antecedentes tempranos y modalidades de vulnerabilidad

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REVISTA DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL HERMILIO
REVISTA VALDIZAN
DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL HERMILIO VALDIZAN
Vol IV Nº 2 Julio - Diciembre 2003, pp 43-62
ANTECEDENTES TEMPRANOS Y MODALIDADES DE
VULNERABILIDAD COGNITIVA PARA LA DEPRESION
Edwin Manrique Gálvez1
El estudio de la vulnerabilidad cognitiva para la depresión, es una de las áreas de mayor y
continua indagación en los últimos veinticinco años. Cognitive Therapy and Research es uno de
los medios de difusión científica que más ha contribuido en este cometido, puesto que
prácticamente no ha habido un número de su edición en el que no se haya abordado este tema.
Esta revisión actualizada se centra en los modelos teóricos que fundamentan la vulnerabilidad
cognitiva para la depresión, en los antecedentes tempranos de la infancia que posibilitan su
emergencia y, en un tercer término, en la sumaria descripción de cuatro tipos específicos de
vulnerabilidad cognitiva: actitudes disfuncionales, estilo atribucional, estilo rumiativo y
sociotropía-autonomía.
Palabras clave: Depresión, Vulnerabilidad Cognitiva, Antecedentes Tempranos
The study of cognitive vulnerability for depression has been one of the major fields of investigation
during the last 25 years. Cognitive Therapy and Research is one of the most contributing scientific
media in this aspect, since it has many publications related to this topic.
This up-dated review is centered in theoretical models that lay the foundations for depression in
early antecedents of childhood that make possible its emergence, and a description of four specific
types of cognitive vulnerability: dysfunctional attitudes, attributional style, ruminative style and
sociotropy-autonomy.
Key words: Depression, Cognitive Vulnerability, Early Antecedents.
1
Psicólogo, Unidad de Epidemiología, Docencia e Investigación – Hospital Hermilio Valdizán.
Coordinador Académico del Programa de Especialización en Terapia Cognitivo-Conductual (PROMOTEC).
e-mail: emanrique@hotmail.com
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Y
a hace mucho tiempo se había sugerido
que para aprehender la naturaleza de la
locura se debe comprender los estados de la
mente de la persona afligida. En consonancia con
esta concepción, un rasgo central de las historias
de caso de los pacientes que sufrían de “quejas
nerviosas” fue el cuidadoso registro de los
pensamientos y creencias que elaboraban estos
individuos. Ingram, Miranda y Segal (1998)
señalan, por ejemplo, que aproximadamente 200
años atrás, en el Bethlehem Hospital de Londres,
cuando se describía el pensamiento de los
pacientes con “melancolía religiosa” o con una
“presuntuosidad intensa”, se podía apreciar con
mucha precisión una desviación de los patrones
normales de pensamiento y donde el uso de
etiquetas como demente o loco eran de uso
frecuente.
De acuerdo a los mismos autores, la visión
anterior no difiere grandemente de las
perspectivas cognitivas actuales respecto a la
psicopatología, en tanto centran su interés en la
actividad mental humana y cómo ésta se relaciona
con el desorden emocional. Del mismo modo,
hace tiempo, como ahora, se pensaba que
generalmente la cognición abarcaba los procesos
de percibir, conocer, imaginar, juzgar y razonar.
De igual modo, tanto antes como ahora, se creía
que estas variables cognitivas tenían
implicaciones causales significativas en el inicio,
mantenimiento y remisión de los problemas
emocionales.
Sin embargo, como acotan con toda razón
los autores antes mencionados, existen también
grandes diferencias entre las concepciones
antiguas y contemporáneas respecto al rol de las
cogniciones y, de manera fundamental, con
relación a los refinamientos y artilugios
metodológicos. Una diferencia crítica radica en
el evidente hecho de que en épocas pasadas las
estrategias de recopilación de los pensamientos
estaban limitadas a una prudente observación y
a una descripción fenomenológica, en tanto que
44
los psicopatólogos cognitivos contemporáneos
pueden contar con los paradigmas de la ciencia
cognitiva para una adecuada conceptualización
de los procesos cognitivos maladaptativos. Estos
paradigmas incluyen métodos experimentales
rigurosos desarrollados dentro del contexto de
la psicología cognitiva y de la psicología social
cognitiva. Como bien se señala, la aproximación
a la comprensión de la vulnerabilidad cognitiva
para la depresión, un aspecto de la disfunción
psicológica que estaba relativamente descuidada,
se vio favorecido con el desarrollo y métodos
de la ciencia cognitiva.
La depresión, como se desprende de trabajos
recientes en nuestro medio y a lo largo del mundo,
es un problema que aflige a millones de personas.
Por lo demás, no hay que perder de vista que se
ha planteado que alrededor de un 17% de todos
los individuos experimentarán un episodio
depresivo mayor en algún momento de sus vidas.
Como señalan Ingram, Miranda y Segal (1998),
aun cuando la incidencia de la depresión puede
variar algo a través de diferentes grupos
culturales, ninguno de ellos está exento. La
depresión es experimentada en diversos grupos
culturales y étnicos, estructuras familiares,
edades diferentes, áreas geográficas, niveles
ocupacionales y educativos, y estatus
socioeconómicos. La depresión, como lo
demuestran diversos estudios epidemiológicos,
es un estado emocional intensamente aversivo
que está caracterizado por un amplio rango de
síntomas. La depresión puede estar asociada con
unas relaciones interpersonales disfuncionales y
con el divorcio, con déficit en las competencias
psicológicas y sociales, con una drástica merma
en la capacidad para el trabajo, con un perjuicio
mayor en las habilidades parentales y con
problemas de salud bastante significativos. En
algunos casos, la depresión es una antesala a
la muerte. Por estas mismas razones, resulta
importante la comprensión de aquellos factores
que hacen a algunos individuos más vulnerables.
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Desde hace ya un buen tiempo, los modelos
cognitivos han enfatizado el rol de las creencias
maladaptativas, de los estilos inferenciales o de
los sesgos en el procesamiento de la información
como factores de vulnerabilidad que incrementan
el riesgo para experimentar depresión cuando
las personas enfrentan eventos de vida
estresantes. Además, hay una evidencia cada vez
más sólida que sugiere que los estilos cognitivos
negativos y los sesgos en el procesamiento de
información incrementan el riesgo para la
depresión (Abramson et al., 1999).
En este punto, es importante remarcar que si
determinados estilos cognitivos fomentan una
vulnerabilidad para la depresión, entonces resulta
imprescindible comprender los orígenes de estos
estilos cognitivos. Una comprensión más precisa
de estos aspectos puede implicar el desarrollo
de intervenciones tempranas para prevenir el
desarrollo y recurrencia de la depresión. Cabe
entonces plantear una crucial interrogante,
¿cuáles son los antecedentes del proceso del
desarrollo de la vulnerabilidad cognitiva versus
la invulnerabilidad para la depresión?
PERSPECTIVAS TEORICAS SOBRE LA
VULNERABILIDAD COGNITIVA
Recientemente, se han planteado tres
orientaciones teóricas que tratan de explicar los
orígenes de la vulnerabilidad cognitiva para la
depresión: los modelos de los esquemas
cognitivos, el modelo de la desesperanza y la
teoría del apego (Ingram, 2003). Por razones
obvias, sólo se hará una revisión sumaria sobre
los aspectos centrales de estas perspectivas
teóricas.
Los Modelos de los Esquemas
Los modelos teóricos que se centran en los
esquemas cognitivos depresogénicos sugieren
que éstos se desarrollan en la infancia, a partir
de las respuestas frente a eventos estresantes.
Una vez que los eventos son codificados
cognitivamente, los esquemas sensibilizan a las
personas para responder de una manera
disfuncional ante las circunstancias que se
asemejan a aquellas experimentadas en la
infancia. Beck (1967) plantea que, durante la
infancia y adolescencia, las personas
predispuestas a la depresión son sensibles a
ciertos tipos de situaciones de la vida. Las
situaciones traumáticas inicialmente responsables
de la consolidación y reforzamiento de las
actitudes negativas que incluye la constelación
depresiva, son los prototipos de los tipos de
estrés que más tarde pueden activar estas
constelaciones. Cuando una persona está
sometida a situaciones que son una reminiscencia
de las experiencias originales traumáticas, es
bastante probable que resulte deprimido.
De acuerdo al mismo Beck (1987), los
esquemas cognitivos depresivos asumen la forma
de estándares rígidos y perfeccionistas para emitir
juicios acerca de uno mismo y otros. Se plantea
que estos esquemas (llamados también actitudes
disfuncionales) interactúan con eventos negativos
de vida para producir la depresión. Por ejemplo,
una persona pudiera sostener una actitud
disfuncional como, “no soy nadie si no tengo
alguien que me ame”. Cuando sucede un evento
estresante relevante al esquema (p.e., una ruptura
romántica), se activa el esquema negativo, lo que
a su vez produce cogniciones negativas y
depresión.
El modelo reformulado de Beck (Alford y
Beck, 1997) ha hecho una revisión de su original terapia cognitiva con el fin de aplicarla en el
tratamiento de los desórdenes de personalidad.
La personalidad es definida como la configuración de patrones específicos de procesos sociales, motivacionales y cognitivo-afectivos, donde
se incluyen conductas, procesos de pensamiento, respuestas emocionales y necesidades
motivacionales.
Desde la perspectiva de este modelo de los
esquemas, la personalidad es determinada por
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estructuras idiosincrásicas, o esquemas, que
constituyen los elementos básicos de la
personalidad. También se propone que el
concepto de esquema puede proveer un lenguaje
común para facilitar la integración de ciertas
estrategias terapéuticas. Beck (1996) ha
desarrollado también el concepto de modo, esto
es, una red integrada de componentes cognitivos,
afectivos, motivacionales y conductuales. Un
modo puede incluir muchos esquemas cognitivos
y movilizar en las personas intensas reacciones
psicológicas. Al igual que los esquemas, los
Organización Cognitiva
(Componentes estructurales)
esquemas específicos
modos son fundamentalmente automáticos y
también requieren una activación. Las personas
con una vulnerabilidad cognitiva que están
expuestas a estresores relevantes pueden
desarrollar síntomas relacionados con el modo.
En otras palabras, los modos consisten de
esquemas, los que contienen memorias,
estrategias de solución de problemas, imágenes
y lenguaje. La activación de un modo específico
se deriva a partir de la estructura genética de
un individuo y de las creencias culturales y
sociales.
Historia de Aprendizaje
(Componentes experienciales)
Experiencias relacionadas al
esquema previo
Situación actual
Creencia Pre-existente
Conducta
Activación de los sistemas
Activación de los sistemas
cognitivo, afectivo y
motivacional
Procesamiento Esquemático
(significado)
Interpretación de la situación en
términos de los esquemas específico
Interpretación
Consciente o no
consciente
Fig. 1. Procesamiento esquemático según el modelo de los esquemas (Alford & Beck, 1997)
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Goldfried (2003), uno de los principales
exponentes de la terapia cognitivo-conductual,
plantea que los esquemas juegan un papel
importante en el procesamiento de información.
Los esquemas ayudan a las personas a navegar
en sus interacciones con el mundo y con los
otros. Para organizar y hacer que las cosas
tengan sentido para la persona, con frecuencia
los esquemas la llevan a atender selectivamente
cierta información y a ignorar otras.
Un desarrollo relativamente reciente en el
ámbito de los modelos de los esquemas es el
propuesto por Young (1999, 2003) quien, en la
conceptualización de la terapia centrada en los
esquemas, plantea la existencia de esquemas
maladaptativos tempranos (EMS) que
fundamentalmente se originan en las experiencias
tóxicas de la infancia y que constituirían el núcleo
de los desórdenes de personalidad y de muchos
desórdenes del Eje I.
Estos esquemas maladaptativos tempranos
pugnan por sobrevivir, en función de la tendencia
del ser humano hacia la consistencia. No en vano,
un esquema es lo que mejor conoce una persona.
Aun cuando puede causar sufrimiento y
perturbación emocional, resulta familiar y
congruente. La persona lo experimenta como
“correcto”. La gente se siente “atraída” por los
eventos que activan sus esquemas y, de hecho,
esta es una de las razones por la que los
esquemas son tan difíciles de cambiar. Los
pacientes asumen a priori la veracidad y validez
de los esquemas, y de esta manera estos
esquemas tienen una influencia en el
procesamiento de sus experiencias ulteriores. Los
esquemas juegan un papel prominente en cómo
los pacientes piensan, sienten, actúan y se
relacionan con otros. Paradójicamente, estos
esquemas los llevan a recrear inadvertidamente
en sus vidas adultas aquellas condiciones de sus
infancias que les fueron más dañinas. Los EMS
pueden ser definidos como:
• Temas o patrones amplios y pervasivos
• Incluyen recuerdos, emociones, cogniciones
y sensaciones corporales
• Concernientes a uno mismo y a las relaciones
de uno con los otros
• Desarrollados durante la infancia o
adolescencia
• Elaborados a lo largo de la vida, y
• Disfuncionales en un grado significativo.
Los esquemas maladaptativos tempranos son
patrones emocionales y cognitivos autoderrotistas
que se originan muy tempranamente y que se
repiten a lo largo de la vida. De acuerdo a esta
definición, la conducta de una persona no es parte
de esquema mismo; se plantea que las conductas
maladaptativas se desarrollan como respuestas
a un esquema (Young, 2003). Desde esta
perspectiva, las conductas son impulsadas o
motivadas por los esquemas pero no son parte
de éstas. Los diferentes estilos de afrontamiento
que el mismo Young plantea (compensación,
evitación y abandono), pueden ser utilizados por
una misma persona (paciente) en diferentes
situaciones y en diferentes etapas de su vida. De
esta manera, los estilos de afrontamiento para
un esquema dado no necesariamente permanecen
estables en el curso del tiempo, mientras que el
esquema mismo si lo hace.
Young (2003) identifica 18 esquemas
maladaptativos que se encuentran agrupados en
cinco amplias categorías de necesidades emocionales insatisfechas que se han denominado
“dominios de esquemas”. El cuadro siguiente ilustra los cinco dominios de los esquemas (en cursiva y centradas) y los esquemas que se encuentran incursos en cada uno de los dominios (numerados y alineados a la derecha). Por razones
comprensibles de espacio, sólo se señala cada
uno de los dominios y de los esquemas.
47
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Cuadro Nº 1. Esquemas Maladaptativos Tempranos y sus
Dominios Asociados
Desconexión y Rechazo
1.
2.
3.
4.
5.
Abandono/Inestabilidad
Desconfianza/Abuso
Deprivación Emocional
A Deprivación de cuidados
B. Deprivación de empatía
C. Deprivación de protección
Imperfección/Vergüenza
Aislamiento social/Alienación
Autonomía y Desempeño Deteriorado
6.
7.
8.
9.
Dependencia/Incompetencia
Vulnerabilidad frente al Daño o Enfermedad
Implicación/Yo Poco Desarrollado
Fracaso
Límites Inadecuados
10. Intitulación/Grandiosidad
11. Autocontrol Insuficiente/Autodisciplina
Focalización en los Otros
12. Subyugación
A. Subyugación de necesidades
B. Subyugación de emociones
13. Autosacrificio
14. Búsqueda de Aprobación/Búsqueda de Reconocimiento
Hipervigilancia e Inhibición
15.
16.
17.
18.
Negatividad/Pesimismo
Inhibición Emocional
Estándares Rígidos/Hipercriticismo
Punición
Fuente: (Young, 2003).
El Modelo de la Teoría del Apego
De acuerdo a Ingram (2003), aun cuando
originalmente no fue propuesto como un modelo de los procesos cognitivos que producen vulnerabilidad para la depresión, se reconoce que
la teoría del apego aporta importantes luces para
la comprensión de estos procesos. La teoría del
apego plantea los factores que moldean la capacidad de la gente para desarrollar vínculos significativos con otros a lo largo de su vida. De
acuerdo a Ainsworth y Bowlby (1991), los se48
res humanos (y otros animales) poseen un instinto de apego que tiene como objetivo la configuración de relaciones estables con la madre
(u otra figura de apego). El mismo Bowlby
(1973) propone que los seres humanos están
motivados para mantener un balance dinámico
entre la preservación de la familiaridad y la búsqueda de lo novedoso. Desde la perspectiva
piagetana, el individuo busca mantener un balance entre la asimilación (integración de nueva
información en las estructuras cognitivas existen-
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tes) y la acomodación (cambios que se dan en
las estructuras cognitivas para posibilitar la nueva
información). Los esquemas disfuncionales interfieren con este balance. Las personas absorbidas
por estos esquemas, interpretan de manera errada la nueva información que podría corregir las
distorsiones que se derivan de estos esquemas.
Aun cuando los teóricos del apego sostienen
que éste se origina en la infancia, también plantean
que los efectos del apego se extienden mucho
más allá de la infancia. Además, se ha señalado
que una vez que se han desarrollado, los patrones
de apego persisten en la adultez y afectan
numerosas relaciones con los otros. Bowlby ha
resumido muy enfáticamente este hecho, al sugerir
que el apego es un proceso que se expande desde
“la cuna hasta la tumba”.
La calidad de la relación con los padres ( o
las personas que están a cargo del niño) es un
determinante importante de los patrones de
apego de la persona. Más específicamente, las
interacciones con los padres que se caracterizan
por un fuerte y consistente vínculo afectivo,
fomentan en el niño el desarrollo de una
capacidad para establecer vínculos normales con
los otros a lo largo de su vida. Por otra parte, las
desviaciones de un apego seguro tienen su origen
en la interrupción del proceso de vinculación; se
ha planteado que los patrones disfuncionales de
apego en la infancia están relacionados con una
vulnerabilidad para la depresión.
La vulnerabilidad para la depresión que al
parecer deviene de los patrones disfuncionales
de apego tiene mucho que hacer con los procesos cognitivos. La teoría del apego ha subrayado la idea de los modelos de trabajo interno,
que de algún modo son bastante similares a los
modelos de los esquemas. Se sugiere que estos
modelos (de trabajo interno) reflejan las representaciones cognitivas de las relaciones que han
sido generalizadas a través de las interacciones
con figuras importantes en la temprana infancia
del individuo. Más aun, una vez desarrollados,
los modelos de trabajo influyen en los pensamientos y creencias acerca de las relaciones con
otros importantes. En el caso del apego inseguro, el funcionamiento y organización de los modelos de trabajo conduce a percepciones
distorsionadas respecto a las interacciones
interpersonales, y de esta manera propician el
riesgo para las relaciones disfuncionales con
otros. Teniendo en cuenta la importancia de las
relaciones interpersonales para proveer soporte
y como un factor protector frente al estrés, las
relaciones disfuncionales que son causadas por
un procesamiento cognitivo maladaptativo pueden concebirse como factores de vulnerabilidad
para la depresión (Bowlby, 1988).
El Modelo de la Desesperanza en los
Orígenes de la Vulnerabilidad
Se ha sugerido que varios factores del proceso de desarrollo pueden subyacer a la desesperanza. Así, por ejemplo, se ha planteado que
los niños que enfrentan eventos negativos (p.e.,
maltrato, abuso sexual) hacen un intento por encontrar las causas de estos eventos. Se ha propuesto que los niños que muestran una tendencia para elaborar atribuciones internas para todos los eventos y, de esta manera, verse como
la causa de tales eventos, son más vulnerables
para desarrollar un cuadro de depresión. Como
plantean Rose y Abramson (1992), este proceso de internalización precipita el desarrollo de
un estilo atribucional negativo que a su vez propicia un riesgo para la depresión. La persistencia y reiteración de los eventos negativos produce un patrón de atribución para estos eventos
que, con el curso del tiempo, también propician
atribuciones globales y estables. De esta manera, un estilo atribucional interno, global y estable
se constituye en un factor de vulnerabilidad para
la depresión, y más específicamente para la depresión por desesperanza.
No se abunda más en este modelo porque,
de alguna manera, se abordará cuando se toque
el estilo atribucional como un tipo específico de
vulnerabilidad cognitiva para la depresión.
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ANTECEDENTES TEMPRANOS DE LA
VULNERABILIDAD PARA LA DEPRESION
Cognitive Therapy and Research es una
reconocida y prestigiosa revista especializada en
la investigación y aplicaciones clínicas de la
terapia cognitiva. En varios de sus números se
han reportado directa o indirectamente el tópico
que se aborda. Sin embargo, son especialmente
significativos cuatro de sus ejemplares –
publicados en 1992, 1997, 1998 y 2001 –los
mismos que se han centrados en la vulnerabilidad
para la depresión y los mecanismos de riesgo.
Hay que resaltar, además, que este año
Cognitive Therapy and Research cumple 25
años de continua actividad científica y dentro de
este marco, no podían estar ausentes los trabajos
vinculados al tema de este artículo (p.e., Ingram,
2003).
En general, las investigaciones sobre los
antecedentes de la vulnerabilidad cognitiva para
la depresión han explorado diversas vías que
pueden contribuir al desarrollo de estilos
cognitivos que, a su vez, implican riesgos para
la depresión. Entre estas áreas de indagación,
se ha estudiado la influencia de la depresión
parental, especialmente de la depresión
materna, que puede fomentar el desarrollo de
estilos cognitivos depresogénicos en los hijos a
través de una variedad de mecanismos que
incluyen aspectos de transmisión genética o
prácticas parentales negativas (Goodman &
Gotlib, 1999).
Los niños pueden aprender sus estilos
cognitivos, o sus mecanismos de procesamiento
de información, mediante la influencia de otras
personas significativas como los padres, los pares
y los profesores. Un posible mecanismo es que
los hijos modelen los estilos cognitivos de sus
padres. Además del modelado, el feedback que
proveen al niño los padres, compañeros o
profesores respecto a sus competencias o a la
50
interpretación apropiada de los eventos negativos
en la vida del niño pueden contribuir a su riesgo
para la depresión. Los niños pueden aprender,
explícita o implícitamente, a elaborar los mismos
juicios acerca de sus competencias (autopercepción) o las mismas inferencias acerca de
los eventos en sus vidas tal como son hechas
por otras personas significativas para los niños
(Alloy et al., 1999).
Las prácticas parentales negativas y una
historia de maltrato y negligencia en el curso del
proceso de desarrollo, también pueden tener un
impacto para que los individuos desarrollen un
riesgo cognitivo para la depresión. Las
perturbaciones de las relaciones de apego o la
discordia familiar también han sido propuestas
como importantes contribuyentes en el desarrollo
de estructuras cognitivas negativas que, a su
turno, constituyen un riesgo para la depresión.
Un tema recurrente en la mayoría de trabajos
que han explorado esta área es, sin duda, que la
exposición a contextos interpersonales negativos
de alguna clase (prácticas parentales negativas,
feedback inferencial negativo de personas
significativas, historia temprana de maltrato,
evaluaciones negativas de las competencias por
parte de otros significativos, escasa intimidad en
las relaciones románticas, discordia o ruptura
familiar) favorece el desarrollo de una
vulnerabilidad cognitiva personal para la
depresión.
El rol de los Padres
Un tema común que emerge en el trabajo
sobre la vulnerabilidad es el énfasis en definir el
riesgo a partir de la psicopatología de los padres.
En el caso de la depresión, se ha visto que la
estrategia típica es la evaluación de los hijos de
madres deprimidas (Hammen, 1991). Esta
estrategia se remonta a los mismos orígenes de
los trabajos sobre la vulnerabilidad en
psicopatología, que muestra la evidencia de un
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vínculo genético entre la psicopatología parental
y la del niño. Además, una abundante literatura
muestra que los niños de madres deprimidas se
encuentran en un sustancial mayor riesgo para la
depresión, del mismo modo que para otros
desórdenes psicológicos y psiquiátricos, que los
hijos de madres no deprimidas. Las naturales
interrogantes que estos hechos plantean son
obvias, ¿por qué sucede esto? ¿Es un proceso
genético o neurológico el que confiere este
elevado riesgo, o son algunos otros procesos?
Aún cuando no es posible desechar del todo un
vínculo genético, y ciertamente la mayor parte
de los estudiosos están de acuerdo en que
factores como la herencia genética y la disfunción
neurológica dan cuenta de algo de la varianza en
la vulnerabilidad, estos factores no lo explican
todo para el caso de los niños con alto riesgo.
De esta manera, los investigadores han
comenzado a explorar otros derroteros
explicativos para la génesis de la relación entre
la depresión materna y el riesgo de sus hijos.
Estudios recientes (Garber y Flynn, 2001)
demuestran que tener una madre que está
deprimida está asociada con estilos atribucionales
negativos, con percepciones de autovalía
negativas y con sentimientos de desesperanza en
los hijos. Sin embargo, si bien importantes estos
hallazgos, sólo muestran una asociación entre la
depresión materna y las variables de riesgo en el
niño, lo que resulta poco informativo acerca de
las conductas parentales que están relacionadas
con el riesgo o los mecanismos psicológicos de
transmisión del riesgo (Goodman y Gotlib, 1999).
Es precisamente en este punto donde cobran vital
importancia tres mecanismos del aprendizaje
social que juegan un rol en el desarrollo de estilos
cognitivos depresogénicos:
1) el modelado de los estilos cognitivos
negativos de los padres,
2) el feedback inferencial negativo de los padres
acerca de las causas y consecuencias de los
eventos estresantes en la vida del niño, y
3) las pautas negativas de crianza (o
parentalidad).
Modelado de los Estilos Cognitivos de los
Padres
En buena parte, los niños pueden aprender
sus estilos cognitivos mediante la observación y
el modelado de personas significativas, en
especial sus padres. Si este es el caso, entonces
los estilos cognitivos de los hijos deben
correlacionarse con aquellos de sus madres o
padres. Los resultados de los estudios de la
hipótesis del modelado han sido mixtos. Por un
lado, se ha encontrado evidencia de una
correlación significativa entre los estilos
atribucionales de madres e hijos para los eventos
negativos, pero ninguna correlación entre los
estilos atribucionales de padres e hijos. Una
razonable explicación que se da a este hallazgo
es que las madres, en la mayor parte de los casos
y contextos, son las que primordialmente se
ocupan del cuidado y crianza de los hijos
(Seligman et al., 1984). De modo semejante, se
ha encontrado una relación positiva entre las
medidas de la tríada cognitiva de Beck para
muestras de madres y de sus hijos, pero ninguna
asociación entre la tríada cognitiva de padres e
hijos.
En otros trabajos (Garber y Flynn, 2001), se
encontró una asociación positiva entre las
medidas de autovalía de las madres y de sus hijos
(niños entre los 10 y 11 años), pero ninguna
asociación entre sus estilos atribucionales
generales. Por otro lado, estudios en muestras
clínicas y no clínicas de niños y adolescentes con
problemas académicos, han encontrado una
asociación entre los estilos cognitivos ya sea de
los padres o madres y los de sus hijos; en tanto
que en otros trabajos acerca de las actitudes
disfuncionales y de los autoesquemas, las
medidas de padres y de sus hijos no se asociaron
significativamente (Oliver y Berger, 1992).
Con relación a los hallazgos anteriores, es
importante señalar que las características
51
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diferenciadas de las muestras estudiadas, así
como los variados instrumentos de evaluación
utilizados, pueden haber contribuido para que
se den estos resultados discrepantes. Se ha
señalado también la importancia de tomar en
cuenta la variable sexo como un posible factor
en la hipótesis del modelado. Es posible que las
asociaciones entre los estilos cognitivos de
progenitores e hijos del mismo sexo sean más
altas que aquellas donde padres e hijos son de
sexo diferente.
En todo caso, la evidencia de la asociación
entre el estilo cognitivo de los padres y de sus
hijos parece ser consistente con la perspectiva
del modelado, aún cuando otros factores también
podrían dar cuenta de tal asociación (por
ejemplo, los genes). Desde esta óptica, resulta
muy probable que los niños aprendan acerca de
sí mismos y del mundo escuchando lo que sus
padres dicen sobre su conducta (del niño).
El Feedback Inferencial Negativo
Un segundo posible mecanismo de
aprendizaje social es que los padres comuniquen
sus propias inferencias respecto a las causas y
consecuencias de los eventos negativos en la vida
de sus hijos, de tal modo que éstos desarrollan
un estilo inferencial consistente con el feedback
parental. Si la retroalimentación de los padres
contribuye a la vulnerabilidad cognitiva del niño,
entonces las comunicaciones inferenciales
habituales de los padres a sus hijos deberían estar
asociadas con los estilos cognitivos de estos
últimos.
Algunos pocos trabajos fundamentan la
hipótesis del feedback. Se ha reportado, por
ejemplo, que niños de 8-9 años que atribuyeron
su fracaso académico a causas externas, tenían
padres que atribuyeron el fracaso de sus hijos a
su falta de apoyo y esfuerzo en su calidad de
padres, una causa externa al niño (Finchan y
Cain, 1986). En otro estudio, Turk y Bry (1992)
52
encontraron que las explicaciones de los padres,
pero no las de las madres, acerca de los eventos
académicos de su infancia y adolescencia estaban
correlacionadas con las atribuciones de sus hijos
adolescentes para aquellos eventos. En un
contexto más amplio, se ha encontrado que las
atribuciones de los niños para los resultados de
su desempeño están influenciadas por el
feedback directo que reciben de sus profesores,
personas significativas en la vida de la mayoría
de los niños pequeños.
Prácticas Negativas de Crianza
Otra forma en que los niños pueden
desarrollar cogniciones negativas es a través de
la parentalidad disfuncional. Bowlby (1988) ha
propuesto que las experiencias tempranas de la
infancia con figuras de apego significativas influyen
en los modelos de procesamiento y en los sesgos
cognitivos que las personas ponen en juego en
las situaciones nuevas (pérdidas, por ejemplo).
De manera similar, Beck (1967) ha sugerido que
los niños desarrollan actitudes y creencias a través
de sus experiencias tempranas con personas
significativas de su ambiente. También se ha
propuesto que los padres que tienen actitudes
de protección y de aprobación, producen niños
con una autoimagen favorable, en tanto que los
agentes socializadores que muestran rechazo y
conductas punitivas producen niños con
autoevaluaciones muy negativas.
De esta manera, adicionalmente a los estilos
cognitivos de los padres y a su retroalimentación
inferencial, las prácticas negativas de crianza
también pueden contribuir al desarrollo de una
vulnerabilidad cognitiva para la depresión. Como
señalan Alloy et al., (2001), diferentes estudiosos
han planteado que la autovalía, las actitudes y
los estilos inferenciales de los niños son
influenciados por la calidad de sus relaciones con
sus padres. Los dos aspectos de la crianza infantil
que con mayor frecuencia están implicados en la
asociación entre el riesgo del niño para la
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depresión y las relaciones progenitor-hijo son la
falta de calidez emocional parental y el control
negativo por parte de los padres, un patrón de
crianza que ha sido etiquetado como “control
con desamor”.
Los estudios de hijos de madres deprimidas
han encontrado una asociación significativa entre
los comentarios negativos de las madres o la
crítica verbal a sus niños y las cogniciones
negativas de éstos. También se ha puesto de
manifiesto asociaciones importantes entre los
reportes de los niños de una baja aceptación/
calidez parental y los estilos cognitivos negativos
de los niños (Randolph y Dykman, 1998). Sin
embargo, solamente unos cuantos estudios han
examinado la capacidad de la conducta parental
para predecir prospectivamente las cogniciones
de sus descendientes. Se ha establecido, por
ejemplo, que el rechazo parental y el control
restrictivo en la infancia produce el subsecuente
autocriticismo de los hijos en su adolescencia.
También se ha encontrado que el pobre cuidado
materno favorece la subsiguiente baja autoestima
de los hijos y que un extremo control psicológico
materno produce un estilo atribucional depresivo
en los hijos (Garber y Flynn, 2001).
A este respecto, y más específicamente con
relación a los efectos del maltrato infantil y su
asociación con los estilos cognitivos
depresogénicos, la Teoría Cognitiva de Beck y
una variante de la Teoría de la Desesperanza incluyen la hipótesis de que los eventos negativos
en la infancia pueden contribuir al desarrollo de
un estilo cognitivo negativo. El mismo Beck ha
planteado que los eventos negativos de la infancia llevarían al desarrollo de un autoesquema
negativo (Beck, 1987); sin embargo, no especifica el proceso mediante el cual puede ocurrir
esto. No obstante, Rose y Abramson (1992),
asumiendo la perspectiva de la Teoría de la Desesperanza, sugieren una vía por la cual el maltrato infantil puede conducir al desarrollo de un estilo cognitivo negativo. Más específicamente,
plantean la hipótesis de que cuando ocurren los
eventos negativos en la vida de un niño, éste inicialmente tiende a hacer atribuciones que inducen optimismo (p.e atribuciones inestables y específicas). Sin embargo, cuando los eventos negativos son crónicos y generalizados, como en
el maltrato recurrente, el niño puede llegar a hacer atribuciones e inferencias que inducen desesperanza (p.e., atribuciones estables y globales).
En el curso del tiempo, estas cogniciones pueden cristalizarse en un estilo cognitivo negativo.
De acuerdo a Rose y Abramson, aún cuando
cualquier tipo de maltrato crónico puede llevar
al desarrollo de este estilo cognitivo negativo, es
mucho más probable que el maltrato emocional
infantil pueda llevar al desarrollo de un estilo
cognitivo negativo que el maltrato físico o sexual,
debido a que las cogniciones depresivas (“Tú
eres un tonto, nunca harás bien las cosas”) son
directamente provistas por el adulto abusador.
En contraste, con el maltrato físico o sexual, el
niño debe elaborar sus propias atribuciones e
inferencias depresogénicas, y en el interín puede
tener una gran oportunidad para elaborar
atribuciones e inferencias más benignas.
De un modo consistente con la hipótesis de
Rose y Abramson (1992), se ha provisto alguna
evidencia que fundamenta la relación entre la
historia de maltrato infantil y la presencia de
estilos cognitivos negativos en adultos. Por
ejemplo, se ha encontrado que los estilos
cognitivos de pacientes deprimidos internados
que reportaron una historia de maltrato sexual y/
o un control familiar negativo (una disciplina dura
o rígida; estándares perfeccionistas de los padres
o conductas sobreprotectoras, y el aislamiento
del contacto social fuera de la familia) son más
negativos que aquellos de pacientes deprimidos
internados que no reportan una historia
semejante. También se ha puesto de manifiesto
que las mujeres que reportaron maltrato sexual
en la infancia exhiben más estilos cognitivos
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negativos que las mujeres sin una historia de
abuso sexual en su infancia.
Estos hallazgos, al lado de otros tantos que
sería largo enumerar, revelan que hay una asociación consistente entre el maltrato emocional,
físico y sexual, y el desarrollo de estilos cognitivos
negativos.
TIPOS ESPECIFICOS DE VULNERABILIDAD
COGNITIVA PARA LA DEPRESION
En esta parte, en congruencia con los aportes de recientes investigaciones, se hará una breve
revisión de cuatro tipos específicos de vulnerabilidad cognitiva para la depresión: las actitudes
disfuncionales, el estilo atribucional, el estilo
rumiativo y los estilos cognitivos y de personalidad sociotropía-autonomía.
Actitudes Disfuncionales
De acuerdo al modelo cognitivo de la depresión de Beck (1987), las actitudes disfuncionales son factores de vulnerabilidad que juegan
un rol causal en el origen y mantenimiento de la
depresión. Estas actitudes disfuncionales toman
la forma de estándares rígidos y perfeccionistas
para emitir juicios respecto a uno mismo y hacia
los otros (Dyckman y Johll, 1998).
Beck plantea que las actitudes disfuncionales
interactúan con los eventos de vida negativos
para propiciar la depresión, esto es, cuando
acontece un estresor relevante al esquema de la
persona, como una ruptura amorosa, se activa
el esquema negativo (que habitualmente se
delinea en la temprana infancia), el que a su vez
produce cogniciones negativas y la posterior
depresión. Se ha provisto una lista de actitudes
disfuncionales que pueden relacionarse con el
54
inicio y mantenimiento de la sintomatología
depresiva: excesiva necesidad de aprobación
(“Para ser feliz necesito la aprobación de otras
personas”), demanda de amor (“No puedo ser
feliz si no me ama alguien”), demandas de
ejecución (“Si fallo en mi trabajo debo ser un
fracaso”), perfeccionismo (“si no puedo hacer
bien algo, mejor no hago nada”), demandas
sobre los otros (“Si creo que merezco algo, los
demás deben facilitármelo”).
Randolph y Dykman (1998) sugieren que las
actitudes disfuncionales se adquieren en la
infancia a través de interacciones disfuncionales
entre padres e hijos, particularmente aquellas
donde los padres se comportan de una manera
crítica o desaprobadora. Por ejemplo, los padres
que comparan desfavorablemente al niño con sus
hermanos pueden engendrar actitudes
disfuncionales como, “si no lo hago bien como
otra gente, significa que soy un ser humano
inferior”. Los padres que reaccionan con rechazo
cuando el niño falla en algo, pueden fomentar
una actitud disfuncional como, “si fallo en algo,
esto es tan malo como ser un completo fracaso”.
Desde esta perspectiva, las experiencias
tempranas de socialización dentro de la familia
sientan las bases para la adquisición de
supuestos disfuncionales o “reglas” por parte del
niño, las mismas que guían su futura interpretación
de los eventos negativos. Los niños que han sido
sometidos a una crianza crítica y desaprobadora,
es muy probable que adquieran actitudes
disfuncionales y que experimenten depresión en
comparación con aquellos niños que han sido
criados de una manera afectuosa y aprobadora.
Estas diferencias también se harán extensivas en
los ámbitos de la conducta interpersonal
(Manrique y Zhiganova, 2000).
Las actitudes disfuncionales como factores de
vulnerabilidad para la depresión implican una
cadena causal de tres etapas de los eventos. Es
decir, las experiencias de una parentalidad
negativa llevan a la inculcación de actitudes
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disfuncionales en los hijos, lo que a su vez
favorece una gran vulnerabilidad para la
depresión en los hijos. Se ha encontrado que las
actitudes críticas y perfeccionistas de los padres,
junto con el descuido y sobreprotección parental,
son un abono para el aprendizaje de actitudes
disfuncionales en los hijos y, como una
consecuencia, la mayor probabilidad de
experimentar depresión. Esta cadena causal
queda graficada en la siguiente figura.
Parentalidad
crítica
Parentalidad
perfeccionista
Actitudes
disfuncionales
Vulnerabilidad
para la
depresión
Descuido
Parental
Sobreprotección
Parental
Fig. 2. Parentalidad, actitudes disfuncionales y vulnerabilidad (Randolph y Dykman (1998)
Estilo Atribucional
El planteamiento del estilo atribucional
como un factor de vulnerabilidad para la depresión tiene sus antecedentes en la teoría de
la atribución. Esta teoría plantea que la búsqueda de una explicación para los eventos
(en especial para los eventos negativos inesperados) es una característica del comportamiento humano. Nacida dentro del campo
de la psicología social experimental, los aportes de esta teoría se fueron expandiendo hacia el campo clínico especialmente con rela-
ción a los modelos de la desesperanza aprendida y de la depresión por desesperanza
(Manrique, 1994).
El estilo atribucional es un compuesto de tres
dimensiones que, de una manera separada o en
conjunto, se activan cuando una persona confronta un evento negativo (o un evento positivo)
y se embarca en la búsqueda de una causa explicativa suficiente (pero no siempre exacta) para
la ocurrencia de este evento. Las dimensiones
del estilo atribucional son gráficamente expuestas en la siguiente figura.
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Lugar de
Control
Atribuciones Internas
Evento (-)
Atribuciones Externas
Evento (+)
Atribuciones Estables
Evento (-)
Atribuciones Inestables
Evento (+)
Atribuciones Globales
Evento (-)
Atribuciones Específicas
Evento (+)
Depresión
Estabilidad
Depresión
Globalidad
Depresión
Fig. 3. Dimensiones Explicativas y Consecuencias del Estilo Atribucional
La teoría reformulada de la indefensión
aprendida y de la depresión (Abramson,
Seligman y Teasdale, 1978) postula que el estilo
atribucional negativo (esto es, la tendencia a explicar las causas de los eventos negativos de formas pesimistas) representa un factor de riesgo
para la depresión. La reformulación se centra en
las tres dimensiones de la atribución que se
grafican en el cuadro anterior:
(1) Interna-Externa,
(2) Estable-Inestable, y
56
depresogénico. Por el contrario, aunque con resultados semejantes, las atribuciones externas,
inestables y específicas para los eventos positivos también producen depresión.
Abela y Seligman (2000) también señalan los
tres estilos inferenciales que se supone son causas contribuyentes distantes para la depresión
por desesperanza:
(1) la tendencia a atribuir los eventos negativos
a causas globales y estables,
(3) Global-Específica.
(2) la tendencia a percibir los eventos negativos
con muchas consecuencias negativas, y
Se postula que las atribuciones internas (“es
mi culpa”), estables (“siempre me pasa esto”) y
globales (“toda mi vida es un fracaso”) para los
eventos negativos se constituyen en lo que ha
venido a llamarse estilo atribucional
(3) la tendencia a inferir características negativas
respecto al yo cuando ocurren eventos
negativos. Cada uno de estos estilos
predispone a la persona a la depresión por
desesperanza.
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Estilo Rumiativo
2) Respuestas centradas en los síntomas (p.e.,
“Pienso en lo difícil que es concentrarme”), y
Se ha planteado que las diferencias individuales en las respuestas cognitivas a los estados de
ánimo pueden determinar si éstos persisten e inician una escalada hacia desórdenes clínicos más
severos y crónicos. Por ejemplo, se ha sugerido
que una vez que se ha establecido un estado de
ánimo disfórico, puede ser mantenido y exacerbado por sesgos congruentes con el estado de
ánimo en la memoria y la atención (Segal e Ingram
(1994). De una manera similar, se ha propuesto
que los individuos que responden a los estados
de ánimo disfóricos con un estilo de respuesta
rumiativo son vulnerables para continuar con la
disforia. La respuesta rumiativa implica la
focalización repetida en el hecho de que uno
está deprimido, sobre los síntomas de depresión de uno, y sobre las causas, significado y
consecuencias de los síntomas depresivos
(Roberts, Gilboa y Gotlib, 1998).
3) Respuestas centradas en las posibles consecuencias y causas del estado de ánimo
(p.e., “No puedo ser capaz de hacer mi trabajo porque me siento muy mal”). El estilo
rumiativo también incluye cierto número de
respuestas conductuales (p.e., “Prestar atención a música triste”, “Escribir lo que estoy
pensando y analizarlo”).
Con el fin de examinar los niveles típicos de
rumiación, Nolen-Hoeksema y Morrow (1991)
desarrollaron una medida de autorreporte del
estilo de respuesta. Este cuestionario les pide a
las personas un reporte de los tipos de pensamientos y conductas en los que típicamente se
ocupan cuando experimentan disforia. En varios
estudios se ha encontrado que los estilos de respuesta rumiativa predicen elevados niveles de
disforia en el curso del tiempo, aun después de
controlar estadísticamente el nivel inicial de la severidad de la disforia.
Tal como se ha señalado, el estilo rumiativo
implica tres tipos de respuestas frente al estado
de ánimo disfórico:
1) Respuestas que se centran sobre el yo (p.e.,
“¿Por qué siempre reacciono de esta
manera?”),
De manera interesante, hay datos que
sugieren que el estilo rumiativo podría mediar
los efectos de otros factores de riesgo para la
disforia y la depresión. Por ejemplo, la elevada
prevalencia de depresión entre las mujeres
pudiera explicarse por la tendencia de las
mujeres a rumiar en respuesta a la disforia,
mientras que los hombres tienden a distraerse
activamente (Nolen-Hoeksema et al., 1993).
También se ha encontrado que factores globales
de la personalidad implicados en la
vulnerabilidad para la disforia y la depresión,
pueden estar mediados por un estilo de
respuesta rumiativo.
De manera particular, hay una creciente
evidencia de que el neuroticismo está asociado
con un riesgo para la disforia y la depresión
clínica, y que el estilo rumiativo puede explicar
el efecto del género y del neuroticismo en la
vulnerabilidad para los episodios de disforia
(Roberts, Gilboa y Gotlib, 1998).
El siguiente gráfico plantea que la rumiación
es una manifestación cognitiva importante del
neuroticismo, esto es, los individuos
relativamente neuróticos tienden a centrar su
atención sobre los estados de ánimo y
experiencias disfóricos, lo que a su vez amplifica
estos sentimientos y conduce a episodios de
disforia más persistentes.
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Género
Neuroticismo
Rumilación
Duración de la Dp
Síntomas
depresivos
actuales
Fig. 4. Relaciones entre género, depresión, neuroticismo, estilo rumiativo y duración de episodios disfóricos
(Roberts, Gilboa y Gotlib, 1998).
Se ha encontrado, además, que la rumiación
en el contexto de un ánimo disfórico está
asociada con un recuerdo creciente de las
memorias autobiográficas negativas. Estas
memorias incluyen interpretaciones más negativas
de las situaciones actuales, predicciones más
negativas acerca del futuro y una menor
efectividad para la solución de los problemas
interpersonales.
Un sólido cuerpo de investigación sugiere que
la rumiación es una característica estable de
diferencias individuales. La rumiación disfórica
reduce la disposición de la gente para ocuparse
en actividades agradables, distractoras (p.e., salir
a comer con amigos) aun cuando siente que
disfrutaría de tales actividades. Adicionalmente,
la gente inducida a rumiar en respuesta a un ánimo
deprimido, siente que ha ganado comprensión y
entendimiento de sus problemas y sentimientos,
58
lo que puede alentar la rumiación (Hertel,
2001).
Una posible explicación de por qué la gente
continúa con su rumiación, a pesar de sus
consecuencias negativas, se basa en el
supuesto de que se trata de una manifestación
de una tendencia más general hacia la
inflexibilidad cognitiva o la perseveración. Las
rumiaciones han sido definidas como
“pensamientos autofocalizados perseverativos”.
La perseveración, por su parte, ha sido definida
como el fracaso para modificar efectivamente
la conducta cuando se proporciona un
feedback y para modular la conducta a la luz
de las consecuencias futuras, así como para
ajustar las estrategias cognitivas al enfrentar las
contingencias ambientales cambiantes (Hertel,
2001).
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Sociotropía y Autonomía
Varios teóricos han propuesto que existen
dos principales estilos cognitivos y de
personalidad asociados con el inicio y
mantenimiento de la depresión. La sociotropía
(dependencia social) fue descrita como el
involucramiento en un intercambio positivo
con los otros, y está caracterizada por un
excesivo interés respecto a las relaciones
interpersonales, una exagerada preocupación con
el hecho de ser amado y un miedo al rechazo.
La autonomía, por su parte, fue descrita como
la disposición de la persona para preservar e
incrementar su independencia, su movilidad
y derechos personales, y se caracteriza por
un excesivo interés respecto al logro
independiente, una exagerada preocupación con
la perfección y un miedo al fracaso personal
(Beck, 1983).
En relación con los tipos de estilos cognitivos
anteriores, se ha planteado la hipótesis de
la congruencia evento-personalidad, esto es,
la gente que exhibe niveles elevados de
orientaciones cognitivas y de personalidad,
como la sociotropía y la autonomía, debe ser
particularmente susceptible a experimentar
depresión de manera subsiguiente a un evento
estresante congruente con su tipo específico
de sensibilidad. Por ejemplo, la gente altamente
sociotrópica (interpersonalmente orientada)
se supone que resultará deprimida después de
experimentar un evento que marca una ruptura
en una relación social, como el fin de una relación
sentimental. En contraste, los individuos
altamente autónomos (orientados al logro) se
plantea que serán particularmente susceptibles a
la depresión después de un evento que impide el
logro de sus metas, como el hecho de ser obviado
en una promoción (Beck, 1983).
El mismo Beck (1983) plantea que,
cuando las personas altamente sociotrópicas
resultan deprimidas, su cuadro clínico está
fenomenológicamente dominado por un
sentido de pérdida o deprivación, y exhiben
síntomas muy parecidos a aquellos
tradicionalmente asociados con el concepto de
depresión reactiva. Específicamente, se
sentirán más solitarias y poco dignas de ser
amadas, es muy probable que tengan síntomas
de ansiedad y que tiendan al llanto, busquen
ayuda, tengan un ánimo más lábil y reactivo,
con respuestas de tranquilidad y alivio cuando
son hospitalizadas. Por su parte, se plantea
que la depresión autonómica, que se desarrolla
en respuesta a pérdidas en los logros, está
caracterizada por sentimientos de derrota,
desesperanza y pesimismo respecto al
tratamiento, autoculpa y sentimientos de fracaso,
profunda pérdida de interés o disfrute.
Robins et al (1997) señalan que estos estilos
cognitivos y de personalidad han sido estudiados
en relación a la depresión de varias maneras,
incluyendo pero no limitándose a las hipótesis
de que éstos:
(a) crean vulnerabilidad para la depresión de
manera subsiguiente a un evento congruente, pero no a un evento no congruente; y
(b) traen como resultado depresiones con
síntomas diferentes y otras características clínicas.
La siguiente figura ilustra estas
interacciones congruentes entre eventos
estresantes y estilos cognitivos y de personalidad.
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Estilo cognitivo y
de personalidad
Evento estresante
Sociotropía
Pérdidas
Interpersonales
Experiencia de
Depresión
Depresión con
sintomatología
diferenciada
Autonomía
Pérdida
de logros
Fig. 5. Sociotropía y Autonomía como factores de vulnerabilidad para la depresión
COLOFON
En esta sucinta revisión, se han presentado
las más importantes teorías que se han centrado
en el estudio de la vulnerabilidad cognitiva para
la depresión: los modelos de los esquemas, el
modelo del apego y el modelo de la
desesperanza. Se han planteado algunas de las
variables que pueden encontrarse vinculadas a
los orígenes de la vulnerabilidad para la depresión.
De una manera general, tanto los estudiosos que
se centran en la depresión adulta como los que
trabajan fundamentalmente con la depresión
infantil, comparten un punto de vista común: tener
una clara comprensión de los orígenes de la
vulnerabilidad cognitiva para la depresión sin
importar cuál sea la edad de la persona vulnerable
y, del mismo modo, un reconocimiento de que la
comprensión de estos orígenes está básicamente
60
concatenado con el entendimiento de los eventos
de la infancia, adolescencia y tal vez la temprana
adultez.
Finalmente, sin agotar con ello el vasto y
complejo campo de la vulnerabilidad cognitiva,
se han propuesto cuatro tipos específicos de
vulnerabilidad cognitiva para la depresión
(actitudes disfuncionales, estilo atribucional, estilo
rumiativo y el estilo sociotrópico-autónomo) que
cuentan con un extenso fundamento empírico.
Como resaltan diversos e importantes autores,
existen aun muchos vacíos e interrogantes en la
investigación, pero lo que resulta innegable y
valioso para fines de prevención y abordaje
terapéutico, es el creciente cuerpo de
conocimientos al parecer sin solución de
continuidad.
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