Tío Nano Índice PROLOGO .................................................................................................................. 3 Treinta Minutos .......................................................................................................... 4 Autobiografía de la biblioteca .................................................................................... 5 de una residencia privada ........................................................................................... 5 La ventana ................................................................................................................... 6 Ruidos molestos ........................................................................................................... 6 Popotis ......................................................................................................................... 7 Una carta (cuento)....................................................................................................... 9 Tío Nano .................................................................................................................... 12 2 Tío Nano PROLOGO Es posible imaginar la pulsión que mueve a narrar. Al principio la idea aparece como una iluminación repentina sobre una historia y, a veces, ni siquiera sobre una historia sino sobre un núcleo que encierra algo que necesita ser dicho y que se presenta como una incitación apremiante a tener forma. La índole de la respuesta a esa demanda de escritura se califica por el modo en que esa forma se redondea en un relato: hábilmente, con el dominio de las tensiones de quien sabe crear suspenso narrativo. Clara Cavallini es una de esas narradoras que saben modelar la materia. Y si digo «materia», es decir la argamasa o el yeso que erige el cuento, es porque voy a decir, correlativamente, el «espíritu». La inventiva de sus cuentos no está separada de esa dimensión que podríamos llamar existencial, es decir, ligada a situaciones humanas en la que todos podemos reconocernos: la violencia en la calle que cae por azar sobre una pareja desprevenida en «30 minutos», el primer cuento de su libro, creando una sensación agobiante y desolada por el transcurso del tiempo, parecida angustia en el breve relato «La ventana», parábola del deseo imposible. Y sigo enumerando: «Ruidos molestos», un título que enuncia una situación común que luego habrá de ser acto irreparable. «Popotis, un texto», un texto alegórico sobre la condición humana que se remonta al pasado para extraer de él una noción clara de la huella, irrepetible pero imperecedera, y de la lucha entre la especie humana y la especie animal en nuestro pasado prehispánico. «Una carta», un relato sobre la intemperancia y el rencor que reinó en tiempos de la dictadura y cuyos efectos parecen ser irreparables. Y, por fin, «Tío Nano», un cuento largo o novela corta, narrada con buenos recursos que llevan el relato desde la objetividad de los hechos a la dimensión interior que permite el diario. Y, en todos los textos, una escritura fuerte, sin concesiones sentimentales, pero con un arraigo profundo de los sentimientos. TUNUNA MERCADO 3 Tío Nano Treinta Minutos Corrió hasta quedar sin aliento. Se detiene a escuchar. Nada, no se oyen pisadas. Por el momento cree que los perdió de vista. Un poco más tranquilo comienza a caminar a paso vivo en dirección a la avenida, allí hay gente y está más iluminado. Pero todavía le faltan dos cuadras para llegar. «-No me gusta nada la facha de esos tres que vienen atrás.-¿Dónde?-Por la vereda de enfrente-Apurémonos-Están cruzando la calle y se acercan demasiado-Yo me apuro, pero vos… con esos tacos. ¡Sacátelos!-¿Estás loco? No puedo correr descalza, me duelen mucho los pies.-¡Sacátelos, te digo!» Un trecho de la cuadra está más oscura; la arboleda impide que las luces de la esquina lleguen ahí. Camina con precaución tratando de identificar los bultos que lo rodean. Cuando pasa frente a un portón nota que en el interior algo se mueve, pestañea como si eso le fuera a aclarar la vista, al no poder ver se inmoviliza y trata de guiarse por el oído. No, imposible que hubieran tenido tiempo de adelantarse tanto. Continúa su camino y de repente queda quieto contrayendo todos sus músculos; desde la verja que sin querer ha rozado, un enorme perro lo aturde con sus ladridos. Pero está perdiendo demasiado tiempo. Larga todo el aire que tiene en los pulmones y sigue corriendo. No quiere pensar, pero un recuerdo le viene a la mente como idea fija; «quince minutos». Julián asegura que se necesitan quince minutos para concretar una violación, «si hay resistencia por parte de la víctima». Mira el reloj, apenas pasaron cuatro. «-¡No me tirés así del brazo, me hacés doler!-¿Corré más ligero que nos están alcanzando!-¡Ya no puedo más…! Seguí vos solo, la policía está cerca.-¿Y dejarte sola? ¡Ni lo soñés!-¡No puedo más! ¿Entendés?-Levantate estúpida! ¿O no sabés lo que quieren?-¡Andate de una vez! ¡Traé la policía!-» Sólo le faltaban unos metros para llegar a la avenida. Mientras la idea fija sigue taladrando su cerebro. «Siete minutos», Juan José le discute a Julián, «con sólo siete minutos el violador logra su objetivo si es hábil y tiene práctica, o ayuda.» Algunos transeúntes miran extrañados a ese muchacho que corre como loco pidiendo a gritos un agente de policía. Alguien le indica que la comisaría está a media cuadra. Llega sin aliento, sudoroso, con marcas de golpes en la cara, la camisa salida del pantalón y la campera desgarrada y sucia de tierra. «-¡Déjenla tranquila! ¡Suéltenla! -Y si no la soltamos ¿qué, eh? ¿qué nos vas a hacer? 4 Tío Nano -Mejor picátela, macho. -Andate, loco, con vos no es la cosa. -Vos llevate la mina, Negro, que a éste lo arreglamos nosotros. -¡Suéltenla! ¡Hijos de puta! -¡Ah, con que te hacés el gallito ¿eh?» El guardia que está en la puerta no lo deja pasar sin que antes le explique el motivo. Habla entre jadeos mientras el agente lo escucha con toda paciencia, luego lo hace entrar a una oficina; allí, nuevamente debe contar todo lo ocurrido a un oficial. Contiene los sollozos que desde el pecho empujan a su garganta. Le cuesta explicar pero finalmente consigue que lo acompañen con un patrullero. El oficial da varias órdenes, llama a un agente y suben al auto. Mordiéndose los labios se sienta en la parte trasera del vehículo. Mira el reloj con ansiedad, al ver el tiempo transcurrido no puede contenerse más. Se desploma en el asiento y larga el llanto. Desde que empezó a correr han pasado treinta minutos. Fin Autobiografía de la biblioteca de una residencia privada Mi color es caoba, mi textura suave y mi consistencia sólida. En mí se apoyan infinidad de objetos, desde los lógicos hasta los más insólitos; creo que en la casa no hay otro mueble que tenga tantas funciones como yo. A mí me usan para ordenar, guardar y hasta esconder cosas. Se supone que mi única obligación es la de exhibir hileras de libros con el lomo a la vista, pero en mi caso, sostengo a un montón de viejos que han perdido la cubierta donde figura título y autor, por lo que no me explico para qué diablos están parados de canto, sujetándose unos a otros mostrando un lomo ciego que no dice nada. Además, a mí me cargan con portarretratos, estatuillas, llaveros que arrojan desde lejos sobre mí sin darse cuenta que me lastiman, y hasta me usan para esconder dinero y cartas comprometedoras entre las páginas. Si yo pudiera escribir me llenaría hasta colmarme con las historias de las que fui testigo en esta sala. Desde hace 155 años he visto crecer y morir a varias generaciones de la familia que es mi dueña. He presenciado declaraciones de amor, conspiraciones, adulterios, y hasta una violación y un crimen; pero lo que me produjo mayor indignación pasó días atrás, cuando 5 Tío Nano quedó sola en la casa la menor de las hijas; dejó entrar en la casa a su amigo, y quedé ¡con un preservativo en uno de mis estantes! Por lo tanto, ya estoy completamente harta y cansada, así que he decidido que es hora de poner fin a mi larga existencia. Comenzaré por permitir que entren en mí los eternos enemigos que siempre he combatido, esos bichitos que anidan y se alimentan de las buenas maderas. Dejaré que me devoren poco a poco hasta que mi estructura se desmorone, y por fin podré descansar que bien lo merezco. ¡Polillas, termitas, pueden entrar. Bienvenidas sean! Fin La ventana A la salida del sol el pequeño cuadrado se ilumina. El hombre despierta, trata de tocarlo pero no lo alcanza; lo mira fijo mientras se incorpora estirando los brazos, aún no llega. Coloca la única silla que tiene, se sube a ella y trata, aunque más no sea, rozar el cada vez más estrecho rayo de sol. El hombre se desespera porque sabe que dentro de pocos minutos la luz desaparecerá y no tendrá la oportunidad de atraparla hasta el próximo amanecer. Salta desde la silla hacia la abertura cerca del techo y cae desarticuladamente al suelo, agregando nuevos moretones a los ya formados en días y días de intentos. El rayo de sol se ha transformado en una fina línea que se va reduciendo. El sujeto lo mira sonriendo. En el momento de apagarse el último vestigio de luz, la sonrisa se le congela. La pequeña celda ha quedado en penumbras. Camina unos pasos en círculos, hasta que al fin se arroja en el camastro, y cerrando los ojos da la espalda a la ventana. Fin Ruidos molestos ¡Pum! ¡Pum! Hace dos horas que en la casa de al lado comenzaron a golpear. ¡Pum! ¡Pum! Los golpes aturden. Uno enciende el televisor y manipulando el control busca en la pantalla algo interesante que disimule los golpes, pero con tanto ruido no se puede escuchar el programa. 6 Tío Nano ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Es inútil, uno no consigue concentrarse en las imágenes; ¿y si se tapa los oídos? ¡Pum! ¡Pum! De nada sirve tirarse en la cama y cubrirse la cabeza con la almohada; es peor, los golpes parecen salir del colchón y retumban en el cerebro, y eso produce un dolor insoportable entre los ojos. Uno sigue paseándose con las palmas de las manos apretándose las orejas. ¡Pum! ¡Pum! No cree poder aguantar eso mucho tiempo más. Con dedos temblorosos uno forma dos bolas de algodón y se tapona los oídos. ¡Pum! ¡Pum! No hay solución. Los golpes siguen taladrando desde la base del cráneo hasta las sienes, por lo tanto, uno decide pasar el tiempo recostado en un sillón contando los golpes. Cuatro, cinco… quince, dieciséis… y se pierde la cuenta. Entonces, uno agarra lo primero que le viene a la mano; un palo de amasar de la cocina, y con él corre hasta donde se producen los ruidos y comienza a golpear. Golpear, golpear en donde sea; brazos, espaldas, cabezas. Pero el ruido sigue, aunque ahora más apagado, como de ramas que se quiebran, y hay gritos que se transforman en gemidos al romperse dientes y hundirse bocas, y uno sigue golpeando para callarlas. Y hay cabezas que se deforman, y cabellos que se empapan en sangre, y recién entonces viene el silencio, por fin el silencio. Y uno se sienta en una silla ajena y respira hondo, relajado, tranquilo, satisfecho. A la mañana siguiente, la primera plana del diario dice: «Vecino Mata a Golpes a Padre e Hijo por Ruidos Molestos» Fin Popotis Cada paso de los pies morenos se va asentando en los manchones de gramilla evitando pisar la tierra demasiado caliente, gira la cabeza mirando en todas direcciones; no ve movimiento alguno, quizá en los montes cercanos al río encuentre algo para cazar. Lleva en una mano el arco hecho el día anterior con ayuda de su hermano. Es un buen arco, fuerte, como el de su padre. Con la mano libre palpa las flechas que cuelgan de su cintura, ahí están. El sol le pica en los hombros, el sudor resbala de la frente a la mandíbula, no hay brisa y el canto de las chicharras lo aturde. A medida que avanza comienza a sentir la frescura de la cercanía del río, la sombra de los primeros árboles dan alivio al cuerpo recalentado. Al oír el ruido del agua deja caer el arco, con movimientos torpes se quita la faja de cuero donde van sujetas las flechas y corre hacia el río. Después de nadar un rato sale del agua, 7 Tío Nano y sin esperar a que el aire seque su piel, se coloca la faja, levanta el arco y se dirige a un matorral. Ahí, agazapado, cubierto por los arbustos, espera. No sabe cuanto tiempo ha pasado cuando de pronto se pone tenso; escucha ruidos que vienen de la espesura, ¡es un animal muy grande para quebrar así las ramas! Con todos los sentidos alertas prepara el arco y coloca la flecha. Debe hacer un gran esfuerzo para tensar la cuerda que apenas se estira unos pocos centímetros. Al ruido de ramas ahora se agregan gruñidos inconfundibles; no hay dudas, son cerdos salvajes. Y aparece el primer hocico. El miedo le impide apartar los ojos de esos tremendos colmillos rodeados de pelos duros, sucios de tierra y baba. Haciendo un esfuerzo logra desviar la vista, y ve a los cerditos que siguen a la madre. Uno de ellos se rezaga para husmear entre las hojas amontonadas en el suelo. ¡Esa será su presa! La boca se le llena de saliva imaginando el sabor de la carne mientras suspira de orgullo anticipado por los comentarios de admiración que hará la tribu. El esfuerzo para estirar el arco pone en relieve los músculos de brazos y hombros. Está impaciente por lanzar la flecha, pero el animalito es muy movedizo. ¡Al fin!, parece que el hocico encontró algo sabroso. Es el momento. Acentúa el esfuerzo y ¡ya!, el disparo sale con buena dirección pero poca fuerza. La punta de piedra golpea en el costado del animal y, rebotando, cae a varios metros de distancia. Los agudos chillidos alertan a la madre que, furiosa, mira en todas direcciones buscando al causante del dolor de su hijo; al ver que nada extraño sucede, gruñe amenazadoramente como advertencia y se aleja orillando el río seguida por su prole. El niño se levanta de entre los yuyos, se sacude pecho y cara que han quedado llenos de tierra y paja pegadas por el sudor. Tiene ganas de llorar, pero recuerda que su padre siempre aconseja: «un cazador no llora, busca otra presa». El sol se está escondiendo detrás de las sierras; los animales ya estarán todos en sus guaridas, es inútil buscar más. Comienza a caminar rumbo a los toldos. Está muy cansado y hambriento. El pensar que esa noche otra vez comerá mazamorra lo llena de tristeza. De repente se detiene; algo se ha movido entre la gramilla. Busca con la mirada, cerca hay una gruesa rama, la agarra muy fuerte y mira sin pestañear lo que se mueve entre los tallos de hierba, los brazos en alto con la rama lista para el golpe. Espera unos segundos más a que el bicho salga de esa pequeña mata que lo cubre momentáneamente. ¡Ahora!, los brazos caen con fuerza, la rama golpea una y otra vez. Una pata de la araña tiembla a pocos centímetros del cuerpo mutilado. El niño la mira jadeando por la excitación. Descarga un golpe más, el de gracia, luego gira indiferente y continúa el regreso. 8 Tío Nano 300 años después a orillas del Río Quinto Llueve sobre Villa Mercedes. Chaparrones con fuerza intermitente azotan los techos y terrazas. Cuando deje de llover todo quedará limpio, con colores vivos, sin hollín ni polvo. Ahora, el agua que baja de los tejados recorre su camino. Cae a los mosaicos de los patios, se amontona en charcos que presionan con fuerza las rejillas de desagüe y, con un ronroneo penetra en los caños que dan a la calle. Ahí se une a las demás aguas para seguir por banquinas y cunetas, incorporando a su paso suciedad y deshechos del hombre. Cuando llegue al río, el agua se habrá espesado hasta convertirse en barro líquido; un líquido que corroe el suelo, formando grandes y pequeñas zanjas, dejando a la vista guijarros y piedras sepultados hace mucho tiempo. Entre todas esas formas que asoman a la superficie se destaca una; es una punta de flecha, mellada por el paso de los años. Una carta (cuento) La mano que frota el vidrio de la ventana deja un círculo transparente lo suficientemente amplio como para mirar un buen trecho de calle en ambas direcciones. Afuera sopla viento invernal, la temperatura es muy baja a juzgar por lo abrigada que va la gente. El, hace muchos años que no siente el viento frío en la cara. Todos los días ve pasar al viejo caminando con dificultad, el bastón en una mano, y la bolsa con pan en la otra, y lo envidia. Envidia a la mujer con el hijo que padece Síndrome de Down; envidia al perro que husmea en los tachos de basura; envidia a todo ser viviente que puede trasladarse con sus propias piernas o patas. El, depende de Gabriela hasta para ir al sanitario. Y como todos los días, espera que la ira acumulada en su pecho abra una grieta y salga en un estallido que termine con su torturada existencia. Al escuchar el ruido del motor del auto de Gabriela deja de pensar y la ira atenúa hasta casi desaparecer. Espera el grito de «¡ya llegué!» con el que anuncia su regreso del trabajo. Pero esta vez el grito se demora. -Gabriela… ¿Sos vos? – Pregunta en voz alta. No recibe respuesta, sólo escucha ruidos de papeles. Espera unos segundos y vuelve a preguntar: -¿Pasa algo? – ahora sí los pasos se acercan, pasos vacilantes, distintos a los de Gabriela cuando se mueve por la casa. Pero es ella la que aparece en la puerta con la cara pálida, desencajada, trayendo en las manos un manojo de papeles. -¿Qué pasa? ¿Qué es eso? 9 Tío Nano Ella se acerca lentamente. Le alcanza los anteojos, un sobre ya abierto y varias páginas escritas. No han transcurrido más de diez segundos, los suficientes para leer las primeras líneas, cuando hojas de papel y anteojos son furiosamente arrojados al suelo. -¡Por favor… papá! – exclama Gabriela. El la interrumpe con brusquedad: -¡No…! ¡No! ¡Sabes bien que para mí está muerta! ¡Y no se te ocurra nombrarla! Ella lo mira largamente, luego recoge anteojos y papeles, los apoya en la mesita del teléfono y dando media vuelta entra en la cocina a preparar la cena. Mientras corta tomates, trata de distraerlo haciendo comentarios en voz alta. Desde la otra habitación no llega respuesta. Al rato reniega interiormente, el obcecado viejo no quiere hablar. Finalmente coloca los platos con comida en una bandeja y se dirige a la sala. El estrépito retumba en toda la casa; platos y comida se desparraman en pedazos. Los trozos se mezclan con las páginas escritas caídas al suelo; las salpicaduras hacen resaltar algunas palabras. Unas gotas de salsa remarcan «comprensión»; una astilla de loza señala «tuve suerte»; un cuchillo subraya «un castigo merecido» y una pincelada de aceite transparenta la palabra «cariño». En el cuerpo del anciano no hubo el mínimo estremecimiento ante la explosión de la bandeja cuando cayó al piso. La cabeza caída, apoyada en el pecho, los ojos fijos en las hojas de papel Gabriela se inclina poco a poco hasta quedar arrodillada mientras murmura ahogadamente: -¡Papá… papá!-. La carta Villa Mercedes, San Luis, agosto de 1997 Gabriela: ¿Cómo empezar una carta después de tanto tiempo? Sé que la sorpresa es grande y tenés el impulso de tirar sin leerla, pero, ¡por favor!, no lo hagas todavía. También sé que no tengo derecho a comunicarme con nadie de la familia, pero las circunstancias me obligan. 10 Tío Nano Creo que durante veinte años no han tenido noticias mías, y como sé que en el fondo te interesa, lo cuento. Ojalá encuentre comprensión. Fíjate que no utilizo la palabra perdón; reitero, ojalá encuentre comprensión. Cuando salí de casa después de aquella tremenda discusión en que casi nos fuimos a las manos y que papá, con su característica autoridad cortó con un sopapo que me aflojó algunos dientes, me fui al departamento de Fredy; ¿te acordás de él?, Alfredo Cánepa, compañero de universidad. El bueno de Fredy, sin hacer preguntas me dio albergue y hasta pagó el taxi que me llevó a su departamento. Durante dos días con sus noches las pasé llorando, hasta que reaccioné, paré de llorar y se lo conté todo. Entonces, por fin pude dormir y lo hice durante 18 horas seguidas. Cuando desperté me presentó unos amigos. Ahí comenzó mi «trayectoria» Con mis nuevos amigos viajé a Tucumán donde pasé varios meses. No entraré en detalles, pero quiero que sepas que estuve viviendo en los montes, ahí recibíamos entrenamiento; que cambiábamos de lugar frecuentemente, que viajábamos a distintas ciudades cada dos o tres días, que volvíamos al monte y de nuevo a otra ciudad. Así, durante casi dos años hasta que caí; me detuvieron. Habrás escuchado muchas veces lo que se decía que pasaba con los detenidos; estoy segura que nunca lo creíste, si hasta me parece oírte decir que exageraban. Pues yo puedo confirmar que la realidad superó los comentarios. Lo viví, mejor dicho lo padecí, y puedo jurar que no se exageraba nada. Pero tuve suerte, sobreviví. Y cuando pasó todo, cuando se curaron mis heridas, cuando conocí a Fabián y me casé, cuando tuve a mi hija Alejandra y después a Gabrielito, fue cuando me di cuenta que lo vivido estando detenida fue merecido; cruel, inhumano, ilegal, pero merecido, porque nosotros también mutilamos y asesinamos, y cuando poníamos las bombas caían más inocentes que culpables. Entonces llegué a una conclusión: no éramos mejor que ellos. Bueno, ya te conté cómo y qué hice en estos años y estarás preguntándote el porqué de esta carta. Sucede que mi hijo Gabriel está muy enfermo y necesita un trasplante de médula. Los estudios hechos a toda la familia por parte del padre, y a mí, confirman que ninguno de los miembros es compatible. Es por eso que recurro a vos, hermana. Sé que no me perdonas el haber sido la causa del ataque de papá, pero si vos hubieras visto ¡cómo se «divertía» en la celda de torturas su amigo y compañero de armas el capitán Roberto Rosas… (sí, el tío Boby)! Te aseguro que también preferirías verlo en silla de ruedas antes que en el banquillo de los acusados. Sos la última esperanza de mi hijo adolescente de apenas 12 años. Lleva tu nombre y te quiere aún sin conocerte pues siempre le hablé de vos con cariño. El no sabe de nuestras diferencias y espera con ansiedad que vengas. Aceptes o no este pedido quisiera darte un abrazo que tengo guardado hace tanto tiempo. Se lo envío a la hermana que admiraba con entrañable cariño y todavía quiero. Cualquiera sea tu decisión este sentimiento permanecerá inalterable. Te mando el abrazo, ojalá no lo rechaces. Clara 11 Tío Nano Tío Nano Yo, Gabriel, todavía no sé mi apellido, escribo este diario por si algún día me encuentran mis padres. Cuando me separaron de ellos tenía 2 años, ahora creo tener 10. Quizá les llame la atención la forma de expresarme a mi edad; eso se debe a la educación que durante casi cuatro años me dio un hombre maravilloso al que no dejaré de agradecer durante toda mi vida. Como no tuve la suerte de pasar una infancia normal, y sé de la preocupación desesperada de mis progenitores por saber de mí, espero que este relato les dé, aunque más no sea, un poco de consuelo. Diario de Gabriel 1 Mis primeros recuerdos son de cuando tenía 2 ó 3 años, hace más o menos 7 u 8, por lo tanto calculo tener entre 9 y 11, y se me aparecen en sueños. Galiano dice que son puros sueños y nada de recuerdos, que él es mi abuelo; y Marcos, Nacho y Leo son mis primos; que nuestros padres murieron en un accidente cuando iban en una excursión, nos habían dejado a su cuidado, y por eso él se hizo cargo de nosotros y nos crió. Pero mis recuerdos son otros. Estoy en un parque con el césped muy verde y un perrito lanudo marrón claro; corremos detrás de una hermosa pelota de muchos colores. Una mujer detiene la pelota con un pie que tiene puesto un zapato muy fino, de los caros, de esos que vemos en las vidrieras del centro. No me acuerdo de la cara de la mujer, pero sé que era muy bonita; me mira sonriendo hasta que llego a su lado, me alza, me abraza riendo, me «apreta» suavemente contra su pecho y me besa mucho por toda la cara. Huele riquísimo y yo río de placer. Esa fue la última vez que me besaron. 12 Tío Nano Capítulo 1 -¿Quién era esa señora linda que jugaba a la pelota conmigo antes de venir acá?Gabriel aprovecha que Galiano está de buen humor para hacerle preguntas. Este lo mira sorprendido y titubea un poco, hasta que, nerviosamente, le contesta: -No podés acordarte, eras muy chico. Seguro que lo soñaste. Ya te conté como llegaron acá.-¡Pero te digo que me acuerdo!- insiste Gabriel tomando coraje, aunque sabe que con Galiano puede irle mal. -¡Te callás! ¿Entendés? ¡Que no te oiga contarle tus ridículos sueños a los otros porque vas a saber lo que es bueno! – hizo una pausa y siguió: -andá, andá a ponerte las pilchas que vamos a salir, y ayudá a los otros.- Diario de Gabriel 2 Mis recuerdos o sueños siguen. La mujer me baja de sus brazos y yo corro a la pelota que cada vez se aleja más. De pronto siento que unos dedos se me clavan en el cuerpo y me hacen doler; es un hombre, y tiene un olor repugnante. Yo grito cuando me lleva hacia la calle, grito cuando salta el cerco y sigo gritando cuando me tira sin ningún cuidado dentro de un furgón. Recuerdo que quedo mudo de sorpresa, cuando recibo en la boca un fuerte golpe que me hace callar. Era la primera vez que me pegaban, ¿cómo voy a olvidarlo? Y después tengo otros recuerdos. Uno es cuando trajeron a Nacho y a Leo que gritaban como si los estuvieran matando, y un tiempo después a Marcos. Por eso no le creo a Galiano cuando dice que nuestros padres nos dejaron a su cuidado a los tres juntos el mismo día. -Vamos, antes que el loco nos pegue, apúrense. Tomá Marcos, ponete esta remera que está más rota que ésa. Por ser el mayor Gabriel ha tomado la tutela de sus compañeros. Los ayuda a vestirse, calzarse y como proceder para evitar palizas. Nacho, que ya está listo pregunta: -¿Adonde vamos hoy? ¿Ya te lo dijo?- 13 Tío Nano -No, todavía no lo sé, pero no tardaremos en saberlo, ¡y que importa donde vamos si hacemos lo mismo en cualquier lugar!- Nacho lo mira preocupado y le dice: -Estás enojado Gabriel, ¿con quién?-Con el chancho de Galiano, porque me miente. No vayan a contarle porque «cobramos» todos ¿eh?! -¿En que te miente? – insiste Nacho. -El dice que es abuelo nuestro, ¡mentira!, dice que nos trajeron a todos juntos, ¡mentira!, porque me acuerdo bien que ustedes llegaron después que yo. Y si fuera mi abuelo no me hubiera golpeado tan fuerte; también dice que lo que me acuerdo no es cierto, que lo soñé, ¡mentiras, todas mentiras!- Las últimas frases se mezclan con llanto. Por eso Nacho, mirando hacia la puerta le dice en voz baja: -Bueno, callate, dejá de llorar que puede entrar y se «arma»Gabriel se limpia las lágrimas. Termina de vestir a Marcos cuando escuchan un penetrante silbido y el grito de - ¡vamos de una vez!- Diario de Gabriel 3 Galiano es un tipo perverso, quiere que lo llamemos abuelo y así lo hacemos para evitar golpes. Cuando éramos demasiado chicos para andar solos por la ciudad, nos vestía con las ropas mas rotas y sucias que podía encontrar y nos llevaba de la mano a pedir monedas a las estaciones de trenes o al centro. Un día que fue a comprarse algo para comer o tomar, nos dejó en un rincón de la estación con la orden de no movernos de ahí hasta que volviera. Yo no sé que pasó, porque no vi a nadie que se nos acercara, pero cuando Galiano volvió teníamos los jarros llenos hasta el borde de monedas y billetes. En los días siguientes nos ubicaba en el mismo lugar, pero mientras él estuvo con nosotros nadie se acercó, y los jarros permanecieron vacíos. Se escondió detrás de una columna y desde ahí observaba, pero mientras él espiaba no pasó nada. Cansado de esperar se fue al baño para después volvernos a casa: habrá demorado unos 10 minutos, cuando volvió, ¡oh sorpresa!, los jarros estaban llenos. 14 Tío Nano Ya en casa, nos azotó un rato para que le dijéramos quién nos llenó los jarros; por supuesto, no podíamos decirle porque no habíamos visto a nadie. Eso pasó cuando tendría unos seis años.- Galiano les ordenó ubicarse en un rincón de la estación. El se alejó y quedó detrás de una columna: el sujeto nunca se dejaba ver, decía que cuando la gente ve a chicos solos, dejan más plata. Al rato se acercó y les tironeó el pelo por tener los jarros vacíos, además, los sermoneó por no poner entusiasmo al pedir; les dijo que saldría de la estación un rato y cuando volviera tenía que haber algo de plata, sino, «sabrían lo que es bueno». Y se fue. Nacho y Marcos se frotaban la cabeza donde aún les ardía el tirón de pelo. Tras un corto espacio de tiempo, Galiano regresó con cara de enojo; de pronto se quedó inmóvil mirando el suelo donde estaban los jarros y les gritó: -¡Ah, sinvergüenzas! ¡Con que querían quedarse con mi plata ¿eh?! ¡de vez en cuando les hace falta unos buenos tirones de mechas!- Los chicos miraron el suelo y vieron los cuatro jarros llenos de dinero. Se miraron entre ellos. No entendían nada. Galiano los empujó hacia la salida, camino a la villa donde tenían la vivienda. Una vez ahí les preguntaba una y otra vez: -¿Quién dejó la plata? Si no me dicen quién, van a probar «la chiquitina».- «La chiquitina» era una lonja de grueso cuero al que Galiano le había puesto un pedazo de caño de hierro como mango. Era su último invento y estaba muy orgulloso de él. -Vos, Marcos, decime ¿quién les llenó los jarros?- El niño se encogía de hombros mientras negaba. -No sabemos, no vimos a nadie, y tampoco nos dormimos.- Galiano levantó el brazo para descargar un latigazo sobre el niño, entonces Gabriel, de un salto se colocó delante de Marcos para protegerlo y gritó: -¡Pará!- y bajando un poco la voz: -¡pará «abuelito». Te juro, te juramos por el alma de tu santa esposa, la abuelita, que no vimos a nadie.Galiano quedó inmóvil, observó la cara de Gabriel y la de los otros chicos, bajó el brazo armado, con tono desconfiado y resignado los mandó a dormir. 15 Tío Nano Diario de Gabriel 4 Cuando digo «en casa» hablo de 5 ó 6 chapas atadas con alambre a unos postes, y 2 ó 3 más atravesadas como techo. No quiero contar lo que es el frío en el invierno y el calor del verano en esa covacha, sólo comentaré que cuando llovía no podíamos cambiarnos la ropa mojada porque la que se guardaba dentro de la «casa» estaba peor. No sé como sobrevivimos Marcos, Leo y yo, Nacho no pudo. Estuvo tirado en el piso entre trapos con una fiebre que volaba. Galiano se asustó. Después de una semana de verlos tan grave tuvo miedo que se muriera ahí y no podía llevarlo al hospital por no tener los documentos. Cuando creyó que Nacho ya se moría lo envolvió en una manta mugrienta y lo dejó «olvidado» en una sala de primeros auxilios. No supimos nunca qué pasó con él. -¿No paró… de llover? Estoy todo mojado y… tengo mucho frío…- dijo Nacho. Gabriel se le acercó, vió como tiritaba y sintió el calor que irradiaba el cuerpito de su amigo. Miró hacia donde estaba Galiano tomando vino directamente de una caja de cartón, y levantando la voz le dijo: -«Abuelo», Nacho está que quema y tirita mucho; hace cinco días que está así y no se compone. ¿Qué vamos a hacer?Galiano se levantó del cajón donde estaba sentado, se acercó y miró a Nacho. De pronto se estremeció de miedo, ¿Qué pasaría si Nacho se moría ahí? ¿Cómo lo haría pasar por su nieto? Y de los demás chicos ¿Qué diría? Seguramente habría una investigación y él terminaría en la cárcel. Solo le quedaba una solución. -Gabriel, Leo, busquen una manta, lo llevaré a la salita de primeros auxilios.Los chicos trajeron la única manta que tenían, estaba sana aunque muy sucia. Galiano envolvió el cuerpito tembloroso, lo cargó en los brazos y salió. A la hora y media estuvo de vuelta sin Nacho. Cuando los chicos le preguntaron qué había pasado, les contestó que lo dejó internado, y que cuando estuviera bien volvería. 16 Tío Nano Diario de Gabriel 5 El misterio de los jarros obligó a Galiano a dejarnos un poco en libertad. Había comprobado que mientras estaba presente, cerca o espiando, los jarros permanecían vacíos, entonces decidió dejarnos solos todas las mañanas y parte de las tardes. Los jarros se llenaban todos los días: Galiano no podía controlar ni saber la cantidad de plata que juntábamos, así que ¡por fín pudimos comer sin quedar hambrientos! Nos comprábamos sándwiches de milanesas o pollo asado, o empanadas, alfajores, leche chocolatada, todo. Todo lo que no pudimos comer antes y todo lo que se nos antojaba en cualquier momento. Hasta que Galiano se dio cuenta que crecíamos no solamente en altura sino también en ancho. Como no podía comprobar que gastábamos «su plata», tuvo que resignarse, no sin antes darnos, por las dudas, unos buenos golpes y patadas. -¿Hoy nos dejará solos otra vez?- preguntó Leo. Gabriel iba muy pensativo hasta ese momento, porque de pronto se paró delante de ellos y teatralmente, como en un discurso exclamó: -¡Señores! ¡Desde hoy se acabaron nuestras hambrunas! ¡Hoy y todos los días comeremos como reyes! Nos compraremos manjares, tortas, choripanes, bizcochitos de grasa, y todo lo que se nos antoje porque el señor Cochino Boludo Galiano no puede saber si gastamos plata o no. ¡Viva el amigo que nos llena los jarros!- y sus amigos le hicieron coro. El día que Galiano se dio cuenta que los chicos habían aumentado varios kilos, de regreso en la casa descolgó la «chiquitina» y les dio unos cuantos azotes a cada uno. Al fin tuvo que aceptar el juramento por el alma de la «santa abuelita» que no tocaban un solo centavo de los jarros. Diario de Gabriel 6 A los 20 días en que nos dejaban solos en la estación, estábamos sentados en el banco del «rincón milagroso», muy aburridos. Marcos, el más chico, se había dormido ocupando el solo la mitad del asiento. Como Leo bostezaba y trataba de acomodarse para hacer lo mismo, me levanté y me alejé unos pocos pasos sin perder de vista los jarros, que todavía no se habían llenado. De pronto noté algo raro, una especie de niebla muy blanca, diría casi brillante, se movía como una pequeña nube, bueno, no tan pequeña, quiero 17 Tío Nano decir que en el resto de la estación no había nada. Solamente en nuestro rincón flotaba ese vellón de niebla con una altura de dos metros. Lo curioso es que nadie notaba lo que yo veía, «¿me habré quedado dormido y estoy soñando?» pensaba mientras me frotaba los ojos. La gente pasaba a su lado sin verla, de eso estoy seguro, porque por momentos al rozarla se les desaparecía un brazo, un hombro o una cabeza, y reaparecían enteros cuando terminaban de pasarla sin un gesto de extrañeza. La nube estuvo revoloteando un buen rato entre nosotros. Yo permanecía paralizado a unos cuatro metros del banco donde dormía Marcos, Leo me miraba asustado, vaya a saber qué cara tendría yo. Al fin la nube giró varias veces alrededor mío y de pronto se esfumó, desapareció. Quedé atontado, hasta que un grito de Leo me hizo reaccionar. -¡Eh, Gabriel, ¿qué te pasa?Miré hacia el suelo y ahí estaban los tres jarros desbordando de billetes y monedas. Marcos dormía en el banco del rincón y Leo no tardaría en hacer lo mismo cuando vio la expresión de Gabriel; éste parecía estar mirando el aire con ojos desorbitados. Lo que Gabriel veía era una pequeña nube que al principio le pareció humo y estaba cubriendo el rincón, entonces se dio cuenta que las demás personas no lo notaban, ni siquiera Leo, que lo miraba extrañado. -¿Viste eso?- le preguntó a Leo. -¿El qué? yo no vi nada ¿qué te pasa?La nube desapareció y los jarros quedaron llenos como todos los días. -¿Seguro que no viste nada? Como una pelota grande de niebla brillante que se movía en este rincón, ¡solamente en este rincón! ¡Seguro que no viste?insistió Gabriel. Leo estiró la mano y le tocó la frente: -Vos no estás bien. ¡Tenés una cara de rara! ¿No tenés fiebre? ¿Te duele algo?- preguntó Leo con tono preocupado. Gabriel, con un manotón se sacó de la cara la mano de Leo y le contestó un poco agitado: -¡Estoy bien! ¡Cómo no voy a estar raro si veo cosas que los demás no ven! ¡Y mirá, es esa nube la que nos llena los jarros. -¿Vos la viste? ¿Estás seguro?- preguntó ansiosamente Leo. -¡Claro que la vi! Los jarros estaban vacíos, la nube pasó por encima y cuando se despejaron de la niebla estaban llenos. 18 Tío Nano Gabriel calló y se quedó reflexionando unos segundos. De pronto de le ocurrió una idea; puso las manos en los hombros de Leo, lo miró a los ojos y le dijo: -Creo que soy de esas personas que tienen poderes, como los videntes.y con tono seguro y mandón agregó: -De esto ni una sola palabra a Galiano, ¿entendiste?.- Diario de Gabriel 7 Al otro día esperé ansiosamente a la «nube brillante». Les había contado a mis compañeros todo lo que vi; al principio no me creyeron, aseguraban que ellos no vieron nada, sin embargo esperaban sentados muy quietos con los ojos bien abiertos. Vi formarse la nube delante de mí. Al ver mi cara mis compañeros se dieron cuenta que algo pasaba y empezaron a acribillarme a preguntas: -¿Y Gabriel? ¿Ya vino? ¿La ves? ¿Ya está aquí? ¡dale, decinos!Eso estaba por hacer cuando casi caigo sentado del susto, pues de la cumbre de la nube salió una voz muy grave y autoritaria que me dijo: -¡Haz callar a esos renacuajos, que tú y yo tenemos mucho que conversar! ¡Y mira para arriba cuando te hablo!Hice caso, miré y ahí, en lo más alto de la nube asomaba una cabeza que parecía haber salido de una película que vimos la única vez que fuimos a un cine gratis; era de un personaje que caminaba muy cómico con zapatos grandes, usaba un sombrero ridículo y bastón. Esta cabeza que salía de la nube también tenía sombrero, pero era distinto. Era la cabeza de un viejo de más o menos 50 años. A pesar de su modo de hablar no me dio medio; su mirada tranquilizaba y sus bigotes me fascinaban. Salí de mi estado de aturdimiento y les grité a los chicos que se callaran pues quería escuchar lo que me estaban diciendo. Ante mi asombro, inmediatamente cerraron los ojos y se quedaron dormidos. Mi corazón galopaba que parecía querer escaparse. Y con la nube nos pusimos a conversar. La gente pasaba indiferente a nuestro lado sin dar señales de ver algo raro. Eso sí, la cabeza me recomendó que no hablara en voz alta, la gente podría pensar de mí que era un loco hablando solo. Y conversamos en silencio, ¿cómo? No puedo explicarlo, pero yo lo oía y el me escuchaba. Charlamos un buen rato mientras los chicos dormían. A pesar de su extraño modo de hablar le entendía perfectamente. 19 Tío Nano -Dime tú ¿tienes recuerdos de cuando Galiano te trajo a vivir con él?-Si, aunque no estoy muy seguro. Galiano dice que son sueños,contesté. La cabeza de la nube me observó un rato, al fin me pidió: -Cuéntame, cuéntame todo lo que recuerdas, aunque te parezcan sueños- Así lo hice y creo que no me olvidé de nada. También le conté de Nacho, su enfermedad y desaparición. Cuando terminé le dije: -Ahora, ¿puedo preguntarte algo? ¿Quién sos o… qué sos? ¿Y cómo te llamás?- -¡Ay…! Ya veo que tendré un duro trabajo por delante,- comentó con un suspiro, y continuó: -para empezar, no debes tutear a las personas mayores, salvo que sean parientes de mucha confianza. Tendrías que haber hablado de esta manera: «¿puedo hacerle una pregunta, señor? ¿Quién es o qué es usted? ¿y cómo es su nombre?.» Esa es la forma correcta. Ahora te contestaré una sola, las otras serán respondidas a su debido tiempo. Puedes llamarme Tío Nano. Comenzó a dar un giro como para empezar a disolverse, pero se reafirmó, volvió a enfocar sus ojos en mí y me dijo muy serio: -Ayer te escuché decir que crees tener poderes de vidente, ¿por qué no dejas las estupideces para los estúpidos? Tú no tienes poderes de esa clase. ¡Y basta por hoy! Comenta con tus amigos pero ni una palabra al sabandija de Galiano. Revoloteó unos segundos y se disolvió sin despedirse. A los 10 minutos llegó Galiano a buscarnos. Noté que había estado tomando, así que hice señas a mis compañeros para que evitaran enojarlo; cuando está en ese estado pierde el control y nos golpea brutalmente. Logramos zafar de los golpes, pero no de los insultos y algunos empujones. Pero teníamos miedo de lo que podía pasar cuando llegáramos a la covacha. Desgraciadamente los presentimientos se cumplieron. Cuando llegamos Galiano mandó a Marcos a comprar vino. Menos mal que habíamos comido hasta hartarnos en la estación porque él nunca se acordaba que nosotros teníamos que comer. El lío se armó cuando Marcos volvió con la caja de vino. La mala suerte hizo que se golpeara un codo con el poste que servía de marco a la puerta, la mano se le aflojó, la caja cayó reventándose y el vino desparramado fue chupado por la tierra. 20 Tío Nano Muchas veces había visto a Galiano furioso pero nunca como esta vez. Empezó a gritar insultos mientras se desataba el pedazo de soga que usaba como cinto y comenzó a golpear a Marcos, y menos mal que en su estado no se acordó de «la chiquitina». Leo y yo queríamos sujetarle el brazo para evitar que los golpes cayeran sobre Marcos; éste era pequeño, su cuerpito débil y delgado, no podría soportar el castigo. Recibimos unos cuantos azotes de rebote. Leo y Marcos estaban caídos en el piso; ahora los golpes iban dirigidos a mí. Yo me cubría la cara y cabeza como podía. En ese momento escuché en mis oídos la voz autoritaria de Tío Nano. «Hazle frente, no seas cobarde», y así lo hice. Estiré los brazos y la soga se enredó en mis manos; pegué un tirón y Galiano cayó de boca al piso; y ahí quedó, roncando la borrachera, mientras escuchaba unos «¡Je, je!» llenos de alegría que se alejaban. Ese día, cuando volvieron a la covacha con Galiano borracho y quiso golpear a Marcos, Gabriel descubrió que tenía una fuerza mucho más poderosa que la de Galiano. Esa fuerza era su inteligencia y la ayuda de Tío Nano. Aún no sabía quién era o de qué se trataba. ¿Era su ángel de la guarda, era un hado o un espíritu? Se hacía miles de conjeturas hasta que, casi mareado, decidió seguir el consejo de Tío Nano, ya lo sabría a su debido tiempo. Diario de Gabriel 8 Afortunadamente al otro día Galiano no se acordaba de nada. Nos dejó en la estación como todos los días y al rato apareció la nube brillante, pero había cambiado, porque además de la cabeza tenía la mitad del cuerpo hasta la cintura. Mostraba la parte superior de un traje gris oscuro, un poco ajustado en comparación con los que veía en la gente que pasaba cerca nuestro. Usaba de corbata un moñito muy gracioso, y en el bolsillo del pecho asomaban las puntas de un pañuelo. Sus manos eran fuertes, y al mismo tiempo, delicadas. No puedo describirlas de otra manera. La nube brillante había cambiado de altura, ahora tenía el pecho de tío Nano a la altura de mis ojos. A pesar de la mirada juguetona de los suyos, me sentí fuerte, como protegido y lleno de confianza. Me senté en un banco y él revoloteaba entre los chicos, que se habían quedado dormidos. Aproveché para preguntarle si siempre los haría dormir; me contestó que por unos días, hasta que organizara todo. Como ya lo estaba conociendo no le pregunté qué era lo que tenía que organizar, ya me enteraría a su tiempo. 21 Tío Nano Por fin empezó a hablar: -Lo primero que haremos será comenzar con la educación de los tres. A esa lagartija de Galiano jamás se le ocurrió enviarlos a la escuela. Tú tienes 7 años, estás atrasado pero eres inteligente y recuperarás en poco tiempo. Además, tengo que advertirte algo, -hizo una pausa como pensando lo que me iba a decir y continuó: -Estoy aquí en una misión de la que no puedo darte detalles por el momento, sólo te diré que es la de ayudarte. Pero no creas que mi ayuda será darte todo servido. No señor, es decir, que el éxito que obtengas dependerá de ti, de tu trabajo y del empeño que pongas en el estudio, es decir, tú serás el que formará tu futuro; yo contribuiré con… digamos un 20 por ciento, ¿entiendes?Yo no entendía mucho que digamos, pero lo escuchaba con mucha atención. Y continuó: -Tú y tus amigos tendrán que trabajar doble para recuperar el tiempo perdido.Aproveché la pausa que hizo para preguntarle: -¿Cómo sabes que tengo 7 años? ¿Me conocés de antes? ¿Sabés de donde me trajo Galiano?Las preguntas se amontonaban en mi boca, pero él me pfrenó con unos gestos y sonidos muy raros; nunca había oído algo así: -¡Chito! ¡chito! ¡chitón!, todo lo sabrás a su tiempo- Bueno, -acepté- pero hay algo que sí podés decirme ahora, ¿por qué estás seguro que soy inteligente?El sonrió, lo que hizo que sus bigotes se movieran cómicamente, y me contestó: -He aquí una pregunta que me da la oportunidad de comenzar tu instrucción; hasta ahora no sabías que la inteligencia de una persona comienza a desarrollarse antes de nacer, en el vientre de su madre, y depende de la alimentación que ésta consuma durante el embarazo y la del bebé en los primeros años: además de la inteligencia, también depende de la alimentación en ese período, la estatura y la salud. Por eso te habrás preguntado porqué a Marcos le cuesta tanto comprender algunas cosas y porqué crece tan poco en comparación a ustedes.Yo lo escuchaba fascinado, con esa primera lección se me aclararon mucha cosas. Me animé y le pregunté: ¿Conocés a mi madre? ¿Tengo padre? El se puso seri y en voz baja me dijo: -Comprendo tu ansiedad y la apagaré un tanto. Sí, tienes padre, y tu madre es esa señora bonita de tus primeros recuerdos. Ellos nunca dejaron de buscarte. –Y desapareció de golpe 22 Tío Nano como todos los días. Yo estaba aturdido, no podía estar quieto, caminaba de una punta a la otra del banco donde dormían los chicos, hasta que los sacudí para despertarlos. Alcancé a contarles todo antes que llegara Galiano. Otra persona se hubiera dado cuenta que algo nos pasaba, pero él no tenía ojos más que para los jarros llenos. Con patadas y empujones nos sacó de la estación y emprendimos el camino a la «villa» donde teníamos la covacha. No sentí los golpes, yo iba flotando en el aire. Gabriel parecía tener hormigas en el cuerpo. ¡Tenía padres! ¡Y no habían dejado de buscarlo! No sabía porqué tenía tantas ganas de llorar cuando debería estar saltando de alegría. Y no se explicaba porqué creía tanto en Tío Nano. -Gabriel ¿tenemos que estudiar mucho?- preguntó Marcos con cara de susto. -Sí; Marcos, piensen que una vez que me encuentren mis padres, en poco tiempo aparecerán los de ustedes. Yo no quiero que me vean como soy ahora. Mírenme, mírense, parecemos animales. Por eso quiero seguir viendo a Tío Nano. El nos va a ayudar, ¡le tengo tanta confianza! -¿Cómo le podés tener tanta confianza si no existe? Nosotros no lo vimos- le discutió Leo. -Ya lo van a ver y le van a tener la misma confianza que le tengo yo, porque es mágico, y en un susurro les dijo -¡silencio, ahí viene el chancho, durmamos. Diario de Gabriel 9 Al día siguiente, a los 10 minutos de habernos dejado Galiano en el rincón habitual, veo aparecer de golpe frente a mí a Tío Nano, ¡sin nube y de cuerpo entero! Miré a mis compañeros, no demostraban ver lo mismo que yo, por lo tanto, Tío Nano seguía siendo invisible para ellos. Menos mal, porque el personaje que tenía delante les hubiera provocado un ataque de risa. Ya describí más o menos su parte superior, ahora lo veía de cuerpo completo. El saco de su traje gris era ajustado y corto, con muchos botones, y el pantalón era suelto sin ser ancho y se afinaba en los tobillos. Pero lo más raro eran los zapatos, bueno, no tanto los zapatos como lo que se había puesto encima de ellos, como un cubremedias de color blanco que los tapaba dejando 23 Tío Nano a la vista solamente las puntas redondeadas. En la mano llevaba un enorme paraguas que usaba como bastón. Se paró delante de mí y me dijo: -¿Estáis listos? Yo lo miraba sin comprender, entonces, con un gesto de impaciencia siguió hablando: -¿Queréis o no libraros de Galiano? Si queréis, toma de la mano a tus amigos y sígueme… -dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida de la estación. Mientras empujaba a los chicos les iba explicando lo que pasaba y no perdía de vista a Tío Nano. Después de caminar varios minutos, de pronto Leo frenó mi empuje y se quedó parado mientras me decía: -¿Y si este Tío Nano resulta ser más sinvergüenza que Galiano y nos hace cosas peores? -Si fuera un ser de carne y hueso no lo hubiera escuchado ni una sola vez. Pero Tío Nano es diferente, si vos pudieras verlo sentirías la confianza y seguridad que siento yo. Vamos antes que se nos pierda de vista- Pero ya no se veía. Habíamos caminado muchísimo desde la estación; preocupado por seguir a Tío Nano no me fijé por donde íbamos. No sabía hacia donde ir ni tampoco volver. Nos habíamos perdido. Cuando Galiano llegó a la estación a buscar a los chicos y el dinero, no podía creer lo que veía. En el rincón y en el banco no había nadie, y los jarros estaban desparramados y vacíos. Buscó con la mirada, el no verlos le produjo un ataque de furia. Comenzó a patear todo lo que encontraba a su paso; cuando se cansó se sentó en el banco del rincón. Doblado en dos con los codos sobre las rodillas, se pasaba las manos por la cabeza mientras murmuraba: «-¡Se escaparon, los pendejos de mierda se escaparon con mi plata!» Dos hombres que estaban observándolo desde hacía rato, se le acercaron y le preguntaron: -¿El señor Galiano?- Galiano los miró con desconfianza y asintió. -Queda detenido por el secuestro de cuatro niños y la muerte de uno de ellos. Lo tomaron de los brazos para ponerlo de pie y lo esposaron. Mientras se lo llevaban, Galiano se retorcía y proclamaba su inocencia, hasta que, ya fuera de sí, comenzó a gritar: -¡Malditos mocosos! ¡Con todo lo que hice por ellos! ¡Más vale que no los tenga cerca cuando lleguemos a la comisaría, porque los mato!Al oír esto, uno de los policías le dijo: 24 Tío Nano -No te gastés en hacer teatro, primero vas a tener que decirnos qué hiciste de los chicos, porque no aparecen por ningún lado. Diario de Gabriel 10 Estábamos perdidos y muy cansados. Nos sentamos un rato en el cordón de una vereda y creo que dormitamos un poco. Cuando nos despabilamos no sabíamos que hacer, Marcos lloraba y Leo me insultaba. Me puse a observar a mi alrededor, era un barrio de casas antiguas y frente a nosotros estaba la más vieja y aparentemente abandonada, pues yuyos, árboles sin podar y enredaderas del jardín habían cubierto paredes y ventanas. Pero la puerta de la verja y del frente de la casa estaban abiertas; y parado observándonos estaba Tío Nano moviendo un pie con impaciencia. Me costó convencer a los chicos de entrar en la casa, la verdad es que tenía un aspecto bastante sombrío y asustaba. Cuando pasamos la puerta del jardín, ésta se cerró sola automáticamente, de golpe. Caminamos por un corto sendero de piedras hasta la entrada de la casa; Tío Nano se hizo a un lado para dejarnos entrar. Adentro era bellísima. Yo nunca había visto muebles, lámparas y cortinas tan lindas, pero lo más asombroso era la cara de mis amigos. Miraban a Tío Nano con ojos que parecían que ya se les escapaban de la cara. ¡Sí, lo veían, por fin! Tío Nano estaba contento, sonreía, se frotaba las manos e iba de un lado a otro esperando que se nos pasara la sorpresa. Después de unos minutos, Marcos quiso sentarse, pero Tío Nano lo frenó: -¡No m´hijito! No, primero os vais a volver personas. Mañana comenzará el trabajo duro, pero no os asustéis, también habrá diversión. Leo y Marcos me miraron y preguntaron al unísono: -¿Qué dijo? Gabriel caminaba mirando al frente sin apartar los ojos de Tío Nano. En un momento Leo lo distrajo y Tío Nano se le perdió de vista. La confianza ciega que le tenía al personaje sufrió una sacudida; el miedo a lo desconocido se apoderó de Gabriel. Una debilidad, que el le atribuyó al cansancio, le hizo cerrar los ojos unos instantes. Lo que nunca supo Gabriel y mucho menos Leo y Marcos, es que Tío Nano, con su nube brillante los envolvió junto con él y los transportó en pocos segundos a cientos de kilómetros de la capital, a un pueblo muy antiguo y abandonado hacía décadas. 25 Tío Nano Cuando Gabriel abrió los ojos vio frente a él, en la puerta de una casa muy vieja, a la querida figura de Tío Nano. El miedo se esfumó y la confianza y tranquilidad lo invadieron nuevamente. Cuando entraron a la casa no terminaban de pasar de un asombro a otro. Lo que era sencillo confort, para ellos era lujo; estaban aturdidos y sin palabras. Tío Nano comprendió lo que les pasaba y con mucho tacto les dio suficiente tiempo para que asimilaran lo que estaban viviendo. Diario de Gabriel 11 Nos llevó a otra habitación donde nos esperaban un hombre y una mujer que empezaron a desvestirnos. La mujer tironeaba con la punta de los dedos y cara de asco los harapos mugrientos de Leo. Este se resistía pues nunca lo había tocado una mujer y mucho menos desvestido. Al fin, los tres desnudos fuimos llevados a otra habitación, que ahí nos enteramos, era un cuarto de baño con una gran bañera que humeaba, y nos metieron en el agua. En ese momento tuve otro primer recuerdo. Yo había sentido antes esa deliciosa sensación del agua tibia en mi cuerpo, y no había vuelto a sentirla desde que estaba con Galiano. La pareja, ella se llamaba Laura y él César, nos fregaron con esponja de pie a cabeza durante unos 40 minutos; el agua de la bañera se cambió varias veces hasta que no la oscurecimos más. Y por fin nos envolvieron en unos toallones tan suaves que no queríamos salir de ellos. Yo pensaba en la ropa que nos pondríamos después de ese baño, sería un crimen volver a ensuciarnos con las hilachas que traíamos puestas. Pero no, Laura y César nos llevaron a otra habitación donde había ropas sobre tres camas fabulosas. Nunca había visto nada igual. La habitación era tan linda como la que vimos a la entrada, pero ésta era un dormitorio, nuestro dormitorio. En los respaldos de las camas estaban escritos nuestros nombres, según nos dijo Laura, y nos indicó cual era la de cada uno. Nos ayudaron a vestirnos, sobre todo la ropa interior, que no conocíamos. No sabíamos para qué era una especie de pantaloncito muy ajustado, cortísimo y elástico. César nos dijo que se llamaban calzoncillos, eran muy cómodos. Leo y Marcos se resistieron un poco, pero al ver mi cara de gusto cuando me puse los míos, consintieron sin más protestas. Después, unos pantalones de jean, unas remeras buenísimas, medias y zapatillas. ¡Ah… qué zapatillas!. Siempre habíamos usado las que encontrábamos en la basura, y a veces distintas en cada pie. Por primera vez estrenábamos zapatillas, ¡y estaban tan nuevas! 26 Tío Nano Cuando terminamos de vestirnos nos mirábamos unos a otros extrañados, no nos conocíamos. Hasta ese momento nos habíamos visto las caras grises y amarronadas y el pelo color tierra y en mechones apelotonados. Laura y César nos llevaron frente a un gran espejo que había en una de las paredes y nos miramos. Leo tenía la piel blanca, mejillas rosadas, pelo y ojos de un negro brillante; Marcos era de color moreno claro, sus cabellos castaños y ojos color café; y yo, más moreno que Marcos y con ojos más claros, en un tono gris. Pero lo que más me llamó la atención, y sería por la suciedad que nunca me lo había visto, era un lunar con forma de medialuna y otro al lado más chiquito, como una estrellita, que tenía delante de mi oreja izquierda. Después que nos dejaron observarnos un buen rato en semejante espejo, la pareja nos llevó al comedor donde nos esperaba Tío Nano. La mesa estaba puesta para tres y nos hicieron sentar. ¿Es que acaso ellos no comerían? Le pregunté a Tío Nano y me contestó que no hiciera preguntas estúpidas. Laura nos sirvió una comida riquísima y de postre ¡postre!, bananas con dulce de leche. Capítulo 2 Ese primer día en la casona fue una andanada de sorpresas. Los chicos estaban atontados de tantas emociones, por eso, Tío Nano tuvo el buen criterio de darles un espacio de tiempo de adaptación entre descubrimiento y descubrimiento. Pero lo que más les emocionó fue el baño y estreno de ropas y, sobre todo, zapatillas. Se vieron limpios por primera vez y no se conocían. Gabriel notó unas marcas de nacimiento que la suciedad había ocultado todos esos años. No se cansaba de mirárselas en el espejo. Diario de Gabriel 12 Después de la comida, Tío Nano nos llevó a recorrer la casa. Tenía muchas habitaciones. Había una que era la sala de música, con instrumentos de todo tipo, hasta un piano; otra era la biblioteca, con libros en estantes que ocupaban las paredes hasta cerca del techo. La sala de juegos y gimnasio con aparatos era grandísima. Después pasamos al parque detrás de la casa; los árboles, por lo grueso de sus troncos se notaban que eran muy viejos, y entre ellos crecía un césped tupido, con un verde que alegraba con solo mirarlo. Nosotros corrimos entre los árboles y nos revolcamos en el césped como perros cachorritos. Pasamos en ese parque toda la tarde hasta que nos llamaron a tomar la merienda. 27 Tío Nano Mientras tomábamos la leche con galletitas, Tío Nano nos dijo que ésa sería la última tarde tranquila que tendríamos, porque al día siguiente comenzaríamos con el trabajo duro. Así que después de la leche nos llevó a la galería donde había un televisor muy grande, y nos dejaron ver una película de dibujos animados que me gustó mucho. Se trataba de un león que era rey. Después nos obligaron a bañarnos, ¡otra vez bañarnos! ¡Lo que no hicimos ni una vez en cinco años lo hicimos dos veces el mismo día!, después comimos y a dormir. Esa tarde en el parque de la casona, los chicos vieron por primera vez a Tío Nano enojado, y el que lo motivó fue Leo. El parque parecía un bosque por la cantidad de árboles de distintos tamaños y especies, por lo tanto, proliferaban pájaros de toda clase. Era un concierto de canto de aves acompañadas con la percusión de aleteos. Leo, acostumbrado a la necesidad de carne, que solamente comían en lo de Galiano cuando podían cazar un pobre animalito, despabiló su instinto de cazador y se trepó a un árbol donde alcanzó a ver un nido con pichones. Tío Nano lo vio y adivinó la intención de Leo. Llamaba al niño a los gritos mientras corría para llegar junto al árbol antes que destruyera el nido. -¡Niño! ¡baja de ahí inmediatamente! Leo, asustado del tono de enojo bajó con rapidez y facilidad y quedó parado sin comprender. Tío Nano continuó en tono airado: -¡Aquí se matan animales únicamente para el consumo necesario!- y tranquilizándose un poco, bajó la voz: -Mira Leo, cuando yo era niño recuerdo que miraba el cielo, y siempre, ¿escuchas?, siempre estaba de horizonte a horizonte lleno de pájaros. Ahora, es raro ver uno volando; dime, ¿qué quieres tú? ¿Qué no haya ni una sola ave en el cielo?- y terminó con una palmadita en el hombro de Leo: -Vamos, y no lo hagas nunca más, aquí no necesitamos cazar para comer. Llamó a los demás y los llevó adentro a tomar la leche. Diario de Gabriel 13 A la mañana temprano, recién estaba aclarando, nos despertó una música maravillosa. Aparecieron en el dormitorio Tío Nano, Laura y César; se 28 Tío Nano habían llevado la ropa que nos sacamos para bañarnos la noche anterior y no sabíamos que ponernos. César abrió unos armarios que no habíamos visto, estaban metidos en la pared, y sacó ropa para cada uno mientras Tío Nano, con esa sonrisita que le torcía el bigote nos decía: -Sacaos el pijama ¿o pensáis dejarlo de bajo de la ropa? Y apuraos, que hay mucho que hacer. Terminamos de vestirnos y Tío nos llevó al establo. Ahí había una vaca con su ternero; nos enseñó a ordeñar, lo que le llevó bastante tiempo y muchas risas, y luego pasamos al gallinero; era muy amplio; tenía como 30 gallinas y 2 gallos hermosos. En esos dos lugares teníamos que cumplir con nuestras obligaciones, además de las clases. Después de lavarnos y desayunar, fuimos al cuarto de estudio que estaba al lado de la biblioteca. Y ahí empezó nuestro calvario, que en las primeras semanas nos produjo intensos dolores de cabeza, pero al poco tiempo nuestro cerebro se adaptó al trabajo y los dolores desaparecieron. Levantarse temprano para los chicos no era difícil, estaban acostumbrados. Además, la diversión era tanta que al primer llamado saltaban de la cama. Con unos trajes de fajina holgados y botas de goma demasiado grandes, entraban corriendo al establo para ordeñar la vaca. Nano les había enseñado a hacerlo el primer día. El que más disfrutaba de esta tarea era Marcos, pues estaba encargado de entretener al ternero mientras Gabriel y Leo se turnaban para sacarle la leche a la madre. Marcos montaba en el lomo del ternerito y se deslizaba por el costado del animal hasta caer en una montaña de pasto seco. Las alegres carcajadas de Marcos hacían reír a Gabriel y Leo. Después del ordeñe, Marcos debía retribuir su hora de diversión con la peor parte del gallinero; mientras Leo y Gabriel recogían los huevos de los nidos, Marcos debía barrer y alzar el guano en paladas que volcaba en un balde; éste era llevado a vaciar en un gran pozo que se encontraba al final del parque. En esta tarea lo ayudaban Gabriel y Leo. Les quedaba el tiempo justo para lavarse y cambiarse antes de desayunar. Y ¡que rica les parecía la leche recién ordeñada! Después, a estudiar. Al principio les costó adaptarse a la disciplina, pero a medida que pasaban los días se iba acelerando el aprendizaje. Es que Tío Nano era un maestro claro y paciente. 29 Tío Nano Diario de Gabriel 14 Tío Nano nos daba clases personalmente con un sistema muy particular; el horario era de lunes a sábados, se cumplía estrictamente y era el siguiente: Lengua de Matemática Ciencias Sociales Ciencias Naturales Almuerzo Computación de Música Dibujo 8:40 a 9:30 9:40 a 10:30 10:40 a 11:30 11:40 a 12:30 15:00 a 16:00 16:10 a 16:50 17:00 a 17:40 En cuanto a Educación Física decía que ya hacíamos bastante en el establo, gallinero y sobre todo en el parque, el gimnasio lo usábamos cuando llovía o hacía mucho frío. En los pocos minutos entre materia y materia teníamos que aprovechar para ir al baño, comer o tomar algo, porque si interrumpíamos una clase para pedir permiso teníamos que aguantar un sermón de 15 minutos que después se recuperaba del horario del recreo. Las clases de Tío Nano eran muy entretenidas y aprendíamos rápido; al que le costaba un poco era a Marcos pero Nano le tenía mucha paciencia, siempre estaba cerca de él para ayudarlo. A los 4 meses ya sabíamos leer y escribir lo rudimentario (palabras de Nano), y conocíamos los números hasta 1.000. Al año ya conjugábamos verbos, aplicábamos reglas ortográficas y en matemáticas manejábamos a la perfección las cuatro operaciones. Al comienzo de las clases Tío Nano debía repetir una y otra vez el mismo tema para que los chicos comprendieran. Sus cerebros estaban entumecidos por la falta de ejercicio, pero a los 15 días se les agilizó y ya no hubo demoras; parecían esponjas sedientas de conocimientos. Marcos era un poco más lento que los otros, pero sus ansias de aprender suplían sus pequeñas dificultades. Tío Nano estaba contento, disfrutaba enseñándoles, sobre todo cuando miraba sus caritas de satisfacción cuando resolvían un problema o les festejaba un trabajo bien hecho. La devoción de los chicos por Tío Nano crecía y se afirmaba cada día más. Un día, en plena clase y en medio de una explicación, Tío Nano le hace una pregunta sobre un tema a Gabriel, y la termina con: 30 Tío Nano -¿Qué puedes decir sobre esto Fabián?- El niño lo miró asombrado preguntando: -¿Por qué me llamaste Fabián, Tío Nano?- Nano titubeó un poco, le dijo que estaba pensando en un próximo trabajo, y cambió de tema reclamando la respuesta de la pregunta anterior. Diario de Gabriel 15 Tendría yo unos 10 años, había crecido en alto, ancho y mente. A pesar de su carácter cascarrábico y burlón le habíamos tomado un gran cariño a Tío Nano. Por las noches, antes de dormirnos, comentábamos con los chicos las cosas del día, y nos preguntábamos qué habría sido de nosotros sin Tío Nano. Como siempre que había que tratar con él algo serio era yo la voz cantante designada por el grupo. Los chicos me presionaban para que no demorara más la charla. Y así lo hice. Esperé el día domingo y cuándo estábamos descansando en el parque lo encaré: -Tío Nano ¿cuántos años creés que tengo?- El me miró con esa chispa traviesa en los ojos y me contestó: -No creo, estoy seguro que dentro de un mes cumplirás 11 años- Yo seguí preguntando: -¿Y Leo y Marcos? -¡Ah, de ellos sí que no estoy seguro! Lo miré extrañado, era la primera vez que no estaba seguro de algo. Se lo dije con un tono un poco impaciente y seguí: -¿Cómo puedes estar seguro de mi edad y no de la de ellos?- Un poco alterado, a mi parecer, me respondió: -Eso es algo que sabrás a su debido tiempo. Con voz burlona acompañé y le hice dúo en la frase «a su debido tiempo». ¡Eran tantas las veces que se lo escuché decir en los años que estábamos juntos! Me levanté de un salto y en tono de protesta empecé: -¡A su debido tiempo! ¡A su debido tiempo! ¿Hasta cuando? ¿No te parece que ya es el tiempo debido? Cuando nos trajiste me dijiste que antes de aclararme mucha cosas debías civilizarnos. ¿No creés que ya estamos bastante civilizados? Tenemos más conocimientos que chicos de 17 años ¿no te parece que ya esperamos bastante? 31 Tío Nano Me atoré de ansiedad y me senté esperando oír su respuesta. Estuvo serio y pensativo un rato, luego dijo: -Tienes razón, muchacho. Lo que pasa es que me encariñé con vosotros, y mi egoísmo me hizo demorar la separación; porque sabrás que desde el momento que aclare tu historia te reencontrarás con tus padres y yo desapareceré para siempre-. Caviló unos segundos y al rato continuó: -Dame una semana para hacer los preparativos y te prometo que el domingo que viene estarás con tu familia. Se me amontonaban las preguntas en la garganta, una mezcla de felicidad y angustia me hacía tartamudear: -Pe…pero… ¿por qué tenés que separarte de nosotros? Y ¿qué pasará con Leo y Marcos? ¿Acaso no podemos seguir todos juntos?Con una triste sonrisa me contestó: -Leo y Marcos irán contigo, ustedes ya son hermanos, y tus padres tienen medios para buscar a sus familiares. En cuanto a seguir juntos es imposible, ahora no preguntes más, el porqué ya lo sabrás (hizo una pausa y me miró fijo) a su debido tiempo. En la casona se respiraba un ambiente de expectativa. La única rutina que se mantenía era la del establo y gallinero en las mañanas temprano, pero sin las risotadas de antes. Las clases se interrumpieron pues Nano había desaparecido hacía cuatro días. Gabriel ocupaba su tiempo escribiendo su diario, Leo y Marcos jugaban a la pelota en una canchita que Nano les había hecho en el parque; cuando se cansaban, deambulaban como almas en pena entre los árboles. A Laura y César no se les podía preguntar pues nunca sabían algo. Mientras tanto, en una casa en las afueras de Buenos Aires, un hombre y una mujer de unos 35 años se miran con una mezcla de esperanza, incredulidad y temor. Tienen frente a ellos a dos miembros de la Policía Federal vestidos de civil. Les han traído una noticia que no quieren creer del todo para no sufrir otra desilusión como tantas ya sufridas. Los detectives llegaron con una hoja de papel amarillento, casi marrón, donde habla de los chicos. Uno de estos niños sería el hijo de ellos, robado en el jardín de su casa en presencia de la madre. -La posibilidad que sea su hijo, señora, es de un 95% pues lo menciona con nombre y apellido. Pero de todos modos apenas aparezcan pediremos el ADN.La mujer, casi ahogándose, pregunta: 32 Tío Nano -Pero ¿dónde está? ¿por qué no lo trajeron? ¿Cómo se enteraron ustedes? -¡Calma, señora! Es todo muy extraño. No lo tomamos como una broma más porque en este papel se menciona la forma en que fue raptado su hijo, con detalles que no se publicaron. Estamos analizando el escrito y aún tenemos muchas dudas. Lo que sí sabemos es que es un papel que dejó de fabricarse hace 80 años, por eso tiene ese color marrón, y la escritura está en un castellano que ya no se usa, por lo menos en este país, desde fines del siglo XIX o principios del XX. Creemos que el que lo escribió es un español culto. El otro detective, más escéptico, viendo que la entrevista se estaba prolongando demasiado, interrumpió a su compañero: -Señores, les pedimos que estén atentos pero tranquilos. No se ilusionen demasiado por si se trata de otra broma de mal gusto. Cualquier novedad que surja, avisen a nuestro jefe. Saludaron y se fueron dejando a la pareja en un estado de perplejidad. La mujer corrió hacia la ventana. No quitaba la vista del trozo de vereda y calle que alcanzaba a ver desde allí. Es que el papel amarillento que les había mostrado la policía decía: Sres. Del Destacamento Policial: Me es muy grato comunicaros que tengo alojados en mi casa desde hace más de cuatro años a unos niños que encontré hambrientos, sucios y analfabetos. Conozco el nombre y apellido de uno de ellos, es Fabián López Romano; el de los otros dos será tarea vuestra el buscar a sus familias. El sinvergüenza que secuestró a Fabián frente a los ojos de su madre y lo arrojó dentro de un furgón sin importarle los golpes que pudiera sufrir un niño tan pequeño, los tenía en su poder. Vosotros lo detuvisteis hace cuatro años como resultado de mi denuncia, y espero que siga en prisión por mucho tiempo. El sujeto nunca supo qué fue de los niños, en eso les confesó la verdad, pero sí es culpable de la muerte de un cuarto niño, sucedida hace varios años. Lo abandonó en una sala de Primeros Auxilios cuando estaba agonizando. Cuando aparezca Fabián y los otros les darán más detalles sobre esto. Mientras tanto, os pido que aviséis a los padres de Fabián que pronto, muy pronto lo tendrán a su lado nuevamente. También, os aconsejo que no tratéis de encontrarme porque no lo lograréis. Sería trabajo y tiempo perdidos que necesitáis para solucionar casos más importantes. Os saludo muy cordialmente. El hombre se acercó a la mujer, ésta miraba por la ventana. 33 Tío Nano -Mi amor, tomá las cosas con calma, no quiero que sufras otro desencanto. -No Luis, esta vez creo que es verdad; no sé porqué, pero tengo el fuerte presentimiento que por fin recuperaré a mi Fabián. El hombre la abrazó y le dijo: -Si es así, no sabemos cómo es. Probablemente sea un niño lleno de defectos de conducta, malhablado, como los de la calle. Tendremos que tener mucha paciencia. -Eso no importa, Luis, eso no importa. Además, si ha estado los últimos años con el hombre que escribió a la policía, no puede ser tan maleducado. Algo tiene que haber aprendido de él. El hombre tomó por los hombros a la mujer y suavemente la retiró de la ventana. Diario de Gabriel 16 Los días se sucedían en una creciente tensión, la mayor parte del tiempo la pasábamos en el parque. Una tarde que estábamos muy aburridos se nos ocurrió hacer algo que Tío Nano nos tenía prohibido. El parque, que ocupaba más o menos una manzana y media, estaba rodeado por un muro de 3 metros de alto. De pronto nos dimos cuenta que nunca se nos había ocurrido asomarnos para ver qué había del otro lado, y mucho menos escaparnos para curiosear. El que empezó a trepar el árbol que estaba más cerca del muro fue Leo. Era un árbol con abundante enramada. Lo seguimos y pronto estuvimos a su lado; Leo miraba por sobre la tapia para todos lados. Lo imitamos y quedamos extrañados porque lo que veíamos no era natural. El parque, nuestro parque, estaba bañado por un hermoso sol, tenía árboles y plantas de un verde intenso, pájaros que cantaban y agua que corría por una acequia. Del otro lado del muro estaba todo cubierto y oculto por una niebla tan espesa que no pudimos ver ni oír absolutamente nada. Nos asustamos y bajamos rápido. Me propuse pedirle a Tío Nano que me aclarara ese misterio. Por fin el sábado apareció Tío Nano, y con muy buen humor. 34 Tío Nano Capítulo 3 Tío Nano esperó a que los chicos desayunaran y llamó a Gabriel a la biblioteca, a Marcos y Leo los mandó al parque con la promesa que más tarde hablaría con ellos. Cuando el niño acudió a su llamado Nano le dijo: -Siéntate Gabriel, tengo que contarte una historia muy larga y parado te vas a cansar. Gabriel se sentó al tiempo que le decía: -Y yo quiero preguntarte algo, Tío Nano. -Primero escucha mi historia, Gabriel, escúchala y recuérdala muy bien, porque cuando la comprendas tendrás las respuestas a todas las preguntas que quieras hacerme ahora. Al ver a Gabriel atento y a la espera, comenzó su relato: -Hace mucho, muchísimos años, a principios del siglo XX, en una casona muy parecida a ésta en las afueras de la capital, vivían dos hermanos que se querían mucho. Estos hermanos eran ricos, no exageradamente, pero cuidando y trabajando la fortuna que habían heredado tendrían buen pasar hasta varias generaciones de descendientes. Uno de ellos era el que administraba y llevaba adelante las fábricas y negocios de la familia, ése se llamaba Mateo. Era un hombre honrado, trabajador y digno de confianza. Vivía para su trabajo y su familia; amaba a su esposa y sus tres hijos, un varón y dos mujeres. El otro era soltero, le gustaban más las fiestas que el trabajo, éste se llamaba Fernando. Estos hermanos, repito, se querían mucho, tanto, que Mateo disculpaba las «travesuras» de Fernando. Pero lo cierto es que las deudas de juego, viajes a Europa con telegramas que llegaban solicitando más, y más, y más dinero, ya pasaban de ser travesuras. Mateo hacía malabarismos comerciales para llevar adelante la Empresa de la familia, pero el modo de vivir de Fernando se prolongó por espacio de 10 años, y no hay fortuna ni capital que prospere y aguante con semejante sangría que le aplicaba este despilfarrador.- Nano hizo una pausa y preguntó a Gabriel: -¿Te aburro? ¿quieres ir un rato al parque y más tarde sigo con mi historia? -¡No, por favor! Seguí, Tío Nano, seguí! -Bueno, pero cuando te canses me avisas.- y continuó su relato: 35 Tío Nano -Un día, Mateo recibió una nota donde le decían que tenían a su hermano «retenido» por una deuda de juego, que si no pagaba todo dentro de los días siguientes, al tercero encontraría su cadáver en la puerta de su casa. La suma era altísima, Mateo sabía que no llegaría a esa cantidad con lo menguada que había quedado la fortuna familiar. Asimismo, malvendió lo que quedaba y pidió prestado a amigos que conocían su honradez, hasta que logró juntar la cantidad debida. Y salvó la vida e su hermano, pero quedaron en la ruina total y con deudas. Cuando Fernando tomó conciencia del desastre causado por él, se dedicó a la bebida. Solía vérsele tambaleándose por las calles, pidiendo para beber. Hasta que, en una mañana de invierno muy crudo, encontraron su cuerpo congelado en el banco de una plaza. Mateo se convirtió en un hombre triste y depresivo. Consiguió trabajo en una oficina, pero lo, que ganaba apenas le alcanzaba para mantener a su familia. Un día, en el trajín del transporte cuando iba a trabajar, resbaló de la escalerilla del tranvía donde viajaba casi colgado, su cabeza golpeó en el asfalto y murió instantáneamente. Su familia vivió pobremente durante muchos años. Recientemente, sus descendientes lograron progresar gracias al estudio y el trabajo intenso. Tío Nano calló, miró su reloj de bolsillo y dijo: -Es hora de tu almuerzo, tendrás hambre. Ve a comer. Gabriel no quería levantarse de donde estaba sentado. -¿Y así terminó tu historia? ¡Es muy triste!- se lamentó Gabriel. -No m´hijito, aún no terminó. Después del almuerzo te contaré la parte más interesante. Ahora vé, querido, vé a comer y vuelve aquí. Gabriel se levantó del sillón y salió corriendo hacia el comedor. Después de comer y nuevamente en la biblioteca Tío Nano sorprendió a Gabriel con una pregunta: -¿Tú crees en «otra vida» después de la muerte?-No sé, Tío Nano, nunca nos hablaste de eso, ¿es lo que llaman el más allá? -Mira Gabriel, se llame como se llame, te diré que es muy cierto que los errores cometidos, sobre todo cuando perjudican a otras personas, se pagan, durante esta vida o después. Y Nano continuó su relato: 36 Tío Nano -Fernando pagó una parte en esta vida al morir solo y en la indigencia, pero le quedó una enorme deuda con la familia de su hermano. Y Mateo pagó por la debilidad y falta de límites hacia su hermano tarambana con años de miserias y estrecheces, viendo sufrir a su familia. -¿Qué quiere decir tarambana, Tío Nano? -Tarambana es una persona frívola y de poco juicio. Continúo: Cuando murió Fernando, en el más allá, o en el otro mundo o como quieras llamarlo, yo prefiero denominarlo el Juicio Final, lo recibió un tribunal de jueces muy severo. Lo sentenciaron a pagar su deuda a la familia de su hermano, y para concretarlo tendría el apoyo y subvención de los jueces. Esa deuda sería pagada a un miembro familiar descendiente que necesitara una gran ayuda y fuera el único que pudiera verlo; mientras, vagaría por el espacio cerca de la tierra en forma invisible. Una vez cumplida la sentencia recién podría descansar en paz. Tío Nano miró a Gabriel, el niño nunca lo había visto tan serio cuando le dijo: -No olvides Gabriel, nunca olvides esta historia. Y te repito lo que dije cuando comencé a contarla; cada vez que me recuerdes y te preguntes algo incomprensible, en ella encontrarás la respuesta. Ahora vete y dile a Marcos y Leo que vengan, quiero charlar un poco con ellos. Diario de Gabriel 17 Después de la charla con Tío Nano, más que charla fue escuchar el relato de su fabulosa historia, me fui al parque a pensar como hacer para no separarme de él, o al menos continuar viéndonos de vez en cuando. Pero la expectativa de ver a mis padres al día siguiente impedía hacer trabajar mi cerebro. Leo y Marcos estuvieron charlando con Tío Nano como hora y media. Salieron al parque y corrieron donde yo estaba. Venían serios y con cara de afligidos. Les pregunté qué les había dicho Nano y me contaron lo siguiente: por el momento los dos vendrían conmigo a lo de mis padres. Ellos, junto con la Policía Federal se encargarían de ubicar a sus respectivas familias; sería cuestión de pocos días concretar el encuentro. Después, Tío Nano se despidió de ellos aconsejándoles que siguiéramos siendo amigos como siempre. Yo quedé intrigado, Tío Nano se había despedido de Leo y Marcos pero no de mí, ¿es que nos separaríamos sin despedirnos? 37 Tío Nano Quedé muy triste el resto de la tarde. Esa noche, Tío Nano, Laura y César les hicieron una fiesta de despedida. Hubo cosas riquísimas en la mesa, jugos de frutas de distintas clases, música y juegos durante un buen rato. Leo y Marcos se divirtieron muchísimo, pero Gabriel no se separaba de Tío Nano. Este, en un momento dado, sacó el reloj del bolsillo de su chaleco y les dijo a los chicos que era hora de dormir pues al día siguiente sería muy agitado. Gabriel miró anhelante a Nano y le preguntó: -¿Te veré mañana para despedirnos? Tío Nano asintió y con un suave empujoncito le dijo: -Por supuesto, ahora vete a la cama. Gabriel creía que no podría pegar los ojos, pero apenas apoyó la cabeza en la almohada quedó profundamente dormido. Diario de Gabriel 18 Al día siguiente nos despertaron un poco más tarde que de costumbre. No hubo establo ni gallinero, pero sí un desayuno abundante. Nos hicieron poner las ropas más nuevas. Estábamos muy elegantes, según Laura. Esta nos dio un beso a cada uno y nos pidió que la recordáramos con cariño. César nos despidió con un apretón de manos y se fueron a sus quehaceres. Nos quedamos en el comedor unos segundos hasta que entró Tío Nano a despedirse de Leo y Marcos con un abrazo; yo lo miraba un poco resentido porque de mí no se despedía, hasta que me miró y me guiñó un ojo, entonces quedé tranquilo. Seguro que tenía una despedida especial para mí. De pronto nos envolvió una luz brillante, tan brillante que tuvimos que cerrar los ojos para no enceguecernos, cuando los abrimos estábamos en la vereda de una linda casa con un jardín. Delante nuestro había un alto portón de rejas de hierro. Tío Nano estaba a mi lado, Leo y Marcos, muy excitados me preguntaron: -¿Qué pasó? ¿Dónde estamos, Gabriel? ¿Sabés a donde vamos a ir? ¿Y Tío Nano dónde está? 38 Tío Nano Miré a Tío Nano y me dijo en silencio. Si, en silencio, como conversábamos cuando nos conocimos en la estación hacía 4 años, que los chicos ya no podían verlo porque estábamos fuera del Recinto. El Recinto era la casona donde habíamos vivido los últimos años. Para tranquilizar a los chicos les dije: -Vamos a espera aquí unos minutos, ya tengo las instrucciones de Tío Nano. Leo y Marcos se sentaron en el umbral del portón que teníamos adelante y Tío Nano me miró, abrió los brazos y me llamó a ellos en nuestro idioma silencioso. Yo lo abracé fuerte, muy fuerte y él dijo como hablando para sí mismo: -Más que pagar ha sido un premio. No le entendí muy bien y pedí que me repitiera lo que había dicho. No me contestó, volvió a abrazarme, puso algo en mi mano y retrocedió unos pasos. De pronto lo cubrió una niebla espesa con forma de nube y en un instante desapareció. Miré lo que había puesto en mi mano, era su reloj de bolsillo con cadena. Su hermoso reloj, que yo siempre le admiraba. Una brisa, con un volumen no mayor que el de un pequeño globo de cumpleaños cuando se desinfla, rozó la cabeza de Gabriel y sopló a gran velocidad hacia el lado del cementerio a unas 15 cuadras. La brisa se detuvo frente a un panteón antiquísimo. Este conservaba en el frente unas obras de arte que representaban a un tribunal celestial juzgando a un hombre. La puerta también era magnífica, con relieves artísticos de flores y plantas exóticas e inexistentes. La pequeña brisa «ubicó» el ojo de la cerradura y por él penetró al panteón con un siseo; a los pocos segundos se escuchó un prolongado suspiro, como el de alguien muy cansado que por fin se recuesta en su lecho después de un día agotador. Arriba de la puerta, grabado a cincel en el mármol, el artista había escrito el apellido de la familia propietaria. En letras góticas, muy bien trabajadas, aún se puede leer: FAMILIA ROMANO 39 Tío Nano Diario de Gabriel 19 Tío Nano desapareció y yo sabía que no lo vería nunca más. Se me llenaron los ojos de lágrimas y un nudo me oprimía la garganta. Apreté su reloj y lo guardé en mi bolsillo; lo conservaría siempre. Me quedé quieto un rato esperando que se me secaran las lágrimas y se me pasara la angustia. Ya un poco más tranquilo observé por entre las rejas del portón el jardín de la casa. En él se encontraba una niña de unos 5 ó 6 años jugando con un perro. Ese perro me trajo a la memoria mis primeros recuerdos. Llamé a la niña y vino hasta el portón, el perro la seguía saltando a su alrededor. Cuando estuvo cerca, a través de las rejas le dije: -¿Qué lindo cachorro! ¿Cómo se llama? La niña me miró con unos grandes ojos castaños, era bonita, y me dio la impresión que la conocía. Con una vocecita muy dulce me contestó: -No es cachorro, es viejo. Se llama Tifón. -Y vos, ¿cómo te llamás?- le pregunté. -Clarisa ¿y vos?Yo estaba por decirle Gabriel pero me frené, titubeé un instante y no sé porqué le contesté: -Me llamo Fabián- y quedé asombrado de mí mismo por mi respuesta. El perro, muy lanudo y de color marrón, se arrimó al portón. Me agaché y estiré la mano para acariciarlo. La niña se sobresaltó y me alertó: -¡Cuidado! Puede morderte, no le gustan los extraños.- Le sonreí para tranquilizarla y le dije: -No me hará nada, ¿verdad Tifón? El perro se acercó a olerme las manos. Estuvo un rato olfateándome, de pronto empezó a saltar, ladrar y aullar con evidentes muestras de alegría, y yo, con la garganta nuevamente estrangulada por un nudo, acariciaba al perro entre salto y salto mientras decía: -Sí Tifón, estoy de vuelta en casa. 40 Tío Nano La pareja terminó de desayunar. El hombre leía el diario con tranquilidad, por ser día domingo no había apuro. De pronto él levantó la cabeza, dejó de leer y preguntó a su mujer: -Susana ¿dónde está Clarisa? La mujer se alarmó. Desde que le robaron a su primer hijo si no tenía a Clarisa bajo su mirada, se sentía intranquila. Enseguida recordó que jugaba en el parque, y el parque ahora era seguro. Así se lo dijo a su marido, pero no obstante, se acercó a la ventana para ver que hacía la niña. Desde ahí la veía parada frente al portón y al perro que saltaba, ambos miraban hacia la vereda. Susana se puso muy nerviosa. Mientras corría hacia la puerta le gritó a Luis: -¡Clarisa está hablando con alguien en la calle!- y salió antes que él pudiera contestarle. El, acostumbrado a los arranques histéricos de su mujer con ese tema, se quedó leyendo muy tranquilo. Con el corazón en la boca, Susana empezó a correr velozmente los veinte metros que separaba la casa del portón de entrada. A unos diez metros aminoró el paso, que cada vez hizo más lento; entonces vio a un niño agachado haciendo caricias a Tifón mientras conversaba amigablemente con Clarisa. Lo que más llamaba la atención era la actitud del perro. Siempre que venía gente a la casa tenían que encerrarlo pues atacaba a los extraños, pero a este niño le hacía fiestas. Susana llegó al lado de su hija; el niño, entusiasmado con el perro, no levantó la cabeza. Ella lo miraba sin parpadear, el corazón parecía querer saltar de su pecho, porque alcanzó a verle delante de la oreja izquierda dos lunares, uno era una perfecta medialuna y el otro al lado, como una pequeña estrella. A Susana no le salían sonidos de su boca, hasta que Clarisa, con su voz cantarina, le dijo: -Mamá, él es Fabián, y ¡Mirá! Es amigo de Tifón. ¿Ves que no le hace nada? Susana se tambaleó por unos instantes, al fin pudo decirle a su hija: -¡Corré! ¡Corré, llamá a papá y decile que abra el portón! ¡Pronto! Fabián se había erguido y miraba a Susana a los ojos. Si ella hubiera tenido alguna duda, al ver la mirada de Fabián se le hubieran disipado inmediatamente. Se miraron durante varios segundos hasta que Susana estiró los brazos y se aferró a los barrotes para no caer. Fabián apoyó sus manos sobre las de ella, mientras, casi ahogándose y los ojos llenos de lágrimas le decía: 41 Tío Nano -¿Mamá? ¿sos mi mamá? Susana no podía hablar pero asentía con la cabeza, y Fabián, con la voz casi apagada le decía: -Sí, es tu perfume ¡sos mi mamá! En eso el portón comenzó a correrse. Luis estaba abriéndolo con el control mientras se acercaba. Madre e hijo acompañaron unos metros el portón, manos sobre manos en las rejas, hasta que la pared les impidió seguir aferrados. Cuando la entrada quedó libre Susana y Fabián se encontraron sin impedimentos para abrazarse. Un abrazo con más de 8 años de retraso y espera. Luis llegó al lado de ellos, de una sola mirada comprendió todo y esperaba que el abrazo terminara; en eso vio a los otros niños que miraban la escena muy sorprendidos. Por fin Susana y Fabián se separaron. El niño giró y vio a su padre. Otro tipo de abrazo intenso, interminable. Luis no creyó nunca poder conmoverse de esa manera. No hablaban, no era momento de palabras, para eso tenían mucho tempo por delante. Fabián llamó a Leo y Marcos y se los presentó a sus padres: -Mamá, papá,- estrenaba esas palabras y le parecíeron maravillosas, y continuó: -les presento a mis hermanos. Susana y Luis abrazaron y besaron a los chicos, les dieron la bienvenida y dijeron: -¡Vamos, vamos adentro!, hace mucho tiempo que los estábamos esperando. Cuando la policía se enteró del regreso de Fabián, hubo una serie de investigaciones para descubrir donde habían estado durante 4 años. No pudieron saberlo, los chicos tampoco aportaron datos pues nunca habían salido de la casona. «El Recinto» se convirtió en un misterio insondable para la policía. En cuanto a Leo y Marcos, se les hizo el ADN y enseguida se encontró a sus padres. El reencuentro fue tan emotivo como el de Fabián con los suyos. Leo no se acordaba que tenía dos hermanos mayores, y no sabía de una hermana menor nacida después de su rapto. Y Marcos dos hermanitas menores. Cada uno fue a vivir con su familia, pero Fabián, Leo y Marcos consideran sagrados los fines de semana, siempre las pasan juntos. 42 Tío Nano Cierto día, Fabián estaba mirando las fotos enmarcadas de una repisa. Había varias de él cuando era bebé, de su hermanita y de sus abuelos ya fallecidos. De pronto se le ocurrió preguntarle a su madre si no tenía fotos de familiares y amigos. Ella le trajo tres voluminosos álbumes diciéndole: -Aquí tenés todas las fotos existentes de la familia desde que se inventó la fotografía; no necesitás preguntar quién es quién porque todas tienen nombre y parentesco escrito debajo de cada una.- Y le dejó a su alcance los álbumes. Fabián comenzó a hojear y mirar fotos de su padre cuando era niño, de su madre, del casamiento de ambos, de él mismo, de su hermanita y hasta de Tifón. Cambió de álbum. Este otro era de fotos muy viejas. Había un caballero con tremendos bigotes con forma de manubrios de bicicleta; ése era el padre de su tatarabuelo. Siguió mirando muy divertido por los atuendos de cada época. En otra foto un señor sonreía bondadosamente, era muy elegante; lo acompañaban tres niños, uno de más o menos 8 años, una niña de 6 y otra de 3 ó 4. Debajo decía: Mateo Romano con sus hijos César, Laura y Camila 1902 Mateo fue bisabuelo de luis, o sea tatarabuelo de Fabián y Clarisa. De repente quedó inmóvil de sorpresa. Ahí, frente a sus ojos, tenía la foto de Tío Nano junto a su tatarabuelo. Estaban de pie, y como fondo tenían el frente de una fábrica con un letrero que decía: «ACEROS ROMANO» Fabián bajó la vista hasta el pié de la fotografía y leyó: Mateo y Fernando Romano Abril de 1904 De vez en cuando la familia Romano se llegaba al cementerio a llevar flores a los abuelos y familiares, y siempre que dan por finalizada la visita el mayor de los hijos pide a los padres que lo dejen unos minutos más y lo esperen en el auto. Ya a solas, el adolescente acaricia la hermosa puerta del panteón y dice: -Hola Tío Nano. Vine a visitarte porque te extraño. Todo está bien. Descansá tranquilo. ***Fin*** 43