Los miserables de la tierra, del mar y del cielo ay una nación que no figura en ningún mapa y que no tiene ni nombre ni idioma ni religión ni leyes. Está gobernada por desconocidos y nadie la reconoce. Sus gentes no nacieron en el mismo lugar ni se conocen entre sí, pero están unidas más que ninguna otra nación. Son muy trabajadores y enriquecen al primer mundo y también al segundo y al tercero. A todos les viene bien su trabajo, pero nadie los quiere ver. Todos sospechan de ellos, aun si no tienen armas de destrucción de masas ni dictador a quien derrocar. Es una nación con necesidad de mejor vida, de democracia y libertad, pero están esas cosas. Su población quintuplica la de España, equivale a casi la mitad de la toda la Unión Europea y representa a dos tercios de toda la región árabe. Es la nación de los emigrantes. Gracias a las cámaras, los reportajes, el descenso de la natalidad, el aumento de la expectativa de vida, el envejecimiento de la población, la insuficiencia de los fondos de seguridad social y pensiones, las ventajas de la mano de obra barata, la conveniencia de sus contribuciones, así como el miedo a lo desconocido y la psicosis de la guerra contra el terrorismo, etc., el mundo fue poco a poco interesándose por ellos. H l propio secretario general de la ONU, Kofi Annan, llegó a presentar a primeros de junio, un informe de 90 páginas sobre ellos. También propuso un foro mundial para intercambiar opiniones, discutir las políticas más adecuadas al respecto y examinar la relación entre ellos y el desarrollo internacional. Viene a decir el informe que, hace un año, el número de emigrantes fue de 191 millones, de los cuales 115 millones se dirigieron a países desarrollados y 70 millones a naciones en desarrollo. Y que Europa recibió el 34% de todos ellos, América del Norte el 23%, Asia el 28%, África el 9% y Oceanía otro 3%. Y también que las tres cuartas partes de los emigrantes viven en sólo 28 países y que su número representa hasta el 20% de la población de 41 naciones. Y que la mitad de ellos han recibido educación; que la mitad son mujeres; que sus remesas totalizaron unos 200.000 millones de euros en 2005, etc. BAHER KAMAL Periodista español de origen egipcio, consejero del director general de IPS para Oriente Medio. Escribe para medios españoles, árabes y latinoamericanos. Algunos mueren y sus cadáveres flotan o son devorados. Otros sobreviven y consiguen llegar a Europa, a través de alguna isla española, italiana, griega o la misma Malta. Pero no acaba ahí su infernal travesía. Ahí son retenidos por las autoridades que, tras prestarles atención sanitaria y humana, proceden a repatriarlos en virtud de acuerdos entre países importadores y exportadores de emigrantes que incluyen, entre otros, una serie de incentivos económicos y ayuda al desarrollo para “fijarles” en sus tierras de origen. Es entonces cuando su infernal travesía continúa en el cielo, sobre todo cuando, contrariamente a lo se les dice, el avión que les carga aterriza, de nuevo, en el punto del mundo desde donde lo emprendieron. Todo esto está muy bien y es hasta útil. Pero hay muchas cosas que las estadísticas no revelan. Por ejemplo, que la travesía de los miles de africanos que se dirigen a Europa huyendo de la miseria suele empezar por tierra hasta alcanzar las costas de África occidental. Ahí donde son cargados en cantidades excesivas a bordo de embarcaciones pequeñas, pateras o cayucos en cuya construcción se tarda menos de una semana, con un coste de 6.000 euros, de los que comerciantes en emigrantes suelen sacar beneficios de entre 30.000 y 40.000 euros por travesía. A veces son cargados en barcos grandes, viejos y averiados, alquilados o adquiridos por los comerciantes de la emigración en la llamada “playa de los esqueletos” en Namibia, donde se n otras latitudes del mundo, como en América del Norte, se registra un fenómeno no menos doloroso, el de los llamados “espaldas acumulan naves ya incapaces de navegar, para su desguace. La travesía suele entonces seguir por mar. Al ser cada vez más largas las distancias que deben recorrer para burlar las patrullas, son almacenados en alguna costa africana hasta que las condiciones de la mar les permiten navegar. También hay buques pesqueros que, a cambio de una comisión por cabeza, se lucran arrastrando sus frágiles embarcaciones hasta algún punto cercano. Buques que tampoco corren riesgo; basta soltarles en medio de mar en el momento en que se acerca alguna patrulla de vigilancia. mojadas”, quienes, bajo el solo ardiente, son utilizados a cambio de un pequeño puñado de dólares para recoger las cosechas. Cosechas que consume una población que no les desea o incluso repudia, tanto que algunos llegan a practicar contra ellos técnicas propias de los Ku Klux Klan. Un país cuya administración construye ahora muros de contención contra ellos. ¿Hasta cuándo continuarán los miserables en tierra, mar y cielo soñando con el paraíso que creen que encontrarán en el mundo… desarrollado? E E Foto: JESÚS MAQUEDA Diálogo Mediterráneo 41 11