destinos nacionales durante treinta años, ha sido el centro de una larga e intensa controversia iniciada a fines del siglo XIX, que aún no ha terminado y que dio lugar al llamado revisionismo histórico argentino. ¿Fue Rosas simplemente un caudillo y un tirano, producto del atraso y de la barbarie, como lo sugería la historiografía inspirada en las tesis sostenidas por Sarmiento en su Facundo? ¿ Fue su obra de gobierno la negación del progreso intelectual y moral de la nación, como se podría deducir de las obras de Mitre, Alberdi, Vicente Fidel López y demás historiadores liberales, sus contemporáneos y adversarios suyos? La obra de Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina, inició la revisión de esa postura. Le siguieron otras como La época de Rosas de Ernesto Quesada, y Las Guerras civiles argentinas de Juan Alvarez. La gran depresión de 1930 produce en América Latina una nueva toma de conciencia de sus problemas, de su dependencia económica y política con respecto a Inglaterra o a los Estados Unidos. Dentro de este clima, para algunos historiadores argentinos la figura de Rosas surge como el símbolo de las luchas por la soberanía y los intereses de la nación frente a las fuerzas del imperialismo. La obra de Carlos Ibarguren y la de Julio Irazusta marcan la segunda etapa del revisionismo histórico argentino. Rosas aparece como uno de los creadores de la Argentina moderna, paladín de la unidad nacional y forjador de la política exterior argentina de resistenciia a las pretensiones de las potencias imperialistas. Muy cercana al tema de los caudillos se encuentra en la historiografía latinoamericana la crítica del Estado liberal y de sus aspectos conexos como las contraposiciones centralismo federalismo, gobierno presidencial fuerte y prerrogativas parlamentarias, sufragio universal o limitaciones al voto ciudadano. Para muchos historiadores fue un desacierto de los fundadores de las nuevas repúblicas haber adoptado los principios constitucionales franceses o norteamericanos. De acuerdo a esta postura, el arraigo de la tradición monárquica española, los bajos niveles educativos de amplias masas de la población, la subsistencia de grupos sociorraciales no suficientemente integrados a la nacionalidad, la fuerza económica de las oligarquías locales, etc., hacían imposible o muy relativo el funcionamiento de la democracia liberal en los territorios latinoamericanos. EL PENSAMIENTO DE ERNESTO QUESADA (1858 - 1934) EL ESTADO DE LA CUESTIÓN En Quesada se reunen el historiador y el sociólogo, de ahí que recurramos a ambas vías para presentar un estado de la cuestión de su obra. Un estado de la cuestión a propósito de la historia de la sociología argentina no es fácil. Son pocos los autores que se han ocupado de este tema; precisamente por eso no contamos con una “tradición” al respecto. Entre los que mencionan a Quesada – dejo de lado a los contemporáneos, porque éstos no son historiadores sino críticos - , se encuentran F. Ayala 3 Germani , Ricaurte Soler 4 1 2 , Juan Marsal , Gino 5 ,y Juan Carlos Agulla .. Entre estos los más destacables son Agulla y Germani. El sociólogo Juan Carlos Agulla en un trabajo sobre la historia de la sociología argentina - construido con el discutible método de las generaciones - reconoce el papel precursor de Quesada, pero juzgándolo erróneamente: “Los primeros ‘sociólogos’ de la Argentina – dice – fueron intelectuales y catedráticos – aunque no profesionales, dado que alternaban la cátedra con funciones en la magistratura, la política, la diplomacia y las profesiones liberales -, que provienen de otras áreas del conocimiento – como también ocurría por entonces en Europa y EEUU – pero con una clara vocación por los estudios históricos ,sociológicos, o institucionales”. No compartimos esta interpretación porque creemos que la “profesión” intelectual no se define por donde se come, sino por lo que se piensa de sí. Quesada, al igual que otros de su “generación”, también abogados, magistrados, diplomáticos o estancieros, empeñó su vida en la 6 empresa intelectual . Gino Germani, por su parte, y en lo que me parece una interpretación más acertada, dice: “ La nueva cátedra de Sociología, fundada a fines del siglo pasado en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, fue ocupada por Antonio Dellepiane, un espiritualista, contrario a la asimilación de las ciencias sociales y naturales. Su sucesor, Ernesto Quesada, puede ser considerado como un típico representante de la sociología “académica” en su mejor aspecto, que ha dominado la universidad argentina por muchos años. Positivista en la primera parte de su carrera, se encontraba además bajo la influencia de Spencer y Comte. Más tarde, volcó mucho de su interés a Durkheim y su escuela, y finalmente, en la última parte de su carrera, se convirtió a la filosofía spengleriana de la historia, a la cual consagró un amplio libro (La sociología relativista spengleriana) y otros escritos. Hizo también algunos estudios de historia empírica, como el trabajo sobre Rosas (La época de Rosas – su verdadero...), pero contrariamente a los positivistas y a otros escritores influenciados por el realismo social, su interés se centraba más en la exposición de la crítica de la 1 Ayala, F., Tratado de Sociología. Marsal, J., La sociología en la Argentina. 3 Germani, G., La sociología en Argentina. 4 Soler, Ricaurte, El positivismo argentino. 5 Agulla, J.C., Dependencia y conciencia desgraciada. 6 Si se ha leído con atención el famoso ensayo de Weber, y se conoce con precisión el alcance del término alemán “Beruf””, no pueden quedar dudas de que lo esencial de la profesión científica no es el trabajo asalariado, sino el trabajo creativo que se hace por vocación. 2 teoría sociológica y la historia de las ideas sociales que en el estudio de los hechos y de los procesos sociales concretos”. Es cierto que era positivista, pero lo fue siempre, hasta su último escrito. Su supuesta conversión a la filosofía spengleriana de la historia, no es tal, si se analizan con detalle sus obras de ese periodo. Quesada acostumbraba, en sus entrevistas con la prensa o en las introducciones de sus libros, a alabar a los autores de moda en Europa, especialmente si eran poco conocidos en nuestro país; pero luego – y este es el caso de Spengler – en su interpretación los sometía a sus supuestos positivistas y a la crítica histórica. En lo que respecta a La época de Rosas, esta obra es precisamente la única de su producción historiográfica que no es empírica, sino al contrario un ensayo de historia social. Finalmente, tampoco es correcto que subestimara “el estudio de los hechos y de los procesos sociales concretos”. En este campo tiene numerosos trabajos, tanto como jurista como sociólogo. En lo estrictamente biográfico es imposible obviar la obra de Juan Canter, casi un contemporáneo, que escribe una biografía y a la vez reconstruye la bibliografía más detallada de la obra de Quesada. En la obra compilada por Gustavo Ferrari y por Ezequiel Gallo, La Argentina del Ochenta al Centenario, en su sección Cultura, hay dos trabajos en que se menciona a Quesada. Uno de Tulio Halperín Donghi y otro de Antonio Pérez Amuchástegui. Me referiré a continuación a ellos. Halperín Donghi, "La historiografía: 30 años en busca del rumbo", dice, a propósito de Quesada, que fue uno de los primeros historiadores argentinos que intentó hacer una historia social. Pero también - otra vez leyendo solamente La Época de Rosas - le critica su superficilidad por utilizar una analogia para explicar esa época. Quesada se refiere a ella como la "edad media argentina". Esto a Halperín le parece poco serio, pero se olvida que en su obra más importante Revolución o Guerra, su hipótesis central en lo que respecta al proceso independentista, es precisamente señalar que después de la cáida del imperio español, en América Latina se genera un proceso de ruralización de la política; donde caudillos y patrones asumen los principales roles en un largo conflicto. ¿Esto no es el mismo perro con distinto collar? Por otra parte, tampoco la expresión es original de Quesada, sino posiblemente de Angel Justiniano Carranza. Para terminar con Halperín Donghi, posteriormente, en un artículo sobre el revisionismo publicado en la revista Punto de Vista, tiene una opinión más objetiva de Quesada (aunque de todos modos negativa). En la misma compilación, Antonio Pérez Amuchástegui, publica un artículo titulado "El historiador Quesada". Pese a su empatía con Quesada porque lo creía un nacionalista igual que él, Pérez Amuchástegui desbarra. Sin tener la menor idea de la filosofía alemana afirma que Quesada debe inscribirse en el marco teórico de Dilthey. Se equivoca completamente al suponer que Dilthey era un antipositivista, y también al suponer que Quesada no era positivista. Evidentemente no entendió a ninguno de los dos. i Hebe Clementi en su libro "Con Rosas o contra Rosas", destaca (siempre leyendo La Epoca de Rosas), el aporte conceptual que el autor hace al pensamiento revisionista nacionalista. Dice que ideas que son centrales en ese pensamiento revisionista, son originales de Quesada, aunque sus popes no lo reconozcan. Por ejemplo "la disgregación del virreynato del Río de la Plata", "la traición a la pátria de los unitarios", la democracia entendida como "relación líder - masa" (que sería, por su carácter movilizacionista más participativa que la democracia liberal representativa), y el papel central del líder en una situación de crisis. Estamos de acuerdo con Clementi en que los revisionistas nacionalistas (tanto de izquierda como de derecha) son deudores de Ernesto Quesada (al menos desde un punto de vista histórico genético). Y que no lo valoraron como tal confundidos por que ellos también creían que Quesada era un "liberal". Otros puntos de vista que vale la pena agregar para completar este estado de la cuestión, son los de Teresa Pereira Larraín y de Eduardo Zimermann, ambos contemporáneos nuestros, y que se han ocupado de las ideas de Quesada en contextos diferentes al de una historia de la sociología argentina. La primera es una especialista en historia de las relaciones internacionales, profesora e investigadora en la Universidad de Chile y en la Universidad Católica del país vecino. Y en el trabajo que nos interesa compara al chileno Alberto Edwards , con el venezolano Laureano Vallenilla Lanz y Quesada. El leit motiv de este trabajo es mostrar como estos autores intentan conciliar el positivismo con el relativismo. Es un ensayo breve pero medular, claro y distinto en su objetivo; y las obras que utiliza para su ejercicio de comparación son, en el caso del argentino, nuevamente La época de Rosas, El cesarismo democrático de Vallenilla Lanz, y La fronda aristocrática de Edwards. En nuestra opinión su enfoque puntual es completamente válido, y lo que lo hace interesante, además del rigor metodológico, es el esfuerzo que hace para insertar – entre Spencer y Spengler – el papel del “ hombre fuerte”, del Leviathán, que de esto se trata, y que al parecer Quesada habría inspirado en ese sentido al chileno con respecto a Portales, y al venezolano en lo 7 que hace a Gómez. Es un trabajo para discutir y que se presta a una mayor generalización . En lo que respecta a Zimermann, en su obra Los liberales reformistas, aborda a Quesada entre otros muchos casos que acota en el periodo de 1890-1916. Quizás el suyo sea el ejemplo opuesto al de Teresa Pereira L., los casos son demasiados, y tratados por consiguiente con excesiva brevedad. Sin embargo tiene el notable mérito de ser el primer intento de abordar en conjunto, y con una intención generalizadora al conjunto de intelectuales que en esa época intentaban promover cambios necesarios en el sistema político y social argentino. EL APORTE DE QUESADA Él mismo nos ofrece dos interpretaciones alternativas acerca del comienzo de su labor intelectual profesional. Una, en la que nos cuenta que después de la crisis del 90’ – arruinado en la especulación financiera – se ve obligado a irse al campo ( a las tierras de su primera esposa, en San Miguel, provincia de Buenos Aires), para transformarlas en estancias y de esa manera recuperar su fortuna. Nos dice que para aliviar un esfuerzo que le es desagradable y la soledad, lleva consigo el archivo del General Angel Pacheco, abuelo de su mujer; y que a partir de su lectura y molesto por el papel que por esa época Adolfo Saldías, historiador oficial de Rosas puesto que Manuelita le había confiado el archivo de su padre, hace a propósito de Pacheco. Esta explicación es insuficiente en lo 7 Cfr. Pereira L., Teresa, El pensamiento de una generación de historiadores hispanoamericanos: que respecta a su labor historiográfica, como trataremos de probar en la ya mencionada biografía en preparación, porque no explica el tenor de La época de Rosas, que es su obra de historia más conocida y acabada. La segunda es la que pergeña al asumir la cátedra de Sociología en la 8 Universidad de Buenos Aires . De acuerdo a ésta habría comenzado su labor intelectual interesado en la sociología precisamente, para lo cual se remite a sus escritos juveniles, cuando era apenas un estudiante de Derecho. Y que tampoco es creíble una vez que se los revisa; y que obvio comentar 9 para no perder la concisión en la exposición . Como ya dijimos, en nuestra opinión su interés por los problemas sociales tiene como punto de partida la crisis de 1890, y si bien es cierto que en principio se dedica a la historiografía, en sus primeras obras – las dedicadas a reivindicar al General Pacheco (con el que seguramente debía sentirse en deuda por las estancias) – no hay un enfoque sociológico. Son aburridos trabajos de archivista al peor estilo rankeano. Paralelamente se dedica al estudio de las relaciones internacionales, poniendo el acento en las cuestiones regionales, especialmente en el conflicto con Chile. Que luego, en su etapa de jefe de redacción y columnista de El Tiempo, vuelca en la campaña en pro de la hegemonía regional argentina, y especialmente belicista con respecto a Chile, que hace ese periódico 10 . Simultáneamente publica artículos sobre los problemas sociales que firma con el seudónimo ¨Robin Hood¨; y por separado, una crítica a Dos novelas sociológicas:¨La Bolsa¨ y ¨Quilito¨, que se refieren a la crisis del 90’. Sin embargo consideramos que es en su ensayo titulado La Iglesia Católica y la cuestión social donde se aproxima por primera vez desde la sociología a los problemas sociales. Es un intento al que todavía le falta consistencia teórica, pero en el que ya estan presentes con claridad la observación y la comparación. Además es curiosa – si se tiene en cuenta lo dicho anteriormente acerca de su indiferencia religiosa – la interpretación favorable al papel de la Iglesia que hace. Pero vayamos por partes, en la introducción justifica la relevancia del tema de la siguiente manera. Primero aduce que si bien la cuestión social (es decir, las demandas de la clase obrera, y la acción de los 11 grupos políticos que las expresan ), puede parecer que solo afecta a los países industriales, en nuestro país ya a había hecho su aparición, y que por una ley general del desarrollo social progresivamente irá cobrando una importancia mayor. Luego agrega, para subrayar la importancia de la cuestión, que en ese momento se había presentado en el Congreso Nacional un proyecto de naturalización obligatoria de la población extranjera, que, de ser aprobado, “ conferiría el voto electoral a una masa enorme de habitantes, y daría un objeto práctico a la propaganda socialista 12 y Alberto Edwards, Ernesto Quesada y Laureano Vallenilla. 8 Cfr. Quesada, E., La Sociología – carácter científico de su enseñanza -. Conferencia inaugural de la cátedra de Sociología dada el 1º de abril de 1905 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en la Revista de la Universidad de Buenos Aires, 1905, tomo III. , 9 El lector puntilloso puede consultarlos en la Nueva Revista de Buenos Aires, donde publicó la mayoría. 10 Seguramente éstos, junto con los que publicó en el diario La Prensa, indujeron a Roberto Etchepareborda a incluirlo en lo que define como la “generación argentina del destino manifiesto”, junto a Estanislao Zeballos y Adolfo Dávila – que eran los capitostes de La Prensa – entre otros. Cfr. Etchepareborda, R., Historia de las Relaciones Internacionales Argentinas. 11 Distingue entre los grupos anarquistas y comunistas a los que califica como negativos, y “ los que con un verdadero sentido socialista se encaminan pacíficamente hacia el logro de sus objetivos”. 12 Aquí usa el concepto socialista con la connotación común en la época que lo asimilaba a a sus poderosas organizaciones [...] Quizá ese proyecto entraña peligros gravísimos, en el sentido de cambiar por completo la orientación de la política argentina, y de llevar a los parlamentos a elementos poco asimilados aún al país” 13 . A continuación se refiere a las fuentes teóricas y empíricas consultadas. En primer lugar, la obra de Henry George, de la que efectivamente extrae la idea de que la causa principal de la crisis social que avizora se debe al distanciamiento creciente entre ricos y pobres; pero no menciona la 14 solución que aquél proponía: la supresión de la propiedad privada de la tierra . En segundo lugar, Il socialismo católico de F. Nitti, Der Emantipations Kampf des vierten Standes de Rudolph Meyer, y por supuesto la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, y las publicaciones de los Circulos de Obreros locales. Finalmente hace el panegírico de la acción social de la Iglesia, que repite en la conclusión. En el desarrollo se distingue una primera parte teórica, en la cual lo más interesante es la crítica que hace a la concepción liberal clásica que propone un estado “ausente” en lo social; al contrario, Quesada sostiene que es obligación ineludible del estado ocuparse de arbitrar las relaciones sociales de trabajo. A la indiferencia del liberalismo en este aspecto, asigna la mayor responsabilidad en el peligro para el orden social que habría llegado a significar la irresuelta cuestión social. La segunda parte del desarrollo es una descripción comparativa de la acción social de la Iglesia Católica en un número abundante de países europeos, y en los EEUU. En los años siguientes reúne en forma de libros – con agregados y modificaciones – sus artículos sobre la política exterior argentina, continúa publicando numerosos estudios sobre los temas más variados, profundiza en el estudio de la teoría sociológica – aprovechando sus estadías anuales en Europa para dialogar con la mayoría de los pensadores de aquél momento - y prepara La época de Rosas, que publica en 1898. En 1899 ingresa a la magistratura como fiscal en lo criminal – con el tiempo será juez en lo civil, y fiscal de cámara -, e inmediatamente se aplica al estudio del Derecho. Aquí también su labor es prolífica y sus publicaciones innumerables. Su análisis, sin embargo, lo dejo para la parte correspondiente de la reiterademente mencionada biografía en preparación. En este lugar sólo mencionaré dos cosas: la primera, que en su enfoque del Derecho incorpora la teoría sociológica y el método histórico; la segunda, que un crítico nada complaciente como su coetáneo Juan P. Ramos, a la vez que “lamenta” que Quesada no se hubiera especializado en un problema en particular, “ porque de otro modo hoy tendríamos el tratado de derecho civil que todavía nos falta”, destaca su aporte con revolucionario. 13 Interesante comentario que abona la tesis clásica de la importancia que tenía para la elite gobernante dificultar el acceso de los inmigrantes al voto. 14 Henry George (1839-1897) fue un periodista y político norteamericano. Típico self made man, su vida azarosa recuerda la de su contemporáneo y pariente intelectual Mark Twain. No realizó estudios sistemáticos pero imbuido de un difuso ideario socialista se dedicó a la defensa de los derechos de los obreros. Por su estilo podríamos encuadrarlo en la línea de los predicadores políticos, tan cara a la tradición “cuáquera” norteamericana. Su obra fundamental es Progress and poverty, publicada en 1879, en la que denuncia la contradicción del sistema capitalista vigente, que a un gran desarrollo tecnológico, unía la creciente miseria de los trabajadores. La solución que propone es la supresión de la propiedad privada de la tierra. Posición por la que se enfrentó con la Iglesia Católica, publicando – incluso – un libro para denunciar los “errores” de León XIII en la encíclica Rerum Novarum (1891) . Cfr. Enciclopedia internacional de las ciencias sociales, Madrid, Aguilar, 1977. Puede ser interesante recordar que en nuestro país, por los años que nos ocupan, llegó a formarse – aunque tuvo una vida respecto a la reincidencia: “ Es tan abundante su información que yo, profesor de Derecho Penal, puedo asegurar que no se ha escrito otra obra entre nosotros, sobre la reincidencia, que abarque tantos aspectos de la cuestión exponiéndolos a la luz de una documentación de extraordinario valor, teniendo en cuenta el momento en que la obra se escribió” 15 . En 1901 nombrado juez en lo civil, su producción jurídica deriva de la materia penal a la civil, y otra vez llena las páginas de publicaciones como la Revista jurídica y de ciencias sociales, o la Revista de la Universidad de Buenos Aires. En esta etapa es cuando se ocupa, entre otros, de los problemas familiares. El problema del método En opinión de Ramos, su método podría resumirse así: “ No improvisó jamás, aunque estudiara y resolviera a su modo, las cuestiones más distintas. La razón consiste en que aplicaba [...] (Un) método férreo de comprobación y lógica documental. Para él el derecho no era una combinación de frases que se explican con un diccionario jurídico [...], sino una relación entre un hecho y una persona, y un determinado estado social. Como los tres elementos son variables, y la ley positiva no puede ser jamás la solución cabal en cada caso, el derecho [...] debe ser considerado a la luz de todos los conocimientos que integran en un momento dado el concepto social de lo que es justicia. De ahí que Quesada, cuando estudia un caso, una institución o un 16 código, aplique el criterio del historiador . Quesada trató de construir un método que integrara la historia, la sociología y la filosofía de la cultura, en el marco del positivismo. Y al mismo tiempo contrastarlo con los datos empíricos de la realidad latinoamericana. En su programa de Sociología propone: “ Réstame tan sólo declarar, a guisa de programa, que el presente curso se propone estudiar la ciencia de la sociología: 1º , trazando ante vosotros con cuidado su historia, para apreciar el origen y el alcance de cada una de las doctrinas formuladas, examinándolas según las reglas del procedimiento empiriocriticista; 2º , pasando en seguida, con arreglo al método sociológico que corresponda adoptar después de analizar la cuestión metodológica, a investigar uno por uno los diversos fenómenos sociales, para precisar las reglas empíricas y las leyes filosóficas de su desenvolvimiento; y 3º , terminando por aplicar las doctrinas, métodos y resultados así obtenidos, a los fenómenos sociales de América, tanto en su pasado (pre y post colombino) como en su presente, a fin de formular - como coronamiento del curso – las conclusiones científicas que se desprendan respecto de la orientación futura de las sociedades americanas [...], efímera - un partido georgista. 15 Ramos, J.P., Quesada jurista, en Nosotros, Buenos Aires, 1933. Al respecto cabe agregar que el mismo Ramos, pese a considerarse un especialista en derecho penal, no tuvo inconveniente en presidir por muchos años la cátedra de Sociología de la Facultad de Derecho. En mi opinión, de todas formas, tenia – más allá de las inevitables chicanas entre intelectuales – una buena relación con Quesada. En el mismo artículo reconoce que en muchas ocasiones recurrió al consejo de éste en materia de Derecho, y comenta que frecuentaba regularmente la teertulia de los viernes de Quesada; en la que se reunía lo más granado de la intelectualidad de la época. 16 Ramos, J.P., op.cit puntualizando así la línea de conducta y los medios que nos habiliten para realizar, con mayor sabiduría y justicia, lo que hoy se trata de alcanzar por vías de violencia e imposición”. Los cuatro pasos que Quesada se propone reunir en su ejercicio de la cátedra son, entonces: la teoría, la historia, el trabajo de campo y las propuestas políticas. Era un programa muy ambicioso, y al que se dedicó con tenacidad y pasión. En lo que respecta a la teoría adhiere al positivismo. En sucesivos y reiterados cursos expuso el pensamiento de Comte, Stuart Mill, Buckle, y Spencer. Pero también se introduce en el neokantismo, estudiando a Stammler, Tönnies, y Simmel. Curiosamente nunca menciona a Weber, pese a la afinidad evidente que hay entre los programas de ambos. La historia está presente en su intención de aplicar a lo que denomina los “ fenómenos americanos”, la teoría sociológica. Y se concreta – generalmente – en los seminarios que plantea en el desarrollo de la materia sobre aspectos diversos de nuestro pasado. Un ejemplo importante es el que dedica a revisar el significado 17 de las misiones jesuíticas “ a la luz del conocimiento científico del presente” . Pero hay otros trabajos sobre diferentes aspectos de la etapa colonial, y, más adelante, sobre la historia amerindiana precolombina. Especialmente los enfocados, a partir de 1918, en la perspectiva spengleriana. EN CONCLUSÍON Quesada realiza un periplo intelectual en el que va intentando criticar y agregar las distintas influencias recibidas, con el objeto de estudiar los diferentes problemas que se presentan a su interés. Inicialmente, debe tenerse en cuenta el papel preponderante de su padre Vicente Quesada en su formación. Este era un federalista doctrinario, discípulo de Vicente López y Planes, que inicia su carrera política en el urquicismo. Luego, resuelta la cuestión de Buenos Aires, será ministro de Gobierno de esta provincia entre 1873 - 75, para después orientarse en lo que será su actividad definitiva, a la diplomacia. Los estudios en Alemania y la relación con los círculos académicos de este país que desarrollará a lo largo de toda su vida, es otro aspecto importante en la formación de Ernesto Quesada. De aquí su preocupación por el método, en Alemania se debatía por entonces con ardor la cuestión de las ciencias sociales. Concurrían positivistas y antipositivistas, hegelianos y kantianos. Finalmente la influencia anglosajona, que también fue grande en sus diferentes variantes (insular, americana, conservadora, progresista). El mérito - y la debilidad - de Quesada, es su esfuerzo por alcanzar una ciencia social única. Aspiración todavía vigente en muchos, obviamente por no lograda. No tiene una obra magna del tipo summa; pero de su correspondencia y del análisis de sus últimas publicaciones, las que corresponden al período spengleriano, podría afirmarse que hay tres convicciones que se mantienen inalterables a lo largo de su vida intelectual: un nacionalismo que 17 Su discípula, Sofía Suarez, es la autora de una destacada investigación sobre este tema, siguiendo las sugerencias de aquél. No he podido encontrar hasta ahora datos acerca de qué fue de ella, una vez graduada en la Facultad de Filosofía y Letras. Lo que lamento porque fue uno de los pocos no es porteñista ni xenofóbico; la fe en el discurso en positivista; y la preocupación por buscar frente a las cuestiones prácticas - soluciones que contribuyeran a la armonía social. Reunirlas en una reconstrucción de su obra es una tarea que todavía me adeudo. FUENTES Primarias Ernesto Quesada, Archivo, en Instituto Ibero-Americano de Berlin. Vicente Quesada, Archivo, ibidem. Diario El Tiempo, 1895-1910, ibidem. Quesada, E., La cuestión obrera y su estudio universitario, Extensión universitaria, conferen cias de 1907 y 1908, La Plata, UNLP, 1909. Quesada, E., La enseñanza de la historia en las universidades alemanas, Buenos Aires, 1910 Quesada, E., La época de Rosas – su verdadero significado histórico, Buenos Aires, 1898. Quesada, E., La evolución social argentina, en Revista de Ciencias Políticas, Buenos Aires, 1911. 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