16 de marzo de 2015 — buzos www.buzos.com.mx 45 Escafandra Los santos inocentes, de Miguel Delibes Ángel trejo RAYGADAS / Periodista - escritor un prolongado ronquido y, casi inmediatamente, el señorito Iván sacó la lengua, una lengua larga, gruesa y cárdena, pero el Azarías ni le miraba, tan sólo sostenía la cuerda, cuyo cabo amarró al camal en que se sentaba y se frotó Ilustración: Carlos Mejía El escritor español Miguel Delibes (Valladolid 1920-2010) recurre al habla popular de la región de Castilla para denunciar en las páginas de su novela Los santos inocentes (1981) la prevalencia de feudalismo en la España rural de Francisco Franco. Una prosa de estructura aparentemente desbaratada, cuyo único artificio retórico es la repetición deliberada (anáfora) para atribuir el relato oral a una tercera persona que habla como los personajes. El efecto de este lenguaje es brutal de principio al fin de la historia, el cual ocurre cuando Azarías, campesino idiota, hermano de La Régula y cuñado de Paco el Bajo –familia agraria al servicio La Marquesa y sus hijos- decide colgar de un árbol al señorito Iván porque en la jornada matinal de caza éste le había matado un grajo domesticado que era su principal afecto. La venganza de Azarías se suscita por esta infracción y no con obediencia al despido laboral que sufrió por cuenta de la familia del Gran Duque después de 60 años de servicios impagos. La historia de Los santos inocentes está ubicada en los años 60 del siglo pasado y Delibes –jurista, periodista, autor de otras 19 novelas, cinco de cuentos y 30 más de viajes, cacería y artículos periodísticos- la cuenta en menos de 100 páginas, mediante el uso de un realismo desnudo y certero que recuerda al utilizado por Camilo José Cela en La familia de Pascual Duarte (1942). Cuando la realidad se integra a la literatura los sistemas ideológicos se derrumban, como lo evidencian estas novelas de Delibes y Cela, en cuyas vidas cotidianas pasaron por intelectuales orgánicos del franquismo, pero no la mayoría de sus mejores textos literarios. En la escena final de Los santos inocentes Azarías está trepado en un árbol para colocar las trampas -palomos ciegos- que atraerán a las aves de caza que el señorito Iván derribará con su escopeta. Cuando Azarías lanza hacia abajo la soga que habrá de mover los cebos, lo que envía no es un cabo llano sino un lazo con nudo corredizo que cae sobre la cabeza de su patrón. Es entonces cuando Azarías –cuenta Delibes: tiró de él con todas sus fuerzas, gruñendo y babeando, el señorito Iván perdió pie, se sintió repentinamente izado, soltó la jaula de palomos y ¡Dios… estás loco… tú, dijo ronca, entrecortadamente, de tal modo que apenas si se le oyó y, en cambio, fue claramente perceptible, el áspero estertor que le siguió, como una mano con otra y sus labios esbozaron una bobalicona sonrisa, pero todavía el señorito Iván, o las piernas del señorito Iván, experimentaron unas convulsiones extrañas, unos espasmos electrizados, como si se arrancaran a bailar por su cuenta y su cuerpo penduleó un rato en el vacío hasta que, al cabo, quedó inmóvil…