FACULTAD DE MEDICINA ÁREA SALUD Y SOCIEDAD SALUD Y SOCIEDAD II PROCESO VITAL HUMANO PROCESO SALUD/ENFERMEDAD: UNA NUEVA PERSPECTIVA Conferencia presentada en el seminario marco conceptual para la formación de profesionales de la salud” U. Nacional 1993. Dr. Saúl Franco[1] Tomado de: PROGRAMA UNI ­ RIONEGRO Administración municipal de Rionegro u. de a. ­ comunidad de Rionegro Fundación kellogg Uni ­ salud Voy a dividir esta ponencia en tres partes: Una breve introducción que trata de precisar algunos aspectos de contexto, una segunda parte acerca de la vida y del proceso vital humano y una reflexión final centrada sobre las implicaciones de estos planteamientos, tanto en los procesos de formación personal, como en la práctica sanitaria en nuestro país. En primer lugar, la nueva perspectiva, la vida, es al mismo tiempo la más antigua. Pretendemos colocar la vida como el centro de la reflexión, el objeto del conocimiento, el objeto del saber, el quehacer en salud. Esta reubicación, este emplazamiento representa toda una transformación de los espacios intermedios del saber y de la práctica. Lo que estamos haciendo es reafirmar la vida frente a muchos otros valores frente a muchas otras realidades que la sociedad quiere hoy colocar en el centro de las preocupaciones como el objetivo del saber. Fundamentalmente, privilegiamos la vida frente a cualquier tipo de mercado. La suprema prioridad y el objetivo de la sociedad no es el mercado, no es la mercancía, sino la constitución, la defensa y la continuidad de la vida humana, y en lo que a nosotros se refiere especialmente frente al mercado en el territorio sanitario, o sea frente a la conversión de la salud y de la enfermedad en mercancías de altísima rentabilidad por múltiples vías: medicamentos, seguros, insumos, tecnología, etc. Se trata de la entronización de la salud y de la vida como valores supremos que están por encima de cualquier otro valor. Los otros valores han logrado invadirnos de tal manera que hoy resulta muy difícil hacer un discurso de la vida, significativo y realista frente a estos otros discursos que mueven cantidades de dólares. Se sabe, por ejemplo, que el mercado de medicamentos mueve a nivel mundial en este momento más o menos 166 billones de dólares al año, en este punto sólo es comparable, tal vez, con el mercado de la coca, o con el de las tecnologías electrónicas. Ahora bien, no solamente se trata del emplazamiento de la vida frente al mercado, sino también de la vida frente a los otros valores hoy dominantes: el individualismo y el tecnologismo (sin subvalorar con ello el valor de la ciencia y de la tecnología). Así pues, la primera reflexión gira en torno a la nueva perspectiva de la vida humana como objeto central de la preocupación científica y social. En segundo lugar, hay que aclarar que dentro de los objetivos del seminario nos interesan las implicaciones de esta perspectiva de la vida humana dentro de los procesos de formación del personal dentro de la práctica de salud. Por último debe anotarse que la categoría de proceso vital humano, que hemos colocado como central y en la cual hemos venido trabajando desde hace algunos años, se propone únicamente como una herramienta metodológica para elaborar el marco conceptual adecuado e, inclusive para tratar de buscar alguna forma de ponerla en funcionamiento de hacerla manejable. En la medida en que la categoría es sólo un instrumento, lo importante no es discutirla en sí misma, sino que alleguemos niveles de realidad que nos permitan ampliar el espacio, y ver más claro y con mayor profundidad. Al iniciar nuestra primera reflexión debemos partir de afirmar la historicidad de los conceptos de salud y enfermedad, de la realidad y, por lo tanto, de las categorías con la cuales nos asomamos a las realidades de la salud, de la enfermedad, de la vida, de la muerte, etc. Hoy es relativamente fácil aceptar que la categoría salud no es una categoría atemporal, unívoca e invariable. Las prácticas sobre la salud y, correlativamente, el conocimiento y las prácticas sobre la enfermedad, no son realidades estándares universales y eternamente aceptadas, son realidades, y por tanto, categorías históricas y variables no sólo en función de la variación temporal sino, fundamentalmente, de sus variables en sus significados, de las variadas representaciones que la humanidad se ha hecho de ellas en los saberes y prácticas que hemos fabricado a propósito de estas realidades cambiantes, en función de las interacciones humanas que nos llevan a establecer relaciones hombre­hombre, relaciones sociedad­sociedad, relaciones hombre­riqueza, etc. Los conceptos y las prácticas frente a la enfermedad y a la salud tiene una variabilidad, no sólo temporal, sino una esencialmente articulada con las variaciones en las formas de entender nuestra interacción, en las formas de la distribución y circulación de la riqueza, en consecuencia, en función de las distintas representaciones que nos hacemos de nosotros mismos, de la naturaleza y de la sociedad. Nuestra segunda reflexión trata del morbicentrismo sanitario. La investigación en el campo de la salud ha estado, hasta ahora, fundamentalmente dominada por el afán del avance en el saber no propiamente de la salud sino específicamente de la enfermedad. Hemos trabajado con el fin de esclarecer la naturaleza y la atención de la enfermedad, de las enfermedades en general, o de las enfermedades en un momento histórico particular, tales como el cólera y el SIDA, para mencionar algunas de las preocupaciones centrales del saber sanitario. Este ha sido fundamentalmente un saber sobre la enfermedad. El saber sobre la vida ha quedado para los biólogos, o los filósofos, o los poetas. Pero el saber de la vida no ha tenido un estatuto de cientificidad al interior del saber médico. Ese “saber médico” se ha orientado fundamentalmente hacia la enfermedad, y, en este sentido, hablamos del morbicentrismo sanitario. En consecuencia la práctica sanitaria ha estado esencialmente dominada por la preocupación por enfrentar la enfermedad, por curar, rehabilitar, y en ocasiones, y más marginalmente por prevenir la enfermedad, en vez de promocionar la salud. Toda la estructura de los sistemas sanitarios ha sido reorganizada fundamentalmente para servir como barrera de choque a la enfermedad, y en el mejor de los casos, para enfrentar un poco o prevenir los niveles de incremento de estas patologías. Las prácticas frente a la salud, o a lo que hoy llamamos “la promoción de la salud”, han estado fundamentalmente marginadas. El discurso de la promoción de la salud es relativamente reciente en la historia de la humanidad. Los ritos de la vida, los ritos de la muerte y los ritos de la salud, han quedado muy por fuera de este territorio de lo que llamaríamos clásicamente el campo sanitario. La tercera consideración gira en torno a la categoría proceso salud­enfermedad, concebida como un avance desde el punto de vista de la concepción sanitaria. Vamos a considerar la categoría proceso salud­enfermedad como una de las categorías que logró concretar un gran avance en la comprensión de la “matemática’ de la salud. La consolidación de la categoría proceso salud­ enfermedad, llevada a cabo en la década de los 60 y 70, significó un adelanto muy grande en relación con el sanitarismo precedente, y especialmente con el modelo de la triada ecológica de todos conocida, así como con las teorías norteamericanas de Leavell y de Clark, y las teorías más recientes de origen canadiense y europeo. La categoría proceso salud­enfermedad logró en primer lugar, instaurar el concepto de proceso. Una cosa es analizar la naturaleza de la enfermedad: Otra, analizar procesos. El concepto de proceso es el concepto de todo lo contrario a lo estático, a lo inmóvil, a lo no modificable, y además indica relación. Si hablamos de proceso salud­ enfermedad, estamos articulando las relaciones internas de esa polaridad salud­ enfermedad y las relaciones que hacen posible esa relación y que se hallan mucho más allá del territorio bionatural. La integración de la idea de proceso a la conceptualización sanitaria implicaba, pues, un dinamismo nuevo en el territorio sanitario, el reconocimiento de una apertura a la relación dialéctica que se da entre salud y enfermedad. De este modo, la nueva categoría proceso salud­enfermedad establece esa dimensión, ese orden de relaciones y de interacciones mutuas, trayendo consigo un énfasis especial, justamente, sobre la salud. Ya la preocupación no era la comprensión y el discurso de la enfermedad, sino la comprensión y el discurso del proceso salud. Cuando esta categoría comenzó a imponerse, Henry Sigerist, quien fue la primera persona que habló de promoción de la salud, comenzó a considerar que este era un campo de posibilidad en el territorio sanitario y que no solamente era posible curar y prevenir, sino que también era posible promocionar la salud. Surge entonces, la categoría proceso vital humano. ¿En qué avanza, o en qué pretende avanzar esta conceptualización? tratemos de sintetizarlo en estos puntos: En primer lugar, reafirmación del concepto de proceso, que a mi juicio, fue una variación fundamental que permitió afirmar que estas realidades ni son realidades estáticas ni son realidades insulares, sino que son realidades interarticulares, en movimiento, en permanente transformación. Así pues, hablar de proceso vital humano, en la medida en que implica recuperar y reafirmar la importancia de esta dimensión proceso, permite abrirse a otras disciplinas y a otros campos del saber. Ahora bien, el hecho fundamental o la categoría básica es la vida. La vida es, pues, el hecho elemental; el objetivo central que se pretende al definir el objeto del que hacer de la medicina, o de la enfermería, o de la odontología, o de la estructura sanitaria, o de los servicios de salud, no solamente es la curación de la enfermedad y su prevención, sino la vida. En primer lugar, la vida, como organización de la materia, para los que la han estudiado con profundidad, para los que se han ganado un Nobel pensando en eso, como Jacob, es fundamentalmente un proceso organizativo, es la expresión más organizada posible de la materia, es la materia organizada, con capacidad de integración, de cohesión. Vida en cierta forma quiere decir organicidad, funcionamiento sistemático, orgánico, complementariedad de funciones, organización interna. La vida es la fuerza integrada, articuladora, la fuerza que hace posible la defensa frente a las fuerzas que están tratando de establecer un orden atomizado de destrucción, de división. La vida es una fuerza de aproximación, es una fuerza de coherencia interna orgánica, entre los distintos seres vivientes. La vida es, pues, como un impulso. En términos filosóficos también podemos decir que la vida es principio; en términos físicos podemos decir que la vida es energía. La vida no es solamente suma de seres vivos, la vida es como el principio, aquello que le da naturaleza, que le da fuerza, que le da color, es aquello que le da vida a las cosas. La vida es este impulso, esto de desconocido que nos mantiene en permanente movimiento y que nos permite relacionarnos. De esta manera, abordamos su dimensión complementaria: ‘la vida humana, en efecto, el objetivo del que aquí hablamos no es la vida en abstracto, no es la vida en general; el objetivo fundamental que planteamos para el territorio sanitario como objetivo del saber y de la práctica es la vida humana. La pregunta es entonces: “¿Qué es lo específico humano?” “¿En dónde está la especificidad entre una vida humana y una vida no humana?” Podríamos decir cosas muy simples. Lo humano como conciencia, o como capacidad reflexiva, como producción de valores, como historia, como conjunto de representaciones, como interacción con otros “yo”, o relación con otros constituyendo conjuntos, constituyendo sociedades, de transmisión valorativa o de rupturas con los órdenes de valores establecidos, o también relación con la naturaleza. Lo específico humano está relacionado con la racionalidad, con la cultura como construcción de valores, símbolos y representaciones que recibimos y transmitimos. Porque esto es fundamentalmente la vida. La vida es un continuo, la vida existe o se da, se hace posible por la continuidad, y en cierta forma, la gran responsabilidad del humano es hacer su parte por la continuidad de la vida. La convivencia es una necesidad intrínseca del ser humano para la continuidad de su vida, no es una opción; necesidad que, además, puedo sistematizar, racionalizar y convertir en dolor, placer, etc.; es una necesidad interna del “yo”. Ahora bien, lo humano, al establecer relaciones “inter” ­ interpersonales, intersociales, etc.­ establece un juego de poder. Esto es algo fundamental, el territorio humano es un territorio de juegos de poderes, de una cantidad de lo que Foucault llama, “los micropoderes y los macropoderes”: macropoderes tales como el Estado, el ejército, la ciencia, etc.; micropoderes que cotidianamente sentimos en todas nuestras relaciones permanentes. En lo humano, en la realización de la vida humana juega un papel fundamental esta dimensión del poder. Dos reflexiones finales sobre este concepto de vida. La primera sobre la muerte. La vida implica la muerte. En cierta forma porque hay vida necesariamente tiene que haber muerte; es una condición esencial de la vida la existencia de la muerte. Pero la vida aparece, en tanto que es una realidad histórica, como una opción, como un esfuerzo de organización, y, como tal, guarda en sí misma la posibilidad de la descomposición, las fuerzas de unión, de cohesión, de integridad, de organicidad, están continuamente en proceso de descomposición. Por estar en esa tensión, la muerte siempre es una posibilidad de la vida, la muerte hace parte de esta dialéctica de la vida. Cuando hablamos de proceso humano queremos también decir que si en un extremo tenemos la vida, en el extremo contrario tenemos necesariamente incluida la temática de la muerte. Esto quiere decir que el territorio sanitario tiene también qué pensar en la muerte, qué trabajar la muerte; no podemos seguir huyéndole a la muerte, o simplemente aceptándola cuando acontece, sino que debemos darle una presencia distinta en la sociedad y en el territorio sanitario, si es que realmente aceptamos esta dimensión del proceso vital humano en su totalidad. Porque cuando nos referimos al proceso vital humano no podemos excluir, ni la realidad, ni la muerte. La muerte hace parte fundamental como límite “lógico”, como límite natural de la vida. Como reflexión final, es necesario recalcar que la vida no nos interesa solamente como una consideración genérica abstracta. La vida se da en un conjunto de condiciones de posibilidad, y esas condiciones de posibilidad son objeto del trabajo sanitario, en la medida en que se debe trabajar en la identificación, en la constitución y en la garantía de las condiciones que hacen posible la vida humana para la mayoría de la humanidad y de ser posible, para toda la humanidad. Lo que llamamos condiciones de vida, que por lo demás se traducen en estilos de vida, no es un elemento complementario sino que hace parte de este planteamiento. Trabajar en la defensa de la vida no es solamente trabajar en la organización de comités de derechos humanos, sino la defensa cotidiana de un conjunto de condiciones propias del territorio de la necesidad y del territorio de la utopía que hace posible la vida. La vida sólo es posible en la medida que estas condiciones se den. Consideremos ejemplos más concretos. Mi sobrevivencia implica procesos tan simples de necesidad como la alimentación, la vivienda, un ingreso que me permita los requerimientos básicos y el mejoramiento de un nivel de vida. También implica el derecho a la cultura, el derecho a la educación, etc. Estas necesidades y derechos toman la forma de las condiciones de las interrelaciones en las que me ubico, porque la vida humana es esencialmente convivencia, interrelación: toman, pues, la forma de las condiciones de la equidad, de la justicia social y de algo que hoy es fundamental: la paz: Paz no sólo en el sentido de deponer armas, sino paz como una manera humanizadora más elaborada de relacionarnos, con más contenido, con más conciencia de la densidad histórica que cada ser humano lleva en sí mismo. Es decir que la persistencia de vida no es solamente eliminación de las muertes violentas. La lucha por la vida implica fundamentalmente la lucha por la defensa de las condiciones que la hacen posible. Dentro de esas condiciones habría que destacar esos dos niveles: las condiciones del territorio de las necesidades básicas y la lucha en el territorio de interrelación, del sueño, de la utopía, lucha que es fundamental. Estas son, pues, algunas de la dimensiones de lo que significa esto de proceso vital humano. Relacionándolo con la categoría anterior, podríamos decir que la categoría proceso salud­ enfermedad es una categoría intermedio que tiene su proceso al interior de esta otra realidad más amplia, más comprensiva, que son la vida y la muerte. Esta categoría de proceso salud­ enfermedad sigue teniendo su capacidad ilustrativa, pero pierde su sentido total, su articulación plena, si no está articulada a esta categoría mayor de vida­muerte, a la gran dinámica en la que estamos metidos. Nos compete la realidad de la vida, realidad que culmina o se destruye con la muerte, y al interior de ella, una cantidad de acontecimientos intermedios que se expresan como estados que se hallan terminados por el hecho de que ciertas condiciones de posibilidad de la vida se dan o se niegan. Llamamos enfermedad a la negación o disminución de estas condiciones. En la enfermedad la realización plena de la vida se halla dificultada, imposibilitada. La enfermedad es el estado en el cual esas condiciones de posibilidad de la vida están debilitadas, reducidas por dificultades que impiden el ejercicio pleno de mi energía y de nuestra energía colectiva. Enseguida me referiré a las implicaciones que un planteamiento de esta naturaleza puede tener en los territorios del saber, en el político y en el de la formación del profesional de la salud. En primer lugar, a nivel del territorio del conocimiento, la reubicación de la salud que con la categoría proceso vital­ humano proponemos, implica la necesidad de avanzar en lo que pudiéramos llamar las ciencias y las necesidades de la vida, tanto en sus dimensiones naturales como en sus dimensiones sociales. Y con esto, lógicamente, hay una necesidad de objeto, un imperativo categórico del ser vida que implica la complementariedad de saberes, que implica entre otros, los saberes de las ciencias sociales. Necesitamos, pues, un trabajo más abierto disciplinariamente. No podemos seguir trabajando en el territorio sanitario en el que hemos venido trabajando, sino que debemos trabajar en el territorio sanitario concebido como territorio vital. En este territorio vital necesitamos nuevas disciplinas y necesitamos fortalecer muchas de las que ya están: genética, biología en sí misma, embriología, etnología. Necesitamos mayor densidad en las ciencias mencionadas y, por eso, esto no es ninguna invitación a la negación de las ciencias naturales sino a la profundización. Necesitamos también una presencia más maciza, más orgánica, más rigurosa de las demás ciencias que nos dan cuenta de las otras dimensiones de la vida, ya que esta es interacción, es producto de procesos y es proceso en sí misma. Debe haber entonces una mayor interacción con ciencias como la economía, la antropología, la sociología, etc. Esto abre también territorios de investigación distintos, complementarios. No vale seguir dedicando el enorme arsenal de la investigación básica a las enfermedades. Hace un mes terminó en Ámsterdam el octavo encuentro anual de investigaciones sobre el SIDA. Allí se presentaron 4.785 investigaciones hechas en el último año sobre el tema. Necesitamos balancear más la investigación y orientarla más hacia la vida, hacia las condiciones que hacen posible la vida en distintos medios, en los distintos contextos, y este esfuerzo investigativo abre una cantidad de territorios que trascienden exclusivamente de la meta de la investigación sobre patología. Hay necesidad de esclarecer las condiciones de vida, y, fundamentalmente, las dimensiones de la posibilidad de la vida como realidad bio­natural, como interacción social hombre­naturaleza. Podríamos plantear, además, la necesidad de cambios fundamentales en la perspectiva de la muerte. Se debe volver a introducir la muerte en la preocupación científica, en la reflexión cotidiana, y en la cultura social. Se debe sacar la muerte de ese mecanismo un poco primitivo de negación en el que la mantenemos todos. Necesitamos una cultura distinta frente a la muerte, que nos lleve a una forma de relación distinta. La segunda dimensión que quiero plantear es la implicación político­social de esta reubicación de la vida. En la situación en que hoy vive el mundo es muy difícil encontrar una categoría de mayor densidad y de mayor posibilidad de convocatoria que la categoría de la vida humana. Porque hoy en día hay una suprema desvalorización de la vida en diferentes contextos. Por ejemplo, en una sociedad de 30 millones de habitantes como la nuestra, se presenta al año 25.000 casos de muerte por homicidio. La violencia ha creado nuevos factores sociales; el sicario, por ejemplo es la más moderna producción colombiana en cuanto a agentes sociales se refiere. Tenemos que pensar ya en la categoría masacre, aquel evento en donde hay cuatro o más muertes en un mismo hecho violento. Este año, hasta antes de ayer, iban en el país 84 masacres con 477 muertos. La masacre es uno de los componentes de la terrible tasa mortal que tenemos hoy. En Colombia es la violencia; en otros países, factores diferentes han conducido a la misma desvalorización. La idealización del trabajo como supremo valor de reconstrucción social y de poder social, llevó a Japón a esta patología. Hoy en día se mueren por sobre trabajo aproximadamente 10 mil japoneses al año. Ello significa la muerte de una persona, más o menos, cada 50 minutos durante todos los días y las noches del año. Hay entonces un subvaloración de la vida, ya no, como en el caso colombiano, por factores de violencia sino por la constitución de otro valor supremo: el trabajo. En otras sociedades los factores giran en torno al fenómeno del poder. Posiblemente las guerras sean la expresión más clara de la hipervalorización del poder que lleva de entrada la negación incluso de la vida, porque en las guerras se halla legitimada la acción de asesinar. Un ejemplo claro de este tipo de legitimaciones por el poder se puede leer en la declaración por parte de las Naciones Unidas de la Guerra del Golfo. Por distintos factores la vida sufre actualmente una subvaloración, está por debajo del poder, por debajo de estas relaciones sociales, y de valores como el trabajo, la mercancía, la riqueza, etc. Es necesario volver a orientar la fuerzas sociales hacia una recuperación del valor de la vida y construir lo que pudiéramos llamar una cultura de la vida que no sea sólo la cultura de la vida como el acto de existir sino la cultura de la vida como el acto de existir bien porque si bien en Colombia mueren 25 mil al año, en América Latina todavía no hemos podido evitar unas setecientas mil muertes evitables. Llamamos muertes evitables a las que se pudieran resolver mejorando las condiciones de posibilidad de la vida a veces con cosas tan simples como agua, servicio asistencial, buen aire, etc. En este momento en América tenemos anualmente, más o menos, setecientas mil muertes evitables. Es preciso reivindicar las condiciones que hacen posible la vida, condiciones como la educación, la alimentación, la vivienda, el empleo, la justicia, la equidad, la paz, etc. El interés social alrededor de esta convocatoria por la vida humana como valor supremo, aparece como una potencialidad político­social de enorme poder y de gran capacidad. Quiero insinuar dos o tres cosas respecto del significado de este último aspecto en los procesos de formación de personal. Posiblemente el impacto más grande sea el enriquecimiento del objeto propio. Al estudiante de medicina, de enfermería, de odontología, ya no lo formaríamos fundamental y casi exclusivamente para entender la racionalidad de la patología y la enfermedad, y para curar y rehabilitar, sino que lo formaríamos fundamentalmente para le comprensión y la defensa de la vida humana con sus procesos y las condiciones que la hacen posible. Esto implica un cambio bastante radical, porque en un territorio exclusivamente clínico o asistencial nos formamos con una conciencia exclusivamente clínica o asistencial pero si estamos en una institución programadora, planificadora, financiadora, tenemos una óptica de la vida y una forma de ser diferentes. No estamos negando el momento curativo; estamos ampliando la dimensión a un territorio dentro del cual queda ubicado en un espacio propio importante, pero en una dialéctica mayor, en un universo mayor, en una polaridad, en un orden de relación enormemente mayor. Ahí entonces, por lo tanto, tiene que haber un cambio de disposición fundamental. Las categorías que manejemos, los esfuerzos investigativos que emprendamos, el tipo de acciones que pretendamos hacer tanto al interior de la Universidad como en la interface universidad­sociedad tiene que modificarse fundamentalmente. Como segunda implicación encontramos que es necesario un mayor desarrollo de las diferentes ciencias y saberes y disciplinas que dan cuenta de la vida humana y de las condiciones que la hacen posible. Como tercera implicación de este proceso es la necesidad de cambiar los escenarios formativos. Hasta hoy, la preocupación ha sido fundamental en el enfrentamiento y en la prevención de la enfermedad. Por esta razón, los escenarios han sido fundamentalmente los centros y puestos de salud, los hospitales, los consultorios, etc. Necesitamos formar en otros escenarios, en donde la vida acontece; y la vida acontece en la calle, en la fábrica, en la casa, en la universidad, etc. Los espacios de reconocimiento del objeto y de las interacciones que tenemos que establecer rompen el relacionarnos con el hombre como sujeto enfermo, porque de esta manera nuestro objeto no es ya la enfermedad sino la vida. Y finalmente, como consecuencia lógica, a la luz de la conceptualización que estamos planteando aquí se hace necesario la formación de nuevos sujetos diferentes del médico en el territorio sanitario. En efecto, si necesariamente van a surgir nuevos sujetos sociales, el protagonista de la salud ya no va a ser el médico, sino la sociedad, y la sociedad elige o identifica quiénes, dentro de ella, son los que definen la vida, quiénes los que cumplen determinadas tareas. Si nos referimos al territorio de la promoción de la salud lo que vamos a necesitar en el futuro son promotores. En Colombia hay una tradición de promotores de la salud, sólo que hasta ahora ha estado reducida a un territorio del saneamiento ambiental clásico. Un planteamiento de los recursos humanos en el país debe reubicar este sujeto anónimo del promotor de la salud en un nuevo espacio, para que, en el nuevo orden racional establecido, encuentre otras posibilidades de expresión de práctica social. Estos nuevos agentes sociales, estos nuevos promotores de la salud y defensores de la vida van a tener una identidad, más que profesional, quizá social. Finalmente en la práctica sanitaria habría transformaciones fundamentales. Con una simple deducción podríamos entrever varias. Por ejemplo, la estructura sanitaria, de ser simplemente una estructura de la curación, o si mucho preventiva, pasaría a ser defensora de la vida, promotora de la salud. Partiríamos hacia una acción global mucho más amplia con algunas especificidades particulares sanitarias, y dejaríamos de ser entes burocráticos dedicados únicamente a un papeleo circular sobre acciones y funciones, nos abriríamos a otros temas, a otras realidades que vienen al lado de esta realidad de la vida, de la vida del individuo y de la vida de la sociedad. Respecto de la integración de las prácticas, hoy marginadas, o las prácticas no institucionales creo necesario, en un planteamiento de esta naturaleza, un cambio de actitud social frente a eso que hemos llamado los saberes tradicionales, o sea, la ruptura del saber formal y de las prácticas formales y la apertura, cada vez mayor, hacia estas otras prácticas. No se necesita un planteamiento vital para entender que estas otras prácticas tienen una gran cantidad de posibilidades que interpretan muchos valores y que pueden o deben ser integradas a un enfoque más global de la problemática sanitaria. Yo plantearía, partir de un enfoque como este y de una identificación de necesidades, el interrogante sobre el tipo de sujetos sociales que requiere una sociedad especial, para, en función de la respuesta, establecer o las mismas prácticas u otras, pero en un contexto nuevo. Sin embargo que quede planteado el interrogante. ¿Qué tipo de sujetos sociales pueden cumplir un papel más importante en esas tareas esenciales de promover la salud, defender la vida pero al mismo tiempo seguir curando, seguir rehabilitando, etc.? Esta pregunta podría incluso estimular el surgimiento de dichos sujetos sociales. En Colombia lo poco que llega en salud a muchos sectores ­y cuando decimos salud decimos curación, o intento de curación­ llega de la mano del sector no profesional. La ampliación de coberturas, que es hoy una obsesión de los servicios, se hace fundamentalmente sobre los hombros de sectores no profesionales: promotores rurales promotores de salud (en el sentido usual del término promotores), responsables de salud, gestores de salud, auxiliares de enfermería. Creo que es urgente que las universidades reconsideren eso. Es necesario integrar el sector sanitario enorme que cubre una cantidad de niveles a los que nadie más llega. Se debe abandonar la arrogancia académico científico­profesional por una respuesta más realista a las necesidades del país y del continente. En Honduras, el 70% de la promoción en salud la prestan las promotoras rurales de salud, las auxiliares de enfermería. Entonces me parece que necesitamos una modificación muy grande. Ahora bien, esto tiene implicaciones laborales de poder muy serias, y es probable que aún no estemos lo suficientemente maduros para asumirlas. [1] MD. Especialista en medicina social. Consultor Nacional de Ciencia y Tecnología y Recursos Humanos en Salud Organización Panamericana de la Salud.