Lea la entrevista con Pepe Limeño.

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ENTREVISTA
Pepe Limeño
“Un pegapases no corta
cuatro orejas una tarde en Sevilla”
“Fue siempre con elegancia, con el empaque de su figura y con la quietud de su planta, no con aspavientos ni alardes de pretendida valentonería, como el sanluqueño se fue haciendo ese marchamo de solvente ‘especialista’ en corridas duras, sobre
todo en la Maestranza, allí donde su nombre se unió para siempre al de las corridas de Miura: las mató durante siete ferias de
Abril, con un balance total de once orejas cortadas. (…) Limeño, como el anterior titular de su apodo, aquel eterno compañero
de los inicios de Joselito El Gallo, no llegó a grandes cotas numéricas, pero solo el orgullo de esos logros sevillanos le habrán
bastado para sentirse satisfecho de una carrera más que respetable.” Paco Aguado, Figuras del siglo XX
Texto: José Ignacio de la Serna Miró
Fotos: Arjona
C
uando empezó la guerra civil mi padre fue llamado a filas para servir en
el frente y mi madre, a punto de dar
a luz, se fue a vivir al viejo matadero porque
mi abuelo trabajaba de conserje. Allí nací yo,
el 19 de septiembre de 1936. Mi madre, Concha, fue una gran aficionada a los toros. De
niña se levantaba a escondidas de noche para
torear a los becerros de media sangre que llegaban a Sanlúcar desde Doñana. Tenía tanta afición, que incluso llegó a estar anunciada en una becerrada, pero mi abuelo no la
dejó. Mi padre también quiso ser torero, aunque apenas toreó alguna novillada sin caballos. Influenciado por el ambiente familiar nació mi afición a los toros. Y alentado por los
gitanos matarifes de Sanlúcar, gente entrañable, empecé a querer ser torero. Algunas veces, los gitanos se dejaban llevar por un extraño presentimiento y no se les ocurría otra
cosa que, aún en pañales, pasarme por el
lomo de los becerros, impregnándome de su
olor y de babas, creyendo que de este modo
sería torero.
Pregunta | Curioso ritual…
Respuesta | Al cumplir doce años me sacaron
del colegio para trabajar en el negocio familiar, en el Café Martínez. Tenía teléfono y estaba abierto las veinticuatros horas. Pero el
negocio quebró, y como yo era el único de
mis hermanos con edad de trabajar, tuve
que arrimar el hombro. No me importó. No
hubiera sido un buen estudiante. En el café
lo pasaba bien. La gente se reunía para hablar de toros, de galgos, de flamenco y de gallos de pelea. Aunque de toros sabían poco.
Aquellos aficionados solo veían uno o dos
festejos al año, porque aquí se daban pocas
cosas. Eran tiempos de mucha pobreza y no
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había dinero para desplazarse a ver una corrida. Sin caballos solo toreé seis o siete novilladas. La primera en 1950, en El Puerto de
Santa María, aunque un año antes lo hice en
público, vestido de corto, en la plaza de El
Pino, de Sanlúcar. Cuando debuté con picadores, con dieciséis años, no había hecho
un tentadero en toda mi vida.
Poco ambiente taurino había en Sanlúcar…
En aquella época no había toreros, ni siquiera gente del toro y como además tampoco
existían escuelas taurinas, ni televisión ni videos ni nada, no tenías de quien aprender. Si
un chaval quería ser torero no tenía más remedio que inventar su propio toreo; de ahí
que antes hubiera tanta variedad de estilos.
Cada uno tenía su personalidad. Lo único que
existía era el cine del pueblo, donde vi la película Currito de la Cruz. Me impresionó una
barbaridad. Los quince muletazos de Pepín
Martín Vázquez aún los tengo metidos en la
cabeza. Vi la película muchas veces.
Difícil comienzo.
Entrenaba con simples aficionados mayores que
yo y ahora me doy cuenta de que no sabían ni
torear de salón. Pero eran como dioses para mí.
Lo poco que aprendí fue en el matadero y toreando de noche en la marisma. Pero más que
a torear aprendí a defenderme. Porque eso no
era torear, era pegar un pase aquí y otro allá,
evitando oleadas o medias arrancadas. Mi primer capote me lo cosió mi madre, utilizando
un viejo toldo del Café Martínez.
¿Qué recuerda del debut con caballos, en
1952?
Que maté un verdadero corridón de toros, de
Antonio de la Cova. Entonces no existía el
guarismo y en una novillada se podían lidiar
toros con cuajo y edad, incluso tuertos, porque lo del desecho de tientas y cerrados que
ponía en los carteles era cierto. Esa tarde estuve digno, pero no pasó nada. Mi debut fue
precipitado y tuve que volver a torear alguna novillada sin caballos, para aprender el oficio. Luego continué trabajando en el bar, de
noche, y al terminar, sin acostarme, me iba
a torear de salón a la orilla del mar. Poco después toreé un festival en Córdoba, organizado
por El Pipo, a beneficio de la iglesia de Santa Marina, y formé un lío tremendo a un toro
tuerto. Al Pipo entonces no lo conocía nadie.
Me llevé el trofeo al triunfador y cuando fui
a recoger el premio me dijeron que ni había
premio ni nada, que todo se lo había llevado
El Pipo. Ahí empecé yo a ver un poco cómo
funcionaba esto.
¿Quién le ayudó a dar los primeros
pasos?
Nadie, estaba totalmente solo. Con tantas limitaciones a mi alrededor y sin oportunida-
”¿ D
e qué
tuve yo la culpa?
De ser tan tímido
y confiado”
des pensaba que nunca llegaría a ser torero.
Es más, creía que nunca saldría de Sanlúcar
de Barrameda. Una tarde pegué un petardo
muy gordo y mi padre se enfadó mucho conmigo, creo que sin razón, porque el hombre
pensaba que yo era la única salvación de la
familia. Pero yo toreaba solo porque me gustaba. Lloré mucho. Pero mi madre siempre estaba a mi lado. ¡Tenía una entereza! Era una
mujer excepcional, dura y con una fuerte personalidad. Sacó adelante a diez hijos. A su manera, era muy buena aficionada, aunque
apenas había visto una corrida de toros. Poseía un concepto del toreo chapado a la antigua. Ha muerto recientemente, con noventa
y cuatro años… (Limeño quiebra la voz, y se
emociona).
Por favor, siga…
Era muy taurina, y en los últimos años no se
perdía una corrida en televisión. Me reía mucho con ella. ¡Soltaba cada disparate! Pero, en
el fondo, todo tenía sentido. Decía muchas
verdades. A mi madre la he querido con locura, con auténtica devoción.
Volvamos a su vida profesional.
Por fortuna, unos señores de Sanlúcar creyeron en mí y pidieron un préstamo de cin-
cuenta mil pesetas para ayudarme. Con una
parte del dinero me fui a Madrid, a una pensión de la calle Toledo. En la pensión Hontanares me enamoré de una señora guapísima, mayor que yo. Se llamaba Juanita. Era un
monumento de mujer. Pero ahí tampoco tenía nada que hacer (risas). Era la ‘querida’ de
un joven chatarrero que la mantenía. Juanita me quería con locura. Estaba tan enamorado que hacía conmigo lo que quería. Una
vez me puso la cabeza llena de rulos y nos fuimos a un bar. ¡Las que me formaba Juanita!
En Madrid me hice amigo del matador de toros César Girón, y en la Casa de Campo fui
aprendiendo algo de la técnica del toreo, junto a los profesionales. De Madrid marché a
Salamanca, para hacer los primeros tentaderos de mi vida, como aficionado y de tapia.
Para no ‘orientar’ a los muchachos que andaban como nosotros buscando oportunidades, nos tirábamos en marcha del tren antes
de llegar a nuestro destino.
¡Con la cantidad de ganaderías que hay
en Cádiz…!
Pero es que yo era un auténtico desconocido
y no tenía relación con nadie del toro. Eran
otros tiempos y el campo no se hacía como
ahora. Además, yo era muy tímido. Total,
que volví a Sanlúcar y me contrataron para
torear en Ceuta. Entonces apareció en escena
un tal Bragueli, un tunante bueno, de Sevilla.
Le faltaba una pierna y aseguraba haber sido
banderillero de Manolete. El tío se orientó
del dinerito y al olor de las cincuenta mil pesetas quiso apoderarme. Se vino a Ceuta
conmigo y de regreso a Algeciras en barco
me convenció de que mi nombre, Pepe Martínez, no decía nada en los carteles. A un
banderillero muy viejo de Sevilla, Emilio Boja
Panaderito, se le ocurrió la idea; imagino que
acordándose de José Gárate Limeño, que ha-
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ENTREVISTA
bía formado pareja con Joselito El Gallo en la
cuadrilla de niños toreros sevillanos. Aunque
ya había debutado con caballos, la primera
vez que actué con ese sobrenombre fue en
una novillada sin picadores en Camas, en el
debut de Curro Romero, en 1954. Bragueli,
que apoderaba a Curro, montó la novillada
con el dinero de mis ‘ponedores’. Toreamos
mano a mano.
¿Cómo toreaba Romero?
No tenía nada que ver con lo que fue después.
Toreaba de valiente, de rodillas, imitando a
Chamaco. Muchos pases en cadena y tremendista. Esa era su mentalidad. Pero se le
veía el aire… Toreé muy poco esos años, hasta que en 1956 tuve un gran éxito en la plaza de toros madrileña de Vistalegre. Conseguí meter la cabeza en un certamen para novilleros organizado por los hermanos Lozano. Después de la primera novillada me repitieron cinco veces seguidas. Fui el triunfador del ciclo. De Vistalegre salí con máximo
ambiente. Dos años más tarde, después de torear en Barcelona, donde triunfé, y en Sevilla, hice mi presentación en Las Ventas el 12
de julio de 1959. Esa tarde corté dos orejas y
abrí la Puerta Grande, con novillos de Higinio Luis Severino. En la repetición un novillo me echó los testículos fuera. Ese año hice
el paseo en Madrid en seis ocasiones. La temporada siguiente, antes de tomar la alternativa estaba a la cabeza del escalafón, con veinte novilladas toreadas.
¿Qué le vieron en Vistalegre para llamar
tanto la atención?
Sinceridad, nada más. Porque apenas sabía torear, pero expresaba lo que sentía y eso llegaba a la gente.
El 29 de junio de 1960 tomó la alternativa en Sevilla, de manos de Jaime Ostos
y con el testimonio de Curro Romero.
Los toros fueron de Eusebia Galache.
Ese día se acabó el papel. Hoy, en esa fecha
no van ni los acomodadores. Mi intención era
terminar la temporada como novillero, aprovechando el tirón que tenía. Pero mi apoderado se negó. Me convenció asegurándome
que después de la alternativa había firmadas
veinte corridas. José Gómez Sevillano nunca
debió aparecer en mi vida. Apoderaba a
Diego Puerta, que ya era figura y ese año quedó triunfador de la Feria de Abril, por su histórica faena al toro Escobero, de Miura. Pero
a Puerta aquello le sentó como un tiro.
Como ya está muerto no quiero hablar mal.
Pero Puerta tenía lo suyo… Se portó mal conmigo. En mi carrera me pusieron muchas zancadillas y sufrí muchas injusticias.
¿Cómo fue aquella tarde?
La corrida de Galache fue la más mala del
mundo, por mansa y por el peligro de algu-
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nos toros, pero logré cortar una oreja. La
empresa quiso repetirme el siguiente 18 de
julio, pero nos peleamos. Cuando mi mozo
de espadas fue a liquidar el dinero pactado,
150 mil pesetas, nos dieron la mitad. Sevillano me había engañado. Luego, de las
veinte corridas, nada de nada. Para colmo, a
los pocos días me dejó. Decía que Puerta le
había obligado. Por cierto, la tarde de mi alternativa no se presentó. Puerta toreaba en
Segovia y prefirió irse con él. En pleno mes
de julio, después de ser el primero del escalafón y de tomar la alternativa en Sevilla, me
quedé sin apoderado y sin una corrida a la
vista. Fue un parón horroroso.
”A
pesar de
abrir cuatro
veces la Puerta
del Príncipe,
no volvieron
a contratarme
en Madrid”
En el 62 confirmó la alternativa en Madrid, con toros de Antonio Pérez, de
manos de Puerta y en presencia de Paco
Camino. Después de seis paseíllos en
esta plaza como matador de toros, en
1965 toreó su última corrida en Las
Ventas.
Pero antes de confirmar un toro me partió
la clavícula en Barcelona. Cometí el error de
seguir toreando, infiltrado, con la clavícula
rota, y arrastré la lesión durante toda mi carrera. En el 64, un toro de Coimbra me atravesó la barriga de lado a lado en Madrid.
Por unas cosas o por otras, no tenía suerte.
Todo era a la contra. Al año siguiente maté
mi primera corrida de Miura en Sevilla. No
corté nada, pero realicé sin lugar a dudas mi
mejor faena en la Maestranza. Cañabate
me hizo una crónica tremenda en ABC.
Después transcurrieron tres largos años, sin
apenas contratos, y me vine abajo. Me aburrí. Hasta que llegó la Feria de Abril de
1968. Esa tarde formé un alboroto con la de
Miura. Corté tres orejas y salí a hombros
por la Puerta del Príncipe. El 12 de octubre
volví a salir a hombros, esta vez con tres
orejas de toros Juan Valderrama. Esa temporada me pegaron una cornada muy fuerte
en Barcelona. Porque me han pegado los toros, para ir ‘pasando’, aunque nunca lo
acusé. Y no considero que haya sido un torero valiente. Pero a la fuerza ahorcan. Además de la cornada, ese año también triunfé
en Barcelona, la célebre tarde en que Andrés Hernando indultó al toro Potrico, de
Pablo Romero.
¿Le sorprendió el éxito?
Todo lo contrario. Yo confiaba en mí. Cuando me ponían triunfaba, pero solo toreaba en
este rincón. No salía de aquí. No me dejaban.
Resulta incomprensible que después de
triunfar a lo grande en Sevilla con toros
de Miura, no lo contrataran, por ejemplo, en las ferias del norte: Pamplona,
Bilbao, Logroño… pero sobre todo en
Madrid.
Pues no sé por qué coño no me contrataban.
De matador de toros nunca toreé en la feria
de San Isidro. Esto del toro ha sido siempre
para unos pocos privilegiados, ayer y hoy.
Los triunfos de Sevilla me supieron a gloria,
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bilidad en Sevilla, me dijo: “Ya es usted mayorcito. Usted sabrá lo que dice”. Entonces
sentí la impotencia y la rabia más grande
del mundo. Todos se callaron. Nadie tuvo el
valor de defenderme. Me pusieron una multa
por denunciar aquella injusticia. Incluso estuve en comisaría. Allí, otro señor con poder,
fuera de sí, se me arrancó con ademán de pegarme un rodillazo en la entrepierna. ¡Qué
humillación…!
Fue entonces cuando se negó a matar la
de Miura.
Esa tarde se consagró Paco Ruiz Miguel. Entró en el cartel en mi lugar y cortó un rabo.
Canorea me dejó, y con él se esfumaron las
treinta corridas de toros que tenía firmadas,
abriendo plaza a El Cordobés. Al poco tiempo toreábamos juntos en Sanlúcar y había tanta expectación que me presionaron para torear. Me llamó su banderillero de confianza,
Paquito Ruiz, para decirme que Benítez quería hablar conmigo. “Hombre, Pepe, la que has
liado, que Manolo quiere arreglar esto y torear contigo; mira que tenéis muchas corridas
juntos, déjalo estar y torea”. Ese día El Cordobés le dio mil pesetas a mi hijo mayor, José
Luis, que desgraciadamente se mató en un accidente de trafico… Perdoné a Benítez y la corrida se celebró con éxito. Pero después, y eso
es lo que no le perdono, no cumplió su palabra. Ya no toreamos juntos nunca más. La
putada fue doble.
pero no sirvieron de nada. Bueno, para matar otra vez la de Miura al año siguiente. Y
le corté nada menos que cuatro orejas, y
otras cuatro en la feria del 70. En total fueron cuatro salidas consecutivas por la Puerta
del Príncipe, con catorce orejas. Y toreando
por derecho, sin pegar un rodillazo. Un pegapases no corta cuatro orejas una tarde en
Sevilla.
¿Habrá una explicación?
En Madrid, sí. El empresario, don Livinio
Stuyck, se había peleado con Diodoro Canorea, quien después de los triunfos del 68 me
firmó una exclusiva por tres años. De modo
que de aquel enfrentamiento entre dos empresarios tan importantes el único perjudicado
fui yo. Injustamente. Porque yo no tenía nada
que ver en esa historia. Eran cosas personales de ellos. Y mira que a Madrid nunca fui
con pretensiones: ni económicas, ni de ganaderías ni nada. Oye, ni me llamaron. ¿Lo
puedes entender?
Hasta que Limeño estalló en la Feria de
Abril de 1971…
Esa feria me anunciaron dos tardes, una con
El Cordobés y José Luis Parada y la segunda
con toros de Miura. La primera tarde, El Cordobés tenía tanto poder que se negó a sortear. Eligió los toros más bonitos, le dejó
otros dos a Parada y a mí me reservaron dos
torazos muy feos y astifinos que ni siquiera
eran del mismo hierro. Yo no sabía nada, ni
lo podía imaginar, pero cuando salió el segundo de mi lote me mosqueé. Que en una
corrida te toque el más serio entra dentro de
lo normal, porque a alguien le tiene que tocar. Pero ¿los dos y de otro hierro? No tenían
nada que ver con la corrida. Luego en el hotel Colón uno de mis banderilleros me lo
contó. Pensó que yo lo sabía. Cuando lo denuncié, la prensa dijo que Pepe Limeño se
había vuelto loco y estaba ingresado en un
manicomio. Me dejaron vendido. Pero no
solo la prensa. Una persona que no quiero
nombrar, con un cargo de mucha responsa-
Joder…
A partir de ahí se acabó mi carrera. Seguí toreando donde pude, pero ya nada. En 1980
don Pedro Balañá me propuso una pequeña
exclusiva para torear alguna corrida otra vez
con El Cordobés. Pero cuando llegó el momento, después de anunciar públicamente
mi reaparición, Benítez decidió a última hora
no reaparecer; y sin él Balañá se quitó de en
medio; y yo me vi anunciado en Sevilla una
sola tarde y con la de Miura. ¡Un paquete de
dos pares de cojones! Tenía 44 años. No sabía qué hacer. Ya me había quitado una vez
y ahora no podía pegar ese petardo. Por eso
la maté. Hubo toros con setecientos kilos.
Estuve digno, pero no triunfé. El 16 de
agosto toreé en el Puerto de Santa María mi
última corrida, con mi paisano El Mangui, al
que una semana antes le di la alternativa en
el mismo ruedo.
¡Qué carrera más dura e ingrata!
Esa es la palabra. Ingrata. Sin embargo, lo que
he conseguido en el toreo no está al alcance
de cualquiera. ¿Me preguntas de qué tuve yo
la culpa? De ser tan confiado. Pero es mi manera de ser y eso no se puede cambiar. Por
aquí abajo lo llaman ‘inocentón’.
En Sanlúcar lo adoran…
En Sanlúcar me dicen cosas bonitas.
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