Escena de El gato montés Foto: Alfonso Ópera en España El gato montés en Oviedo Oviedo, 21 Mayo 2013. Después de haber caído en el olvido pocos años después de su estreno en Valencia en 1917 y tras haber sido rescatada por Plácido Domingo con motivo de la Expo ’92 de Sevilla, la partitura de El gato montés —“ópera popular española” en tres actos y cinco cuadros con música y libro de Manuel Penella Moreno— ha sido objeto en 2012 de un segundo rescate, a la griega, a través de una nueva producción del Teatro de la Zarzuela, con dirección escénica de José Carlos Plaza. Tras su paso por Madrid y Sevilla, esta producción llega ahora a Oviedo. Francisco Leal, responsable tanto de la escenografía de corte minimalista como de la iluminación con rasgos tenebristas, hace un uso muy acertado de un reducido número de elementos de atrezzo —un espejo barroco cuyo marco, profusamente decorado, constituye una síntesis del imaginario taurino; unos troncos de olivo, cirios y un gran rostro parcialmente mutilado—, dotándolos de una carga simbólica que es resaltada, con toda intencionalidad, mediante contrastantes claroscuros. Sin obviar los tópicos españolistas más castizos, la dirección de Plaza parece relegar a un segundo plano el folklorismo andaluz para poner el acento en el dramatismo de una historia narrada con gran plasticidad visual y con un tratamiento del coro —la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo, preparada por Rubén Díez— a la manera de una tragedia griega, ya que hasta en tres ocasiones se congelan o ralentizan sus movimientos sobre el escenario, logrando así un efecto de intensa teatralidad dramática. Los figurines de Pedro Moreno fueron todo un acierto, con un vestuario en distintos tonos ocre y pastel, reservando el granate para septiembre-octubre 2013 Soleá, como una Carmen cuya apariencia mate parece presagiar su trágico final. La coreografía de Cristina Hoyos para el garrotín gitano fue muy aplaudida y la gestión del espacio escénico en el acto central, tanto al comienzo del primer cuadro como durante el pasodoble del segundo —con su organización del espacio en distintos niveles y un capote torero que, por magia de la iluminación, parecía moverse solo— resultó una solución inteligente y visualmente atractiva. Además de una propuesta escénica coherente ejecutada con gran primor, la solidez del reparto vocal constituyó otra de las claves del éxito de esta producción. En el centro de un triángulo amoroso se sitúa Soleá, papel interpretado con entrega por la soprano Saioa Hernández, que cantó con voz centrada, potente y bien timbrada. De un lado otra voz joven, la del tenor Andeka Gorrotxategui en el papel de Rafael, y al otro lado un inspirado Ángel Ódena caracterizado como Juanillo, el bandolero cuyo apodo da título a la ópera. Ódena realizó una interpretación intensa y expresiva, al estilo de un héroe romántico a la española, logrando una línea de canto bien matizada, con medias voces de elegante fraseo y cálido color. Rubén Amoretti fue un destacado Padre Antón, aunque su voz de bajo acusara reflejos mate que restaron brillantez a su timbre. Muy bien tanto Milagros Martín en el papel de Frasquita como Luis Cansino en el de Hormigón. María Fe Nogales cantó con entrega el papel de Gitana, si bien la orquesta le ganó la partida, en cuanto a intensidad se refiere, durante el garrotín del primer acto. Con la salvedad de este fragmento, el maestro Óliver Díaz, que manejó la Orquesta Oviedo Filarmonía con brío y soltura, mantuvo el equilibrio de sonoridades con los cantantes y supo destacar con exquisito gusto musical los numerosos detalles tímbricos que encierra la partitura, con una magnífica ejecución de los intermedios orquestales que separan los dos cuadros de cada uno de los actos segundo y tercero. por Roberto San Juan pro ópera que no se aburrió). Muy buena iluminación de Manfred Voss y a veces actualización al límite (es difícil ver en Silla a un mandatario actual hipócrita de doble discurso: ni libreto, ni música, ni ideología de la época lo permiten, aunque nos gustaría que así fuese). Escena de Il postino en Madrid Foto: Javier del Real Il postino en Madrid Como cierre de la temporada madrileña se presentó esta ópera de Daniel Catán. Y aunque le faltó el motor que lo ha impulsado desde Los Ángeles hasta Viena y París, con paradas en Santiago de Chile, Guanajuato y la Ciudad de México, el público lo acogió con entusiasmo. El “motor”, Plácido Domingo, falló por una embolia pulmonar que lo apartó de las cinco representaciones, y la nave se movió con sus propios medios. No lo hizo del todo mal. La música de Catán (edulcorada y carente de claroscuros dramáticos, elaborada con evidente buen oficio) encantó a la audiencia madrileña, hambrienta de música melódica. El libreto, basado más en la película del mismo nombre que en la novela Ardiente paciencia de Antonio Skármeta, tampoco exhibe una estructura narrativa de contrastes violentos, exceptuando el trágico final del cartero. Construida como una sucesión de escenas situadas en diferentes localizaciones (como una película) tuvo en la puesta en escena de Ron Daniels un gran aliado. Aligeró el entramado escénico, se apoyó en el video y la sencillez gestual, restándole azúcar al almibarado discurso (hasta caer en lo cursi) de una historia cuyo lento avance puede llegar a aburrir. Visualmente bella y complementaria a lo que cuenta la trama, también conquistó al público. El director musical Pablo Heras-Casado consiguió dar brillo al sonido de la orquesta, controló el caudal sonoro para no comprometer las voces y buscó dar coherencia al discurrir de la partitura. El equilibrado elenco estuvo a la altura de las circunstancias, desde el tenor Vicente Ombuena apechugando muy bien con el personaje de Pablo Neruda hasta la breve intervención de Nancy Fabiola Herrera (Donna Rosa). El joven tenor Leonardo Capalbo mostró empatía con el personaje del simpático cartero Mario. Su timbre cálido, amplio registro y buena proyección, empastó bien con su amada Beatrice interpretada por la soprano Sylvia Schwartz, competente en el quehacer de candorosa muchacha de pueblo. Cristina GallardoDomâs fue una expresiva Matilde, la contenta esposa de Neruda, que cantó y actuó con desparpajo. Los comprimarios (Federico Gallar, Eduardo Santamaría, Víctor Torres) completaron con profesionalidad un reparto, exceptuando Capalbo, completamente hispano e hispanoamericano, una rareza en la programación de los últimos años del Teatro Real. por Federico Figueroa Lucio Silla en Barcelona Después de un cuarto de siglo volvió Lucio Silla con dos repartos y la buena y autorizada batuta de Harry Bicket, en una interesante puesta en escena de Claus Guth (a veces demasiado “animada” en su intento de no dejar que las largas arias “aburran” al respetable, pro ópera Kurt Streit fue un dictador muy superior al de Alessandro Liberatore, en lo actoral y en lo vocal (el joven italiano tiene problemas cuando pasa del centro, incluso en los recitativos). Patricia Petibon fue una Giunia muy festejada y pese a Escena de Lucio Silla en Barcelona que sus coloraturas no Foto: A. Bofill son ortodoxas, su voz y su actuación son más para el personaje que las de Laura Aikin, superior vocalmente pero con voz demasiado liviana para la parte. La misma comparación se puede hacer sobre la Celia de las excelentes Ofelia Sala y María José Moreno (una voz de más cuerpo pero sin casi centro o grave). Silvia Tro Santafé fue un Cecilio intenso, pero de timbre desigual y agudo áspero, en tanto que Marina Comparato cantó muy bien y con voz más homogénea y bella pero menos fuerza dramática. Antonio Lozano fue el único que repitió como Aufidio y lo hizo muy bien (su única aria es larga y difícil y la cantó con musicalidad y buen color). Lo más problemático fue siempre el personaje de Cinna. Iano Tamar tiene una figura ideal pero su canto pasa por un momento bajo del que no sé si habrá retorno. Inga Kalna canta muy bien las agilidades con una voz metálica y poco grata y es una actriz muy participativa. Público numeroso aunque en la sala se notaban huecos. por Jorge Binaghi Madama Butterfly en Barcelona Esta ópera llegó a su segunda serie con tres repartos (para los papeles principales), siempre con mucho éxito, aunque no con localidades agotadas. El que yo vi no era para echar campanas al vuelo, sobre todo por la desbordada dirección de Daniele Callegari. No habiendo nueva producción (por suerte), y estando cada vez más lejos la marcación de la originaria de Moshe Leiser y Patrice Caurier, el interés se centraba en los cantantes y sus posibildades vocales y escénicas. No es el mejor momento ni el mejor rol para el debut de Patricia Racette, excelente cantante que exhibe un agudo a veces apretado, un color metálico y avaro en matices, poca flexibilidad para la media voz y un vibrato que marcó toda su entrada aunque luego, por fortuna, desapareció. Por suerte es una gran artista. También debutaba en Suzuki nadie menos que Marie Nicole Lemieux, que en conjunto fue la mejor de todos porque además, en un repertorio en principio “ajeno”, fraseó, coloreó y actuó de modo extraordinario y exhibió su lozanía vocal. Fabio Capitanucci resultó un excelente cónsul en todos los aspectos, pero en el primer acto le tocó también a él recibir la maza sonora de Callegari. Stefano Secco, en un teatro grande como éste, revela aún más sus limitaciones de timbre y proyección y el agudo, lo más interesante, estuvo tenso todo el tiempo (no siempre fue responsabilidad suya). Del resto destacó claramente el Goro de Francisco Vas, en su doble aspecto de artista y cantante. Bien el coro. por Jorge Binaghi septiembre-octubre 2013 Rienzi en Barcelona La versión en concierto de Rienzi pone fin a los festejos por el centenario de Wagner en el Liceu. Si comenzaron con la visita (en concierto) de los Festivales de Bayreuth, gran expectativa, y buenos resultados, este final es más bien melancólico. La obra sufre con los cortes habituales y de todos modos es desequilibrada. Si la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Catalunya es buena, su director Pablo González (a quien un grupo del público protestó al final) sigue evidenciando que le gusta el volumen, pero muchas otras cosas no las entiende o no logra comunicarlas. Escena de Otello en Valencia Foto: Tato Baeza Otello en Valencia Junio 16. Fenómeno vocal es la única frase que se me ocurre para, en un santiamén, describir a Gregory Kunde. Un tenor que, partiendo de un material de lírico-ligero, ha avanzado paso a paso y sustentado en la técnica hacia un repertorio de lírico-spinto hasta convertirse en un tenore di forza capaz de interpretar, en el lapso de un año, personajes como los verdianos Otello, Radamès, Henry (Les vêpres siciliennes) y el belliniano Gualtiero de Il pirata con deslumbrantes resultados. Y más aún: en pocos meses volverá con el Otello rosinniano. El cantante que observé y escuché en el Palau de les Arts Reina Sofia realizó una interpretación del Otello verdiano de primerísimo nivel. La voz tiene cuerpo, densidad y volumen aunado a un color luminoso, homogéneo, de agradables claroscuros. La emisión, ortodoxa, le permite atravesar el foso y expandirse por la sala con un agradable vibrato. Como actor matiza el personaje, elevando la temperatura conforma avanza la obra. ¡Un portento! La soprano china Guanqun Yu, solvente Desdemona, mantuvo el tipo con un instrumento no especialmente atractivo. Reguló sus fuerzas con prudencia, hasta llegar a su escena final con el fuelle necesario para firmar una muerte digna. Caracterizado hasta hacerlo irreconocible, el siniestro Iago de un recuperado Carlos Álvarez fue el contrapeso idóneo para homogenizar el reparto, en el que también mostró buenos mimbres la mezzosoprano Cristina Faus (Emilia). El tenor Marcelo Puente fue un Cassio de presencia menos sólida. La estupenda forma de la Orquesta de la Comunidad Valenciana fue exhibida con orgullo por Zubin Mehta. Hubo precisión, calor y flexibilidad en su lectura. Desde el vibrante inicio del primer acto, la casi camerística “canción del sauce” hasta el delicado dramatismo de la escena final del cuarto acto. Los coros, infantil y adulto respondieron adecuadamente a la dirección del maestro. Esta nueva puesta en escena de Davide Livermore cumple en lo funcional y el atractivo visual. Su propuesta, centrada en el movimiento de los solistas, con detalles que buscan el efecto (aunque a veces no lo consiguen, como unas luces rojas en los límites de la escenografía) y la utilización de videos de gran calidad; se desentiende del movimiento de masas. El propio Livermore firma el diseño de iluminación, la escenografía (al alimón de Giò Forma Production Design) y el vestuario (con Mariana Fracasso). Sobre una plataforma que pende del techo, centra la acción principal y en los aledaños coloca el resto de acción. Entronca con la oscuridad de la trama de la obra y mantuvo el espíritu de la misma. por Federico Figueroa septiembre-octubre 2013 El coro del Teatro fue uno de los puntales de la representación, reforzado por la Polifónica de Puig-Reig (preparada por Ramón Noguera). De los solistas destacó netamente la mezzo Michelle Breedt en el papel de Adriano. Peter Rose tuvo una buena intervención, pero no es Colonna el papel que más le va ni con el que más puede lucirse. Alex Sanmartí (que debería cuidar su gesticulación), Josep Fadó y Werner Van Mechelen cumplieron bien con sus partes secundarias y las cortas intervenciones “religiosas” de Friedemann Röhlig fueron dignas aunque no brillantes. El rol de Irene es temible y poco agradecido, pero la forma desaforada de cantarlo de Elisabete Matos no ayudó en nada. El protagonista de Kristian Benedikt fue estimable, pero la voz se queda corta en su trayectoria, el grave es escaso, los ataques que no sean fuertes (el agudo es su mejor baza) son vacilantes. Un público que no colmaba el Liceu aplaudió sin mucha convicción. por Jorge Binaghi La traviata en El Escorial Julio 26. Podría haber sido más brillante, claro, esta versión de La traviata estival, que reunió un buen cast de cantantes y músicos en el Festival de Verano. Siempre se pueden hacer mejor las cosas, pero fue una representación digna, muy aplaudida y disfrutada por un público que llenó completamente el aforo del teatro escurialense. Su responsable escénica, Susana Gómez, escribe que “se trata de un periodo de hambre y miseria en el que, paradójicamente, se forjan algunas de las grandes fortunas de la dictadura”. Afortunadamente, la bellísima partitura de Verdi puede hasta con una régie claustrofóbica y extemporánea, con un vestuario plano. La traviata es un homenaje al canto y a la música. Y a la vida. No tiene desperdicio. Estuvo bien la dirección de orquesta y el coro, enérgicos y entregados. La Violetta de Désirée Rancatore, que tanto deseaba (según me confesó personalmente) hacer esta ópera, tuvo un punto de hidalguía y dedicación emocionante, aunque todavía puede afianzar más su ejecución vocal y su actuación teatral, pues se trata de un rol complicado, que no tiene límites de desarrollo, en el que siempre se puede seguir ahondando. Muy seguro y solvente como suele (tiene una hermosa voz, abundante y cálida), José Bros en un Alfredo tierno y dispuesto, amantísimo. Una sorpresa muy agradable el Giorgio Germont de Ángel Ódena. Tiene un chorro de voz que enamora y compone su personaje como es: la representación del decoro y la ley al uso para seguridad y ejercicio de las “gentes decentes”. Muy ajustados María Ubieta en Annina, Pilar Vázquez como Flora y el resto de los secundarios que aportaron su apoyo a los cantantes principales. Todos fueron muy reconocidos y aplaudidos. por Alicia Perris Viento es la dicha de amor en Madrid Mayo 25. Si el compositor José de Nebra (1702-1768) hubiera nacido en alguno de las decenas de pequeños estados de lo que hoy es Alemania, probablemente sería un compositor con mayor reconocimiento del que actualmente ostenta. El dominio de los códigos musicales de la ópera italiana y la incorporación de un sello hispánico otorgan a sus composiciones la suficiente originalidad para prestarle mayor atención. El Teatro de la Zarzuela programó, con gran tino, esta zarzuela barroca estrenada en 1743. La responsabilidad de sacarle lustre les fue encomendada a Alan Curtis, en el apartado musical, y a Andrés Lima en el escénico. Ambos se empeñaron en caminar en sentidos opuestos. pro ópera única (en una obra que la rechaza por principio los interludios), casi todo el tiempo luz fuerte (cuando tanto se habla de oscuridad y sombra) para llegar a un apagón final que permita la muerte del protagonista de un modo que no sea risible (Marie desaparece por una máquina de juegos luego de ser asesinada, ya que todo transcurre en un gran bar-pub-discoteca con una guardería en el fondo). Actores mudos también los hubo y quisiera saber para qué, aparte de encarecer costos. Como si entramos en detalles no acabaríamos, y más vale concentrarse en la parte musical (que siempre es determinante) y que aquí fue lo positivo, diré que Sylvain Cambreling se mueve mucho mejor en este repertorio (sin llegar a ser excepcional) aunque en el primer acto el volumen y la violencia de la lectura fueran excesivos. Luego las cosas se pusieron en su sitio. La orquesta y el coro (incluido el coro de niños, y los solistas de ambos) estuvieron en una gran noche. Escena de Viento es la dicha de amor Foto: Fernando Marcos La Orquesta Barroca de Sevilla realizó su función con solidez y voló con mayor soltura en la segunda parte, dentro del patrón rígido que Curtis suele acostumbrar en muchas de sus presentaciones. La bella música de De Nebra exhibió con naturalidad el aplomo y la serenidad del buen hacer de un maestro. Se deseó una mayor chispa y contraste para potenciar el lucimiento del conjunto hispalense, que jugó con todo y se llevó el merecido reconocimiento del público. El coro titular de teatro mostró su valía al igual que el grupo de solistas. La soprano Yolanda Auyanet, poco asidua al repertorio barroco, dio vida a Liríope con una voz redonda, bien proyectada y potente. La mezzosoprano Clara Mouriz (Céfiro) dominó el estilo y delicado fraseo. Con el aria ‘Selva florida’ cosechó un espontáneo y sincero aplauso del público. Aplicadas, bien dosificadas y con bellos matices tímbricos las sopranos Beatriz Díaz (Amor) y Mercedes Arcuri (Ninfa), mientras que la más ligera Ruth González (Delfa) empastó muy bien con el tenor Gustavo De Gennaro (Marsías) como pareja cómica. De los papeles secundarios más comprometidos brilló el Andres de Roger Padullés y buenas fueron las actuaciones de Katarina Bradic (Margret), Francisco Vas (el loco) y Scott Wilde (primer aprendiz); algo menos el segundo aprendiz de Tomeu Bibiloni. Jon Villars, muy a gusto con su caracterización ‘rock’ (que contradice todos los principios de ‘autoridad’ de la obra), fue un Tambor Mayor cuya voz ha conocido tiempos mejores, pero se las arregla en algunos agudos (en otros momentos es inaudible). Franz Hawlata es un buen doctor (le va mejor que el protagonista que cantó hace tiempo en Barcelona), pero su voz se abre en los extremos. Gerhard Siegel fue un notabilísimo Capitán (más en lo vocal, pero de la puesta en escena —paralizante en su caso— no es responsabe). Nadja Michael es lo que se suele llamar una “singing actress”. Gran actriz, bella mujer, pero cantante a ratos y más que irregular (no siempre buena: sus agudos son gritos, el grave es entubado, sólo el centro es libre y notable) hace vivir a su Marie por su forma de decir más que nada. Por fortuna, el protagonista volvió a ser el gran Simon Keenlyside que ha hecho crecer una interpretación (vocal y escénica) que parecía imposible mejorar. Parecería que pasar del Sprechgesang al parlato o al canto, al salto al grave o al agudo firme es natural para él y que sólo cantara obras dodecafónicas o posrománticas. Y su caracterización entre esquizofrénica, filosófica y anormal es de las que cortan el aliento. o por Jorge Binaghi La propuesta escénica de Lima entreveró textos poéticos de carácter sensual de autores del siglo XVII al XXI que recitaban un grupo de actores y actrices que se suponía socorrían a los cantantes en estos menesteres. Sin embargo, estos actores y actrices hablaban/ recitaban con menos intención, claridad de dicción y entusiasmo que el grupo de cantantes. Si a ello añadimos un grupo de seis bailarines (coreografías de Sol Picó), el mismo número que solistas y actores, teníamos un batiburrillo de personajes triplicados sin que ello redundara en clarificar el inconsistente libreto original, además de las caídas de tensión en el desarrollo dramático de la obra por los textos ajenos endilgados con mayor o menor avenimiento al discurso circundante. Que Lima haya trasladado Arcadia a un balneario de nuestro tiempo situado en los Alpes no es novedoso ni molestó a la obra original. Que haya hiper-sexualizado la acción tampoco es un problema para la trama. Lo que sí lo fue el superfluo “adorno” de un grupo de bailarines y actores que fueron un lastre. La escenografía y vestuario (Susana San Juan) y la iluminación (Valentín Álvarez) sí tuvieron belleza y potencia visual para impulsar la obra hacia arriba. Los abucheos para Andrés Lima la noche a que se refieren estas líneas, fueron sonoros. Al director musical, solistas, coro y orquesta el público les dedicó una ovación cerrada. por Federico Figueroa Wozzeck en Madrid La misma puesta de Wozzeck presentada hace unos años en París sirvió para volver a proponerla en el Real. Gerard Mortier es fiel a sus amigos. La producción de Christoph Marthaler es, sobre todo, una banalización de la gran obra de Alban Berg. Casi ni rastros de soldados (el Tambor Mayor es un rockero entrado en carnes), escena pro ópera Simon Keenlyside (Wozzeck) y Nadja Michael (Marie) Foto: Javier del Real septiembre-octubre 2013