La juventud en México

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análisis político
1
gustavo garabito ballesteros
Una democracia social consolidada requiere mejorar la calidad de la política y desarrollar
instituciones abiertas y cercanas a la ciudadanía. Su funcionamiento necesita de actores
sociopolíticos capaces de representar la diversidad de intereses de toda la sociedad. En este
sentido, la Fundación Friedrich Ebert en México ofrece plataformas de diálogo, talleres para
el fortalecimiento de las capacidades públicas de actores progresistas, asesoría institucional,
consultorías y análisis político.
Análisis Político responde a una necesidad de observar lo que sucede en la política nacional de
México y su relación con la economía, la sociedad y las relaciones internacionales. Tiene el objetivo
de contribuir a las fuerzas sociopolíticas progresistas en su tarea de desarrollar estrategias y
políticas sobre temas relevantes para la sociedad mexicana a través de recomendaciones para la
acción y los escenarios posibles.
Las opiniones vertidas en los documentos que se presentan, las cuales no han sido sometidas a revisión editorial, así como los
análisis y las interpretaciones que en ellos se contienen, son de exclusiva responsabilidad de sus autores y pueden no coincidir
con las opiniones y puntos de vista de la Fundación Friedrich Ebert.
ISBN: 978-607-7833-34-5
Diseño y formación: Enrico Gianfranchi
gustavo garabito ballesteros
La juventud en México:
escenarios educativos
y laborales
Gustavo Garabito Ballesteros*
Los jóvenes, en ocasiones podrán no saber qué es lo que quieren,
pero sí saben muy bien qué es lo que no quieren.
Paul Valéry
Introducción
A lo largo de este artículo nos daremos a
la tarea de presentar un panorama de la
situación laboral de los jóvenes mexicanos y
su relación con aparato escolar mostrando
una de las problemáticas que enfrenta el
país: la desarticulación entre la escuela y el
trabajo, y las consecuencias de precarización
del empleo y el riesgo de la exclusión
social. La relación escuela-trabajo se ha
erigido desde la segunda mitad del siglo
XX como un binomio inseparable para el
escalamiento social durante la juventud
y la transición hacia la edad adulta. El
imaginario social en torno a los jóvenes
se ha construido alrededor de la escuela
(secundaria, preparatoria y universidad)
y su inserción en el mundo del trabajo, y,
eventualmente, la creación de un hogar
propio como parte de la reproducción social.
De tal manera que, tradicionalmente,
la trayectoria ideal y “exitosa” de todo
joven tendría que ser estudiar y concluir
una carrera universitaria, desempeñarse
profesionalmente, emanciparse y formar
una familia (Pérez, 2010) (Saraví, 2009).
* Profesor Investigador de la Universidad de Guanajuato, campus León. Doctor en Estudios Sociales en la línea de Estudios Laborales
por la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa (UAM-I), miembro del Seminario de Investigación en Juventud de
la Universidad Nacional Autónoma de México (SIJ-UNAM, del Seminario Permanente de Trabajo Atípico de la UAM-I y del Círculo
Latinoamericano de Fenomenología (CLAFEN). Áreas de investigación: jóvenes, trabajo y exclusión social, trabajo y vida cotidiana y
fenomenología del trabajo. Correo electrónico: gustavogarabitob@gmail.com
análisis político
5
Sin embargo, la posibilidad de alcanzar esta
“trayectoria exitosa” es muy distante para los
jóvenes, y en cambio nos encontramos con
itinerarios (vidas, biografías) fragmentados,
inciertos y frustrados.
6
La juventud de hoy experimenta difíciles
paradojas que ponen en cuestión el papel
y desempeño de las instituciones sociales y
su relación con las lógicas mercantiles de la
globalización. Ahora, los jóvenes cuentan
con mayores niveles de escolaridad que sus
progenitores y tienen un mayor dominio de
las nuevas tecnologías de la información
y la comunicación, pero se enfrentan a
un mercado laboral predominantemente
precario que los subemplea de manera
importante. Y a pesar de que los jóvenes
de esta generación están más y mejor
comunicados y que desarrollan amplias
redes sociales, éstas no son utilizadas para
incidir en las decisiones del Estado, y el
aparato gubernamental sigue minimizando
la participación juvenil al grado de
verlos como pseudo-ciudadanos, pues
están en “proceso de integración social”
(Hopenhayn, 2006).
Pero, sin lugar a dudas, la fractura entre
la escuela y el trabajo es el problema más
grave al cual se enfrentan los jóvenes,
en tres aspectos fundamentales: a) la
imposibilidad de articular un mercado
de trabajo acorde a las capacidades
profesionales y técnicas de los egresados
(y de la población joven en general), b)
el desencanto y desprestigio que tiene
el sistema educativo entre los jóvenes,
pues consideran más redituable dominar
un oficio, desarrollar una trayectoria
laboral desde muy temprana edad (al
fin de adquirir las destrezas específicas
que requiere un puesto) o emprender un
negocio propio (la gran mayoría en el
sector informal) a estudiar una carrera
profesional la cual no les garantizará la
obtención de un buen trabajo; y, c) un
importante aumento de la precarización
del trabajo que afecta particularmente
a los más jóvenes. La gravedad del
caso reside en que particularmente
en México se está desperdiciando la
histórica oportunidad del llamado “bono
demográfico” (Pérez Islas, 2010) (Conapo,
2010). Es decir, un importante sector
poblacional en edad productiva (jóvenes
en su gran mayoría) que supera a los que
están en dependencia (niños y ancianos),
pero que es subempleada o sumergida
en el sector informal de la economía
y expulsada del sistema educativo.
Hay que hacer notar que no existe un
acuerdo al respecto de los rangos de
edad que consideran a los jóvenes. Para
la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), los jóvenes son aquellas personas
entre los 15 y 24 años; para el Instituto
Mexicano de la Juventud (IMJ), el rango
es de los 12 a los 29 años, mientras que
para el Instituto Nacional de Estadística y
Geografía (INEG), los jóvenes trabajadores
son aquellas personas que tienen entre 14
y 29 años de edad (Navarrete, 2001). Para
fines de este documento, nos basaremos
en el rango propuesto por la OIT y el
Consejo Nacional de Población (Conapo),
es decir, de los 15 a los 29 años.
Existe una relación directa entre el
abandono escolar y el ingreso al trabajo
conforme los jóvenes crecen, sobre todo
en los varones. En los jóvenes de más
edad, podría suponerse que hay un
empalme entre el término de sus estudios
universitarios y su ingreso al mercado de
trabajo, pues en los jóvenes de entre 20 y
24 años, en pleno curso de sus estudios
universitarios, el porcentaje de quienes
trabajan (37.4 por ciento) es mayor que
los que estudian (24.6 por ciento); y esta
diferencia crece de manera exponencial
Si analizamos la participación tanto
educativa como laboral por sexo, se puede
apreciar que no existe mucha distancia en
los porcentajes de mujeres que estudian con
relación a sus pares hombres, pero sí hay
importantes diferencias con la participación
femenina en la esfera productiva, pues los
varones duplican y hasta triplican a las
mujeres en este rubro en los diferentes
grupos etarios. Para 2009, 57.3 por ciento
de los jóvenes trabajaba contra 30.4 por
ciento de las mujeres jóvenes. No obstante,
son las mujeres las que engrosan las filas
de los jóvenes que ni estudian y que ni
trabajan, en gran medida mujeres jóvenes
con embarazos prematuros que se quedan
en casa dedicándose a los quehaceres del
hogar (ENJ, 2005) (Márquez, 2008) (Conapo,
2010). Véase gráfica 2 (página siguiente).
Así, participar en el mundo del trabajo, ya
sea por iniciativa propia o como parte de
una estrategia familiar de sobrevivencia,
exige abandonar los estudios por completo.
gustavo garabito ballesteros
Para 2010, uno de cada cinco habitantes
en México era joven, es decir, alrededor
de 20.2 millones de jóvenes entre 15 y 24
años de edad (de un total poblacional de
108.4 millones). Poco más de la mitad,
10.4 millones, son adolescentes (15 a 19
años) y 9.8 millones son adultos jóvenes
(20 a 24 años) (Conapo, 2010: 13). Como
decíamos líneas más arriba, los jóvenes de
ahora son los que más educación tienen
con un promedio de escolaridad de 10
años (1.4 años más que en 2000) es decir,
nueve de cada diez jóvenes tienen niveles
educativos superiores a la educación
básica y secundaria. Así, 80 por cierto de
los jóvenes de hasta 15 años se encuentran
estudiando, pero el porcentaje desciende
drásticamente, pues sólo 40 por ciento de
los jóvenes de veinte años y más puede
continuar con sus estudios (Conapo, 2010)
(OIT, 2011) (ENJ, 2005).
7
análisis político
Abandono escolar
e inserción laboral
en los jóvenes de entre 25 y 29 años, pues
quienes ya laboran representan 57.5 por
ciento contra apenas 6 por ciento que
continúa con sus estudios, sobre todo de
posgrado. Sin embargo, si consideramos
que poco menos de la mitad de los
jóvenes termina la preparatoria o más, y
que apenas 15 por cierto logra concluir
la universidad, las causas de la salida de
la escuela y el ingreso al trabajo no son
necesariamente una transición “exitosa”
entre el término de los estudios y su
inserción en el mercado del trabajo (ENJ,
2005) (Conapo, 2010) (OIT, 2010). Véase
gráfica 1 (página siguiente).
Gráfica 1.
Porcentual de jóvenes por grupo de edad según condición de actividad
No estudia ni trabaja
1.4
1.2
1.5
2000
2005
2009
20 -24
Trabaja y estudia
2.3
2.5
4.6
Quehaceres del hogar
21.0
21.7
26.4
Sólo estudia
17.1
16.6
11.8
Edad
Sólo trabaja
58.1
58.0
55.6
No estudia ni trabaja
1.4
1.3
2.3
15 - 19
Trabaja y estudia
1.8
1.8
7.3
Quehaceres del hogar
13.9
14.1
20.5
Sólo estudia
50.9
49.0
35.8
Sólo trabaja
8
31.9
33.8
34.2
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
70%
Gráfica 2.
Porcentual de jóvenes por sexo según condición de actividad
No estudia ni trabaja
0.7
0.6
0.7
Mujeres
Trabaja y estudia
2000
2005
2009
1.8
1.7
4.5
Quehaceres del hogar
30.0
30.6
39.0
Sólo estudia
37.0
35.5
25.5
Sólo trabaja
30.4
31.6
30.3
No estudia ni trabaja
2.1
1.9
3.2
Hombres
Trabaja y estudia
2.3
2.5
7.7
Quehaceres del hogar
4.0
3.5
6.5
Sólo estudia
34.2
33.2
24.2
Sólo trabaja
57.3
58.8
58.5
0%
10%
20%
30%
40%
50%
60%
70%
Fuente: Conapo (2010: 56 y 57) con estimaciones con base en la Encuesta Nacional de Empleo 2000, Encuesta Nacional de Ocupación y
Empleo 2005 y 2009.
El que un importante porcentaje de los
jóvenes abandone la escuela justo en la
secundaria implica el riesgo de que el
tipo de empleo en el que se inserte sea
predominantemente precario, con bajos
niveles salariales y descalificado; y que
con ello no logre iniciar una trayectoria
laboral ascendente, pues en este tipo de
trabajos difícilmente podría continuar
con sus estudios para aspirar a empleos
de mayor calidad que le permitan un
verdadero escalamiento escolar, por el
contrario, sólo reproduciría condiciones de
pobreza, marginalidad y exclusión social
(OIT, 2010). También hay que considerar
los pequeños porcentajes de los jóvenes
que logran estudiar y trabajar al mismo
tiempo (tan sólo 5.3 por ciento), lo cual
denota las pocas opciones que dan los
Varios estudios de corte cualitativo
muestran que la valoración que realizan
los jóvenes de los sectores pobres sobre
las ventajas que tiene la escuela y el
trabajo tiene una importante relación
con la estructura familiar y de clase en
una doble vía de influencia: por un lado,
responde a las estrategias económicas de
sobrevivencia donde más miembros de
la familia deben incorporarse al mercado
de trabajo para complementar los gastos
personales y del hogar y, por el otro,
hay una visión más pragmática y menos
idealizada del papel de la educación; es
decir, se considera la educación más como
requisito para obtener un determinado
empleo que como preparación y adquisición
de habilidades, además esta concepción
desnuda la educación de ciertos valores
socialmente atribuidos e idealizados
como los de “tener mayor conocimiento”,
“superación personal”, “éxito profesional”,
“dejar de ser ignorante”, etcétera (Guzmán
y Saucedo, 2007) (Garabito, 2007, 2011)
(Saraví, 2009) (Pérez Islas, 2010). Esta
incapacidad del ámbito escolar para
generar satisfacción por el estudio1 y un
futuro laboral deseable ha sido llamada
como la escuela acotada (Saraví, 2009), y
el papel de la clase social es determinante
en este fenómeno, pues la importancia
de la educación formal disminuye ante
1. No se puede soslayar el importante porcentaje de jóvenes (29 por ciento) que abandonan la escuela “porque ya no les gusta estudiar”,
concentrándose en 82 por ciento de los adolescentes de 12 a 15 años (ENJ, 2005).
gustavo garabito ballesteros
empleadores para que sus trabajadores
jóvenes continúen con sus estudios y lo
difícil que es desarrollar ambas actividades
de manera simultánea a tal grado que el 56
por ciento de los jóvenes que ingresaron
a trabajar por primera vez ya habían
abandonado sus estudios (ENJ, 2005).
9
análisis político
Según datos de la Encuesta Nacional de
la Juventud (ENJ), para 2005, 42.6 por
ciento de los jóvenes dejó de estudiar
porque tenía que trabajar y 29 por ciento
porque ya no le gustaba estudiar. De
hecho, en 48 por ciento de los jóvenes que
comienzan a trabajar, fue la familia quien
tomó esa decisión y apenas 25 por ciento
de los jóvenes trabajadores tomaron esta
decisión de manera individual. Contrario
a lo que podría pensarse, el abandono
de la escuela se da justo al término de la
educación secundaria y no en los niveles
más altos, pues 54.5 por ciento de los
jóvenes que dejaron de estudiar lo hicieron
entre los 15 y 18 años. En el mismo tenor,
al preguntarles que, de tener opción a
estudiar o trabajar, 46 por ciento de los
jóvenes respondieron que deseaban seguir
trabajando a estudiar (ENJ, 2005).
10
la formación para y en el trabajo en las
clases populares, porque además de
obtener un aprendizaje aplicado para su
puesto de trabajo, obtiene ingresos que,
de sólo estudiar, no podría tener. Además
otras circunstancias, como por ejemplo
el turno escolar (matutino/vespertino),
influyen en la inserción laboral, pues para
los jóvenes que estudian en la tarde, bajo
el imaginario donde la mayor actividad
en una jornada diaria se da durante la
mañana, la escuela está relegada a una
fase avanzada del día, en condiciones de
mayor desgaste físico y mental, y donde
la posibilidad de insertarse en un empleo
es mayor si se estudia en la tarde.
La deserción escolar es particularmente
grave en los contextos familiares en
situación de pobreza, pues la oferta
laboral con una preparación escolar de
secundaria generalmente tiene condiciones
de alta precariedad salarial que no
permiten romper los ciclos de pobreza ni
disminuir los riesgos de exclusión social.
Estas condiciones de reproducción de la
pobreza, salida prematura de la escuela
y la segregación a un mercado laboral
predominantemente precario favorece la
condición de jóvenes trabajadores pobres,
es decir, aquel trabajador que junto con su
familia no supera el umbral de pobreza
(OIT, 2006: 27).
En este sentido, la experiencia escolar se
traduce no sólo como una actividad sino
también como parte de la adquisición de
un status que los jóvenes trabajadores
no tienen y que los distingue de
aquellos jóvenes que pueden dedicarse
exclusivamente al estudio (Saraví, 2009)
(Willis, 1988). Así, la visión del trabajo y
la escuela entre, por ejemplo, los jóvenes
obreros contrasta con la visión de los
muchachos que laboran en empleos
desarrollados específicamente para el
sector juvenil (Cinemex, McDonald’s,
Starbucks, etc.), donde el trabajo es visto
como un medio para solventar los estudios
y terminar una carrera profesional. A
pesar de lo difícil que es para estos jóvenes
cumplir con una jornada escolar y otra
laboral, ésta última queda subordinada
a la primera, en oposición con los
jóvenes de los sectores populares donde
el trabajo reemplaza a la escuela total y
permanentemente (Garabito, 2010).
Las estrategias económicas familiares
además de su dimensión fáctica (la exigencia
de trabajar para aportar en el hogar)
tienen otra simbología, pues los procesos
de significación en torno al trabajo se
construyen desde las concepciones que han
desarrollado los padres y, en menor medida,
los hermanos trabajadores mayores. Los
significados en torno al trabajo tienen un
componente ideal pero otro práctico en
función del empleo que se anhela y del que
existe, que está disponible y satisface las
necesidades más urgentes. En este sentido,
en los jóvenes de padres obreros o con
oficios (albañil, cerrajero, soldador) y en
situación de pobreza, su visión del trabajo
generalmente es pragmática e inmediata, y
está en función de la obtención de ingresos
y no necesariamente de una realización
personal o profesional, como podría ser
el caso de un joven de clase media hijo
de profesionistas. Pero incluso en estos
casos (jóvenes que provienen de padres de
Esta concepción pragmática del trabajo es
transmitida cotidianamente hacia los hijos
cuando optan por su primer empleo lo cual
acelera su proceso de inserción laboral en
detrimento de su desarrollo educativo. Es
importante advertir que si bien hay casos
donde los padres desean que sus hijos
continúen con sus estudios, la posibilidad
de que esto ocurra está en función de la
economía del hogar, pues la educación por
lo general puede extenderse hasta que las
condiciones lo permitan. Sin duda otros
factores entran en juego al momento de
elegir (o verse obligados a elegir) entre
estudiar o trabajar, tales como el género,
el entorno urbano o rural, el entorno
geográfico y la estructura familiar, pero
por cuestiones de espacio no nos es posible
desarrollarlos aquí.2
Ante la decisión de comenzar a trabajar
¿cuál es la oferta laboral a la cual se
enfrentan los jóvenes? Para el 2009, 77.1
por ciento de los jóvenes trabajadores eran
trabajadores subordinados y remunerados
y la distribución por rama de actividad
era de la siguiente forma: 35.8 por ciento
pertenece al sector servicios, 21.8 por
ciento a sector comercio, 17.3 por ciento
a la industria manufacturera, 14.7 por
ciento al sector agropecuario y 9.1 por
ciento a la industria de la construcción. Los
adolescentes siguen una distribución similar
a la población total de jóvenes, sin embargo
muestra una relativa mayor participación,
por un lado, en el sector agropecuario y
de comercio, y, por el otro, un menor peso
en los servicios. Los adultos jóvenes tienen
predominancia en el sector servicios y su
peso en el sector agropecuario es más bajo
que los jóvenes en su totalidad (Conapo,
2010). Véase gráfica 3 (página siguiente).
No obstante, el problema laboral juvenil en
México se concentra en la calidad del empleo
y en cómo afecta las actividades escolares.
Tener un trabajo no asegura bienestar
económico, ni profesional, ni personal.
Tampoco garantiza una incorporación social
2. Al respecto véanse Saraví, 2009, y Oliveira, 2011.
gustavo garabito ballesteros
Panorama laboral
para los jóvenes
en México:
Precariedad y
subempleo
11
análisis político
clase media y clase alta), las posibilidades
de insertarse de manera “exitosa” en el
mercado de trabajo no están garantizados
y aquellos que lo logran es a partir de las
redes sociales y el capital (económico y
social) acumulado por sus padres. Son los
casos de los jóvenes que estudian carreras
afines a las de sus padres para dar
continuidad a los proyectos empresariales
y/o profesionales.
Gráfica 3.
Porcentaje de jóvenes ocupados por grupo de edad según posición en el
trabajo, 2009
Total
15 - 19
20 - 24
50
Porcentaje
40
35.8
30.0
39.7
30
21.8
22.8
21.1
20
17.3
16.6
17.7
14.7
20.3
10.9
9.1
8.9
9.2
10
0.5
0.2
0.7
0
Servicios
Comercio
Industria
Agropecuario
manufacturera
Construcción
Otros
Fuente: Conapo (2010: 63) con estimaciones con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2009.
12
adecuada. El historial de trabajo breve y la
poca experiencia laboral los expone ante
empresas que, aprovechándose de su
condición juvenil, los contrata de manera
temporal (en muchas ocasiones sólo de
forma verbal), con o nulas prestaciones
sociales y con bajos salarios. O bien, trabajo
con o sin prestaciones sociales pero que
sólo retribuye uno o dos dólares al día.
En suma, en el horizonte laboral juvenil
predomina el trabajo precario y el empleo
el sector informal.
En el debate reciente en torno la
precarización del trabajo3 hay consenso
sobre cuatro características principales que
definen el trabajo precario: 1) la inestabilidad
en el empleo; 2) la desprotección y el
incumplimiento de los derechos laborales;
3) las deficiencias en la seguridad social
y las prestaciones asociadas al trabajo; y,
4) los bajos salarios (Reygadas, 2011: 33).
Sin embargo, no siempre se cumplen estos
cuatro elementos y hay fronteras difusas
entre lo precario y lo no precario o, en todo
caso, hay grados de precariedad laboral
(Mora, 2011). El trabajo precario es lo
contrario del trabajo decente, el cual es
definido por la Organización Internacional
del Trabajo como aquel “trabajo productivo
con remuneración justa, seguridad en el
lugar de trabajo y protección social para el
trabajador y su familia, mejores perspectivas
para el desarrollo personal y social, libertad
para que manifiesten sus preocupaciones,
se organicen y participen en la toma de
decisiones que afectan a sus vidas así como
la igualdad de oportunidades y de trato para
mujeres y hombres” (OIT, 2010: 21).
Los datos de los últimos años dan cuenta del
nivel de precarización del trabajo juvenil.
3. El debate teórico más reciente en torno a los trabajos precarios y los atípicos puede consultarse en: Pacheco et al., 2011; y en Leite,
2009.
70
Total
15 - 19
20 - 24
41.8
64.6
27.0
40.5
19.6
54.1
60
Porcentaje
50
40
30
12.2
10.4
13.4
20
3.6
3.1
4.0
10
gustavo garabito ballesteros
Gráfica 4.
Porcentaje de jóvenes asalariados por grupos de edad según
prestaciones otorgadas por parte del trabajo, 2009
0
Sin prestaciones
Sólo acceso
a instituciones de salud
Acceso a salud
y otras prestaciones
No tiene acceso a salud
pero sí a otras prestaciones
Fuente: Conapo (2010: 66) con estimaciones con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2009.
En lo que se refiere al aspecto salarial,
57.5 por ciento de los jóvenes varones
trabajadores gana de uno a tres salarios
mínimos, en tanto que 70 por ciento de las
mujeres jóvenes gana la misma cantidad de
salario –lo cual nos habla del gran problema
de inequidad (ENJ, 2005: 14). Tres salarios
mínimos en ese momento eran alrededor
de 141 pesos por día (unos de 13 dólares,
al tipo de cambio promedio de ese año),
salario insuficiente para las necesidades
cotidianas de los jóvenes.
La situación no ha cambiado mucho en
años recientes, para el 2009 los jóvenes
trabajadores que recibían de uno a dos
salarios mínimos (alrededor de 3 mil 477
pesos al mes) representaban 29.5 por
ciento, siendo mayor el porcentaje de las
mujeres (con 33.2 por ciento) que recibían
esta cantidad (los hombres que reciben
de uno a dos salarios conforman 27.5 por
ciento). La población joven que recibía de
dos a tres salarios mínimos (cerca de 5 mil
244 pesos al mes) eran 22.4 por ciento.
13
análisis político
La Encuesta Nacional de la Juventud 2005
señala que 71.8 por ciento de los jóvenes
no contaban con un contrato en su primer
trabajo, aún cuando 57.8 trabajaba más de
ocho horas diarias, y 58.3 por ciento señaló
que su trabajo actual tampoco contaba
con contrato. Para el 2009, en lo referente
a las prestaciones sociales, vale la pena
distinguirlo por grupos de edad, pues los
adolescentes que no cuentan con ninguna
prestación en su trabajo suman 64.6 por
ciento, en contraste con los jóvenes de 20 a
24 años, quienes conforman 27 por ciento.
En total, 41.8 por ciento de los jóvenes
ocupados no cuenta con ningún tipo de
prestación (Conapo, 2010). Véase gráfica 4.
Gráfica 5.
Porcentaje de jóvenes ocupados por grupo de edad según percepción de
ingresos, 2009 (salarios mínimos mensuales)
Total
15 - 19
20 - 24
40
Porcentaje
30
29.5
31.2
28.4
15.8
25.4
9.3
13.2
18.1
9.9
20
13.9
6.1
19.2
17.3
16.6
17.7
10
0
No recibe ingresos
Hasta 1 salario mínimo
Más de 1 y hasta 2 sm
Más de 2 y hasta 3 sm
Más de 3sm
Fuente: Conapo (2010: 65) con estimaciones con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2009.
14
Los adolescentes (de 15 a 19 años), son
el segmento de jóvenes que percibe los
ingresos más bajos, pues una cuarta parte
de ellos no recibe ningún ingreso y la mitad
obtiene de uno a dos salarios mínimos.
En este sentido, un gran porcentaje de
los jóvenes se encuentra inmerso en lo
que la OIT denomina pobreza laboral, es
decir, el trabajo con retribuciones de uno
o dos dólares al día que no permite a una
familia de varios trabajadores superar su
situación de pobreza (OIT, 2006; 24-29).
Véase gráfica 5.
A pesar de este lamentable escenario de
trabajo, las valoraciones que los jóvenes
hacen de su trabajo son heterogéneas. Según
la ENJ del 2005: para un 22 por ciento del
sector juvenil es la experiencia que adquiere
lo que más aprecia de su trabajo, 18.6
valora el salario y otro 18.7 estima mucho
el ambiente de trabajo. En contraste, 31 por
ciento se siente inconforme con su salario,
12.3 lamenta que no puede tener tiempo
para estudiar, lo cual realza la problemática
existente entre la escuela y el trabajo; y
10.5 por ciento más tiene problemas con el
ambiente laboral.
Sin embargo, una visión meramente
estadística no es suficiente para develar
la complejidad del mercado de trabajo en
México. En los últimos años, estudiosos
del trabajo se han interesado por aquellos
empleos que escapan de las estadísticas
oficiales y que sólo la observación
analítica empírica y el contacto directo
con la vida cotidiana pueden revelar,
nos referimos al trabajo informal o, con
mayor especificidad, al Sector Informal
Urbano (SIU) (también llamado economía
informal), concepto en constante discusión
a) Empleos formales no precarios: es decir,
aquellos puestos que ofrecen contrato
escrito fijo, prestaciones laborales de ley,
salarios remunerados, horarios fijos,
en raras ocasiones sindicatos activos
y democráticos, y con posibilidad de
escalamiento tanto laboral como social.
Estos trabajos, los más escasos y más
codiciados, quedan reservados para jóvenes
con alta calificación (una escolaridad
4. Véase: http://www.dgcs.unam.mx/boletin/bdboletin/2012_184.html (consultado el 23 de marzo de 2012).
5. Cf. De la Garza, 2011 y 2012.
gustavo garabito ballesteros
La OIT propone el término economía
informal en lugar de sector informal para
dar cabida al “conjunto de actividades
económicas que, tanto en la legislación
como en la práctica, están insuficientemente
contempladas por sistemas formales o no lo
están en absoluto” (OIT, 2007: 5). Incluye a
trabajadores asalariados y cuenta propia,
así como otro tipo de colaboradores sean
remunerados o no (familiares, amigos,
etc.) o que transitan constantemente de
empleos formales a no formales; puede
contener diversas formas de organización
laboral (desde la flexibilidad hasta
relaciones de producción elementales) y
su participación en la cadena productiva
es muy variada (OIT, 2007: 5). En este
sentido, es necesario distinguir trabajo
informal en cuanto su especificidad: formas
de organización, condiciones laborales
específicas,
relaciones
de
laborales
particulares, tipo de actividad; y economía
informal en cuanto a su estructuración
y relación con el sistema productivo y
económico general. Pero, en términos
generales, los estudios del trabajo y la
OIT coinciden en que la principal frontera
entre el trabajo formal e informal es
jurídica, es decir, la legalidad a partir de
la existencia de un contrato de trabajo
escrito o no.
Esta frontera jurídica que distingue la
formalidad de la informalidad dificulta
el estudio y análisis de estas formas
de trabajo porque no hay registros
estadísticos oficiales de gran envergadura
que nos puedan dar cuenta con precisión
de la magnitud tanto de la economía
informal como de los trabajos informales.
A pesar de ello, ya hay esfuerzos por
captar esta creciente esfera laboral. Un
estudio divulgado en el 2012 señala que el
59 por ciento de la población empleada, es
decir, 28 millones de personas a la fecha,
se encuentran en la informalidad por no
contar con ningún tipo de prestación social
ni contrato.4 Y aún cuando no se tienen
cifras exactas y detalladas sobre el empleo
informal, sí hay varias investigaciones sobre
actividades informales específicas, tales
como vendedores ambulantes, los vagoneros
del metro de la Ciudad de México, actores
“extras”,5 artistas callejeros, etc. Estas
investigaciones empíricas nos permiten
tener un primer acercamiento a las difusas
fronteras entre el trabajo precario y el
informal para realizar una cartografía de
los distintos horizontes laborales a los que
se enfrentan los jóvenes. Nos encontramos
con cuatro escenarios principales:
15
análisis político
por la diversidad de características que
puede incluir: elementos tanto precarios
como no precarios, de tamaño de la unidad
económica, de su función en el mercado
de trabajo y en la estructura económica
general, de la participación de asalariados
o trabajadores por cuenta propia, etc.
(Salas, 2006) (Leite, 2009).
mínima de universidad) y se obtienen
predominantemente a través de estrechas
redes familiares y amicales o por medio de
una larga espera que generalmente se traduce
en una antesala de subempleo profesional,
es decir, profesionistas que fungen como
auxiliares, ayudantes o meritorios. Estos
trabajos quedan reservados a altos puestos
en medianas y grandes empresas, mandos
medios y altos del sector público y en servicios
profesionales
consolidados
(abogados,
contadores, académicos, médicos, etc).
16
b) Empleos formales precarios: sector
que durante los últimos 25 años ha ido en
expansión. Son aquellos puestos con contratos
temporales, a prueba o por obra o proyecto,
con horarios fijos o flexibles, bajos salarios,
pocas o nulas prestaciones sociales, a menudo
bajo un esquema de subcontratación (a
través de agencias de colocación), sindicatos
de protección (o sin sindicatos) y en general
con un clima de inestabilidad laboral. Si bien
este escenario es sumamente heterogéneo
(pues lo mismo puede incluir a algunos
sectores de la manufactura, sobre todo la
industria maquiladora, la construcción,
servicios profesionales independientes,
o a gran parte del sector comercio) en el
sector de servicios es donde predominan los
empleos formales precarios, sobre todo en
los llamados trabajos atípicos (De la Garza,
2011) (Pacheco et al., 2011), es decir aquellos
empleos emergentes y relativamente
“nuevos” como los call centers, los fastfood,
trabajos en cines, bares, vendedoras de
cosméticos, ropa y zapatos por catálogo,
etc. La fuerza de trabajo requerida por este
tipo de ocupaciones es sobre todo jóvenes
con educación media superior terminada
y/o con estudios universitarios truncos o en
curso; son muy populares entre los jóvenes
que pretenden estudiar y trabajar al mismo
tiempo, pero la exigencia del trabajo los
obliga a optar por una u otra actividad
(Garabito, 2010, 2011).
c) Empleos informales precarios: son
aquellos que por su condición de informalidad
no pueden ofrecer ningún tipo de contrato
escrito, y por ende, ninguna prestación
social, ni fijación de salario, horarios o tipo
de actividad a desempeñar. Y aunque por
la misma razón no cuentan con sindicato, sí
tienen fuertes organizaciones que les permite
negociar con las autoridades ejercer sus
actividades dentro de los mismos márgenes
de la informalidad pero con la complicidad
(que no autorización) del Estado. Si bien la
parte más visible de este sector se concentra
principalmente en actividades comerciales
(vendedores del metro y el transporte público,
vendedores ambulantes en los centros de
las grandes ciudades, comerciantes de una
infinita variedad de productos “pirata”,
etc.) detrás de ellos hay una inmensa y
muy poco explorada industria que, o bien
manufactura muchos de esos productos
de manera clandestina, o bien trafica con
los productos chinos –en contubernio con
las aduanas y otras autoridades tanto
estatales como federales. También hay
muchos servicios que conforman este
escenario, desde artistas callejeros hasta
sexoservidoras (y las redes de tráfico de
personas y prostitución forzada que hay
detrás de ello), pasando por toda una gama
de actividades posibles como la mendicidad
organizada, escritores de guiones para la
televisión, plomeros, creadores de software
Transiciones de
inserción laboral y
educativa de las y
los jóvenes
A diferencia de las amplias investigaciones
sociodemográficas y estadísticas en torno a
las condiciones de trabajo y desempleo entre
los jóvenes (por citar algunos: Navarrete,
2000; Urteaga y Pérez Islas, 2001;
gustavo garabito ballesteros
d) Empleos informales precarios con
alta remuneración: aquellos trabajos que
mantienen características de no contrato
ni ningún tipo de fijación oficial o legal de
horarios, tipo de actividad o salarios, pero
que sí retribuyen altos ingresos. Sin duda
es el rubro más contrastante, pues los
podemos dividir en actividades ilícitas y
servicios profesionales de alta remuneración
en condiciones de informalidad. En lo que
respecta al primero, el caso del narcotráfico
es el más ilustrativo pues incluye
numerosas actividades, desde el sicario, el
narcomenudista o los llamados “halcones”,
aquellas personas (encargadas de tiendas
de abarrotes, boleros, carniceros o vecinos)
que dan cuenta a los narcotraficantes de los
movimientos del ejército o la policía federal
en su comunidad. Otras actividades ilegales
podrían ser obviamente el secuestro, el
robo, lavado de dinero, etc. En lo que
respecta a los servicios profesionales
informales precarios bien remunerados son
los llamados freelancer, es decir, trabajos
por proyecto determinado acordados en su
mayoría bajo contratos orales y mediante
redes familiares y amicales pero en los que
median diversas cantidades de dinero; por
ejemplo, compositores que escriben música
para un corto o documental, o atrilistas de
alguna sinfónica que laboran en los “huesos”
(música para misas o eventos privados),
actores y artistas que realizan performance,
traductores, escorts (damas de compañía),
pintores, etc.
Tal es la heterogeneidad a la que se enfrentan
los jóvenes trabajadores. Como se puede
advertir, tanto por las estadísticas como por
la vivencia cotidiana, el mercado laboral
está compuesto predominantemente por los
empleos formales precarios y los empleos
informales precarios, constituyendo con
esto un panorama desolador. Es importante
señalar que los jóvenes pueden cruzar por
estos distintos escenarios en el transcurso
de su vida, es muy probable que sus
primeros empleos sean en el sector informal
precario (como ayudantes de meseros, de
mecánicos, ayudantes generales) y que
luego pasen al sector formal precario (en
un call center, por ejemplo) y después
al sector formal no precario, pero ello
dependerá de sus redes familiares y de
amistad, su escolaridad y posibilidad de
seguir estudiando, su entorno geográfico y
de la condición socioeconómica en la que
su familia y él o ella se encuentre. Desde
luego, estas variables no son determinantes
pero sí condicionantes, dependerá de su
capacidad de agencia y movilidad social.
17
análisis político
libre, carpinteros, etc. (De la Garza, 2011).
Y desde luego los millones de migrantes
que en sus lugares de destino laboran y son
calificados de “ilegales”.
Camarena, 2004; Horbarth, 2004; Saraví
2009; Oliveira, 2011), los estudios de las
transiciones y trayectorias desde un enfoque
más cualitativo son recientes y –si bien
aportan para una mejor comprensión de la
condición juvenil y sus distintos tránsitos
por la escuela, el trabajo, la maternidad/
paternidad y la conformación de un hogar
propio– por lo general se tratan de trabajos
sobre sectores muy específicos (estudiantes,
los sectores populares, los jóvenes rurales)
y no permiten dar cuenta de una totalidad.
Sin embargo, algo podemos esbozar sobre
las trayectorias juveniles.
18
Las transiciones de la escuela al trabajo
tienen distintas modalidades según la
simultaneidad de actividades y los lapsos
entre la salida del ámbito educativo y
el ingreso al mundo de trabajo. García
et al. (2006: 88-90) distinguen cuatro
principales transiciones:
1) Transición anticipada, cuando se ha
iniciado la experiencia de trabajo dentro del
sistema educativo de manera simultánea,
y se orienta por la elección de empleos
flexibles que permitan desarrollar ambas
actividades (estudiar y trabajar). Se pueden
contar entre ellos los empleos “juveniles”
en el sector servicios donde se contratan
específicamente a jóvenes estudiantes,
empleos en el sector comercio (sobre todo
en pequeños establecimientos) o bien,
trabajos en el sector informal, donde los
horarios de trabajo son variables.
2) Transición inmediata, que tiene lugar
cuando los jóvenes se incorporan
rápidamente (en menos de tres meses) al
mercado laboral justo después de su salida
del sistema educativo, ya sea por término
y aprobación del ciclo escolar o por su
renuncia/expulsión de éste. La obtención
del empleo se lleva a cabo gracias a
redes familiares, de amigos y vecinos, en
pequeños talleres y empresas donde la
mano de obra requerida está disponible, es
de baja o nula calificación y con mínimos
salarios en puestos de ayudantes generales
o aprendices. Este tipo de transición se da
sobre todo en sectores populares donde
las necesidades económicas personales y
familiares son apremiantes y dejan poco
margen para una búsqueda de empleo que
permita elegir la mejor –en cuanto a salario,
prestaciones y satisfacción personal– de las
distintas opciones laborales que pudiera
ofrecer el mercado.
3) Transición rápida, con un lapso entre
los 3 y 6 meses entre la salida de la escuela,
por lo general jóvenes con estudios medios
(bachillerato) y de sectores medios, donde
el contexto familiar permite un mayor
tiempo en la búsqueda de trabajo para
elegir las opciones más favorables a sus
intereses y su nivel educativo.
4) Transición tardía, con una incorporación
al trabajo mayor de seis meses a la salida
de la escuela, que pareciera suponer
dificultades para elegir un empleo
satisfactorio pero que cuentan con el apoyo
económico suficiente para mantenerse en
la búsqueda.
Entre los jóvenes de México predominan las
transiciones inmediatas y las rápidas que,
en contextos de precariedad laboral, pueden
El mito de las y
los jóvenes que
no estudian
ni trabajan
Aquellos jóvenes que “ni estudian ni
trabajan” (nini) se han tratado más de una
cuestión de análisis que de una situación
real. Para 2005, según datos de la ENJ, del
22 por ciento de los jóvenes que ni estudian
Es importante detenernos un poco en la
situación de estos jóvenes mal denominados
ninis, en especial en las mujeres jóvenes y
madres que sólo se dedican al hogar. Para
2009, en México, las mujeres adolescentes
conformaban la tercera parte del total de
las mujeres (jóvenes y adultas) que han sido
madres, sobre todo las que tienen entre
los 18 y 19 años edad son las que tienen
el mayor porcentaje, cerca del 50 por
ciento, dentro de las adolescentes con hijos
nacidos vivos (Colín y Villagómez, 2010).
Justamente, en 51.4 por ciento de las y los
adolescentes entre los 15 y 19 años que se
unen en pareja o se casan, esto sucede a los
18 años. Sin embargo, el porcentaje de estos
adolescentes en tal situación con relación
al total de jóvenes es apenas del ocho por
ciento y se concentra en los adolescentes
gustavo garabito ballesteros
ni trabajan, las mujeres representaban
34 por ciento contra 8.5 por ciento de los
hombres. Ello se explica porque la actividad
doméstica no remunerada no es considerada
como trabajo por parte de estas mujeres,
y en el caso de los hombres su condición
de aparente inactividad deriva de estar
en una situación de búsqueda de empleo.
Estadísticas más recientes han separado
a las jóvenes que realizan actividades
domésticas de la inactividad y los datos
disminuyen de manera significativa; así
para 2009, apenas 1.4 por ciento de los
jóvenes ni estudiaban ni trabajaban. Sin
embargo, un importante porcentaje de
mujeres jóvenes –antes consideradas como
ninis– sólo se dedican a los quehaceres
domésticos, alrededor de 30 por ciento, lo
cual las pone en una situación de riesgo de
exclusión social (Conapo, 2010).
19
análisis político
contribuir a ciclos de riesgo de exclusión
social, sobre todo en aquellos muchachos
con menor educación. Al respecto la OIT
advierte que debe tenerse en cuenta que los
jóvenes no necesariamente aspiran al mejor
empleo al iniciar su vida laboral, pues las
primeras tareas las asumen como parte de
un proceso formativo y de acumulación de
activos que les serán útiles en el resto de
la misma. Como ya se ha señalado, la o las
primeras inserciones laborales son clave
para el futuro ya que tendrán una influencia
en la forma en que los y las jóvenes
construyen sus expectativas y trayectorias.
Cuando los jóvenes no visualizan una
trayectoria laboral que les garantice una
movilidad socioeconómica positiva –una
trayectoria de trabajo decente– empiezan
a cuestionar la validez de la educación y
del mercado de trabajo como medios para
obtener el progreso personal y social, lo que
acaba generando desmotivación y apatía
así como problemas para la cohesión de
la sociedad y la integración social de los
propios jóvenes (OIT, 2010).
provenientes de estratos bajos y muy bajos
(ENJ, 2005).
20
Es muy significativa la breve transición de
las mujeres entre el inicio de la sexualidad
y su maternidad. Según cifras de 2009,
los eventos experimentados por mujeres
en edad fértil son: 1) su primera relación
sexual; 2) su primer matrimonio o unión
en pareja; 3) el primer hijo nacido vivo;
y, 4) el primer uso de anticonceptivos –en
ese orden– y se dan en un lapso de cinco
años, entre los 17 y 21 años de edad
(Conapo, 2010). Ello sugiere que prevalece
la visión tradicionalmente arraigada de
que la reproducción debe darse en pareja,
lo cual no sólo responde a una moral
predominantemente católica sino que es
un correlato también de las estrategias de
sobrevivencia familiar, pues las madres
adolescentes que provienen de familias
de estratos bajos y muy bajos requieren
unirse o casarse para no dejar toda la
responsabilidad (sobre todo económica)
en una sola familia. Los casos de madres
solteras son más notables en los estratos
medios y altos, donde la joven y su familia
cuentan con los recursos suficientes para
“tomar la decisión” de unirse o no con el
padre (Villagómez, 2008: 53).
Así, tenemos que alrededor de 52 por ciento
de las mujeres de reciente matrimonio o
unión vivieron en la casa de sus familiares;
de este grupo, siete de cada diez mujeres
vivían con los padres del esposo, con una
duración mediana de tres años antes de
mudarse a una residencia independiente.
En el caso de los hombres, 48 por ciento de
las uniones siguieron el mismo patrón, con
casi 76 por ciento de las parejas viviendo
con los padres de él (Conapo, 2010: 76).
Otros estudios señalan que 64.4 de las
mujeres menores de 18 años, que aunque
registran su estado civil como “unida”, vivía
con sus padres al momento del nacimiento
de su primer hijo vivo (Villagómez, 2008)
(Colín y Villagómez, 2010).
Esta situación nos habla del contexto de
precariedad en el que se encuentran los
padres adolescentes y su imposibilidad
de emanciparse, salir del hogar paterno y
constituir el propio. En los últimos años,
los procesos de emancipación se presentan
más en las y los jóvenes solteros de clase
media alta y alta, con mayores niveles
de educación, desempeñándose como
profesionistas y con niveles económicos que
permiten mejores niveles de vida –incluso
viviendo en otro país–, pero estos casos
representan un porcentaje menor del total
de la población juvenil. La incapacidad de
emancipación de los padres adolescentes
(y en general de los jóvenes en su conjunto)
respecto a los hogares paternos responde
a que el nacimiento del primogénito exige,
por una parte, de un cuidado y dedicación
exclusiva que no permite, especialmente
a las jóvenes madres, continuar con sus
estudios o trabajar –y por eso su condición
de ser jóvenes que ni estudian ni trabajan.
Precisamente, la gran mayoría (entre 85
y 91 por cierto) de las mujeres en edad
fértil no se encontraban estudiando al
momento del embarazo, no obstante, sí
lo hacían las madres adolescentes aunque
tuvieron que abandonar sus estudios por
este evento, sobre todo al primer año
del bachillerato. Y lo mismo sucede si se
Además, no debe perderse de vista que
dentro de este pequeño grupo de los
jóvenes que no estudian ni trabajan también
se encuentran los jóvenes desalentados (OIT,
2010:55), es decir, aquellos muchachos que
han pasado largas temporadas buscando
trabajo y que dejan de hacerlo por
agotamiento y frustración. Así mismo, hay
que considerar que muchos de los jóvenes
Reflexiones finales:
empleo juvenil en
la agenda pública
internacional
…sucede que hasta la esperanza es memoria
y que el deseo es el recuerdo de lo que ha de venir.
Jaime Sabines
A pesar de que organismos internacionales
como la ONU, la OIT y la Comisión
Económica para América Latina (CEPAL)
han venido promoviendo importantes
acuerdos, convenios y recomendaciones
para poner en la agenda institucional y
gubernamental la imperiosa necesidad
de generar trabajos decentes como la
Convención Iberoamericana de los Derechos
de los Jóvenes, el Pacto Internacional de
Derechos Económicos, Sociales y Culturales,
o el Pacto Mundial para el Empleo (OIT,
2010) (OIT, 2010a), la aplicación específica
gustavo garabito ballesteros
Son sobre todo los varones adolescentes
quienes por estos sucesos tienen que
ingresar al mercado laboral o, en los casos
donde su inserción laboral es previa al
nacimiento de su primer hijo, tienen que
buscar un trabajo que les provea de un
mínimo de recursos constantes y seguridad
social para hacer frente a los requerimientos
médicos tanto del embarazo como del
hijo, y las necesidad básicas subsecuentes
(alimentación y vestido fundamentalmente)
(Garabito, 2011). Según la Encuesta Nacional
de la Juventud 2005, 81.9 por ciento de
los adolescentes casados o unidos ya se
encontraban trabajando, y apenas 3.2
estudiaba y trabajaba simultáneamente. En
contraste, las actividades principales que
tenían las mujeres del mismo rango de edad
al momento de unirse eran las relacionadas
con el hogar, con 48 por ciento; 26.1 por
ciento trabajaba y 19.1 por ciento seguía
estudiando (ENJ, 2005).
que trabajan ya sea en la informalidad o,
peor aún, en la ilegalidad, no consideran
su empleo como trabajo y por lo tanto no lo
reportan así al momento de la entrevista o
encuesta. Por ello, dimensionar de manera
correcta la situación de los mal llamados
ninis permite hacer visible a un importante
segmento de los jóvenes que las encuestas
no consideran, abriendo una ventana a
la heterogeneidad de los mercados de
trabajo juveniles la cual, en su mayoría, es
invisible dada su precariedad, informalidad
e ilegalidad.
21
análisis político
encontraban trabajando previamente a la
unión y el embarazo: sólo 30 por ciento
de las mujeres se encontraba laborando al
momento de su embarazo y tuvieron que
abandonar dicho trabajo durante el primer
año del hijo (Villagómez, 2008) (Colín y
Villagómez, 2010).
en los países de América Latina se ha
centrado más en erradicar el desempleo
que en mejorar las condiciones laborales
y, como hemos insistido, el Estado sigue
eludiendo vigilar e intervenir en el mercado
de trabajo con el fin de garantizar mínimas
condiciones que permitan mejorar la
calidad de los empleos, pues aún prevalece
la máxima neoliberal de que “el mejor
Estado es el que no existe”.
22
Los organismos internacionales justamente
sugieren fortalecer políticas públicas
intersectoriales que logren la articulación
entre el sistema educativo y el mercado
laboral combinando medidas especiales
para los jóvenes que están entre la
flexibilidad laboral y la intervención del
Estado. Así, por ejemplo, generar leyes
que contemplen a los jóvenes como un
sector con características y necesidades
diferenciadas del resto de la población
para acordar políticas específicas como
trabajos a medio tiempo, donde obliguen
a los empleadores a garantizar protección
social, la permanencia en la escuela y
la posibilidad de generar trayectorias
laborales ascendentes. O, en el sentido
inverso, atender a la población joven
que se encuentra laborando en el sector
informal (tanto precario como el bien
remunerado) y ayudarlos para que
continúen sus estudios. O bien, promover
pactos entre las universidades y el sector
empresarial que incentiven la investigación
y desarrollo tecnológico a partir del capital
social y científico que se desarrolla en estas
universidades (en lugar de simplemente
importar tecnología). Un tema pendiente y
sumamente polémico en la agenda política
es, por supuesto, la regulación o no del
empleo informal. Los intentos han sido en
vano y se ha caído en lógicas de simulación
que sólo han empeorado la situación.
Una ventana de oportunidad, lejana pero
una ventana al fin, podría ser la revisión de la
Ley Federal del Trabajo (LFT), entrampada
entre los intereses empresariales y su pares
políticos del Partido Acción Nacional, el
viejo aparato sindical (CTM, CROM, SNTE,
etc.) y su partido dominante (PRI), y las
propuestas que, aunque democratizadoras
y vanguardistas, en sus afanes progresistas
invalidan la viabilidad de su propuesta (como
la del PRD). La discusión sobre la reforma a
la LFT debería contemplar organizaciones
(tanto de trabajadores como ciudadanas o
no gubernamentales) para poder retomar
los debates que están movilizando a los
jóvenes en Europa, Sudamérica y Estados
Unidos (el movimiento estudiantil chileno,
los piqueteros argentinos, los indignados,
los que ocupan Wall Street, y las numerosas
protestas de los europeos por conservar sus
derechos laborales conquistados después
de la segunda guerra mundial), es decir, la
vinculación del trabajo a la ciudadanía y el
impostergable derecho al trabajo decente
como un derecho humano que permita el
desarrollo personal y colectivo.
Así pues, a lo largo de este texto hemos
esbozado un panorama educativo y laboral
que si bien luce desolador y deja poco
espacio para el optimismo, es claro en la
raíz del problema y en sus consecuencias.
Derivado de las reflexiones previas, más que
enfrentarnos a una fractura entre el sistema
educativo y el mercado del trabajo –como en
gustavo garabito ballesteros
23
análisis político
un principio se enunció–, estamos ante una
integración escuela-trabajo perversa que,
bajo la imagen de un círculo vicioso, genera
una amenaza de exclusión social latente. Los
jóvenes herederos de una pobreza familiar
se ven obligados a desertar tempranamente
de la escuela lo cual los condiciona (aunque
no determina) a emplearse en sectores
productivos
que
difícilmente
podrán
sacarlos de su condición de pobreza y si
aumentan la posibilidad de reproducirla.
Por otra parte, los jóvenes de sectores
medios privilegiados por alcanzar estudios
profesionales se enfrentan ante un mercado
sumamente estrecho donde, además de
competir con sus pares, compiten con
desempleados (expulsados del trabajo)
lo cual los puede hacer descender de su
posición social y sumergirse en el empleo
precario e informal. Por ello es sumamente
importante promover y organizar la
defensa del derecho al trabajo decente y
buscar articulaciones tanto en los sectores
formales como informales del mercado de
trabajo y entre el sistema educativo y el
mundo del trabajo. Esto implica repensar
el trabajo como un elemento fundamental
en la construcción de una nueva ciudadanía
más participativa y que pueda alcanzar el
progreso individual y colectivo.
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