pág. 142 - Universidad Católica del Maule

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LA ÉPOCA, Domingo 3 de noviembre de 1991
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UCMaule - Revista Académica N°37 - Diciembre 2009
EL MAESTRO DE MúSICA
Luis Ramírez Vera
Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad Católica del Maule, Chile
lramirez@ucm.cl
En tierra fértil y abrazando en su lento y armonioso vuelo todo el generoso
territorio chileno, han caído las semillas del maestro de música.
Octubre es tiempo propicio para recordar esta historia que como tantas otras
forma parte de la vida y la verdad que, a pesar de todo, al final siempre vencen a
la muerte, la ignominia y el dolor.
En muchos pueblos y aldeas de esta tierra del sur del mundo, en donde viven sus sueños gentes pobres y sencillas, pero también en ciudades importantes
como la nuestra, somos testigos del feliz peregrinar de niñas, niños y jóvenes que
ya desde hace algunos años nos regalan a la vista en las calles, plazas y teatros,
su presencia, adornada por sus trajes, atriles, cuadernos de partituras y sus inconfundibles instrumentos de música.
Algún día habrá de ser así, profetizaba –hace más de cuatro décadas– un
hombre idealista, sabio y bueno, en sus queridas tierras del norte verde, en donde
dio inicio a esta loca aventura.
Indesmentiblemente en el Maule se ha empezado a generar en este incipiente
tiempo del tercer milenio todo un gran fenómeno cultural, especialmente en el plano de la música docta. Y que bueno que así sea, aunque nuestras expectativas,
en razón no de la carencia de talentos sino más bien de la falta recursos, deban
ser sabiamente moderadas.
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Hace ya algunos años, con la magnífica y solemne inauguración de nuestro
flamante teatro regional del Maule, la presencia de las más altas autoridades
del país y la región y la puesta en escena de la compleja obra Carmina Burana,
del compositor Carl Orff, en la que participaron más de doscientos artistas, entre
solistas, coralistas y músicos sinfónicos, muchos de nuestros diletantes ciudadanos empezaron a tomar conciencia de que algo nuevo estaba pasando en esta
tradicionalmente aletargada Villa de San Agustín de Talca.
Mas, todo esto tiene un significativo, aunque a veces escasamente valorado
precedente.
Altamente injusto sería no reconocer la importante labor que desde hace tantos lustros vinieron testimoniando los músicos salesianos que con su gran banda
instrumental, creada poco después del arribo de la congregación a Talca en 1888,
hacían las delicias de los parroquianos en sus conciertos vespertinos de la plaza
de la Victoria y que fue la cuna de muchos destacados profesionales que hasta el
día de hoy pertenecen a prestigiadas orquestas no tan sólo chilenas sino que de
América y Europa. O la romántica y recordada orquesta Infantil que en la Escuela
número 3 dirigía la destacada maestra Silvia Céspedes. Todo el gran impulso que
dio a la música coral desde los años sesenta, con la creación del Coro Polifónico de Talca, el profesor Germán Sánchez Lorca, hoy lejos de su tierra, pero en
permanente contacto con ella. Los merecidos reconocimientos que en el país y
fuera de él han conseguido los Coros de Niños y Adultos de nuestra Universidad
de Talca y la tesonera labor de la profesora Mirtha Bustamante primero y el prestigiado maestro Guillermo Cárdenas, después. ¿Cuántas niñas y niños pasaron
por la Academia de Piano que sostuvo heroicamente, hasta poco antes de morir,
la señora Fresia Bravo?
¿Cómo y tanto nos sorprende grandemente a todos los progresos y el nivel
alcanzado por las orquestas de Cámara y Sinfónica de Niños y Jóvenes que dirige
el maestro Américo Giusti?, ¿o el coro de nuestra Universidad Católica del Maule,
bajo la dirección del maestro Francisco Ramírez?
Pues bien, hace más de cuarenta años, en la vieja y señorial ciudad de La
Serena, todo esto que estamos viviendo ahora en Talca era una hermosa y envidiable realidad. Allí, pioneramente, con más entusiasmo y voluntad que recursos,
un músico, profesor, compositor y director de orquesta iniciaba en Chile el trabajo
orquestal sinfónico con niños y jóvenes.
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Trató el profesor Jorge Peña Hen de proyectar su ilusionado y convencido
trabajo a todo el país, para que este notable empeño suyo se revelara como lo
soñaba: un gran manantial que brotara de la vertiente del amor a la música para
alimentar y bañar a la patria entera y en especial para nutrir el alma de ser artistas
que todos los niños llevan consigo.
Esta inusual y temeraria empresa muchas veces fue más valorada fuera de
Chile que por nosotros mismos. El maestro de música Jorge Peña Hen fue gran
responsable de esta quimera que se hace realidad tantos años más tarde y de la
cual no alcanzó a ser testigo.
De su amplia y hoy valorada trayectoria es imprescindible señalar que fue
fundador y presidente de la Sociedad Juan Sebastián Bach, de La Serena, creó
la orquesta de cámara de la misma institución, el coro polifónico de la ciudad con
alumnos de los liceos Gabriela Mistral y Gregorio Cordobés, en donde era profesor de música y dio vida al Conservatorio Regional de Música, dependiente de la
Universidad de Chile, a la orquesta filarmónica de la ciudad y a la Escuela Experimental de Música, que hoy lleva su nombre. Además fue compositor de diversas
piezas para violín, piano y orquesta, de una ópera para niños, “La Cenicienta”,
de la música del “Ballet de la Coronación”, de “Cuatro retablos de Navidad”, de
música para películas, documentales y obras de teatro. Desde hace algún tiempo
podemos disfrutar también de esta faceta de creador, con la edición de un disco
que compendia parte de su obra.
Desde allí, el gran salto fue la fundación de la primera Orquesta Sinfónica
de Niños, con la que deslumbró al país entero y pudo mostrar su arte por otras
naciones del continente.
No se le conoció al maestro Peña Hen una particular relación con Talca, excepto porque asociaba esa sureña ciudad del valle central de Chile a un gran
amigo y compañero de ideales en los tiempos de su paso como estudiante en la
Universidad de Chile.
Se llamaba igual que tú, me dijo alguna vez este inolvidable profesor al que
tuve el gusto de conocer y gozar del privilegio de trabajar con él, todavía algo
sorprendido de que yo fuera un talquino que había partido a estudiar a las tierras
donde alcanza al mar el más bello de los valles transversales del norte de Chile.
Años más tarde cuando ya no estaba, pude descubrir la razón de la asociación de
nombres que me había comentado.
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Jorge Peña Hen fue víctima inocente de las profundas querellas que dividieron
y desangraron a nuestro país en la década de los setenta. El 16 de octubre (día
que poco después se fijaría para celebrar la Fiesta del Profesor, en razón de la
fundación del colegio de la orden) pero del año 1973, acusado groseramente en
base a calumnias que nunca nadie creyó y que todas las evidencias señalaron
siempre como una gran infamia, al Maestro Peña Hen le fue arrebatada dramáticamente la vida. Tenía cuarenta y cinco años, los mismos que habría tenido mi tío
que había partido mucho antes, su amigo de Talca al que nunca olvidó.
Hoy su nombre está en escuelas, calles, conservatorios de música no sólo de
Chile, sino que de América entera. Este mes de octubre se cumplen 36 años de la
absurda muerte de uno de esos tantos seres que en realidad no mueren, porque
siguen viviendo en sus obras, como ahora, en La Serena, en Talca, en Chile, en
toda una gran parte del mundo que ama la música, este mágico bálsamo que alimenta los espíritus y ayuda a acercarnos a sentir con mayor plenitud la vida.
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