Rescate a medias

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vida & artes 37
EL PAÍS, sábado 4 de octubre de 2008
cultura
ÓPERA Tiefland
Rescate a medias
TIEFLAND
De Eugen d’Albert. Libreto de Rudolph
Lothar basado en Terra baixa, de Àngel Guimerà. Intérpretes: Peter Seiffert, Petra Maria Schnitzer, Alan Titus,
Eva Liebau. Coro y Orquesta del Liceo.
Director musical: Michael Boder. Director de escena: Matthias Hartmann. Escenografía: Volker Hintermeier. Producción: Ópera de Zúrich. Teatro del
Liceo, Barcelona, 2 de octubre
JAVIER PÉREZ SENZ
El Liceo tenía una asignatura
pendiente con Tiefland. La ópera de Eugen d’Albert sobre el
drama de Àngel Guimerá Terra
baixa sólo se ha programado desde su estreno, en 1910, en tres
ocasiones; la última, en diciembre de 1972. Con este exiguo bagaje, Tiefland es una extraña invitada en un teatro donde, por
motivos obvios, debería sentirse
como en casa. Su oportuno rescate, sin embargo, deja un sabor
agridulce. Por una parte, triunfan la belleza de la música —un
curioso ejemplo de verismo alemán que Michael Boder, nuevo
director musical del teatro, dirige con solvencia, rigor e
inspiración— y la calidad de las
voces, a las que el público aplaudió a rabiar. En el otro lado de la
balanza, hay que anotar el abu-
cheo al montaje procedente de
la Ópera de Zúrich y firmado escénicamente por Matthias Hartmann, malo sin paliativos, que
no se entiende ni leyendo el libro de instrucciones que facilita
el programa de mano.
Hartmann huye del contexto
rural para ambientar el dramón
de Guimerà lejos del carácter
realista, pero no es fácil averiguar lo que quiere contar: sitúa
las claves de su propuesta en un
género, la ciencia-ficción, que rara vez funciona en la ópera, y
ensaya una trama virtual paralela, al estilo de Matrix, con cuerpos clonados en un laboratorio
donde Sebastiano, que busca en
las ciberrebajas un marido para
su amante Marta, encuentra el
sujeto adecuado en el dócil y manipulable Pedro/Manelic. Dejando a un lado este infumable prólogo futurista, cuya costosa ambientación con ciberpantallas
reaparece al final de la ópera,
Hartmann se limita a ambientar
los dos actos de la obra en las
oficinas de una industria textil,
y lo hace con pocas ideas, personajes que sobreactúan y brotes
de cursilería (la lluvia de pétalos
que sanciona el amor de los protagonistas es algo tremendo).
Triunfó la música. Melodías
sinuosas, suntuosa orquesta-
Una escena de Tiefland, en el Liceo. / efe
El público abucheó
el montaje, malo
sin paliativos
e incomprensible
ción, contrastes dramáticos y un
canto intenso de filiación wagneriana, a los que se añade una
inspiración melódica digna del
mejor verismo italiano. Boder,
que obtuvo buen rendimiento
de orquesta y coro, jugó con las
referencias estéticas —el terceto
de criadas remite al mundo de
la opereta vienesa— y logró una
sonoridad orquestal densa, brillante y bien equilibrada. D’Albert pide voces genuinamente
wagnerianas: Pedro/Manelic necesita el poder de un heldentenor y Marta pide una especie de
Sieglinde capaz de aguantar
gran tensión dramática. Y en estos dificiles cometidos, Peter Seiffert y su mujer, Petra Maria Schnitzer, estuvieron magníficos: él
por empuje, valentía y poderosos medios; ella por musicalidad, buen gusto y aplomo. Alan
Titus sacó buen partido del mal-
vado Sebastiano —un bombón
para un barítono de certero instinto dramático— y la joven soprano Eva Liebau fue la revelación de la noche al sustituir en
el papel de Nuri, con bonita voz
y excelente línea, a Juanita Lascarro (tuvo que abandonar en el
último momento la función por
el fallecimiento de su padre).
Cumplieron con solvencia Alfred Reiter y Valeriy Murga, y
Michelle Marie Cook, Rosa Mateu y Julia Juon dieron oportuno realce vocal a unas criadas
que Hartmann mueve con exasperante sobreactuación.
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