Guía de estudio y celebración para las PEQUEÑAS COMUNIDADES ECLESIALES DIOCESANAS DIOCESIS DE VALLEDUPAR Comisión Diocesana de Pequeñas Comunidades 2 INDICE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32. 33. 34. De la Resurrección a la Ascensión La Ascensión del Señor I La Ascensión del Señor II Preparación para la venida del Espíritu Santo Reorganización de los Doce apóstoles I Reorganización de los Doce apóstoles II Pentecostés. Venida del Espíritu Santo I Pentecostés. Venida del Espíritu Santo II Pentecostés. Venida del Espíritu Santo III Naturaleza de la Iglesia. Origen y significado del bautismo cristiano. Vida interna de la Comunidad naciente: La enseñanza. Vida interna de la Comunidad naciente: La comunión de vida. Vida interna de la comunidad naciente: La fracción del Pan. Vida interna de la Comunidad naciente: La Oración Vida interna de la Comunidad naciente: Los prodigios Nombramiento para servir: Diaconía de los Siete Conversión y vocación de Pablo I Conversión y vocación de Pablo II Conversión y vocación de Pablo III Pablo y la Comunidad de Filipos I Pablo y la Comunidad de Filipos II Pablo y la Comunidad de Tesalónica Pablo y la Comunidad de Berea Pablo y la Comunidad de Corinto Pablo contra la magia y el sincretismo Introducción a las cartas a las Iglesias del Apocalipsis La Carta a la Iglesia de Éfeso La Carta a la Iglesia de Esmirna La Carta a la Iglesia de Pérgamo La Carta a la Iglesia de Tiatira La carta a la Iglesia de Sardes La Carta a la Iglesia de Filadelfia La Carta a la Iglesia de Laodicea 3 4 Introducción. Con la presente cartilla elaborada desde la Delegación Diocesana de Pastoral Bíblica pretendemos ofrecer el material de estudio que necesitan las Pequeñas Comunidades Diocesanas en la tercera etapa de su formación: Comunión y Participación Este estudio presupone el conocimiento determinados conceptos y realidades bíblicas que son necesarias para captar la información que pretendemos ofrecerle, conocimiento que se ha ido adquiriendo a través de a las Cartillas de la Historia de Salvación correspondientes a la primera etapa y la del Discipulado de la segunda etapa. Hemos dividido el estudio en dos partes: a) En la primera haremos un estudio de las naturaleza y origen de las primeras comunidades cristianas según la tradición lucana1, más concretamente sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, haciendo referencia a otros libros bíblicos de interés en el presente tema. b) En la segunda parte haremos un estudio de las Iglesias del Apocalipsis. A lo largo de las dos partes iremos aplicando dicho estudio a nuestra realidad comunitaria y personal. Una novedad de esta cartilla es que hemos cambiado la metodología interna de estudio adaptándola a un nuevo estado de madurez intelectual que se le presupone a las personas que se encuentra en una etapa avanzada de su formación eclesial, por ello, hemos ampliado el estudio bíblico-teológico de los temas y suprimido las síntesis graficas. Estas síntesis quedan para que las personas las elaboren a partir de de lo captado en el estudio de la parte anterior y con la ayuda de las preguntas de reflexión y asimilación. 1 Es decir, la tradición que originó el Evangelio de san Lucas. 5 Igualmente dejamos a los miembros de la comunidad que preparen la celebración de Palabra que sigue a cada estudio a partir de textos que aparecen en dicho tema y que sean significativos para su vida comunitaria y personal. Esta cartilla acompaña la etapa de COMUNION Y PARTICIPACION, en la que aprenderemos a vivir en comunidad la comunión con la Santa Madre Iglesia, reafirmando nuestra fe y nuestro compromiso con ella, nuestra Comunión con el sucesor de san Pedro y con el Obispo, legítimo sucesor de los apóstoles que preside nuestra Diócesis y a construir esa Iglesia de modo corresponsable, hombro a hombro con nuestro párroco y con las demás expresiones auténticas y reconocidas que edifican la Iglesia. Se sella el compromiso con la Iglesia en la renovación de la experiencia de Pentecostés, un retiro marcado por el sacramento de la confirmación y el compromiso misionero, con el cual la comunidad entra en la siguiente etapa o etapa de la MISIÓN. 6 1. De la Resurrección a la Ascensión Después de la Resurrección Jesús se aparecerá en varias ocasiones a los discípulos. Veamos como se nos explica dichas apariciones según la tradición Lucana. Leer Hch 1,1-6 y Lc 24, 33-53 Tanto la forma como el contenido de Hch 1, 1-12 y de Lc 24, 33-53, manifiestan una serie de rasgos típicos , que caracterizan los relatos de “apariciones de Jesús a los discípulos” y que no se encuentran ni el relato del sepulcro vacío (Mc 16, 1-8; Mt 2,1-10; Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-19), ni en las apariciones a individuos particulares (Lc 24, 13 -35; Jn 20, 24-29). Características de las apariciones colectivas en el Evangelio de Lucas y en el libro de los Hechos de los Apóstoles son: a) b) c) d) Presencia del grupo entero de Jesús (ver Jn 20,1923), o de “los Doce” (ver Mt 28, 18-20 y 1 Cor 15, 5). Jesús los invita a reconocerlo como el mismo que habían conocido antes de la Pascua (ver Mt 28, 17; Jn 20, 20; Lc 24, 36ss; Hch 1, 3). Les confiere autoridad absoluta (ver Mt 28, 18; Jn 20, 21b; Lc 24, 49; Hch 1,4.8a). Los envía como mensajeros suyos (ver Mt 28, 19s; Jn 20, 22s; Lc 24, 47; Hch 1, 8b). Lucas concede a sus discípulos la autoridad suprema, Jesús les promete el don del Espíritu que habrán de recibir unos días más tarde (ver Lc 24, 49; Hch l, 5-5.8a). Es importante destacar como Jesús antes de la ascensión quiere durante el período de las apariciones continuar instruyendo a sus discípulos. Por ello aparece enseñándoles en Lc 24, 44-48; y Hch 1, 3b. En Hch 1,4 Jesús aparece comiendo en presencia de sus discípulos, con lo cual se quiere destacar la importancia de la Corporalidad de Jesús. Jesús no es un fantasma, es el Señor resucitado que después de la resurrección adquiere estas formas tan humanas como las 7 que había tenido antes de su muerte u resurrección y es que la humanidad de Jesús es vital para la vida de todo cristiano. En este texto adquiere un papel especial la figura de los apóstoles. Jesús los eligió movido por el Espíritu Santo, es decir, ya desde el principio de su ministerio. Jesús confirió a los Doce una posición muy particular, como se lee en Lc 6, 12s. La importancia de los doce apóstoles se debe al hecho de que ellos representan la continuidad entre el tiempo de la actividad de Jesús y el tiempo de la Iglesia. Testigos de la tradición de Jesús y, al mismo tiempo, sus transmisores (ver Hch 1, 22), los apóstoles son igualmente destinatarios de las instrucciones del maestro y sus autorizados representantes para el tiempo siguiente a la ascensión. Lo central de esta narración es la palabra de Jesús resucitado, que presenta el tema del libro (vv. 5-8). Sin previa preparación narrativa, nos encontramos de repente en medio del escenario de una comida (v. 4); y a continuación viene, sin más, el relato de la ascensión (v. 9). El autor del libro de los Hechos pretende causar en el lector la impresión de una unidad de espacio y tiempo. Una comida en común sólo es imaginable en una casa determinada, mientras que la ascensión, según la indicación que extrañamente se nos da después (v. 12), tuvo lugar en el monte de los Olivos. En una sola frase, formulada con toda precisión, Lucas nos da sintéticamente el significado de las apariciones. Aquí hay que resaltar unos cuantos puntos interesantes: a) Los destinatarios de las apariciones fueron los doce apóstoles, y sólo ellos. Esto supone una notable reducción con respecto a la serie, sin duda más antigua, que Pablo nos ofrece en 1 Cor 15, 5ss. b) El que se aparece es Jesús en persona. Y al «aparecerse a los apóstoles», establece con ellos una relación vital de comunión, totalmente nueva (ver Lc 24, 34; 1 Cor 15, 5). No es que los apóstoles tuvieran una «visión», en el sentido de una percepción sensorial tan agudizada que llegase a penetrar en el mundo del más allá; se trata realmente de una auténtica manifestación de Jesús. Este dato es capital para entender el testimonio que nos da el Nuevo Testamento sobre la resurrección; tan importante como la indicación de que Jesús resucitado, después de su pasión y muerte, se presentó como portador de una auténtica vida divina 8 imperecedera (ver Lc 24, 5; Hch 3, 15; Rm 14, 9; Ap 1, 18). La resurrección de Jesús no es un mero retorno a la existencia humana, limitada y corruptible, sino como la realidad auténtica de la vida definitiva. c) Jesús dio numerosas «pruebas» de la realidad de su resurrección. Este carácter demostrativo lo ve Lucas en el hecho de que Jesús se deje tocar por sus discípulos y come en su presencia (ver Lc 24, 39-43). Esta insistencia en el aspecto densamente corpóreo de la resurrección no se encuentra en los primeros escritos del Nuevo Testamento. La concepción de Lucas es comprensible en un horizonte polémico de rechazo al aspecto corporal de Jesús para remarcar en gran medida el aspecto espiritual. d) Jesús, ya resucitado, repite y recalca el gran tema de su predicación prepascual: «el reinado de Dios» (ver Hch 8, 12; 14, 22; 19, 8). e) El período de apariciones dura cuarenta días. Es éste un dato único en todo el Nuevo Testamento. Cierto que se puede deducir de 1 Cor 15, 8 que la comunidad primitiva concebía el tiempo de las apariciones del Resucitado como un período más bien reducido. En Hch 13, 31 se dice genéricamente que Jesús se apareció «durante muchos días». Una cosa que llama especialmente la atención es que esta precisión temporal no se repite en el relato concreto de la ascensión (ver Hch 1, 9-11). Y las conclusiones de la investigación sobre la historia de la liturgia llevan a un resultado parecido. Hasta bien entrado el s. IV, los calendarios litúrgicos no mencionan para nada una fiesta de la ascensión que se celebrase 40 días después de Pascua. La ascensión se consideraba, más bien, relacionada con la fiesta de Pentecostés, que cerraba el ciclo festivo pascual. El carácter esencial de este período es de preparación; los apóstoles tienen que estar pertrechados para su futura carrera. El 40 es uno de esos números redondos que tanto le gustan a la Biblia. En el Antiguo Testamento aparece especialmente cuando se trata de indicar un largo período de tiempo, que puede comprender de 8 a 100 días o años respectivamente. Además hay que contar con el valor simbólico que encierra este número, especialmente cuando se usa en sentido temporal. Y es indudable 9 que Lucas va en esta dirección. El contexto en que se encuentra la indicación lucana nos invita a pensar, ante todo, en los cuarenta días que Moisés pasa en la cumbre del Sinaí (Ex 24, 18). También aquí la precisa indicación temporal tiene carácter de preparación, tanto para recibir la revelación del Dios que le hace su plenipotenciario como para desempeñar luego su misión de proclamarla públicamente ante todo el pueblo. La convivencia de Jesús con sus discípulos durante cuarenta días difícilmente puede entenderse como una presencia ininterrumpida, algo así como una continuación de la vida en común que llevaban antes de Pascua. La formulación del v. 3 hace pensar, más bien, en una serie de apariciones a lo largo de esos cuarenta días, sin que al autor le preocupe mucho la cuestión de dónde estaba Jesús entre una aparición y otra. Si alguien le hubiera hecho esta pregunta, sin duda que habría contestado, en conformidad con todo el kerigma del Nuevo Testamento: «en el cielo». Los versículos 4 y 5 nos dan algunos detalles más sobre la convivencia del Resucitado con los apóstoles. La expresión «una vez que comían juntos» parece indicar que Lucas hace referencia a la escena contada en Lc 24, 36-43. La palabra griega que se usa en el v. 4 es única en todo el Nuevo Testamento y significa literalmente «tomar juntos la sal». La intención del narrador, sin embargo, no radica en las circunstancias puramente externas del acontecimiento, sino en las instrucciones que, con esta ocasión, el maestro da a sus discípulos. Estas instrucciones no sólo ofrecen un ejemplo más de que Jesús nunca dejó de proclamar el «reinado de Dios» (v. 3). Jesús recomienda a los discípulos que se queden en Jerusalén, aguardando a que se cumpla la promesa del Padre, es decir, la venida del Espíritu Santo. Lucas en este episodio quiere mostrarnos como los orígenes de la Iglesia están indisolublemente unidos a Jerusalén. Por eso, no contento con dar el mayor relieve al viaje de Jesús a Jerusalén (ver Lc 9, 51) y a la consumación de su vida terrena en la misma ciudad, construye toda la primera parte de Hechos en torno a los acontecimientos centrales que tienen lugar en Jerusalén. La ciudad santa, donde confluyen todas las expectativas y esperanzas escatológicas de Israel, es para Lucas un símbolo de continuidad. En el hecho de que Jesús y su Iglesia estén firmemente radicados en Jerusalén toma cuerpo la expresión de que en ellos se cumple la promesa hecha a Israel. Y 10 cuando, a pesar de todo. Dios deja que su Iglesia siga otros caminos que se alejan de Jerusalén, esto no significa que Dios haya faltado a su promesa, sino que Israel ha roto su fidelidad. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Cuáles son las características principales de las apariciones de Jesús? 2.- ¿Qué simboliza el numero cuarenta para la mentalidad bíblica? 3.- ¿Por qué nuestro autor da tanta importancia a la corporeidad de Jesús en las apariciones? ¿Cómo fue la Aparición de Jesús a sus discípulos? 4.- ¿Reconozco a Jesús que se me aparece en cada uno de mis hermanos? 5.- ¿Cómo acojo a Jesús en cada hermano, especialmente en los miembros de mi Pequeña Comunidad? 6.- Elabora una cartelera y elabora una síntesis para la vida de tu comunidad. 11 2. La Ascensión del Señor I Tanto el Antiguo Testamento como la tradición judía conocen bien este género de presentación. Una serie de personajes importantes, acabado el curso de su actividad terrestre, desaparecen corporalmente y son arrebatados al paraíso o al cielo. Leer 2 Re 2, 1-18 Es frecuente la referencia al rapto de Elías como acabamos de leer que nos aparece también en Eclo 48, 9-12 y 1 Mac 2, 58, etc.; y lo mismo se dice de Henoc (Gn 5, 24; Eclo 44, 16; Heb 11, 5, etc.), de Esdras (4 Esd 14, 9.49 -libro apócrifo) y de Baruc (Barsir 13, 3; 25, 1; 43, 2; 46, 1-7 –libro apócrifo). No cabe la menor duda de que Lucas conocía este tipo de narraciones. Más aún es bien probable que hubiese tenido conocimiento de una tradición que hablaba de la subida de Jesús al cielo directamente desde el sepulcro (Evangelio de Pedro 39s – libro apócrifo-). Pero, sin duda, el más adecuado campo de referencia para la presentación lucana de la ascensión son las historias de desapariciones de héroes y jefes, tan extendidas en el mundo helenístico, por ejemplo, Hércules, Empédocles, Ingenia, Platón, Aristóteles, etc. En el Imperio romano, la desaparición prodigiosa del emperador era considerada como un requisito para su divinización y, al mismo tiempo, resultaba un buen instrumento de propaganda con finalidad política. Sólo se divinizaba a un emperador si el senado romano lograba encontrar testigos que declarasen haberlo visto subir al cielo. Así sucedió con Augusto, Claudio y Drusila; los testigos juraron haber visto con sus propios ojos como subían al cielo de entre las llamas de la pira crematoria. El esquema de este género narrativo consta de los elementos siguientes: a) b) c) Desaparición repentina, Nube que oculta o transporta al personaje. Signos cósmicos (truenos, relámpagos, eclipses de sol, terremotos, águilas ascendentes) 12 d) e) f) Presencia de testigos Ratificación celeste (por medio del mismo personaje o por otras personas) Instauración de un culto al personaje divinizado. Desde luego que todas estas descripciones, ya desde los primeros tiempos del Imperio, no eran aceptadas sin más, sobre todo por la gente culta, como trigo limpio. Lo vemos claramente en las numerosas parodias a que dieron lugar. Pero aun sin creer en los detalles de toda esta escenografía, muchos elementos continuaban usándose por su alto valor simbólico. Se los consideraba como un lenguaje apropiado para expresar la convicción de la inmortalidad de una persona, su entrada en el ámbito divino y su permanente influjo en el curso de la historia. Nuestro hagiógrafo, relata la ascensión -que ya leímos en el anterior tema, y que iría bien volverlo a leer en este momento- no como un mero calco servil de las descripciones paganas. Más bien, Lucas encontró este elemento ya en la tradición, que interpretaba la resurrección como una exaltación: lo único que hizo fue ponerlo como broche de un relato de aparición. Sin duda que, consciente o inconscientemente, tuvo que introducir en su narración algunos elementos de las descripciones helenísticas. Y es fácil entender el por qué. Lucas escribe para un público que vive inmerso en una comunidad que conoce la cultura griega: nada mejor que todo este caudal de expresiones lingüísticas y de símbolos para transmitir de manera intuitiva el contenido de la fe cristiana, que reconoce a Jesús como exaltado a la condición de Dios. Los lectores de este relato eran capaces de ver en la nube un símbolo de la presencia de Dios que eleva a Jesús, y podían entender la subida al cielo como una manera de expresar la entrada de Jesús en su situación divina. De todas maneras, tal vez algún lector llegase a percibir un cierto deje de crítica polémica: esta desaparición no es como las apoteosis de los cesares romanos, es la entronización del autentico Señor del universo. Y así es realmente. El mismo Lucas, ya con ocasión del nacimiento de Jesús, lo había caracterizado con un título bien conocido en el culto a los emperadores, el título de Salvador del mundo (ver Lc 2, 11). 13 Nos encontramos, por tanto, con una narración que se atreve a presentar con toda osadía la exaltación de Jesús. Naturalmente que esta interpretación, como cualquier otra interpretación teológica que se sale de los carriles convencionales, tiene sus peligros. Lucas, al separar radicalmente la resurrección de la exaltación se acerca peligrosamente a una concepción de la resurrección que ve en ésta una mera vuelta de Jesús a su vida anterior y no el acontecimiento salvífico central y definitivo. Más aún, con su relato de la ascensión ha dado pie, sin quererlo, a una falsa interpretación de la exaltación de Jesús, como si esta fuera un acontecimiento sujeto a las leyes del tiempo y del espacio. Pero en definitiva, lo que realmente esta aquí en juego es nada menos que la concepción de la trascendencia de Dios. Preguntas de Asimilación y Reflexión 1.- ¿Cuáles son las características de los relatos de la ascensión de los grandes personajes en la antigüedad? 2.- ¿Nuestro autor se copia sin más de los relatos paganos de ascensión? 3.- ¿La nube es típica en los relatos de bíblicos como lugar de encuentro con Dios? ¿Recuerdas algún relato en las Sagradas Escrituras donde aparezca con claridad esta presencia de Dios en la nube? 4.- ¿Qué supone para tu vida este relato de la ascensión del Señor? 5.- Elabora síntesis grafica con las características principales de los relatos de la ascensión 14 3. La Ascensión del Señor II Nos encontramos en el ámbito próximo en que Jesús ascenderá a los cielos, pero antes tendrá un dialogo con los discípulos de máxima riqueza. Leer Hch 1, 6-12 En este texto nos encontramos ante un importante diálogo entre los discípulos que preguntan y Jesús que les responde. A través de este recurso literario, como es el diálogo, nuestro hagiógrafo quiere poner en boca de Jesús afirmaciones importantes, provocadas por la pregunta de sus interlocutores, y para orientar su comprensión en una dirección determinada (ver Lc 1, 34; 11, 45s; 12, 41; 17, 37; etc.). En nuestro texto la pregunta de los discípulos contiene, en realidad, tres preguntas distintas, a las que corresponden tres respuestas de Jesús: a) La primera pregunta se refiere al momento de la restauración escatológica: «¿Es ahora cuando...?». La respuesta de Jesús tiene dos aspectos: uno negativo y otro positivo. Por una parte, rechaza toda clase de cálculo sobre «tiempos y fechas» y, por otra, indica que Dios es absolutamente libre para decidir cuándo habrá de llegar la época definitiva. La determinación con que Jesús rechaza cualquier intento de establecer una especie de «planificación» apocalíptica del curso de la historia, a base de indicios intrahistóricos. Esta actitud de Jesús significa una toma de posición con respecto a la espera de la inminente llegada de los últimos tiempos. Lucas sabe perfectamente que la comunidad primitiva había interpretado el fenómeno de la resurrección como el comienzo inmediato de la era ultima de la historia. Para refutar esta idea, que hoy en día también encontramos en determinados grupos o sectas religiosas que nos rodean, nuestro autor pone en juego todo el peso de la autoridad de Jesús, haciéndole decir: Pascua no es el final; aún queda un cierto espacio de tiempo hasta que llegue la consumación. Espacio de tiempo que aún estamos viviendo. 15 b) La segunda pregunta concierne a la extensión que habrá de tener la salvación definitiva: «¿Vas a restaurar el reino para Israel?». También esta concepción pertenece al ambiente de los orígenes del cristianismo. Los primeros cristianos, provenientes del judaísmo palestinense, estaban convencidos de que ellos eran el verdadero y definitivo Israel; y vivían a la espera de que la palabra de Jesús, que reivindicaba las pretensiones del pueblo elegido, se cumpliese de un momento a otro, por medio de la conversión de todo Israel a la fe en Jesús. Y lo cierto es que esta idea no es totalmente ajena al mandato que Jesús da a los apóstoles de proclamar el evangelio «en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines del mundo». De hecho, Jesús no rechaza de plano estas expectativas; porque el evangelio se va a predicar en Jerusalén y en Judea, muchos israelitas van a entrar en el reino y aun la misma Iglesia va a ser el auténtico pueblo, el Israel definitivo. Lo que hace Jesús es corregir esa mentalidad: este Israel se va a transformar, va a adquirir una nueva configuración y ya no va a tener a Jerusalén como centro de su vida. La expresión «hasta los confines del mundo» orienta el camino de los testigos hacia Roma, capital de un imperio que abarcaba todo el mundo entonces conocido. La fórmula se hace eco de la promesa profética: «... te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra» (Is 49,6). c) La última pregunta se centra en el papel que el mismo Jesús va a desempeñar en todo este proceso: «¿Vas a restaurar tú el reino para Israel?». La conexión con las dos preguntas anteriores es manifiesta; porque, si es verdad que después de la resurrección de Jesús va a haber todavía un espacio de tiempo en el que sus enviados tengan que llegar a los confines del mundo, ¿qué clase de participación va a tener el mismo Jesús en esta serie de acontecimientos? El cumplimiento de su mandato, ¿no depende de su continuada presencia personal? La respuesta es bien clara: vendrá el Espíritu. Cierto que la parusía queda en una imprecisable lejanía; cierto que la presencia corporal de Jesús con los suyos toca a su fin; pero, a pesar de todo, los discípulos no van a quedar abandonados a sí mismos; el Espíritu Santo va a venir enseguida. No será ya Jesús, sino el Espíritu, el que permanecerá con los apóstoles. Y este Espíritu los acreditará como testigos del Resucitado. Lucas no puede concebir la actuación del Espíritu Santo sino como un testimonio sobre Jesús, es decir, como una 16 proclamación de las palabras y acciones del Jesús terrestre, que haga brotar por todas partes la fe. Si fuera realmente verdad que los discípulos, inmediatamente después de Pascua, habían escuchado estas recomendaciones como mensaje del Resucitado, resultaría incomprensible el desarrollo de la historia del primitivo cristianismo. Porque entonces, ¿cómo se puede entender que se llegase a esperar la inminente venida de la parusía? Y, sobre todo, ¿cómo es que la evangelización de los paganos llegó a ser aceptada después de tanto tiempo y después de tantas dificultades y conflictos como nos cuentan los capítulos 10-15 de Hch? Pero, a pesar de todo, las recomendaciones de Jesús a sus discípulos no son mera ficción edificante, sino todo lo contrario. Lo que aquí tenemos es un espléndido ejemplo de las cualidades de Lucas y de su autenticidad como historiador. Las frases que pone en boca de Jesús resucitado representan las decisivas conclusiones teológicas a las que había llegado el cristianismo en sus primeros decenios de existencia, a través de un proceso de experiencias y aprendizaje. Lucas quiere dejar bien claro que todo este proceso que llegó a destruir la convicción de una inminente venida del Señor, a aceptar la evangelización de los paganos y a crear formas, adecuadas de proclamación, es obra del Espíritu que no cesa de dar un testimonio vivo sobre la presencia de Jesús. Los relatos de Lucas pretenden exponer cómo se fue llevando a cabo este proceso. Por eso, las recomendaciones del Resucitado son igualmente un resumen del libro de los Hechos, cuyo tema principal es el camino de la Iglesia desde Jerusalén hasta los confines del mundo. Un camino erizado de dificultades y de cambios radicales en lo exterior, pero siempre dirigido por la presencia del Espíritu. Así es como la Iglesia, el verdadero Israel, se va configurando, según el designio eterno, como el auténtico pueblo de Dios, abierto tanto a los judíos como a los paganos. Apenas ha acabado Jesús de despedirse, cuando, a la vista de los discípulos, empieza a «elevarse» y enseguida una nube lo oculta a los ojos de los espectadores, que le van siguiendo con una mirada absorta hasta que desaparece en el cielo. El relato, que orienta su perspectiva en la dirección de la mirada de los discípulos, insinúa que los circunstantes quedan tan fascinados por el suceso, que no se dan cuenta de la presencia de dos hombres vestidos de blanco, hasta que éstos les dirigen la palabra. Los dos 17 personajes son esas figuraciones angélicas, tan frecuentes en la Biblia (ver Lc l, 26ss; 2, 9ss), cuya función consiste en interpretar acontecimientos extraordinarios de origen divino. Un esplendoroso vestido blanco es atributo frecuente de los seres celestes (ver 2 Mac 11, 8; Mc 9, 3, etc.). Las palabras de los dos personajes encierran una recriminación dirigida a los discípulos; quedarse ahí mirando nostálgicamente cómo el Señor desaparece, va contra las instrucciones que Jesús acaba precisamente de darles (v. 8). Lo que hay que hacer ahora no es lamentarse por la desaparición corporal del Señor ni ponerse a calcular «los tiempos y las fechas» que faltan para su segunda venida, sino cumplir su mandato: lanzarse al mundo. No se dice con esto que sea superflua la espera de una segunda venida del Señor en forma visible; al contrario, el hecho de haber visto a Jesús subir al cielo tiene que dar a los discípulos la seguridad de que va a volver. El tiempo entre la primera y segunda venida es un don que el Señor les ha confiado para que le saquen el máximo rendimiento. Es un tiempo dado a la Iglesia para difundir la buena noticia, para dar testimonio, para empapar este mundo con la palabra de Jesús, para transformarlo en un mundo redimido. El tiempo de la Iglesia es un tiempo encerrado entre dos grandes paréntesis, dos acontecimientos correlativos y en mutua atracción: la ascensión y la parusía (venida de los últimos tiempos.) Los discípulos aceptan la indicación de los dos personajes y se ponen en camino desde el monte de los Olivos hacia Jerusalén. Esta corta distancia se convierte así en la primera etapa del camino de la Iglesia a lo largo de la historia. Sólo en este momento se le dice al lector dónde se ha desarrollado la escena precedente. Y esta indicación no deja de tener un profundo significado; según el texto griego de Zac 14, 4 (LXX), será precisamente el monte de los Olivos el lugar donde un día el Mesías bajará del cielo. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Es intención de Jesús dar la fecha de los últimos tiempos, como tantas veces han dado las sectas religiosas de nuestro entorno? 18 2.- ¿La salvación es sólo para unos cuantos –p. ej. Los judíos- o para toda la humanidad? ¿Por qué? 3.- ¿Para nuestro autor donde comienza el camino de la Iglesia y hasta donde llega? 4.- La salvación que nos ofrece el Señor como un don, ¿cómo la vives en tu comunidad y como la haces llegar a los demás? 5.- Elabora síntesis con los puntos esenciales en que se diferencia los relatos de la ascensión para el mundo pagano y para el mundo bíblico? 6.- ¿Qué actualidad tienen para ti y tu comunidad las palabras que los ángeles dirigen a los Apóstoles? 19 4. Preparación para la venida del Espíritu Santo El autor del libro de los Hechos nos prepara para el acontecimiento inicial de la Iglesia con un sumario que pasaremos a leer. Leer Hch 1, 13-14 La forma literaria, llamada “sumario” (resumen), no es invención de Lucas; aparece ya en el Evangelio según Marcos, y precisamente en puntos centrales del relato, con la función de dar una visión sintética de la actividad de Jesús (Mc 1, 39; 3, 7s: 4, 33s. etc.). Ya anteriormente, en su primer libro, Lucas había echado mano de este recurso y lo había desarrollado con particular maestría, conviniéndolo en un procedimiento estilístico para marcar el ritmo interior de su narración (ver Lc l; 80b: 2, 40-51s: 4, 14s). Lo mismo hace ahora en Hch. Los sumarios le ofrecen una esplendida posibilidad de componer, a base de los fragmentos de fuentes v tradiciones sobre episodios particulares, una visión de conjunto unitaria, que de la impresión de totalidad. La intención de los sumarios es indicar claramente al lector que elementos de los respectivos relatos son verdaderamente importantes desde el punto de vista teológico e histórico. Los sumarios son auténticos pilares internos la vida de la primera comunidades que estamos estudiando, por ello nos aparecerán en diferentes ocasiones como paradigmas de la comunidad naciente. Así llegamos a Hch 1, 13-14. En cuanto a la forma, es un sumario colocado entre los dos relatos que componen el prologo del libro (ver Hch 1, 1-12; 1, l5-26): pero en su contenido apunta hacia el significado crucial del tiempo entre la ascensión y Pentecostés: tiempo de oración en común, tiempo de preparación de los discípulos para la venida del Espíritu. Es probable que, para la composición de este sumario, haya empleado Lucas elementos de la tradición. Además de una lista de los Doce, que ya aparece en Lc 6, 14ss, es posible que haya tenido información sobre la pertenencia a la comunidad de Jerusalén de algunos miembros de la familia de Jesús. Pablo, concretamente, 20 dice haber conocido por la tradición una aparición de Jesús a su pariente Santiago (ver 1 Cor 15, 7). La escena que hemos leído, es un resumen sintético y muy vivo, que nos presenta a la comunidad reunida en oración y a la espera de la venida del Espíritu. El lugar es una sala del piso superior. Las casas grandes tenían debajo del tejado raso una habitación suplementaria, a la cual se podía subir sólo por una escalera exterior: esta habitación, al revés que la gran sala del piso de abajo, no estaba acondicionada para los usos normales de la vida diaria (dormir, cocinar, comer, etc.). Es una habitación tranquila, a la que uno se retira para orar o para estudiar la Escritura (1 Re 17, 19ss: 2 Re 4, 10s: Dn 6, 11); es el lugar preferido de los rabinos para sus reuniones. En este caso en que no queda muy definida de qué casa se trata, el autor sagrado pretende, como se ve en otros muchos casos del Nuevo Testamento (ver el «monte» en Mt 5,1), dar una sencilla indicación espacial (ver Lc 22, 12; Hch 10, 9; 20, 8). La lista de los once apóstoles, que hemos leído anteriormente, es casi igual, salvo algunas alteraciones en la sucesión de los nombres, a la que se encuentra en Lc 6, 14ss. En este pasaje del evangelio encabezan la lista los mas representativos del colegio de los Doce, y precisamente por orden de vocación: los primeros son los dos hermanos Simón Pedro y Andrés (ver Mc 1,16), siguen los otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo (ver Mc 1, 19: Lc 5, 10). En nuestro texto, en cambio, la presentación está determinada por la relevancia de los personajes y por el orden con que van a ir apareciendo a lo largo del libro de los Hechos de los Apóstoles. En primer lugar, Pedro (mencionado sólo con el nombre de «piedra», que le puso Jesús para significar su función) y Juan, a quienes en seguida (ver Hch 3, 1-7; 8, 14) vamos a encontrar en posición relevante; viene después Santiago, el protomártir de los apóstoles (ver Hch 12, 2). Sin embargo, no sabemos por qué se adelanta la mención de Tomás, que pasa del puesto 8" al puesto 6". Falta el nombre del traidor, Judas Iscariote, que en Lc 6, 16 cerraba la lista. ¿Qué pasó con este sitio que había quedado libre? Nos lo va a contar el próximo episodio (ver Hch 1, 15-26). 21 En el v.14 a una frase de distancia —lo que no deja de ser significativo— se mencionan otros dos grupos: las mujeres y la familia de Jesús. El primer grupo son las mujeres que habían seguido a Jesús, y a las que Lucas, en su evangelio, presta una especial atención (ver Lc 8, 2s; 10, 38-42; 23, 49-55; 24, 10). Destaca su interés por María, la madre de Jesús. Para nuestro hagiógrafo, María es la figura clave en el evangelio de la infancia, especialmente en Lc 2. Ella es la principal testigo de los primeros años de Jesús: «conserva» el recuerdo de los acontecimientos y los «medita en su interior» (Lc 2, 19). María es presentada como ya vimos en la cartilla del discipulado, como la discípula por excelencia, que tipifica el modelo de cómo tiene que ser un discípulo de Jesús. Esta presentación corresponde exactamente al criterio que se establece en Hch 1, 22 para considerar a uno como testigo de Jesús. Puede ser que Lucas haya trazado una figura de María teológicamente bastante idealizada en algunos de sus rasgos; pero no cabe duda que María pertenece por derecho propio a la naciente comunidad cristiana. La existencia de tradiciones muy antiguas, de origen judeocristiano, que podrían reflejarse tanto en Lc 1, 26-38; 2, 1-20 como en Jn 2, 1-11; 19, 26s, nos da un fundamento razonable para llegar a esta conclusión. Sobre el resto de su vida, así como de su infancia, la fantasía popular se desató posteriormente con toda clase de leyendas, que quedan reflejadas en los evangelios apócrifos sobre la figura de María. Sin embargo el Nuevo Testamento no nos ofrece, más que un absoluto silencio. Los parientes de Jesús se mencionan aquí en general y sin dar nombres. Uno de ellos. Santiago, aparecerá más tarde (ver Hch 12, 17; 15, 13) en primera fila y como figura clave de la comunidad de Jerusalén, en sustitución de Pedro. Se podría comparar este sumario con el programa de una representación teatral, que nos da los nombres de los personajes en orden de aparición. El autor sagrado presenta a sus lectores algunas figuras que van a desempeñar un papel importante en el curso de los acontecimientos. Al mismo tiempo, subraya enérgicamente la característica fundamental de aquel grupo de discípulos. Una comunidad que, en clima de oración, se prepara para la venida del Espíritu. Estos son dos rasgos típicos e 22 importantes de la de la comunidad primitiva: vida de oración (ver Hch 2, 42-46; 6, 4), vida en unidad (ver Hch 2, 42.46: 4, 24; 5, 12; 15, 25). Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Qué es un sumario? y ¿Qué pretende mostrarnos nuestro autor a través de los sumarios? 2.- ¿Nuestro autor se copia sin más de los relatos paganos de ascensión? 3.- ¿La nube es típica en los relatos de bíblicos como lugar de encuentro con Dios? ¿Recuerdas algún relato en las Sagrada Escrituras como lugar aparezcan con claridad esta presencia de Dios en la nube? 4.- ¿Qué supone para tu vida este relato de la ascensión del Señor? 5.- Elabora síntesis grafica con las características principales de los relatos de la ascensión? 23 5. Reorganización de los Doce apóstoles I Vamos a leer un texto en el que los apóstoles van a volver a conformar el colegio apostólico alrededor de Pedro incluyendo uno nuevo en lugar de Judas Iscariote: Leer Hch 1, 15-26 Nuestro autor ha compuso esta escena valiéndose de dos tradiciones probablemente orales: la primera sería una narración popular de la muerte de Judas, y la segunda, de origen probablemente palestinense, consistiría en algún relato muy antiguo sobre la reconstitución del grupo directivo de la comunidad y cuya huella se puede detectar en los vv. 23-26. Sobre la muerte de Judas circulaban en el cristianismo primitivo relatos muy diversos. Únicamente coincidían en relacionar la muerte del traidor con el nombre que se le dio al terreno comprado por él: «campo de sangre» (-cementerio-) y, además, en aducir diferentes citas del Antiguo Testamento, en las que se consideraban ya predichas las circunstancias de su muerte. Una de las tradiciones es la que recoge Mt 27, 3-10. Judas, comido de remordimientos, cogió las treinta monedas, el «precio de sangre», las arrojó en el cepillo del templo, se fue y se ahorcó. Con aquel dinero, los «sumos sacerdotes» compraron el Campo del Alfarero y lo destinaron a cementerio de extranjeros; de ahí el nuevo nombre del «campo de sangre». Esta tradición está inspirada en Jr 18, 2ss y Zac 11, 12s. Algo distinto es el relato que encontramos en nuestro texto de Hch l, 18ss. Con el dinero de su traición Judas se compró un terreno y allí mismo encontró la muerte de manera espantosa, precipitándose probablemente desde el tejado de la casa. La noticia de este horrible suceso llevó a la gente a llamar a aquel terreno «campo de sangre» y a considerarlo, a la luz del Sal 69,26, como un sitio execrable e infame. Hay todavía otra versión, que nos cuenta Papías, obispo de Hierápolis (a mediados del s. II). Judas probablemente padecía de hidropesía y su cuerpo estaba deformado por la hinchazón (ver Sal 24 109, 18: «Que le empape como agua las entrañas, como aceite los tuétanos»); en particular tenía los ojos tan hinchados que se había quedado ciego (ver Sal 69, 24: «Que sus ojos se nublen y no vean»). Al morir, el hedor de su cadáver descompuesto había convertido aquel terreno en un sitio abominable para toda la vecindad (ver Sal 69, 26). Estas tres narraciones reproducen, en realidad, una leyenda que se fue configurando según las leyes de la tradición oral. La comunidad buscaba una explicación del absurdo proceder de Judas. Inicialmente creyó encontrarla en una serie de pasajes del Antiguo Testamento, especialmente Zac 11, 12; Sal 69 y 109, que maldecían a los traidores y predecían el destino de los impíos. Poco a poco algunos detalles de estas citas veterotestamentarias fueron adquiriendo graficismo narrativo y finalmente se incorporó la explicación del nombre de un terreno cerca de Jerusalén, el «campo de sangre». Precisamente este nombre es el único elemento que aparece en las tres versiones; lo cual da motivo suficiente para pensar que realmente existía una cierta relación entre este campo y el personaje de Judas, más aún, que allí mismo había ocurrido su muerte o que era el lugar de su sepultura. Tal vez el sitio en que se ahorcó Judas fuese un matadero. Pero, a fin de cuentas, tanto el motivo de su proceder como el modo de su muerte resultan una incógnita. «Uno de aquellos días», es decir, durante el período de espera y de preparación a que se refieren los vv. 13-14, tuvo lugar algo realmente importante: una asamblea de todos los discípulos de Jesús, en orden a reconstituir el grupo de los Doce. Por primera vez después de Pascua, entra Pedro en escena, como portavoz de la asamblea y como jefe de la comunidad. Se nos informa, de pasada, que el grupo ha crecido hasta contar ya unas 120 personas. Este es el primer dato estadístico de una comunidad en continuo crecimiento; más adelante serán va 3.000 (2, 41) y luego 5.000 más (4, 4). A propósito del número 120 hay que observar que es el décuplo de 12 (los Doce). Según Ex 18, 21, Moisés tiene que buscar colaboradores y nombrarlos jefes de 1.000, 100 y 10 israelitas. Esto dio lugar posteriormente a la institución de «decuriones» (ver 1 Mac 3,55; San 1,6). Tenemos, por tanto, el 12 como número base de la primera comunidad. Y esto no deja de tener un profundo significado, en cuanto que el Israel originario de las doce tribus va a ser restaurado en su totalidad, al final de los 25 tiempos, sobre esta misma base. Jesús, por su parte, al construir el grupo de los Doce, manifiesta claramente sus pretensiones sobre este Israel definitivo y, al mismo tiempo, promete su auténtica restauración (Mt 19,28). Por tanto, el número 120 expresa que las pretensiones y promesas de Jesús ya están haciéndose realidad. Dado el carácter antiguo de esta presentación y su tinte judeocristiano, cabe suponer que el número 120 no es pura creación de nuestro autor, sino que él ya lo encontró en sus fuentes. Lo que sí es ciertamente de nuestro hagiógrafo es la designación de los miembros de la comunidad como «hermanos» (ver Hch 9, 30; 10, 23; 11, 1, etc.). Casi siempre los personajes de Lucas empiezan, o continúan, sus discursos con el apelativo «hermanos» (ver Hch 2, 29-37; 7, 2; 13, 15.26.38; 15,7.13, etc.). En nuestro texto, la referencia al trágico final de Judas sirve para explicar la vacante que ha quedado en el grupo de los Doce y para justificar la necesidad de su reconstitución. Todo en el cristianismo primitivo, no sólo la pasión de Jesús, sino aun los detalles más oscuros y misteriosos de su vida, se interpretaba a la luz del plan de Dios y del designio de su voluntad soberana. Esta mentalidad se fundaba en la actitud y en las palabras del propio Jesús, que explicaba su destino como dependiente de una imperiosa «necesidad» establecida por Dios (ver Mc 9, 31p), ya que la consumación escatológica implica inevitablemente el dolor y la angustia, y esto impone al Justo la aceptación sumisa de una vida de sufrimiento. El cristianismo primitivo llevó esta concepción hasta sus últimas consecuencias, en su afán de demostrar que todos los detalles de la pasión de Jesús ya estaban predichos en el Antiguo Testamento. Esta argumentación a base de la Escritura se apoyaba esencialmente en dos principios teológicos: 1) La actuación de Dios en el presente histórico de Jesús es inseparable de esa misma actuación en el pasado de Israel. La vida de Jesús es continuación y cumplimiento pleno de la vida de Israel. 2) El Antiguo Testamento, por tanto, no es únicamente un testimonio del Dios que actúa y manifiesta su voluntad en el pasado, sino que apunta ya hacia el acontecimiento Cristo. Cristo es la meta, el mensaje central y la clave de comprensión del Antiguo Testamento. 26 Cuando los primeros cristianos acudían a la Escritura en busca de pasajes que, a su juicio, predecían acontecimientos de la vida de Jesús o de la comunidad, no procedían como los exegetas modernos. Hoy día nos parece fundamental la pregunta por el sentido originario y el ambiente histórico de cada uno de los textos; a ellos todo esto les preocupaba muy poco. Por eso no tenían reparos en modificar ligeramente las citas del Antiguo Testamento, cuando ello podía servir para expresar con mayor claridad el carácter de predicción. Así se explica que el v. 6 haga referencia al libro de los Salmos, como profecía de que Jesús iba a ser traicionado por uno de sus íntimos. Se trata probablemente del salmo 41, 10 («Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba y que compartía mi pan, es el primero en traicionarme»), texto que juega un papel importante en la tradición evangélica con respecto a Judas (ver Mc 14, 18; Jn 13, 18). El autor de esa profecía no es precisamente David —tradicionalmente reconocido como autor de los Salmos— sino el Espíritu Santo mismo. Mientras que en otras partes Judas aparece constantemente designado como «el que traicionó» (=entregó) a Jesús, aquí se describe con mayor precisión su modo de proceder: «el que hizo de guía a los que arrestaron a Jesús» (ver Lc 22, 47). La acción de Judas adquiere particular relevancia por el hecho de haberle llevado a romper con el grupo y a perder así su puesto «en el servicio apostólico». El texto original griego expresa este «puesto» con la palabra «suerte». Por otra parte, la Regla de la Comunidad de Qumrán usa la misma palabra en un contexto semejante. En esta secta, cada uno de los miembros de la comunidad obtenía su puesto por sorteo, llevado a cabo por un sacerdote. Aunque el paralelismo es claro, sería improcedente deducir de ello que las disposiciones de la comunidad cristiana dependieran directamente de la práctica de los esenios. Lo que sí cabe afirmar es que el uso que aquí se hace de la palabra «suerte» responde al ambiente jurídico-religioso del judaísmo; se trata de una posición dentro de un grupo, asignada por sorteo y sancionada por un derecho religioso de origen divino. En el versículo que estamos comentando esta situación no queda aún precisada como «ministerio apostólico» (ver v. 25); sólo se habla de «servicio», que es la expresión genérica con que el Nuevo Testamento caracteriza lo esencial de toda función comunitaria (ver 2 Cor 3, 79; 4, 1; 5, 18). Todo está orientado hacia el servicio, hacia la 27 entrega personal a los demás, según la norma establecida por Jesús (ver Mc 10, 43ss; Lc 22, 27); servicio que se opone radicalmente a cualquier tipo de afirmación de la propia persona por medio del ejercicio del poder. La palabra española «ministerio», a pesar de sus múltiples connotaciones, puede corresponder a este sentido de servicio, en cuanto comporta una reglamentación de funciones y es inherente a ciertas personas determinadas; pero de ninguna manera agota el sentido teológico profundo de una absoluta disponibilidad personal con respecto a los demás. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Cuál te parece que es la tradición más probable de la muerte de Judas? ¿Por qué? 2.- ¿Qué son las citas de cumplimiento? 3.- ¿Para que recurrían los escritores del Nuevo testamento a estas citas? 4.- ¿Cuáles son los principios teológicos para que se den estas citas? 5.- ¿Que su pone para mi el presente relato? 28 6. Reorganización de los Doce apóstoles II Vamos a leer de nuevo el texto en el que los apóstoles van a volver a conformar el colegio apostólico alrededor de Pedro: Leer Hch 1, 15-26 Continuando con la explicación del texto anterior nos habíamos quedado en el discurso de Pedro cuando explica la historia de la muerte de Judas. El relato, dirigido claramente al lector, interrumpe el ritmo narrativo que el versículo anterior orientaba hacia la elección del sucesor. Judas, amargado por su traición, acabó sus días precisamente en el campo que había comprado con el sucio dinero de su villanía. Más adelante, en v. 25, se calificará esta muerte como un castigo de Dios. Y el hecho se divulgó por todo Jerusalén. El sentido original de las dos citas aducidas por Pedro (ver Sal 69, 26; 109, 8) no tiene nada que ver con una profecía de la muerte de Judas; en realidad se trata de imprecaciones de un inocente, injustamente acusado, contra sus enemigos. Estas dos citas no reproducen exactamente el texto hebreo, sino que están fundamentalmente tomadas de la traducción griega (LXX) que, en algunos detalles, se desliga del texto original. Pero además introducen dos pequeñas variantes con respecto a los LXX, a fin de acomodar la cita a la situación de une se trata. El plural («terreno de ellos»: Sal 69, 26) se cambia en singular («terreno de él»); y la forma de «deseo» (Sal 109, 5) se convierte en «mandato», de modo que la comunidad pueda ver en esta cita la obligación de completar el colegio de los Doce, uno de cuyos puestos ha quedado vacío. Y así, al mismo tiempo, queda justificado, en base a la Escritura, el resto de la narración. Con la palabra «cargo» el texto español traduce la palabra griega episkope, de la misma raíz que episkopos (ver Hch 20, 28), término este último que aparece frecuentemente en el Nuevo Testamento para designar las funciones de supervisión y de dirección en la comunidad. El hecho de que Lucas use aquí esta palabra no es pura casualidad. Lucas concibe realmente el 29 ministerio apostólico —de esto se trata en este pasaje— como el modelo originario y fundamental de todos los servicios eclesiales La explícita formulación de las condiciones que tiene que requerir el candidato manifiesta con toda claridad cómo concebía nuestro autor el ministerio apostólico. Apóstol sólo puede ser uno que cumpla estos dos requisitos: a) Tiene que haber sido testigo ocular de toda la vida pública de Jesús; desde el principio, el día en que fue bautizado por Juan (ver Lc 3, 21s), hasta el final, el día de su ascensión (ver Hch l, 9s). Queda claro una vez más que Lucas atribuye las apariciones del Resucitado al período de la actividad terrestre de Jesús. Todo lo que sucedió entre el bautismo y la ascensión queda sintéticamente formulado en la expresión: «mientras el Señor Jesús vivía con nosotros», es decir, todo el tiempo que duró su convivencia con «nosotros», los Doce. b) El apóstol tiene que ser «testigo de la resurrección» de Jesús. La primera impresión es que este segundo requisito va ya incluido en el anterior. Por tanto, habrá que admitir que Lucas piensa en algo más que el mero ser testigo ocular de las apariciones del Resucitado. Y este algo más es el mandato y la misión de dar testimonio del evangelio (ver Hch 1, 8). Así se explica que este segundo requisito coincida plenamente con la concepción paulina del ministerio apostólico que, según Rm 1, 1; 1 Cor 15, 10: Gal 1, 15, consiste esencialmente en ser encargado 7 y enviado por el Resucitado para dar testimonio del evangelio. Nuestro autor acepta fundamentalmente esta visión del ministerio apostólico, pero al mismo tiempo le pone ciertos límites al añadir el primer requisito. La concepción de nuestro autor, por tanto, es la siguiente: apóstol, en el pleno sentido de la palabra, puede ser únicamente uno que pueda atestiguar, por propia experiencia, la plena identidad entre el Jesús de la vida pública y Jesús resucitado. Lo que a nuestro hagiógrafo le importa verdaderamente es luchar contra una falsificación arbitraria del testimonio sobre la resurrección. Por eso insiste en que, desde los primeros días de la Iglesia, el criterio para ser reconocido como testigo del Resucitado era el haber sido auténticamente testigo de la palabra y de la acción del Jesús terrestre, porque el Jesús resucitado no es otro que el de la vida pública. 30 Los testigos del Resucitado son el auténtico punto de referencia para la Iglesia, porque, al ser también testigos de la actividad terrestre de Jesús, están capacitados para adecuar fielmente su predicación a su anterior convivencia con el maestro. Con todo, si apuramos con todo rigor estos requisitos, vemos que ni siquiera los mismos Doce los cumplen estrictamente, ya que aun los primeros llamados —y precisamente según el relato del mismo Lucas (ver Lc 5, 1-11)— sólo entraron a formar parte del grupo bastante después del bautismo de Jesús. Y mucho menos cumplen estas condiciones los dos candidatos presentados a la elección. Cierto que tendrían que pertenecer a ese círculo más amplio de discípulos de Jesús, que Lucas menciona repetidas veces en su evangelio (ver Lc 10, 1); pero no es menos cierto que nuestro autor hace una neta distinción entre este amplio grupo de discípulos y los Doce, cuya participación en los acontecimientos centrales de la vida de Jesús recalca con tanta insistencia. Otro dato importante es que nuestro hagiógrafo presenta las apariciones e instrucciones del Resucitado durante los 40 días, como limitadas únicamente a los once apóstoles. Todo esto nos lleva a concluir, con cierta verosimilitud, que Lucas intentó combinar su concepción personal del ministerio apostólico con la tradición palestinense que hablaba de la reconstitución de los Doce, sin haber logrado totalmente superar las tensiones que ello comportaba. Lo primero que hace la asamblea —y no únicamente los apóstoles— es escoger dos candidatos de entre todos los que cumplen las condiciones requeridas. En el primer candidato, lo que más llama la atención es su triple nombre: José Barsabá (nombre arameo que significa «nacido en sábado») Justo (sobrenombre de origen latino). El segundo se llama simplemente Matías. La elección entre estos dos candidatos se deja en manos de Dios, a quien toda la asamblea invoca en oración comunitaria. Quiera él, que penetra los corazones, manifestar a cuál de los dos ha elegido para ocupar, en el colegio apostólico, el puesto que Judas dejó vacío al «marcharse» al lugar que le correspondía, es decir, al infierno. La oración empieza con el vocativo «Señor». En el Nuevo Testamento este título se aplica normalmente a Jesús, pero no cabe duda que aquí la oración va dirigida, no a Jesús, sino a Dios, como se puede deducir del colorido veterotestamentario del 31 lenguaje, caso frecuente en nuestro autor (ver Hch 4, 29). Además, el predicado «conocedor de los corazones» aparece con frecuencia en el cristianismo helenístico como calificativo de Dios (y no de Cristo). Por último hay que notar la correspondencia de significado entre «el puesto (topos) en este servicio», según se dice aquí, y el «puesto (= suerte) en este servicio», del que se habla en el v. 17. El echar a suertes era en el Antiguo Testamento y en el judaísmo un acto jurídico-religioso; Dios solo, libre de cualquier influjo humano, tenía la última palabra. El hecho de que sea Dios mismo el que tenga que elegir a los miembros del colegio apostólico cuadra perfectamente con el carácter jurídico-religioso de esta institución. Por tanto, no se trata en modo alguno de una elección por decisión comunitaria. Lo que no está claro es cómo, en concreto, se procedía al sorteo. Lo más probable es que la comunidad diese a ambos candidatos una bola y ellos mismos efectuaban el sorteo. La suerte le tocó a Matías. Y así quedó reconstituido el grupo de los apóstoles y recuperado el número sacro que Dios le había asignado, los Doce. Para finalizar este tema sobre los Doce Apóstoles vamos ha hacer una síntesis la importancia que tiene los Doce en el ámbito de la primera Iglesia. Para poder emitir un juicio sobre el valor histórico de esta escena, habrá que colocarla en un horizonte más amplio, sin perder de vista el desarrollo progresivo de la concepción que en ella se expresa. a) Desde un punto de vista puramente histórico es difícil negar que el grupo de los «Doce» se remonte al período de la actividad terrestre de Jesús. El hecho de que Judas, el traidor, era «uno de los Doce» pertenece a la tradición primitiva (ver Mc 14, 10); para ello tuvo que haber buenas razones y no se puede considerar sin más una pura invención de la comunidad. El número de los discípulos, es decir, los seguidores de Jesús llamados por él a prestar un servicio especial y a compartir estrechamente con él las vicisitudes de la vida, era indudablemente mayor; pero el grupo de los realmente suyos eran los Doce. Entre ellos hay que contar a los más íntimos: Simón Pedro, el portavoz del grupo (ver Mc 8, 29), Santiago y Juan. La elección del grupo de los Doce (ver Mc 3, 14) 32 fue, sin duda, una acción simbólica cargada de sentido. El pueblo de Dios, Israel, tuvo su origen en las doce tribus; y las expectativas para el final de los tiempos se centraban en la restauración de Israel como el pueblo de las doce tribus. Con la elección de los Doce, Jesús reivindicaba públicamente sus derechos sobre la totalidad de Israel y, al mismo tiempo, manifestaba el plan de Dios sobre la restauración definitiva del pueblo (ver Mt 19, 28). Según los datos de la tradición primitiva. Jesús no intentó preparar al grupo de los Doce para una tarea que habrían de llevar a cabo después de su muerte, como tampoco tuvo la mínima idea de fundar una «Iglesia» que habría de perdurar en el futuro. Fueron Pedro y los Doce los primeros testigos de las apariciones del Resucitado, después del Viernes Santo, los que tomaron la dirección y más tarde llevaron a cabo la convocatoria de los discípulos de Jesús en Jerusalén. Tenemos que imaginarnos a los Doce, en el período inicial, no tanto como grupo directivo cuanto como símbolo kerigmático que dio expresión a la idea que los discípulos se habían hecho de su identidad: ellos eran el núcleo del Israel definitivo que, según la convicción común. Dios ya había empezado a reunir en aquellos momentos. La tradición en que se basa el relato del Hch 1, 15-26 encaja perfectamente en este cuadro, porque la comunidad tenía dos convicciones fundamentales: primero, que había que reconstituir el número 12, en cuanto símbolo escatológico y, segundo, que esta reconstitución había que esperarla sólo de una actuación de Dios, es decir, por medio de un sorteo que manifestase la decisión divina. b) En la época siguiente, al perderse la esperanza en una inmediata restauración del Israel total, parece que desapareció también el significado del grupo de los Doce. Hacia el año 36, unos dos años después de su conversión, Pablo encontró en Jerusalén, como personajes clave, no ya a los Doce, sino a los «apóstoles» (ver Gal 1, 19). Cierto que estos personajes importantes, como Pedro, Santiago y Juan, pertenecían al grupo de los Doce y eran, por supuesto, apóstoles; con todo, la concepción que los apóstoles tenían de su identidad no suponía una igualdad entre ambas designaciones. En Jerusalén, apóstol era el que había sido llamado por medio de una aparición del Resucitado y destinado al servicio del evangelio. No sabemos cuántos eran estos apóstoles. De 1 Cor 15, 3-11 se puede deducir que el número era limitado: sólo los que habían visto al Señor resucitado. Terminadas las apariciones, el número de apóstoles quedó cerrado. Desde luego que a este 33 grupo pertenecía Santiago, el pariente del Señor (ver 1 Cor 15, 7), y probablemente también Bernabé; y nos consta además que Pablo, a causa del acontecimiento en el camino de Damasco (ver Gal l, 15s), fue reconocido como apóstol por las autoridades de Jerusalén (ver Gal 2, 7ss). Aparte de esto, hay otro factor que complica el problema. Es otro nuevo concepto de apóstol, que aparece algunas veces, fuera de Jerusalén, en las regiones de Palestina y Siria. Algunos predicadores o misioneros enviados por una comunidad —por ejemplo, Antioquía — y aun ciertos carismáticos itinerantes se presentaban como apóstoles de Cristo. Contra algunos de estos apóstoles itinerantes van las invectivas de Pablo en su segunda carta a los Corintios (ver 12, 11ss), porque se habían aprovechado de su ausencia para desacreditarlo e instigar a la comunidad contra él. c) Enfocada desde esta perspectiva, la idea de los «doce apóstoles» expresa una concepción dogmática posterior. Cierto que no es invención de nuestro autor; él, probablemente, ya se la encontró en la tradición judeocristiana (ver Ap 21, 14). Pero no es menos cierto que Lucas contribuyó decisivamente a la consolidación de esta idea. Los intereses dogmáticos reflejados por esta concepción son típicos de la situación en la que se encontraba la Iglesia hacia el final de la segunda generación: había que asegurar ante todo, la tradición fundamental y fundacional de la Iglesia. Nuestro autor tiene toda la razón al considerar a los apóstoles tan íntimamente relacionados con el evangelio, y Pablo hace lo mismo (ver Rm 1, 1; Gal 2, 7); pero el evangelio para nuestro autor no es ante todo y sobre todo una actuación de Dios en clave escatológica, manifestada en la resurrección de Jesús, sino una tradición que tiene que remontarse al Jesús terrestre, de modo que todo depende de la integridad e incolumidad de esa tradición. Por eso, en la concepción lucana, los apóstoles sólo pueden ser testigos de la resurrección si pueden, igualmente, garantizar toda la actividad terrestre de Jesús (ver Hch 1, 21). Nuestro autor desarrolló su concepción teniendo en cuenta determinadas situaciones teológicas y eclesiales de su tiempo. Precisamente a consecuencia de la herejía gnóstica, que empezó a propagarse hacia finales del s. I, mucha gente apelaba a misteriosas revelaciones del Resucitado. 34 En decidida oposición a esta corriente, nuestro hagiógrafo quiere establecer un criterio claro para reconocer la legítima tradición eclesial. Esta tradición ha sido entregada a la Iglesia por los «apóstoles», es decir, por un grupo bien delimitado y definido de testigos, y comprende, como requisito indispensable, tanto la proclamación de la resurrección como las tradiciones relativas al Jesús terrestre. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- Nuestro autor ¿cuál es el modelo que toma para cualquier servicio? 2.- ¿Sabes si hay distinción entre discípulo y apóstol? 3.- ¿Cuáles son las características que deben darse para poder ser considerado apóstol? 4.- ¿Qué sentido tiene para la primera comunidad cristiana el elegir al sucesor de Judas por suerte? 5.- ¿Por qué esta necesidad de querer recuperar el número de los doce? ¿Tiene alguna fundamentación veterotestamentaria o histórica? 35 7. Pentecostés. Venida del Espíritu Santo I En el capitulo 2 de Hch se nos narra el relato de Pentecostés. Este acontecimiento constituye uno de los momentos cruciales del nacimiento de la Iglesia. Leer Hch 2, 1-13 La efusión del Espíritu Santo señala el cumplimiento de la promesa del Resucitado (ver Hch 1,8) y capacita a los discípulos para llevar a cabo su misión. Ahora ya pueden presentarse en público como testigos de Jesús resucitado; y precisamente en Jerusalén, la ciudad santa, que se les ha asignado como campo privilegiado de misión. Aquí empieza la Iglesia —a pesar de que todavía no aparece explícitamente la palabra— como el grupo de los discípulos de Jesús designados por el Espíritu escatológico de Dios. El significado que el don del Espíritu en Pentecostés tiene para la etapa que ahora comienza está en estrecho paralelismo con la relevancia que el don del Espíritu en el bautismo de Jesús (ver Lc 3, 21s) y el subsiguiente discurso programático en Nazaret (Lc 4, 16-21) adquieren para la etapa de la actividad terrestre de Jesús. Las numerosas correspondencias entre ambos relatos no son puramente casuales; en uno y otro la venida visible del Espíritu? (ver Lc 3, 22; Hch 2, 3) cumple una promesa (ver Lc 4, 15; Hch 2, 17ss), desata una proclamación profética (ver Lc 4, 18; Hch 2, 14ss), pone fin a un período de preparación e inaugura los caminos de una predicación pública y sin fronteras. La narración tiene un estilo solemne y arcaizante, con marcada tonalidad veterotestamentaria. Es característica su duplicidad de planos. A primera vista, parece de una extremada plasticidad: los fenómenos extraordinarios cobran relieve pictórico, los personajes entablan un diálogo directo y vivaz, la conclusión cierra drásticamente todo el pasaje con un gran efecto (v. 13). Nuestro hagiógrafo no quiso, ni pudo, darnos una exacta reproducción fotográfica de un acontecimiento único y ya lejano en el tiempo. Lo que hizo fue tomar materiales que se remontan a un acontecimiento histórico y elaborarlos para componer así una narración que recogiese diversas experiencias del Espíritu vividas en el cristianismo naciente. Ya el mismo encuadramiento espacial es bastante confuso. En el v. 2 se menciona una «casa»; y bien 36 pudiera ser que los fenómenos descritos en los vv. 1-4 hubieran tenido como escenario la sala superior donde, según 1, 13, estaban reunidos los discípulos. Pero resulta que el v. 5 habla de una multitud, como testigo presencial de aquellos fenómenos extraordinarios. Y para una masa de gente parece que el lugar más adecuado habría de ser el templo u otro sitio público; sin embargo, no se nos da indicación alguna de un cambio de escenario. Sin duda que esta cuestión tan concreta no le interesaba a nuestro autor. Tampoco queda claro en qué consistió realmente lo extraordinario del fenómeno. Por una parte, el v. 4 nos deja la impresión de que se trata de una capacitación de los discípulos para «hablar en diferentes lenguas»; es decir, es un fenómeno extraordinario de lenguaje. Pero, por otra parte, el v. 11 parece que se inclina más bien por atribuir carácter extraordinario a la audición; cada uno de los presentes puede oír en su propia lengua la proclamación de las maravillas de Dios que hacen los discípulos. Una nueva interpretación parece apuntar en los vv. 12-13. Aquí da la impresión de que el fenómeno es una especie de proclamación extática, una explosión de glosolalia, es decir, un lenguaje incomprensible, no articulado, distinto de cualquier lengua humana, y que da pie a una sospecha de embriaguez. Esta última interpretación parece ser la del propio autor, como insinúa el v. 15. En el v. 5 encontramos otra dificultad. Los presentes son todos judíos de la Diáspora residentes en Jerusalén; hay que suponer, por tanto, que todos conocían suficientemente el arameo, puesto que era la lengua que entonces se hablaba allí, de modo que no tenían ninguna necesidad de fenómenos extraordinarios, sea de audición o de locución. Un detalle significativo es la indicación temporal: «el día de Pentecostés». El «quincuagésimo día» sería la traducción literal del griego pentekoste= 50). Lo mismo pasa con el «hablar en diferentes lenguas» (v. 4). Para nuestro autor, Pentecostés es, ante todo, un acontecimiento dirigido al Pueblo de Israel, no va dirigido a todo el mundo. La fundamentación del universalismo de la misión vendrá más tarde (ver Hch 10,1-48). La interpretación de la efusión del Espíritu el día de Pentecostés es un fenómeno extraordinario de lenguaje, que capacitó a los discípulos para proclamar las maravillas de Dios en diferentes lenguas. Esta interpretación no pudo haber nacido en Jerusalén, porque a la 37 comunidad jerosolimitana le costó muchísimo tiempo hacerse a la idea de una misión que rebasase las fronteras de Palestina. Tampoco puede ser de origen antioqueno, porque Antioquía fue el primer centro de un trabajo misionero cuidadosamente planificado y con objetivos bien definidos. Nuestro relato parece expresar la reflexión de la comunidad antioquena sobre la esencia y fundamentación de su empeño misional. Retrocediendo en el curso de los acontecimientos, nos encontramos con un núcleo —minúsculo, sí, pero sólidamente histórico— determinado por dos factores: «Pentecostés» y «llenarse de Espíritu Santo». Lo más probable es que se trate del recuerdo de algo que les sucedió a los discípulos durante la primera fiesta de Pentecostés, después de la muerte de Jesús; y los discípulos interpretaron aquel acontecimiento como un quedar dominados por el Espíritu Santo. El punto de partida es que los discípulos de Jesús, después del Viernes Santo, huyeron a Galilea y allí Pedro y los demás miembros del grupo de los Doce tuvieron las primeras apariciones del Resucitado (Mc 16, 7; Mt 28, 16-20; 1 Cor 15, 5). Esto provocó su vuelta a Jerusalén, para reunir allí a los demás discípulos de Jesús que andaban dispersos. Es verosímil que la reconstitución del grupo y su primera presentación en público tuvieran lugar el día de Pentecostés, que era la fiesta siguiente a la de Pascua. Así, los discípulos quedaron convencidos no sólo de que Dios les mandaba proclamar públicamente la Buena Noticia, sino de que, al mismo tiempo, les había equipado para ello con el don del Espíritu Santo; más aún, en el grupo se manifestaron ciertos fenómenos que engendraron en ellos la convicción de poseer ya el don del Espíritu que se había prometido a Israel para el final de los tiempos. 38 Preguntas de Asimilación y Reflexión 1.- ¿Qué es un sumario? ¿Qué pretende mostrarnos el autor a través de los sumarios? 2.- ¿Nuestro autor se copia sin más de los relatos paganos de ascensión? 3.- ¿La nube es típica en los relatos de bíblicos como lugar de encuentro con Dios? ¿Recuerdas algún relato en las Sagrada Escrituras como lugar aparezcan con claridad esta presencia de Dios en la nube? 4.- ¿Qué supone para tu vida este relato de la ascensión del Señor? 5.- Elabora síntesis grafica con las características principales de los relatos de la ascensión. 39 8. Pentecostés: Venida del Espíritu Santo II Leamos el texto que nos va a servir de base para este tema: Leer Hch 2, 1-4 Pentecostés es el término griego (ver Tob 2, 1; 2 Mac 12, 32) que corresponde a la antigua «fiesta de las semanas» (ver Ex 34, 22; Nm 25, 26 etc.). Era la fiesta con que se concluía el tiempo de la cosecha, que comenzaba con la fiesta de Pascua y duraba siete semanas. Era la más modesta de las grandes fiestas de Israel. En los comienzos, se llevaban al templo, como ofrenda, las primicias del trigo: dos panes de harina nueva cocidos con levadura (ver Dt 16, 9s). Como todas las grandes fiestas también la fiesta de las semanas fue, con el tiempo, cambiando su sentido originalmente agrícola por un nuevo significado histórico-salvífico: pero este cambio, en nuestro caso, se produjo muy tarde. Sólo después del año 70 de nuestra era, es decir, después de la destrucción del templo, la fiesta de las semanas se convirtió en la «fiesta de los juramentos», porque en ella se renovaba la alianza que Dios había establecido con Israel en el Sinaí, sellándola con juramento solemne. Pero no hay pruebas suficientes para afirmar que la amplia difusión de esta idea haya dejado sentir su influjo en el origen de la tradición cristiana sobre Pentecostés; como tampoco se pueden encontrar en ella vestigios de una concepción tipológica y religiosa de la fiesta cristiana de Pentecostés como una repetición y, al mismo tiempo, superación del acontecimiento del Sinaí. No hay que olvidar, por otra parte, que en aquel tiempo Pentecostés tenía una cierta connotación política: los motines y las manifestaciones se sucedían con frecuencia y, poco después de la muerte de Herodes el Grande (año 4 a.C.), precisamente un día de Pentecostés, se produjo una verdadera insurrección del pueblo. El historiador Flavio Josefo escribe: «El pueblo se congregó, no para celebrar el servicio religioso del día festivo, sino para dar rienda suelta a sus iras. Un gentío impresionante afluía desde Galilea, Idumea, Jericó y hasta de Perea, al otro lado del Jordán». La frase solemne con que se abre el capítulo: «Al cumplirse el día de Pentecostés» esta indicado que el acontecimiento que sigue tiene carácter de cumplimiento (ver Lc 1, 57; 2, 21; 9,51) y, por 40 tanto, cierra un determinado período. Lo que se cumple con la venida del Espíritu Santo es la promesa veterotestamentaria de la efusión del Espíritu (Jl 3) y el anuncio del Resucitado en Hch 1, 8. Lo que se cierra es el período de espera y de preparación de la comunidad (ver l, 12ss). Ahora, con este acontecimiento, se abre una nueva época, el de la Iglesia que es el que nos interesa en esta etapa de nuestra formación. Dado la importancia de este hecho vamos a analizar el texto con un cierto detalle. Referente al grupo de los presentes en el momento de la efusión del Espíritu no queda como muy claro. ¿Qué quiere decir «todos»? Los 120 mencionados con anterioridad en 1,15? Difícilmente. Y esto no por cuestión de cálculo, sino por cuestión de espacio. El texto habla de una «casa»; y en realidad es difícil que una casa normal —y más aún si se piensa en la sala del piso superior mencionada en 1, 13— dé para un grupo tan numeroso. A este respecto es decisivo el significado de «todos» en 1,14, donde se refiere a los Doce. Más adelante (2, 14-32) vuelven a aparecer los Doce, como protagonistas del acontecimiento. Por eso, lo más lógico es concluir que también en 2, 1 nuestro hagiógrafo este pensando en los Doce. En el v. 2, tenemos una descripción que toma elementos de las teofanías —manifestaciones de Dios— del Antiguo Testamento. Por eso, es natural que se encuentren reminiscencias de la teofanía clásica del Antiguo Testamento, el acontecimiento del Sinaí (Ex 19). Resulta casi automático echar mano de esos elementos descriptivos que, además, cuadran muy bien con el tema. Con todo, no hay indicación alguna que nos permita afirmar la intención de Lucas de ofrecer a sus lectores una correspondencia teológica directa entre Pentecostés y la revelación del Sinaí. El carácter «repentino» del acontecimiento es ya una primera indicación de la naturaleza de este suceso: se trata de algo que supera esencialmente toda comprensión y cálculo humano. Y esto es precisamente lo que subraya la expresión «desde el cielo», es decir, proveniente del ámbito divino (ver Lc 11, 13; 3, 21s; 20, 4s). Es posible, aunque no se pueda probar contundentemente, que la mención del cielo haga una cierta referencia al lugar donde ya se encuentra el Resucitado (1, 9-11; 3, 21). En primer lugar se describe un fenómeno auditivo: un ruido que viene del cielo, como el sonido de un viento huracanado, llena la casa, Viento y 41 tormenta, elementos numinosos para el hombre antiguo, acompañan la manifestación de Dios en el Antiguo Testamento (ver 1 Re 19, 11; Is 66, 15; Sal 50, 3). La imagen del viento impetuoso sugiere perfectamente la venida del Espíritu, porque la palabra griega pneuma puede significar espíritu y viento (ver Jn 3, 8; 20, 22). La indicación de que el ruido resonó en toda la casa sirve para ilustrar la irresistible potencia del fenómeno (ver Ex 19, 18). En el v.3 vemos como la gráfica descripción del fenómeno auditivo se complementa con una serie de rasgos visuales; pero ahora, desde la perspectiva de los discípulos. Una vez más queda subrayada la naturaleza del suceso: no se trata de una mera visión subjetiva, sino de una «aparición» —algo así como las apariciones del Resucitado— una presencia que viene del mundo divino. Lo que aparece son «lenguas» —hasta podríamos decir «lenguajes», estando al doble significado de la palabra griega glossai: lengua como órgano bucal y lengua como lenguaje hablado— que se van repartiendo, que van brotando de un núcleo común originario (desde el cielo). Si antes se había comparado el ruido con un huracán, ahora se describen las lenguas «como de fuego». También el fuego es signo de la presencia de Dios, que bajó al monte Sinaí con fuego (Ex 19, 18), significó su presencia en medio de Israel durante la travesía del desierto en figura de columna de fuego (Ex 13, 21) y se le apareció a Moisés en una llamarada entre las zarzas (Ex 3, 2s). La religión judía establece frecuentemente un paralelismo entre la ley, como palabra sacrosanta de Dios, y el fuego; tanto que se llegó a decir que sobre los sabios que se dedicaban a estudiar la ley bajaba fuego del cielo. Y hay una tradición que cuenta que todas las criaturas, incluso animales y plantas, son capaces de alabar a Dios, porque ha bajado sobre ellas fuego del cielo. Al igual que en el v. 2 terminaba mencionando el efecto inmediato producido por el fenómeno acústico, lo mismo pasa en el v. 3 con el fenómeno visual: las lenguas de fuego se reparten de modo que cada una se posa visiblemente sobre cada uno de los discípulos. Si consideramos juntos los dos fenómenos, tenemos una indicación de la objetividad del acontecimiento. Algo ha sucedido; algo exterior a los discípulos, que se ha apoderado de ellos; algo que, por estar marcado con viento huracanado y fuego, lleva el sello de la manifestación personal de Dios. De esta misma 42 manera, visiblemente objetiva, había presentado Lucas la venida del Espíritu Santo sobre Jesús en su bautismo (ver Lc 3, 22). Con todo, hay sus diferencias. Es verdad que tanto los discípulos como el mismo Jesús quedan poseídos por el Espíritu, un Espíritu que viene de Dios, una realidad que toma posesión de ellos aun en su misma corporeidad. Pero una venida del Espíritu «en forma corpórea» y «sobre él» queda reservada sólo a Jesús. Para Lucas, Jesús es, simplemente y sin comparación posible, el único y definitivo portador del Espíritu. En el v. 4 vemos que quién actúa sobre los reunidos es el Espíritu Santo. Y esto en el marco de los fenómenos anteriormente descritos: los discípulos «se llenaron de Espíritu Santo». (Al Espíritu de Dios Lucas le llama preferentemente Espíritu «Santo»). Y en cierta manera quedaron invadidos por una poderosa fuerza sobrenatural que venía de Dios, de modo que Dios mismo era el que hablaba y actuaba por medio de ellos. La expresión «hablar en diferentes lenguas» posee una gran variedad de matices. Por el contexto inmediato (v. 6) puede entenderse hablar lenguas extranjeras. No se trata del lenguaje corriente, sino de una nueva manera de expresarse, de una glosolalia provocada por el Espíritu y comprensible para los oyentes, por virtud del mismo Espíritu, como una alabanza a Dios auténticamente profética (vv. 11.18; ver 10, 46). La glosolalia (= hablar en lenguas) es una de las manifestaciones más típicas del éxtasis religioso. En un estado de entusiasmo eufórico se profieren sonidos inarticulados, incoherentes y totalmente distintos del lenguaje humano común. Desde el punto de vista histórico es altamente probable que la experiencia de una novedad tan radical como la que tuvo la comunidad cristiana después de Pascua encontrase su cauce de expresión en este tipo de manifestaciones verbales. En el mundo helénico las manifestaciones de euforia e irrupciones de espíritus, con todo su acompañamiento de fenómenos extáticos, eran perfectamente aceptadas y positivamente valoradas; más aún, se llegó a inventar toda una serie de técnicas para inducir y provocar esos fenómenos. El caso más conocido es el de la Pitonisa de Delfos que, invadida por el aliento divino de Apolo, podía prever y predecir el futuro. Por medio del que estaba «lleno del dios» hablaba la divinidad misma, aunque el inspirado no sabía nada de lo que decía. Lo único que se 43 necesitaba era un intérprete que pudiese entender la voz de la divinidad y traducirla a un lenguaje comprensible. En las comunidades cristianas implantadas en territorio helenístico es posible encontrar alguna remota analogía con estos fenómenos. Hablar en lenguas se consideraba como signo de alta perfección religiosa, o como lenguaje de ángeles en labios humanos (ver 1 Cor 13, 1); pero como no se entendía, había necesidad de interpretación (ver 1 Cor 12,30: 14, 9). Nuestro autor como buen helenista, comparte estas visiones. Para él la glosolalia es un signo legítimo de la presencia del Espíritu, aunque, desde luego, no el único. Él cree que la glosolalia es un lenguaje que no necesita explicación, sino que es el lenguaje universal de la alabanza y de la oración. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿La fiesta de Pentecostés tiene como base alguna fiesta judía? ¿Cuál y con qué esta relacionada? 2.- ¿Qué es la glosolalia? ¿De que es manifestación? 3.- ¿Conoces algún ejemplo de esta actividad en la antigüedad? 4.- ¿Crees que hoy en día puede darse este fenómeno? ¿Conoces algún ejemplo? 5.- ¿Se puede relacionar la glosalalia con la oración? 44 9. Pentecostés: Venida del Espíritu Santo III Continuemos leyendo el texto que viene a continuación del tema anterior para continuar profundizando en la experiencia con la que se da inicio a la Iglesia. Leer Hch 2, 5-13 A partir del v. 5. La narración se centra en los efectos del acontecimiento. Se produce un abrupto cambio de escena. Se esfuman los muros de la casa donde estaban reunidos los discípulos, y el escenario cobra amplitud hasta abarcar todo Jerusalén. Una vez más, como en los vv. 3-4, queda de manifiesto el deseo de nuestro autor de no dar muchos detalles para convertirlo en un hecho típico y universal. No trata de encuadrar el acontecimiento en el marco externo de una fiesta judía, tampoco hay mención al templo, como escenario del suceso; ninguna presentación de los personajes que entran en escena, como peregrinos de la fiesta. Lucas quiere dejar bien claro que la proclamación del Evangelio halló eco en los círculos judíos de lengua griega, procedentes de la Diáspora y residentes en Jerusalén. No era excepcional que un judío criado y establecido en otro país volviese a Jerusalén como residente, si se lo permitían sus posibilidades de independencia económica por disponer de un cierto capital. Residir en Jerusalén era un cierto anticipo de la esperada reunión en Sión de todo el Israel disperso, que había de tener lugar al final de los tiempos. La condición de emigrantes mantenía a estos judíos de la Diáspora ligados, en cierta manera, a la cultura helenística de sus países de origen. La expresión más clara de esto era la existencia en Jerusalén de sinagogas propias para estos judíos de la Diáspora (ver Hch 6, 9). De los v.6 al v.13 se nos muestra la reacción de este grupo que se describe con un creciente dramatismo. El asombro y el desconcierto van cobrando fuerza. Esto es lo que afirman explícitamente las tres frases paralelas en los vv. 6-7.12. Y lo mismo aparece, de manera aún más incisiva, en las tres preguntas que el narrador pone en boca de los presentes, desarrollando la segunda a base de un extenso catálogo de pueblos (vv. 8-11). El sonido de aquella «voz» hace confluir a toda la muchedumbre 45 desde todas las partes de la ciudad al lugar donde se encuentran los discípulos. Se produce un desconcierto, porque cada uno les oye hablar en la lengua de su propia tierra. Inmediatamente se desata la primera pregunta, en la que el objeto de la admiración son los oradores: ¿cómo es que unos galileos puedan hablar tantos idiomas? Con esto no parece que se haga alusión al subdesarrollo de la provincia de Galilea ni al dialecto local que allí se hablaba. «Galileos» significa, más bien, igual que en Lc 22, 59 y Hch 1, 11, discípulos de Jesús el «Galileo». La segunda pregunta concierne a la situación de los oyentes; ¿cómo es que una multitud de tan diversa proveniencia lingüística puede oír hablar a los discípulos, cada cual en su propia lengua? En el v. 11b se especifica, por primera vez, el contenido de esta locución y, por cierto, con una expresión muy frecuente en la versión griega del Antiguo Testamento: las «maravillas de Dios» (Dt 11, 2; Sal 71, etc.), su poderosa actuación histórica que salva a los que le pertenecen, a sus consagrados. El sentido que Lucas da a esta expresión no hay que deducirlo del discurso de Pedro, que sigue a continuación; éste es un discurso kerigmático, con estructura y contenido propios. La concepción lucana aparece más claramente en la oración comunitaria de alabanza, en 4, 23-31, donde se traza un arco que empieza con la creación, pasa por el acontecimiento Cristo y llega hasta la benevolencia presente con la que Dios vela por su comunidad. Aunque es verdad que aquí se trata, en primer lugar, de un himno de alabanza, esto no significa que Dios sea el único destinatario de este tipo de oración. Cuando el Antiguo Testamento y el judaísmo, en general, aclaman comunitariamente las maravillas de Dios, nunca falta el carácter de profesión pública y de proclamación. Con todo, hay que notar —y esto es importante— que existe una gran diferencia estructural entre esta proclamación genérica y el discurso de Pedro que sigue inmediatamente. Porque éste es un discurso de tipo propagandístico, destinado a captar miembros para la comunidad; es un discurso misionero. El pensamiento de Lucas es claro: donde actúa el Espíritu, sobran traducciones. Del v. 9 al 1la se nos da un catálogo de pueblos. Los escritores de la Antigüedad nos ofrecen en sus obras catálogos parecidos, pero perfectamente uniformes y ordenados. Cosa que no ocurre aquí, ya que se mencionan 17 nombres, unos de pueblos («partos, medos, elamitas»), otros de regiones («Mesopotamia, zona de 46 Libia que confina con Cirene»), otros de provincias romanas (Capadocia, Asia»). La mención de Judea resulta de lo más impropio, como se ha reconocido ya desde los primeros días de la Iglesia. Si el acontecimiento de Pentecostés tiene lugar en Jerusalén, ¿cómo se puede considerar a Judea como un país extranjero? Aparte de que indudablemente en toda Judea se hablaba el mismo dialecto arameo que en Jerusalén. El orden en que aparecen los nombres sigue, a grandes rasgos, un movimiento de oriente a occidente; pero no en línea recta, sino trazando una curva ondulada. Empieza por el nordeste con los partos) los medos, sigue hacia el suroeste pasando por Mesopotamia y dirigiéndose a Judea; ahora sube al noroeste hacia Asia Menor, englobándola en un gran arco (el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia) y a continuación se orienta hacia la costa sur del Mediterráneo (Egipto, Libia), para alcanzar finalmente, con un nuevo giro hacia el noroeste, Roma. Los cuatro últimos nombres: «judíos y prosélitos, cretenses y árabes» es una adición de la mano de nuestro autor, que quiso acentuar así algunos nombres que faltaban en la lista que tuvo a su disposición. Ahora: ¿cuál pudo ser el significado original de este catálogo? Una primera constatación innegable es que se enumeran regiones con nutrida población judía. Por tanto, la lista respondería a un manifiesto interés por presentar al judaísmo en toda su extensión. En segundo lugar, salta a la vista la concentración en el Oriente Próximo y, más concretamente, en Asia Menor. No deja de ser llamativa la omisión de Siria; y eso que es el centro geográfico de la curva ondulada que dibuja la enumeración de pueblos. Por esta razón y por la mención de Judea, bien podríamos concluir que este catálogo tuvo origen en Siria. Precisamente desde ahí se puede contemplar en perspectiva simétrica todo el horizonte del mundo judío. Examinemos los diversos componentes de la lista. Los partos habitaban al sureste del mar Caspio y habían mantenido su independencia nacional con respecto a Roma. Probablemente hablaban arameo. Al nordeste de los partos estaban los medos. Políticamente formaban parte del imperio persa, pero muchas veces se les presenta como pueblo independiente, sobre todo porque tenían su propia lengua, el medo. Este es también el caso de los elamitas, que se habían establecido al norte del golfo 47 Pérsico. De la lengua elamítica nos habla hasta el Talmud. Mesopotamia, por el contrario, no es un pueblo, sino una región — parcialmente habitada por partos— que debe su nombre a su situación entre el río Eufrates y el río Tigris. Judea podría ser una denominación política, en cuanto provincia del Imperio romano; pero lo más probable es que el nombre se refiera a toda la nación, incluida Galilea, según el uso lingüístico corriente del helenismo (éste es el sentido en Hch 1, 8; 10, 37). Siguen los nombres de tres provincias romanas en Asia Menor: Capadocia, situada en el centro de la península: el Ponto, que se extiende por el norte a lo largo del mar Negro; y finalmente Asia, que abarca la costa occidental que da al mar Egeo. Los otros dos nombres son regiones de Asia menor: Frigia es la parte oriental de la provincia de Asia; Panfilia, en la costa sur, es la parte oriental de la provincia de Cilicia. En tiempos del Nuevo Testamento, Egipto era una provincia romana. Su capital, Alejandría, era uno de los centros más importantes de la Diáspora judía. La lengua oficial era el griego, aunque todavía se hablaba bastante el copto, especialmente entre la población rural. Al oeste de Egipto se extiende la región de Libia; el texto la presenta relacionada de una manera genérica con la provincia romana de Cirene («que confina con Cirene»), aunque en realidad pertenecía a ella. Cirene tenía un fuerte núcleo de población judía; algunos de sus habitantes aparecen mencionados en algunos pasajes del Nuevo Testamento (ver Mc 15, 21; Hch 6, 9; 11, 20; 13, 1). Los «forasteros de Roma» son, sin duda, ciudadanos romanos residentes, aunque temporalmente, en Jerusalén. También en Roma, lo mismo que en Alejandría, la colonia judía era notablemente numerosa. La lengua de Roma era el latín, aunque también se hablaba bastante el griego. El termino judíos y prosélitos no son otros dos nombres de pueblos, ni se pueden considerar, aunque gramaticalmente es posible, en aposición a «forasteros de Roma». La denominación es, más bien, conclusiva. Una vez más se repite la afirmación del v. 5 y se recoge la característica fundamental de todo el catálogo precedente: todos los mencionados son judíos, de sangre o de convicción. Se trata, según esto, de una adición personal de nuestro autor, como resumen de todo lo anterior. Y lo mismo hay que decir a propósito de la última bina de nombres: «cretenses y árabes». Pero, ¿por qué? Aquí sí que no podemos hacer más que conjeturas. ¿Quiso mencionar también a los habitantes de la isla 48 de Creta y de los desiertos de Arabia porque sabía él personalmente que entre ellos había muchos judíos? ¿Se trata de una fórmula para caracterizar a los pueblos del mar y a los nómadas del desierto?. En el v.12 se nos muestra el desconcierto y desorientación que se produce entre los oyentes. De una parte, los que se han abierto a las exigencias del Espíritu y oyen lo que el mismo Espíritu les hace percibir: las maravillas, la gran actuación de Dios. Aun sin ser todavía capaces de comprender el significado —como lo indica la pregunta que se hacen— quedan, con el hormiguillo de la espera, abiertos a una nueva palabra. Se ha establecido el contacto; la comunicación es posible. Por otra parte (v.13) aparecen los «otros» —sin duda, una minoría—, que repudian el acontecimiento con superficialidad despectiva: el vino les ha nublado las ideas y les ha soltado la lengua. A nuestro hagiógrafo le gusta caracterizar a los incrédulos por medio de expresiones como ésta, medio irónicas medio burlonas (ver 17, 32. 20, 24; 26, 28). Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Por qué interesa resaltar el que hayan sido escuchado por diferentes pueblos en diferentes lenguas? 2.- ¿Cuál es el motivo de que se haya elegido ese catalogo de Pueblos como los que oyen a los apóstoles? 3.- ¿Has un cuadro con el motivo de cada uno de ellos y preséntalo en una cartelera a tu comunidad? 4.- ¿Por qué hay un grupo que los mal interpretan y los toman como personas que están embriagadas? ¿Qué quiere mostrar con ello nuestro autor? 5.- ¿Si hubieras estado en aquellas circunstancias como habrías reaccionado? ¿Con qué grupo o personaje te hubieras identificado? 49 10. Naturaleza de la Iglesia La Iglesia, que nació el día de Pentecostés, es un regalo de Dios. Como lo enseñan los Hechos de los Apóstoles, la acción del Espíritu ha sido decisiva para que surgiera una comunidad permanente destinada a reemplazar el antiguo pueblo de Israel, en la continuidad de la historia de la salvación iniciada con el llamado Abraham. Pero .......... ¿Qué es la Iglesia? LA IGLESIA ES MISTERIO La Iglesia es ante todo una realidad invisible, misteriosa, que sólo con la fe se puede mirar correctamente. ¿ES SANTA LA IGLESIA?. –A menudo a los no creyentes les escandalizan las imperfecciones y los pecados que descubren en los cristianos. La Iglesia es santa por la santidad de Cristo que le comunica la gracia; santa por los sacramentos que administra y por la Palabra que transmite; santa por los esfuerzos y los frutos de santidad que en ella suscita continuamente el Espíritu. Pero la Iglesia está formada por hombres regenerados mediante el bautismo cuya libertad está sometida al pecado y que deben luchar sin tregua para mantenerse fieles a Jesucristo. Aunque este no debe justificar nuestra mediocridad como cristianos: Es lamentable ver que no todos los cristianos son santos. Si la obra de la Iglesia no ha avanzado más en el mundo después de veinte siglos de cristianismo se debe, en buena parte, al pecado y la omisión personal de cada cristiano. Fue al recordar ciertas palabras de Jesús que los Apóstoles descubrieron lo que la Iglesia es. Lo expresaron con imágenes del Antiguo Testamento y nuevos símbolos que encontramos ahora en los escritos del Nuevo Testamento. * Según Pedro, la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, anunciado por Jesús (ver Mt 16, 18; 19, 28). Se aplica a la comunidad de los que fueron bautizados en nombre de Jesús lo que el Éxodo decía de Israel: Un pueblo de sacerdotes, una nación santa, una raza elegida. 50 Leer 1Pe 2, 9–10 * Pablo presenta a la Iglesia primero como Cuerpo de Cristo, siendo Éste la cabeza, nosotros los miembros. Y esto recalca la unidad de la Iglesia y la solidaridad mutua que existe entre ella y su Jefe y la comunidad de los miembros entre sí (ver Rm 12, 4–5; 1Co 12, 12–30; Ef 4, 15–16). La idea de cuerpo lleva a Pablo a presentarla como la Esposa de Cristo, imagen que sugiere el amor, la unión íntima y la fidelidad que existe entre Él y Ella (Ver 2Co 11, 2; Ef 5, 23–32). Los profetas habían presentado como relación matrimonial los lazos que existen entre Yahveh y su Pueblo. Al aplicar esta imagen a la relación del Señor con la Iglesia, Pablo afirma que amó hasta entregarse a si mismo para santificarla, alimentarla y cuidarla con cariño. Leer 1Co 12, 12–30 y Ef 5, 23–32 Juan se vale de otras imágenes bíblicas que confirman lo que dicen Pedro y Pablo. Su evangelio utiliza el símbolo de rebaño, que recalca la idea de pueblo (ver Jn 10, 1–16; Ez 34) y el de la viña, que se asemeja a la idea de cuerpo (ver Jn 15, 1– 6; Is 5, 1–7). En el Apocalipsis, Juan designa a la Iglesia como la Esposa del Cordero, lo que nuevamente recuerda la doctrina de Pablo (ver Jn 19, 7; 21, 2.9). También la presenta como la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, es decir el lugar donde Dios habita (ver Jn 21, 2). Leer Jn 10, 1–16; Jn 15, 1–7 y Ap 21, 2 ss. LA IGLESIA ES UNA COMUNIDAD VISIBLE La Iglesia además de misterio invisible es también una realidad externa, concreta, histórica, encarnada como lo fue el Hijo de Dios. Los Hechos de los Apóstoles narran su nacimiento, sus primeras luchas, sus crisis de crecimiento, su problemas, su extensión fuera de Jerusalén, es decir en Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra con la llegada de Pablo a Roma. Son textos fáciles de 51 leer y de gran provecho para todos porque demuestran que el Señor está siempre con su Iglesia, hoy como ayer y mañana. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Cuándo nace la Iglesia? 2.- ¿Por qué la Iglesia es un misterio? 3.- ¿Por decimos que la Iglesia es Santa y a la vez pecadora?¿Cómo se pueden compaginar estas dos cosas? 4.- Dibuja un cuadro en una cartelera y describe los diferentes símbolos con los que Jn describe a la Iglesia? 5.- ¿Por qué la Iglesia es una comunidad visible? 6.- ¿De todos estos apelativos cual es el que para ti define hoy en dia mejor a la realidad de tu parroquia y de tu comunidad? 52 11.- Origen y significado del bautismo cristiano Por el bautismo el ser humano se hace miembro de la Iglesia y se capacita para dar a conocer a Cristo a través de la evangelización. Pero, ¿cuáles son los inicios de este sacramento? ¿Podemos relacionar el bautismo que aparece en el libro de los Hechos con la práctica actual de dicho sacramento? Comencemos leyendo el texto sagrado que nos va a servir de fundamento Leer Hch 2, 14-41 Al final de un discurso donde Pedro a invitado a sus oyentes a la conversión se produce este dialogo entre él y ellos para ver lo que tienen que hacer para llevar a cabo la conversión. En el v. 37 se interrumpe el discurso de Pedro, este corte en este momento culminante es un recurso literario de vital importancia. La reacción del auditorio pone de relieve la finalidad de todo lo dicho hasta el presente y. al mismo tiempo, introduce la parte final del discurso (vv. 35-40). De lo que se trataba, en realidad, era de convencer a Israel de su culpabilidad y de abrirle los ojos, para que se diese cuenta de la ineludible exigencia que comporta la nueva situación creada por la actuación de Dios en Jesús. La pregunta: «¿Qué tenemos que hacer?» expresa la perplejidad que experimenta Israel ante tal exigencia. Nuestro autor describe de manera idéntica la reacción de los oyentes de Juan el Bautista ante su llamada a la conversión (ver Lc 3, 10). Sin embargo, la respuesta que Pedro da en el v. 38 es totalmente distinta de la respuesta de Juan. Pedro no exhorta a un cambio de conducta moral como hace Juan, sino a una asimilación del fenómeno Cristo, según las ideas fundamentales expuestas en todo el discurso. Prácticamente se trata de un desarrollo del v. 21, especificando de qué modo ha de ponerse en práctica esa invocación del nombre del Señor, que es fuente de salvación: por medio del arrepentimiento, ratificándolo con el bautismo «en el nombre de Jesús». 53 A primera vista, parece que la frase: «en el nombre de Jesús» consta de cuatro elementos: dos condiciones (arrepentimiento y bautismo) y dos promesas (perdón de los pecados y don del Espíritu): en realidad se trata de diversos aspectos del bautismo mutuamente relacionados. El bautismo surte efectos de arrepentimiento y de perdón, porque Jesús glorificado entra en relación personal con el bautizado. Esta relación personal significa quedar bajo el radio de acción de su Espíritu. Reflexionemos sobre estos versículos a ver qué nos aportan al bautismo actual. Es la primera vez, que nuestro autor menciona el bautismo cristiano; y lo hace como si se tratase de algo ya bien configurado. Sin embargo, se echa de menos una clara explicación de sus orígenes. La naturalidad con que Lucas menciona el bautismo se explica por su carácter programático: Lucas quiere demostrar que bautismo e Iglesia son inseparables. El bautismo aparece cuando empieza la comunidad salvífica. Al contrario de lo que sucedió en el caso de la última cena Jesús nunca dio durante su vida terrestre, indicación alguna para explicar el origen del bautismo. Por una parte, el relato del bautismo de Jesús por manos de Juan no establece la más mínima relación de este bautismo con la práctica de la Iglesia. Y por otra, el mandato de bautizar, que el Resucitado da a sus discípulos, se encuentra sólo en Mateo (ver Mt 28, 18-20) y, en su forma actual, es una composición posterior que no pretende explicar históricamente el origen de la práctica eclesial, sino darle su fundamentación teológica. El propio Jesús no bautizó nunca (ver Jn 4, ls), a excepción posiblemente del inicio de su ministerio (ver Jn 3, 22-26). Por tanto, la práctica pospascual de administrar el bautismo no se puede entender como una continuación de la actividad de Jesús. Entonces, ¿cómo se explica que apareciera tan de improviso y que terminara por imponerse de una manera tan generalizada? Probablemente, lo que indujo a los discípulos de Jesús a reanudar la práctica del bautismo fue la acusada tensión escatológica en que vivía la primera generación cristiana. Pero hay que notar que la actualización de la vieja costumbre introdujo cambios decisivos en su contenido. No cabe duda que ya el bautismo de Juan era signo de una creciente expectación escatológica; era «un bautismo para que se arrepintieran y se les 54 perdonaran los pecados» (ver Mc 1, 4), es decir, un rito de purificación que simbólicamente confrontaba la vida anterior del hombre con la venida inminente de Dios como juez y ofrecía una posibilidad de salvación en ese juicio. La comunidad cristiana, que vivía en la convicción de que con la muerte y resurrección de Jesús ya había comenzado el fin, encontró en ese rito un signo visible, ya configurado, para expresar esa dependencia con respecto a los acontecimientos finales. Y era natural que se interpretara así, ya que el mismo Jesús había reconocido el bautismo de Juan como signo, de origen divino, de la conversión escatológica (ver Mc 11, 30). En el bautismo cristiano, el aspecto central, al que se refieren tanto el arrepentimiento como el perdón de los pecados, no es la inminente aparición del Dios juez, sino el reinado de Dios, la salvación que Jesús había prometido y hecho posible (ver Mc 1, 15). Esto comporta un cambio estructural de la máxima importancia. El arrepentimiento ya no es sólo una exigencia, sino un don, una transformación de la vida real por medio del poder salvífico de Jesús. Y lo mismo pasa con el perdón de los pecados, que ya no es una condición para salvarse, sino que expresa la realidad ya presente de la salvación ofrecida por Jesús. Esta orientación hacia Jesús es capital para entender el sentido del bautismo cristiano. Y así lo expresa la fórmula «en el nombre de Jesucristo», que puede significar «invocando su nombre» o «consagrándose a su persona» (Hch 8, 16; 10, 43: 1 Co 1, 13-15; 1 Co 10, 2; Mt 25, 19). El sentido de la formula es, a la vez, causal y final: Es causal, en cuanto que el acto del bautismo se considera bajo el influjo de una actuación presente de Jesús glorificado. En este caso, es el mismo Jesús glorificado el que confiere el bautismo y otorga, por medio del rito, el arrepentimiento y el perdón. Es final, en cuanto que indica una transferencia del propio ser a Jesús. Igual que en el Antiguo Testamento Israel había quedado legitimada como propiedad de Dios por el hecho de que sobre él se había invocado el nombre del Señor (ver Dt 28, 10; Is 43, 7), así ahora los cristianos, al llevar impuesto el nombre de Jesús (St 2, 7), pasan a ser súbditos de Jesús glorificado. El bautismo cristiano no renunció a su significada de preparación para el momento final, entendido no como anticipación de un juicio futuro, sino como participación en un acontecimiento ya presente y que implica un compromiso personal. De este modo, el bautismo ocupa, después 55 de Pascua, un puesto paralelo al que tuvo, antes de Pascua, la llamada de Jesús a seguirlo. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Qué nos confiere el sacramento del bautismo? 2.- ¿Jesús realizó bautismos en su época al igual que Juan el bautista? 3.- Según nuestro autor ¿qué características deben darse para recibir el bautismo? 4.- ¿Qué significa bautizar en el nombre de Jesucristo? 5.- ¿De donde toma la Iglesia el bautismo en el nombre del padre y del Hijo y del Espíritu Santo? ¿Sabes en que texto bíblico se encuentra del Nuevo Testamento? 6.- ¿Cómo vives tu bautismo? 56 12. Vida interna de la Comunidad naciente: La enseñanza Para conocer la vida interna de la comunidad nos alimentaremos de 3 sumarios que nos aparecen el en libro de los Hechos. Comencemos con la lectura del primer sumario: Leer Hch 2, 14-41 El agitado relato de Pentecostés desemboca en el remanso de este sumario. Es el primero de los tres sumarios (ver Hch 2, 4247; 4, 32-35; 5, 11-16) que, en cierto modo, van vertebrando la presentación de los comienzos de la Iglesia en Jerusalén (ver Hch 2,1-5,42). Nuestro hagiógrafo quiere mostrar algunos rasgos concretos de especial importancia, que se pueden deducir de los sucesos narrados y que van configurando progresivamente una imagen coherente de lo que era la Iglesia de Jerusalén. Pe eso sintetiza en los sumarios lo que él creía más característico y significativo para la vida de la Iglesia durante aquellos años. Los sumarios tienen, por tanto, una función de generalizar y tipificar. La semejanza, desde el punto de vista del contenido, entre los tres sumarios (ver Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,11-16) es sorprendente. Una comparación superficial de los tres textos podría dar la impresión de que se repiten los mismos temas, sólo que en distinto orden. Los temas constitutivos esenciales de la vida de la comunidad son: la enseñanza de los apóstoles, la comunidad de vida, la fracción del pan (= comida litúrgica), la oración y los prodigios que realizaban los apóstoles. En realidad, partiendo de este supuesto, se puede explicar la estructura de los tres sumarios. Los vv. 44-47 no son más que un desarrollo de la mayoría de los constitutivos enumerados por el fragmento de tradición: los vv. 44-45 tratan de la comunidad de vida (que Lucas interpreta como comunidad de bienes), el v. 46 de la comida litúrgica, y el v. 47 de la oración. En el sumario 4,32-35 se desarrollan los elementos «comunión de 57 vida» (ver Hch 4,32,34s) y «enseñanza» de los apóstoles (ver Hch 4,33), mientras que el sumario 5,11-16 se concentra fundamentalmente en el tema «prodigios de los apóstoles» y no hace más que una breve alusión a la «enseñanza» (ver Hch 5,12b). Vamos a comenzar con el primer constitutivo de la vida de la comunidad primitiva la asiduidad en escuchar la enseñanza de los apóstoles. Lo más probable es que, en los primeros tiempos, la enseñanza consistiese en transmitir palabras del Jesús terrestre, ante todo, las más relacionadas con el significado de su destino, a la luz del Viernes Santo y del Domingo de Pascua. Igualmente, en cuestiones éticas, la autoridad decisiva era una palabra de Jesús (ver 1 Cor 7, 10-25). Paralelamente fueron tomando forma algunos contenidos doctrinales específicos en torno a la cristología y a la escatología, que trataban de demostrar el hecho y el porqué de la personalidad de Jesús, como objetivo y cumplimiento de la actuación de Dios. En el desarrollo de esta enseñanza jugaba un papel capital la argumentación a base de la Escritura. A parte de todo esto, ya la misma enseñanza de Jesús presentaba una fundamental diferencia estructural con la enseñanza de los fariseos; no cabe duda que esta diferencia influyó notablemente en la enseñanza de la comunidad cristiana, Para ésta no contaba tanto una meticulosa repetición de tradiciones normativas y su aplicación a las diversas situaciones de la vida del pueblo cuanto el poner de relieve que, a la luz del acontecimiento Cristo, ya se había hecho visible la revelación salvífica del final de los tiempos, Así, poco a poco, fue configurándose la tradición cristiana dentro del marco de la enseñanza comunitaria. 58 Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Qué es un sumario? y ¿Qué pretende mostrarnos nuestro autor a través de los sumarios? 2.- ¿Cuáles son los temas principales citados en todos los sumarios? 3.- ¿Qué cosas enseñaban los apóstoles? ¿ Y la primera Comunidad Cristiana? 4.- ¿Cómo te alimentas en tu comunidad y en la Parroquia de la enseñanza de los Apóstoles? 5.- ¿Cómo trasmites en la evangelización esta enseñanza a las demás personas? 13. Vida interna de la Comunidad naciente: La comunión de vida Analicemos el segundo elemento constitutivo de la vida de la comunidad naciente, para ello leeremos como nos aparece en el segundo sumario Leer Hch 4, 32-35 La palabra griega koinonía, traducida por comunidad de vida, es un término técnico del lenguaje utilizado por Pablo y de la tradición anterior a él (ver 1 Co 1, 9; 10,16; 2 Co 8, 4; 9, 13; etc.). Significa una comunión, basada en la participación común en alguna cosa, como, por ejemplo, entre los socios que comparten una determinada propiedad; esa participación es la que crea comunidad de vida. Constitutiva de la autocomprensión de la comunidad era la convicción de que el vínculo que los unía en comunión radicaba en la actuación y en el don de Jesús (ver 1 Co l0, 16s; 12, 4-31). 59 La comunión de vida no consistía en la comunión espontánea de gente animada por los mismos sentimientos, para desarrollar el crecimiento religioso de cada individuo, sino en la realidad concreta de una poderosa actuación salvífica, destinada ya de antemano a la comunidad. Los miembros de esa comunidad se transmiten unos a otros lo que han recibido como don del Señor y, en esa transmisión, la salvación recibida queda históricamente configurada como comunidad de vida. Por eso, en últimas, koinonía es Cristo que sigue viviendo en la comunidad y creando comunión de vida mediante el don continuo de su salvación. Nuestro autor interpreta la comunidad de vida de Hch 2, 42 como una plena comunidad de bienes. Con esto queda ya apuntado el tema principal del segundo sumario (ver Hch 4,32-35) y de los dos relatos que le siguen. Lucas quiere dar la impresión de que en Jerusalén lo normal era la renuncia a la propiedad privada y que los miembros de la comunidad vivían de una caja común. Si en la expresión «lo tenían todo en común» resuena un cierto eco de alguna escuela filosófica reconocida, lo que realmente quiere indicar es su convicción de que en la comunidad cristiana se realiza plenamente esta situación, propuesta como ideal en amplios círculos del pensamiento contemporáneo. Sin embargo, la realidad debió de ser bastante diferente. Estos sumarios nos presentan, sin duda, una imagen ideal de los primeros tiempos del cristianismo. Lucas describe la vida de la comunidad naciente con los rasgos que en cualquier lector de cultura helenística tenían que despertar recuerdos de una idea muy extendida en la filosofía popular: la utopía del tiempo primordial virgen, perdido una vez, pero que un día habrá de ser restablecido en toda su integridad. La idea de un mundo sin propiedad privada, en el que todos tengan «todo en común», ejercía una poderosa fascinación. La misma formulación textual de Hch 2, 44 y 4, 32 recuerda el proverbio de Aristóteles: «Entre amigos todo es común». Los mismos ideales encontramos en pueblos tan remotos como los bárbaros escitas, entre los cuales aún continuaba vivo el ideal de los orígenes: «Su modo de vida es sobrio y nada codicioso; reina entre ellos un orden perfecto, porque todas sus posesiones son comunes...». Y Séneca veía en la tendencia a propiedad privada el pecado original que introdujo la corrupción en hombre y en el mundo, y que tenía que ser vencido por medio de predicación moral de los filósofos: «Los hombres 60 dejaron de poseer todas las cosas, en cuanto empezaron a codiciar la propiedad privada. Por el contrario, los primeros hombres y sus sucesores obedecían, incontaminados, a la ley natural». El historiador judío Flavio Josefo presenta, al menos indirectamente, la comunidad de bienes que practicaban los esenios, como cumplimiento de este ideal filosófico. Un argumento a favor del sentido de responsabilidad histórica de nuestro autor es la reserva con que presenta esta imagen ideal del cristianismo primitivo. Sería normal que, de acuerdo con la filosofía mencionada, la describiese como una especie de cooperativa y propietarios y productores, rigurosamente organizada y regida por un férreo estatuto legal: pero no es así. Por eso está fuera de lugar la expresión acuñada por un famoso autor que hablaba de las primeras comunidades cristianas como un «comunismo de amor». Esta expresión ignora que nuestro autor no habla de una socialización de los medios de producción ni de una administración común de la economía sino simplemente dice que los propietarios vendían sus posesiones, con el fin de colaborar a la manutención de los necesitados. Ponían sus propiedades a disposición de la comunidad con absoluta libertad y según lo requerían las necesidades del momento, sin pasar por alto las contribuciones espontáneas. Precisamente en esta perspectiva es donde mejor se aprecia la diferencia radical entre esta imagen del cristianismo primitivo y la comunidad de bienes practicada por los esenios de Qumrán. Esta última constituía todo un sistema complejo y perfectamente coordinado de administración económica colectiva y de productividad, sobre la base de una ausencia absoluta de propiedad personal. El que entraba en la orden tenía que entregar su fortuna a la comunidad y además trabajar para ella; contra el que se atrevía a quebrantar esta regla estaban previstas sanciones de lo más drásticas. Con el producto del laboreo de los campos y con trabajos manuales se cubrían las necesidades de la comunidad. No hay duda de que la imagen ideal trazada por nuestro hagiógrafo encierra mucho de verdad histórica. A pesar de que existe una cierta contradicción entre las afirmaciones generalizantes de los sumarios (ver Hch 2, 44; 4, 32) y los relatos particulares, como el de Bernabé (ver Hch 4, 36s) y el de Ananías (ver Hch 5, 1-11), que nos dan a entender que no todos los miembros de la comunidad vendían sus posesiones. En efecto, 61 según 5, lss la venta del campo de Ananías fue una iniciativa totalmente libre, pero de ningún modo extraordinaria, como se deduce del contexto. Igualmente la mención de Bernabé (ver Hch 4, 36s) no hace referencia a un caso especial, sino que probablemente es un ejemplo concreto de carácter biográfico de uno de los personajes más significativos de la comunidad de Antioquía. La figura histórica de la comunión de bienes en Jerusalén adquiere rasgos más definidos, si se tienen en cuenta diversos factores que contribuyeron a su configuración: a) Situación externa de los cristianos de Jerusalén. Los discípulos de Jesús, galileos de origen, abandonaron su país, después de Pascua, y se trasladaron a Jerusalén. Como eran pescadores o campesinos de profesión, pronto se encontraron allí sin recursos económicos, por eso es natural que los miembros de la comunidad residentes en Jerusalén se hicieran cargo de ellos. A la inversa, los inmigrantes procedentes de Galilea, por el hecho de haber abandonado las posesiones que allí tenían, constituían para los residentes de Jerusalén un ejemplo que no podía menos de influir en su actitud con respecto a la propiedad. Las nuevas e insólitas condiciones de vida estimularon la improvisación y al mismo tiempo contribuyeron a aliviarla. b) Siempre desde el punto de vista externo, se podría haber producido una adaptación al modelo de atención a los pobres, practicado por los fariseos. Por eso, es de suponer que durante las comidas comunitarias se hiciese una colecta, como era costumbre en la sinagoga, con motivo de alguna promesa pública que se daba a conocer en presencia de toda la asamblea. c) Un factor de primer orden tuvo que ser el ambiente de expectación escatológica que reinaba en la comunidad, pero que no aparece explícitamente en nuestra obra. Para una gente que esperaba la inminente venida del Señor después de las apariciones del Resucitado, cualquier previsión de tipo económico en orden a asegurar la subsistencia era totalmente irrelevante. Nadie tenía reparos en poner a disposición de los necesitados, según lo pedía la situación, los medios materiales de que disponía, porque ¿qué mejor empleo de los bienes que usarlos para salvar la distancia que les separaba de la ya inminente parusía? Esta expectación escatológica explica, por una parte, la libertad y la espontaneidad 62 del don y, por otra, la evidente falta de una planificación económica a largo plazo. d) Pero el factor más decisivo hay que buscarlo en el impulso que encontraba la comunidad en la tradición sobre Jesús. Jesús había renunciado a toda posesión personal, había criticado la riqueza (ver Lc 6, 24; 16, 19-31; Mc 10, 23ss), había hecho una advertencia con respecto a los agobios por la vida (Mt 6, 11-25ss); y este ejemplo continuaba pujante en la comunidad. Cierto que Jesús no había exigido la renuncia total a todos sus seguidores, sino sólo a sus íntimos, a los que había llamado para una consagración al servicio del reinado de Dios (ver Lc 9, 3; 10, 4), por más que cualquier tipo de rigorismo ascético fuese ajeno a su mentalidad (ver Mt 11, 19; Lc 7, 34); pero la comunidad primitiva no podía pasar por alto la posición crítica de Jesús con respecto a las posesiones. Para Jesús, la propiedad constituye un peligro, porque corre el riesgo de convertirse en un medio para acorazarse contra las radicales exigencias de Dios y del prójimo (ver Mc 10, 21s). El rico es presa fácil de la fascinación de un poder que lo aleja de Dios (ver Lc 12, 16-21), porque lo induce a querer tomar posesión del mundo entero para sí mismo, en vez de dejárselo a Dios y al prójimo. La comunidad primitiva no sólo llevó adelante la desprendida actitud de Jesús con respecto a la posesión personal, sino que, con la comunidad de bienes, intentó poner en práctica una forma de vida en la que los bienes materiales, en cuanto don de Dios, pudieran unir y no separar; no estrecharan la perspectiva hacia el yo personal, sino que la ensancharan abriéndola hacia Dios y hacia el prójimo. Juzgado desde fuera, el ensayo fue un fracaso. Ya en 5, 1-11 caen las primeras sombras sobre esa imagen de los orígenes; y más adelante (cf Hch 6, lss) el panorama se oscurecerá aún más. Se perciben muchas dificultades no atribuibles únicamente a la imprevisión económica de los primeros tiempos, sino también a las particulares condiciones sociológicas de la comunidad de Jerusalén y a la situación general de Palestina (p. ej. la gran carestía mencionada en Hch 11,28). De hecho, otras comunidades tuvieron que movilizarse a base de colectas, para ayudar a la comunidad de Jerusalén; pero, a pesar de todo, es claro que los cristianos de Jerusalén nunca abandonaron su convicción de ser realmente «los pobres» (ver Ga 2, 10; Rm 15, 26). 63 Con todo, el hecho de que Lucas presente aquí la comunión de bienes como un ideal significa que esta concepción sigue la línea, tan marcada en toda su obra, de la crítica a la riqueza (ver Lc l, 51ss; 6, 24; 16, 13; etc.). Lucas es el autor neotestamentario que insiste con mayor énfasis en la pregunta: «¿cuál es la verdadera actitud ante la propiedad y las posesiones?», una pregunta que Jesús hace a la Iglesia y que debemos de tener muy en cuenta para aplicarla a nuestra vida personal y a la de nuestra Pequeña Comunidad. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Qué significa la palabra Koinonía? 2.- ¿Esta Koinonía era ya vivida o predicada por los filósofos antiguos? ¿Cita alguno representativo y que opinaba de ella? 3.-Qué koinonía estamos invitados a vivir como seguidores de Cristo? 4.- ¿Qué factores contribuyeron a la comunión de bienes en la antigua comunidad cristiana reunida en Jerusalén? 5.- ¿Cómo vives la comunión de vida en tu comunidad y con la Iglesia en general? 14. Vida interna de la Comunidad naciente: La Fracción del Pan Comencemos leyendo el primer sumario que nos habla de la fracción del pan: Leer Hch 2, 14-41 El sitio concreto donde se realiza esta comunión de vida es la fracción del pan, que literalmente se refiere al gesto que hacía el cabeza de familia mientras pronunciaba la bendición de la mesa al principio de la comida (ver Mc 6, 41; Mc 8, 6s; Lc 24, 30). 64 Tomando la parte por el todo la fracción del pan significa la celebración eucarística (ver Hch 20, 7; 1 Cor 10, 16). En los primeros tiempos de la Iglesia, la eucaristía se celebraba como un banquete, en el que adquirían particular relieve la fracción de pan, al comienzo, y la copa de la bendición, al final, como recuerdo de la última cena de Jesús (ver 1 Cor 10, 16; 11, 25). La investigación sobre el texto bíblico de hace ya bastante tiempo se inclinaba a interpretar la eucaristía que se celebraba en la primitiva comunidad de Jerusalén, no como recuerdo de la última cena de Jesús, sino más bien en relación con las comidas del Resucitado en compañía de sus discípulos. Esta interpretación carece de todo fundamento, aunque no se puede negar que en los primeros tiempos del cristianismo el recuerdo de las comidas de Jesús con sus discípulos durante su ministerio público tuviese una cierta presencia en la celebración eucarística. Hay que admitir que el comportamiento singular de Jesús durante la cena de su última noche fue lo que siempre se consideró como una autorización expresa, y la más fundamental, para seguir haciendo realidad presente la comunidad de mesa con Jesús, hasta su segunda venida en la parusía (ver Mc 14, 25; 1 Cor 11, 26). En todo caso, la cena del Señor fue el origen del desarrollo ulterior de una liturgia típicamente cristiana, independiente del culto judío. Probablemente la «fracción del pan», apuntada en el v. 42, le sugirió a Lucas esta presentación de la vida litúrgica de la comunidad, pero no sin antes precisar un punto concreto. Cierto que los cristianos celebraban sus comidas especiales en sus casas, turnándose de una en otra, y en un clima de alegría (ver Lc 14, 15; 1 Pe 4, 13) y de total entrega a Dios (ver Mt 6, 22s; Col 3, 22); pero de ningún modo abandonaron el culto en el templo, al modo del pueblo judío. Para nuestro autor es muy importante que la comunidad cristiana tome posesión del templo, centro de la vida de Israel, como el lugar que por voluntad de Dios le corresponde. Ya anteriormente había subrayado la permanencia de Jesús en el templo (ver Lc 2, 49; 19, 47; 20, 1; 21, 37; 22, 53). Es que, para nuestro autor, la comunidad cristiana es el verdadero Israel. A parte de que esta presentación habría de corresponder plenamente a la realidad histórica. 65 Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Cuál es el sitio más representativo de la Comunión de Vida? ¿Por qué? 2.- ¿Cómo se celebraba la Fracción del Pan en la Primera Comunidad Cristiana? 3.- ¿Cuál debe ser el clima que rodee la Fracción del Pan? 4.- ¿Cómo vives en tu Parroquia y comunidad la Fracción del pan? 5.- ¿Cómo trasmites a los demás los frutos recibidos en la Eucaristía? 15. Vida interna de la Comunidad naciente: La Oración La oración de los primeros cristianos estaba vinculada a las costumbres judías; por ejemplo, el rezo de los salmos. Sin embargo, la experiencia del don del Espíritu abrió ya muy pronto un horizonte de oración totalmente nuevo (ver Rm 8, 15; Gal 4, 6). Los cristianos podían mantener con Dios un diálogo de una cercanía hasta ahora inalcanzada, conscientes de que oraban por medio de Jesús. Modelo y a la vez compendio de este nuevo modo de orar era el Padrenuestro (ver Mt 6, 9-13; Lc 11, 2ss), con su invocación inicial «Padre», que encierra todo un programa. Un problema especial —y difícil, por cierto— es determinar cuándo y cómo se introdujo la oración dirigida a Jesús, junto a la oración en el nombre de Jesús. La ocasión para ello bien pudo haber sido la aclamación litúrgica «Maranatha» (ver 1 Cor 16, 22). 66 Leer Hch 2, 42-47 Como un reflejo de la «oración», mencionada en el v. 42 se presenta en el v. 47 a la comunidad alabando a Dios públicamente, es decir, durante los servicios cúlticos en el templo, y de ello se deduce una actitud favorable del pueblo con respecto a los cristianos. Cierto que se trata de algo más que de una mera tolerancia amistosa; efectivamente, el número de las conversiones crece irresistiblemente, de modo que se llega a tener la impresión de que muy pronto todo Israel va a ser empujado a formar parte de la comunidad de salvación. Leer Hch 4, 23-31 Esta escena pretende dejar bien claro que el conflicto de los apóstoles con las autoridades judías concierne a toda la comunidad y no sólo a sus responsables; por eso, tiene que ser superado por toda comunidad en cuanto tal. La superación del conflicto se lleva a cabo mediante una oración comunitaria (vv. 24-30). La respuesta de Dios es inmediata: una prueba más de la potencia del Espíritu (v. 31). Así la comunidad sale de esta primera situación crítica en que se ve envuelta, no precisamente afligida y debilitada, sino robustecida con una nueva fuerza para llevar a cabo su tarea evangelizadora. . En la oración encontramos algunos signos propios de nuestro autor sobre todo en los vv. 24b-28. Algunos de estos signos son, en primer lugar, ciertas expresiones típicas del lenguaje litúrgico tradicional; por ejemplo, la invocación de Dios como creador y dominador del cielo, de la tierra y del mar. Igualmente la expresión «tu siervo Jesús», que aparece muchas veces en las primitivas oraciones cristianas como una elemento típicamente litúrgico y en el que se presenta a Jesús como profeta y como siervo del Señor. Lo mismo habría que decir de la denominación del siervo como «ungido». También se puede apreciar una cierta resonancia de la oración de Ezequías (ver Is 37, 16-20). 67 Por tanto, según lo dicho, los vv. 24b-28 nos ofrecen un fragmento de una oración muy antigua que, con lenguaje litúrgico y apoyándose en Sal 2, ls, da gracias a Dios por su misteriosa actuación en la pasión de Jesús. El ambiente donde nació esta oración tuvo que ser la celebración eucarística. La relación entre la obra creadora de Dios y la eucaristía se encuentra ya en las más antiguas tradiciones litúrgicas (por ejemplo la Didaje; San Justino y San Hipólito). En el v.23 se describe una escena típica. Al volver de la prisión, los apóstoles encuentran reunidos a «los suyos», es decir, a toda la comunidad. Cómo era posible que un grupo tan numeroso como el mencionado en 2, 41 y 4, 4 hubiera encontrado un espacio donde reunirse es una cuestión secundaria e irrelevante. Enseguida los apóstoles les cuentan lo ocurrido, naturalmente haciendo especial hincapié en la amena/a que les habían hecho los «sumos sacerdotes» —el grupo dirigente del Consejo— y los ancianos. La respuesta de la comunidad se expresa en una oración, en la que expone al Señor la amenaza que se cierne sobre ella. La observación de que «todos a una» invocan a Dios no sólo describe una oración común en voz alta y en clima litúrgico, sino que con esta expresión típicamente suya (ver Hch 1, 14; 2, 46; 5, 12; etc.). Nuestro autor caracteriza el ambiente interno de la comunidad en sus comienzos. Esta unión que Dios crea por medio del Espíritu se contrapone a la inseguridad de las autoridades judías. La invocación inicial déspota (= «Señor») es corriente en el lenguaje litúrgico de los LXX y es un término predilecto del cristianismo primitivo en sus oraciones dirigidas a Dios (ver Lc 2, 29; Ap 6, 10; 1 Clem 7, 5; 9 ,4; etc), mientras que la invocación kyrie, que significa prácticamente lo mismo, se usa en las oraciones dirigidas a Jesús La transición a la cita del salmo parece que es el resultado de una amalgama de dos lecturas divergentes: «Tú que has hablado por boca de nuestro padre David, tu siervo» y «tú que has hablado por medio del Espíritu Santo»; de modo que esta segunda lectura podría ser una corrección de la primera, con la intención de poner de relieve el carácter inspirado de la Escritura (ver 2 Tim 3, 16). Ya que el salmo es palabra personal de Dios, que indica su actuación futura, la comunidad puede apelar a esa palabra en su 68 oración. El Sal 2, que originariamente celebraba la derrota de los enemigos del rey mesiánico, de estirpe davídica, se aplica aquí a la pasión de Jesús. La alianza de «los reyes de la tierra» y de «los príncipes» se entiende como una profecía que se cumple en el destino de Jesús. Herodes Antipas representa a los «reyes» y el procurador romano a los «príncipes». Los también mencionados «naciones y pueblos» representan, aunque ciertamente con reservas, a los soldados romanos y al pueblo judío que, al igual que los anteriores, se aliaron en la lucha contra Jesús; de ahí el plural «gentes» en el v. 27. La alusión a la unción de Jesús hace referencia a Lc 4, 18; Lucas interpreta el bautismo de Jesús como una unción para desempeñar su ministerio mesiánico. La «mano» de Dios —símbolo veterotestamentario de su poderosa acción en la historia— y su voluntad han mostrado su potencia en el destino de Jesús. Los soberanos y los poderosos, que creían actuar a su propio arbitrio, quedan convertidos de esta manera, sin darse cuenta, en instrumentos de Dios para la realización de su plan salvífico, que se lleva a cabo precisamente en el sufrimiento y en la humillación exterior de Jesús. La comunidad no pide, como era de esperar, que se cumpla la voluntad de Dios en la persecución y las amenazas a las que ahora se encuentra expuesta, sino que pueda afrontar esa persecución con un testimonio lleno de valentía. El llamarse a sí mismos «siervos» encierra una confesión de humildad, propia del lenguaje dé la oración; Dios es «el Señor» (v. 24) y el hombre sólo puede presentarse ante él como «siervo». Lo que se pide es fuerza para dar testimonio de palabra y de obra. «Anunciar la palabra» es término técnico para la proclamación del mensaje salvífico (ver Hch 4, 29-31; 8, 25; 11, 19s; 13, 46; 14, 1; etc). Las «Señales y prodigios» aparecen frecuentemente en el Nuevo Testamento como una expresión típica, influenciada por el lenguaje del Antiguo Testamento (ver Ex 7, 3; Dt 6, 22; 7, 19; etc). Ambas palabras tienen prácticamente el mismo significado. En líneas generales se podría decir que «señal» indica un acontecimiento en su referencia a Dios, mientras que «prodigio» subraya ese momento de asombro causado por un suceso extraordinario e inexplicable. En sus detalles, la formulación de la 69 frase obedece a un esfuerzo por incorporar el mayor número posible de elementos que se podrían encontrar en el fragmento de tradición incluido en los versículos precedentes. Por ejemplo, los prodigios mencionados aquí se ponen en relación con la «mano de Dios» extendida y con el nombre de Jesús, el «santo siervo» de Dios (ver Hch 3, 13). El hecho de que el «nombre de Jesús» realice prodigios es una prueba del poder de Dios. La actuación y el comportamiento de los dos apóstoles, Pedro y Juan, se mantiene aquí como modelo para toda la comunidad; ellos han dado un testimonio valiente y, curando al paralítico, han demostrado la potencia del nombre de Jesús. Ahora la comunidad pide a Dios asistencia y fuerza para hacer lo mismo. La oración es inmediatamente escuchada. Signo visible de ello es el terremoto, según la mentalidad antigua. Pero no queda todo ahí, en ese signo externo; el Espíritu Santo «llena» a todos los miembros de la comunidad. La implorada fuerza de Dios viene sobre ellos y los capacita para dar valiente testimonio, como han pedido, acerca de la «palabra de Dios»; y precisamente en esa situación de amenaza, desatada por sus adversarios. No es que se vuelva a repetir el prodigio de Pentecostés, pero sí queda reafirmado y actualizado en esta nueva situación. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿La oración primitiva cristiana con que tipo de oración estaba asociada? 2.- ¿Cómo responde Dios a la oración comunitaria? 3.- ¿Cómo es la oración que surge el Hch 2,24-28? 4.- ¿Qué relación tiene la oración del Salmo 2 con el texto que hemos analizado? 5.- ¿Qué pide la comunidad de Lc en la oración?¿Es escuchada por Dios? ¿Se realiza dicha petición? 6.- ¿Cómo oras en tu comunidad? ¿Realizas un tiempo del día a hace oración personal? 70 16. Vida interna de la Comunidad naciente: Los Prodigios El último constitutivo eclesial se orienta hacia el exterior. Los prodigios y las señales que realizaban los apóstoles producen en el ambiente un temor reverencial. El NT nos ofrece muchos ejemplos de curaciones y otros fenómenos maravillosos que se daban en la primera comunidad (ver Gal 3, 5; Heb 2, 4). Estos fenómenos contribuyeron decisivamente a configurar la imagen externa de la comunidad cristiana. Consta Además por los numerosos relatos de curación en el libro de los Hechos e indirectamente por el testimonio de Pablo (2 Co 12,12), que los apóstoles eran especialmente considerados como detentores de poderes prodigiosos. Leer Hch 3, 1-10; 5, 12-16; 9, 3243 Para ver con más detalle este aspecto de la primera comunidad leamos el tercer sumario del libro de los Hechos en el que se habla de una forma preponderante de este aspecto. Leer Hch 5, 12-16 Este tercer sumario, igual que los anteriores (2, 42-47; 4, 3235), tiene una función de síntesis, de articulación y de conexión. Nuestro autor ofrece aquí una visión de conjunto de lo que era la vida de la comunidad de Jerusalén en sus comienzos. En esta descripción se recoge una vez más los elementos esenciales de 2, 42s. Ocupa el primer plano la actividad «taumatúrgica» de los apóstoles y el consiguiente temor reverencial (Hch 2, 43). En relación con esto aparece la unión que reinaba en la comunidad (ver Hch 2, 46) y la enseñanza de los apóstoles con su probada eficacia (ver Hch 4 ,33). La descripción de los prodigios realizados por los apóstoles, con que se abre el pasaje en el v. 12a, queda bruscamente interrumpida por los vv. 12b-14, para reanudarse en el v. 15. Hay que notar que la conexión entre el v. 14 y el v. 15 es demasiado 71 abrupta. Además, como se ha constatado muchas veces, entre el v. 13a y el v. 14 hay una cierta incongruencia, porque la indicación de que la gente guardaba las distancias con respecto a la comunidad no parece cuadrar muy bien con la observación de que muchos hombres y mujeres se adherían a ella. La aparente brusquedad en la sucesión de los diversos elementos se puede explicar suficientemente por la función literaria que desempeña el sumario. El autor quiere subrayar el indiscutible respeto de que goza la comunidad ante el público, y la ocasión para ello se la brindan los prodigios realizados por los apóstoles y su efecto entre el público (Hch 2, 43). No presenta los prodigios como unos hechos que llevan por sí solos a la fe. La fe nace únicamente de la palabra de proclamación. Nuestro hagiógrafo quiere mostrar a través de estos hechos como la comunidad va creciendo por el hecho de que en la gente hay una actitud favorable ante la comunidad En el v.12, nuestro autor generaliza, y es por ello que quiere que los prodigios realizados por Pedro, (ver Hch 3, 1-10; 5, 15s), se entiendan como un modelo de la capacidad taumatúrgica que todos los apóstoles poseen. La expresión «por mano de los apóstoles» suena a lenguaje del Antiguo Testamento (ver 1 Re 2, 25; Ez 38, 17; Jr 37, 2). Los apóstoles no son más que instrumentos activos del nombre de Jesús, que es el que realmente obra prodigios. La frase siguiente introduce en escena a toda la comunidad. «Todos» sus miembros se encuentran a diario en el pórtico de Salomón; y la unanimidad con que se reúnen en torno a los apóstoles —que probablemente continúan su actividad de predicación, como se describe en el capítulo 3— no deja de causar su impresión entre los extraños. Las señales realizadas por los apóstoles y el impresionante castigo que Pedro ha llevado a cabo dentro de la comunidad, y cuyo eco se ha extendido (Hch 5, 11), han creado entorno a la comunidad una zona de temor reverencial. Ninguno de los «extraños» —esto es «los demás» (ver Lc 8, 10)— se atreve a perturbar las reuniones en el templo ni a «acercarse» a los creyentes. Nuestro autor no quiere decir, como se demuestra a continuación, que nadie se atreviera a unirse a la comunidad. Esta distancia no implica animosidad alguna, porque el pueblo se da cuenta de que Dios obra maravillas a través de los creyentes y «se hace lenguas de ellos». 72 La comunidad no queda en una situación estacionaria, aunque respetada y rodeada de un halo de temor reverencial, sino que más bien, por medio de la predicación de los apóstoles, va ganando continuamente nuevos miembros. En el v.15 se reanuda el hilo de la narración, interrumpido en el v. 13, ahora mediante la expresión «hasta el punto de», que es una transición más bien desgarbada. La impresión que causa la comunidad es enorme; y la gente polariza su atención hacia Pedro, el jefe, al que atribuye una ilimitada capacidad de ayuda, por las curaciones que realiza. En el caso de Pedro, al revés de lo que pasaba con otros taumaturgos, no hay necesidad de contacto físico o de una palabra directa; basta su sombra (ver Mc 5, 30ss; 6, 56),. El apóstol es considerado aquí, igual que con Jesús como uno de aquellos «hombres religiosos» de la Antigüedad, físicamente llenos de una fuerza sobrenatural y divina. Los antiguos creían que la sombra era la imagen de la persona y la portadora de su vida. Lucas no quiere insinuar que Pedro haya rechazado las expectativas mágicas que se cifraban en su persona, sino todo lo contrario; él da por supuesto que esas expectativas se cumplieron realmente. (En este sentido, la adición un tanto meticulosa introducida aquí por el texto occidental: «y quedaban curados de cualquier enfermedad que tuvieran», está en perfecta consonancia con la intención lucana). Para Lucas, como cristiano de la Antigüedad, los poderes curativos de Pedro son una prueba patente de que el acontecimiento salvífico definitivo ha vencido la negatividad concreta de la existencia humana. En el v.16 se ve como el efecto causado por los prodigios rebasa las fronteras de Jerusalén. Mucha gente de las aldeas circunvecinas acudía en busca de curación. Esta incontenible expansión de la publicidad alcanzada por el cristianismo es la causa de la nueva intervención de los saduceos. 73 Preguntas de Asimilación y Reflexión 1.- ¿Cuál es la actividad principal que se desarrolla en este tercer sumario que hemos leído? 2.- ¿Tenían los apóstoles poderes especiales como los tenía Jesús? ¿En qué lo observas? 3.- ¿Qué quiere poner de relieve nuestro autor con los prodigios narrados? 4.- ¿Cómo es visto Pedro en este relato? ¿Lo que el realiza se puede generalizar a los otros apóstoles? 5.- ¿Los prodigios realizados queda sólo dentro de los márgenes de la Ciudad Santa? 6.- ¿Crees que hoy en día pueden darse este tipo de prodigios? ¿Tu has vivido algún prodigio en especial? ¿físico? ¿espiritual? 74 17. Nombramiento para servir: La diaconía de los siete Este episodio introduce una nueva etapa en el desarrollo de la Iglesia. Lo mismo que cuando se tira una piedra al agua se forman una serie de ondas concéntricas, así la entrada en escena de un nuevo grupo dentro de la comunidad —los «helenistas»— desata una cadena de acontecimientos que llevan el evangelio más allá de las fronteras iniciales de Jerusalén, hasta alcanzar toda Judea, Samaría y las regiones colindantes. Leer Hch 6, 1-7 Lo que más llama la atención a la hora de leer este texto es que un fenómeno que, según todas las previsiones humanas, habría tenido que significar el fin de la Iglesia, es decir, la persecución en Jerusalén, haya sido el impulso para una expansión ulterior y, al mismo tiempo, el cumplimiento dé la segunda parte de la promesa del Resucitado (ver Hch 1, 8: «en toda Judea y Samaría»). Nuestro organizada: autor ha compuesto una escena claramente a) Exposición y descripción de la situación anómala que se ha presentado en la comunidad (v.1) b) Asamblea comunitaria y propuesta de «los Doce» para subsanar la anomalía (vv.2-4) c) Puesta en práctica de la propuesta (vv.5-6) d) Observación conclusiva (v.7). En este relato se refleja la revolución más trascendental de la historia del cristianismo primitivo, es decir, el nacimiento en Jerusalén de una comunidad autónoma compuesta por judeocristianos de cultura helenística. Cuando se trata de narrar acontecimientos conflictivos en el seno de la comunidad, nuestro autor es extremadamente comedido. Él tiene buen cuidado en desdramatizar tensiones y controversias intraeclesiales. 75 Este pasaje no trata únicamente de la instauración de un nuevo servicio comunitario que venga en ayuda de los apóstoles en el ámbito de la atención caritativa. Sino que va más allá por una serie de detalles que podemos apreciar y que nos invitan siempre a nosotros a ir más a fondo en los servicios encomendados: a) Los «Siete», teóricamente encargados sólo de servir a la mesa (vv. 2b.3b), aparecen en lo sucesivo exclusivamente dedicados a la proclamación de la palabra, como misioneros, sin que se haga mención alguna de un cambio o de una prolongación de su misión. Esteban y Felipe actúan de la misma manera que lo han hecho hasta ahora Pedro y los apóstoles. b) De lo poco que sabemos acerca de la predicación de los «Siete» helenistas, podemos deducir claramente que su palabra, en comparación con la de Pedro y la de los apóstoles, tiene un tono nuevo y más incisivo; por ejemplo, se atreven a criticar el templo y la ley mosaica (ver Hch 6, 14), lo que significa un enfrentamiento radical con la corriente farisea del judaísmo. c) Es evidente que la persecución de la comunidad (ver Hch 8,l), desatada por la controversia con Esteban, no fue contra todos los cristianos de Jerusalén, sino sólo contra el grupo helenista. Los «Doce» no fueron molestados y evidentemente tampoco el grupo de lengua aramea. Esto sólo se puede explicar en el supuesto de que, al tiempo de la persecución, los cristianos se presentaban a los ojos de los extraños como dos grupos distintos entre sí; y los apóstoles, en cuanto jefes de uno de los grupos, no podían ser tenidos por responsables de la enseñanza del otro grupo. Pero ahora, concretamente, ¿quiénes son esos «helenistas»? No hay ningún motivo para desviarse de la respuesta que ya dio en su tiempo S. Juan Crisóstomo: «(Lucas) llama helenistas a los de lengua griega» (a propósito de Hch 9, 29). No se trata de antiguos paganos, ni de secuaces de una secta herética judía, como los esenios de Qumrán o los samaritanos. La palabra «helenista» viene de un verbo griego cuyo significado lingüístico es el de «hablar (correctamente) el griego». Por tanto, tuvo que tratarse de judíos de la diáspora, de lengua griega, convertidos al cristianismo. Análogamente, los «hebreos» son judíos de Palestina, o especialmente relacionados con esta región, cuya lengua materna era el arameo (Flp 3, 5; 2 Cor 11, 22). Por lo general, la 76 barrera lingüística constituía un problema considerable para los judíos de la diáspora, de lengua griega, residentes en Jerusalén, donde se hablaba el arameo. Por 6, 9 y 24, 12 sabemos que estos judíos griegos tenían sinagogas propias en Jerusalén. De manera análoga, el problema lingüístico de los judíos de la diáspora convertidos al cristianismo, tuvo que ser especialmente agudo con motivo de las celebraciones litúrgicas; de modo que todo hace suponer que ya muy pronto se llegó a celebrar la liturgia en grupos separados. Esto tuvo que llevar consigo, a largo plazo, la constitución en Jerusalén de una segunda comunidad, independiente aun en su organización. La dificultad que se presentó con motivo de la atención a los pobres (v. 1), bien pudo ser una primera consecuencia de la vida independiente que vivían ambos grupos comunitarios, causada por la separación de la celebración litúrgica. Por otra parte, parece perfectamente razonable que estas dificultades hayan podido dar impulso a una separación organizativa que tuviese plenamente en cuenta este nuevo tipo de relaciones. El colegio de los Siete era el grupo dirigente de esta comunidad helenística. El número de siete se explica por analogía con la junta directiva de las poblaciones judías, que constaba de siete hombres. También las comunidades sinagogales judías tenían, por regla general, un consejo de ancianos compuesto por siete hombres. En todo caso, merece atención la circunstancia de que los helenistas no eligiera un colegio de doce, en analogía con los hebreos. Mientras que los «Doce» no representaron inicialmente un órgano administrativo, sino un símbolo escatológico de la plenitud del pueblo de Dios, los «Siete fueron exclusivamente administrativos, pero su existencia nunca puso en duda el significado fundamental del grupo de los «Doce». Por demás, ya los nombres de los Siete, griegos sin excepción, demuestra sin género de duda que todos provenían del círculo de los helenistas. El presente texto tiene relación con la comunión de bienes que vivía la primera comunidad y que aparece expresado especialmente en Hch 4, 32-35. En el círculo de los «helenistas» crece insatisfacción con respecto a los «hebreos». Se afirma que, en el suministro diario de los alimentos, se perjudicaba a las viudas helenistas, un grupo especialmente necesitado. Muchos judíos de la diáspora, profundamente religiosos, iban a Jerusalén a 77 pasar los últimos años de vida, porque deseaban ser enterrados allí. Sus viudas no tenían ningún pariente en la ciudad que pudiera echarles una mano. La situación de estas viudas se agravaba por el hecho de que, al parecer, no estaban incluidas en la organización social que se ocupaba de atender a los pobres. En los primeros tiempos, la comunidad todavía no había desarrollado un concepto análogo a la seguridad social a largo plazo. La distribución diaria de los alimentos disponibles, sin una planificación definida, estaba en consonancia con el carácter entusiasta de la comunión de bienes, que sustituía la organización por una absoluta espontaneidad. Los «Doce» salen al paso inmediatamente a este reproche, convocando una asamblea plenaria de la comunidad. El modelo administrativo que se presupone en este pasaje difícilmente puede haber si creado por la comunidad primitiva; más bien parece reflejar la práctica que estaba en vigor en esta primera comunidad. Dos órganos directivos aparecen uno frente a otro: de una parte, los dirigentes de la comunidad —los «Doce», en este caso— y, de otra, la asamblea plenaria Los dirigentes convocan la asamblea y presentan su propuesta; la asamblea designa, por elección, a los responsables de este servicio comunitario. Con todo, la instalación en el cargo se lleva a cabo mediante un rito imposición de las manos por parte de los dirigentes. En una breve declaración los «Doce» presentan a la asamblea su idea para resolver la situación conflictiva. La asistencia a los pobres tiene que ser encomendada, de ahora en adelante, a un ministerio especial. Esto no quiere decir que los apóstoles, a causa de una creciente sobrecarga de trabajo, renuncien a una función desempeñada hasta ahora por ellos, y que excluyan de su ministerio un servicio nuevo. Más bien lo que se indica es que los apóstoles no pueden asumir de ahora en adelante un servicio adicional, exigido por las circunstancias, sin descuidar el campo de acción que les es propio, «la palabra de Dios». Las actividades «servicio de la palabra», y «servicio a la mesa», eran una doble realidad de llevar la caridad a los más necesitados. Nuestro autor, da un relieve de primer plano a la palabra «servicio» (diakonia), 78 porque está pensando en el ministerio diaconal, que era corriente en su Iglesia (ver Flp 1, 2; 1 Tim 3,8-12). Nuestro hagiógrafo no interpreta el nombramiento de los «Siete» como fundamento directo de la institución posterior del diaconado y por eso evita la denominación de «diáconos»; con todo, aprovecha la ocasión para indicar a sus lectores la necesidad y el sentido del ministerio diaconal. Los criterios para la elección son: buena fama, habilidad, y posesión del Espíritu. Todos ellos recuerdan —y probablemente no por casualidad— las condiciones exigidas en 1 Tim 3 para ordenar a uno de diácono o consagrarlo obispo. En el v. 4, otra vez declaran los apóstoles su intención de dedicarse plenamente a su tarea propia. Junto al «servicio de la palabra» se menciona aquí la «oración», que se refiere a sus plegarias de intercesión por el bien de la comunidad y no a la oración litúrgica de que se habla en Hch 2, 42. La lista de los Siete comienza con Esteban, indicando así la función directiva que este personaje desempeñaba en la comunidad helenista y que, sin duda, corresponde al papel de Pedro, como portavoz de los Doce. Nuestro autor lo hace resaltar con dos calificativos: «dotado de fe y Espíritu Santo». También adquiere un cierto relieve Nicolás, el prosélito de Antioquía, el primer pagano que, pasando por el judaísmo, se hizo cristiano. Una vez que la asamblea ha elegido a los Siete —no se dice nada del modo de elección— los apóstoles proceden a la verdadera institución del servicio, mediante la oración y la imposición de manos. Se trata de una costumbre judía, cuyo prototipo es la constitución de Josué como sucesor de Moisés en Nm 27, 18. Por medio de la imposición de las manos se confiere el encargo que capacita para el cumplimiento del ministerio y, al mismo tiempo, el don de sabiduría necesario para ponerlo en práctica. Aunque la imposición de manos y la oración recuerdan el rito de ordenación que aparece en las cartas pastorales, prácticamente contemporáneas de Hechos, como acto de constitución de los ministros de la comunidad (ver 1 Tim 4, 14; 2 Tim 1, 6), no se puede hablar aquí de ordenación en sentido estricto. Faltan los elementos esenciales de este rito, como son la transmisión de los 79 principios fundamentales de la tradición doctrinal de los apóstoles (ver 2 Tim 2, 2) y la profesión de fe del ordenando en presencia de toda la comunidad (ver 1 Tim 6, 12). Pero en todo caso, se trata de un acto en el que se expresa claramente, la estructura fundamental de todos los ministerios comunitarios. Son «servicios» y están orientados a poner en práctica la norma encomendada por Jesucrito a su Iglesia, que consiste en «servir». Su fundamento radica en un encargo dado por Dios, que es a la vez un don; y su ejercicio se concreta en determinadas situaciones históricas de la Iglesia. Para subrayar que este episodio no fue más que un incidente, que no llegó a alterar la armonía y el crecimiento de la comunidad, nuestro autor pone fin al relato con una observación de carácter general. La «palabra de Dios» se contempla aquí directamente, personificándola en sus efectos visibles. En última instancia, la comunidad en expansión no es más que una manifestación visible, aquí en la tierra, de la palabra de Dios y de su potencia; es creatura verbi (una creación de la palabra). La observación de que un gran número de sacerdotes se adhirieron a la comunidad, quiere poner de relieve el hecho de que en ella están representados todos los diversos grupos del pueblo. Según los datos históricos, la casta sacerdotal, que en tiempos de Jesús comprendía unas 8.000 personas, constituía un alto porcentaje de la población de Jerusalén y alrededores. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Qué es lo que más llama la atención al leer nuestro texto?¿En cuantas partes podemos dividir nuestra perícopa? 2.- ¿Cuál es la misión de los siete hombres nombrados por los apóstoles? 3.- ¿Cuántas comunidades cristinas existían en Jerusalén? ¿Todos hablaban la misma lengua? 80 4.- ¿Qué diferencia de funciones existía entre el grupo de los Doce y el de los Siete? 5.- ¿Qué condiciones debe tener la persona para ser nombrado del grupo de los Siete? 6.- ¿Crees qué tu podrías realizar el servicio de los Siete? ¿Cómo sirves a tu comunidad y a la Parroquia? 81 18. Conversión y vocación de Pablo I El relato de la conversión de Saulo/Pablo es una de las escenas clave del libro de Hechos. Este tema puede ayudarnos a nosotros en nuestra conversión de cada día. La importancia que nuestro autor atribuye a este acontecimiento se deduce ya del mero hecho de relatarlo tres veces: aquí en forma de narración, y en 22, 4-16 y 26, 9-18, en forma autobiográfica, en labios del mismo Pablo. Además de esto poseemos una serie de declaraciones del propio Pablo que hacen referencia a este suceso (ver Gal 1, 11-16; 1 Cor 15, 8ss; Flp 3, 6ss). Leer Hch 9, 1-22 La composición y la estructura de este relato nos da pie para investigar cuál es su finalidad y en qué ambiente vital tuvo origen la tradición de base. El relato se divide claramente en tres partes; la primera (vv. 1-9) y la última (vv. 19b-22) se corresponden en manifiesto paralelismo. Los vv. 1-19 presentan a Pablo como una radical amenaza contra la comunidad cristiana de Damasco y cuentan cómo, ya a las puertas de la ciudad, el Señor glorificado en persona desbarata sus planes de agresión. Los vv. 19b-22 describen la actuación en Damasco del antiguo perseguidor convertido en predicador de Jesucristo. El v. 21, con su carácter de coro final, que probablemente constituía la conclusión original del relato, expresa en forma de pregunta la sorpresa de los habitantes de Damasco ante la magnitud de lo ocurrido, que un encarnizado perseguidor de la comunidad se haya transformado en el paladín de la causa de Jesús ante el mundo. El verdadero cambio se relata en la parte central (vv. 10-19a) y, curiosamente, no desde el punto de vista de Pablo, sino desde la perspectiva de Ananías. En una aparición de Cristo glorificado, Ananías recibe el encargo de liberar de su ceguera física al perseguidor, ya transformado, y de admitirlo en la comunidad por medio del bautismo. Queda indicada, aunque no se cuenta detalladamente, una segunda visión de Pablo, en correspondencia con la manifestación de Jesús a Ananías. Pablo ve en una visión la llegada de Ananías que viene a curarlo de su ceguera (v. 12). 82 Muchas veces se ha hecho referencia a un posible paralelismo de esta escena, tanto en el contenido como en la forma, con la llamada leyenda de Heliodoro (ver 2 Mac 3). Cuenta la leyenda que Heliodoro, jefe de gobierno del rey Seleuco IV, intentó saquear el tesoro del templo de Jerusalén, pero una intervención de Dios se lo impidió. Cuando Heliodoro estaba ya junto al tesoro, apareció un caballo, montado por un jinete revestido de armadura de oro, que atacó a Heliodoro con las patas delanteras; y aparecieron también dos jóvenes vestidos con ropas magníficas, que se pusieron a azotar al intruso (ver 2 Mac 3, 25s). Heliodoro cayó al suelo, envuelto en una ceguera total, de modo que tuvieron que llevárselo de allí, y tuvo que yacer, mudo y privado de toda esperanza de salvación (ver 2 Mac 3, 27ss). Sólo cuando el sumo sacerdote Onías, por consideración al rey, ofreció un sacrificio expiatorio, quedó Heliodoro libre de su castigo. Los jóvenes se le aparecieron otra vez y le mandaron dar las gracias a Onías y anunciar «a todos el gran poder de Dios» (ver 2 Mac 3, 33s). Ya de vuelta a su país, logró convencer al rey de la inviolabilidad del santuario de Jerusalén (ver 2 Mac 3, 39). Cierto que la leyenda de Heliodoro presenta una serie de convergencias con la narración de la conversión de Pablo pero estos paralelos no afectan más que a los puntos salientes de la primera parte de nuestra narración (w. 1-9), mientras que la parte central (w. 10-19a) y la conclusiva (vv. 19b-22) carecen totalmente de analogías. La leyenda de Heliodoro no habla en absoluto de un encuentro entre el perseguido y el perseguidor, ni de la conversión de éste. Pero, sobre todo, la leyenda tiene una finalidad muy distinta. El ejemplo de Heliodoro es una advertencia de que es peligroso atentar contra el templo de Jerusalén y contra Dios, que en él habita. La leyenda nació cuando reinaba un ambiente de hostilidad contra los judíos, y con la intención propagandística de amedrentar a los enemigos del judaísmo. Sin embargo, la narración del acontecimiento en el camino de Damasco carga todo el contexto sobre el hecho de que el perseguidor de antes queda convertido, por la actuación de Cristo, en miembro de pleno derecho de la comunidad anteriormente perseguida. El relato no está dirigido a meros espectadores, con el fin de demostrarles la invulnerabilidad del santuario de Dios, es decir, de la comunidad, sino a esa comunidad misma, para que, viendo el ejemplo del cambio de vida operado en Pablo, adquiera plena convicción de que Cristo, el Señor glorificado, tiene el poder 83 de transformar en siervos suyos aun a los aparentemente más encarnizados enemigos de la comunidad. Es esa comunidad, que pertenece a Cristo, la que es invencible. También tiene su interés la comparación de nuestro relato con la novela judeohelenística de «José y Asenet», porque muestra que la narración de la conversión de Pablo se vale de una serie de elementos considerados como esenciales a los relatos de conversión en la literatura popular judía. Esta novela, basándose en Gn 41, 45, cuenta cómo Asenet, hija de un sacerdote egipcio, al encontrarse con José, recibió una enorme sacudida en su altanero desprecio con el que miraba a los judíos y a su dios; hasta el punto de iniciar un proceso de arrepentimiento y de conversión a la verdadera fe y llegar a casarse con José. En esto, Asenet tiene una visión, en la que ve una «luz inefablemente intensa» y cómo de ella se adelanta el arcángel Miguel como enviado de Dios. Asenet cae a tierra y el ángel la llama por su nombre; Asenet contesta: «¿Quién eres? Dímelo». Igual que Pablo (ver Hch 9, 9), Asenet está sin comer ni beber durante los días de su penitencia y, lo mismo que Pablo (ver Hch 9, 17s), Asenet, cumplido ese período, toma alimento y recibe el Espíritu. También aquí el paralelismo no va más allá de unos cuantos detalles, pero no se puede probar una verdadera correspondencia estructural del conjunto. Por tanto, no hay razones suficientes para defender que el relato de la conversión de Pablo dependa directamente del esquema que siguen los relatos judeohelenísticos de conversión. Lo más probable es que nuestro relato represente un género independiente, con características formales acuñadas por la situación interna de la comunidad cristiana. Con bastante razón se podría denominar este género como leyenda de conversión en clave eclesiológica, porque, tomando como punto de partida el testimonio de un individuo, refleja una experiencia que concierne a la Iglesia en su totalidad. Se podría decir, que el origen de este desarrollo reside en una fórmula con la que la tradición expresaba la transformación de Pablo de perseguidor en predicador y que el mismo Pablo presupone ya conocida en toda la Iglesia: «El que antes nos perseguía, ahora predica la fe que antes intentaba destruir» (ver Gal 1, 23). 84 Lo que le sucedió a Pablo a las puertas de Damasco fue realmente un cambio radical de vida, que le supuso una verdadera inversión de valores y lo convirtió en paradigma de la fuerza transformadora que proviene de Cristo glorificado. Las referencias al papel de Ananías y a la permanencia de Pablo en la casa de Judas (v. 11) son probablemente expresión de recuerdos históricos. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Por qué es importante el relato de la conversión de San Pablo? ¿Cuántos relatos nos hablan de ella? 2.- ¿Cuántas partes sucintamente? tiene el relato estudiado? ¿Descríbelas 3.- ¿Cuál es el papel de Ananías en el relato? Descríbelo. 4.- ¿Se puede relacionar el relato de la conversión de Pablo con algún otro relato judío? 5.- ¿Qué supuso para Pablo su conversión? 6.- ¿Qué aporta la conversión de San Pablo a tu propia conversión? 85 19. Conversión y vocación de Pablo II El relato empieza en Jerusalén vv.1-2 y así reanuda el hilo narrativo que había quedado en suspenso en 8, 3. Pablo, verdadero motor de la persecución, toma ahora la iniciativa para extender su actividad a otras regiones fuera de Judea. Esto era natural, ya que los helenistas, después de haber sido expulsados de Jerusalén, habían penetrado por aquellas comarcas, ganando adeptos provenientes de las sinagogas de la diáspora. Pero no sabemos por qué Pablo se fijó Damasco como objetivo de su acción. El texto parece indicar que emprendió el viaje no porque supiera concretamente que en Damasco existía una comunidad cristiana, sino por pura suposición. Sea como sea, a nadie puede sorprender que en la gran ciudad comercial de Siria, situada en las laderas del Antilíbano y con una fuerte población judía, existiese ya casi desde los comienzos una comunidad de discípulos de Jesús. Pablo fue a Damasco no como enviado oficial del Consejo, sino por propia iniciativa; su intención continuar allí la lucha contra la «secta de los nazarenos», que él consideraba como herética. Para conseguir este objetivo se procuró del Consejo cartas de recomendación (ver 2 Cor 3, 1), como advertencia dirigió a los jefes de las sinagogas de Damasco sobre la peligrosidad de secta de los nazarenos, y como requerimiento de proceder contra ellos con las habituales medidas dísciplinares. Por primera vez se encuentra aquí la denominación de los cristianos como «los que seguían aquel camino» (ver Hch 19, 923; 22, 4; 24, 14-22). Parece que es, lo mismo que «los discípulos» (ver Hch 6, ls; 9, 1) y «los santos» (vv. 13-32), una de las autodenominaciones más antiguas de la comunidad. El significado exacto sólo podemos deducirlo indirectamente. Es probable que esta designación, además del sentido ético, tuviera también un significado soteriológico. Los discípulos se consideraban obligados a cumplir las exigencias del «camino de la justicia» (ver Mt 21, 32), es decir, a cambiar según la definitiva manifestación de la voluntad de Dios proclamada por Jesús; y, al mismo tiempo, estaban convencidos de que Jesús los había colocado en un nuevo camino de salvación (ver Hch 16, 17; Heb 10, 20; Jn 14, 6). 86 Cuando Pablo está ya cerca de la meta, sucede algo inesperado. Un relámpago fulgurante lo deslumbra y le hace caer al suelo. La luz es el elemento clásico de la teofanía (ver Ex 24, 15ss; Sal 29, 7; 97, lss; Ez l, 4ss; Mt 17, 2). La imagen de base de esta presentación es que se rasga el cielo (Mc 1, 10) y la explosión de luz, como un relámpago de fuego, envuelve totalmente a Pablo. Su caída a tierra es algo más que la típica expresión teofánica del terror que se experimenta ante la irrupción de lo sobrenatural (ver Dn 10, 9; Lc 1, 12; Hch 10, 4). Lo que significa es que la aparición ha dejado sin fuerza al perseguidor; de ahora en adelante sólo será capaz de actuar como instrumento de Jesús, que toma posesión de él. Todavía en el suelo, oye una voz que le permite identificar la aparición. La voz viene evidentemente del cielo y habla en arameo, como se deduce de la forma del nombre: «Saúl» (ver Hch 26, 14). El llamar a uno por su nombre es la forma típica con que Dios abre el diálogo en las teofanías veterotestamentarias (ver Gn 31, 11; 46, 2). Sin embargo, aquí sucede algo que no pasa en el Antiguo Testamento; el que se aparece, al mismo tiempo que se identifica, pide cuentas al destinatario de la aparición. Jesús denuncia la actividad persecutoria de Pablo y se enfrenta con él como el verdadero perseguido, al mismo tiempo que como juez de la trasgresión cometida. La presentación refleja claramente la idea de que perseguir a los discípulos es perseguir al Señor (ver Lc 10, 16; Mt 10, 40; 25, 40). Implícitamente se presupone que Pablo podía distinguir en el resplandor la figura del que le hablaba, pero sin logar identificarlo. Esto se deduce del v. 7 donde se dice explícitamente que los compañeros de Pablo, al revés que él, sólo oían la voz, pero no veían a nadie. Fuera de esto, la narración no dice si Pablo vio a Jesús sólo en el momento de producirse el relámpago, antes de quedar deslumbrado, o si la figura siguió siendo visible para Pablo durante toda la conversación. A la pregunta de Jesús con la que se abre el diálogo, Pablo responde con otra pregunta: «¿Quién eres. Señor?». Esta es una correspondencia más con el esquema de la teofanía dialógica (ver Gn 46, 2; 31, 12). «Señor» es aquí sólo una expresión de respeto hacia una persona superior y no un título cristológico, pues Pablo aún no ha reconocido a su interlocutor celeste. Para llegar a este reconocimiento, se necesita primero la autopresentación de Jesús con la fórmula solemne «yo soy», Ante estas palabras, Pablo se da cuenta de que su interlocutor es aquel cuyo poder él no ha querido 87 acatar y cuyas pretensiones encarnizadamente. mesiánicas él ha combatido Como señal de que, de ahora en adelante, él va a quedar inevitablemente bajo el poderoso radio de acción de Jesús, Pablo recibe una orden. Resulta sorprendente a primera vista que este mandato se mueva en un plano diametralmente opuesto a las instrucciones que el Resucitado había dado a sus discípulos (ver Mt 28, 18-20; Jn 20, 21ss; Hch 1, 8). No concierne, como cabría esperar de las afirmaciones de Gal 1, 16, al camino ulterior que Pablo habrá de recorrer al servicio de Jesús. No hay la menor referencia a una vocación, como tampoco se anuncia una condena o un castigo. Todo queda en una ratificación de su sometimiento. Pablo recibe un encargo a ciegas, que concierne únicamente al próximo paso que ha de dar. Tiene que entrar en la ciudad y esperar allí nuevas instrucciones; pero no se dice quien se las va a dar. Con esta referencia a lo que va a suceder, el narrador nos asegura que aún no ha llegado lo verdaderamente decisivo. Por el momento, Pablo ha quedado frenado, por la intervención de Jesús, en sus intentos de destrucción, pero aún no se ha convertido. En el v. 7 se menciona la reacción de los compañeros de viaje para poner al seguro la objetividad del acontecimiento. Aun aquellos a los que el suceso no atañía directamente, podían, al menos, oír la voz, pero no veían a nadie, porque la aparición sólo era visible para el auténtico destinatario de la visión. Por lo demás, hay que pensar que esos compañeros de viaje eran simplemente los componentes de la caravana, y de ningún modo miembros de la policía del templo, enviados como escolta de Pablo. Cuando la aparición se ha esfumado, Pablo se levanta del suelo e intenta abrir los ojos; pero en ese momento se da cuenta de que está ciego. El narrador no dice lo que sintió Pablo en aquella situación; únicamente se contenta con dejar constancia de la incapacidad física a la que lo ha reducido el acontecimiento. La ceguera no se presenta como castigo, sino como expresión de esa impotencia. Entonces, manos compasivas lo llevan hasta la ciudad. Ya en Damasco, Pablo pasa tres días de riguroso ayuno y, como añade el v. 11, dedicado a la oración; pero sin recuperar la vista. Estos detalles no son únicamente signos de penitencia, sino 88 también de preparación para lo que ya en v. 6 se adumbraba como próximo a suceder. El cambio de escena del v.10 introduce un nuevo personaje, Ananías, que era indudablemente uno de los dirigentes de la joven comunidad cristiana de Damasco. Su nombre es claramente de origen judío (ver Hch 5, 1). Lo que no es tan claro es que fuese realmente un judeocristiano tan estricto como Lucas lo presenta más adelante, ya que la comunidad de Damasco debía de estar fuertemente marcada por el cuño de los helenistas. El hecho de que Ananías ocupe aquí el centro de la escena se debe no tanto a reminiscencias históricas como a la perspectiva de la narración. Ananías sustituye a la comunidad y representa la concepción que ésta tiene de sí misma. El oyente o el lector cristiano tiene que identificarse con este personaje y participar en su proceso de aprendizaje y de experiencia. El Señor glorificado llama a Ananías en una visión. Esta visión, al revés que la manifestación de Cristo a Pablo, narrada anteriormente, y cuyo carácter objetivo queda suficientemente subrayado (v. 7), es un hecho subjetivo. No sucede en la realidad perceptible por los sentidos materiales (Hch 12, 9), sino que consiste en una apertura sobrenatural de las facultades del hombre para captar la revelación del mundo celeste (Hch 10, 3.17.19; 11, 5; 16, 9s; 18, 9). Se inicia el diálogo. El Señor llama a Ananías por su nombre y éste se presenta. Este comienzo, netamente distinto del que abre la manifestación de Jesús a Pablo (vv. 4ss), sigue también un esquema fijo (ver Gn 22. 1ss; 1 Sm 3, 4-14: Jub 45, 5; 4 Esd 12, 2-13). Ananías recibe el encargo de ir a una dirección bien precisa de !a ciudad y buscar allí a «Saulo de Tarso». Por primera vez se hace referencia a la ciudad natal de Pablo (ver v. 30; 21, 39; 22, 3). La «calle Mayor»,que atravesaba Damasco de este a oeste, era bien conocida como la calle de lujo más representativa de la ciudad. Antiguamente, la calle se prolongaba en dirección sur, bastante más que en la actualidad. Ananías se entera además de que el temible enemigo ya está preparado para recibirle. Está «orando» y ha tenido una visión en la que ya anticipadamente ha contemplado cómo Ananías llegaba para curarlo. El elemento narrativo de concomitancia de visiones, inserido indirectamente por el relato, muestra el afán de Jesús glorificado por llevar adelante su propio 89 plan; toda intervención humana queda excluida desde un principio. Lo único que se exige de Ananías es que haga efectivo el curso de los acontecimientos que Jesús ya ha revelado a Pablo en una visión. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Por qué Pablo a Damasco? ¿De quién fue la iniciativa? 2.- ¿En qué ciudad fueron nombrados a los seguidores de Jesús como cristianos? ¿Por qué? 3.- ¿Cómo es descrito el fenómeno propiamente dicho de la aparición de Jesús a Pablo? ¿Esta aparición le constituye a Pablo como apóstol? 4.- ¿Cuál es la actitud de Pablo al llegar a Damasco? 5.- ¿Cuál es el papel de Ananías? ¿Por qué él también recibe una aparición de Jesús? 6.- En relación a los demás hermanos de comunidad y personas que te rodean ¿Cómo tú les ayudas en su conversión? 90 20. Conversión y vocación de Pablo III En los vv.13 y 14, aun antes de que el Señor haya terminado su mensaje —todavía no ha llegado el mandato del bautismo y la donación del Espíritu (vv. 17s)— ya replica Ananías. Una vez más aparece aquí un elemento tradicional, que tiene la función de poner de relieve la magnitud de una exigencia inaudita (ver Ex 3, 11; Jr 1, 6; Lc l, 18ss). Ananías expone a Jesús la excesiva peligrosidad de Pablo. ¿No será que el temible enemigo, cuyas monstruosidades contra los «santos» de Jerusalén se cuentan por todas partes y cuyos planes contra los discípulos de Damasco son bien conocidos, va a reanudar su persecución en cuanto recobre la vista? Aparecen aquí dos antiguas denominaciones de los cristianos: «los santos», aplicado inicialmente a los cristianos de Palestina (vv. 32-41; 26,10) y «los que invocan el nombre de Jesús» (ver Hch 2, 21; 15, 17; 1 Cor 1, 2). Jesús rechaza la réplica de Ananías, reiterando el encargo y mencionando la futura misión para la que él ha escogido a Pablo; ese hombre va a hacer profesión pública del nombre de Jesús ante judíos y paganos. Pablo aparece caracterizado como «instrumento (vasija) elegido». Esta metáfora bíblica (ver Jr 18, 3-6; Sab 15, 7), que recuerda la imagen paulina del alfarero (ver Rm 9, 20s), quiere decir que el camino futuro de Pablo va a estar determinado única y exclusivamente por la gracia de Jesucristo, manifestada en esta elección. Aunque Pablo ha sido hasta este momento enemigo de la Iglesia, de ahora en adelante va a ser un escogido y un elegido para la salvación (ver Rm 11, 28). La expresión «llevar el nombre» no tuvo nunca, en el lenguaje del cristianismo primitivo, el significado de «predicar, proclamar», sino más bien; estar sometido por el bautismo al nombre de Jesucristo, hacer profesión de ese nombre, y manifestar públicamente la condición de cristiano. Y esta profesión pública se ha de hacer «ante paganos y reyes, y ante los hijos de Israel». Esto recuerda el dicho de Jesús, ampliamente recogido por la tradición, que invita a sus discípulos a dar testimonio pública e incansablemente «ante gobernadores y reyes» (Mc 13, 9; ver Mt 10, 17-22; Lc 21, 12-17). La adición «y ante los hijos de Israel» no deja de resultar un tanto extraña; bien podría deberse a la mano de Lucas que ha completado de esta manera los datos de la tradición. Sólo si se interpreta de esta manera puede tener sentido la respuesta de Jesús a la réplica de Ananías. Pablo ya no volverá a perseguir a la comunidad; al 91 contrario, será escogido para convertirse él mismo en miembro de esa comunidad, y en ella y con ella adherirse públicamente al nombre de Jesús. Una última frase amplía la perspectiva, indicando que Pablo está destinado a un sufrimiento especial, por cuanto ha recibido un encargo también especial. Será el mismo Jesús el que una y otra vez, en siempre nuevas situaciones, le imponga el sufrimiento por causa de su nombre. El dolor se entiende aquí como una consecuencia necesaria a la adhesión a Jesús y a su causa. Pablo es el testigo marcado por el sufrimiento; en su manera concreta de hacer realidad el encargo recibido, representa auténticamente la norma establecida por Jesús del sufrimiento como servicio y la convierte en perenne obligación para la Iglesia. Estas son las únicas palabras donde se puede percibir un eco de la vocación de Pablo. Ananías obedece. Y todo lo demás va sucediendo de la misma manera predeterminada por Jesús. Aparece de nuevo Pablo, pero sólo como destinatario de la actuación del Señor glorificado. No se hace la más mínima referencia a su reacción personal: ¿tuvo miedo? ¿quedó sorprendido? ¿protestó? Hay además otras muchas preguntas que quedan sin respuesta; por ejemplo, si algún miembro de la comunidad lo instruyó en el cristianismo o sí llegó a creer en Cristo. La narración se mantiene lejos de cualquier clase de psicologismo. Ananías pone sus manos sobre la cabeza del ciego y pronuncia un mensaje solemne que muestra claramente quién es el que, en realidad, está actuando a través del enviado. Ahora Jesús concede a Pablo dos cosas: la curación física y el don del Espíritu. Y ambas cosas se hacen realidad por medio de la imposición de las manos. Así que, el acontecimiento adquiere una cierta ambigüedad; no se ve claramente si se trata de una curación prodigiosa o de una donación del Espíritu, aunque lo que realmente se acentúa es esto último. La manifestación externa de la curación consiste en que a Pablo «se le cayeron de los ojos una especie de escamas». La expresión deriva probablemente de una concepción popular de la terapia médica, que se encuentra también en Tob 11,7-8.12 («y la nube se le desprendió de los ojos»). Por el contrario, la donación del Espíritu autoriza a Ananías para proceder al bautismo de Pablo. Lo normal en Lucas es que la imposición de las manos venga 92 después del bautismo. Pero aquí, lo mismo que en el episodio de Cornelio (ver Hch 10, 44ss), es al revés. En ambas ocasiones se trata de casos especiales, en los que Dios mismo es el que suprime los impedimentos para el bautismo, mediante la donación del Espíritu. Con todo, en este pasaje, y a pesar de la inversión del orden. Lucas interpreta el bautismo y la donación del Espíritu como actos mutuamente relacionados, que realizan la incorporación a la Iglesia. Lo que desde luego no admite duda es que Lucas no relaciona, en absoluto, esta imposición de manos con una imaginaria ordenación de Pablo para un cargo oficial. Con todo lo dicho, a nadie puede causar sorpresa que Ananías no comunique a Pablo (v. 17) los planes de Jesús para el futuro del apóstol (vv. 15s). La narración no dice una palabra sobre las modalidades externas del bautismo de Pablo. Si nos atenemos a lo que era habitual, es decir, la inmersión en agua corriente, podríamos aventurar como hipótesis más probable que Ananías bautizó a Pablo en el río Barada, que atraviesa Damasco. La observación con que termina la escena, «luego comió y le volvieron las fuerzas», puede parecer un mero detalle de la vida privada de Pablo. Sin embargo, tiene su finalidad; quiere mostrar que la crisis que lo ha convulsionado, por la irrupción de Jesús en su vida. Ha quedado, aun externamente, superada. La escena conclusiva (vv. 19b-22) relata los efectos externos producidos por el cambio de vida que Pablo ha experimentado. El contraste con los vv. 1-2 es impresionante. Pablo entra a formar parte de la comunidad cristiana de Damasco y en seguida se pone a predicar públicamente a los judíos el mensaje de salvación. La palabra de Pablo resuena en las sinagogas, y el contenido de su predicación es precisamente lo que él hasta hace unos días ha combatido con todas sus fuerzas, por considerarlo como el más pernicioso error: que Jesús es el Hijo de Dios. Este título no pertenece típicamente a la cristología lucana; de hecho no aparece más que otra sola vez, y como cita del Sal 2,7 (13,33). En ambas ocasiones se trata probablemente de un influjo de la tradición. La reacción de asombro de los judíos ante la predicación de Pablo, centrada en la persona de Cristo, se presenta en estilo 93 directo. Y precisamente por medio de una pregunta retórica que, al mismo tiempo, resume el contenido de los vv. 1s y exterioriza la estupefacción del público ante el perseguidor de los cristianos transformado en heraldo de Cristo. Esta constatación por parte de los enemigos de la comunidad del cambio radical operado en Pablo, implica un reconocimiento a regañadientes de la magnitud del prodigio realizado por Jesús. La conclusión, sin añadir nada nuevo a lo ya referido en el v. 20, sirve de introducción al relato siguiente. La fuerza interna de Pablo va robusteciéndose cada día más y paralelamente su proclamación de la persona de Cristo va cobrando siempre mayor pujanza —especialmente su recurso a la Escritura para probar que Jesús es el Mesías — hasta el punto de que los judíos llegan a ver en esa predicación un desafío intolerable. Preguntas de Asimilación y Reflexión 1.- ¿Por qué Ananías pone objeciones a Jesús para relacionarse con Pablo? ¿Cómo reacciona Jesús? 2.- ¿Cuáles son las causas que Jesús alega a Ananías para facilitar la respuesta de Ananías? ¿Cuál es la ultima respuesta de Ananías? 3.- ¿Qué dos cosas concede Jesús a Pablo? 4.- ¿Cómo son las palabras de Pablo después de la conversión? 5.- ¿Cómo reacciona las personas que le conocen y han observado el cambio de Pablo? 6.- ¿Cómo crees que hubieras actuado tú al encontrarte primero con un Pablo fariseo radical y después convertido a Cristo? 94 21. La Comunidad de Filipos I La mejor manera de progresar en nuestra vida como cristianos que vivimos en comunidad es poder comparar la vivencia de las primeras comunidades cristianas con nuestra propia realidad. Por ello vamos a estudiar los comienzos de algunas de estas Iglesias primeras que fueron fundadas o visitadas por Pablo. Vamos a comenzar con la comunidad de Filipos: Leer Hch 16, 11-40 La presentación que hace nuestro hagiógrafo sobre los primeros pasos del evangelio en territorio europeo no parece ser precisamente la del comienzo de una incontenible marcha triunfal. Más bien se trata de unos pasos tímidos en un ambiente inicialmente desconocido e inhóspito, el principio de un camino erizado de dificultades y sembrado de desilusiones. Y esto se debe no tanto a una diversidad cultural y social entre las regiones situadas a ambos lados del mar Egeo, ya que, al menos aparentemente, se movían en el ámbito de la misma cultura helenística, sino más bien al carácter particular de la ciudad de Filipos que, por su condición de colonia romana, constituía una entidad aparte, con un ambiente social y un sistema jurídico totalmente peculiares. Aquí precisamente tiene lugar la primera confrontación de Pablo y su grupo con los representantes de la autoridad romana que, en esta ocasión, no brillan por su equidad. Y esto no deja de ser extraño; porque, en general, nuestro autor procura dar una imagen positiva de los gobernantes romanos y de su actitud con respecto a la misión cristiana. Quizá se pueda ver en este contraste un indicio de la autenticidad del episodio. En el relato se pueden identificar con relativa seguridad dos núcleos narrativos procedentes de la tradición: a) La primera parte del episodio (vv. 11-15), escrita en primera persona del plural. Se caracteriza por un estilo conciso, de tipo crónica, que renuncia a toda floritura novelística y se limita a consignar escuetamente personas, ciudades y hechos. 95 b) El núcleo de los vv. 16-40 es un relato de misión, con muchos elementos novelescos, que contaba las peripecias de Pablo durante su evangelización de Filipos. El viaje se hace de una tirada; lo que. en cierto modo, supone una ratificación de la visión nocturna (vv. 9s). Cuando más tarde Pablo vuelva a hacer el mismo trayecto en dirección inversa, la travesía le llevará cinco días de navegación (20, 6). A mitad de camino, hacen escala en la isla de Samotracia, para pernoctar allí. La ciudad portuaria de Neápolis, la actual Kawaila, estaba situada junto a la Vía Egnatia, que atravesaba toda Macedonia de este a oeste. Los misioneros tomaron esta carretera para dirigirse a Filipos, distante unos 15 km hacia el interior; para ello tuvieron que cruzar la cordillera que bordeaba la costa. La ciudad de Filipos debía su nombre y el florecimiento inicial de su economía a Filipo, rey de Macedonia y padre de Alejandro Magno, que hizo excavar unas minas de oro situadas en los alrededores. Después de la batalla de Accio (año 31 d.C.), la ciudad se convirtió en colonia romana (Colonia Julia Augusta). Y allí fueron obligados a establecerse, por orden del vencedor, Octavio, algunos partidarios del derrotado Antonio, que tuvieron que renunciar a las posesiones que tenían en Italia y dejarlas a disposición de los veteranos del ejército de Octavio. Al mismo tiempo, la ciudad quedó sometida al derecho romano; y sus colonos conservaron los mismos privilegios que tenían en territorio italiano, especialmente la autonomía administrativa y la exención de impuestos. En la actualidad, el único recuerdo que queda de Filipos es un campo de ruinas; durante la Edad Media, la malaria convirtió la ciudad en un lugar inhabitable. La observación de que Filipos era «una ciudad del primer distrito de Macedonia» proporciona una información más precisa sobre su situación; porque en aquella época Macedonia estaba dividida en cuatro distritos autónomos. Hay que notar, con todo, que el texto griego de esta puntualización no es absolutamente claro. 96 La genérica indicación temporal se refiere a una estancia de los misioneros más bien prolongada. No deja de ser significativa la vinculación con la sinagoga— habitual en otros contextos— precisamente en una ciudad romana como Filipos; lo cual crea especiales dificultades. Los misioneros, por carecer de informaciones concretas y de una persona que los guíe, tienen que ponerse a buscar por sí mismos, y en día de sábado, el emplazamiento de la sinagoga. Lo primero que hacen es dirigirse al río Gangites, cercano a la ciudad, porque en aquella época era muy frecuente construir sinagogas a orillas de alguna corriente de agua, para facilitar las abluciones rituales. Pero el sitio que encontraron, ¿era realmente una sinagoga? La palabra griega proseuché (= lugar de oración) puede, desde luego, significar también la sinagoga; pero el hecho de que los asistentes que se mencionan no sean más que mujeres parece que no se trataba de una verdadera celebración litúrgica, porque ésta requería la presencia de al menos diez hombres. Así que, más bien, habrá que pensar en un sitio a cielo abierto, donde unas cuantas mujeres, pertenecientes al círculo de los «adeptos», se habían reunido para orar. Lidia, la primera cristiana europea, constituye en este aspecto un ejemplo típico de la composición de este grupo de «adeptos». Lidia es una extranjera, residente en Filipos. El nombre que lleva no es sólo su nombre personal, sino que al mismo tiempo indica su procedencia; es natural de Tiatira, ciudad de la región de Lidia (Ap 2, 18-29), famosa por su industria de la púrpura. Los tejidos de púrpura eran telas de lujo y, por tanto, muy caras; de modo que el comercio de este género de confección resultaba un negocio muy lucrativo. Por eso. Lidia tenía que tener una posición desahogada, que le permitía llevar una vida independiente. El hecho de su conversión se cuenta de una manera sumamente concisa. Lo único que le interesa al narrador es indicar la actuación de Dios en las palabras de Pablo. El que «abre el corazón» de Lidia es Dios mismo. Consecuencia natural de la fe es el bautismo. La indicación de que se bautizaron «ella y toda su casa» es una fórmula frecuente en el Nuevo Testamento (ver Hch 16, 33; 18, 8; 1 Cor 1, 16), que presupone la concepción que los antiguos tenían de la «casa» como una gran familia, en la que se compartían no sólo la vida y 97 los bienes, sino también las convicciones religiosas. El jefe de familia se preocupaba de que todos los miembros de su casa se incorporasen al ámbito salvífico cristiano, a no ser que ellos mismos se excluyesen personalmente de ese modo de vida. Más aún, es probable que en los primeros tiempos el bautismo familiar incluyera también, al menos en ciertas ocasiones, el bautismo de los niños. Sin embargo, estos textos genéricos no bastan, por sí mismos, para probar por el Nuevo Testamento la práctica del bautismo de niños; para eso, habrá que ampliar el horizonte, tomando en consideración otros textos bautismales de la Biblia. No se puede decir que esta primera parte del relato haya logrado su objetivo final con la mención del bautismo de Lidia. La narración sólo llega a su punto culminante cuando nos presenta la cristalización en Filipos de un núcleo cristiano, que irá desarrollándose hasta convertirse en una auténtica comunidad. Lidia, por su parte, ofrece hospedaje a los misioneros y reúne en su casa la primera Iglesia doméstica de Europa (v. 40). Con el v. 16 comienza una nueva escena. La narración empieza en primera persona del plural y va transformándose gradualmente (p. ej. v. 17: «Pablo y nosotros») hasta desembocar en la tercera persona. En este pasaje, igual que en 14, 11-15; 19, 11-20,23-40, nuestro autor se vale de un hecho concreto, para darnos una idea de los problemas que tuvo que afrontar el cristianismo en su choque con una religiosidad pagana, que había llegado a invadir todos los sectores de la vida diaria. En este caso, se trata de una criada que poseía la capacidad de emitir sonidos extraordinarios y pronunciar oráculos misteriosos. Sus amos se dedicaban a explotar estas cualidades como una buena fuente de ingresos. La palabra pythón, que es la que usa aquí el texto griego, era originariamente el nombre que se daba a la serpiente encargada de custodiar el oráculo de Delfos y que, según la leyenda, fue aniquilada por Apolo. Más tarde, pythón pasó a designar a una especie de ventrílocuo, que lograba emitir voces extrañas, bien por truco, bien por auténtica inspiración. Por tanto, podemos suponer que aquella criada era ventrílocua. Lo que, desde luego, llama la 98 atención en este caso es que la palabra pythón no se refiere a la mujer, sino a un espíritu que habla por medio de ella. Pero esto es comprensible, desde el punto de vista del narrador, que quiere ver en este suceso una analogía con las expulsiones de demonios realizadas por Jesús. Para el narrador, la criada está poseída por un demonio; y éste es el verdadero antagonista con el que se enfrenta Pablo. Ahora se comprueba realmente que el demonio tiene capacidad para descubrir verdades ocultas. El es el que pregona abiertamente lo que hasta entonces nadie conocía en Filipos, a excepción de Lidia; es decir, que Pablo y su grupo son «siervos de Dios soberano» (ver 5, 7; Lc 8, 28). Es claro que estas palabras, en boca de un demonio, no son un reconocimiento, sino una provocación. El espíritu perverso no puede menos de lanzar un desafío a ese poder que detecta en la persona de Pablo como enemigo suyo. Por eso, le reta a que demuestre su superioridad en una confrontación directa, ya que no hay coexistencia posible entre el demonio y el Dios soberano. El desasosiego del demonio contrasta visiblemente con la serenidad de Pablo, que ya es una muestra de su absoluta superioridad. Sólo después de repetidos ataques Pablo rompe su reserva. Una vez más el nombre de Jesús manifiesta su poder; basta pronunciarlo para que el demonio tenga que rendirse. Pero sólo en este momento se introduce con toda claridad una diferencia con respecto a los demás relatos de milagro. Se trata de una diferencia condicionada por la situación y que da un sentido distinto al signo. En vez de una espontánea alabanza que da gracias a Dios por la curación de una persona, surge la indignación de aquellos a quienes acaba de secárseles la fuente que hasta entonces les había proporcionado tan pingües beneficios. Cuando el cinismo llega al punto de traficar con la religión, la persona individual se convierte en puro objeto, para satisfacer la codicia. En la perspectiva del narrador, la mentalidad aquí presentada es representativa de la situación religiosa en la que se mueve la sociedad pagana. Los amos de aquella criada, al sentirse perjudicados en su negocio, arrastran a Pablo y a Silas, evidentemente con la colaboración de una multitud enfurecida, y los llevan ante las autoridades romanas. 99 Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Cómo fueron los primeros pasos de la evangelización en territorio europeo? 2.- ¿Cuántas partes podemos distinguir en nuestro relato? 3.- ¿Explica brevemente la historia de la ciudad de Filipo? ¿Cuál dirías que es la característica principal de la ciudad? 4.- ¿Que origen tiene Lidia? ¿Cuál es el papel de esta mujer en el conjunto del relato? 5.- ¿Con qué problemas se encontró en cristianismo primitivo al contacto con las religiones paganas? 6.- ¿Si tu fueras un cristiano/a de Filipo por que le estarías agradecido/a a Pablo? 100 22. La Comunidad de Filipos II Volvamos a leer el relato de la comunidad de Filipos, fijándonos más detenidamente en los acontecimiento que se narran de los vv. 20 al 40: Leer Hch 16, 11-40 El v. 20 define con mayor precisión quiénes eran estas autoridades de las que hablábamos al final del tema anterior. Se trata de los pretores, que tenían a su cargo la administración de la justicia en las colonias del Imperio. La acusación disimula con extrema habilidad los intereses personales de los perjudicados, es decir, de los amos de la criada, presentando el suceso bajo la apariencia de un daño infligido a los intereses públicos. Se acusa a Pablo y a Silas de alborotar el orden que reina en la colonia, por medio de una propaganda de costumbres religiosas extranjeras. Como agravante, se aduce la condición de judíos de los acusados. Una serie de indicios lleva a la conclusión de que el hacerse judío constituía reato para un ciudadano romano. Aquí, en todo caso, se apela con toda mala intención al antijudaísmo reinante en grandes sectores de la sociedad romana. La acusación no deja de surtir efecto, como lo demuestra el desarrollo ulterior de los sucesos. La multitud que ha acudido al tribunal da rienda suelta a su despecho con tal griterío, que el proceso se convierte en un verdadero motín. Los magistrados romanos causan aquí una impresión deplorable; de hecho, se hacen cómplices de aquellos desmanes, porque sin ninguna clase de interrogatorio afrentan públicamente a los acusados, dando orden a la chusma de que les arranque los vestidos y se ponga a apalearlos. Cuando, poco tiempo después de los sucesos. Pablo escribe su primera carta a los Tesalonicenses, aún está bajo la impresión de los sufrimientos e injurias que tuvo que pasar en Filipos (ver 1 Tes 2, 2 y 2 Cor 11, 23). Por fin, después de molerlos a palos, terminan metiéndolos en la cárcel. Las severas instrucciones al carcelero, para que extreme las medidas de seguridad, tienen la función de preparar el acontecimiento siguiente de la liberación prodigiosa. 101 Idéntica finalidad tiene la descripción de las precauciones concretas que toma el carcelero. No se contenta con meterlos en el calabozo más lóbrego —se podría pensar en un pequeño compartimento subterráneo— sino que además les sujeta los pies en un cepo, dejándolos completamente inmovilizados. El relato de la liberación prodigiosa, que ahora comienza, no se puede considerar como típico de este género de narraciones, porque la finalidad específica del relato no es la liberación en sí misma; de hecho, sorprende que los prisioneros no aprovechen para nada esa libertad. El objetivo fundamental del relato consiste, más bien. en demostrar el poder de ese Dios que protege a los presos y que va a tener como consecuencia la conversión del carcelero. El interés del narrador, a pesar de que inconscientemente hace uso de los elementos narrativos propios del género, no se centra en la suerte que corren los prisioneros, sino en la espléndida manifestación del poder de Dios. El hecho de que los encarcelados, en vez de lamentarse de su situación, se pongan a medianoche a entonar un cántico de alabanza a Dios corresponde perfectamente a la presentación tradicional del justo inocente, condenado al sufrimiento. Por ejemplo, José «entona cánticos de alegría» a su Dios. El poderoso canto de Pablo y Silas resuena a través de los muros del calabozo, de modo que los demás presos pueden escucharlo. De esta manera, el canto se convierte en un testimonio público de ese poder de Dios que todos van a experimentar enseguida de forma concreta. Al poco rato, la intervención de Dios irrumpe en la prisión bajo forma de una violenta sacudida, que hace saltar todas las puertas y suelta las cadenas a todos los presos. Precisamente este último detalle es el que hunde en el fracaso cualquier intento racionalista de explicar el episodio por la frecuencia de terremotos en Macedonia. Aquí no se trata de una descripción realista de un fenómeno de la naturaleza, sino del uso de un motivo literario tradicional. Eso mismo pasa en «Las Bacantes» de Eurípides. Las sacerdotisas encadenadas están cantando las alabanzas de su dios, Dióniso; entonces, de repente y «como por ensalmo» se les sueltan las cadenas de los pies y las puertas de la prisión se abren «sin intervención de mano de mortal». 102 También lo que sigue está expuesto a interpretaciones divergentes, unas por el lado prodigioso y otras, al contrario, por el lado racionalista y psicologizante. El carcelero se despierta de improviso, y creyendo, naturalmente, que todos los prisioneros se han dado a la fuga, desesperado quiere suicidarse arrojándose sobre su propio puñal. Pero en ese preciso momento un poderoso grito de Pablo logra detenerlo de su atolondrado propósito; y eso que Pablo aún está en el calabozo. Más aún. Pablo se ha dado cuenta en seguida de que ninguno de los presos se ha movido de su celda. Y éste es el segundo prodigio. Evidentemente ha sido el poder de Dios el que los ha mantenido en su sitio como magnetizados. El carcelero pide una antorcha —no hay que olvidar que es medianoche— para cerciorarse por sí mismo de la situación que reina en la cárcel. Inmediatamente el carcelero reconoce a Pablo y a Silas como portadores de un poder numinoso, de origen divino, que les ha impulsado a realizar el prodigio. Y entonces hace lo que haría cualquier pagano en una situación semejante: se postra a sus pies en un gesto de homenaje a los que considera como mensajeros divinos y les pregunta qué es lo que tiene que hacer para salvarse de su ira. Precisamente esa palabra que habla de salvación es la que da pie a la proclamación del evangelio. El carcelero va a descubrir ahora una salvación de horizontes ilimitados, una salvación que se recibe por medio de la fe en el «Señor Jesús» y que se le ofrece no sólo a él personalmente, sino también a toda su «familia» (ver v. 15). Ahora los acontecimientos se precipitan. Se comienza con una explicación de «la palabra de Dios», que lleva al carcelero y a toda su familia a abrazar la fe. Y a la fe sigue el bautismo; un bautismo que sin duda se lleva a cabo en la misma fuente de la cárcel — ¿situada, tal vez, en el patio de la prisión?—, que había servido para que el carcelero lavase a los presos las heridas producidas por la flagelación. La escena se cierra con una descripción de la fiesta de familia con la que el carcelero, lleno de agradecimiento, obsequia a Pablo 103 y a Silas. La comida se desarrolla en un ambiente de alegría y de entusiasmo colectivo por haber recibido la salvación. El relato no ofrece indicación alguna que nos permita deducir que Lucas piensa en una celebración de la eucaristía. Con este episodio, el evangelio ha hecho en Filipos una segunda conquista, que hay que sumar a la conversión de la casa de Lidia. No se dice cómo se llamaba el carcelero; y esto es llamativo, porque generalmente la tradición tiene buen cuidado en reseñar los nombres de los primeros convertidos en cada una de las ciudades. Cualquier intento de identificar a este personaje con alguna de las personas mencionadas por Pablo en sus cartas (por ejemplo, con el Esteban de 1 Cor 1,16; 16,15), no pasa de ser mera y simple conjetura. Sin transición alguna, el v. 35 reanuda el hilo narrativo que quedó pendiente en el v. 23. Se interpreta la decisión de los magistrados como una consecuencia del terremoto de la noche anterior. Pablo y Silas están aún en la cárcel, por orden de los pretores. (Los espectaculares sucesos de la noche precedente podrían haber hecho olvidar al lector la situación en que se encuentran los misioneros.) Pero ahora el curso de los acontecimientos toma una dirección más mitigada. Parece que las autoridades se han dado cuenta de que apenas existe base jurídica para una condena oficial. Por tanto, dan orden a los alguaciles de poner en libertad a los prisioneros y expulsarlos de la ciudad, como se puede deducir del v. 39. El carcelero comunica a los presos la decisión de las autoridades y, por su parte, se despide de ellos con el saludo bíblico «marchaos en paz» (ver Lc 8, 48). Pero aquí se produce algo inesperado. Pablo, después de la injusticia sufrida, no está dispuesto a abandonar la prisión por la puerta trasera, sino que se presenta a los alguaciles como ciudadano romano y haciendo valer todos sus derechos, exige una rehabilitación. (No se sabe exactamente si también Silas era ciudadano romano, aunque nuestro autor lo presente como tal.) Según la Lex Julia, no estaba permitido maniata) y azotar a un ciudadano romano, sobre todo sin un proceso y el consiguiente veredicto. La apelación de Pablo a los conocimientos legales de los magistrados consigue su propósito. Y, aunque más bien con 104 retraso, la sombría imagen de los tutelares de la ley romana queda un poco más despejada. Los pretores se personan en la cárcel, para pedir disculpas escoltan personalmente a Pablo y a Silas fuera de la prisión y les invitan cortésmente a abandonar la ciudad. Los misioneros, antes de marcharse definitivamente de Filipos, se dirigen a casa de Lidia para despedirse de ella y del resto de la comunidad, de cuya existencia nos enteramos inesperadamente en esta tardía ocasión. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- En el presente relato ¿Cómo es descrita la actuación de los magistrados romanos? 2.- ¿Por qué Pablo es encarcelado? ¿Con quién? ¿Cómo viven el encarcelamiento? 3.- ¿Cuál es el objeto principal que quiere mostrarnos nuestro hagiógrafo con la liberación milagrosa? 4.- ¿Cuál es la actuación del carcelero después de los prodigios que liberan a Pablo? ¿Y la de Pablo? 5.- ¿Qué aporta la realidad vivida por Pablo en Filipos a tu persona y comunidad? 105 23. La Comunidad de Tesalónica La segunda comunidad creada en territorio europeo es la de Tesalónica. Leer Hch 17, 1-9 El relato de esta fundación sorprende por su desequilibrio narrativo. Las dos partes en que se divide son completamente distintas en la forma y escasamente coherentes en el contenido. La primera parte (vv. 1-4) es prácticamente un sumario de los comienzos de la misión y de sus primeros resultados. Probablemente Lucas se basa en algunos datos del «itinerario». La segunda parte (vv. 5-9) cuenta un tumulto provocado por los judíos, que puso fin a la actividad de los misioneros. El estilo es eminentemente gráfico y de un gran dramatismo. El centro de la escena lo ocupan Jasón y su familia, mientras que Pablo y sus colaboradores no aparecen para nada. El narrador opera sobre dos presupuestos, que no se comunican al lector: 1) Jasón era el anfitrión de los misioneros. 2) Estos habían abandonado su casa — y probablemente también la ciudad— ya antes de que empezase el tumulto. Es posible que Lucas se haya servido de un anecdotario que circulaba en la comunidad de Tesalónica, y que relataba los peligros que había corrido Jasón, destacado miembro de la comunidad, en conexión con la fuga de Pablo. Las presiones a las que fue sometida la incipiente comunidad por parte de los judíos quedan confirmadas por 1 Tes 2, 14ss. Los misioneros se dirigen hacia el oeste, siguiendo la Via Egnatia, la principal calzada que unía Roma con Oriente. De camino, pasan por Anfípolis y Apolonia. Si la mención de estas dos ciudades quiere decir que pernoctaron allí, entonces Pablo y sus colaboradores habrían tenido que recorrer unos 50 ó 60 km al día. y esto sólo es posible a caballo o en mula. Por otra parte, se puede dudar de que dispusieran de recursos monetarios para procurarse cabalgaduras. Por eso, lo más probable es que hicieran el trayecto a pie, como la inmensa mayoría de los viajeros; esto supondría unos seis días de camino. Tesalónica, la actual Saloniki, era la capital de Macedonia. Al tiempo de su fundación (hacia el año 315 a.C.), se le dio ese 106 nombre en honor de Thessalonike, hermanastra de Alejandro Magno y esposa del fundador de la ciudad, Casandro, de la dinastía de los Diadocos. Durante la dominación romana, Tesalónica fue la sede del procónsul de Macedonia. Pero al mismo tiempo gozaba de los privilegios de una ciudad independiente, con su propio consejo directivo y representación popular; las tareas administrativas corrían a cargo de cinco o seis concejales (politarcas). En una ensenada del golfo Termaico se abría un gran puerto natural, que procuraba a Tesalónica una floreciente economía. No cabe duda que la estrategia misionera de Pablo ya había previsto la proclamación del evangelio en Tesalónica, porque el establecimiento de una comunidad cristiana en un centro tan importante abría inmensas posibilidades de irradiación en toda la provincia. Este proyecto se veía facilitado por la existencia en la ciudad de una numerosa población judía. Lo cual le iba a ahorrar al apóstol las dificultades que había encontrado en Filipos (16, 13) para seguir su práctica habitual de empezar predicando en la sinagoga (ver Hch 9, 20; 13, 5-14: 14, 1; 17,10-17; 18.4: 19,8). Tres sábados consecutivos predica durante la celebración de la liturgia judía. Naturalmente, no se puede deducir de esta indicación que la actividad de Pablo en Tesalónica no durará más que tres semanas escasas. De hecho, en Flp 4, 16 se dice que los cristianos de Filipos enviaron más de una vez a Tesalónica recursos para la subsistencia del apóstol; lo cual presupone una estancia más bien prolongada. Además, hay que tener en cuenta que una relación tan íntima como la que llegó a establecerse entre Pablo y la comunidad de Tesalónica, según los datos de la primera carta a los Tesalonicenses (ver 1 Tes 2, 9-12.17.19s; 3, 6), difícilmente habría podido desarrollarse en tan corto espacio de tiempo. La impresión errónea a la que el texto podría dar lugar se debe al hecho de que Lucas no cuenta más que el principio y el final de la actividad de Pablo, mientras que pasa por alto el período de crecimiento y consolidación de la comunidad. Del contenido de la predicación paulina, nuestro texto no nos da más que un resumen concentrado en una sola frase. Pero desde luego que Pablo tuvo que haber desarrollado el kerigma cristológico, tratando de probar que la Escritura habla ya de la pasión y resurrección del Mesías, y que este anuncio ha tenido 107 cumplimiento en la vida y muerte de Jesús; lo cual significa que Dios lo ha acreditado como el auténtico Mesías. Lucas ya ha desarrollado este mismo tema con mayor amplitud en los discursos kerigmáticos anteriores (ver Hch 2, 22-36; 3, 18; 8, 32-35; 13, 27-29 y Lc 24, 25-27.44-46). Aquí se limita únicamente a recordar a sus lectores la temática esencial de la predicación. El esfuerzo misionero de Pablo no alcanza éxitos espectaculares entre los círculos de raigambre judía; sólo «unos cuantos» se dejan convencer por la predicación. Sin embargo, entre los griegos adictos a la sinagoga, es decir, entre los «adeptos», el resultado es extraordinario. Esta situación se parece mucho a la imagen que nos da la primera carta a los Tesalonicenses a propósito de una comunidad compuesta predominantemente de paganos. La mención de las «mujeres de la aristocracia» que se adhieren al evangelio es particularmente significativa, porque éstas representan un factor decisivo para la supervivencia del judaísmo en la ciudad. De hecho, la pérdida de ese importante grupo de mujeres simpatizantes con el mundo judío y de innegable ascendiente social, tenía que suponer para la sinagoga un menoscabo sensible de su propia seguridad y de sus posibilidades de influjo en el ambiente circundante; y esto los judíos no estaban dispuestos a tolerarlo. La reacción de los judíos no se hace esperar. Reclutan un grupo de camorristas de profesión, con la idea de dar la impresión de que ha estallado espontáneamente una movilización popular en contra de los cristianos como causantes de alborotos y desmanes entre la población. La chusma, soliviantada por los judíos y sus cómplices, se precipita hacia la casa de Jasón, pensando encontrar allí a los agitadores; pero se llevan un verdadero chasco. Jasón, que aparece aquí inesperadamente y sin presentación alguna, era el anfitrión de Pablo. Es posible que fuera uno de los pocos judíos que se habían convertido al cristianismo (ver v. 4). Ya su mismo nombre apunta hacia un origen hebreo; Jasón es, en realidad, el equivalente griego más común de Yehosua'(= Jesús). Además, hay que tener en cuenta la actitud de los judíos con respecto a este personaje. Su vida ulterior nos es totalmente desconocida. En las cartas de Pablo a los Tesalonicenses no se menciona su nombre. Por otra parte, no hay ningún argumento para identificarlo con el Jasón que aparece en Rm 16,21. 108 Una tradición muy posterior lo presenta como el primer obispo de Tesalónica. El populacho, al no encontrar a los que buscaba — evidentemente los cristianos, ante el peligro inminente que corrían Pablo y Silas, ya los habían hecho desaparecer de la ciudad— desata sus iras contra Jasón y algunos miembros de la comunidad a los que habían logrado echar una mano. Los arrastran a la presencia de los concejales y presentan una acusación contra ellos. En cuanto encubridores de unos delincuentes peligrosos y subversivos, habían incurrido indirectamente en el mismo delito. La acusación es hábilmente presentada con matiz político, para impresionar a los funcionarios civiles, y consta de los cargos siguientes: 1) Los cristianos están tramando una revolución de carácter mundial. 2) Al proclamar a Jesús como su propio rey, atenían contra la soberanía universal del emperador romano. En la formulación lucana de estos dos cargos es posible que se refleje la interpretación política del evangelio —errónea y unilateral, por cierto— con la que, hasta los mismos tiempos de Lucas, tuvieron que enfrentarse los cristianos en sus relaciones con los representantes de la autoridad romana. Por eso, es natural que la presentación lucana de los acontecimientos se preocupe insistentemente de combatir ese equívoco. De hecho, el lector sabe perfectamente que los auténticos revoltosos no son Pablo y sus colaboradores, sino precisamente los mismos que los acusan de serlo. El final del episodio es más bien pacífico. Ante la imposibilidad de aducir una prueba del presunto delito, ya que no hay manera de encontrar a los acusados, los concejales exigen una fianza a Jasón y los ponen en libertad. Según el derecho romano, estas medidas decaían en caso de entablarse un nuevo proceso. Pero no hubo lugar a ello, porque entretanto ya hacía tiempo que los misioneros habían abandonado la ciudad. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Describe sucintamente Tesalónica? la característica 109 de la ciudad de 2.- ¿Cuánto tiempo paso Pablo en esta comunidad? ¿Cuántas veces predico en la sinagoga? 3.- ¿De qué hablo Pablo a la Comunidad de Tesalónica? 4.- ¿Entre quienes tuvo éxito la predicación de Pablo? ¿Entre los judíos? ¿Entre los griegos? ¿Por qué crees que unos lo aceptaron y los otros casi no lo aceptaron? 5.- ¿El populacho al no entrar a Pablo contra quien arremeten en sus acusaciones? ¿De qué tipo son las acusaciones? 6.- ¿Cuando te acusan injustamente, como respondes ante las injurias de los demás? 110 24. La Comunidad de Berea Leer Hch 17, 10-15 La imagen que nos da nuestro autor es sumamente esquemática y sigue muy de cerca el relato del episodio anterior en Tesalónica (vv. 1-9). Por lo general, la presentación que hace nuestro autor consta de una serie de conflictos y persecuciones, que obligan a Pablo a poner fin a su estancia en las respectivas ciudades. En el caso de Berea, al no poseer la información precisa sobre un conflicto de este género, optó por atribuir la persecución de Pablo en esa ciudad a los judíos procedentes de Tesalónica (ver Hch14, 19). Pablo, al salir de Tesalónica, habría seguido por la Via Egnatia directamente hacia el oeste, con la intención de atravesar Iliria, cruzar el Adriático y llegar a Roma. Pero estos planes habrían sido desbaratados por el edicto de Claudio, que expulsaba de Roma a «todos los judíos» (ver Hch 18, 2). De modo que, en vez de dirigirse a Italia, habría tomado la carretera que bordeaba la costa de Grecia, y así habría llegado a Atenas. Como prueba de esta hipótesis se aduce el propio testamento de Pablo, que da fe de sus «repetidos intentos» de ir a Roma (ver Rm 1, 13; 15, 22) y afirma que ha llegado «hasta Iliria» predicando el evangelio (ver Rm 15, 19). Sin embargo, parece que hay que tomar esa opinión con muchas reservas. En primer lugar. Lucas no suele inventar por su cuenta viajes o estancias de Pablo. Decir que Lucas ha incluido en su relato esta parada del apóstol por influjo de sus fuentes, que mencionaban a un tal Sópater, natural de Berea (ver Hch 20, 4), no tiene en sí mucha probabilidad. En segundo lugar, dado el gran interés de Lucas por Roma y por el viaje de Pablo a esa ciudad, sería incomprensible que no hubiera hecho ninguna mención de los primitivos planes del apóstol de ir a Roma y de su frustración, si es que realmente hubiera tenido conocimiento de ellos. En realidad, estos acontecimientos habrían entrado de lleno en la concepción teológica de Lucas. Amparados por la oscuridad de la noche. Pablo y Silas —no se nombra a Timoteo que, sin embargo, aparecerá mencionado en el v.15— acompañados por los cristianos de Tesalónica, abandonan 111 la ciudad. La concordancia temporal con el episodio de Jasón (vv. 5-9) no queda clara. Desde luego, que según la mentalidad de nuestro hagiógrafo, ese episodio tuvo lugar inmediatamente antes de la marcha de los misioneros. Sin duda que, mientras duró el motín. Pablo y sus acompañantes aún estaban en la ciudad, probablemente escondidos. Berea estaba situada a unos 80 km de Tesalónica, al sur de la Via Egnatia, en la calzada que lleva hacia las regiones centrales y meridionales de Grecia, Si Pablo tenía intención de trasladarse a Atenas y Corinto, Berea constituía la primera etapa natural del viaje. Una vez más, lo primero que hacen los misioneros es dirigirse a la sinagoga; y una vez más —esto es lo que presupone Lucas, aunque no lo diga expresamente— Pablo se pone a predicar el kerigma cristológico, centrado en la interpretación de la Escritura. El eco que tiene la predicación es aquí mucho mas positivo que en Tesalónica. Los judíos, después de un cuidadoso estudio de la Escritura, se convencen de que la argumentación de Pablo es concluyente; y así muchos de ellos se deciden a abrazar la fe. Además, se da el caso, igual que en Tesalónica (v. 4), que la evangelización alcanza un éxito notable entre los círculos paganos más influyentes de la ciudad. Evidentemente la comunidad llegó a echar raíces muy sólidas. De hecho, sabemos que más tarde Berea participó activamente en la gran colecta paulina (ver Hch 20, 4). El ministerio de Pablo en la ciudad queda truncado no a causa de conflictos internos, sino por causa de una intervención externa. Los judíos de Tesalónica, enemigos declarados de Pablo, se enteran de la estancia del apóstol en Berea y deciden trasladarse a la ciudad vecina, con la intención de provocar los mismos tumultos que en su propia ciudad. Y una vez más lo consiguen; pero de nuevo logran los hermanos sacar a tiempo a Pablo de la ciudad y conducirlo hacia su próximo objetivo, Atenas. Los detalles del viaje a Atenas no son excesivamente claros. No sabemos exactamente si los cristianos de Berea condujeron a Pablo «hacia la costa», es decir, al puerto de Pidna, para despistar a los judíos, haciéndoles creer que se había embarcado allí, 112 mientras que en realidad Pablo hizo el viaje por tierra. Con todo, es probable que Lucas haya pensado, más bien, que Pablo hizo el viaje a Atenas por mar, en compañía de algunos cristianos de Berea. Esta compañía era, por otra parte, necesaria, ya que Silas y Timoteo se habían quedado en Berea. En este punto hay que notar una ligera diferencia entre el relato de Hch y 1 Tes 3, 1s; según esta carta, Timoteo acompañó a Pablo hasta Atenas y sólo más tarde fue enviado de nuevo a Tesalónica. El relato de Lucas no ha hecho más que simplificar tantas idas y venidas, con la única intención de dejar a Pablo en Atenas completamente solo. Sus compañeros sólo se encontrarán con él bastante más tarde, en Corinto (ver Hch 18, 5). Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Describe la ciudad de Berea? 2.- ¿Era intención de Pablo llegar a esta ciudad? ¿De dónde venía y a dónde quería ir? 3.- ¿Los judíos de esta ciudad aceptan mejor el mensaje de Pablo que los de Tesalónica? ¿Y los paganos? 4.- Los judíos para cerciorarse de la veracidad del mensaje de Pablo ¿con qué lo contrastan? 5.- ¿A dónde se dirige de nuevo Pablo? 6.- Si tú te encontraras ante tanta dificultades como Pablo para llevar el mensaje de Cristo ¿cómo crees que actuarías? 113 25. La Comunidad de Corinto Leer Hch 18, 1-17 De todas las comunidades paulinas, la que mejor conocemos es la de Corinto. Esto se debe, ante todo, al hecho de que Pablo, en sus cartas a los corintos, traza una imagen perfectamente definida de aquella comunidad; más aún, nos hace participar directamente en los avalares de una relación más bien conflictiva, que llegó a establecerse entre Pablo y dicha comunidad. El mismo libro de los Hechos nos proporciona una información extraordinaria-mente precisa y, en líneas generales, históricamente cierta sobre la comunidad de Corinto. Por eso, el libro de los Hechos constituye un importante complemento de las cartas de Pablo, ya que el relato se centra sobre los orígenes de la comunidad, antes de que llegaran a producirse los violentos conflictos ulteriores. El relato, en su globalidad, no constituye una verdadera unidad escénica perfectamente compacta (como, por ejemplo, Hch 16, 11-40; 17, 16-34), sino que consta de una serie de informaciones parciales y fragmentarias sobre determinadas personas, acontecimientos y desarrollos, que dibujan una especie de mosaico de la vida de la comunidad. Nuestro autor organiza su narración de manera clara y ordenada: 1) 2) 3) 4) 17). Comienzo de la actividad de Pablo en Corinto (vv.1-4). Ruptura con la sinagoga (vv. 5-8). Decisión de Pablo de quedarse en la ciudad (vv. 9-11). Fracaso de la acusación de los judíos contra Pablo (vv. 12- Al revés que Atenas, cargada de historia, Corinto era una ciudad nueva y sin tradición. La antigua Corinto, famosa en su tiempo de esplendor, había sido destruida en el año 146 a.C. Pero la privilegiada situación geográfica, en un extremo del istmo que unía el Ática y el Peloponeso y, al mismo tiempo, separaba el golfo Sarónico del golfo de Corinto, creaba las condiciones óptimas para el florecimiento de una ciudad portuaria de extraordinario 114 movimiento comercial. Por eso. Julio César fundó la nueva Corinto, que se llamó oficialmente Laus Julia Corinthus, en honor de su fundador. César intentó borrar las huellas de la antigua tradición griega, convirtiendo la ciudad en una colonia de Roma, poblada de libertos romanos. La clase dirigente y la administración eran puramente romanas; todas las inscripciones importantes de aquella época están escritas en latín. Posteriormente se produjo una afluencia de emigrantes, procedentes de Italia y Grecia, y aun de las provincias orientales del Imperio —entre ellas, una numerosa población Judía— con el fin de aprovecharse del milagro económico de Corinto. El año 27 a.C. la ciudad fue declarada sede del procónsul de Acaya. Dos puertos favorecían el tráfico de intercambios comerciales: Licaón, en la costa occidental, y Cencreas, en la oriental. El aspecto urbanístico de la ciudad se caracterizaba por su espléndida plaza mayor, perfectamente cuadrada, presidida por el templo de Apolo y flanqueada de magníficos soportales, que albergaban bajo sus bóvedas infinidad de tiendas y comercios. El lado sur de la plaza estaba ocupado por la sede judicial (béma) del procónsul romano, una imponente plataforma de pura sillería. Es natural que una ciudad de población tan cosmopolita fuera un hervidero de toda clase de religiones. Partidarios de cultos asiáticos se mezclaban con iniciados de religiones mistéricas. Lo cual, en cierta manera, constituía una ventaja para el cristianismo, que encontraba los presupuestos socioculturales necesarios para que resonara su mensaje salvífico. Pero al mismo tiempo existía el peligro de que la predicación cristiana fuera fácilmente confundida con otras doctrinas religiosas o corrientes filosóficas. El relato de Hechos ilustra, más bien, el primer aspecto; mientras que las cartas de Pablo a los Corintios son un claro testimonio del segundo. Pablo llegó a Corinto absolutamente solo, después de haber enviado a Timoteo y a Silas desde Atenas a Tesalónica. El viaje, que Pablo hizo sin duda a pie, atravesando el istmo, tuvo que llevarle unos tres o cuatro días. Nada más llegar. Pablo, según su costumbre, trató de ponerse en contacto con la comunidad judía y, como pensaba quedarse en Corinto una buena temporada, se puso a buscar trabajo, para ganarse la vida por su propia cuenta. Ambas cosas se las procuró 115 un matrimonio judío, Aquila y su mujer, Priscila (Pablo la llama Frisca en Rm 16, 3; 1 Cor 16, 19; 2 Tim 4, 19). Este matrimonio había sido expulsado de Roma, a consecuencia de la persecución contra los judíos decretada por el emperador Claudio, y que, según el historiador romano Suetonio, tuvo lugar el año 49 d.C. Esta referencia es un dato importante para fijar la fecha de los acontecimientos. Más adelante encontraremos un nuevo dato, en este sentido, con la mención del procónsul Galión. Parece que Aquila y Priscila habían llegado a Corinto hacía poco tiempo. El relato de Suetonio nos ofrece, además, otro dato interesante. El motivo de la persecución de Claudio fue la tensa situación y los tumultos provocados en el seno de la colonia judía de Roma, por causa de la penetración del cristianismo. En efecto, así escribe Suetonio: «(Claudio) expulsó de Roma a los judíos porque, soliviantados por Cresto (¿= Cristo?), no hacían más que provocar alborotos». De esto se puede deducir, con cierta verosimilitud, que Aquila y su mujer ya se habían convertido al cristianismo durante su estancia en Roma. Esta suposición se confirma por el hecho de que nuestro autor no menciona en absoluto la conversión de este matrimonio por intervención de Pablo. Siendo esto así, hay que contar con la existencia en Corinto de un pequeño grupo de judeocristianos, ya antes de la llegada de Pablo. Más adelante volveremos a encontrar a Aquila y Priscila, esta vez como estrechos colaboradores del Apóstol (ver vv. 18-26 y 1 Cor 16, 19). Pablo, como todo alumno de una escuela rabínica había tenido ocasión de aprender un oficio manual; en su caso, «fabricante de tiendas». Y ya que las tiendas se hacían normalmente de cuero, esta designación puede muy bien significar guarnicionero o curtidor en general. En el taller de Aquila, que pertenecía al mismo gremio. Pablo trabajaba seis días a la semana; de modo que sólo le quedaba libre el sábado, para dedicarse a la predicación. El sitio más apropiado para predicar era, naturalmente, la sinagoga, donde el mensaje podía llegar tanto a los judíos como a los adeptos. Esta situación inicial tan llena de limitaciones cambia radicalmente con la llegada de los colaboradores. De ahora en adelante. Pablo puede dedicarse de lleno al trabajo apostólico. Sin 116 duda que en este cambio intervino además un factor importante que, aunque no se mencione explícitamente, se puede deducir de manera indirecta. Silas y Timoteo habían traído a Pablo de Tesalónica y de Filipos un sustancioso donativo monetario; de modo que en adelante podía prescindir, al menos en parte, del trabajo cotidiano para ganarse la vida (ver Flp 4, 15s). Es claro que Pablo, a la larga, difícilmente hubiera podido sostener su prolongada estancia en Corinto, si hubiera abandonado totalmente su trabajo manual. Que de hecho no lo abandonó se confirma tanto por la referencia de 1 Cor 4, 12 a las fatigas que le proporcionó el trabajo con sus propias manos como por la consideración —bien práctica, por cierto— de que el donativo procedente de Macedonia apenas hubiera bastado para cubrir las necesidades primarias propias y las de sus colaboradores durante año y medio (y eso, sin contar eventuales gastos de viaje). En cuanto al contenido de la predicación de Pablo en la sinagoga, no se hace más que una somera alusión; por lo demás, se supone que a estas alturas el lector sabe perfectamente de qué se trata (ver 17, 3.11). Como casi siempre (ver Hch 13, 45), la oposición de los judíos a la predicación de la palabra no se hace esperar. Y esto da ocasión a Pablo de significar con el gesto simbólico de sacudirse el polvo de los vestidos la ruptura con la sinagoga, para dedicar su actividad a los paganos. El gesto va acompañado de una palabra que no admite equívocos. Pablo ha cumplido plenamente la misión que se le ha encomendado de proclamar el evangelio al mundo judío. Por tanto, la responsabilidad de las consecuencias que pueda acarrear un comportamiento tan obstinado será de los judíos y únicamente de ellos. La «sangre» es aquí una metáfora para designar una culpabilidad grave, que pone en juego la propia supervivencia (ver Mt 27, 25). En resumidas cuentas, lo que se quiere decir es que los judíos, con su actitud de oposición, han atraído sobre sí mismos la condena escatológica, con la que Dios va a excluirlos definitivamente de la salvación. La ruptura con los judíos queda subrayada por el hecho de que Pablo traslada la sede de su predicación desde la sinagoga a una casa próxima, donde habitaba Ticio Justo. Se puede dar por cierto que esto no significa que Pablo hubiera dejado de vivir en casa de Aquila, donde había residido desde el principio. 117 Se puede pensar que Ticio Justo, debía ser un adepto al judaísmo, dada la situación de su casa, próxima a la sinagoga. El hecho de que Pablo estableciera precisamente allí el nuevo centro de su predicación tuvo que ser considerado por los responsables de la sinagoga como un gesto más de verdadera provocación. En este mismo sentido se interpretó, sin duda, el relato siguiente sobre la conversión de Crispo, jefe de la sinagoga. De hecho, este acontecimiento supuso para Pablo un éxito notable, que proporcionó una enorme publicidad a su actuación misionera. Más aún, la conversión de Crispo resultaba una prueba patente de que el movimiento cristiano tenía recursos suficientes para sobrevivir por sí mismo, sin tener que depender de la sinagoga. El bautismo de un personaje tan importante y de toda su familia, llevado a cabo por Pablo y provocado por su predicación del evangelio, se convirtió en un signo que produjo la conversión de otras muchas personas. El propio Pablo afirma en 1 Cor 1, 14.16 que él mismo bautizó a Crispo y a los primeros conversos de la provincia de Acaya, Esteban (ver 1 Cor 16, 15) y Gayo. Primero habría tenido lugar la conversión de Crispo, jefe de la sinagoga, que habría sido el que proporcionó a Pablo la oportunidad de presentarse a predicar durante la celebración litúrgica judía; a continuación, habría venido la conversión de muchos adeptos, atraídos por el ejemplo de Crispo; y sólo después de estas conversiones masivas Pablo habría cambiado la sede de su predicación, trasladándola de la sinagoga a la casa de Ticio Justo. Esto hizo que el conflicto entre Pablo y los judíos fuera más dramático (v. 6). La visión nocturna, en la que Cristo glorificado en persona se dirige a Pablo, desempeña una función bien determinada en la economía del relato. Por una parte, pone de relieve la importancia del trabajo desarrollado por el apóstol en Corinto, y por otra, justifica la duración extraordinariamente larga de su permanencia en la ciudad. La formulación del mensaje de Jesús glorificado es plenamente bíblica. La fórmula «no tengas miedo, que yo estoy contigo» es típica de los oráculos de salvación, como aparecen en el Antiguo Testamento (ver Is 41, 10; 43, 5; Jr 1, 8), y en el mandato «sigue hablando y no te calles» resuenan claramente las palabras de Dt 31, 6; Jos 1. 9. En su visión nocturna, Pablo 118 experimenta una ratificación de la promesa que Jesús glorificado le hizo en el momento de su vocación (9, 15). El oráculo no se refiere a la situación interna del apóstol; de hecho, el narrador ni alude ni quiere aludir a un posible miedo que haya invadido a Pablo y que necesite ser disipado por medio de una intervención divina. Más bien, la nota dominante de todo el oráculo es el aspecto teológico y eclesial de la misión del apóstol. Lo que se quiere dejar bien patente es que la actividad de Pablo realiza y pone en práctica la propia actuación de Jesús glorificado y el encargo que él mismo ha confiado a su elegido. El hecho de que el Señor mismo haya decidido, por propia iniciativa, constituir en Corinto «un pueblo» decididamente suyo determina y traza las líneas de la tarea encomendada a su testigo y enviado. Nadie podrá poner obstáculos a Pablo en el cumplimiento de esa misión. Aquí, igual que en 15, 14, la palabra «pueblo» se refiere a la Iglesia, que Dios mismo ha escogido de entre los paganos, para consagrarla «a su nombre». Ahora Pablo sabe perfectamente lo que tiene que hacer; permanecerá en Corinto año y medio, para ir edificando la Iglesia en esa ciudad. La indicación de tiempo se refiere, con toda probabilidad, a la duración completa de la estancia de Pablo en Corinto, y no únicamente al período que siguió a su confrontación con los judíos. El episodio siguiente ratifica e ilustra, al mismo tiempo, la promesa que Jesús glorificado acaba de hacer a Pablo. Cualquier clase de hostilidades o de intrigas que puedan producirse no lograrán obstaculizar la evangelización de Pablo en Corinto, porque se trata de una tarea sostenida y alentada personalmente por el Señor. La relación que se establece entre la actividad de Pablo y la presencia del procónsul Galión es un dato extremamente significativo para la investigación histórica, ya que nos proporciona un punto de apoyo bien determinado y decisivo, en orden a establecer las grandes líneas cronológicas del cristianismo primitivo. Galión y la cronología del cristianismo primitivo. Lucio Junio Galión Anncano era hijo del retórico M. Anneo Séneca, natural de Córdoba, en España, e hijo adoptivo de un acomodado patricio 119 romano, L. Junio Galión. El hermano más pequeño de Galión era Séneca, el famoso filósofo, poeta y preceptor de Nerón. Con el pasar del tiempo, ambos hermanos cayeron en desgracia del emperador, víctimas de las intrigas de la corte imperial. Galión ejerció su cargo de procónsul en Corinto durante el reinado de Claudio, y concretamente durante un período perfectamente datable, gracias a un afortunado descubrimiento arqueológico. Una inscripción descubierta en Delfos contiene un decreto de Claudio concerniente a aquella ciudad, en el que se menciona a Galión, en su calidad de procónsul de Acaya. El decreto fue promulgado a principios del año 52. El cargo de procónsul de una provincia senatorial era uno de los mejores remunerados, y se concedía sólo por un año, y únicamente a los miembros más respetables del senado romano. La toma de posesión tenía lugar, por lo general, a principios de verano. Por tanto, si Galión era ya procónsul a principios del año 52, esto quiere decir que ya llevaba en funciones desde primeros de verano del año 51. Su encuentro con Pablo ocurre precisamente durante este período de su gestión proconsular. Pero, ¿cómo se puede sincronizar el año y medio de actividad de Pablo en Corinto (v. 11) con el período del proconsulado de Galión? El texto de Hch 18 no ofrece el menor indicio para suponer que el suceso narrado en los vv. 12ss ocurriera nada más empezar el ejercicio administrativo de Galión, o para admitir que este acontecimiento hubiera obligado a Pablo a marcharse de Corinto. En cambio, el v. 18a parece suponer que Pablo permaneció en la ciudad todavía una buena temporada, después de aquel conflicto. Así que no nos queda otro punto de referencia más que el dato del v. 2 sobre la persecución de Claudio. Esta tuvo lugar poco antes de que Pablo llegase a Corinto. A esto hay que añadir algunas consideraciones sobre las fechas habituales de viaje. Pablo habría llegado a Corinto en otoño, y habría abandonado la ciudad en la primavera del año subsiguiente. Tenemos entonces, como techas más probables de la estancia de Pablo en Corinto, su llegada a la ciudad en otoño del año 50 y su marcha en la primavera del 52. El encuentro con Galión bien pudo haberse producido al principio del ejercicio proconsular del funcionario romano. 120 Los judíos toman la determinación de hacer intervenir al poder civil en su lucha contra Pablo. Se apoderan de él por la fuerza y lo arrastran al tribunal del procónsul, para presentar su acusación ante la suprema autoridad jurídica. De aquí en adelante, la escena se desarrolla en la plaza mayor (agora), donde se halla reunida una gran multitud en torno a la sede oficial del juez (hema). La acusación de los judíos está formulada de manera bastante confusa. Igual que en 16, 20, los cargos que se le imputan a Pablo vendrían a decir lo siguiente: este hombre no hace más que provocar alborotos públicos, por medio de su predicación; lo cual implica una contravención de la ley civil. El procónsul se da cuenta inmediatamente de que todo este montaje no es más que una burda maniobra de los judíos. Su respuesta, en la que el aristócrata romano esgrime sarcásticamente todo el desprecio que siente por los judíos, explica el caso como una cuestión de diferencias entre ellos mismos, y en la que él no puede mezclarse en virtud de su jurisdicción. De hecho, no se puede demostrar que Pablo haya incurrido en un reato concreto que implique una violación de la ley civil, como sería, por ejemplo, provocar tumultos y desmanes públicos. Las cuestiones tocantes a la doctrina judía, a sus tradiciones y a esa ley suya religiosa son problemas que los judíos tienen que resolver entre ellos mismos de la manera más satisfactoria posible, sin tener que venir a importunar a la autoridad civil con esas bagatelas. Y sin esperar a la réplica de los judíos, Galión manda despejar el tribunal. Otro gesto que bien se puede interpretar como signo del antijudaísmo del procónsul. Pero, en realidad, la interpretación que hace nuestro autor del comportamiento del magistrado consiste en proponer un ejemplo más de la protección que las autoridades romanas ejercen, sin darse cuenta, sobre la persona de Pablo. Aquí se perfila ya un elemento que va a ser el tema dominante en la última parte del libro de los Hechos. . La conclusión de la escena tiene un aspecto burlesco y, al mismo tiempo, inesperado. La multitud, que se había apiñado en torno a la sede del tribunal, se abalanza sobre Sostenes, jefe de la sinagoga y portavoz de los judíos, y le da una verdadera paliza. El 121 desprecio de Galión por los judíos es la chispa que enciende la cólera de la muchedumbre y la lleva a desfogarse contra el desafortunado Sostenes. Sin duda que este personaje era el sucesor de Crispo (v. 8) al frente de la sinagoga. Después de constatar esta realidad es importante que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Hasta qué punto supone para Pablo un triunfo y la posibilidad de proseguir su trabajo de evangelización en Corinto el hecho de que Galión minimizara su caso, reduciéndolo a un problema que había que resolver dentro del propio círculo del judaísmo? Las asechanzas de los judíos le habían obligado a marcharse de Tesalónica y de Berea (ver Hch 17, 9.18). Por otra parte, la comunidad sinagogal disponía de la posibilidad de tomar medidas disciplinares muy severas contra sus miembros rebeldes, hasta llegar a los famosos 39 azotes (ver 2 Cor 11, 24 y Mt 10, 17). Pero parece que la sinagoga de Corinto había perdido gran parte de su fuerza y de su prestigio, e incluso probablemente había llegado a ser suplantada por la comunidad cristiana con tanta fuerza, que ya no era capaz de oponerse efectivamente a Pablo y a sus compañeros. La escena de Galión nos da una imagen bien clara de la debilidad y falta de consistencia de la acusación judía, hasta el punto de que los miembros de la sinagoga se ven incapaces aun de prestar ayuda al apaleado Sostenes. Preguntas de Asimilación y Reflexión 1.- ¿Qué es un sumario? y ¿Qué pretende mostrarnos nuestro autor a través de los sumarios? 2.- ¿Cuáles son los temas principales citados en todos los sumarios? 3.- ¿Qué cosas enseñaban los apóstoles? ¿ Y la primera Comunidad Cristiana? 4.- ¿Cómo te alimentas en tu comunidad y en la Parroquia de la enseñanza de los Apóstoles? 5.- ¿Cómo trasmites en la evangelización esta enseñanza a las demás personas? 122 26. Pablo contra la magia y el sincretismo En la actualidad, como en las primeras comunidades de la Iglesia observamos un cierto sincretismo entre el ser cristiano y las creencias de otras realidades religiosas. Veamos como Pablo triunfa en su lucha contra este peligro, que siempre acusa a las iglesias nacientes en lugares donde conviven con otros fenómenos religiosos. Leer Hch 19, 11-20 La comunidad cristiana, al vivir en un ambiente pagano, tenía ante todo que luchar por mantener su espacio vital, en concurrencia con las demás religiones y movimientos cúlticos circundantes. Pero al mismo tiempo debía oponer la más viva resistencia a la continua amenaza de contaminación de los principios fundamentales de su fe por elementos de otras religiones, es decir, por un sincretismo religioso. El sincretismo, dada su naturaleza, ejercía su fuerza de atracción especialmente sobre los niveles más primitivos de la religiosidad popular. Exorcistas y magos se servían, para sus prácticas sospechosas, de un amasijo caótico de nombres sagrados y fórmulas crípticas de las más variadas religiones, sobre todo del judaísmo. En aquella época, Éfeso era precisamente el centro más conocido de la magia; los libros mágicos llegaron a llamarse «escritos efesinos». Por eso, no es extraño que sea precisamente una tradición procedente de Éfeso la que se enfrente con este tema. Da la impresión que los vv. 14-17 reproducen esa tradición, aunque de manera muy abreviada. La tradición originaria ciertamente contenía detalles sobre el lugar, el motivo y la situación del hecho narrado. Pero de todo eso el texto actual no ha conservado más que la mención de una «casa»; una mención que, por cierto, no se encuentra motivada en el contexto narrativo del pasaje. Sin embargo, los datos textuales dan pie para sacar algunas conclusiones sobre el género literario del relato y sobre el ambiente en el que se originó esa tradición. En ella se muestra claramente, tomando como ejemplo lo que les ocurrió a unos exorcista judíos, que usar irresponsablemente el nombre de Jesús puede traer consecuencias muy peligrosas. A pesar de algunos rasgos burlescos, que saltan a la vista, la narración tiene su 123 moraleja, expresamente subrayada en el v. 17, a modo de coro final. El acontecimiento produce entre los habitantes de la ciudad un saludable temor, porque muestra con toda claridad lo que les espera a los que usan el nombre de Jesús con fines puramente mágicos. El autor ha colocado esta tradición en el centro de una composición personal en tres partes. Para ello probablemente se ha valido también de otros datos de tradición local, como la quema de los libros de magia (v. 19). En la sección introductiva (vv. 11s) presenta los prodigios que realizaba Pablo como factor determinante del relato siguiente y como su antítesis positiva. La narración propiamente dicha (vv. 14-16) se completa con una exposición genérica (v. 13), que inscribe el relato concreto en un contexto mucho más amplio. La parte final (v. 17-20) está notablemente desarrollada. Además del efecto producido por el suceso entre los habitantes de la ciudad (v. 17), nuestro autor describe la reacción de la propia comunidad cristiana (vv. 18-20). La proclamación de la palabra va acompañada de la acción salvífica. Uno de los rasgos típicos de la imagen que nuestro escrito nos da de los testigos, ya desde los comienzos, es el poder que poseen para realizar signos y prodigios (5, 12; 9, 32-43). Nuestro autor le da a Pablo una gran capacidad para hacer prodigios, con ello por un lado lo compara con Pedro en Jerusalén (ver Hch 5, 15), por otro se subraya la acción de Dios; es Dios mismo el que actúa «por mano de Pablo» (ver Hch 4, 3). La distinción entre un legítimo testigo de Jesús y uno que se dedica a la magia o al ilusionismo consiste en que el testigo no se atribuye poderes personales que le permitan manipular a Dios o disponer, a su propio arbitrio, de las fuerzas sobrenaturales, sino que es puro instrumento, sometido a la soberana actuación de Dios. Para nuestro autor no existe contradicción alguna entre este principio fundamental y su manera de presentar a Pablo como un personaje religioso, imbuido hasta en su misma corporeidad por un fluido sobrenatural de fuerzas benéficas. De hecho, no sólo su palabra (ver Hch 9, 40: 14, 10) y el contacto de sus manos son capaces de realizar curaciones, sino que hasta los objetos que han tocado su cuerpo quedan impregnados de fuerza curativa, aunque el propio Pablo no sea consciente de tales virtualidades (ver Hch 5, 15 y Mc 5, 27ss). De modo que los habitantes de Éfeso organizan 124 una verdadera caza de indumentos del apóstol para aplicárselos a los enfermos y curarlos, o para expulsar los demonios. La palabra «prendas» se refiere probablemente al turbante o al velo que le cubría la cabeza. Pero la significación concreta de «pañuelos» no se puede fijar con precisión: puede tratarse de un verdadero pañuelo, que se llevaba en la mano para secarse el sudor del rostro, o también del delantal que la gente se ponía para el trabajo. Nuestro autor se guarda muy bien de dar una valoración de estos sucesos; ni los critica como muestras de una exagerada religiosidad popular, no exenta de una cierta tonalidad de paganismo primitivo, ni los presenta como una manifestación normal de la religiosidad cristiana. El Pablo que aquí nos describe nuestro hagiógrafo es bien distinto del Pablo histórico, que reacciona con extrema reserva a las expectativas milagrosas que se cifraban en su persona (ver 2 Cor 12, 12), porque para él la verdadera marca del apóstol era la cruz, que él llevaba impresa aun en su propia apariencia externa (ver 2 Cor 12, 9s). Con todo, hay que reconocer que esta presentación no resulta tan extraña, si se tiene en cuenta que no constituye una finalidad en sí misma, sino que es una preparación de lo que sigue. El éxito arrollador del verdadero autor de milagros, el misionero cristiano, espolea a la parte contraria, que intenta por todos los medios adquirir el dominio de esas fuerzas activas, sin darse cuenta de que esos poderes escapan a toda clase de control humano. Así aparecen esos exorcistas ambulantes, gente de la misma ralea que el mago Elimas, que se sirven del nombre de Jesús para pronunciar sus conjuros (ver Mc 9, 38s). De hecho, poseemos hasta la fórmula, según nos la ha transmitido un papiro mágico de la antigüedad helenística: «le conjuro por Jesús, el dios de los hebreos». Los exorcistas carecen de toda relación personal directa con Jesús; para ellos es solamente «el que Pablo predica». No sabemos de ningún sumo sacerdote judío que se llamase Escevas. Lo más probable es que los siete exorcistas no fueran más que una banda de prestidigitadores, de origen dudoso, que para acrecentar su prestigio ante la plebe se jactaban de estar relacionados con una recóndita aristocracia judía. La réplica con que el demonio, por boca del poseído, responde al conjuro de los exorcistas va al centro de la cuestión. Por una parte, el demonio 125 da a entender que el nombre de Jesús posee un poder radical sobre él, porque todas las potencias del mal tienen que estar sometidas a Jesús (ver Lc 4, 31-37). Pero, por otra parte, niega a esos exorcistas todo derecho a referirse a Jesús. Nadie puede usurpar este nombre, que sólo causa efecto si lo pronuncian los que legítimamente pueden hacerlo, por estar consagrados y sometidos al poder de Jesús. El demonio, además, establece una diferencia bastante sutil entre Jesús y Pablo. A Jesús «lo conoce», es decir, reconoce su poder y se reconoce a sí mismo sometido a él: en cambio, con respecto a Pablo, «sabe quién es», es decir, sabe que es el único representante legítimo del poder de Jesús. La última pregunta, «pero vosotros, ¿quiénes sois?», es puramente retórica y no hace más que calificar a los exorcistas como gente absolutamente desconocida y totalmente irrelevante para el demonio, porque no representan ningún poder del que él pueda tener miedo. Después de pronunciar estas palabras, el demonio pasa inmediatamente a la acción. Y, en concreto, de una manera que demuestra palpablemente que no teme ser vencido por unos usurpadores del nombre de Jesús. El poseído, en una demostración de fuerza sobrehumana, se abalanza sobre los exorcistas. les arranca los vestidos y se pone a apalearlos. Desnudos y malheridos, tienen que huir de la casa. Ante la opinión pública, el fracaso de los exorcistas se convierte indirectamente en una manifestación del poder de Jesús. El mismo ha salido por sus fueros, tomando postura contra el abuso de su nombre. El suceso es una clara advertencia para todos los que hasta el momento creían que podían ejercitar la magia impunemente, aprovechándose abusivamente de este nombre. La explosión de alabanza al nombre de Jesús que se produce en la ciudad significa que mucha gente reconoce y acata el poder salvífico de ese nombre, es decir, que la misión cristiana va ensanchando sus conquistas. Con todo, el mayor énfasis recae sobre las consecuencias que el suceso comporta para la vida interna de la comunidad. Muchos de los recién convertidos confiesan públicamente, ante la comunidad, sus prácticas mágicas. Con eso manifiestan que a ellos les ha pasado lo mismo que anteriormente le había ocurrido en Samaría a Simón Mago (ver Hch ,13), es decir, que su conversión a Cristo no había sido más que puramente externa, como medio 126 para conseguir tener acceso al dominio de fuerzas misteriosas y ocultas. Así, poco a poco, se va erradicando de la comunidad el peligro de sincretismo que flota en el ambiente. La renuncia de los cristianos a la magia y al sincretismo se demuestra públicamente en un acto impresionante. Todos sacan sus libros de magia y sus papeles con fórmulas de conjuros, que hasta ahora habían guardado en secreto, y hacen con ellos una enorme hoguera. La indicación del valor de la mercancía quemada subraya la importancia del acto. Una moneda de plata (= denario) correspondía a la remuneración diaria de un trabajador (Mt 20, 2).La solemne frase conclusiva (ver Hch 5, 41s; 9, 31; 15, 35) proyecta el acontecimiento en una perspectiva más amplia y traza una síntesis final de la gran misión paulina. La Iglesia de los paganos está consolidada interna y externamente. La existencia cristiana es una prueba manifiesta del poder de la palabra del Señor. Preguntas de Asimilación y Reflexión 1.- ¿Las primeras comunidades cristianas que vivían en medio de un ambiente pagano, que dos cosas importantes debían tener en cuenta? 2.- ¿Cuál es la diferencia entre un testigo que hace prodigios con el poder de Jesús y otro que se dedica a la magia? 3.- ¿Hubo cristianos que se convirtieron a Cristo para poder tener los poderes de él y así aprovecharse de ellos? ¿Crees que hoy en día pueda darse este fenómeno entre ciertos grupos y sectas? 4.- ¿Cuál fue la reacción de los que reconocen que utilizaron estos poderes en beneficio propio? ¿Cómo combatieron el sincretismo y la magia? 5.- ¿Qué puedes aportar como miembro de pequeña comunidad a este fenómeno del sincretismo y de magia que tanto se da en nuestro entorno? 127 27. Introducción Apocalipsis a las cartas de las Iglesias del Vamos a estudiar las siete Iglesias que aparecen en el libro del Apocalipsis, y así conocer la realidad de algunas de las primeras comunidades cristianas, su inquietudes, sus problemas, sus desafíos… y así ver como pueden ayudarnos también a nosotros en el momento presente a ir madurando en nuestra comunidad a partir de acoger y vivenciar las realidades de aquellas primeras comunidades cristianas. Para conocer dichas Iglesias conviene que tengamos un cierto acercamiento, aunque sea sencillo, de la geografía de la provincia proconsular de Asia donde se encuentran enclavadas dichas Iglesia. El mapa adjunto nos brinda algunas precisiones sobre el lugar de implantación de las sedes que distan entre sí unos 75 km. 128 En el presente mapa encontramos las calzadas romanas que unían las diferentes ciudades. El primer interrogante que nos planteamos es: ¿por qué ha otorgado su preferencia a estas siete Iglesias siendo que las había más importantes, más conocidas y, sin duda, con mayor número de habitantes? ¿Por qué ha preferido la obscura Tiatira a Colosas? ¿Por qué nombra Laodicea y omite a Hierápolis, que está a menos de 10 km. de distancia? Los nombres de algunas de estas ciudades a las que no se dirige el Apocalipsis figuran en letra pequeña en el mapa. El examen atento de los trazados de las calzadas puede brindarnos un vago elemento de respuesta. El Imperio romano es célebre por los trabajos de calzadas, que se dividen en dos redes mayores; las rutas imperiales y las rutas postales, que dan acceso a las ciudades de menor importancia. Las siete ciudades citadas por el libro gozan de una buena comunicación entre ellas, facilitando de este modo la circulación del mensaje por Asia. El autor ha querido aún, por razones simbólicas, limitarse a siete comunidades y, probablemente, ha deseado coger Iglesias variadas: ciudades costeras y ciudades del interior, capitales o cabezas de provincia, etc. Desde el punto de vista literario, todas las cartas están construidas —aunque con matices— sobre la base del mismo esquema. Comienzan con un envío que precisa el título del remitente, Jesucristo. El título es diferente en cada carta y pretende estar especialmente adaptado al contenido del mensaje, así como a la situación particular de cada Iglesia. Los títulos están tomados de la visión inaugural (Ap 1, 9-20), salvo el último, que recordaría más el prólogo: esto confiere una gran unidad al conjunto. El cuerpo de la carta está extremadamente personalizado. Consiste en poner de relieve las luces y las sombras de las diferentes comunidades, teniendo en cuenta al mismo tiempo las características y las particularidades de cada una. Tras realizar así el diagnóstico, se encadenan, como es natural, una serie de exhortaciones apropiadas. Todas las misivas acaban con una doble conclusión. Una es idéntica en todas: «El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias»; la otra es una promesa realizada «al vencedor». En las tres primeras cartas el doble final aparece en este orden, en las 129 cuatro ultimas se invierte el orden. Se trata de un pequeño artificio literario que permite descomponer el número 7 en 3 + 4. El comentario que vamos a proponer estudiará las cartas una tras otra. En cada una de ellas primero estudiaremos el contexto histórico para contextualizar el mensaje dirigido a dicha a Iglesia. En un segundo momento entraremos a estudiar el mensaje de la carta y así conocer las luces y sombras de dicha Iglesia. Por último, al final de cada carta, reagruparemos en una síntesis los elementos principales en dicha carta sacando algunas conclusiones que puedan servirnos para la vivencia de nuestra comunidad. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.-¿Cuántas son las Iglesia que vamos a estudiar? ¿Cítalas? 2.- ¿Por qué crees que el autor bíblico escogió estas y no otras cercanas a éstas y más importantes? 3.- ¿Cuál es la intención que tenemos al querer estudiar la vivencia de estas iglesias? 4.- ¿Con qué actitud crees que debemos acercarnos a estudiar la realidad de estas diferentes Iglesias? 130 28. La carta a la Iglesia de Éfeso Dada la amplitud del estudio de esta primera Iglesia aconsejamos que sea profundizada en dos secciones de estudio diferentes. Comencemos con la lectura que hace referencia el libro del Apocalipsis en relación a esta iglesia: Leer Ap 2, 1-7 Aspecto histórico Es preciso haber visitado el inmenso campo de excavaciones arqueológicas de Éfeso, para adivinar lo que fueron su lujo inaudito y su ocaso lamentable, cuando la ciudad no fue más que un resto de naufragio rechazado por el mar a las tierras de Asia. Éfeso, asentada en un lugar ideal, cerca de la embocadura del Caystro, dotada de puerto y de colinas naturales, término normal de todas las vías marítimas del Mediterráneo oriental, al mismo tiempo que punto de partida de una amplia red de calzadas diseñada en abanico, estaba ya habitada desde el siglo XIII antes de nuestra era. Militar y políticamente, compartió la historia de las costas mediterráneas del Asia Menor, mientras, que, desde el punto de vista geológico, los seísmos, que tuvieron como consecuencia el enarenamiento de su río, la obligaban a desplazarse, pues era preciso trazar de nuevo en cada ocasión el curso fluvial que limpiaba el puerto. Éfeso contaba entre sus hijos a arquitectos, escultores y pensadores de la talla de un Heráclito, por ejemplo, que fue el primero en tratar del Logos. En el plano religioso, la ciudad, con su culto a Cibeles, la diosa oriental de la fecundidad, que iba a confundirse, más tarde, con la Artemisa de los griegos, era un punto de convergencia para los pueblos de alrededor. Hacia el año 330 antes de Cristo, poco después de haber sido conquistada por Alejandro Magno, la ciudad conoció un nuevo desplazamiento de alrededor de 2 km y medio. Por entonces se adornó con nuevos monumentos, llegó a contar con 250.000 habitantes como mínimo y conoció una ola de prosperidad que duró mucho tiempo: su comercio, sus bancos, sus riquezas arquitectónicas y comerciales, su turismo y su posición estratégica hacen que todo le sonría. 131 La preeminencia natural de Éfeso le fue disputada durante mucho tiempo por la ciudad de Pérgamo, su rival de siempre. El año 129 antes de nuestra era, Roma pone fin a este bamboleo incesante entre ambas ciudades estableciendo Éfeso como metrópolis provincial. Más tarde, el año 17 de nuestra era, sobreviene la catástrofe: Éfeso queda en gran parte aniquilada por un terremoto. Esto le brindó la ocasión para reconstruirse más hermosa que antes, aunque le hizo falta más de un siglo para terminar su nueva compostura. Pero ya en tiempos de Pablo y, todavía más, en los del Apocalipsis, Éfeso ofrece al viajero que va de paso la impresión de opulencia, con sus casas de cuatro o cinco pisos, espléndidamente decoradas, con su teatro con capacidad para 25.000 espectadores, sus termas, su estadio, sus dos ágoras; atrae por millares a los peregrinos, que vienen de todas parta para adorar en su templo suntuoso a la Gran Artemisa. Son cientos de tiendas las que les venden reproducciones baratas y de oro: cuando se piensa que la predicación cristiana de Pablo de Tarso causa un tal perjuicio a los orfebres y a los comerciantes de estos recuerdos (Hch 19, 23-40), no se puede más que ser un soñador... Al desembarcar sobre los muelles del puerto, el viajero toma una avenida muy ancha, una especie de gran avenida marcada por una larga columnata, donde están prendidas antorchas que arden durante toda la noche, la avenida está bordeada de los más diversos comercios. Al final de este paseo se encuentra el teatro ya mencionado. Si al llegar a esta altura el peregrino gira a la izquierda es para ir al templo de Artemisa, una de las siete maravillas del mundo, de la que no queda hoy más que recuerdos informes. Si prefiere girar a la derecha, es para visitar o bien la maravillosa biblioteca de Celsio, o bien el ágora de la ciudad baja, o bien aún para entrar en el «paidiskeion», la casa cerrada donde se celebran los amores y las adhesiones a Artemisa. Desde allí, se puede acceder a la ciudad alta tomando la calle de los Kouretes, así llamada porque en ella habitaban las cofradías de magos, autores de colecciones de fórmulas de encantamientos de gran renombre y conocidas con el nombre de cartas o fórmulas efesias. En el punto más elevado de esta arteria hay una fuente, que atrae las miradas por la enorme estatua de Zeus a la que sirve de soporte. Por último, al final del paseo, se levanta el formidable templo de Domiciano, edificado el año 90 gracias especialmente al 132 dinero de los cristianos, que fueron duramente explotados. El templo está dedicado a este emperador, que se atribuyó el doble título de «Dominus et Deus», «Kyrios kai Theos», acompañado de la precisión «pantokratór», todopoderoso, justamente lo que denuncia el Apocalipsis. Frente a este monumento, obra de un megalómano, se levantan las ruinas de un bonito pritaneo, casa de los jueces y magistrados que gobernaban la ciudad y administraban la justicia. La población constituye, evidentemente, una mezcla abigarrada; cuando Pablo, el año 54, penetra por vez primera en esta ciudad, donde se quedó tres años (ver Hch 18, 19-20, 1), hacía ya mucho tiempo que se había establecido allí una importante colonia judía. El cristianismo echa allí sólidas raíces, hasta el punto de que, desde esta ciudad, escribirá Pablo a los corintios: «La puerta se ha abierto de par en par», hay que sobrentender a su acción misionera (1 Cor 16, 9). En todo caso, no menos de trece cristianos efesios son citados por sus nombres en el Nuevo Testamento, y se puede decir que, tras la ruina de Jerusalén, y, sin duda, incluso antes, fue Éfeso quien tomó el relevo de la capital judía (ejercido en parte durante algún tiempo por Antioquía) como Iglesia madre de todas las Iglesias. Más tarde, Plinio tendrá razón cuando diga que Éfeso es la «luz de Asia». De momento, la Iglesia allí se muestra floreciente y desarrolla su combate contra el culto de Artemisa, cuyo árbol sagrado tenía reputación de dar la vida. A esta población cristiana tan modélica está dirigida la primera carta del Apocalipsis. Mensaje dirigido a la Iglesia Como las otras seis, esta carta va dirigida «al Ángel» de la Iglesia, en este caso la efesia. ¿Por qué al Ángel y no directamente a la misma Iglesia, siendo que, en el cuerpo de los mensajes, estos dos términos son intercambiables? Es cierto que las misivas van remitidas a las siete comunidades históricas, pero estas Iglesias están destinadas a una evolución concreta, a una mayor pertenencia al «cielo». El ángel pertenece a ese mundo celestial y personifica a la Iglesia en su estado culminante. La fórmula equivale a decir más o menos esto: «A la Iglesia de Éfeso, en cuanto está destinada a un futuro celeste», este futuro está personificado por un ángel protector (ver Ex 23, 20; Jos 5, 13-14). La Iglesia de Éfeso, para modelar mejor su comporta-miento, debe 133 mirar hacia el cielo y no ambicionar una prosperidad terrestre, aunque fuera eclesiástica. El título del remitente, retomado de 1, 12 y 16, designa con toda evidencia a Cristo, que no forma más que uno con el Espíritu, signatario de la carta. Esta emana de la Cabeza de la Iglesia, sin que se haga mención a ninguna jerarquía humana; es su Escritura, en la cual se expresa Dios mismo, ese Dios cuya acción histórica actual es conducida concretamente por el Espíritu. El Cristo que se dirige a la metrópolis política y cristiana es el que la mantiene en la mano y le confiere la dignidad de primer candelero, que ilumina su derecha día y noche (ver Ex 25, 31-40; Lv 24, 1-3). Por sí misma, Éfeso no detenta ningún; poder ni primado. Desde el punto de vista político, su prerrogativa de ser la metrópolis de Asia le viene del César; en cuanto comunidad cristiana sólo Cristo es quien le otorga un lugar de honor: semejante concordancia no es en modo alguno irrevocable. A notar la actitud del Resucitado, que no está simplemente de pie, sino que anda, que, por tanto, está activo, pasa de una Iglesia a otra para visitarlas. Seis rasgos parecen haber decidido a su Cabeza a situar a Éfeso en primera línea de las Iglesias. Son, por este orden, los siguientes: 1. sus «obras» (la palabra vuelve de nuevo en los vv. 5 y 6, señal de su importancia), es decir, la fe activa y vivida, la acción visible y pública mediante la que alguien se sitúa, frente al mundo, del lado de Jesús o del lado de Satanás, del lado de la luz o del lado de las tinieblas (Jn 5, 36; 3, 19-21); 2. la «fatiga» (también en el v. 3) que, sin duda, no se trata de cualquier tipo de cansancio producido por cualquier tipo de trabajo; parece preferible ver aquí el peso de la labor apostólica, de la actividad misionera (ver Jn 4, 6-38), como si Éfeso se hubiera caracterizado y se caracterizara aún (pues no se ha hundido en el abandono de esta misión: v. 3) por su celo misionero; 3. la «paciencia» (también en el v. 3; en total es mencionada 7 veces en el Apocalipsis, por tanto se trata de una virtud importante), que es una virtud cristiana propia para quien vive en la 134 prueba, sobre todo si esta es decisiva (Mc 13, 13); es una virtud típica del apóstol (2 Cor 6, 4) y se opone al desánimo y al abandono. Estos tres primeros rasgos —obras, fatiga, paciencia— forman un conjunto que tiene que ser ligado, globalmente, al testimonio en favor de la fe; 4. la actitud en relación con los «malvados», a los que Éfeso no puede soportar, contrasta con su paciencia para sufrir mucho por el nombre de Jesús (v. 3); los malvados son aquellos «que hacen las obras del Diablo» o de las tinieblas: la ortodoxia moral de Éfeso es grande. 5. la vigilancia con respecto a los falsos apóstoles, que debían pulular en esta ciudad encrucijada y fácilmente sincretista, les ha tendido trampas con objeto de verificar su doctrina: Éfeso los ha puesto a prueba, como el mismo Dios había hecho antiguamente con su pueblo (Ex 16, 4; 20, 20; etc.). Estos falsos apóstoles han sido desenmascarados como mentirosos, es decir, como pertenecientes al clan del Diablo, padre de la mentira y mentiroso él mismo (Jn 8, 44). 6. Por último, el hecho de haber sufrido —¿sólo afrentas o ya persecuciones? el texto no dice nada— a causa del Nombre de Jesús sin haberse dejado abatir. En total, la Iglesia metropolitana de Éfeso puede parecer perfecta y plena de celo; y, sin embargo... Como un contrapeso en la balanza, que supera tantas virtudes, se da, en Éfeso, el abandono del «ágape» de los primeros tiempos. El «ágape» no tiene otra significación, en todo el Nuevo Testamento, que la caridad fraterna, los gestos gratuitos de amor, de benevolencia, de ayuda mutua en los que se debe reconocer a los cristianos: Pablo había dicho ya desde hacía mucho tiempo (y además en una carta escrita desde Éfeso) que la suma de todas las virtudes no significaba nada cuando faltaba una auténtica caridad fraterna (1 Cor 13, 1-3). Pues bien, ese amor ha sido dejado de lado, archivado, como una cosa antiguamente preciosa sin duda, pero convertida hoy en algo inútil y superfluo (el mismo verbo «abandonar» aparece en Jn 4, 28). Lo que persiste no es más que una rutina no inspirada ya por el verdadero amor: esta rutina anda lejos de ser condenada, bien al contrario, pero el hecho de sentirse satisfecho con ella hace incurrir en graves riesgos. 135 La amonestación apremiante (¡«pues»!) y la amenaza se atropellan. La carta suplica a Éfeso que se acuerde de su caridad de antaño y que produzca de nuevo las obras que inspira ese amor al prójimo. El aviso es, en primer lugar, una llamada al orden, que es la obra propia del Espíritu (Jn 14, 26) que cumple aquí su misión; el aviso es, por otra parte, acción: en este caso consiste en remodelar la conducta actual desde el impulso amoroso de la primera juventud. Sin esto, el Señor mismo, que camina en medio de los candeleros, vendrá en persona como un juez, cambiará el lugar y el rango de la metrópolis eclesial suprimiendo sus prerrogativas. Los efesios, familiarizados con las decisiones provenientes del Pritaneo, sabedores también de la historia de los sucesivos desplazamientos de su ciudad, han comprendido ciertamente la advertencia. Sería normal esperar ahora la conclusión de la carta; pero, he aquí, que se vuelve a un nuevo elogio, sacado del odio que se tiene en Éfeso a las «obras» de los nicolaítas. Las leyes de la composición literaria invitan a poner en paralelo este versículo con el v. 2, del mismo modo que se corresponden los vv. 1 y 7 (envío y conclusión). Las opiniones emitidas sobre los nicolaítas son tan variadas y eruditas que se puede decir que no disponemos, prácticamente, de ninguna información sobre ellos. Si nos atenemos a la estructura del texto, son asimilables a los falsos apóstoles del v. 2, donde su doctrina engañosa es desenmascara da. Aquí son sus obras, los frutos de sus doctrinas, los que son denunciados. El lugar mismo en que aparece esta observación nos inclina a pensar que existe, en esta actitud de los cristianos de Éfeso, un punto de apoyo capaz de sostener su esfuerzo para volver a la verdadera caridad fraterna. Las obras de los nicolaítas, tan detestadas por los cristianos, ¿serían la negación del «ágape»? ¿Tendrían que ver con la fornicación? Ya a un nivel trivial, la cosa sería muy posible, especialmente en una gran ciudad portuaria, tal como atestiguan los importantes vestigios del «paidiskeion» (casa cerrada), al final de la calle del Mármol. Podría serlo aún más si pensamos en los actos licenciosos que podían acompañar el culto de Artemisa Poli-maste («de los múltiples senos»). Tanto más, por último, en virtud del hecho de que estas «obras» de los nicolaítas parecen derivar de una doctrina que no tiene del cristianismo más que unas apariencias engañosas. Es posible que estos cristianos creyeran sinceramente que, dado que la carne se había convertido 136 en algo sin importancia en relación con la irrupción del Espíritu, se pudiera hacer libre uso de ella. Será bueno observar aún que el odio de los efesios no se dirige a los hombres, sino a sus obras y que esta es también la actitud de Dios. La invitación a una escucha atenta incluye dos matices importantes. En primer lugar, está formulada en singular («el que tenga»), por eso es preciso comprender que cada cristiano, considerado individualmente, está llamado a la conversión. La Iglesia está constituida por una suma de bautizados y cada uno de ellos participa de la santidad del pueblo en el que entró. Por otra parte, lo que hay que oír, no es únicamente el mensaje dirigido a Éfeso: «lo que el Espíritu dice a las Iglesias» forma un todo, aunque se hagan recomendaciones particulares y mejor adaptadas a tal o cual Iglesia. Todos los cristianos de una misma Iglesia no participan, en efecto, de manera automática, de las desviaciones generales de esta: quizás sea en otras cosas donde uno u otro deba enmendarse. Sea como fuere, la victoria, individual o colectiva, es posible. Al vencedor se le promete una recompensa: la posibilidad de comer de los frutos del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios. Aquí son tres, por lo menos, las referencias posibles. Una es hipotética y constituiría una alusión al árbol sagrado de Artemisa, representado en las piezas de moneda de la época y al que ya hemos hecho mención más arriba. Otra es indirecta y nos remite al árbol plantado en el jardín del Edén. Pero, dado que el Apocalipsis no tiene tendencia a pensar en un retomo al paraíso perdido, la referencia más cierta debemos sacarla, por supuesto, del quinto septenario. En la última visión del libro, el árbol de la vida desempeña su papel alimentador de la misma, una vida que será negada a los mentirosos (22, 2.14-15). Todo, como la séptuple mención, por ejemplo, de leño (xylon) con el sentido evidente de «árbol» en todo el Apocalipsis, nos invita a pensar que este árbol tiene como tronco el leño de la cruz. Por eso, la promesa realizada a la Iglesia de Éfeso es la de probar un día los frutos del leño sobre el que se reveló el mayor .«ágape» (Jn 15, 13). 137 Conclusiones para aplicar a la vida Dura y actual es la carta remitida a la Iglesia de Éfeso. ¿No es en todo, o casi, irreprochable a los ojos de todo el mundo, excepto a los de su única Cabeza, Jesucristo? En todo caso, reúne todos los elementos exteriores que permiten identificarla como una Iglesia cristiana. Posee la ortodoxia dogmática, que le permite detectar sin tardanza los errores doctrinales profesados en su seno. Desde el punto de vista de sus costumbres, es irreprensible, casi puritana, y se mantiene a distancia, con terror, del proceder de los nicolaítas, que le inspiran un santo horror. No está replegada sobre sí misma, sino que da muestras de un celo apostólico que resiste a los sarcasmos, e incluso a ataques de todo tipo. El Nombre de Jesús esta en ella y ella lo dice. Por último, es activa y se gasta en gran número de buenas obras. ¿Quién no se sentiría, pues, halagado de reconocerse en semejante cuadro? Sin embargo, todas estas virtudes no llegan a autentificar a Éfeso, a los ojos de su Señor, como una verdadera Iglesia. Se parece más bien a una especie de taller de caridad estricto y Victoriano, donde el sentido del deber hace realizar lo que debería inspirar el amor. Eso, evidentemente, no quiere decir que la ortodoxia de la fe y la ortopraxis de las costumbres sean algo superfluo, ¡ni mucho menos! Mas la rutina no puede nunca suprimir el amor. Enviar un cheque, aunque sea importante y anual, a un comité que se ocupa de los desheredados, no podrá nunca reemplazar una visita fraterna a un pobre al que adivinamos en la necesidad. La carta a Éfeso, en resumidas cuentas, está equilibrada. Hay en ella mucho de bueno, pero también lagunas. Nosotros, ¿no somos quizás efesios? Todavía se impone una observación que tiene su importancia. Sea cual fuere el estado de la Iglesia y su creciente falta de preparación para el destino celeste que es el suyo, no se le pide a ningún cristiano que se desolidarice de ella. Se recurre claramente al «recuerdo» y a la conversión, que afectan a cada bautizado en el cuerpo eclesial. Pero la vía de esa conversión no pasa por la secesión o por la Iglesia subterránea. Cada uno participa en la 138 salvación de la comunidad, y esta difícil dialéctica exige, para el enderezamiento de la comunidad, la conversión cotidiana de los individuos que la componen. La Iglesia de Éfeso es fuerte: los cristianos son en ella numerosos, viven allí desde hace mucho tiempo, son militantes, ocupan un espacio considerable en una ciudad que es capital y lugar de paso de enormes caravanas humanas. Desde el punto de vista estratégico, la Iglesia de Éfeso es irreemplazable: ¿no está aquí en juego el porvenir mismo del cristianismo? ¿No se le debe conceder todo para mantenerla? No es esta la opinión de Aquel que, por amor, murió por ella sobre el árbol muerto de la Cruz, a fin de que ella tenga la vida. Si el amor que la hizo nacer ya no es vivido, ¿para qué su persistencia, para qué su mantenimiento en el primer rango? Su candelero no será apagado, sino relegado, más lejos, hasta que se reavive la claridad de su estrella. El amor-agapé figura en el principio mismo de toda fe y, por consiguiente, de toda Iglesia. Éfeso recibe la advertencia de que está minando su propio fundamento. Que obre en consecuencia. Pero que escuche también lo que el Espíritu tiene que decir a las otras Iglesias. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.-Qué combatió Pablo cuando paso por la ciudad de Éfeso? 2.- Investiga en tu parroquia sobre quiénes son los Nicolaitas. Esta pregunta te ayudará a entrar en el estudio de la historia de la Iglesia, muy importante en el estudio de la próxima etapa de las pequeñas comunidades 3.-Sabrías citar los rasgos que identifican a la Iglesia de Éfeso. ¿Cuántos son? ¿Descríbelos? 4.- ¿Cómo vives en tu casa en tu comunidad, en la parroquia el amoragapé? 139 29. La Carta a la Iglesia de Esmirna Leer Ap 2, 8-11 Aspecto histórico Izmir, con su medio millón de habitantes, entre los cuales sobreviven sea como sea alrededor de dos mil cristianos, es el segundo puerto y la tercera ciudad de la Turquía actual. Su notoriedad y su opulencia provienen tanto de la calidad de su asentamiento como del ocaso y muerte de Éfeso cuyo puerto enarenado está estancado ahora a cerca de diez kilómetros de la orilla. Esmirna ha conocido, quizás en mayor medida que otras ciudades vecinas, graves vicisitudes. Era ya una ciudad próspera desde el año 900 antes de nuestra era, pero fue reducida a la nada, tres siglos más tarde, por los ejércitos lidios, que la invadieron e incendiaron. Tardó mucho tiempo en reponerse de tal naufragio. Hará falta un sucesor de Alejandro Magno para resucitarla. Lo merecía, no sólo en razón de sus cartas de nobleza —era la patria de Homero—, sino por gozar, como dirá Herodoto, del más hermoso cielo y del mejor clima que se conoce entre los hombres. Con su golfo profundo y azul, con su acrópolis natural y su decorado montañoso, que le proporcionan una doble corona, Esmirna atrae las miradas de Roma de manera especial: la dueña del mundo la colmará y recibirá a cambio una fidelidad a toda prueba. Pocas ciudades de esta región presentarán la misma abundancia que Esmirna en estatuas y de todo tipo a la gloria de los cesares: sacudida entre Éfeso y Pérgamo, preferirá al final aceptar su suerte de vasalla completamente consagrada a Roma. La vida allí era confortable. Apolonio de Tiana, contemporáneo del Apocalipsis, quisiera brindar un cuadro virtuoso de los hijos de Esmirna, exhortándoles a obrar de suerte «que sean honrados ellos mismos más bien que su ciudad, porque si tienen la más hermosa de las ciudades bajo el sol, [...] es más agradable para la ciudad poseer una corona de hombres virtuosos y sabios que pórticos, pinturas e incluso oro». Desde el punto de vista religioso, no hay apenas nada que señalar, excepto la inevitable influencia del culto de Cibeles, con el que rivalizará, mucho antes de nuestra era, la protocolaria y un tanto servil adoración a la «diosa Roma» 140 (ya le había sido erigido un templo hacia el año 195 antes de Jesucristo), a Augusto, al Senado, etc. Como ocurre en otras partes, también Esmirna acoge en su seno una colonia judía. Pero esta, con toda probabilidad, no se implantó verdaderamente allí sino después de la caída de Jerusalén, víctima precisamente de Roma. Cabe adivinar que semejantes inmigrantes en una tal ciudad se instalaron allí con unos sentimientos más bien feudales. En cuanto a la comunidad cristiana, sólo la conocemos por la carta del Apocalipsis. Mensaje dirigido a la Iglesia El Cristo que se dirige a Esmirna es «el Primero y el Último» (Ap 1, 17), lo que se explica y justifica por el misterio de su resurrección: como ha conocido la muerte y después de nuevo la vida (v. 18), totaliza en él la condición mortal del hombre y la eternidad de Dios. Todos los títulos antitéticos dados a Cristo manifiestan esta globalización: «comienzo y fin», «alfa y ómega», etc. (Ap 22, 13). Este título ha sido escogido, evidentemente, en razón de la muerte que amenaza a la Iglesia de Esmirna; es más dudoso que se aluda de manera indirecta a la historia de la ciudad, que conoció períodos de olvido profundo antes de volver a ser de nuevo una ciudad célebre y rica. «Tribulación» es a menudo sinónimo de «persecución», que asocia al cristiano a los sufrimientos de Jesús (ver Ap 1, 9); es a la vez causa y efecto de la pobreza de la comunidad de Esmirna. Causa porque, en el lenguaje bíblico, el pobre es un «oprimido» (la palabra traducida por «tribulación» proviene de un verbo que significa «prensar, triturar, oprimir»), es la víctima del fuerte y del poderoso, del orgulloso ante el que no puede más que doblar el espinazo. Pero la persecución es también efecto, sin duda, de esta pobreza, porque el pobre no tiene ningún recurso ni ninguna protección en el clan de los grandes de este mundo de quien pudiera esperar auxilio. La paradoja evangélica pretende que esta pobreza humana es riqueza a los ojos de Dios (y a la inversa, Ap 3, 17): Esmirna está viviendo, e incluso experimentando, la primera bienaventuranza (Mt 5, 3) y entrando así plenamente en el Reino. Nótese el carácter abrupto de este paréntesis (v. 9), que constituye una proclamación pura y simple de Cristo, sin comentarios ni justificaciones. 141 La continuación del versículo da a entender que los judíos están en el origen de la persecución: de ellos viene la blasfemia. Esta palabra se traduce a menudo por «calumnias», lo que cambia el sentido. La calumnia apunta a los hombres, la blasfemia es una acción directa contra Dios: este es el sentido constante de la palabra en el Apocalipsis (13, 1.5.6; 16,9.11.21; 17,3). Ser actor en una persecución, que golpea el Cuerpo eclesial de Cristo, es blasfemar directamente contra Dios, es amenazarle a él mismo, es ponerle una vez más en situación de acusado. A decir verdad, los autores de esta blasfemia son gente que se pretende judía, pero que no lo es: no son más que una sinagoga de Satanás, es decir, del Acusador. Este inciso apunta a miembros de la comunidad judía de Esmirna que, al participar en la persecución de la Iglesia, renuncian a su dignidad y a su vocación de judíos, por quienes, al contrario, debería venir la salvación (ver Jn 4, 22). La situación histórica sugiere que estos judíos están en coalición con el poder romano, del que esperan garantías y protección: ningún procedimiento podría ser más contrario a toda la tradición bíblica, que no contempla otra Roca que Dios. «No temas» es frase característica de las manifestaciones divinas, que sumergen de ordinario en el terror. Aquí se trata de anuncios de sufrimientos, y hay que comprender que en ellos, paradójicamente, se va a manifestar Dios. Aun cuando el verbo «sufrir», empleado de manera absoluta, signifique a menudo «morir» en el Nuevo Testamento (sobre todo en Hb y en 1 Pe), es dudoso que haya que darle aquí este sentido (es la única vez que se emplea este verbo en el Apocalipsis). El Diablo, provocado por la sinagoga de Satanás, va a entrar en acción y hará encarcelar a cristianos «para que sea puesta a prueba» la Iglesia. Pero el verbo está aquí en voz pasiva, lo que indica con frecuencia una acción que tiene a Dios como sujeto: es el Diablo quien va a encarcelar, para que Cristo pueda «probar» la fidelidad de su Iglesia. Les advierte ya desde ahora para facilitarles el paso de este difícil escollo. El cuerpo de la carta termina con la palabra «tribulación», que la había abierto: vendrá, pero no durará más que diez días. Diez días señala una duración indeterminada, pero en cualquier caso limitada, no muy larga (ver Nm 11, 19). 142 La llamada a la fidelidad y la promesa de una corona no dejan de tener relación con las características históricas de la ciudad. La fidelidad de la Iglesia a su Señor, vencedor de la muerte, es simultáneamente comparable y antinómica a la fidelidad de Esmirna respecto a Roma. Si se mantiene fiel, la comunidad cristiana también recibirá una corona, símbolo tradicional de las victorias gloriosas (ver Ap 4, 4; 6, 2; etc.), que garantiza aquí la inmortalidad. La promesa final apenas añade nada al don ya prometido de la corona. El vencedor no tendrá que sufrir la muerte segunda, de la que se trata en Ap 20, 6. La Iglesia de Esmirna, puesta bajo la protección de Aquel que ha pasado por la muerte y está vivo de nuevo, verá sin duda a alguno de sus hermanos pasar a su vez por la primera muerte, la que permite la resurrección; pero no habrá para ella «muerte segunda», esa muerte radical que ninguna Pascua vendrá a coronar. Conclusiones para aplicar a la vida Las innumerables cualidades de Éfeso no le habían evitado incurrir en graves reproches y pesadas amenazas: le faltaba la caridad. Por uno solo de sus rasgos escapa la Iglesia de Esmirna a toda crítica: por vivir en la pobreza. Es muy probable que aquí, como en tantos otros lugares, el cristianismo se haya abierto, primero, una vía en las capas más desfavorecidas de la población. Antes de ser una Iglesia pobre, Esmirna fue una Iglesia de pobres. La joven comunidad, ya distante socialmente de la clase posesora, debió ahondar aún más el foso al mostrarse poco inclinada a reconocer la diosa Roma y su panteón. De otro lado, la sinagoga judía debía testimoniar al Cesar algún tipo de reconocimiento por los privilegios cultuales que este le concedía: ¿no era un buen medio denunciar a estos cristianos que pasaban ya por «ateos»? La persecución se hacía inevitable y era el lote normal de la pobreza. La sinagoga, acusando a la Iglesia ante el Estado, se convierte en la contra-Iglesia, en el clan del Acusador, en el Satanás. Pone en zafarrancho de combate el aparato represivo del Estado, que tendrá el afán de dividir para dominar mejor. El Estado aparece, en consecuencia, como el brazo secular de aquel que tiene como misión dividir: el Diablo. Todas las potencias, cuyos 143 enfrentamientos se describirán a lo largo del libro del Apocalipsis, están ya en acción en la modesta y pobre Iglesia de Esmirna. Resulta consolador saber que este estado de cosas es conocido de Dios: «Conozco». La persecución es el fruto de la malicia de los hombres, aquella misma que ya había crucificado a Jesús una vez. Ella es el lugar y el espacio donde se ejerce la libertad humana; y sólo puede suscitar en Dios, no la cólera, sino la paciencia. Como todo lo que procede de la criatura, la libertad misma tiene sus límites, fijados por Dios: un límite para la tierra y un límite para los mares. La prueba por la que pasa Esmirna tiene una duración determinada. Dios proveerá en ella y le da garantías a su Iglesia: medio supremo de apartarla de toda revuelta, de toda rebelión, si estas fueran posible, que la harían perder la nobleza de su pobreza. Sufriendo con y como Cristo, su Cabeza, la Iglesia de Esmirna no tiene ya más que verificar —este es el sentido de la prueba— su fidelidad. Pero ella sabe que Dios es fiel y que le hará compartir también su constancia. Así, la pequeña comunidad de Esmirna se prepara a probar lo que otras posiblemente le envidiarán: la vida de Dios a la que será asociada. Habiendo sido la última, sabrá lo que es el primer lugar. Preguntas de Asimilación y Reflexión 1.-¿ Por qué la Iglesia de Esmirna es perseguida?. 2.- Cuando se le dice a esta Iglesia que no tema, ¿A que temores se esta refiriendo nuestro autor? 3.- ¿A qué se tiene que mantener fiel esta iglesia? 4.-¿En la presente carta la sinagoga se asocia al perseguidor, con que personaje bíblico se esta comparando? 5.- Cómo vives en tu casa, en tu comunidad, en la parroquia la vida de Dios a la que está invitada la Iglesia de Esmirna? 144 30. La Carta a la Iglesia de Pérgamo Leer Ap 2, 12-17 Aspecto histórico Pérgamo no tiene la indolencia encantadora de las ciudades costeras. Tiene más bien un aire insolente, por su estatura altiva. Está edificada sobre una fuerte eminencia, que domina toda la llanura desde una altura de más de trescientos metros, y presenta, a los ojos del viajero que a ella se acerca, la imagen de una ciudad que se impulsa hacia el cielo. Como capital del próspero reino de los Atañidas, su hegemonía se extendió durante cierto tiempo desde el mar de Mermara —el Heles ponto— hasta los confines de Capadocia y de Cilicia, antes de convertirse en propiedad del Imperio romano, al que la cedió por testamento el último de sus soberanos, Átalo III (el año 133 antes de Jesucristo). Fue en Pérgamo, al decir de Plinio, donde los romanos comenzaron a tomar gusto a la opulencia oriental. Se enamoraron de la ciudad y la dotaron de monumentos increíbles, en la línea de una tradición de gigantismo. Pérgamo quería ser la ciudad principal y suplantar a las grandes rivales vecinas: Alejandría y Antioquía. Era, ciertamente, una ciudad comerciante, animada por la presencia de numerosas y activas colonias extranjeras —entre ellas una judía—, pero era, sobre todo, una ciudad de arte, de letras, de cultura. Celosa de la biblioteca de Alejandría, de renombre mundial, emprendió una caza de manuscritos por todos los lugares donde pudiera haberlos; el bloqueo comercial del papiro, decidido por Alejandría, condujo a Pérgamo a inventar un material nuevo al que le dio su nombre: el pergamino. Al decir de Plutarco, la biblioteca de Pérgamo contenía cerca de doscientos mil volúmenes, estimación que quizás sea baja. Se acumulaban en la ciudad obras de arte de todo tipo, desde esculturas tapicerías y cortinas, que constituían una parte de su fama. En la época que nos interesa, Pérgamo se ha desarrollado ya fuertemente en una ciudad baja, al pie de la acrópolis, que no cesa de extenderse. La acrópolis ofrece, a una población de alrededor de 160.000 habitantes, un teatro de 15.000 plazas, soberbiamente 145 levantado contra el flanco de la colina: la ciudad baja cuenta con otros dos: uno de la misma capacidad y el otro de 3.500 asientos, y se aprestan a edificar un anfiteatro de 50,000 plazas por lo menos. Con todo, son los edificios religiosos los que mejor definen la ciudad de Pérgamo. Es un centro cultural que atrae a mecenas y turistas, pero es también un lugar de peregrinación, que atrae tanto a enfermos como a sanos hacia el templo de Esculapio sus fuentes milagrosas, sus «boukoloi» (curanderos) y su Academia de medicina. Pérgamo sería algo así como Florencia unida Lourdes. Pero Esculapio y su serpiente-insignia andan lejos de ser la única atracción. Otras tres divinidades protectoras comparten su reino sobre la ciudad. Dionisos tiene en ella su templo» y sus salas de iniciación a los misterios; Zeus-Salvador es honrado en Pérgamo con un altar monumental, cuya belleza se resume hoy en dos pinos con ramas en forma de parasol crecidos sobre su sede; Atenea-Nikéforos (la que da la victoria) era honrada, finalmente, con otro templo en esta ciudad panteón. Atenea figuraba además al lado de Zeus en el fresco que los representaba, sobre el altar de Zeus, combatiendo a los gigantes: gigan-tomaquia que recuerda el combate de los Atálidas contra la invasión de los celtas, que fueron rechazados lejos hacia el este, a la región que iba a llamarse por esta razón Galacia. El año 27 antes de nuestra era fueron erigidos aún dos templos, uno a Roma y el otro a Augusto, lo que podría corroborarla opinión de algunos que piensan que el procónsul de Asia, que detentaba el «ius gladii», tenía más bien su sede en Pérgamo que en Éfeso. Ni que decir tiene que en esta ciudad, no menos que en las vecinas, el culto al cuerpo no era una expresión vana. Ya la colosal arquitectura del estadio bastaría por sí sola para dar testimonio de ello. Pero se puede pensar también, por ejemplo, en la casa de talo, un cónsul romano, que data de comienzos del siglo II de nuestra era y no es menos evocadora: en la entrada se lee esta inscripción: «Venid y probad lo bueno que es mi vino.» La inscripción está marcada con un relieve que representa los atributos masculinos... 146 Mensaje dirigido a la Iglesia El título cristológico está retomado de 1, 16; la espada, imagen bastante tradicional de la Palabra de Dios (Is 49, 2; Ef 6, 17; Hb 4, 12), va a enmarcar la carta a Pérgamo (vv. 12 y 16). La Iglesia de Pérgamo queda así colocada bajo el doble signo de la Palabra y del combate. La imagen de la espada reaparecerá, de una manera bastante natural, en el quinto septenario, donde la Palabra de Dios viene a poner fin a todo lo que hay de «carnal» en el hombre (19, 15-21). Esta imagen podía tener, en el caso de Pérgamo, una particular conveniencia: bien por motivos artísticos (el friso del altar de Zeus), o bien por motivos judiciales (si era de allí desde donde ejercía Roma su «ius gladii». su derecho a condenar a muerte). La parte laudatoria de la carta está marcada por el verbo vivir en el sentido de habitar, repetido al final de la frase. Pérgamo es la ciudad donde cohabitan la comunidad cristiana y la del SatanásAcusador, que posee allí su trono. Es difícil saber si este corresponde a un monumento concreto de la ciudad: la expresión empleada evoca el altar de Zeus, muy central, mientras que el contexto sugiere más bien el templo de Dionisos, ligado además al altar por una inmensa terraza de 210 metros por 15. Esta cohabitación es difícil y peligrosa; los cristianos son tanto más dignos de alabanza por sostener firmemente (mismo verbo en los vv. 14 y 15—sostener—para calificar la actitud de los miembros del clan satánico) el Nombre de Jesús. Los habitantes de Pérgamo tienen, pues, una fe sólida, que no ha sido conmovida por el martirio del fiel Antipas, del que, por otra parte, no sabemos nada. No hay todavía persecución general como en Esmirna, sino un signo predecesor. «Poca cosa» no significa una cosa de poca importancia simplemente, no hay más que un reproche contra la comunidad de Pérgamo. Esta parece tolerar, en todo caso no combate abiertamente, la doctrina sostenida por los nicolaítas, verdaderos sectarios de Balaam. Este personaje nos remite evidentemente a Nm 22-25 y 31 e, implícitamente, a todos los desarrollos que habían dado lugar estos episodios en la literatura judía posterior. Recordemos que este adivino, Balaam, había sido requerido por el rey Balaq, para que maldijera la caravana de los hebreos al atravesar su territorio. Balaam, de buena o malagana, no había 147 podido pronunciar más que bendiciones. Después de esto, aconsejó a Balaq que empleara a las jóvenes bonitas de su reino para pervertir a los varones de los hebreos, conduciéndolos al mismo tiempo a la fornicación y a la adoración de los dioses locales. Los nicolaítas de Pérgamo, hijos espirituales del antiguo adivino, erigen en doctrina (esta palabra repetida tres veces, es la importante) la licitud de la manducación de las carnes ofrecidas a los dioses y la fornicación, debiendo comprender esta última en su doble sentido bíblico tradicional: el reconocimiento de los ídolos (aceptando gestos o fórmulas convencionales) y los acoplamientos inmorales frecuentemente asociados a su culto. En Éfeso, los nicolaítas eran sexualmente libertinos, pero sus obras eran detestadas por los cristianos. En Pérgamo, lo son ideológicamente y la comunidad no combate esta perversión, aunque no se dice nada que dejara suponer que los cristianos de Pérgamo pusieran en práctica la doctrina de los nicolaítas. Esta ausencia de rigor contra una falsa doctrina podría ser ocasión de una visita de Cristo con la espada. No obstante, la espada se volverá directamente contra los balaamitas. El contexto, unido a la precisión de que la espada está en la boca de Cristo, aparta toda idea de una matanza sangrienta: será el combate de una Palabra contra una doctrina. Al vencedor se le promete una doble recompensa. La primera es el «maná escondido». La expresión parece antitética con respecto a la imagen de la espada. La espada es símbolo de la Palabra de Dios en tanto divide, separa, condena a muerte la falsa doctrina; en hebreo se dice que la espada «devora” al enemigo (ver Gn 34, 26), pues la espada tiene una boca (ver Nm 21, 24, frecuentemente traducido al castellano por «lámina» o «filo»). También el pan, por su parte, es una imagen tradicional de la Palabra de Dios (ver Am 8, 11; Is 55, 1-5); el maná, pan celeste, lo es a fortiori (ver Dt 8, 2-3; Jn 6, 31 ss.). Es, pues, el ManáPalabra, todavía escondido, el que será entregado al vencedor, a fin de garantizarle la vida misma de Dios. No es la eucaristía lo que se promete al vencedor (esta es el maná no escondido), sino aquello de lo que la eucaristía no es más que el signo terrestre: la asociación a la vida total de Dios. 148 La otra promesa es la de una piedrecita blanca que lleva un nombre nuevo. Estas piedrecitas, o toserás, jugaban un gran papel en las instituciones greco-romanas. Servían especialmente para expresar sufragios: el guijarro blanco significaba «sí», el guijarro negro equivalía al «no» (ver Hch 26, 10; 2. 26). Estas téseras podían servir asimismo de pase. Correspondían, por ejemplo, a lo que nosotros llamamos un abono para la temporada teatral; llevaban en una cara el nombre del abonado y en la otra el número de sesiones a las que tenía derecho. El símbolo era, pues, elocuente para la gente de la época. La piedrecita, de color blanco, tiene que ser puesta, por otra parte, en relación con el cielo, cuyo color en todo el Apocalipsis es el blanco. Señala el derecho de asociación de los cristianos de Pérgamo al mundo de los elegidos. Lleva además un nombre nuevo, que no puede ser puesto en relación más que con el Nombre al que se atienen los fieles de la ciudad (v. 13 en inclusión). Es el Nombre nuevo de Cristo el que figura en este «carnet de entrada». Por haber sostenido en la tierra el Nombre, imperfectamente conocido, de Jesucristo, el vencedor recibirá el conocimiento pleno del Nombre nuevo. Dicho de otro modo. Cristo se entregará desprendido de todo misterio a aquel que haya escuchado lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Conclusiones para aplicar a la vida La carta a la Iglesia de Pérgamo no es muy dura, pero es firme. A pesar de todo, la comunidad tiene la fe y la tiene sólidamente. Su mérito es grande, pues la vive en un medio peligroso y deletéreo: desde el culto imperial hasta los hábitos de lujo refinado, pasando por las apariencias seductoras del arte y de la cultura “carnales”: todo eso representa un riesgo de desviación de la exclusividad de la fe. A buen seguro, la fe no tiene que ser entendida aquí, como tampoco en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, como un acto intelectual. Es adhesión y obras. ¿Qué más se podría desear? Lo que falta es la verificación doctrinal. La teología, la doctrina, no son un resto superfluo en una comunidad cristiana. Constituyen, a la vez, el soporte y la conclusión de la fe. Detestar las obras de los nicolaítas no basta: existe aún la obligación de denunciar y de desmontar la falsa teología de estos herejes. Ser testigo («mártir») de la fe es algo necesario si se quiere ser fiel; 149 pero todavía hace falta enseñar una doctrina justa, pues de esta enseñanza derivará la fe de los demás (ver Rm 10, 14.17). Sobre la cuestión de los «idolotitos» (parte de las carnes inmoladas que recibían los donantes del sacrificio), la carta a Pérgamo parece matizar mucho menos que la de Pablo (ver 1 Cor 8, 1-13). Esto se debe a que el punto de vista es diferente. Ambas ligan el problema al del conocimiento. Un cristiano intelectualmente armado, dice Pablo, podría comer de la carne ofrecida a los ídolos, porque para él no hay ídolos: son nada. Un cristiano más débil, por contra, podría tener dudas. En consecuencia, aunque el acto sea en sí mismo indiferente, es mejor renunciar a él. El Apocalipsis ve las cosas desde otro ángulo. Comer este alimento, dice, es comer también la palabra de los que preconizan semejante práctica: es comulgar con una palabra de muerte. ¿Cómo podría entonces comulgar un día la Palabra de vida contenida en el maná escondido? Es algo a tomar o a dejar: alimento de ídolos o alimento del maná, doctrina pervertida o Palabra de Jesucristo. La perspectiva no es la de las relaciones sociales terrestres entre cristianos, es la del destino celeste de la Iglesia de Pérgamo. que debe ser anticipada ahora. ¿Sería exagerado decir que, para el Apocalipsis, la única relación que debe guiar los pasos de la Iglesia es la que ella mantiene con la creación nueva y en modo alguno la que tiene que mantener con el mundo, y menos aún con el Estado, o la cultura, o la civilización? Por lo menos, su eclesiología no es secular. 150 Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Bajo que doble signo esta colocada la Iglesia de Pérgamo? 2.- ¿Qué dos comunidades cohabitan en Pérgamo según nuestro hagiógrafo? 3.- ¿Cómo hay que entender la fe en esta carta y en el NT? 4.- ¿Qué diferencia Pérgamo existe entre los Nicolaitas de Éfeso y los de 5.- ¿Que diferencia o semejanza hay entre San Pablo y esta carta del Apocalipsis sobre la carne ofrecida a los dioses? 6.- Si la eclesiología de la carta a los cristianos de Pérgamo no es secular, ¿de que tipo de eclesiología se trata? 7.- ¿Qué enseñanza te deja la problemática de La Iglesia de Pérgamo para tu vida personal y comunitaria? 151 31. La Carta a la Iglesia de Tiatira Leer Ap 2, 18-29 Aspecto histórico Akhisar, situada a 77 km al este y al sudeste de Pérgamo, ha tomado el relevo a la antigua Tiatira, que se hundió con la dominación bizantina. De ella, lo mismo que de su antepasado, podría decir Plinio el Viejo que sigue siendo una inhonora civitas, una ciudad sin renombre. Con todo, se perpetúa en ella un cierto carácter populoso -y una abundancia asombrosa de comercios, diversos y abigarrados, que mantienen una animación y agitación completamente orientales. En el umbral de nuestra era, Tiatira era menos conocida por la guarnición romana, que allí había estacionada, que por la multiplicidad de sus negocios. A juzgar por las inscripciones, estos estaban agrupados en corporaciones, las del sector textil eran numerosas (la lana y las alfombras son la causa de la prosperidad actual de Akhisar), recordemos que Lidia, la comerciante de púrpura, era originaria de allí (ver Hch 16, 14); pero también eran conocidas corporaciones de fundidores, que podrían estar relacionadas con la mención del bronce en la carta que se les remite. Tales corporaciones no debían tener, en el mundo romano, simplemente una significación comercial; debían tener también, sin duda, alguna connotación religiosa, particularmente sensible en el transcurso de las reuniones oficiales, en las que se debían realizar gestos religiosos y cultuales. Si tal era la situación, ser allí cristiano sin caer en acomodamientos apenas debía ser posible cuando se era patrón, y debía ser difícil siendo empleado. Desde el punto de vista estrictamente religioso. Tiatira no se distinguía por ningún monumento especial. No obstante, autores antiguos hablan de la presencia de un Sambatheion, casa donde Sambata. la Sibila oriental, pronunciaba sus oráculos; pero nuestra documentación sobre este extremo es escasa. 152 Por lo demás, nada subsiste de la antigua Tiatira. En cuanto a la comunidad cristiana, probablemente no debía ser muy numerosa. Epifanio, que fue obispo de Salamina (Chipre) el año 367, afirma que al final del siglo II no había comunidad cristiana en Tiatira. A esta comunidad de pequeña talla, aislada en una ciudad de provincia sin grandes atractivos, es remitida la más larga de las siete cartas, la que ocupa la posición central en el septenario. Mensaje dirigido a la Iglesia Cristo se presenta en Tiatira como el Hijo de Dios, título que no figura en ninguna otra parte del Apocalipsis, donde, sin embargo, se llama a Dios «Padre de Jesucristo», desde la apertura del libro (ver Ap 1, 6) al final de esta carta (v. 28) y aún en Ap 3, 5.21 y Ap 14, 1. Es el título supremo y no debe extrañarnos encontrarlo en esta carta central. Es descrito, primero, por sus ojos como llamas de fuego, que permiten «sondear los ríñones y los corazones» (v. 23); la descripción procede de Ap 1, 1 pero conviene recordar que, en este libro, los ojos son fácilmente el símbolo del Espíritu (Ap 5, 6 préstamo de Za 4, 10), del mismo modo que el fuego que tradicionalmente le va ligado (ver Mt 3, 11; Hch 2, 3-4). Los pies de bronce (ver Ap 1, 16) evocan estabilidad, solidez y firmeza. Una sola frase basta para resumir lo que constituye el valor de la Iglesia de Tiatira, donde la vida cristiana es difícil y está, sin duda, amenazada (tema de la «paciencia»; ver Ap 2, 2). Lo que faltaba en Éfeso está presente aquí: caridad y progreso, crecimiento en el fervor activo. También reina aquí un espíritu de servicio (única vez que se emplea esta palabra en Ap), que probablemente no hay que interpretar en sentido litúrgico. ¿Tendrían los cristianos en esta ciudad empleos muy subalternos? Esto daría un gran relieve a la promesa que se les hace en el v. 26. No se nombra aquí a los nicolaítas, pero se nota que toda la región conoce los mismos problemas y las mismas desviaciones. Ahora no se considera a Balaam como responsable, sino «a Jezabel, esa mujer que se llama a sí misma profetisa». La historia de Jezabel, mujer de Ajab, rey de Israel, está, efectivamente, muy ligada al profetismo. Como idólatra de Baal, extermina a los profetas de YHWH y se rodea de los de Baal, a los que sienta a su 153 mesa (ver 1 R 18, 19). En virtud de esto es una mujer de prostituciones (ver 2 R 9, 22) y su descendencia está abocada a la muerte (ver 1 R 21, 20-24). Así pues, este personaje resulta apto para calificar, sacándolo de la historia, a la mujer que corrompe Tiatira. Hay que notar la escala ascendente de una carta a otra. En Éfeso no se trataba más que de las obras de los nicolaítas: se las detesta. En Pérgamo se trata de una doctrina elaborada: hay que desmontarla. En Tiatira. las obras no reposan sobre una doctrina (humana), sino sobre una usurpación de la Palabra de Dios, sobre una falsa profecía. El Espíritu que habita en el Hijo de Dios (ojos como llamas de fuego) se indigna de que se pretenda raptar a él mismo, al Espíritu de profecía (ver Ap 19, 10 y 1 R 22, 21). Querer apropiarse del Espíritu, es el colmo de la perversión. ¿Tiene esta pseudo-profetisa algún vínculo con Sambata? Nadie lo sabe. Pero se diría que esta mujer ejerce una profunda influencia sobre la ciudad: se la designa como la «mujer» Jezabel, expresión que tiene a menudo el sentido de esposa (comparar la «mujer samaritana» de Jn 4,9 y sus cinco maridos: 2 R 17, 30-31). La llamada a la conversión y el plazo ya dado no representan pasividad o tolerancia del Espíritu, sino signos de clemencia. Ahora va a ser arrojada (el verbo está en presente: se trata de algo inminente) la fornicadora sobre un lecho que, esta vez, será de dolor, de inactividad (ver Mt 9, 2; Mc 9, 30). El castigo se extiende, primero, a los que han adulterado con ella, es decir, a aquellos que, tomando como verdaderas sus pseudo-profecías, las ponen en práctica: la tribulación, que significa, sometimiento a la prueba definitiva, se cierne sobre ellos. El castigo alcanza, finalmente, a sus hijos, sin duda aquellos que engendró para propagar y prolongar la irradiación de sus oráculos. Estos serán condenados a muerte, como lo fueron los hijos de la reina de Israel (ver 2 R 10. 7): es una manera de expresar la esterilidad de la «madre». Estos castigos serán una confortación para todas las Iglesias —los acontecimientos de Tiatira debían ser conocidos—, que ya no tendrán dudas de la vigilancia divina de que son objeto. «Conocer los secretos» es una expresión de tipo gnóstico. Esta gente andaría asimismo por allí frente a los oráculos sibilinos. Mediante la adivinación, la magia, el recurso a las pitonisas, se trataba de adquirir el conocimiento del futuro y penetrar los secretos del mundo de los dioses, oculto a los humanos. Los cristianos fieles de Tiatira parecen burlarse de tales ambiciones: no 154 pueden alcanzar, dicen, más que los secretos de Satanás, no los del cielo, a los secretos de Dios sólo el Espíritu da acceso (ver 1 Cor 2, 10). Que estos cristianos se mantengan apartados de esta supuesta profetisa: eso es todo lo que se les impone. Por lo demás, el Evangelio que han recibido les basta para conocer lo necesario de Dios; que se aterren, por tanto, a él hasta su muerte. La primera de las promesas que se hacen al vencedor está sacada del Sal 2, 8-9, con su corrección lenificante tradicional («apacentará» en vez de «quebrará»). Por su fidelidad, la pequeña Tiatira será no sólo asociada a la vida de Cristo, sino también al gobierno de las naciones, presidido por el Espíritu Santo. De este modo, tendrá la misma recompensa que la ofrecida por el Padre a su Hijo. El cetro de hierro participa de la misma solidez que los pies de bronce (v. 18), y contrasta con las piezas de arcilla en que se han convertido las naciones: se produce un vuelco de la situación en lo que respecta a la frágil Iglesia de Tiatira. El vencedor recibirá, además, el Lucero del alba. Este, más radiante que las otras estrellas y que se apagaba antes de la aurora, convenía bien para simbolizar Babilonia en los tiempos de su poderío (ver Is 14, 12); en el extremo opuesto, el piadoso Sirácida veía en este Lucero la imagen del sumo sacerdote oficiando en el Templo (ver Eclo 50, 6). Para el Apocalipsis no puede haber otro Lucero del alba que el mismo Jesús (Ap 22, 6), que es la mañana misma de esta creación nueva sobre la que no caerán más crepúsculos. Conclusiones para aplicar a la vida Un único problema, aunque con dos facetas, es el planteado en la carta a la Iglesia de Tiatira. El problema es el de la usurpación del Espíritu Santo. El Espíritu es solicitado abusivamente para defender y extender prácticas contrarias al evangelio, es solicitado asimismo para apropiarse de conocimientos esotéricos destinados a halagar la curiosidad humana, pero que, de hecho, desvían del verdadero conocimiento de Dios, que no puede ser obtenido más que por y en Jesucristo. Sólo el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu de Dios, preside el destino de las Iglesias. Fuera de aquí no hay más que anti-Espíritu, ya se trate del Espíritu solicitado mediante formas desviadas de religiosidad o ya se trate puramente del espíritu del mundo y de 155 sus vanas investigaciones. Ahora bien, sucede que algunas comunidades cristianas se encuentran cogidas entre los Espíritus. Algunos se sienten obligados a «coquetear»—sino a «fornicar»— con Jezabel, simplemente para sobrevivir, a causa de la condición social en la que deben vivir. El cristiano debe situarse con nitidez en relación al Espíritu. Debe estar en condiciones de reconocer a los que hablan en su nombre y a los que, usurpando el espíritu de profecía, no son sino falsos profetas. Estos últimos, por otra parte, después de un tiempo, padecen esterilidad, y esta es la señal en que se les puede reconocer. Sin embargo, el Espíritu de Dios, por su parte, es inspirador de obras, de vida y de poder. Ejerce una autoridad que los cristianos están llamados a compartir: también ellos deben ser poder creador en el mundo, donde desenmascaran a los pseudosEspíritus. Están llamados a participar del esplenda del Lucero de la mañana, que sigue luciendo cuando se disipa las tinieblas. Es importante notar que un mismo efecto puede depender de causas más o menos profundas. La comparación que ya hemos hecho entre Éfeso, Pérgamo y Tiatira es, a este respecto, significativa. La perversidad más grande consiste en remitirse directamente a Dios o a su Espíritu para cometer acciones antievangélicas. Resulta tentador leer aquí una reprobación de toda actitud de recurso personal a la autoridad del Espíritu, que produjera un cortocircuito en la Iglesia como Cuerpo constituido. La parábola del árbol, al que se juzga por sus frutos, puede tener aquí aplicaciones múltiples. A cada paso se trata de las «obras»: las de la Iglesia (v. 19), las de Jezabel (v. 22), las de cada bautizado (v. 23), las de Jesús (v. 26) las que debemos reproducir. La Iglesia, animada por el verdadero Espíritu de Dios, que es estabilidad y examen, poder y luz, es un Cuerpo que es juzgado por los actos que ella fermenta. A buen seguro, la cuestión que se plantea a los cristianos de Tiatira es de una turbadora actualidad. Afecta a la compatibilidad entre la fe evangélica y las opciones profesionales. Los patronos convertidos tienen la obligación de abandonar las reuniones corporativas, en las que debían consentir a las libaciones rituales en honor de las divinidades protectoras de su oficio. 156 Por fidelidad cristiana, comprenden la necesidad de retroceder en su rama y volver a ser simples obreros al servicio de un patrón pagano. Este, temeroso de caer en sospecha de dar trabajo agente que desprecia o ignora a los dioses que les protegen, se ve obligado a deshacerse de ella, así los bautizados se ven obligados a bajar un nuevo escalón para, finalmente, verse reducidos a esclavos o al ejercicio de empleos más que modestos. Los ídolos, el dinero, la notoriedad, todas esas cosas se vuelven extranjeras a la condición de los cristianos, para quienes la misma noción de éxito social está abolida. Vuelvo a repetirlo una vez más: la cuestión sigue siendo de la mayor actualidad. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Cuál es el único espíritu que puede dirigir la Iglesia? 2.-Conoces a grupos o sectas que invocan al espíritu para su beneficio personal tal y como queda expresado en esta carta 3.-¿Cuál es la perversidad más grande se puede cometer en relación a Dios o a su espíritu? 4.-¿Sé reconocer al autentico espíritu de los espíritus proféticos falsos? 5.-Te sitúas con nitidez ante el Espíritu tal y como nos pide esta carta?, o en ocasiones te dejas llevar la Invoción al Espíritu para beneficio propio y no de la comunidad o Iglesia en general. 157 32. La carta a la Iglesia de Sardes Leer Ap 3, 1-6 Aspecto histórico Sardes no carece ni de brillo ni de atractivos. Está adosada a una acrópolis colocada en la cima de un monte (el Tmolus) recortado de manera lunar, moja sus pies en el río más celebre del Asia menor, el Pactólo, se vio colmada por el oro, metal que su rey, Creso (560-546 a.C.), fue el primero en coleccionar; lo tenía todo para gustar y, por consiguiente, para ser deseada. Tenía la reputación de ser inexpugnable; sin embargo, fue tomada dos veces, de noche, por sorpresa, gracias a la despreocupación que le dictaba su inexpugnable situación. Primero fue Ciro, el año 546 a.C., después Antíoco III. el año 218 a.C., los que apoderaron, durante la noche, de la ciudad, corriendo el riesgo de la peligrosa escalada del Tmolus. En la época romana. Sardes se vio enriquecida con nuevos monumentos: un inmenso templo en honor de Artemisa, de cerca de 5000 m2, una basílica romana que iba a ser transformada más tarde, en el siglo IV de nuestra era, en sinagoga, y también un gimnasio, cuya restauración integral está actualmente en curso. Estas nuevas construcciones no eran suficientes para sacar a Sardes de su estado de letargo: siguió viviendo de las rentas de su pasado. Las costumbres del lugar eran reputadas de disolutas, un poco como en todas partes en Lidia, sea cuales fueren los sentimientos allí imperantes sobre la precariedad de la vida: la ciudad había sido aniquilada casi por completo, el año 17 de nuestra era, por un terremoto terrible, y era bien conocida, a dos leguas de la ciudad, la impresionante necrópolis a base de túmulos (algunos de ellos de más de 300 m de circunferencia) donde reposaban algunas de las glorias del pasado, en especial Aliates, padre del fabuloso Creso. 158 Mensaje dirigido a la Iglesia El título de la carta está tomado de Ap 1, 4 (los siete Espíritus) y de Ap 1, 16.20 (las siete estrellas). El Cristo que habla a Sardes es el que posee en sí la plenitud del Espíritu de Dios, ese Espíritu que da la vida (ver Jn 6, 63) y que tiene en su mano el destino glorioso de las Iglesias. Estas dos características aluden a las nociones de vida, acción, dinamismo. Esto es aquí tanto más necesario, porque el juicio va a ser duro. La Iglesia de Sardes, a imagen de la ciudad, tiene fama de estar viva, siendo que está muerta. Es preciso ser el Resucitado para recomendar la vigilancia aun muerto. La vigilancia es una actitud recomendable especialmente durante la noche (ver Mt 24, 42-43; 25, 13; 26, 38-41). La noche es el momento en que Cristo está ausente, pero puede hacer irrupción para actos decisivos. Sardes sabe, por su propia historia, lo que cuesta no estar en vela por la noche y descansar en su reputación de inexpugnable. Que la Iglesia de Sardes no se confíe tampoco en sus obras: aunque humanamente puedan parecer numerosas y sólidas, están muy huecas a los ojos de Cristo: con ellas, los habitantes de Sardes apenas tienen nada que ofrecer a Dios. ¿Qué hacer? Acordarse, es decir, volver a poner en práctica, de «lo que recibiste» (y conservaste hasta el momento), esto es, el depósito de la fe, y de «lo que oíste» (y ya no has vuelto a escuchar), a saber: la Palabra viva, el Evangelio. Sardes ha conservado con ella una Escritura, una letra muerta, pero ya no practica una humilde y cotidiana audición de la Palabra. Es preciso volver a esta práctica: eso será estar en vela y vigilante. Sin ello, corre el riesgo de ser sorprendida y tener que tomar la huida, sin tener tiempo siquiera para coger sus vestidos (ver Ap 16,15: con este, los únicos pasajes en que aparece el tema de la vigilancia). «Nombres» se toma aquí en el sentido de «personas». Si la vestidura es aquí, como ocurre con frecuencia en la Biblia, el símbolo de la persona misma (ver 1 S 18, 3-4: se desgarra las vestiduras cuando se tiene el corazón desgarrado), hay que entender que en esta Iglesia moribunda hay algunos fieles auténticos, que no se han manchado y han conservado así una fe virgen (ver 14, 4, único lugar junto con este en que se emplea el verbo «manchar»). Estos últimos serán asociados a la gloria (el color blanco) de Cristo y a su acción (andarán). 159 La vestidura blanca recibida de Dios evoca la vestidura incorruptible de ver 2 Cor 5, 4: se trata de revestirse de Cristo y ser así transformado en una criatura nueva (ver Col 3, 10). El tema del «libro de la vida» procede del Antiguo Testamento (ver Ex 32, 32-33; Dn 7, 10; 12, 1): si bien este libro contiene los nombres de todos los elegidos, no fija, sin embargo, un determinismo radical. Los nombres de los creyentes están inscritos y esperan a los mismos creyentes; pero estos nombres pueden ser suprimidos, borrados, si, al juicio de Dios, los creyentes no obran ya como elegidos. El nombre del elegido, salvaguardado en el libro de la vida, será, pues, un nombre vivo (una persona) que el mismo Cristo confesará, con gran solemnidad, delante de su Padre. Conclusiones para aplicar a la vida Sardes es, por tanto, una Iglesia muerta. Se trata de un gran misterio. La muerte puede afligir a una Iglesia, penetrarla. Pero quizás no hasta el corazón; Sardes sigue siendo una Iglesia. Lo sigue siendo, la prueba es que su estrella sigue estando claramente en la mano de Cristo y que su ángel sigue estando presente. ¿Qué es una Iglesia muerta? Una Iglesia cuya muerte sólo es conocida por Cristo. A los ojos de los hombres, la vida cristiana de Sardes es algo conocido, es correcta, hasta el punto de que la carta misma no le hace ningún reproche de conducta incorrecta. Se lleva, pues, allí una vida cristiana y todo el mundo sabe que hay una Iglesia en Sardes. La desgracia proviene de que las obras de estos cristianos son huecas, se han vaciado de su sustancia y sólo quedan las apariencias. Ya no es la Palabra viva de Jesucristo, ya no es el Espíritu vivificante, los que dictan las obras, sino la rutina, el conformismo, el hábito, que engendran poco a poco la esclerosis. En el corazón de este drama, existe otro. En Sardes sigue habiendo un número muy reducido de fíeles auténticos en quienes ha sido preservada la vida. Cabría esperar que la carta les aportara consuelo y consejos juiciosos. ¿No harían mejor separándose de ese cuerpo muerto y volver a partir de cero en otra parte? Esta hipótesis ni siquiera se plantea. ¿Deben estrechar filas, apoyarse 160 más, con objeto de constituir al menos una célula viva en el cuerpo muerto? Lo que se dice es más bien lo contrario. Corresponde a la Iglesia de Sardes reconocer su dignidad, ocuparse de ella, y si no lo hacen están condenados a muerte: «Ponte en vela y consolida lo que te queda y está a punto de morir» (v. 2). El «ghetto» no constituye, por tanto, una solución: un grupo minúsculo, por muy ferviente que pueda ser, si no es apoyado por una Iglesia, si no es consolidado por los desvelos de una Iglesia, carece eclesialmente de futuro. La Iglesia de Sardes puede recuperar la vida con este grupo, pero este no puede sustituir a la Iglesia misma. La Iglesia de Sardes, al igual que la de Éfeso (ver Ap 2, 5), está invitada a recordar (v. 3), a volverse hacia el pasado. Tal es el remedio que se propone a un moribundo si quiere volver a la vida: el recuerdo es, por consiguiente, todo lo contrario de una pérdida de vida y de energía, de hundimiento en el pasado. No se trata de pedir a Sardes que invente cualquier cosa, que dé muestras de imaginación o de originalidad; debe simplemente volver a la fuente de vida que es la Palabra. Antes, el Evangelio dictaba las obras y tenía un papel dinámico en la vida de los cristianos; hoy, ha sido evacuado para hacer sitio a la rutina. No se pide hacer revivir esta Palabra, ni darle un contenido nuevo: lo que se pide es dejar a esta Palabra y sólo a ella la tarea de vivificar los corazones. Si Sardes acepta asumir esta vigilancia, que consiste en proyectar constantemente su mirada hacia atrás, perderá el falso nombre que lleva (v. 1) y recuperará el que está inscrito en el libro de la vida (v. 5). Ese nombre será proclamado por Cristo: será un nombre «cristificado». Sardes se habrá revestido así de Cristo y sus despojos manchados desaparecerán. Esta carta, que es la más dura de las siete, la que emite el diagnóstico más terrible, es también la que expresa con mayor profundidad el misterio de la Iglesia y la inmensa responsabilidad con que carga: «guardar» (v. 3) —para transmitirla intacta— la fe auténtica que le fue entregada mediante la predicación apostólica. 161 Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.-¿Qué es una Iglesia muerta para quien escribe a los cristianos de Sardes? 2.- ¿Qué quiere aportar la carta a los cristianos que llevan una vida fuerte frente a la laxitud de sus hermanos? 3.-¿A qué son invitados los cristianos de Sardes? 4.-¿Cuál es tu vida y la vida de tu comunidad en relación a la que viven los cristianos de Sardes? 162 33. La Carta a la Iglesia de Filadelfia Leer Ap 3, 7-13 Aspecto histórico A 45 km al sudeste de Sardes había surgido, crecido y después declinado una pequeña ciudad conocida con el nombre de Callatebus. Átalo II Filadelfo, rey de Pérgamo (159-138), emprendió los trabajos de redistribución de la sede, aparentemente desierta en esa época, fundando en ella una ciudad nueva que, en su honor, tomó el nombre de Filadelfia. La riqueza del valle atrajo una población no muy densa, sin duda, pero sí interesada por la fertilidad del suelo (Alasehir, situada hoy en el mismo lugar, cuenta con una población, más rural que urbana, de alrededor de 15.000 personas). Con todo, hacía falta —y lo sigue haciendo hoy— tener valor para domiciliarse en una ciudad situada en pleno centro de una línea telúrica. Los temblores de tierra son moneda corriente en esta región: el último se produjo en 1969, pero, por muy importante que fuera, no igualó a los dos seísmos que, los años 17 y 23 de nuestra era, arrasaron por completo la ciudad. Los historiadores antiguos cuentan que los habitantes fueron presa de tal pánico que muchos se esparcieron fuera de la ciudad. Tiberio (14-37) se mostró tan liberal en la reconstrucción de la ciudad que, como homenaje, se decretó en ella el culto a su persona y a su presunto heredero Germánico; además, Filadelfia tomó un nuevo nombre y decidió llamarse en lo sucesivo Neocesárea. Más tarde, a este nombre se le añadió el de Flavia, la esposa de Vespasiano (69-79), antes de que la ciudad tomara de nuevo, a la muerte de este emperador, su antiguo nombre de Filadelfia. Vespasiano había ayudado a la pequeña ciudad a dotarse de monumentos nuevos y de su época data sin duda, en particular, un templo dedicado a Jano. Este dios, aunque de importación extranjera (oriental), representado con dos rostros opuestos, se había vuelto un dios muy latino, pues se le atribuía la fundación de una ciudad sobre una colina a la que había dado su nombre: el 163 Janículo. Jano era el dios de los comienzos: abre y cierra el año con el mes de Januarius (enero), que le está consagrado. Era también el dios de las puertas (Janus / januae), de las que, en Roma, era el guardián. Su templo poseía, en todas partes, dos puertas, que permanecían cerradas en tiempos de paz: sólo se abrían en tiempos de guerra, a fin de permitir al dios ir y venir en ayuda de sus fieles. Estos rasgos no son despreciables para comprender mejor ciertos aspectos de la carta a la Iglesia de Filadelfia. Mensaje dirigido a la Iglesia Hasta ahora, nunca el Apocalipsis ha dado a Cristo el título de «santo»: es el título de Dios (ver Ap 4, 8; 6, 10). Si la carta precedente parecía querer establecer un vínculo estrecho entre Cristo y el Espíritu Santo, esta insiste más en el íntimo vínculo que existe entre Cristo y Dios (en el v. 12 encontramos repetida cuatro veces la fórmula «mi Dios»). Además. Cristo es «Veraz»: la palabra evoca a la vez autenticidad, fidelidad, garantía, estabilidad, por su cercanía a la raíz hebrea «Amén» (ver Is 65, 16). Cristo, que tiene la llave de la estancia de los muertos (ver Ap 1, 18), posee también la de David. Esta última expresión proviene de Is 22, 22, donde la llave de David (¿la llave de las puertas de la ciudad de David?) le es retirada a Sebná y entregada a Eiyaquim, nuevo «señor del palacio» y. en lo sucesivo, «padre de Jerusalén». El cambio de funcionario no salvará la ciudad y el puesto quedará vacante: Cristo lo ocupa ese día. Posee las llaves de la Jerusalén nueva (v. 16) y la utiliza ante todo para abrir, y para abrir definitivamente («cerrará» está en futuro). La Iglesia establecida en esta ciudad, tan frecuentemente sacudida, debe alegrarse de la estabilidad de su Cabeza, de cuya estabilidad participa por ser su Cuerpo; debe ser también sensible a las comparaciones sacadas de la ciudad o del edificio (llave, puerta, columna, templo, ciudad: vv. 7 y 16). «Conozco tus obras.» No se va a dirigir ninguna crítica a la Iglesia de Filadelfia; pero resulta significativo que, tras el envío habitual. Cristo indica más lo que ha hecho por esta Iglesia. «He dado ante ti una puerta abierta» es un hebraísmo por «he puesto, colocado». La metáfora de una Iglesia que dispone de una puerta abierta puede ser doble. Aparentemente, fue en esta región donde Pablo utilizó esta expresión para designar la apertura misionera de 164 la Iglesia: eso es lo que escribió, desde Éfeso, a los corintios (ver 1 Cor 16, 9; 2 Cor 2. 12) y. desde Roma. a los colosenses (ver Col 4, 3). Nótese que esta apertura a la predicación del Evangelio es una acción de Dios, del Padre. Por otra parte, el contexto pide no dejar de lado la idea de que la puerta abierta es también la de la Jerusalén celestial, como si el celo apostólico de los cristianos de Filadelfia les garantizara la entrada en la ciudad de Dios. Nótese también el solecismo «que nadie la puede cerrar». La fuerza o el poder de esta Iglesia es pequeña: los cristianos son aquí pocos y, sin duda, poco influyentes, socialmente hablando, como en Esmirna. Esta debilidad no ha contrarrestado en modo alguno la vocación de Filadelfia, fiel a la Palabra y al Nombre. Como premio por este celo, la Iglesia recibe de Cristo una declaración de amor bastante patética. La actividad misionera será, además, recompensada. Hay allí judíos que, al oponerse a la Iglesia, rehusando ver en ella el Israel nuevo, reniegan de su propia vocación de miembros del pueblo elegido (ver Ap. 2,9); algunos de ellos van a ser afectados por el espectáculo del amor de Cristo y de su Dios por la frágil comunidad. Esos judíos darán así cumplimiento al oráculo de Is 60, 14 cuando vengan a postrarse ante sus pies. Es importante hacer notar que todo el contexto isaiano es profundamente cultual; no cabe duda de que es preciso comprender aquí, a través de esta expresión, que algunos judíos vendrán a asociarse al culto verdadero que allí celebran los bautizados. La «palabra de mi paciencia» significa probablemente «mi palabra que incita a la paciencia». Siempre y en todas partes, se verá tentada la Iglesia, pero Filadelfia recibe la promesa de no sucumbir. La expresión, un tanto extraña, de «los habitantes sobre la tierra» ¿significa algo distinto a «los habitantes de la tierra»? No es más que una hipótesis ver en ella una oposición con respecto a los hombres que, habitando la tierra, tienen ya su ciudadanía en la Jerusalén de Dios (ver Flp 3, 20). Para la «corona», (ver Ap 2. 10). La columna evoca de manera espontánea fuerza y solidez. Pero es demasiado poco decir que el cristiano de Filadelfia vencedor participará de la solidez de Dios: él asegurará, él garantizará la 165 estabilidad de su templo, como lo hacen los Doce con la Iglesia terrestre (ver Ga 2, 9). Ya no habrá, pues, necesidad de ir a buscar seguridad fuera de la ciudad. El vencedor llevará tres nombres que establecen su identidad profunda: el de Dios, el de la Ciudad de que es ciudadano, y el de Cristo plenamente conocido. J. Koenn, en su estudio sobre el Apocalipsis, afirma que «la imagen de la columna en el templo hace alusión a una costumbre de la época, según la cual el pontífice supremo del culto imperial, al final de su actividad, hacía construir una columna en el templo con su imagen, su nombre, el de su padre, el de su lugar de origen y la mención de su tiempo de servicio». Conclusiones para aplicar a la vida La carta a Filadelfia presenta numerosos puntos de contacto con la remitida a Esmirna, la Iglesia pobre, que, como esta, no había merecido tampoco ningún reproche. Ambas cartas parecen complementarias en el sentido de que tratan un mismo tema, aunque bajo dos aspectos diferentes. En ambos casos, tenemos: delante dos comunidades muy pobres, desde diferentes punto de vista; pero mientras que la pobreza de la primera tiene como consecuencia sufrimientos y persecuciones, la de la segunda tiene como efecto una acción misionera inesperada. En otras palabras, la pobreza es el riesgo que es preciso correr para que la Palabra de Dios se vuelva convincente a los ojos y a los oídos de los hombres. A buen seguro, la Iglesia de Filadelfia era pobre. Lo era económica y socialmente, y sin duda también en número: tienes poca fuerza (v. 8). Evidentemente carece de poder porque este está fuera, en otro lugar de la ciudad: los cristianos no piden este poder y aceptan no contar. Excepto la Palabra de Dios, que ellos guardan, no buscan otra cosa, y esta fidelidad mezclada de exclusiva es otro aspecto de la pobreza: el pobre no dispone de los medios para procurarse sin cesar nuevas cosas, nuevas ideas, nuevos amores. Por eso, el pobre de Filadelfia no busca en parte alguna halagos: el amor de Cristo le basta, y puesto que no tiene otro amor más que este, se manifiesta. El pobre no abre tampoco él mismo las puertas: da simplemente las gracias cuando alguien se las abre. 166 Estas cosas tan sencillas constituyen la fuerza de la influencia de esta Iglesia y garantizan el éxito de su misión, a veces incluso de un modo espectacular, que contrasta con los medios empleados (v. 9). La acción misionera reposa, en efecto, sobre esos postulados de pobreza real y espiritual. Si la Iglesia de es Filadelfia prosigue por esa vía, ninguna otra Iglesia le podrá arrebatar su corona, pues con esta actitud se vive la cima de la adhesión a Cristo. En esta ciudad, que no es capaz ni de guardar su propio nombre, la cristiandad guarda el de su Cabeza, que es fiel y veraz; a cambio. Cristo la guarda de todo mal en la hora del peligro. Pobreza y fidelidad hacen, pues, a una Iglesia fructuosamente misionera. Paradójicamente, pobreza y fidelidad constituyen a una Iglesia en el sostén inquebrantable del Templo de Dios, del Reino que es la Jerusalén nueva. Allí es donde serán recibidos como ciudadanos eternos aquellos que hayan aceptado, primero, la inseguridad ligada, en este mundo, a la conservación y a la predicación del Evangelio. Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Si la carta anterior intenta relacionar a Cristo con el Espíritu Santo, la presente con quien quiere relacionarlo? ¿Esta relación tiene que ver con la santidad de Jesús? 2.- Nuestro autor que doble realidad esta expresando cuando dice: “He dado ante ti una puerta abierta” 3.-¿ Para qué la Iglesia de Filadelfia es invitada a tener paciencia? 4.- Nuestro autor considera que esta Iglesia es pobre material y socialmente, por ello a qué es invitada a vivir. 5.- Tú a qué te sientes invitado a vivir después de conocer la realidad de esta Iglesia y la tuya particular. 167 34. La Carta a la Iglesia de Laodicea Conozcamos la realidad de la última iglesia que nos aparece en el libro del Apocalipsis. Leer Ap 3, 14-22 Aspecto histórico Muy lentamente, Laodicea va saliendo de la tierra, desde que se iniciaron las excavaciones en 1961. En efecto, todo lo que fue una ciudad poderosa y próspera está enterrado. Laodicea, situada a 65 km al sudeste de Filadelfia, era vecina de Hierápolis (a 6 km hacia el norte) y de Colosas (10 km al este), a las que causó un grave perjuicio, sustituyendo a ambas ciudades como polo de atracción. En efecto, la fundación de esta nueva ciudad era relativamente reciente: fue hacia el año 250 a. C. cuando Antíoco II decidió crearla y darle el nombre de su hermana y esposa: Laodicea. Ya muy pronto, la ciudad tomó aspecto de capital regional. Era un centro comercial, agrícola, bancario, extremadamente activo. Su prosperidad y su riqueza subieron como una flecha, hasta el punto de que Plinio habla de Laodicea como de una «celebérrima urbs». El oro abunda en sus bancos, a los que el mismo Cicerón confía una parte de su patrimonio personal. También se fabrican allí telas negras y lustradas, cortadas a medida (se trata de un hecho raro) y que se exportan lejos. No es de extrañar que su población esté compuesta de gente rica, de nuevos ricos, de pequeños y de grandes burgueses que llevan una vida fácil. Tácito anota en sus Anales, como un hecho que sale de lo ordinario, que Laodicea, el año 60 de nuestra era, destruida por un terremoto, no recurrió al tesoro de Roma, sino que logró reconstruirse con sus propias fuerzas. Los pocos monumentos sacados hoy a la luz nos permiten hacemos una idea del fasto de la reconstrucción: fuente de ninfas, teatro, estadio, largas calles, etc. Laodicea no tenía la suerte de su vecina Hierápolis (hoy Pamukkale), que poseía poderosas fuentes de agua termal, muy recomendadas contra los reumatismos. Los baños en estas aguas, 168 presentes en toda la ciudad, proporcionaban un alivio real. El agua era muy caliente y muy rica en cal: se recomendaba no bebería, porque provocaría vómitos desagradables. En Laodicea no hay ninguna fuente de importancia en la sede. Por eso hacía falta captar el agua bastante lejos, al sur de la ciudad, y traerla mediante un largo acueducto. El sol le daba durante toda la jornada, lo que tenía como consecuencia que el agua llegara tibia y desabrida. Cuando la carta evoque la tibieza de la comunidad cristiana, los habitantes de Laodicea comprenderán muy pronto. Laodicea era célebre en todo el mundo romano por su Academia de medicina, especializada en oftalmología. Aristóteles conocía ya el «polvo frigio» que allí se fabricaba para tratar las enfermedades de la vista y, más tarde. Galeno trata en su De sanitate tuenda del colirio de Laodicea. ¿Fue por casualidad que Pablo, escribiendo a Colosas, que ¿estaba allí al lado, trajera a colación el recuerdo de Lucas, «el médico querido» (Col 4, 14)? A la mención de Lucas va unida la de Epafras, nombre que figura en una inscripción descubierta en el transcurso de las excavaciones. Resulta también curioso detectar otra inscripción redactada por un esclavo liberado y dirigida a un tal Marcus Sestius Filemón. Muchas de estas características se leen en la carta del Apocalipsis, que clausura el primer septenario con una nota particularmente emotiva. Mensaje dirigido a la Iglesia «Amén» es un título insólito y único dado a Cristo. «Amén», que expresa la adhesión firme y fiel, es, por lo general, el grito de la asamblea litúrgica en respuesta a la Palabra de Dios. Pablo podrá decir que Cristo es «Sí», pero es a través de él como nosotros decimos Amén a Dios (ver 2 Cor 1, 19-20). El sentido de este texto es, sin duda, que Cristo es adhesión fiel a Dios, tal como lo explican las palabras «testigo fiel»; pero es preciso también estar atentos a esa especie de inversión de los papeles que volvemos a encontrar en otros lugares de esta carta. Sobre el «testigo fiel», ver Ap 1, 5. A Cristo se le considera aquí «principio» o «comienzo» o incluso «cabeza» de la creación, en la atmósfera de la cristología enseñada por Pablo en Colosas (ver Col 1, 15-18) 169 y en la del prólogo joánico (ver Jn 1, 1-5). Desde el principio, Cristo está a la cabeza de la creación y marcha delante de ella hacia el término que le está asignado. Cristo toma la temperatura de su Iglesia de Laodicea. La comunidad no hierve, carece de exaltación en la fe (hervir no se emplea nunca más que de modo figurado: Hch 18, 25; Rm 12, 11). Si su fe fuera ardiente, realizaría mejores obras y emitiría sobre si misma un juicio ilustrado y realista. Pero Laodicea tampoco es fría, replegada sobre sí misma, congelada en la inactividad, sin esperar ya nada de nadie. Peor aún, es tibia, lo que parece ser casi más grave que «muerto» (3, 1). La tibieza es aquí autosatisfacción: todo va bien, sin excesos, a sus propios ojos. Pero en la boca de Cristo esta tibieza produce náuseas y Laodicea va a ser vomitada de la boca que la hizo nacer. La tibieza de Laodicea va a ser comentada de diversos modos. A la inversa de Esmirna (2,9), Laodicea se cree rica siendo que es «el» desgraciado por excelencia (obsérvese el artículo en el v. 17d). Analizando mal su estado real, estima no tener necesidad de nada y se cierra de este modo a toda esperanza. La ciudad comerciante cree poder extraer de sus propios recursos oro (la riqueza), pero está adulterado, vestidos (la dignidad), pero son negros, colirio (la justa apreciación), pero es ineficaz. Todas sus compras dejan, por consiguiente, a la comunidad en la desnudez, la vergüenza y la ceguera. Es a Cristo a quien tienen que comprarle (no se dice que se dé gratuitamente) el oro puro, que es reflejo de la gloria de Dios (21, 18.21), el vestido blanco, que adorna a la criatura nueva (3, 5), y el colirio, que permite verse con la mirada misma de Dios. Las alusiones a las realidades concretas de la ciudad son aquí, más que en otros lugares, límpidas. Como Filadelfia, también Laodicea recibe una declaración de amor. Filadelfia era amada, si nos atrevemos a decirlo, con un amor teologal (agapaó), Laodicea era mimada con un amor visceral, evocación de Pr 3, 12. Por lo demás, si Cristo se dispone a reprender y a corregir, no será con ayuda de amenazas o castigos, totalmente ausentes de la carta. Basta con una exhortación: «sé ferviente» (ten celo, pues el verbo pertenece a la misma raíz que «hervir»). Es el amor de Cristo por esta Iglesia lo que va a decidir a esta a recalentarse. La larga lista de las 170 paradojas de los vv. 17-18 se prolonga aquí en cierto modo. En lugar de castigos merecidos. Cristo le hace a Laodicea la más inesperada de las proposiciones. El, que tiene las llaves (3, 7), él, que es la Puerta (ver Jn 10, 7), él, que viene (ver Ap 2, 5.16.25; 3, 3.11), tímidamente, como un pobre, no se atreve a forzar la puerta de aquella que se considera rica. Además, él, que puede prometer el maná (ver Ap 2, 17), viene con las manos vacías, viene a pedir que le den de cenar. Pero este giro de la situación estaba ya anunciado, en cierto modo, por el título inicial de «Amén». La coloración eminentemente litúrgica de esta aclamación, tanto como el vocabulario empleado en este versículo, inclinan a entender esta cena como una eucaristía. Esta no es prometida «al vencedor», sino a los cristianos de Laodicea que tengan bastante oído para oír llamar a la puerta. El vencedor, por su parte, compartirá con Cristo y con el Padre los privilegios que simboliza el trono (47 veces se emplea esta palabra en el Ap). El trono es el lugar del juicio y del arbitraje, por encima de la pugna de las naciones. En él tomarán asiento aquellos que, como Jesús (ver Jn 16, 33), hayan vencido al mundo (ver 1 Jn 5, 4). Así termina esta última carta que, como las otras, atrae ya nuestras miradas hacia la Ciudad celeste, donde está establecido el trono de Dios y del Cordero (22, 3). Conclusiones para aplicar a la vida «Nada me falta.» Esta extraordinaria declaración resume perfectamente la situación de la Iglesia de Laodicea. Está satisfecha de sí misma y es probable que, según las apariencias, tenga buenas razones para ello; las persecuciones no parecen amenazarla y, por tanto, sigue su camino sin prisas y con seguridad. sin quedarse inmóvil, pero sin correr tampoco; se ha aburguesado lisa y llanamente, y la comodidad que se ha asegurado la conduce progresiva-mente hacia el conformismo de buena ley que no molesta a nadie, ni siquiera a ella. Pero esta suficiencia beata constituye la pobreza real de Laodicea. Como no tiene necesidad de nada, no hay en ella sitio para la esperanza y su apetito de recibir está colmado. Como, no tiene nada que pedir, tampoco es ya capaz de rogar. No hay sitio en ella para ninguna puesta en cuestión, ya que todo leva; bien. Deja pasar días fáciles realizando obras sin duda méritorias, pero 171 ya no se encuentra en una posición de mendicidad con respecto a Cristo y a Dios. Por tanto, si Cristo no tiene nada que darle, va a vomitarla, a rechazarla lejos de él, con repugnancia. Es fácil presentir el juicio que emitirían sobre semejante Iglesia ciertos bautizados hirvientes y anticonformistas: emitirían de buena gana una condenación severa sobre ella, acusándola, sin duda, de ser antievangélica; es seguro que pronosticarían, sin vacilar, su muerte en un plazo más o menos breve, puesto que es una Iglesia rica y, probablemente, una Iglesia de ricos. No son estas las reacciones de Cristo, que expresa, es cierto, su náusea, pero que no retira, ni siquiera desplaza, este séptimo candelero, no apaga su llama, deja brillar su estrella y asegura que su Espíritu sigue presidiendo aún esta Iglesia. Ciertamente, ironiza sobre Laodicea, pero en su ironía hay llamadas apremiantes, invitaciones. Es que Cristo no puede no amara sus Iglesias; y a esta la ama con tanta mayor ternura por el hecho de que ella no hierve de amor por él. De aquel joven al que invitó Jesús a renunciar a sus bienes y fue incapaz de hacerlo, porque era demasiado rico, nos dice el Evangelio que Jesús, habiéndole mirado, lo amó (ver Mc 10, 21). No hay Iglesia, aunque sea rica y aburguesada, a la que Jesús se canse de amar. Está llamada, por supuesto, a la conversión: hace falta que su fuego se encienda de nuevo (ver Lc 12, 49). Debe recuperar una esperanza, una expectativa, una necesidad. Las obras que realiza no deben redundar en su propia satisfacción, sino servir de moneda para comprar a Cristo la capacidad de juzgarse sin caretas y ponerse en cuestión (el colirio), el medio de ser digna de él (los vestidos) y la gracia de ser el verdadero tesoro de los cristianos de Laodicea (el oro purificado). Para mostrar el camino de esta conversión, se pone Cristo aquí en posición de mendigo. El, que es esencialmente respuesta, ¿qué podría responder a una Iglesia que no le interpela? Por eso se hace pobre y escondido; espera a la puerta y llama suavemente. Invita a recordar que en la eucaristía existe un lugar necesario para la esperanza y la súplica apremiante del «Ven Señor Jesús». Los cristianos de Laodicea, más que los otros, tienen una urgente necesidad de recurrir a la Cena en la que Cristo se entrega y revela la pobreza de los convidados. En el recurso 172 frecuente a la eucaristía es donde la Iglesia de Laodicea encontrará la renovación de su fervor. En espera de su conversión, que nadie se atreva a tocar a Laodicea, la pobre rica: está previsto que se siente sobre el trono de Dios, donde se ejerce el poder judicial. ¿Cómo podría dudarse de que sus juicios fueran misericordiosos? Preguntas de Asimilación y Reflexión. 1.- ¿Qué insólito título se le da a Jesús en esta carta? ¿Por qué? 2.- ¿De que carece la Iglesia de Laodicea? ¿A partir de qué signos se descubre esta falencia? 3.- ¿Con qué tipo de amor es amada Laodicea a diferencia del amoragape con que es amada a de Filadelfia? 4.- Porqué es invitada a la conversión esta Iglesia, si todo va bien aparentemente, ¿qué es lo que falla? 5.- A qué te sientes invitado después de estudiar la problemática de esta Iglesia. ¿Te has sentido en alguna ocasión con esta actitud de pobre-rico con que el autor identifica a la Iglesia de Laodicea? 173 PAG Introducción 3 1. De la resurrección a la ascensión 4 2. La ascensión del Señor I 7 3. La ascensión del Señor II 9 4. Preparación para la venida del Espíritu Santo 12 5. Reorganización de los doce apóstoles I 15 6. Reorganización de los doce apóstoles II 18 7. Pentecostés. Venida del Espíritu Santo I 22 8. Pentecostés. Venida del Espíritu Santo II 24 9. Pentecostés. Venida del Espíritu Santo III 27 10. Naturaleza de la Iglesia 30 11. Origen y significado del Bautismo Cristiano 32 12. Vida interna de la Comunidad naciente: La enseñanza 35 13. Vida interna de la Comunidad naciente: La comunión de vida 37 14. Vida interna de la Comunidad naciente: La fracción del Pan 41 15. Vida interna de la Comunidad naciente: La Oración 42 16. Vida interna de la Comunidad naciente: Los prodigios 45 17. Nombramiento para servir: la diaconía de los siete 48 18. Conversión y vocación de Pablo I 52 19. Conversión y vocación de Pablo II 55 20. Conversión y vocación de Pablo III 58 21. La Comunidad de Filipos I 61 22. La Comunidad de Filipos II 65 23. La Comunidad de Tesalónica 68 24. La Comunidad de Berea 71 25. La Comunidad de Corinto 73 26. Pablo contra la magia y el sincretismo 79 174 27. Introducción a las cartas de las Iglesias del Apocalipsis 82 28. La carta a la Iglesia de Efeso 84 29. La carta a la Iglesia de Esmirna 90 30. La carta a la Iglesia de Pérgamo 93 31. La carta a la Iglesia de Tiatira 97 32. La carta a la Iglesia de Sardes 101 33. La carta a la Iglesia de Filadelfia 104 34. La carta a la Iglesia de Laodicea 107 175