". ' ,~ El ~ I ••••••••••••••••••••••• Novela Colombiana del Siglo XX ]. E DU ARDO ]ARAMILLO ,ZU LU AGA D ENI o U IVER ITY ©Biblioteca Nacional de Colombia • • • Sobre Uteratura Colombiana , • • • • • .................. . J.EDUARDO JARAMILLOZULUAGA Bogotá. Crítico y profesor de literatura colombiana en Denison University. Ha publicado numerosos ensayos sobre narrativa colombiana del siglo XIX y XX. Quiero comenzar por decir que esta es una ocasión muy especial para mi, porque en cierta forma indica un regreso, una especie de vuelta a los orígenes. En realidad, mi afición o mi inclinación por la investigación literaria comenzó en este mismo edificio, allá arriba, en el segundo piso, en la sala de investigadores, hace unos doce años, cuando escribía mi tesis sobre la novela de Eduardo Zalamea Borda, 4 años a bordo de mi mismo, y venía aquí por las tardes a hojear revistas y periódicos de los años 30. Pero además, la gran mayoría de los libros que voy a mencionar en esta charla, los leí en la misma sala de investigadores, hace unos cuatro años, cuando tomaba notas y más notas sin saber lo que quería hacer con ellas, sin saber que ya estaba sintiendo una gran curiosidad por conocer cómo había sido nuestra hisroria, la historia de nuestro país, aunque contada de otra manera, sin división en lecciones ni listas de presidentes ni necesidad de aprendérsela de memoría para el examen final. En realidad, mientras tomaba esas notas ni siquiera conocía la pregunta que yo quería hacerme y que le pedía a los libros que me ayudaran a responderla; después de todo, era una pregunta muy sencilla: ¿Cuál es el sistema o la economía de la expresión erótica en la novela colombiana? A esa pregunta quisiera que tanto ustedes como yo pudiéramos responder esta noche. Los escritores colombianos suelen quejarse con bastante frecuencia del espíritu conservador del país, de la presión que ejercía, hasta hace unos años, por lo menos, la tradición filológica del siglo XIX, la obsesión por escribir en un español correcto, el temor a cometer un gerundio inapropiado, todo lo que de una manera u otra han terminado por simbolizar intelectuales y humanistas de fines del siglo pasado y comienzos del XX como José María Marroquín, Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo y Marco Fidel Suárez. Esa queja de los escritores contemporáneos viene acompañada de una especie de vanagloria, la idea de que con ellos aparece por primera vez el erotismo en la novela colombiana, que son ellos los fundadores del erorismo en nuestra literatura. Hacia 1980, el crítico literario Jaime Mejía Duque escribió: • (f) o o La moderna literatura latinoamericana padece masivamente de este tic erótico que los pichone de novelista menores de treinta años también reciben sin beneficio de inventario, como ingrediente forzoso del "realismo" y de la "creatividad". Ríos de semen parecen cruzar en todas las direcciones la ficción latinoamericana de lo últimos 20 años. z (f) • 659 ©Biblioteca Nacional de Colombia Si estas palabras fueron escritas en 1980, lo más apropiado es suponer que la expresión erótica aparece en la novela colombiana al comienzo de los años sesenta y que antes de esa época debió existir una completa indiferencia o una especie de censura que cancelaba las palabras que se referían a los placeres del cuerpo. Sin embargo, al hojear cualquier novela del siglo XIX o de comienzos del siglo XX, se comprueba que la expresión de la sensualidad es una de las preocupaciones más frecuentes de los narradores de esa época. Lo que ocurre es que no expresaban esa sensualidad con los mismos recursos literarios que empleamos hoy en día. Eso es obvio: estos escritores componían sus obras dentro de una economía de la expresión que nosotros ya no compartimos, empleaban una retórica de la cual quedan todavía algunos rezagos y que se podría describir como un sistema de limitaciones y libertades, de prohibiciones y permisiones, una retórica de lo "apropiado", una retórica del decoro. Con el fin de definir la retórica del decoro, veamos primero algunos de los recursos literarios que estos escritores emplearon para no decir cuerpo. • o o z El primero de ellos, el más sobresaliente, es la metáfora de la naturaleza. Con una perseverancia que el lector contemporáneo considera ingenua o irritante, el principio del decoro vigila la imaginación de los escrirores románticos y allí donde pudieran describir el encuentro físico de los amantes, encontramos una flor, un jardín o un paisaje magnífico. El acierto de una novela como María -digamos, su cualidad más exasperante- es la manera en que la naturaleza substituye el cuerpo de la muchacha, hurtándolo ante nuestros ojos y aplazándolo para siempre. Desde su publicación en 1867 y por más de medio siglo, María se convirtió en un modelo narrativo difícil de superar en Colombia. Muchas páginas de la época sucumbieron en el intento de imitar la vehemencia con que Isaacs describió la naturaleza exuberante del río Dagua o la imagen idílica de la muchacha que, sentada a la orilla del río una tibia tarde del mes de julio, lloró de pena al escuchar un poema de Chateaubriand. Escritores de principio de siglo como Lorenzo Marroquín, José María Rivas Groot y Emilio Cuervo Márquez no escaparon a este hechizo. El entusiasmo con que Marroquín y Rivas Groot describen a la heroína de Pax (1907), la prisa con que la convierten en un emblema de juventud, e incluso el paisaje vespertino que les sirve de fondo, revelan de inmediato el modelo de Isaacs: ¡Que hermosa estalxL Dolares esa tarde! Era la juventud misma, la juventud en flor. En las orillas del río, recordando su niñez, había arrancado gajos de flores silvestres, de esas flores sin nombre que alegran las soledades y, sin espejo, sin reminiscencia de la moda, las había enredado en su cabellera abundantísima. Con su atavío sencillo, en ese tocado extraño y libre, su hermosura armonizaba deliciosamente con la hermosura de la naturaleza. Otro de los recursos más frecuentes del decoro es el sobreentendido y el eufemismo. Es un recurso encantador (si me permiten la expresión), encantador en su ingenuidad, y que ha caído en desgracia desde el momento en que Gabriel García Márquez reunió en Cien años de soledad todos los eufemismos, perífrasis y sobreentendidos que Fernanda del Carpio empleaba en su comunicación con los médicos invisibles. El siguiente ejemplo pertenece aLlí, una novela de Cuervo Márquez escrita en 1923, que narra el amor de una muchacha por un escritor de edad madura que padece el mal del siglo. El escritor parte para Europa - donde eventualmente morirá - y Lilí se casa con un joven de su misma edad y clase social. Después de la boda, Lilí y su marido emprenden un largo viaje antes de llegar hasta la hacienda donde pasarán su luna de miel. A lo largo del viaje, entre dos adverbios, entre un "ya" y un "todavía" ocurre algo importante: ( ... ) su marido, su novio todavía, la había conducido, después de hacerla cambiar su blanco traje de novia por sencillo traje sastre, al cupé que esperaba en la puerta. Luego había seguido una carrera vertiginosa en el corn{xlrtimient reserwdo de un wgón de ferrocarril, al través de los campos . Después, amazona en un hermoso alazán, escoltada por su marido - es decir que la ingenua y traviesa Lilí tenía ya un marido! - JxJr el pintoresco ( ... ) camino había llegado a la quinta ... (subrayado mío) El tercer recurso consiste en los cambios abruptos de focalización. En ocasiones, el escritor de comienzo de siglo aplaza la descripción de un cuerpo erótico o la unión física de los amantes, y en el momento en que esa unión parece inminente, introduce una imagen visual o auditiva que está completamente fuera de lugar. Entre 1901 y 1903, Jacinto Albarracín publicó dos novelas, Almíbar y Castidad ...? La primera de ellas refiere el triste destino de Elvia Eterna, hija de un varón aristocrático de Bogotá que decide casarla con el millonario Loreto • 660 ©Biblioteca Nacional de Colombia f\'tEl() LJese yel DecorO para recuperar su fortuna; lasegunda novela presenta a Elvia Eterna decidida a conservar a toda costa su virginidad y resistiendo el triple asedio de su maria, del joven seductor Carlos Pérgano y de un escultor y pintor que se llama Nacianceno. En la siguiente escena, Loreto entra por accidente en la habitación donde Elvia Eterna se está cambiando de traje; y contra lo que todos esperamos, el narradorno "enfoca" elcuerpode la muchacha, sino los ojos del desdichado Loreto, que hasta ahorano ha podido poseer a su mujer. Dice AÍbarracín en su novela: ( ... ) aquel remolinear de faldas, encajes y englobadó rodó sobre la fina y gruesa alfombra, y Loreto, embobado así, con la boca abierta que ni le permitía una sonrisa de dichoso, cumplido su deseo tanto tiempo esperado, con los ojos agrandados por ver tras el ropaje que la ceñía todavía por muchas telas el cuerpo (de) su esposa ( ... ) (Castidad .. . ?, ) Existen otros dos recursos de la retórica del decoro que vale la pena mencionar, aunque sea de pasada: las estelas de puntos suspensivos y las noticias mitológicas. En Inocencia (1903) de Francisco de Paula Rendón se relata la manera en que la viuda Jacinta termina casándose con Angel, el muchacho que su pobre hij a Inocencia amaba en secreto. El siguiente es el episodio en que Angel y Jacinta se internan en los campos de la hacienda "El Querido" para recoger la cosecha de maíz: (Angel) desprende la mazorca que persigue, mordiéndose los labios y cerrando los ojos, se vuelve ligero para tirarla a la jícara que Jacinta presenta desde alxJjo, echando atrás aquel busto de Ceres encendida y agitada, anhelante la respiración y fulgosa la pupila ... Tiembla Angel. .. Pierde el equilibrio ... ................................................ ( .. .) Recoge Jacinta la mazorca que rodó por allá y regresan a la casa; ella corrw Lycenta, satisfecha; él, corrw DafrUs, encantado. • o La comparación de Jacinta con Lycenta y de Angel con Dafnis no tiene por objeto enaltecer el cuerpo de los amantes, sino ocultarlo. Como las metáforas de la naturaleza, los eufemismos y otros elementos que conforman la retórica del decoro, estas noticias mitológicas no son inocentes adornos de estilo; son indicios de un lenguaje cancelado. o z • 661 ©Biblioteca Nacional de Colombia .... Durante mucho tiempo no hubo manera de saber que algo permanecía oculto en la narrativa colombiana. Todavía en los años veinte el principio del decoro podía mantener con suficiente convicción la idea de su propia invisibilidad, la idea de que lo dicho no era enemigo de lo decible y de que, en fin, el sistema de restricciones que lo componían hacía parte de un modo natural de proceder o de expresarse. En los años treinta, sin embargo' las discusiones acerca de las palabras que podían decirse (o escribirse) se hicieron más frecuentes y el principio del decoro terminó por enseñar el sistema de sus restricciones, de sus prohibiciones. En 1929, por ejemplo, Dionisio Arango Vélez publicó El inocente, una novela que advertía al joven bogotano sobre los peligros que le aguardaban en las calles de la ciudad. En una de las páginas de la novela, cuando intenta describir a un personaje, dice: Era este el tipo del vividero, el tipo del. .. No nos atrevemos a estampar ese vocablo, pues es de aquellos que llevan en sí como una perenne maldición. Son los judíos errantes del vocabulario, obligados siempre a peregrinar de labio en labio, sin encontrar jamás un pedazo de papel en donde dormir y reposar de la fatiga. Esos vocablos, nacidos entre el fango, viven por la tradición, gracias a la potencia con que expresan un concepto o conjunto de conceptos; pero la vulgaridad y la grosería que los acompaña, impide que se escriban. (subrayado mío) • o z U) Cuando Efraín recuerda con entusiasmo "las mujeres hermosas de Bogotá" (Maro, 16), o cuando, en La vorágine, Arturo Cova se limita a decir que, después del abrazo de Zoraida A yram, "lo demás fue de cuenta (suya)" (La vorágine, 1924,252), no hay una palabra de más que llame la atención sobre aquello que se calla y, por tanto, no se puede afirmar que el acto de decir o no decir sea un dilema para el escritor. En el momento en que Arango V élez escribe su novela, esta situación ha cambiado por completo: el autor hace tanto alarde de su silencio que éste ya no puede considerarse un silencio discreto; al contrario, el énfasis que pone en sus palabras acaba por publicitar aquello mismo que quiere callar. El decoro ha dejado de ser un supuesto indiscutible y compartido por todos, para convertirse en un asunto que no se atina a defender con claridad.Los escri tores de esta época no saben cómo enmudecer las palabras que se refieren a la sexualidad, ni cómo urgir el silencio sin producir el escándalo. • 662 ©Biblioteca Nacional de Colombia En los años treinta, cuando las ciudades colombianas crecen de una manera vertiginosa, la retórica del decoro pierde el control que ejercía sobre la expresión literaria; al mismo tiempo y como consecuencia inmediata de este fenómeno, la literatura comienza a abandonar la posición central que antes ocupaba en el marco de la cultura y se aleja de los principios de corrección que habían establecido los humanistas del siglo XIX y de principios del XX. Ese desplazamiento de la literatura es todavía incipiente, lento y poco claro; aparece en obras como 4 años abordo de mí misrrw, la novela que Eduardo Zalamea Borda escribió en 1932; o como una tesis de derecho presentada a la universidad de Cartagena en 1930, escrita por un estudiante que se apellidaba Romero Aguirre y cuyas páginas conservan todavía el sabor de un manifiesto. Hemos de iniciar - decía - la muerte definitiva del miedo a las palabras; aceptaríamos el remilgo, a cambio de borrar del idioma las palabras aludidas; de destruir en la anatomía humana las cosas por ellas entrañadas que son fundamentales de la misma (...) rompamos la conspiración de silencio que se quiere hacer a las relaciones sexuales, y sobre la psicología de ellas, pronunciemos el Fiat Luz, o el grito de Goethe en su agonÚl: "es deber del siglo". (Romero Aguirre, 29) Como todas las proclamas, las palabras de Romero Aguirre proponen una ruptura con el pasado y la instauración de una nueva época. Como todas las proclamas, sus consecuencias fueron mucho más humildes y se limitaron a proponer un mayor énfasis para ciertos aspectos de la expresión literaria que ya existían. En efecto, en ese amplio sistema que conforma la retórica del decoro, existía también un conjunto de lugares narrativos que permitían decir o sugerir el cuerpo erótico. Vaya mencionar cuatro de esos recursos. El primero de ellos es el vestido. Por lo general, Cuando aparece un personaje femenino, el narrador describe con detalle su vestido; pero esa descripción no es inocente, funciona como una metonimia, como un desplazamiento de la mirada narrativa ( es decir, de la focalización) que va del vestido hacia aquello que el vestido deja ver. Los ejemplos son incontables: "(Orphaestaba) vestida con ligera túnica que le ceñían el apretado seno y que resbalando por las líneas de las caderas le caía hasta los tobillos, dejando ver los pies finos y pequeños". (Cuervo Márquez, Phinées, 1909,7) "Al empinarse (Elvira) y levantar los brazos hacia la jaula, su falda, inocentemente alzada, mostraba arriba de las rodillas la iniciación de la suave línea de sus formas."(Ayernadamás~ 1930,110). El segundo lugar narrativo en el que es posible mencionar el cuerpo erótico es el baile, y así como el traje, el baile puede considerarse como un desplazamiento metonímico, un desplazamiento de la mirada narrativa, Vaya citar una de las descripciones más atrevidas que se puedan encontrar en la literatura de esta época. Pertenece a la novela Rizaralda (1935) de Bernardo Arias T rujillo: Juancho comienza amover todo el cuerpo como un medium en trance y Rita lo hace con más sensualidad aún, como si estuviera gozando la sensación del orgasmo. Mueve las caderas con un ritmo de más porque el baile es costanero, y se va acercando, con los pies resbalados contra el suelo, ceñidas las caderas y todo el cuerpo en movimiento. Ella se menea como ofreciéndose en goce, como urgiendo ávidamente la posesión. El, a su tumo, trémulo de apetito, se mueve con ese moverse alebestrado del macho cabrío que no da espera. Al fin se ayuntan; se besan, se aprietan, se huelen, se anudan, se entrepiernan voluptuosamente, fingiendo el rito del entrevero sexual. La osadía de líneas como ésta no sólo está permitida por el hecho de tratarse de una danza, es decir, de un acto que no es el acto sexual sino que imita o finge el acto sexual. Hay otra razón que permite este atrevimiento, y es el hecho de que los bailarines son los seres más marginados para la cultura de esa época; se trata de negros cimarrones que viven en medio de la selva, en una pueblo perdido que se llama Sopinga. El cuerpo erótico que aparece con alguna explicitez en la novela colombiana es el cuerpo de las esclavas negras, de las indias, de las campesinas, de la servidumbre. La retórica del decoro les cede el paso con más facilidad porque en ellos no hay un honor qué defender: son cuerpos anónimos en los que el placer masculino busca su propia satisfacción, olvidado el deber de prolongar un nombre o una dinastía. • o o Quiero terminar este bosquejo de la retórica del decoro con la mención de un aspecto que podría considerarse, siguiendo a Michel Foucault, como su punto de herej fa, es decir, ese aspecto fundamental de la retórica del decoro que, al mismo tiempo que es fundamental, la niega, la contradice. Me refiero al escritor mismo, a la imagen del artista o del poeta en la literatura z U) • 663 ©Biblioteca Nacional de Colombia ' ,' • de esta época. Novelas como De sobremesa (l887~ 1896),4 años a bardo de mímismo (1932) y aún novelas tan tardías como Babel ( 1944 ) erigieron como protago~ nista de su historia un personaje que tenía los rasgos de un artista. Denunciaron la incomprensión que este artista sufría, lo exaltaron a la categoría de héroe y de mártir, y defendieron con entusiasmo su derecho a la sensibilidad. Lo describieron como un coleccionista de experiencias, como un ser de vértigo que agotaba todas las posibilidades que le ofrecía la vida. Por este motivo considero a estas tres novelas como novelas heterodoxas. Todas ellas respetaban la retórica del decoro, pero desarrollaban su relato en el punto más débil de esa retórica, en el punto que contradecía a esa retórica. Tal vez sea ésta una de las razones para que a estas novelas se les haya asignado un lugar secundario en el canon de la novela colombiana. Babel ha sido olvidada, 4 años a bardo de mi mismo ha recibido alguna celebridad desde que Gabriel García Márquez consideró a Zalamea Bor~ da como su descubridor, De sobremesa ha tenido la suerte de haber sido escrita por el mismo autor de "El noctur~ no". Pero ninguna de ellas se sostiene sola, ninguna de ellas posee esa condición milagrosa que el canon suele atribuirle a las obras de su predilección, a Maná, a La vorágine, a Cien años de soledad. (Vaya suspender aquí la descripción de las novelas heterodoxas que he venido estudiando desde hace algún tiempo y vaya describir rápidamente la disolución de la retórica del decoro, el momento enque esa retórica se disuelve. Hasta ahora he hablado de dos momentos de esa retórica. En el primero es considerada como algo "natural", es "invisible"; En el segundo momento, hacia los años 30, resultan más frecuentes las discusiones acerca de las palabras que pueden o no pueden decirse . (f) o z (f) Un camino más bien trágico llevó a la novela colombiana a desmadejar esa conspiración de silencio de que hablaba Romero Aguirre. En los años de la Violencia las palabras desbordaron por fin el cauce que les había asignado la retórica del decoro al tiempo que ellas mismas ~ las palabras ~ eran desbordadas por la prolij idad de una realidad aterradora e incomunicable. En esa tierra de nadie, entre la realidad y el decoro, los escritores colombianos se sintieron obligados a conside~ rar o reconsiderar las palabras que dicen el cuerpo. Algunos de ellos entendieron esa necesidad en térmi~ nos del viejo naturalismo (Daniel Caicedo, José Anto~ nio Lizarazo, E velio Salazar); otros, en cambio, prefirie~ ron un estilo más sobrio, una mayor economía del detalle que realzara el efecto dramático (Gabriel García Márquez, Alvaro Cepeda Samudio, Arturo Echeverri Mejía). Novelas de la Violencia como La hojarasca ( 1955), El coronel no tiene quien le escriba ( 1961 ), La casa grande (1962) y Bajo Cauca (1964) proponen nuevas estrategias de verosimilitud, nuevas maneras de enten~ der la relación de las palabras y los cuerpos. Así por ejemplo, en La casa grande el encuentro erótico de la Hermana y el Padre se narra de una manera contenida e imperturbable, los movimientos de la Hermana son exactos, puntuales, y están dominados por una indife~ rencia mecánica: "La muchacha, con las dos manos, se levanta el lado izquierdo de la combinación descubrien~ do toda la pierna hasta la cintura y sin mirar, con dedos hábiles y seguros, comienza a desatar el nudo de tira que le sujeta la jareta de los pantalones también de percal rosado". (76) Ahora bien, quien reflexiona en esta época más explícitamente acerca de la representación erótica no es un novelista, sino un ensayista y un poeta: Jorge Gaitán Durán. Lo que obsesiona a Gaitán Durán es la condi~ ción verbal del poema o del relato, es decir, el hecho de que las palabras (y sólo las palabras) son la materia de trabajo del escritor, y que la verdad, la única verdad que puede comunicar, está referida al momento en que escribe o es leído. Lo demás, lo real, la plenitud del cuerpo en su gozo y todo cuanto de algún modo intenta capturar empleando los mil recursos de la verosimilitud, adquiere una naturaleza tantálica, permanece un palmo más allá, tan lejos (y tan cerca) de las palabras como el blanco al que nunca llega la flecha de Zenón. Un día de mayo de 1959, Gaitán Duran reúne en sus notas de viaje algunos apuntes tomados de Bataille y dos o tres recuer~ dos de Betina: SóIQ puede uno saber la intensidad de tales meteoros si ha tenido la experiencia; sólo puede aducir su propio combate contra la soledad y las Parcas. Recurro entonces - no por exhibicionismo, sino por un cuidado de verdad, sin cuyos rigores mi exploración cesaría brutalmente - a la noche que pasé en Madrid, en el Hotel Emperador, con Berina, al cabo de la cual - al cabo de cincoorgasmos-ellasusurraba:Nunca nadie me ha hecho sentir tanto. Habíamos vivido un instante único, hurtado a dioses implacables . • 664 ©Biblioteca Nacional de Colombia El valor de la afirmación erótica reside en nuestra personal historia; pero ¿cómo insertar ahora, cuando escribo, aqueUa irreductible experiencia•.. ? . Tanto en sus ensayos como en sus poemas y sus notas de viaje, aquello que obsesiona a Gaitán Durán es esa experiencia irreductible, la imposibilidad de con, fundir el cuerpo y las palabras en una sola materia, en un solo instante. El 12 de octubre de 1959, a bordo del Jaime II, recuerda los días que ha compartido en Ibiza con Betina. "Soy - anota en su diario - mientras sienta contra mí este caliente cuerpo dorado" (307), ¿Y mientras escribe? Sus poemas, sus párrafos más lúcidos consisten en una poética del erotismo que es a un tiempo entusiasta y resignada, la convicción de que las palabras son una "espejo inútil" (139) desde el cual el poeta, como un voyeur paralizado, grita o murmura su inacabable deseo. Desde los años sesenta, la novela colombiana ha historiado o fabulado esta aporía de Gaitán Durán: la naturaleza tantálica del deseo. Al preguntarse acerca de las palabras y los cuerpos, los escritores contemporáneos han formulado a veces una ética del erotismo, una escrupulosa sensorialidad, una particular concepción del lenguaje y un lugar para la literatura en el marco más amplio de la cultura de nuestros días. 1.Una Etica del Erotismo. El mismo año de su muerte, en 1962, Jorge Gaitán Durán concluye un ensayo en el que encierra el círculo de sus obsesiones y al que titula "El libertino y la revolución" . Tres años más tarde Alvaro Mutis lee en la UNAM dos conferencias sobre "La desesperanza" que exponen de forma razonada su pensamiento poético. Ambos textos conciben un mundo sin absolutos y atravesado por el discurso errático del deseo dominado por la anomia, el absurdo y el esplendor del erotismo. Tal es la tesis que promueve Mutis en su novela La mansión de la Araucaíma (1973). • o Levantada a la orilla del mundo, la manslon hospeda seres inusitados: un soldado, un pederasta, un aviador, un fraile, un haitiano y una matrona sensual (la Machiche) en cuyo cuerpo se conciertan los deseos eróticos de los otros personajes. En esa mansión, Angela, una muchacha que llega allí por accidente, experimen, ta una iniciación sexual en la que se pueden distinguir tres etapas: al principio una aguda conciencia de sí a z • 665 ©Biblioteca Nacional de Colombia misma entorpece sus placeres: "se sentía - dice el narrador - extraña y ajena a sí misma en el momento de gozar y, en ciertas ocasiones, llegaba a desdoblarse en forma tan completa que se observaba gimiendo en los estertores del placer y sentía por ese ser convulso una cansada y total indiferencia" (145). En una segunda instancia, introducida en la mansión por el guardián y convertida en amante fugaz del piloto y del fraile, la muchacha visita al sirviente en cuyos brazos "no logró desdoblarse como era su costumbre (y) se lanzó de lleno al torbellino de los sentidos satisfechos" (148). Por último, seducida por la Machiche, se convierte en "presa de un inagotable deseo siempre presente y sugerido por cada objeto, por cada incidente de su vida cotidiana" (156). 2. Una Conciencia del Propio Cuerpo. • Cf) o ;z Cf) Ajeno al fasto con que otros escritores anuncian el esplendor del erotismo, Héctor Rojas Herazo ha elegido contar la historia del cuerpo vivido cotidianamente. Es una historia anterior al tiempo, el sueño periódicamente renovado de llevar un diario de los cinco sentidos, de registrar con rigurosa minuciosidad sensaciones o intuiciones que todavía no se organizan en una narración o en un destino. Desde ResPirando el verano (1962) hasta Cecilia se pudre (1986), sus páginas evocan detalles, breves noticias, pequeñas cosas, toda esa menuda sabiduría de las epifanías fugaces que no alcanza a formar una doctrina coherente y cerrada sobre si misma. Vaya dar un ejemplo que ilustra con minuciosidad ese diario de los cinco sentidos, una percepción visual, enriquecida por la imaginación. Hacia el final de su última novela, los ojos (del personaje) se vuelven hacia un grupo de revistas que descansan sobre la escalera polvorienta y en la portada de ellas ven la figura de una muchacha de labios entreabiertos. Al comienzo de mi cita, el personaje imagina a la muchacha entregándose a multitud de hombres; al final, reflexiona sobre su propia condición de solitario. La muchacha, dice entonces, Sería. conducida ante el gran chulo , ante el imponente cabrón--madre de muhicirculante falo de llamas. Dejaría que él se intrcxlujera, absolutamente talo él, parsu enwselinado firibitilo hastasentirque, saliéndole par la boca, le dejaba un sabor a noche estrellada con glándulas de vinagre y almJbar ( .. .) Pero y yo , entonces, ¿yo qué saco de esta movida? Pues nada, grandísimo, pelotudo. Simplemente te quedarás sin nada, concibiendo puras corrientisimas y ridículas necedades, pues ni siquiera tienes buenos sesos para estas imagino masturbotonterías. (791) 3. Una Concepción del Lenguaje A diferencia de Rojas Herazo, la obra de MorenoDurán ha expresado el cuerpo erótico con medios que deben menos a la sensorialidad que a la cultura. Así por ejemplo, un personaje de Juego de damas (1978) al explicar su habilidad amatoria, "Decía que en aquella época de impericia hacía el amor como si fuera la novela que definen las más intransigentes preceptivas, esto es: a) con exposición, b) con apretado nudo yc) con lento desenlace. Pero en Suiza todo esto quedó atrás y el acto de amor, rápidamente conquistó deliciosos parámetros de complejidad creciente" (95). En El toque de Diana (1981) los amantes se unen siguiendo un proceso gramatical que comienza con las Condicionales, pasa luego por las Concesivas y termina, "como está mandado, (con) las Copulativas" (19). Por último, en Metropoli~ tanas (1986), una profesora de literatura descubre que, en brazos de su amante, se transforma en una página donde la escritura es un goce" (91). 4. Una Literatura Marginal. No siempre el lenguaje del deseo se refiere al cuerpo del otro. A veces también puede volverse sobre el propio cuerpo, menos para hacer un inventario de sus percepciones sensoriales, que para reclamar el lugar que le corresponde en la cultura de la sexualidad. Cuando Ana González, un personaje de Cola de Zorro (1970),de Fanny Buitrago, se examina con minuciosidad frente al espejo, sus ojos comprueban resignadamente que parece apenas "una mala portada de Vague" (67). Esta desarticulación del lenguaje del deseo es recurrente en las novelas de escritora. En Misiá señora (1982) de Albalucía Angel, por ejemplo, la protagonista recuerda su noche de bodas como un asedio: "( ... ) pero él que no, que ésta es labor del novio, volviendo hilangos las enaguas, rompiendo los botones, te adoro, estás muy linda, frotándose, mordiéndola, y ella quería decir espera un poco, pero no se atrevía porque esperar a qué ( ... )" (136). El abrazo de los amantes no siempre simboliza esa unión que anhela el lenguaje del deseo; también puede • 666 ©Biblioteca Nacional de Colombia ser un lugar de desencuentros. En cualquier caso, ya sea que un narrador imagine un cuerpo al que atribuye las palabras más deseables o, como en las novelas de escritora, que diga su derecho a un poco más de espacio para el propio cuerpo, sólo en el momento en que nuestra literatura se desplaza hacia una posición marginal en el marco de la cultura, desborda la aporía que paralizaba a Gaitán Durán. La literatura bien puede entenderse como un lenguaje en que decimos nuestro deseo, pero también es el espacio en que imaginamos cómo es el deseo de los otros. CONCLUSION La historia de las palabras con que nuestros escritores han dicho el cuerpo erótico, es una historia poblada de discontinuidades. Durante largos años que los manuales literarios entretienden con el colorido de los grupos y las generaciones, el vasto sistema del decoro cubre las posibilidades de la expresión erótica, lo que se dice y lo que no se dice: el sistema metafórico de la naturaleza, los sobreentendidos y eufemismos, los cambios abruptos de focalización, las estelas de puntos suspensivos, las noticias mitológicas, etc. Sólo a mediados del siglo, al comenzar la época de la Violencia, la hegemonía del decoro se resquebraja de modo dramático.No importa si hay entonces autores que recurren a los preceptos de la escuela naturalista o asimilan ciertas novedades literarias del extranjero; lo fundamental es que sus obras se desvinculan de las exigencias del decoro e introducen, de manera generalizada, la problemática de la representación y la concepción de la literatura como lenguaje del deseo. En los años cincuenta Jorge Gaitán Durán es uno de los escritores colombianos que reflexiona más profundamente acerca del erotismo y la literatura. Algunas de las ideas que aparecen en su ensayo "El libertino y la revolución" pueden servir de base para enunciar, menos que una tipología, la problemática del erotismo que aparece en las novelas de las décadas siguientes: la ética del cuerpo erótico, el diario de la sensorialidad, la utopía que reúne el cuerpo y las palabras. Sólo hasta hace pocos años, cuando se ha advertido de manera amplia que la novela es un lenguaje habitado de voces incontables, ha llegado a entreverse una comprensión del erotismo que Gaitan Durán no podía sospechar y que consiste en una polifonía de deseos que se cruzan, se atraviesan, y en todas direcciones dejan señas fugaces sobre la piel de un lenguaje que OBRAS OTADAS Albarracín, Jacinto. AlmWar. Bogotá: La Luz, 1901. - . Castidad ••. ? Bogotá: El Ciclón, 1903. Alvarez Lleras, Antonio. Ayer nada más •.• París: Le livre Libre, 1930 Angel, Albalucía. Misiá señora. Barcelona: Argos Vergara, 1982. Arango Vélez, Dionisio. El inocente. Bogotá: Minerva, 1929. Ardila Casmijtana, Jaime. Babel. Buenos Aires: Calomino, 1943. Arias Trujillo, Bernardo, Rizaralda. Medellín: Bedout,1963 . Buitrago, Fanny. Cola de zorro. Bogotá: Tercer Mundo, 1970 Caicedo Daniel. Viento seco. Buenos Aires: Nuestra América, 1954. Cepeda Samudio, Alvaro. La casa grande (1962) . Buenos Aires: Jorge Alvarez, 1967. Cuervo Márquez, Emilio. Phinées. Bogotá: Luz, 1909. Echeverri Mej ía, Arturo. Novelas. Prólogo de Alberto Aguirre. Bogotá: Colcultura, 1981. Gaitán Durán, Jorge. Obra üteraria. Bogotá: Colcultura, 1975. García Márquez Gabriel. Cien años de soledad ( 1967). Barcelona: Austral, 1985. lsaacs, Jorge. María (1867). México: POITÚa, 1978. Marroquín, Lorenzo y José María Rivas Groot. Pax (1907) . Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1946. Moreno-Durán, R.H. Juego de damas. 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