¿QUÉ IDEAL DE PARROQUIA NOS MUEVE? Asamblea pastoral diocesana Concordia 07 de marzo de 2015 Nuestra vida de fe y caridad está vinculada a una comunidad en la cual nos congregamos para la celebración dominical de la Eucaristía y procuramos practicar la caridad del Señor en obras buenas y fraternas, una comunidad que es lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres, y ámbito de nuestra participación en grupos donde oramos, crecemos en la fe y servimos a la misión evangelizadora, cada uno conforme al carisma que el Espíritu Santo ha querido regalarle. Esa comunidad es la parroquia, con sus personas, familias, comunidades, grupos y movimientos. Es allí donde deseamos percibir el eco de las palabras de San Juan Crisóstomo (s.IV): “No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes” (De incomprehensibili Dei natura, 3.6). ¿Qué es una parroquia? “La parroquia es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuyo cuidado pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio” (Código Derecho Canónico, 515). “La parroquia es la Iglesia que se encuentra entre las casas de los hombres” (Juan Pablo II, Christifideles Laici, 27). “La parroquia, comunidad de comunidades y movimientos… comunión orgánica y misionera” (Doc. Santo Domingo. 1.2.2) La parroquia en nuestro Plan pastoral diocesano En nuestro Plan pastoral diocesano (Etapa Analítica, n° 10-11), al presentar cómo queremos que sean nuestras parroquias, decíamos: “La Parroquia no puede reducirse a un grupo selecto de fieles. Ella ha de ser una comunidad de fe integrada por un conjunto de diversas comunidades donde confluyen familias y personas. Como bautizados tenemos derecho a encontrar una comunidad que nos reciba con los brazos abiertos; nos ayude porque somos hermanos y nos permita integrarnos para trabajar en la misión que el Señor nos ha encomendado. En especial ha de constituirse como una comunidad eminentemente misionera, que llegue a todos; donde pueda recibirse a las personas con un corazón abierto; donde brille el testimonio cristiano que nos exige el Evangelio; donde resuene la Palabra de Dios con toda su fuerza; donde sea posible recorrer un camino de crecimiento en la fe durante toda la vida; donde podamos celebrar con alegría nuestra fe, participar intensamente y sin restricciones de la vida sacramental; donde el pueblo encuentre un ámbito adecuado para expresar la religiosidad que proviene de sus raíces culturales; donde se pueda acceder siempre con facilidad al conocimiento necesario para crecer como personas. Allí, sobre todo, se ha de organizar la caridad hacia todos sobre la base de una auténtica promoción humana proyectada con impulso misionero, teniendo en cuenta la preferencia de Jesús con los más pobres y sencillos”. “Una comunidad que reciba con los brazos abiertos” ¡Qué bueno es que muchos sean conquistados por la acogida cordial encontrada en la parroquia y por la atmósfera de caridad que se respira en esa comunidad! A los creyentes nos toca ser los primeros en amar. La parroquia es la casa de todos: nadie debe sentirse excluido. Debemos encontrar modos de que todos se sientan acogidos, también aquellos que no pueden recibir los Sacramentos pero que en tanto pueden vivir la Palabra de Dios, orar con los hermanos, educar a los hijos en la fe, participar en los servicios de caridad, compartir alegrías y dolores. “Una comunidad eminentemente misionera” ¡Parroquias en salida, con el sueño de llegar a todos, y con gran protagonismo apostólico de los laicos! La comunidad parroquial es misionera por naturaleza, es evangelizada y evangelizadora. La fe es un don de Dios para vivirlo en comunidad (familias, parroquias, asociaciones y movimientos) y para irradiarlo fuera. “Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hech 4,20). “La acción evangelizadora de la comunidad cristiana, primero en su propio territorio y luego en otras partes, como participación en la misión universal, es el signo más claro de madurez en la fe… A la luz de este imperativo misionero se deberá medir la validez de los organismos, movimientos, parroquias u obras de apostolado de la Iglesia” (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 49). Una comunidad “donde sea posible recorrer un camino de crecimiento en la fe” Anhelamos una educación en la fe que comience en casa, por los padres, desde la más tierna infancia, y continúe en un itinerario formativo gradual y permanente, durante toda la vida. La catequesis en la familia precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Pero con mucha frecuencia no es así. “Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes, las Parroquias brindan un espacio comunitario para formarse en la fe y crecer comunitariamente” (Doc. Aparecida, 304). “Si queremos que las Parroquias sean centros de irradiación misionera en sus propios territorios, deben ser también lugares de formación permanente. Esto requiere que se organicen en ellas variadas instancias formativas que aseguren el acompañamiento y la maduración de todos los agentes pastorales y de los laicos insertos en el mundo” (Doc. Aparecida, 306). Una comunidad “donde podamos celebrar con alegría nuestra fe” En el contexto de la renovación de nuestras parroquias a la que nos compromete el Plan pastoral diocesano, debemos orientar nuestras comunidades a la Eucaristía como fuente y culmen de su vida y de su misión, y a una celebración plena, activa, gozosa y comunitaria de todos los sacramentos. Es bueno que las manifestaciones propias de los grupos de la comunidad cristiana encuentren su momento de comunión en el día del Señor, en torno a la Celebración eucarística dominical. La vida de fe peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la Eucaristía con la comunidad. “La homilía, que celebra y actualiza la Palabra proclamada en la Misa, tiene un fuerte potencial evangelizador” (CEA, Navega mar adentro, 81). “Una auténtica espiritualidad de comunión nace de la Eucaristía. Ella colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano. No es casual que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos de este sublime sacramento. Del mismo modo, esta actitud del corazón se alimenta en la escucha constante de la Palabra de Dios, en la liturgia dominical, en la celebración gozosa del sacramento del perdón, en la oración personal y en la vida comunitaria con todas sus exigencias” (Navega mar adentro, 85). Una comunidad donde “se ha de organizar la caridad hacia todos” En nuestro Plan pastoral diocesano nos comprometimos a “asumir con renovado ardor la opción preferencial por los pobres y la promoción humana, que tiene como fundamento la conversión a la Persona de Jesucristo” (Líneas, 3). Esta opción debe atravesar todas nuestras estructuras y prioridades pastorales. “Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de su situación. No podemos olvidar que el mismo Jesús lo propuso con su modo de actuar y con sus palabras: «Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos» (Lc 14, 13)” (Doc. Aparecida, 397). Será muy importante en la renovación pastoral fortalecer nuestras “Cáritas” parroquiales, para animar y coordinar la obra caritativa de la comunidad y promover el desarrollo integral de todos, con preferencia por las periferias humanas. Acerca de la parroquia, nos dice Papa Francisco: “La parroquia no es una estructura caduca; precisamente porque tiene una gran plasticidad, puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad. Aunque ciertamente no es la única institución evangelizadora, si es capaz de reformarse y adaptarse continuamente, seguirá siendo «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos. La parroquia es presencia eclesial en el territorio, ámbito de la escucha de la Palabra, del crecimiento de la vida cristiana, del diálogo, del anuncio, de la caridad generosa, de la adoración y la celebración. A través de todas sus actividades, la parroquia alienta y forma a sus miembros para que sean agentes de evangelización. Es comunidad de comunidades, santuario donde los sedientos van a beber para seguir caminando, y centro de constante envío misionero. Pero tenemos que reconocer que el llamado a la revisión y renovación de las parroquias todavía no ha dado suficientes frutos en orden a que estén todavía más cerca de la gente, que sean ámbitos de viva comunión y participación, y se orienten completamente a la misión” (Evangelli Gaudium, 28). + Luis Armando Collazuol Obispo de Concordia