Liberalismo y globalización

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Configuraciones Interdisciplinarias
Revista de Investigación y Enseñanza
Vol. 3 Abril 2008
Grupo Emergente de Investigación
Universidad Mesoamericana
Oaxaca, México
http://www.geiuma-oax.net/
Liberalismo y globalización: los límites de
los proyectos organizadores.
Antonio Emmanuel Berthier ∗
Resumen: En este texto, el autor reflexiona sobre el fracaso histórico de los
proyectos organizadores ilustrados y post-ilustrados para alcanzar el progreso
social. En particular, se hace énfasis en la contradicción que presenta la actual
configuración política y económica de la sociedad de la información con los
principios del liberalismo económico y la democracia liberal.
Abstract: In this article the author reflects on the historic failure of the illustrated
and post-illustrated paradigms to achieve social progress. In particular, he
emphasizes the contradiction presented by the current political and economic
configuration of the information society with the principles of economic liberalism
and liberal democracy.
∗
Profesor Investigador del Grupo Emergente de Investigación de la Universidad Mesoamericana
Oaxaca, email: antonioberthier@yahoo.com
Liberalismo y globalización
Los proyectos unificadores.
La sociedad de posguerra ha desafiado todas las interpretaciones y proyectos
unificadores previstos por las ciencias herederas del pensamiento social ilustrado
y que alcanzaron su pleno desarrollo a mediados del siglo XIX. El positivismo de
Comte, tan opuesto a la metafísica ilustrada pero al mismo tiempo deudor
entusiasta del optimismo con respecto a la posibilidad de alcanzar el progreso
social por la vía de la razón, nunca logró colocar las bases que cimentaran un
proyecto social diferente al que originó la Revolución Francesa. El ideal de
Auguste Comte de una sociedad que orientada por el amor, el orden y el progreso
alcanzaría cabalmente el estado positivo, científico e industrial palideció frente a la
violenta disrupción de la Primera Guerra Mundial y las grandes crisis económicas
del capitalismo internacional que transformaron el mundo en los primeros treinta
años del siglo XX. La misma suerte tuvo el otro proyecto homogenizador que
siguió el legado de la ilustración y que adquirió forma y sentido en la obra de Karl
Marx. Amparado en la racionalidad histórica, el materialismo marxista prometió un
nuevo y utópico mundo social que llegaría como salvación en vida para sus
constructores, las masas empobrecidas por el proceso de industrialización
capitalista. Convertido en sujeto histórico por su profeta y sabedor de su papel
transformador, el proletariado abrió paso por la vía de las armas a la Revolución
de Octubre teniendo como destino fatal setenta años de autoritarismo soviético y
capitalismo de Estado. Desde un punto de vista reflexivo y hasta cierto punto
hegeliano, podríamos decir con cierta ironía que si es en última instancia la
sociedad la que orienta con su desarrollo y estados sucesivos las explicaciones y
las predicciones que las ciencias sociales hacen de ella, ella misma se ha
rehusado a realizar el proyecto que ha concebido para sí.
Pero ahí donde la ciencia social ha fallado, la filosofía política tampoco ha logrado
cosechar frutos importantes. El liberalismo político, también un proyecto ilustrado,
se manifestó por la reducción del Estado a un Estado mínimo, garante último del
derecho natural del hombre a vivir bajo el principio de la libertad racional para
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Liberalismo y globalización
actuar y gobernarse a sí mismo por la vía de la ley. El Estado liberal es un Estado
de derecho, donde la norma garantiza la libertad negativa del individuo de no tener
que realizar aquello que no desee. La labor del Leviatán será mantenerse en
vigilia, proteger al ciudadano teniendo en una mano la ley y en la otra la espada.
El siglo XIX inauguró la llamada “era liberal” al expandir esta filosofía política por el
mundo occidental, particularmente, en aquellos Estados gobernados por
regímenes democráticos. Los dos hijos predilectos de la Ilustración, la democracia
y el liberalismo, dieron origen a una relación tan idílica y ficticia como la creencia
en los derechos naturales que los sustentaban. La sociedad del siglo XX, sin
embargo, volvería a destrozar esa confianza iusnaturalista al presentarnos los
diferentes rostros del Estado “máximo”encarnado en sus líderes políticos Stalin,
Roosevelt y Hitler quienes por medio del autoritarismo lograron hacer prevalecer
su voluntad y el interés del Leviatán por sobre el interés y bienestar del ciudadano.
Pero quizá, de todos los proyectos homogenizadores, el más sobresaliente y
paradójico resulta ser el correlato económico del liberalismo político: el liberalismo
económico. La vieja doctrina liberal escocesa que pregonara Addam Smith se
levantaría triunfante en tanto concepción económica de la nueva sociedad
ilustrada hasta su contundente caída con la debacle capitalista financiera de 1929
y el paulatino surgimiento del Estado de bienestar sustentado teóricamente en las
tesis de Keynes. Esto hubiera bastado para socavar el entusiasmo liberal de no
ser por los acontecimientos que se combinaron y reconfiguraron el panorama
político y económico de la segunda mitad del siglo XX.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el modelo económico basado en el
control de las variables económicas como el empleo, la inflación y las tasas de
interés bancario por parte del Estado acumuló una serie de contradicciones (por
demás propias del capitalismo) en la medida que su labor gestora y asistencial
empezó a incrementar excesivamente la deuda interna volviendo inoperante el
esquema de acumulación capitalista internacional de posguerra. Esta crisis del
Estado benefactor se dio de manera simultanea a otra crisis aún más significativa
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Liberalismo y globalización
y que puso fin a la configuración geopolítica de la Guerra Fría protagonizada por la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como cabeza del bloque socialista
europeo y los Estados Unidos como representante del “mundo libre”. Desde
finales de la década de los setenta, los regímenes de economía centralizada de
Europa del este se vieron doblemente empobrecidos. Por un lado vieron
mermadas sus economías al mantenerse al margen del intercambio comercial con
el mundo capitalista y por el excesivo gasto militar empleado para sostener la
carrera armamentista con los países de la OTAN. Pero su más importante déficit
no era económico sino político ya que durante los setenta años de expansión del
“poderío” soviético en ninguno de los países en los que germinó –vía la imposición
militar- la semilla del marxismo pudo el poder socialista generar el consenso social
que justificara y legitimara los abusos a la población civil y la pérdida de los
derechos ciudadanos básicos. Para finales de la década de los ochenta las
negociaciones entabladas por Mijhail Gorvachov, Ronald Reagan, Margareth
Tatcher así como la labor pastoral en contra del comunismo realizada por Karol
Wojtyla propiciaron las condiciones políticas para el paulatino desmantelamiento
del Estado Soviético y la caída del bloque socialista emblematizado por la
destrucción del muro que dividía la ciudad de Berlín.
Estos acontecimientos aunados a la internacionalmente inobjetada incursión
militar de los Estados Unidos en Irak en 1991 forjaron lo que en su discurso
triunfalista el presidente George Bush reconoció como el inicio de un nuevo orden
mundial: un mundo unipolar donde el fantasma del comunismo había sido vencido
y erradicado por la economía de mercado, el liberalismo político y la construcción
de un régimen democrático de gobierno mundial. De pronto, la vetusta democracia
liberal y el liberalismo económico parecían regresar de la tumba clamando
venganza sobre el Estado de bienestar y los sistemas de economía planificada. En
menos de una década la oleada liberal y democrática que transformó al bloque
socialista se estableció como la base ideológica del nuevo consenso internacional.
Sin embargo, cabe preguntarse si este viraje constituye un auténtico retorno
triunfal del liberalismo clásico o bien si asistimos a una configuración diferente de
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Liberalismo y globalización
la economía internacional correspondiente al “nuevo orden mundial”. Para
responder esta pregunta debemos abordar una serie de transformaciones a las
que no nos hemos referido todavía y que están relacionadas con una nueva forma
de percepción social del mundo social: la sociedad global.
La nueva era tecnológica
Junto con las transformaciones políticas y económicas que conformaron el “nuevo
orden mundial” se vino gestando una revolución tecnológica a partir del
fortalecimiento de la industria informática y las nuevas tecnologías de
comunicación. Para la década de los sesenta los soportes tecnológicos y la
infraestructura de medios de difusión que protagonizaron estas transformaciones
se fueron expandiendo por todo el mundo modificando las prácticas culturales así
como los procesos de organización de la producción y la distribución de bienes de
consumo masivo. La incorporación de redes digitalizadas y herramientas
informáticas facilitaron e hicieron expedita la comunicación a distancia
favoreciendo importantes agentes económicos como las telecomunicaciones y el
sector estratégico de los servicios financieros. Las consecuencias de estos
desarrollos se hicieron visibles a mediados de los ochenta cuando prácticamente
se había conformado una red cibernética y mediática de comunicación global que
permitía el tránsito de información y capitales en tiempo real sobrepasando las
barreras jurídico-políticas de las economías nacionales. Fuera de toda previsión
por parte de los teóricos clásicos del capitalismo y de las ciencias sociales en
general, en menos de dos décadas los procesos de reproducción del capitalismo
de posguerra tomaron como base las tecnologías de información y se
desincorporaron de la dinámica económica asentada sobre el espacio territorial del
Estado e nacional generando el surgimiento de una economía internacionalizada
con unidades de producción multinacionales y una nueva división internacional del
trabajo. Las empresas multinacionales reafirmaron su condición de agentes
económicos privilegiados y colocaron sus intereses corporativos por todo el mundo
generando un proceso de globalización de la propiedad sobre la producción y
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Liberalismo y globalización
prestación de servicios. Por otro lado, las estrategias de supervivencia geopolítica
de los países tanto del primer como del tercer mundo se orientaron a la
conformación de bloques comerciales y áreas de libre intercambio de bienes y
servicios generando una diferenciación tripartita de las relaciones económicas
mundiales. Los Estados Unidos con América Latina, la Unión Europea con un
conjunto de economías más o menos homogéneo y Japón con los países asiáticos
constituyeron las regiones de la nueva economía internacionalizada. Había
iniciado la era del capitalismo global.
La estructura de la nueva economía capitalista internacionalizada se encuentra
sostenida por los soportes tecnológicos para el procesamiento y comunicación de
la información de la era de la globalización. Dado que la organización misma del
sistema capitalista se centra no sólo en la propiedad privada globalizada de los
medios de producción de capital sino en la competencia entre factores
económicos y regiones comerciales equivalentes, esta nueva sociedad global es
una sociedad que funciona bajo la prerrogativa de un desigual acceso a las
tecnologías de la información y una capacidad asimétrica para producir
conocimientos capitalizables. El grado de rentabilidad de los agentes económicos
transnacionales y el nivel de competitividad que los Estados-Nación pueden
generar, mantener o incrementar depende de una estratégica aplicación de sus
recursos económicos al desarrollo de tecnologías de información y a la inversión
en sectores cuya productividad se pueda potenciar gracias a estos desarrollos
tecnológicos. Lo anterior implica una alta responsabilidad de los niveles
gerenciales, en el caso de las corporaciones transnacionales, y una dirección
económica y de planificación por parte de los Estados nacionales tan intensa
como en la época del keyesianismo.
Este último aspecto de la globalización es de particular relevancia dentro de
nuestra
argumentación
con
respecto
a
la
incapacidad
de
los
relatos
homogenizadores, particularmente para el caso del liberalismo clásico. Si uno de
los principios fundamentales de esta doctrina escocesa lo es la reducción de la
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Liberalismo y globalización
ingerencia estatal en el campo de la economía y la libertad de intercambio
atribuida a los particulares como medio para alcanzar “la riqueza de las naciones”,
el capitalismo globalizado difícilmente ostenta un carácter liberal más allá de la
normatividad y procedimientos jurídicos que regulan “des-regulando” la actividad
comercial.
Liberalismo contra globalización
Para que una nación se integre con mediano éxito a la “factoría mundial” del
capitalismo globalizado la clase gobernante deberá ajustar sus decisiones en
materia de política económica de acuerdo a un modelo de desarrollo diferente al
que prevaleció durante los años de posguerra. La liberalización es, en efecto sólo
una parte de estas reformas indispensables para la integración, pero, en efecto, no
la más importante. El participar de la economía internacionalizada supone generar
un proyecto nacional de desarrollo que deberá alcanzar un grado de consenso
suficiente para lograr mantenerse. La implementación de este proyecto pasa por
una serie modificaciones a las políticas de asistencia social y de gasto
gubernamental características del Estado de bienestar. La privatización de las
empresas estatales, la conformación de un sistema financiero atractivo para el
capital internacional y la reorientación de la inversión estatal y privado a sectores
de alta productividad requiere de acciones gubernamentales concretas pero sobre
todo, supone la utilización de toda la capacidad negociadora del Estado para
incorporar al nuevo modelo al trabajo organizado. Sin embargo, es un hecho que
con más o menos consenso social, los Estados nacionales han logrado colocarse
dentro del nuevo escenario mundial compitiendo ya sea por la colocación y
realización de sus exportaciones en mercados cada vez más amplios o bien por
ser considerados destino privilegiado para asegurar el mayor nivel de rentabilidad
potencial.
En la era de la globalización, el Estado no es en ningún sentido un Estado mínimo
ya que su acción dentro de la esfera privada es determinante como guía del
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Liberalismo y globalización
proceso de incorporación de los intereses particulares nacionales al concierto
internacional. Tampoco es un Estado plenamente democrático pues la capacidad
de intervención de los intereses de las mayorías en la toma de decisiones es
altamente limitada. Sólo en el discurso político predominante, en las metáforas
románticas del globalismo que se difunden a través de los medios de masas, a
través de la crítica política opositora y en las declaraciones optimistas de los
sectores favorecidos por la economía global se reconoce como liberal una
sociedad que mantiene lazos con el autoritarismo pasivo y que combina la
planificación económica de vena corporativa con la economía de “libre” mercado.
En la antesala del siglo XXI la sociedad moderna se configura como una sociedad
altamente interconectada donde los medios de comunicación han dejado de ser
masivos para ser propiamente mundiales. Los contenidos informativos generan
nuevas formas de identidad y reflexividad sociales que transitan desde el
nacionalismo a ultranza a la euforia unificadora del globalismo. El mundo se ha
regionalizado y los nuevos actores sociales son tan escurridizos como los
territorios virtuales donde se construye el conocimiento, donde se desdobla la vida
social y donde se reproduce el sistema económico mundial.
Hemos podido constatar que los proyectos homogenizadores de la ilustración y las
ciencias sociales decimonónicas no pudieron explicar bajo el tamiz de sus
categorías y andamiajes conceptuales las transformaciones sociales que tuvieron
lugar a principios del siglo XX. Esta incapacidad, obedeció en parte a que dichas
reflexiones, influenciadas por el pensamiento organicista de la época, miraban en
la sociedad de su tiempo a un cuerpo equilibrado que evolucionaría a partir de la
diferenciación progresiva y cuyos elementos funcionales obedecían a un esquema
teleológico según el cual toda modificación estructural podía ser anunciada y
seguramente sería para mejor. El funcionalismo decimonónico tan característico
de la sociología evolucionista de Spencer, así como el idealismo hegeliano
materializado por Marx, nos ofrecieron una imagen de sociedad demasiado
simple, lineal, insuficiente, incapaz de comprender la complejidad de la sociedad
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Liberalismo y globalización
moderna. Ante el desarrollo de los acontecimientos históricos tanto la sociología
como la filosofía social se mostraron tan optimistas como los relatos
Iusnaturalistas de la democracia liberal y tan inverosímiles como la ficción
explicativa de Smith sobre la mano invisible que traería la equitativa repartición de
la riqueza en la economía liberal. Sin embargo, la situación actual no parece ser
muy distinta a pesar de que las ciencias sociales han alcanzado un considerable
grado de desarrollo.
El mundo globalizado parece haber tomado por sorpresa la reflexión social cuando
aún no terminaban de adaptar sus objetivos para la observación del fin de la
Guerra Fría. Si bien es cierto que ya no predomina el pensamiento organicista ni la
teleología materialista parece que las herramientas conceptuales cada vez más
complejas buscan todavía desde diferentes derroteros aprehender, organizar,
explicar o al menos describir la compleja realidad que les rodea. Una condición
indispensable para lograr este fin puede ser abandonar la pretensión de adecuar
los esquemas de interpretación filosófica y sociológica tradicionales al estado
actual de la sociedad. Pretendiendo observar con el instrumental decimonónico un
mundo cuya configuración inédita demanda nuevas categorías no se podrá lograr
comprender la lógica de un sistema complejo cuyos elementos escapan a toda
pretensión predictiva ilustrada. Las ciencias sociales del nuevo milenio tendrán
que comprender a la sociedad moderna sin prejuicios ideológicos, sin
presupuestos metafísicos finalistas y sobre todo, teniendo la precaución de no
caer en los excesos de la racionalidad ilustrada homogenizante y unificadora. Las
ciencias cognitivas organizadas bajo un punto de vista complejo parecen estar
dispuestas a recorrer este derrotero, habrá que esperar en un futuro sus
resultados.
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Bibliografía
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