Mistelas quiteñas y rancia beneficencia En la capital de Ecuador

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EDITORIAL
Mistelas quiteñas y rancia beneficencia
En la capital de Ecuador hay un dulce tradicional, las mistelas, delicioso bocado de caramelo y licor,
líquido por dentro con una cubierta endurecida del mismo caramelo, con formas diferentes en varios
colores. Se puede conseguir en los pequeños locales de la tradicional calle La Ronda, en el corazón de
la ciudad colonial. Dulce, líquida y colorida, apenas se muerde, la mistela se rompe y se derrama.
Las mistelas quiteñas son la mejor comparación de algunas posiciones políticas, que ni bien se
analizan, se rompen y se derraman. Por ejemplo, el monopolio de la beneficencia de la junta
guayaquileña que, en los últimos días, está en primeras planas porque la Asamblea Nacional promulgó
para aprobación, el Código Orgánico de Ordenamiento Territorial y Autonomías, el mismo que elimina
el monopolio nacional de la lotería de la Junta de Beneficencia.
Desde el punto de vista económico, no puede haber ningún monopolio porque la Constitución Política
así lo dice. Un monopolio es contrario al desarrollo nacional que tiene como destino deseable la
democratización de las estructuras y funcionamiento de la economía. La exclusividad para una venta
nacional de loterías, no es aceptable ni es constitucional.
Como una mistela quiteña, desde el punto de vista económico, la lotería monopólica se rompe y se
derrama, aunque sus directivos –ahora- ofrezcan total transparencia. ¿Es posible que alguien conozca
a fondo cuánto se vende en guachitos, lotos y raspadas ideados para dólares de los bolsillos de todas
las esperanzadas gentes que anhelan un premio mayor?
Los defensores de la junta benéfica nada dicen de que su arcaica caridad es financiada por toda la
ciudadanía del país, sobre todo de quienes no tienen capital ni bienes y que esperan hacerse de un
premio que les cambie la vida, o, por lo menos, les caiga un reintegro. La beneficencia de la junta es
posible porque millones de menguados ciudadanos compran sus productos y son fondos generados
por una recaudación que debería ser controlada y manejada de manera pública. Por la naturaleza de
los fondos, la exclusividad de la lotería es como una mistela quiteña, insostenible en la boca, porque se
disuelve.
El argumento de que la junta monopólica es indispensable e insustituible porque atiende a miles de
pacientes empobrecidos que reciben “gratis” los servicios médicos, exámenes, intervenciones
quirúrgicas, medicinas y más, en caritativos servicios de la junta benéfica, se basa en la noción de que
la atención de salud es un acto de caridad con los empobrecidos. Pero la atención de salud es un
DERECHO HUMANO FUNDAMENTAL, no una beneficencia ni una caridad, la Constitución
ecuatoriana lo consigna. La caridad es una afrenta en una sociedad de derechos. Los servicios de la
Junta deberían ser financiados y garantizados en calidad y cobertura, por el Estado. La labor
misericordiosa de la Junta se cae y rompe, como la mistela, desde un enfoque de derechos.
El monopolio de la lotería no es aceptable ni desde el punto de vista económico, ni desde la naturaleza
de los aportantes de los fondos, ni desde la construcción de una sociedad de derechos. Es hora, sería
hora, de cambiar ese rancio monopolio que alimenta la aristocrática misericordia de quienes nada
necesitan –respetables pelucones- y ofrecen servicios de caridad a quienes, por justicia, requieren
DERECHOS, no beneficencia de nadie, menos aún con dinero aportado por todos y todas.
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