“Ecclesia de Eucharistia”, nueva encíclica de Juan Pablo II (Resumen) Aceprensa. Servicio 57/03. Juan Pablo II ofrece en su última encíclica un compendio de la doctrina cristiana sobre el sacramento de la Eucarística y, al mismo tiempo, hace una llamada de atención ante algunas arbitrariedades y abusos en la liturgia que se han introducido en distintos lugares. Pero se diría que lo que pretende con Ecclesia de Eucharistia es, sobre todo, despertar en los cristianos “asombro y gratitud” ante el misterio de la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino: un misterio que es fuente y cima de toda la vida cristiana. 23/04/2003.- El Papa firmó la encíclica Ecclesia de Eucharistia, la número catorce del Pontificado, el pasado 17 de abril, Jueves Santo, durante la misa in Cena Domini que celebró en la basílica de San Pedro. El objetivo ha sido “involucrar más plenamente a toda la Iglesia en esta reflexión eucarística, para dar gracias a Dios también por el don de la Eucaristía y del sacerdocio: ‘Don y misterio’”. Rescate de los sacramentos Si hubiera que situar esta nueva encíclica en un contexto más amplio, se podría decir que –aunque es un Pontificado activo en todos los frentes– en los últimos años se nota un acento especial hacia la “recuperación” de los sacramentos y de la práctica de la vida cristiana. Es el mensaje explícito de la carta apostólica Novo millennio ineunte (del 6 de enero de 2001; ver servicio 2/01), con la que se concluyó el Gran Jubileo del año 2000; de la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (del 16 de octubre pasado; ver servicio 135/02), con la que impulsa la difusión de esta devoción e instituye un Año del Rosario, y de textos disciplinares como el motu proprio Misericordia Dei (7 de abril de 2002; ver servicio 64/02), que recuerda algunos aspectos esenciales de la celebración del sacramento de la penitencia. En este caso, el Papa quiere poner la Eucaristía en el centro de la atención de la Iglesia y de cada uno de los fieles. “Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el ‘programa’ que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización. Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre”. Luces y sombras Aunque responde a esas situaciones concretas, el contenido de la encíclica es eminentemente propositivo, incluso para el ecumenismo. El Papa presenta qué nos dice la fe sobre la Eucaristía, sacramento en el que el pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo, misterio ante el que la inteligencia humana muestra sus limitaciones. Se extiende sobre el sentido de la Misa como renovación del sacrificio de la Cruz; habla del sacerdocio, que lo hace posible, de la relación de María (primer “tabernáculo” de la historia) con la Eucaristía y del decoro con que se deben seguir las normas litúrgicas, que “no son propiedad privada de nadie”. Junto a esa exposición de las verdades de fe no faltan referencias a situaciones negativas. En las primeras páginas de la encíclica se ofrece un cuadro de los puntos más afectados: “Hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convivial fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe”. El Papa añade que no se extiende detenidamente en esos puntos porque ha encargado a los organismos competentes de la Santa Sede la elaboración de un documento específico, de carácter jurídico, que tratará del cumplimiento de las normas litúrgicas, etc. Abusos litúrgicos En este punto el Papa constata que a partir de los años de la reforma litúrgica que siguió al concilio Vaticano II, y por un mal entendido sentido de la creatividad, se han producido abusos que han provocado malestar en muchos fieles. Se presentaban como reacción al “formalismo”, pero han provocado arbitrariedades y han introducido innovaciones no autorizadas. “Siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios”. La Penitencia y la Eucaristía, sacramentos vinculados El Papa observa que la Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. En este sentido, se refiere a las condiciones que debe reunir el fiel para recibir la comunión, concretamente la confesión de los pecados graves. “Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, ‘debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal’”. El juicio sobre el estado de gracia corresponde solamente al interesado, pues es una valoración de conciencia. “No obstante, en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a los que ‘obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave’”. El Papa concluye la encíclica, escrita en el Año del Rosario, con una amplia referencia a la profunda relación de la Virgen María con el misterio de la Eucaristía. “En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor”.