Mojácar y su Parador [folleto]

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Mojácar: Morería Blanca
“...En Occidente ha salido el sol del Califato que ha de
brillar con esplendor en los dos Orientes para que
ahuyente con la luz las Tinieblas infieles...”
MOJÁCAR
Y su Parador
Abderraman III
H
ombres paleolíticos hubo, que se sepa, en Mazarrón, en un
emplazamiento extraviado, remoto y muy distante de los
corredores naturales de la zona. Allí dejaron en la Cueva del Algarrobo
gran cantidad de herramientas muy miniaturizadas los primitivos
pobladores. Invita a la arqueología a imaginar una sociedad que se mueve
lo menos posible, que sobrevive de lo que tiene cerca, que planea sus
escarceos y abandona el poblado únicamente cuando la estación lo exige.
Las tierras de esta costa del Sudeste son tan extremas e inhóspitas que
por ellas pasa, casi de largo, el Neolítico. Es ya la Humanidad capaz de
regar el cereal cuando, allá por el III milenio a.C, se dejan ver por
Mojácar algunas pequeñas comunidades. Colocan el poblado en lo alto de
la Loma de Belmonte, aprovechándose de las inundaciones del río Antas.
El Mediterráneo llegará más tarde y no como medio de vida, que eso
ya lo daba la piedra, el hacha, la caza y después la tierra y el trigo, sino
como Vía Apia del mejunje de culturas; como polinizador de la
civilización ibérica. De momento, los más viejos almerienses emplean
metales areniscales y piedras para matar, descuartizar, rascar y moler.
Los objetos de cobre son rudimentarios: cinceles, hachas planas, puñales
y cuchillos. No hay anillos. Las cerámicas son lisas; cuencos toscos,
platos de arcillas rojas y amarillas.
Un milenio y medio más tarde el eslabón encontrado en los yacimientos
de El Argar, embebido en este mismo río Antas, alerta del nacimiento de
una nueva civilización. Se trata de una veta diferente que han seguido los
hombres del Neolítico en su desarrollo, visiblemente más avanzada. Anida
su sociedad en alturas de promontorios fortificados. La cultura argárica
suplanta entonces a la megalítica en esta región. Un suceso exclusivo y
muy circunscrito al Sureste andaluz, que abarca desde el Bronce Medio
hasta un millar de años antes de Cristo. Concretamente, hasta que, al
contagio Mediterráneo, se alumbra la nueva sociedad ibérica.
Por toda Almería son abundantes los yacimientos argáricos y muy
explícitos. Inmerso en túnicas violetas, el aldeano argárico prefería
trabajar el campo que cuidar del ganado. Vive en una comunidad amplia,
de varios centenares de personas, seguro tras murallas y la alerta mirada
de los vigías en las torres. Las casas son de dos plantas, con tejados
planos de arcilla, claros precedentes de la casa alpujarreña.
Tiene cerca, el algariense de larga cabellera, la mina de la que extrae
plata, oro y los otros metales, bronce, cobre, hierro, con los que elabora, ya
sí, brazaletes y anillos, además de alabardas. En la misma urbe, la
necrópolis. Allí son enterrados en cistas, los más distinguidos socialmente o
en tinajas grandes llamadas pithoi. El barro cerámico ha refinado su
cocción y su acabado. Cuencos parabólicos, vasos de carena baja, copas de
pie alto, platos y jarras, negros todos ellos, suaves y de un bruñido tan
aplicado que se diría metálico.
MOJÁCAR Y SU PARADOR
1
Algunos historiadores ven caer los sillares del fortín, derrumbarse los
escondrijos infieles, huir, ellos mismos, hombres y mujeres de fe distinta,
hacia el interior, sacudidos por la tierra que se los quita de encima
resquebrajándose en un terremoto auspiciado por el Dios cristiano. Otras
explicaciones apuntan a la búsqueda, por parte de su población, de un
asentamiento mejor abrigado. De lo que no hay duda es de que, pese a su
situación apartada, desplazada del eje de los acontecimientos históricos,
Mojárcar poseyó uno de los aljibes más importantes del reino de Granada.
La belleza, la armonía y la civilización son todas resonancias,
repeticiones, efluvios sonoros, luminosos haces que ondean en el agua. El
agua, que desde siempre fue vida y abrevadero de pueblos, adquiere en la
conciencia árabe un carácter fundacional. Su buena administración es
garantía de salud. Si los árabes se establecen en Mojácar es porque hay
forma segura de obtener buen agua. La fuente de los Doce Caños y la
figura, tan ensalzada por los románticos, de la Mojaquera, con el cántaro
sobre la cabeza, son restos de aquel inveterado amor calmo por el agua y
su ajuar de flores. Margarita, mirto, camomila son algunas de las
predilectas.
La plata se prefiere al oro al final del segundo acto de esta civilización a
la que, sin duda, acudieron gentes del Mediterráneo oriental atraídos por
sus minas, y sus forjas, de las que han sabido por las hachas planas de filo
curvo y por los brazaletes de arqueros que ostentan guerreros regresados
de ultramar.
Las inmersiones de los pueblos del Bronce en las culturas Heládias de la
incipiente y soberana civilización helénica pueden rastrearse en los modos
de enterramiento. Las pastas y los metales de esta civilización permeable
van quedando en el sustrato de la naciente civilización ibérica. Los
abundantes vestigios diseminados por toda Andalucía de griegos,
cartagineses y romanos son escasos en este área almeriense. De la
población romana hay constancia en Mojácar por una tejera y un par de
villas agrícolas.
Los condicionantes de esta tierra extrema, rica en su subsuelo, desecada
por un sol de pocos amigos, (la lagarta, el lagarto, la chumbera y el hombre
guarecido en la cueva) en la superficie, perduran inamovibles a lo largo de la
Historia. Habrán de transcurrir unos cuantos siglos, diecinueve exactamente,
hasta que la mina que atrajo a griegos y fenicios y que hizo prosperar a
algáricos e ibéricos, recupere su imperio perdido. La tercera cuenca de hierro
más boyante de la provincia se halla en la población vecina a Mojácar de
Bendar.
Al raso, la aridez supersahariana de la provincia de Almería,
convertida en el siglo xx en escenario cinematográfico y en el XXI en
museo, concentra sus características más sobresalientes en el desierto de
Tabernas: hostilidad física, ausencia casi total de vida, desolación blanca
y gris, encajonándose en las ramblas telúricas. He aquí el horizonte
estético desde el que asume la belleza el alma almeriense.
No es de extrañar que fueran los árabes quienes mejor provecho
sacaran de este territorio afín, dotándolo de ciencia y poesía. En el
extremo occidental del mundo islámico, Mojácar, la inexpugnable, en los
albores del siglo VIII, pertenencía de la cora de Tudmir. Fue leal al
Califato de Damasco y, más tarde, a partir del 917, fiel al Califato de
Córdoba. Es entonces la primitiva, la vieja población, un emplazamiento
fronterizo que se defiende con fortalezas, torres, castillos, que se asoma y
no pierde ojo al mar. El desplazamiento de la ciudad hacia el interior,
iniciado en el siglo XIII, es objeto de las más diversas especulaciones.
"De todos los temas poéticos, la descripción de los jardines es tal vez la
más familiar a los escritores musulmanes de España", dice Henri Pérès en
su libro "Esplendor de al–Andalus”. Una de las más hermosas, es aquélla
que describe la violeta como "alas de mariposa teñidas con moras del
jardín".
Filósofos Esotéricos
H
ubo también en Almería escuela filosófica, encabezada por Ibn
Mararra, que, partiendo de las doctrinas de Empédocles,
construyó su propio credo de esoterismo islámico, según el cual el alma
había tomado un cuerpo como medio para purificar una falta y, una vez
obtenida la redención, reunirse con la materia divina. Acusado de ateismo y
rodeado de discípulos desde la temprana juventud, vino Ibn, huido, a
predicar por las serranías de Almería hasta el día de su muerte.
Filosofía, Arquitectura, Ciencia, Folclore, hasta en la tierra baldía tiene
el Islam (un topónimo o una chumbera) parentela. Su legado desborda
cualquier inventario apresurado. Las piedras de aljibes y alcazabas se
quedan rígidas cuando se las señala como los restos de la época previa a
la Reconquista. Porque aquí, en el sur, parecen cambiar los polos de la
brújula e invertirse, o, cuando menos, multiplicarse los sentidos de la
Historia en una filigrana polisémica. Eso que los cristianos ortodoxos y los
historiadores antiguos llamaron Cruzada y los musulmanes de hoy,
Revolución, en esta latitud andaluza se ha venido considerando llana
rivalidad por el mercado mediterráneo.
Desde lo alto de la torre defensiva de Turre habría de verse el campo
de Mojácar, cuajadito de cultivo (trigo, alfalfa, oliva, vid). Los campesinos
de entonces, de la etapa nazarí, arreglan los surcos y dan caudal al agua
para que no falte suministro al grano. La siega y la recolección transcurre
tranquila gracias a la torre espanta-cristianos que los mojaqueros tuvieron
que imponer allí, en mitad del sembrado, para parar los pies a los de
Lorca. En estos días, los mozárabes expulsados de Córdoba y Granada
vienen por aquí a formar sus alquerías. Se establecen en la ibero-romana
Cádima, y, más adelante, construyen Santa Teresa y Cabrera. Algunas
casas de labores de entonces han sobrevivido en Las Alpujarras.
MOJÁCAR Y SU PARADOR
2
A partir de ese momento y hasta el siglo XVIII en que la piratería deja de
fustigar las costas, Mojácar vive de defender el litoral y de los cultivos que,
siguiendo las enseñanzas árabes, han ido ganando a las Sierras de Cabrera,
abancalando las laderas. Higueras, vides, olivos y algarrobos transfiguran las
lomas. Deja de ser negocio la seda. Cortijos, ermitas, iglesias prosperan.
Luego de los años negros que siguen a la invasión napoleónica con su estela
de hambrunas y fiebre amarilla.
Mojácar alcanza su máximo demográfico de 6.382 habitantes en 1887,
gracias al filón de plata de la Sierra Almagrera, y a la instalación de un
alto horno de fundición de plomo que se convertirá en el segundo más
productivo de España.
El resto es historia contemporánea que habrá de ir corroborando el
viajero episódicamente en sus calles, en su playa, en las arquitecturas y en
las biografías de sus habitantes.
En 1488, los Reyes Católicos invitan a los moros a marcharse a África,
o, en su defecto, a apartarse de la costa de Mojácar para realojarse entre el
campesinado de tierra adentro. (Es así como se forma la aljama mudéjar
de Turre). Un alcaide desafía a los Reyes Católicos y no acude a la
rendición, en Vera. Se trata del alcaide de Mojácar. Dando muestras de
una elogiable prudencia política, los Reyes optan por el diálogo y escogen
entre sus leales al más honesto, Garcilaso de la Vega, capitán y poeta, que
hasta allí se llega al frente de una embajada. (Otras fuentes niegan que en
esa época el poeta hubiera nacido).
El mediodía derrite a los hombres por las barbas. La galopada trae
maltrecha a la comitiva. Corre el mes de junio, las temperatura son
extremas. Calor seco. El aire no pestañea. Garcilaso se reconforta bajo los
caños de la fuente de Alabez, famosa hasta en Granada.
–Debeis rendíos. –¿Por qué? Yo no hice nunca armas contra los cristianos.
–Lo ordenan los Reyes. No me obliguéis a someteos. –apremia el poeta– Me
sobran fuerzas y el amparo del deber. –Yo antes de entregarme como un
cobarde sabré morir como un español.” Conmovido por las explicaciones del
islamita, el renacentista lo acepta, pues, como hermano, y le da el permiso
de seguir labrando –de modo idéntico al de los siete siglos que venía
haciéndose–, la patria de ambos.
La convivencia de moros y cristianos supera, según cronistas mojaqueros,
incluso las revueltas moriscas de 1568, negándose a expulsarlos una vez más.
En aquella ocasión por el marqués de Torralba. La población pasa a ser “la
muy noble y muy leal ciudad de Mojácar. Llave y amparo del Reino de
Granada”, que reza en su escudo, después de la guerra de Las Alpujarras.
Modernidad Y Alevosía
ació esta villa, la que hoy conocemos, rica y pintoresca, muy
demandada por los viajeros, gracias a dos rescates románticos;
el de la Mojaquera y el totémico Indalo. Aquellos burgueses
renegados, primeros viajeros de la emoción, bajaron al moro y
redescubrieron España, en la primera mitad del siglo XIX. Pasmaron las
lavanderas de Mojácar a los románticos, no porque hallaran en ellas la
iconografía andalusí del eterno culto a la fertilidad, no fue eso. Lo que
llamó la atención romántica subyugando todas sus exóticas expectativas
fue la indumentaria. Aquellas mujeres acudían con el cántaro a la fuente
cubiertas de velos de pies a cabeza, costumbre que se prolongó hasta no
mucho menos de veinte años atrás.
N
La estampa, en el imaginario romántico, abarrotado de guitarras,
bandoleros, arcos lobulados y celosías, confirmaba la genuinidad del país
y, en oposición a la uniformidad de las modas burguesas, se erigía en
expresión viva de libertad y diferencia.
También repararon aquellos viajeros acantilados en la exageración
sentimental en el Indalo, que, en las fachadas encaladas de las casas,
pintaban en ocre los lugareños. La extraña figura era conocida entre los
vecinos como el “Hombre del Arco” y tiene su original en la Cueva de los
Letreros.
MOJÁCAR Y SU PARADOR
3
La arqueología distingue en él la figura de un dios que sujeta con sus
brazos abiertos el arco iris, protegiendo a los humanos de diluvios. El
alcance universal que de toda la provincia pasó a representar el
prehistórico Prometeo fue tarea posterior, de un grupo de pintores
almerienses, que utilizaron el símbolo como ariete intelectual. Su Mesías
indiscutido fue Jesús de Perceval, que logró que el ideario estético, las
propias telas y las de su cenáculo, fueran reconocidos en el Madrid de
finales de los 40.
resta de ella, y el cementerio árabe, se encuentran bajando la escalera de
piedra que surge de la iglesia...
En la Plaza del Ayuntamiento fulgura el recuerdo indiano por las
ramas de su árbol centenario. Aquí cerca tenía una de sus entradas la
ciudad. Es ese arco de medio punto adornado con el escudo de Mojácar. La
Plaza Flores, seguidamente, es uno de esos rincones rebosantes de tipismo.
Ello fue posible gracias a la adhesión ideológica de Eugenio D’Ors, que,
aunque ausente en las sesiones infamadas de inciensos de Arabia y vinos
de la estirpe antigua de Las Alpujarras, celebradas en las
noches mojaqueras, patrocinó desde su Academia
Breve de Arte el movimiento regional. A él
debemos la definición del Indalo como:
"Supervivencia substantiva de una
sub-historia traslúcida a través de las
veladuras de la Historia y los tonos
brillantes de la cultura".
Mojácar, no obstante, está desierta,
aún. Las minas han cerrado. La
población apenas se sujeta sobre las
trescientas almas. Es entonces cuando
surge la figura proverbial de Don
Jacinto, pionero del boom turístico,
que, desde la alcaldía de la villa,
emprende la repoblación regalando solares
a todo el que restaure casas y llegue con el
propósito de establecerse y quedarse. Artistas,
periodistas, toreros, bohemios, peregrinan hasta
allí seguidos, al poco, de constructores y hoteleros.
Parador De Mojácar,
La Ciudad Del Sol
E
l huésped del Parador advierte de inmediato la modernidad del
edificio que lo aloja. Fue construido en plena efervescencia
turística, cuando el pueblo atrajo hacia sí a los disolutos, a los
librepensadores, a los audaces buscadores de un paraíso terrenal de
libertad.
Los amplios ventanales de sus porches y salones miran al Mediterráneo.
La playa, pese a la masiva afluencia veraniega, goza de un acogedor
anonimato. El jardín, renovado y repoblado recientemente, aporta aire
fresco, mañanas y tardes, y corpulentas sombras en los duros mediodías.
Al frente se halla la isla y el mar de Alborán. Sabremos de ella más tarde,
ahora, internémonos en Mojácar.
El Arrabal Judío es uno de las alternativas de la encrucijada que desde
aquí se le presenta al viajero. Otros modos de perderse es descender hacia el
visible mar. Es obligada, sin embargo la visita de la fuente, por la cuesta que
toma su nombre. La fuente en cuestión fue remodelada en el siglo XX, pero
su agua sigue lo mismo, pura, divina. Alguna mujer, quizá, tenga la fortuna
el viajero de ver arrimarse allá, a seguir con la tradición de la colada. De no
ser así, consuélese el viajero escuchando el coro de sus caños cantando a
doce voces.
Para visitar Mojácar cabe emprenderla desde el Mirador de la Plaza
Nueva. La vista sobre el valle nos da una perspectiva histórica del
primitivo emplazamiento de Mojácar la Vieja. Hacia lo alto se arranca la
cuesta del Mirador del Castillo, que lo hubo muy fuerte, como hubo
también murallas. Pero es por los bajos que la ciudad se derrama en
blanco laberinto.
La calle lleva el nombre del impulsor de la moderna metrópoli, el
Alcalde Jacinto, y va a parar a la iglesia de Santa María, fortaleza
antigua. Frente a ella, ya la conoce el viajero, solo queda una y es de
piedra, La Mojaquera, ídolo romántico. La muralla mentada, lo que
MOJÁCAR Y SU PARADOR
4
La Mar De Mares
E
ngastada en las lomas, Mojácar ha multiplicado su población,
sus servicios y la afluencia turística sin menoscabo del entorno.
El litoral discurre libre de construcciones 12 kilómetros. Hasta el cabo
de Gata el viajero, ansioso ya por darse un baño, tiene donde elegir.
Hay playas bulliciosas, como la de El Cantil o la de arena fina que
resulta de la desembocadura del río Aguas, llamada La Rumania, y
otras más intimas, como la de Las Grantillas, recoleta y con el agreste
encanto de su arena roja, o el vasto y rocoso arenal gris de la playa de
Castillo de Macenas, apenas concurrido.
Mar adentro, a cuarenta millas náuticas, se halla la isla volcánica de
Alborán. No es gran cosa, apenas mide 300 metros de base por 600 de
lado y una altura de 19 metros, en sus lugares más elevados, pero ha
sido objeto de innumerables incursiones. Toma su nombre del pirata
tunecino Al-Borany, que vino allí a fondear su navío para, desde esta
posición, mejor realizar el asalto a la costa. Toda una flota, la de los
aliados de Barbarrroja, acaudillados por Alí Famet, compuesta nada
menos que por 16 buques, recurrieron a la isla como emplazamiento
estratégico, en la batalla librada contra la escuadra de galeras españolas
al mando de Bernardino de Mendoza.
Incluso en el siglo XX, a mediados de los 60, pretendieron pesqueros
rusos hacerse con la isla. Esta es la razón de que, cada tanto, acuda a
custodiar la plaza un destacamento de Infantería de Marina.
En el Paseo Marítimo, o en los comercios de las calles mojaqueras,
habrá reparado el viajero, sin duda, en los collares y pendiente de coral
que es artesanía típica de la villa. Los fondos abruptos del mar de
Alborán son su lugar de procedencia. Desde hace poco más de una década
es Reserva Marina.
Es posible realizar, si el viajero es aficionado, submarinismo y ciertas
prácticas de pesca. Tenga por seguro el forastero, que los corales rojos,
si decide adornase con ellos, habrán sido faenados legalmente. La
fascinación sanguínea de sus brillos es casi tan antigua como el hombre;
ornamentos de coral han sido hallados en tumbas con 25.000 años de
antigüedad. Turcos, griegos, romanos y mandarines han distinguido con
coral rojo su principalidad y su rango.
Hasta Donde Indalo
Sostiene El Arco Iris
P
or el este sale el sol de tomar su baño. Lo llaman la Costa
Cálida. Los restantes puntos cardinales ofrecen al turista, desde
Mojácar, jugosas excursiones. Las más recurridas son, al oeste: el oeste
spaghetti del Desierto de Tabernas, –por la A7 E15 hacia Nijar– y al
sur: el Cabo de Gata.
El único desierto de Europa, a 48 grados de media en verano, además
del Mini Hollywood y un Museo del Desierto, de reciente creación,
recompensa al arriesgado aventurero que desafía el calor, y se le acerca,
con una belleza paisajística mal sospechada, extraña y deslumbrante. Rica
en vertebrados, de floración voluptuosa en medio de la severidad de
ramblas grises, o en afloramientos acuáticos, en las escasas masas de agua
salina.
El Cabo de Gata, renombrado y elogiado por quienquiera que lo haya
visitado, es lo contrario: la gran laguna que alivia la sed de la provincia y,
probablemente, el humedal más rabiosamente pródigo de Andalucía.
Además de sus aguas, su fauna y su flora, posee una franja costera que
combina acantilados, calas, arenales y arrecifes para gozo del turista.
Las Cuevas de Almanzora es el pueblo más soleado de toda España.
La sequía es un hecho apabullante. Su pantano, que junto con el de
Beninar, suma el total de agua de la provincia, jamás ha superado el 5%
de la capacidad. El río da el apellido al pueblo y las cuevas el nombre.
Dicen que a principios del siglo XX todavía habitaban las cuevas 865
personas y que las vecinas cavernas de Calguerin estaban pobladas por
otras 260 almas. Es indispensable acercase a verlas.
Hay que tirar hacia Vera por la Alp-118, y seguir de largo, desde allí,
por la A-352. Una vez en el pueblo, cualquier lugareño le indicará la
mejor manera de llegar a las cuevas. Una de ellas es visitable y, hasta hace
las veces de alojamiento rural, gracias a la apasionada iniciativa de su
propietario.
Sus primeros habitantes dejaron rastro hace 3.000 años. Prácticamente
ayer, si lo comparamos con los cavernícolas de La Zájara, situada en la
carretera de las Cuevas de Herrerías, (próximo al cruce de Las
Águilas), que se sirvieron de su abrigo hace la friolera de setenta mil años.
El pueblo se distingue a simple y vista. Merece la pena echar un
vistazo a su edificio consistorial, neoclásico, y realizar la visita completa
al castillo, mandado reconstruir por el primer marqués de los Vélez, don
Pedro Fajardo, aprovechando la obra árabe anterior. Alberga la
Biblioteca, el Museo Arqueológico y un inesperado Museo de Arte
Contemporáneo, el del ensayista y crítico de arte Antonio Manuel
Campoy. La colección, asombrosa, atesora más de cuatrocientos pinturas
de Tàpies, Solana, Picasso, Benjamín Palencia, Clavé, Miró. Y una
importante carpeta de aguafuertes y grabados de Goya y otros autores.
Norte adelante, el viajero puede echar el día en el Parque Natural de
Sierra de María Los Vélez, edén de más de 22.000 hectáreas, del que
fue oriundo el Indalo.
Desde Vélez Rubio, accedemos por la N-342. Una geografía nueva,
verdecida, sacude de inmediato al forastero. Es la latitud compleja de esta
serranía. Existen muy antagónicas formas de abordarlo, unas más activas
que otras; por los senderos o por los barrancos.
Aspire el viajero este aire de pinos y romerales. Perfuman los umbrales
del día el Espliego; del atardecer, la Mejorana. Por miles han de
contarse las especies de su fauna. El relieve cambia los tonos, agudiza, al
ascender, el instinto. El Sabinar se arma en lo más difícil. Fórmase el
bosque de troncos vueltos sobre sí, en contorsión gregaria, como cuidando
los unos, de que los otros no pierdan al rebaño.
Allí sitúa el poeta almeriense Julio Alfredo Egea la leyenda de tradición
pastoril que tiene por protagonista al hijo de un caballero del séquito del
marqués y una morisca que vivía en las cercanías del castillo. Para
regresar al Parador el itinerario más diestro es: Vélez Rubio, Puerto
Lumbreras, Huércal Overa por la A7/E15, hasta Los Gallardos y de
allí por la E150 hasta Mojácar.
BIELSA AND ITS PARADOR
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De los postres, recomendar el Pan de Higo, los Soplillos y el Flan de
Castañas y la Torta de Chicharrones. El Helado de Higos
Chumbos con Ensalada de Frutas no tiene rival.
Imposible abandonar el reporte gastronómico almeriense sin mentar,
como tapa rey, los “Michirones”, que vuelcan una tabla de embutido
(Butifarra, Morcón, Jamón y Chorizo) en un Cocido de Habas
Encebolladas.
LA RECETA SECRETA
ENSALADA BONITA
La melva es un bonito preciso del color del acero, rayado. Vive en el
Atlántico. Algunas mujeres del litoral mojaquero preparan una ensalada
que alivia el final de la larga jornada estival, cuando de puro cansancio, no
apetecen sino platos fríos. Sus ingredientes son :
–300 grs. de melva en aceite de oliva, cinco tomates duros y rojos, otros
tantos pimientos morrones, la misma cantidad de tomates de ensalada, dos
dientes de ajo picados y dos cebollas pequeñas.
Hace Comino Al Andar
La gracia de la ensalada está en saltear los ajos un poco antes de
añadirle tomates y pimientos bien limpios y pelados. Se presenta sin
“guisar”, con la cebolla a la juliana, y la melva encima. Hay quien la
adorna con aceitunas y hay quien con alcaparras.
L
a de Almería es una cocina mediterránea que usa del mar, de la
tierra árida y de la huerta. En sus platos, como en sus terruños,
el soplo árabe alza aromas especiados, intensos dulces y el tono oriental
de su cultura. El aislamiento territorial de la provincia tiene su reflejo
también en los platos, en los que rara vez, refiriéndonos siempre de cocina
tradicional, intervienen productos de otros lugares.
Famosísimo en todo el país son “El Pimentón”, que es, como ya
sabrá el viajero, en realidad un plato de patatas con pimentón y tomate
(que toma su gusto característico del comino), “Las Gachas” y “Las
Migas”. En general gustan mucho las Sopas, los Pucheros, las
Ensaladas y las Paellas, muy distintas de las valencianas.
Aquí en Mojácar se degusta el Pescado Fresco, el Marisco y las
Habas. Los Salmonetes con Ajo Blanco son alimento superior. Los
peces rebozados son regados por el caldo de almendras y adornados con
huevo rallado. Hay Gambas, Camarones, Almejas… pero aquí hacen
furor los Calamares y los Jurelillos a la Moruna, otra vez raptando al
comensal con los aromas del comino y una pizca de cúrcuma. Pulpo,
Rape y Caballa abundan en esta costa y dan pie a no pocas deliciosas
recetas.
La huída de todo artificio es pauta común a la mayor parte de las
especialidades del lugar. Ejemplos de ello son el Caldo de Pescado, las
Pelotas, o el Ajo “Colorao”. No debe dejar de probar el visitante la
Crema Mojaquera, ni los Gurullos, todavía más pequeños que las
croquetas, ni las Tarbinas, que son una variedad de gachas, a veces
espesadas con leche, avivadas con granos de matalauga, y que suelen
servirse en compañía de picatostes.
El Vino, si se quiere almeriense, hay que pedirlo de Laujar de
Andarax, que es un rosado fuerte o, los menos vinateros, el ligero
Ezurraqueí, elaborado con la uva blanca alpujarreña.
Parador de Mojácar
Playa de Mojácar. 04638 Mojácar (Almería)
Tel.: 950 47 82 50 - Fax: 950 47 81 83
e-mail: mojacar@parador.es
Central de Reservas
Requena, 3. 28013 Madrid (España)
Tel.: 902 54 79 79 - Fax: 902 52 54 32
www.parador.es / e-mail: reservas@parador.es
Textos: Juan G. D’Atri y Miguel García Sánchez Dibujos: Fernando Aznar
MOJÁCAR Y SU PARADOR
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