El miedo Patrick Boucheron y Corey Robin El miedo Historia y usos políticos de una emoción Debate presentado por Renaud Payre Traducción de Bárbara Poey Sowerby Boucheron, Patrick El miedo: historia y usos políticos de una emoción / Patrick Boucheron; Corey Robin. -1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Capital Intelectual, 2016. 96 p. ; 18 x 12 cm. Traducción de: Bárbara Poey Sowerby . ISBN 978-987-614-515-2 1. Historia Política. I. Robin, Corey II. Poey Sowerby , Bárbara , trad. III. Título. CDD 320.01 Diseño de colección y tapa: Javier Vera Ocampo Diagramación: Ariana Jenik Coordinación: Inés Barba Producción: Norberto Natale L’exercise de la peur: usages politiques d’une émotion de Patrick Boucheron y Corey Robin © Presses universitaires de Lyon, 2015 © Capital Intelectual, 2016 1ª edición • Impreso en Argentina Capital Intelectual S.A. Paraguay 1535 (1061) • Buenos Aires, Argentina Teléfono: (+54 11) 4872-1300 • Telefax: (+54 11) 4872-1329 www.editorialcapin.com.ar • info@capin.com.ar Pedidos en Argentina: pedidos@capin.com.ar Pedidos desde el exterior: exterior@capin.com.ar Queda hecho el depósito que prevé la Ley 11723. Impreso en Argentina. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin permiso escrito del editor. Índice Presentación Renaud Payre 9 DIÁLOGO25 Patrick Boucheron y Corey Robin Historia y actualidad 27 Señalar al enemigo 39 Instrumentalizar y manipular 47 Las dos caras del miedo 55 POST-SCRIPTUM Nueva York Corey Robin París Patrick Boucheron 69 71 75 Notas81 Presentación Desde hace algunos años, el término “emoción” es objeto de un verdadero entusiasmo, a tal punto que se habla de un giro en las ciencias sociales y humanas. La cólera, la indignación, el miedo, la alegría son estados afectivos, experiencias subjetivas, que se experimentan individualmente pero que pueden concernir lo colectivo y, por lo tanto, la política. Este es claramente el nudo de la nueva atención que le prestan las ciencias sociales: es posible trabajar sobre la objetivación de las sensibilidades en ciencias sociales y observar cómo esas expresiones subjetivas interrogan los funcionamientos sociales. Y en particular el orden político. El diálogo reproducido en este volumen cerró una jornada de encuentros en el gran anfiteatro del Instituto de Estudios Políticos de la ciudad de Lyon (conocido como Sciences Po Lyon) dedicado al “gobierno de las emociones”, en el marco del festival “Mode d’emploi” de 2014. Este libro reúne, pues, a dos autores en torno de un mismo objeto y una misma emoción: el miedo. Por un lado, Patrick Boucheron, profesor de historia medieval, quien recientemente publicó Conjurer la peur: Sienne, 1338. Essai sur la force politique des images [Conjurar 9 Patrick Boucheron y Corey Robin el miedo: Siena, 1338. Ensayo sobre la fuerza política de las imágenes]1. En dicho libro, Boucheron describe y analiza el fresco Los efectos del buen y del mal gobierno pintado por Ambrogio Lorenzetti en el Palacio Comunal de Siena. Interpretado como un “programa político”, el fresco está dedicado por completo a comunicar un devenir posible de Siena. Patrick Boucheron revela detrás de ese fresco la presencia de la tiranía y el intento de prevenirla. Por el otro lado, Corey Robin, profesor de ciencias políticas en Nueva York, especialista en historia de las ideas y en particular de los conservadurismos y los neoconservadurismos. En 2004, Corey Robin publicó El miedo: historia de una idea política2, obra en la que traza la historia de este concepto a través del pensamiento de cuatro autores: Hobbes, Montesquieu, Tocqueville y, por último, Arendt (especialmente en relación a su teorización del terror total). Su objetivo es comprender, a través de la historia de las ideas, esa capacidad tan expandida de descuidar la dimensión política del miedo. Hablar del miedo y de su ejercicio equivale a hacer una doble constatación sobre la que están de acuerdo los participantes del debate. En primer lugar, el miedo –como toda forma de emoción– fue situado durante mucho tiempo del lado de las manifestaciones subjetivas y, por lo tanto, ocupó poco lugar en las ciencias sociales. Más aún, el miedo sería fruto de una reacción irracional que además puede llevar a comportamientos colectivos catastróficos. Ahora bien, a lo largo de sus intercambios, nuestros dos autores insistieron en el hecho de que en ningún caso el miedo es espontáneo o irracional: es político e incluso se ubica en el centro de una relación política que puede atravesar los regímenes y las ideologías. 10 El miedo Luego, el miedo conserva una actualidad que no se desmintió en absoluto desde noviembre de 2014 cuando tuvo lugar este debate. Los poderes políticos hacen un uso constante del miedo, ya sea señalando una amenaza susceptible de hacer tambalear una forma de cohesión nacional, ya sea concentrando la atención de la población en fuerzas políticas que estarían en condiciones de quebrantar el espíritu de las instituciones y de nuestra vida colectiva. El miedo está instalado en el campo político. Pero, sobre todo, el miedo –e incluso el terror, particularmente sensible en el momento de los atentados– se inscribe de forma duradera en nuestras sociedades. Los acontecimientos de los días 7, 8 y 9 de enero de 2015 y la reacción del 11 de ese mismo mes1* muestran hasta qué punto el miedo y su control son constitutivos de una relación gobernante-gobernado particularmente exacerbada en períodos de amenaza terrorista intensa. Si bien la actualidad del miedo en política es indiscutible, la discusión que sigue muestra toda la pertinencia de hacer un recorrido a través de la historia y del pensamiento político a la vez. Así se podrá comprender mejor el lugar que ocupa miedo en el corazón del gobierno de las sociedades modernas, pero también la capacidad de los gobernantes para ejercer el miedo y, por último, el rol de las infraestructuras políticas capaces de proponer una forma de administración del miedo. * Se refiere a los atentados adjudicados a grupos islamistas, que tuvieron lugar en París y cuyos objetivos principales fueron la sede del periódico Charlie Hebdo y un supermercado kosher. [N. de la T.] 11 Patrick Boucheron y Corey Robin Gobernar (por) el miedo El miedo es constitutivo de la autoridad política. Los dos autores insisten sobre esta constatación y llevan adelante una demostración que convierte al miedo en mucho más que un indicador del poder: el miedo, junto a otras emociones, es fundamental en el arte de gobernar. Esta dimensión del gobierno probablemente haya sido menospreciada a medida que se consolidaba una nueva razón de Estado, una de cuyas caras está claramente compuesta de emociones. Esta razón echa raíces en el Estado de justicia de la Edad Media, luego, en el siglo XVI, en la razón del “soberano que defiende a su Estado”3 y, por último, en el surgimiento de un orden legal y separado del soberano que este último tiene el deber de defender. Pero, en forma paralela a la construcción de esta razón de Estado, ciertamente la autoridad se funda en relaciones de fuerza pero también en elementos más simbólicos, relaciones de sentidos algunos de los cuales movilizan de manera muy minuciosa los afectos, por ejemplo, a través de las ceremonias o fiestas que permiten obtener la sumisión duradera al orden. Esos símbolos son capaces de contribuir a modos de aprendizaje de la política –y, por lo tanto, de alguna manera a una socialización política–, a la identificación con el Estado o cualquier forma de dominación política. El gobernante sabe emplearlos. No faltan los ejemplos cuando se trata de encontrar testimonios de gobernantes que movilizan las emociones al tiempo que afirman su control sobre ellas. Desde esta concepción, se podría releer una parte de las Memorias de guerra del general de Gaulle, que relata su recorrido por París liberada: 12 El miedo Así, camino, emocionado y tranquilo, en medio del júbilo inenarrable de la multitud, bajo la tempestad de las voces que hacen resonar mi nombre, intentando, a cada paso, posar la mirada en cada oleada de esa marea a fin de que la visión de todos pueda entrar en mis ojos, alzando y bajando los brazos para responder a las aclamaciones. En ese momento, ocurre uno de esos milagros de la conciencia nacional, uno de esos gestos de Francia, que a veces, a lo largo de los siglos, iluminan nuestra Historia. En esta comunidad, que no es sino un solo pensamiento, un solo impulso, un solo grito, las diferencias se borran, los individuos desaparecen. Incontables franceses a los que me acerco, sucesivamente, en la plaza de l’Étoile, en el Rond-Point, en la Concorde, frente al Hôtel de Ville, en la plaza de la Catedral, ¡si supieran qué idénticos son! 4 Si la emoción de la multitud hace que se genere un colectivo y le da una consistencia, la emoción del gobernante está necesariamente compensada por una forma de tranquilidad manifiesta. Este último se gobierna para gobernar mejor. Más aún, el gobernante está en condiciones de apaciguar, sobre todo cuando él mismo suscita la emoción, para orientar las conductas de cada uno. El rumor y los afectos que puede producir ayudan a tomar decisiones que parecerán justas, si no deseables. La encuesta que había imaginado el controlador general de Finanzas, Philibert Orry, en 1745, es un ejemplo de esto. En términos completamente tradicionales, se trataba de juzgar la “situación de los pueblos de Francia”. El controlador general le había recomendado a los intendentes que midieran las reacciones frente a un posible incremento 13 Patrick Boucheron y Corey Robin fiscal. Se trataba solamente de sembrar el rumor del aumento de los impuestos y de registrar los comentarios. Se anticipaban las reacciones. Mejor aún, se las hacía surgir de manera experimental. Por supuesto, también se puede recordar el lugar que tienen las emociones en el proceso de adhesión, en la creencia y la legitimidad. De un modo más general, el conjunto de los comportamientos políticos –más allá del simple voto– es el que provoca emociones. Acordamos con la crítica de Albert Hirschman a los trabajos de Mancur Olson: Hirschman estimaba que la acción colectiva no era una excepción –que los individuos podían encontrar en lo colectivo fuentes de satisfacción e incluso una forma de satisfacción real, y hasta de “felicidad”5–. La militancia y el compromiso –a través de la felicidad, la valorización de sí, la intensidad– pueden ser sus propias recompensas. Las movilizaciones favorecen las emociones6. Si las emociones intervienen así en la relación con la política, el uso que el gobernante puede hacer de estas merece una atención muy particular. ¿Cómo gobernar las emociones? ¿Cómo suscitarlas? Y, sobre todo, ¿cómo controlarlas? El miedo, en especial, merece una atención muy particular cuando se sigue el razonamiento de nuestros dos autores. Dicho miedo parece revelar una relación de poder constitutiva del gobierno moderno que no se basa únicamente en el carácter benefactor del gobernante. La “gubernamentalidad” moderna es característica de un poder pastoral benefactor7. Este poder se caracteriza por su ahínco y su dedicación y, sobre todo, por su capacidad para tomar a su cargo a la población a través de dispositivos, instituciones e incluso prácticas. No nos 14 El miedo confundamos sobre ese carácter benefactor: lo que puede definir a un buen gobierno no reside tanto en sus sensatos principios o en las virtudes del gobernante como en sus efectos concretos, directamente perceptibles en la vida de cada sujeto. Ahora bien, al lado de ese poder pastoral –y probablemente vinculado con este–, surge otra figura del buen gobierno que suscita el miedo al tiempo que manifiesta su capacidad para calmarlo. Sin ninguna duda el miedo contribuye a la capacidad de la que disponen ciertos actores para solicitar y obtener una forma de sumisión a la autoridad. Una de las grandes enseñanzas del diálogo entre nuestros dos autores sólo puede ser comprendida si estamos dispuestos a sorprendernos y estimar que el orden político sólo se sostiene por arte de magia. Es una evidencia –nos parece natural y no ponemos en tela de juicio las reglas de la dominación política– y un enigma a la vez. Todo esto se sostiene por ese “no sé qué” del que hablaba La Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria. Porque claramente se trata de eso: de la servidumbre voluntaria. ¿Cuál es el motivo que lleva “voluntariamente” a bajar la cabeza? ¿El miedo, la cobardía? se pregunta La Boétie: ¿Diremos que los que se someten a semejante yugo son viles y cobardes? Si dos, tres y hasta cuatro hombres ceden a uno, nos parece extraño, pero es posible; en este caso, y con razón, podríamos decir que les falta valor. Pero si cien, miles de hombres se dejan someter por uno solo, ¿seguiremos diciendo que se trata de falta de valor, que no se atreven a atacarlo, o más bien que, por desprecio o desdén, no quieren ofrecerle resistencia?8 15 Patrick Boucheron y Corey Robin Patrick Boucheron repasa minuciosamente el vínculo entre admiración, miedo y sumisión. Recuerda que los teóricos del Renacimiento proponían la idea de que convenía oponer una belleza desconcertante a cualquier forma de maldad. Una belleza como esa que se hace visible a través de los signos y las imágenes sería capaz de hacer surgir una admiración –sinónimo de miedo bueno– y, así, una “obediencia de calidad política” (p. 62). El gobierno es la institución y el orden. Por consiguiente, el miedo debe ser institucionalizado. Como lo recuerda Patrick Boucheron, “gobernar no es solamente suscitar las emociones, sino a veces también trabajar para apaciguarlas” (p. 64). Pero, entonces, se puede invertir la propuesta. Se entenderá que, si el buen gobernante es un gobernante apaciguador, debe sugerir sin cesar el miedo señalando al enemigo. Tiene que inventar al adversario. Ejercer el miedo Corey Robin y Patrick Boucheron repasan el lugar que ocupa el miedo en los diferentes regímenes políticos pero también en las diferentes ideologías. El sentido común nos lleva a decir que el miedo es omnipresente en toda forma de tiranía y que, al contrario, no tiene lugar en la república y menos aún en una democracia. De la misma manera, el miedo como idea política estuvo asociado durante mucho tiempo al autoritarismo y, sobre todo, a la definición misma del totalitarismo. Extendiendo el razonamiento, ¿se podría afirmar en la misma medida que un Estado en guerra se caracteriza por el miedo y un Estado en paz por la ausencia de miedo? Todas estas preguntas 16 El miedo pueden reducirse a una sola, que interrogue la antinomia entre miedo y libertad: ¿realmente la liberad es considerada como una ausencia de miedo? Los autores desmontan ese conjunto de prenociones sugeridas por tales cuestiones. En primer lugar Corey Robin pone de manifiesto en la filosofía política una tendencia a despolitizar el miedo. Por ejemplo, cuando Hannah Arendt concibe una nueva forma de miedo –el terror totalitario–, contribuye fuertemente a esta despolitización asociando el miedo con la anomia de las masas, desarraigadas, privadas de todo vínculo familiar o asociativo y, por ende, de toda organización política. La ideología, entonces, tranquiliza y se alimenta del miedo. Aunque es muy difícil poner en tela de juicio una aserción semejante, el trabajo de Corey Robin abre una discusión sobre el vínculo entre el uso del miedo en política y la sumisión por medio de una forma de encuadramiento que quita responsabilidades e incluso aniquila. Dicho de otro modo, el miedo ¿es característico únicamente de los regímenes liberticidas? Luego, tanto cuando hablan de la democracia contemporánea como de la república sienesa, los autores insisten sobre el lugar que tiene el miedo en regímenes que aborrecen toda forma de tiranía. Las democracias se apoyan permanentemente en una “inquietud”, para retomar la expresión de Alexis de Tocqueville en La democracia en América (1835-1840), felizmente exhumada por Patrick Boucheron. Esa famosa inquietud que puede llevar hacia el despotismo. Pero el matiz probablemente esté en el carácter difuso del miedo y sobre todo en su inscripción en el tiempo. Las repúblicas se topan con la cuestión de la representación de la autoridad política. La república 17 Patrick Boucheron y Corey Robin pretende no tener rostro, a semejanza de las palabras que escucha Patissot, el personaje de Maupassant en Los domingos de un burgués en París: Yo no sabría respetar un Gobierno que no conozco; necesito conocer al Gobierno para respetarlo. Respeté a Carlos X, porque le conocí; respeté a Luis-Felipe, conociéndole; conocí a Napoleón III y lo respeté. Pero no he visto jamás a la República.9 Con toda lógica, las repúblicas se niegan a asociar el miedo con el gobernante y de esta manera personificarlo. Lo que horroriza es lo que puede ocurrir. Y el gobernante debe señalar aquello que puede suscitar ese miedo teniendo mucho cuidado en indicar su origen fuera de la ciudad. Allí reside toda la sutileza de la demostración de Patrick Boucheron cuando analiza el fresco de Lorenzetti. Boucheron realiza un desplazamiento de la mirada. En efecto, el fresco no debe ser considerado como una fotografía, un retrato sincrónico del gobierno de Siena, sino como una proyección. Claramente el diablo cornudo representa la señoría y la autoridad de uno solo, pero ante todo es un espectro que ronda sobre Siena. Es un devenir posible, un peligro que puede paralizar debido al horror que suscita. Pero es conocido “el lema de todos los dirigentes en la historia del mundo: hacer temer, en vez de hacer creer –sin hacer comprender nunca nada–, esa es seguramente la mejor forma de hacerse obedecer”, como lo recuerda Patrick Boucheron (p. 31). Entonces, el poder ejerce el miedo. Es capaz de nombrar lo innombrable, de señalar, de dar cuerpo a esa amenaza. La república de Siena le da el nombre de señoría y los rasgos del diablo cornudo 18 El miedo pero, al igual que las democracias contemporáneas, se topa con numerosos adversarios. El gobernante debe unificarlos, calificarlos para combatirlos mejor y para sugerir mejor la inminencia del peligro que une y fortalece. En esto, el fresco de Lorenzetti es un relato sobre un combate incierto cuyo fin no está dado de antemano. Es una forma de recordar la incertidumbre que caracteriza a la república. Además, Corey Robin y Patrick Boucheron recuerdan la existencia de varios miedos –uno vertical (que se basa en las desigualdades y las estratificaciones dentro de la sociedad) y otro horizontal (fundado en el temor que viene de afuera), o también uno interno y otro externo–. Corey Robin retoma la imagen de Hobbes según la cual el miedo tiene dos miradas: una dirigida hacia el enemigo externo y la otra hacia el interno. Ahora bien, el ardid del poder es ante todo instrumentalizar la amenaza externa contra los disidentes internos. La astucia es “utilizar la amenaza de los enemigos de afuera como pretexto para reprimir a los enemigos de adentro”10. Pero el diálogo entre ambos revela algo más: en democracia, cuando el gobernante pone en la mira la amenaza externa, esta última suele ser designada como un relato sobre el futuro. El poder mira a lo lejos pero sobre todo lejos en el tiempo. Se ejerce produciendo cierta visión del futuro y de sus amenazas. El gobernante asusta y calma probando constantemente su dominio del tiempo y, en cierta manera, de la historia. Nuestros dos autores no se contentan con esta única reflexión sobre el lugar que tiene el miedo en el ejercicio del poder, sea cual fuera el régimen y sea cual fuera la ideología a la que este responde. Se detienen en las tecnologías concretas de ese ejercicio. Insisten, de alguna manera, en las maneras de administrar el miedo. 19 Patrick Boucheron y Corey Robin Administrar el miedo Si el miedo se despliega plenamente en el ejercicio del poder, entonces, supone una forma de infraestructura, para retomar los términos del intercambio entre los autores. El miedo es alimentado por un trabajo político. Las intervenciones y contribuciones de Patrick Boucheron y Corey Robin hacen surgir un abanico de dispositivos susceptibles de introducir y mantener ese estado de alerta. En el centro de su libro Conjurar el miedo, Patrick Boucheron coloca una imagen. El fresco de Lorenzetti no solamente lo marcó de una manera fundamental, sino que lo que le interesa directamente es su poder de generar estupor. Su libro contribuye a una historia que toma como fuentes las representaciones iconográficas. Patrick Boucheron convierte esa pintura mural en un médium político que impone una visión de lo real y en particular una visión del buen gobierno. Sin embargo, queda una pregunta abierta: ¿cuáles fueron los usos de ese fresco? ¿Pudo contribuir a imponer un orden político? Las interpretaciones y lecturas del fresco no constituyen el principal cuestionamiento del autor, más atento a la intencionalidad del pintor e incluso a la producción de la obra en su contexto. De todos modos, parece evidente que las imágenes contribuyen al ejercicio del orden y a la administración de la ciudad. Estas últimas pueden –en especial en un contexto de alerta permanente– mantener la cohesión, en el momento en que el gobernante logra mostrarse como amo de la situación, apto para controlar cualquier forma de aprensión. Por su parte, Corey Robin repite con fuerza que no se puede hablar de miedo en política sin recordar el rol 20 El miedo de las instituciones (políticas, ideológicas, culturales) y su capacidad para estructurar el miedo de los ciudadanos. El libro de Corey Robin fue publicado algunos años después del 11 de septiembre de 2001. Es evidente que, directa o indirectamente, está vinculado a los debates sobre la seguridad nacional estadounidense (y particularmente a la Patriot Act de octubre de 2001) que siguieron a los ataques terroristas. Pero los Estados Unidos modernos –como gran cantidad de Estados occidentales– no esperaron el comienzo del siglo XXI para dotarse de una administración susceptible de mantener a la población en alerta. ¿Cómo puede conservar una administración esta tensión de forma constante? Esta pregunta remite al ejercicio contemporáneo del poder. En el proceso de racionalización del mundo, el miedo tiene su lugar. El miedo está constituido por lo que no se sabe y en especial por la incertidumbre respecto a lo que puede pasar. Ahora bien, el ejercicio del poder, en el marco de sociedades informadas, puede apoyarse en parte en esta incertidumbre. En efecto, la inquietud se basa en la incertidumbre. Las políticas del riesgo (ya sea sanitario, industrial e incluso terrorista) se basan en una forma de conocimiento y de circunscripción de lo que no se puede saber. Y eso se hace a fin de reducir la incertidumbre. Estas políticas suponen un trabajo administrativo susceptible de producir una nueva pericia y también de tener a la población en vilo. Este trabajo administrativo recuerda el advenimiento –probablemente desde el surgimiento de las guerras totales en el siglo XX– de una nueva razón de Estado, asociada ya no a la cuestión de la defensa nacional sino claramente a la de la seguridad nacional. De hecho, mucho antes de la 21 Patrick Boucheron y Corey Robin aparición del terrorismo globalizado contemporáneo, el siglo pasado conoció una ruptura respecto del arte de la guerra. La suerte de la guerra ya no dependió únicamente de los hechos de guerra de los militares sino, como lo demuestra Alexandre Rios-Bordes en su deslumbrante tesis, de la capacidad “del conjunto de la nación para preparar, consentir o sostener un enfrentamiento global”11. De allí esta vigilancia permanente y global de las poblaciones. De allí el advenimiento de un Estado secreto que se estructura dentro de un Estado democrático liberal al tiempo que niega sus propios cimientos: deliberación, transparencia y publicidad. Aunque Patrick Boucheron hace del miedo “una piedra de toque para juzgar el carácter autoritario o no del poder” (p. 50), el miedo es sobre todo un indicador de las ambigüedades del ejercicio del poder, especialmente en las sociedades democráticas. El miedo pone de manifiesto el carácter extremadamente delgado de la frontera entre poder autoritario y poder liberal, entre tiranía y democracia. Como se habrá comprendido, el ejercicio del miedo ilustra claramente la relación gobernante-gobernado moderna. El miedo esclarece de una forma relativamente inédita la actividad misma de gobierno y sus estructuras de poder. Pero quedan preguntas: ¿por qué estudiar un objeto como este a comienzos del siglo XXI? ¿Por qué así, por qué ahora? El recorrido por las obras de Corey Robin y Patrick Boucheron permite adivinar el lugar que tiene la emoción en el trabajo de las ciencias sociales. Corey Robin trabaja sobre el miedo poco tiempo después del 11 de septiembre de 2001; Patrick Boucheron explica a los estudiantes que acuden a hacerle preguntas: “Uno no elige sus temas, esa imagen me mira desde hace 22 El miedo mucho tiempo”. El investigador siempre tiene un vínculo particular con su objeto, el que lo interpeló y muy a menudo lo emocionó. Incluso podemos preguntarnos si la atención que se le presta a las emociones en historia, en sociología o en ciencias políticas, no está vinculada con esta nueva reflexividad del investigador. De alguna manera, comprendiendo el vínculo que une al investigador con su objeto y esa parte de subjetividad, habría sido posible transformar las emociones en objetos de estudio. Por último, plantear esta pregunta equivale a preguntarse sobre el gobierno de sí del investigador. Las ciencias sociales –en cierta filiación positivista– pudieron hacer creer que se debía mantener las emociones a distancia. Claramente ese tiempo se terminó. Las ciencias sociales contemporáneas colocaron a los investigadores dentro de la investigación, así como se puede decir que el pintor forma parte del cuadro. Por lo tanto, conviene detectar el miedo, la alegría, el desagrado del investigador al continuar y ampliar una discusión abierta sobre la neutralidad axiológica y la importancia de la relación con los valores. ¿Qué lugar tienen las emociones en ese sutil equilibrio entre distancia y estrecho contacto, entre familiaridad y extrañeza? Hay que retener sobre todo que la emoción forma parte de la investigación en ciencias humanas y sociales. Y el miedo en primer lugar. Se puede pensar en textos canónicos –el diario de Malinowski12 y el miedo que comunica– o en testimonios más recientes13 que aluden al enojo, el miedo o la alegría en trabajos de campo. No sabemos si hay un “giro emocional” en ciencias sociales. Probablemente esta sea una expresión trillada. Lo cierto es que este descubrimiento de la parte de la emoción del investigador y esta introspección 23 Patrick Boucheron y Corey Robin hicieron que el historiador, el sociólogo y el politólogo se volvieran aún más atentos a las emociones. Si la emoción alimenta la investigación, esta puede convertirlo en un formidable objeto. Renaud Payre 24