95 LATERCERA Sábado 18 de octubre de 2014 Hamlet Sociedad Cultura N o vale la pena extenderse demasiado en algo que rezuma lógica: si de traducir alguna obra de un poeta se trata, nadie está mejor preparado para hacerlo que otro poeta. Ahora, si el traducido es nada menos que Shakespeare, no basta con haber escrito y publicado cientos de versos para cumplir con decencia el desafío. De hecho, sólo un ejecutor muy preparado podrá captar las innumerables sutilezas del lenguaje shakesperiano y trasladarlas a otra lengua. Años atrás, Nicanor Parra triunfó con una chilenísima y espectacular traducción de El Rey Lear. Y ahora, valiéndose del talento y del buen oído que lo distinguen, Raúl Zurita nos entrega su versión de Hamlet. Tampoco me alargaré mucho en otra obviedad: lo importante que es leer a Shakespeare en nuestra lengua, la lengua chilena, y no en esas traducciones españolas que le pueden arruinar a uno la experiencia de por vida. Aquí reside el primer gran mérito de la presente traducción: victoriosa sobre las complicaciones que impone la forma, la versión de Zurita, sin fallarle en lo más mínimo al original, consigue que Shakespeare William Shakespeare/ Traducción de Raúl Zurita. Ediciones Tácitas 141 págs. CRITICA DE LIBROS Ser o no ser Juan Manuel Vial Crítico literario La magnífica traducción de Hamlet que emprendió Raúl Zurita nos deja en una posición privilegiada: primero a través de Parra y ahora por medio de Zurita, Shakespeare le habla directamente al lector chileno. nos hable con una admirable familiaridad y con una insospechada cercanía. El drama de Hamlet, príncipe de Dinamarca, se resume en las siguientes palabras de Horacio, su leal amigo, quien al final de la obra se verá obligado a relatar todo lo que aconteció con anterioridad: “Me oirán hablar de actos contra natura, sangrientos y monstruosos, de sospechas infundadas, de muertes fortuitas y de atroces sentencias que cayeron sobre sus propios autores”. La tragedia comienza a urdirse cuando Claudio mata a su hermano, el rey de Dinamarca, y se casa luego con Gertrudis, la mujer del muerto, madre de Hamlet y cómplice del asesino. La horrenda confabulación jamás se habría desvelado si es que el espíritu del rey asesinado no le hubiese comunicado la verdad a Hamlet, conminándolo a cobrar venganza. Por el otro lado, la hipocresía con que Claudio se dirige al príncipe es francamente memorable: “Contente entonces y ponle fin a tu quebranto, que seguir sufriendo por lo inmodificable no es amor filial sino obcecación e impiedad. Es soberbia, terquedad de alma y cortas luces rebelarse contra las sagradas leyes de la Providencia y seguir llorando sin descanso el recuerdo de nuestros muertos”. El fantasma del rey se expresa con una voz guiada por pasiones eminentemente humanas. Refiriéndose a Gertrudis, afirma que “yo fui aborrecido y se rindió a aquel pobre maricón maldito que no me llega ni al talón de mi bota”. Y al momento de soltarle los pormenores de su asesinato a Hamlet, ocupa un lenguaje que todos reconocemos: “Pero ya siento la proximidad del amanecer, así que te la haré corta”. Hamlet, tras oír el relato del espectro, tampoco se queda corto en palabrotas, al manifestar el desprecio que siente hacia su madre y su tío: “¡Calaña de mujer, la más criminal, la más puta! ¡Maldito rastrero, adulón (...)!”. Personajes importantes son la familia que conforman Polonio, Ofelia y Laertes, a quienes el destino también les guarda finales trágicos. El primero, que es el padre de los otros dos, será quien cumpla el rol de lambiscón del usurpador del trono. Su castigo lo recibirá de parte de Hamlet. La segunda, de la que al principio Hamlet se ha enamorado, morirá virgen y demente, mientras que Laertes pagará caro el haber aceptado formar parte en la última conspiración fraguada por Claudio. En esta obra, que ciertamente es terrible, Shakespeare a la vez se da maña para reírse de varios asuntos relevantes, como la muerte o la locura (real o fingida). Y si bien es un cliché acertado pregonar la inmortalidad de Shakespeare o declararlo el inventor de la naturaleza humana, es imposible soslayar, al respecto, la misteriosa actualidad de sus escritos. En este caso es Claudio el que paradójicamente nos hace reparar en asuntos muy propios de nuestra cotidianidad: “En esta tierra corrupta es común que la mano criminal tuerza con oro el curso de la justicia y corrompa con los mismos bienes mal habidos la integridad de las leyes”.