2º de B.U.P. - Noc. LOS ACONTECIMIENTOS Ilergentes, sedentarios, celtas, vascones y montañeses de filiación insegura convivían en las tierras del actual Aragón cuando Roma, en el año 218 antes de Cristo, inició la conquista de la península. Roma dominó, uno tras otro, todos los intentos de oposición. Durante seiscientos años los indígenas fueron incorporándose lentamente a nuevas condiciones de vida, sufrieron en sus tierras los conflictos y divisiones de la República y, salvo excepciones, acabaron integrándose en la nueva civilización. Durante estos siglos, Caesaraugusta acabó convirtiéndose en el centro de una extensa región, que quizá llega hasta el Cantábrico por Oyarzun, y abarcaba Navarra, la Rioja, los valles del Jalón y del Henares, la Antigua Complutum, y buena parte de Lérida. La influencia romana sirvió para limar las diferencias entre pueblos culturalmente muy diversos. LA VIDA DE LAS GENTES La dominación romana trajo consigo cambios significativos. Cesaraugusta se convirtió en un importante nudo de comunicaciones, se estableció una tupida red de vías de comunicación y se impulsó la vida en las ciudades. Se extendió el uso de la escritura, la toga se impuso como vestidura oficial y las acuñaciones de moneda fueron más numerosas. En Aragón se han encontrado excelentes muestras de arte romano, desde escrituras en bronce o piedra hasta mosaicos de bellísima factura. Marcial fue uno de los personajes más afamados de este periodo. En los poemas escritos por su mano añoró su tierra natal, Calatayud. EL VESTIDO: La toga, símbolo ciudadano Ni me acuerdo de la toga. Cuando la pido, me acercan una túnica que tengo cerca, sobre una silla desvencijada>> (Epigramas XII, 18). Así se expresa Marcial para ilustrar la simplicidad de la vida bilbitana frente a la intensa actividad pública que llevaba en Roma y que, como ciudadano, le exigía vestir continuamente la toga. Igualmente, el geógrafo griego Estrabón, para subrayar de un modo un tanto exagerado la romanización de Cesaraugusta y su entorno celtíbero en época de Augusto y Tiberio, señala que sus habitantes se autodenominan <<togados>>, aludiendo a la vestimenta exclusiva de los ciudadanos que, perceptivamente, debían llevar en las ocasiones solemnes y los actos públicos. La toga era una pieza grande y alargada de lana blanca (dotada de una franja púrpura cuando la vestían magistrados, sacerdotes y niños), que se llevaba sobre los hombros con el extremo izquierdo colgando hasta los pies y el derecho replegado sobre el hombro izquierdo una vez que se había pasado bajo el brazo derecho. Bajo ella portaban solamente la túnica, vestidura de manga corta que llegaba hasta las rodillas, abierta sólo por la cabeza y los brazos y ceñida a la cintura mediante un cíngulo. Esta última era la prenda habitual de la vida privada, del trabajo y de los no ciudadanos. Si no usaba la toga, como protección exterior se recurriría a la pénula, un manto abierto y sujeto a la altura del hombro mediante una fíbula o imperdible, o al sago con capucha, de origen hispánico. Las mujeres vestían generalmente una estola sobre la túnica, que distinguía de ésta sólo por su mayor longitud, hasta los pies, y mejor acabado. Como prenda de abrigo portaban un manto sobre los hombros denominado <<palla>>. EL DINERO: Moneda y comunicación Otras de las consecuencias de dominio romano fue la extensión de la moneda, que los indígenas desconocían previamente y sólo empezaron a acuñar inducidos por Roma, al iniciarse la conquista y probablemente para finalizar los costes de la guerra. Hasta mediados de siglo I después de Cristo emitieron series de plata y bronce, caracterizadas por sus letreros en alfabeto ibérico y sus tipos particulares, pero ajustadas a los pesos y patrones romanos. A partir de ésta fecha, y tras una corta etapa de leyendas bilingës y tipos mixtos en algunas cecas, estas emisiones empezaron a ser sustituidas por monedas con rótulos en latín y tipos romanos acuñadas por los nuevos municipios y colonias: Lepida-Celsa, Cesaraugusta, Osca, Bilbilis, Turiaso y Osicerda. Sin embargo, estas cecas locales sólo acuñaron en bronce, y el poder central se reservó la amonedación de plata y la menos frecuente de oro, para asumir también la del bronce con Calígula a mediados del siglo I d. de C., con lo que se cerraron las cecas municipales en pro de la homogeneización del numerario. La economía monetaria, no obstante, quedó circunscrita alas ciudades, y se mantuvieron el trueque y los intercambios en especie en las zonas rurales. La moneda de bronce, cuya unidad básica era el as, si bien como unidad de cuenta se utilizaba habitualmente el sestercio (equivalente a cuatro ases), servía para los pequeños intercambios. Para los grandes pagos y el ahorro se usaba el denario de plata (equivalente a dieciséis ases y vocablo que originó nuestra palabra <<dinero>>) y el áureo de oro (equivalente a 400 ases). La moneda no sólo cumplía una función económica, sino que servía a las ciudades emisoras como símbolo de autonomía política e incluso como medio de propaganda, puesto que, en un mundo sin medios de comunicación ni imprenta, era uno de los vehículos más efectivos para hacer llegar con relativa rapidez un mensaje conciso a la población. LA MILICIA: Combatines y colonos La región sólo conoció importantes concentraciones de tropas (sobre las que disponemos de pocos datos) durante los años de la conquista, en el siglo II antes de Cristo, y con motivo de las guerras sertorianas, cesariánas y cántabras en el siglo Y a. de C. Durante el alto imperio careció de guarniciones permanentes, pues, al no contar la península con fronteras exteriores que defender, la presencia militar se redujo pronto a una sóla legión, la VII Gérmica, estacionada en León. Sin embargo, con motivo de su fundación, Caesaraugusta acogió a veteranos de las guerras cántabras, pues una de las monedas acuñadas en los últimos años de Augusto muestra en el anverso, además del nombre del emperador, tres estandartes militares con los nombres abreviados de tres legiones (tipo que se repetirá posteriormente) y en el reverso un sacerdote conduciendo un arado tirado por una yunta de bueyes, en evidente referencia al acto funcional de la ciudad. Gracias a esta moneda conmemorativa del establecimiento de la colonia hay constancia de que los primeros pobladores de la ciudad fueron veteranos de las legiones IV Macedónica,VVictrix (<<Victoriosa>>) y X Gérmica, todas ellas participantes en las guerras cántabras y fieles a Augusto. LA LENGUA: Un mensaje para el futuro Paralelamente a la conquista romana se difundió en la región el uso de la escritura, de la que sólo a quedado constancia en los rótulos monetales y las inscripciones sobre piedra, metal o cerámica. Los primeros documentos fueron redactados con los signos ibéricos y la lengua propia de cada pueblo, ya desde el siglo II antes de Cristo, mientras que la primera inscripción latina, el ya citado miliario de las proximidades de Candasnos, data de fines de esa misma centuria. Desde mediados del siglo I antes de Cristo se impusieron en las inscripciones la lengua y el alfabeto latinos que, un siglo después, una vez que la política de fundación de colonias y municipios alentada por Cesar y Augusto hubo madurado, se convirtieron en un elemento característico del paisaje urbano. Las inscripciones proliferaron durante los siglos I a III después de Cristo por todas las ciudades del imperio hasta el punto de construir uno de los elementos definidores de la cultura urbana clásica, que ha llegado a definirse como <<civilización de epigrafía>>. Sin embargo, los rótulos callejeros que tan familiares pueden resultarnos ahora a quienes vivimos en ciudades atestadas de letreros, eran bien diferentes de los actuales. Frente a los nuestros, redactados sobre soportes efímeros y portadores de mensajes sobre todo relacionados con el consumo, los antiguos, mayoritariamente en piedra, se realizaron sobre esta materia con la finalidad de que perduraran, mientras que sus contenidos afectaban ante todo a las esferas de religión, de la política y, sobre todo, de la muerte. En una sociedad que no creía en una vida de ultratumba y que valoraba sobremanera la opinión pública, la única posibilidad de supervivencia personal radicaba en mantenerse en el recuerdo colectivo aunque sólo fuera a través del propio nombre. De ahí el predominio de los epitafios y su ubicación, no como hoy en recintos aislados de los vivos, sino en lugares bien visibles, preferentemente en los accesos a la ciudad que, de esta forma, se convirtieron en auténticas vías funerarias. Por razones parecidas, las plazas públicas o foros se poblaron de inscripciones honoríficas, en las que se detallaban los cargos y honores de las personalidades locales o de los benefactores de la ciudad y que incluían naturalmente al emperador. En los santuarios abundaron las lápidas, que los devotos utilizaron para asociar sus nombres a los de una divinidad. EL ARTE: La expansión de las ciudades En Aragón se han conservado algunos ejemplos excelentes de la pericia de los artesanos romanos en terrenos artísticos como la escultura, la confección de mosaicos, la alfarería o el trabajo de los metales. La estatua broncínera conocida como la <<Dama de Fuentes de Ebro>>, la espléndida cabeza de Augusto en agatónice, procedente de Tarazona, o el mosaico cesaraugustano del triunfo del Baco, son algunas de las muestras de su arte. Sin embargo, es probablemente en los ámbitos de la ingeniería, la arquitectura y la planificación urbana, donde Roma produjo las creaciones más originales y reveladoras de sus formas de vida. Dentro de la ingeniería destaca la tupida red viaria que la administración imperial tendió a través de la región. Aunque las primeras carreteras ya fueron trazadas en época republicana, caso de la vía que unía el valle del Ebro con la costa mediterránea, fue a partir de Augusto cuando la red alcanzó su fisonomía definitiva. Por primera vez esta parte de la Península, como el resto del Imperio, contó con vías de comunicación terrestre de calidad y transitables durante todo el año o gran parte de él, gracias a su ensolado y a los puentes, con frecuencia de piedra, que permitían salvar corrientes de agua y otros obstáculos. El tendido adoptó en la región un carácter radial, centrado en Caesaraugusta, convertida ya en el más importante nudo de comunicaciones de la región, en donde se cruzaban numerosas vías. Conservamos aún un buen número de columnas miliarias en piedra que, a lo largo de las carreteras, informaban a los viandantes de las distancias y nombre de la vía y, a la vez, ensalzaban el nombre del emperador que ordenó construirla o repararla. Particularmente numerosas son las conservadas en las Cinco Villas, en los alrededores de Candasnos (Huesca) y en el tramo que unía Osca e Ilerda. La expansión romana en Occidente supuso la difusión de la ciudad, como hecho urbano y político, que hasta entonces había contado con un desarrollo mínimo en estas regiones. Desde el punto de vista político, Roma era la cabeza de una red de ciudades dotadas de un territorio rural y una notable autonomía política y administrativa que, sólo a partir del siglo II después de Cristo, empezaron a ceder competencias a los gobiernos provinciales y central. Por otro lado, las funciones políticas, judiciales, económicas y de ocio que comportaban las formas de la vida romana exigían un adecuado soporte urbano. En consecuencia, el proceso de romanización comportó la creación de ciudades de nueva planta, caso de las colonias y, al parecer, de algunos municipios o, cuando menos profundas remodelaciones en los asentamientos indígenas que fueron romanizándose o accediendo al derechos de la ciudadanía. El Trazado de la Caesaraugusta romana. Por desgracia, la mayor parte de las principales ciudades romanas de la región yacen hoy bajo el suelo de sus sucesoras modernas, que ocultan o enmascaran su fisonomía original y dificultan sobremanera su estudio. Este es el caso de Caesaraugusta, Osca y Turiaso. Otras yacen en despoblados y han podido ser una buena parte exhumadas (caso de Bilbilis o de la desconocida ciudad de los Bañales, en Uncastillo) o están en curso de serlo (Celsa). De todas ellas, la que ofrece una imagen más próxima al estereotipo de una ciudad romana de nueva planta la Caesaraugusta, cuya fotografía antigua es, por desgracia, todavía insuficientemente conocida, en parte debido a su destrucción y enmascaramiento por la ciudad moderna, y en parte debido a que los numerosos hallazgos recientes todavía no están en condiciones de ser adecuadamente explotados por los investigadores. En cualquier caso, se conoce bien el antiguo perímetro urbano de forma rectangular, coincidente a grandes rasgos con el Ebro y el Coso (antiguo “cursus”). Se conservan algunos lienzos de San Juan de los Panetes y en el convento del Santo Sepulcro. Este límite fue trazado, según el antiguo ritual etrusco, por un sacerdote que conducía un arado tirado por un toro y una vaca blancos, ceremonia a la que alude la moneda caesaraugustana antes mencionada. Dentro de él, las calles se cruzarían en ángulo recto a partir de dos ejes principales: el “decumano máximo”, que seguiría el eje esteoeste (que representaría la proyección del decurso solar) y el “cardo máximo”, orientado de Norte a Sur. Lo más probable es que el “decumano” coincidiera con la línea que forman las calles Mayor y Manifestación, terminado al este en una puerta probablemente llamada en la Antigüedad “Porta Romana”, si damos crédito a una inscripción descubierta al demoler el antiguo Arco de Valencia. El “cardo” podría ir desde el “Tubo” hasta el puente de Piedra. La ciudad contaba con una red de alcantarillas, de la que se han localizado algunos tramos, y diversos edificios públicos, incluyendo termas y templos, de los que el mejor conservado es el teatro sito junto a la calle de la Verónica. Recientemente, los importantes hallazgos realizados en la plaza de La Seo y sus alrededores permiten considerar la posibilidad de que los edificios más importantes se concentraran allí, en torno al foro o plaza pública. Sin embargo, hasta el momento sólo se han identificado los restos de una plaza porticada con “tabernas” o tiendas y lo que podría ser una “basílica”, es decir un edificio destinado a albergar las actividades judiciales. Pocos edificios pueden considerarse más característicos y reveladores del estilo de vida romano que las termas, destinadas a facilitar a sus usuarios, tanto en invierno como en verano, una adecuada higiene corporal y un espacio para el ejercicio físico que las casas privadas, carentes habitualmente de instalaciones sanitarias, no podían ofrecer. Quizá el más completo de entre los conservados en la región sea el de Los Bañales de Uncastillo, que presenta la sucesión de estancias para masajes y unciones, para baños de agua fresca y, mediante un sistema de calefacción basado en aire caliente que circulaba bajo el suelo y tras las paredes, salas caldeadas que incluían desde bañeras con agua tibia hasta cámaras sudatorias. Las instalaciones estaban complementadas por una letrina y una palestra al aire libre para realizar ejercicios físicos. El abastecimiento de agua se aseguraba mediante un acueducto, del que se conservan diversos tramos, tanto tallados en la roca como sostenidos por columnas, y que servían también a las demás necesidades de la ciudad. La Casa de “los Delfines” en Celsa. Las diferentes ciudades de la región aragonesa han proporcionado diversos restos de arquitectura doméstica, entre los que el conjunto mejor conocido es el de Celsa, De las casas exhumadas en la colonia hasta la fecha. La llamada “de los Delfines”, en su fase final, proporciona un buen ejemplo de mansión señorial. Como todas las romanas, disponía de escasas aberturas al exterior y se articulaba sobre espacios abiertos interiores. Constaba de dos pisos y estaba dotada de pavimentos a base de mortero de cal con arena y fragmentos de cerámica sobriamente decorados y de pinturas en paredes y techos con diversos motivos geométricos, figurativos o arquitectónicos. La casa tenía dos plantas, de las que sólo se conoce la inferior. Esta, producto de sucesiva remodelaciones, constaba de dos partes. Una de ellas de carácter noble, contaba con grandes estancias de reunión en torno a un patio, al que también se abría un pequeño atrio cerrado desde el que se accedía a dormitorios y otras estancias residenciales. La otra mitad de la casa gravitaba sobre un huerto, al que daban diversas habitaciones utilitarias (almacenes, graneros y cuadras) sobre los que se alzarían los cuartos para la servidumbre. ECONOMÍA Y SOCIEDAD La concesión de la ciudadanía latina a los hispanos, otorgada por Vespasiano en los años 70, supuso un importante cambio en la estructuración social y política de las tierras que hoy forman Aragón, A partir de esa fecha, las elites locales pudieron disfrutar de las ventajas de la ciudadanía. El modelo jerárquico del poder romano inspiró la organización política en Hispania. Magistrados, senado local y asambleas ciudadanas ejercieron las labores de gobierno. Los altos cargos de la administración eran reservados para las grandes fortunas, y al sacerdocio se llegaba mediante elección y por un periodo temporal. La economía continuó basándose en la agricultura. Surgieron las grandes haciendas rurales, se impulsó la artesanía, y el emplazamiento de la región, puente de culturas, ayudó a la extensión de un largo periodo de prosperidad. Una organización jerárquica regida por el modelo romano. Como consecuencia del proceso de conquista, la sociedad romana altoimperial estaba integrada básicamente por una minoría de ciudadanos privilegiados y una mayoría de extranjeros, cuyas comunidades (llamadas habitualmente <<estipendiarias>>) gozaban de un grado de autogobierno variable en función de las condiciones bajo las que cada una hubiera pactado su sumisión a Roma, pero en clara inferioridad de condiciones frente a los ciudadanos. En consecuencia, en los 70 años después de Cristo sólo disfrutaban de plenos derechos en la región los ciudadanos de Celsa, antes de ser abandonada, Caesaraugusta, Osca, Bilibilis y Turiaso, además, naturalmente, de aquéllos que tuvieran fijada su residencia en la zona. Esta distinción, que era acusadísima durante la República y, en menor medida, durante los primeros decenios del Imperio, se alteró de forma radical al conceder Vespasiano la ciudadano latina a los hispanos en el año 70. Esta era una condición intermedia entre los peregrinos y los ciudadanos, de la que previamente ya se habían beneficiado dos comunidades indígenas de situación desconocida: Osicerda y Leonica. Con la concesión de Vespasiano se eliminaban los aspectos más restrictivos de la extranjería y se permitía el acceso a la ciudadanía romana a quienes desempeñaran cargos públicos en ellas, de forma que las elites locales pudieron acceder lentamente al disfrute de la ciudadanía plena. Fue precisamente su capacidad para integrar a los distintos habitantes de las provincias la clave de la estabilidad que disfrutó el Imperio, culminada cuando el emperador Caracalla concedió en la ciudadanía romana a todos los súbditos libres el año 212 d. de C. Los altos cargos de la administración, para las grandes fortunas. Teóricamente, todos los ciudadanos tenían derecho a participar en las asambleas electorales, legislativas o judiciales de Roma. Sin embargo, pocos podían o querían desplazarse hasta allí, máxime teniendo en cuenta que pronto perdieron sus prerrogativas en beneficio del emperador. En cambio, las magistraturas superiores y los altos cargos administrativos sólo eran accesibles a un grupo reducido de familias itálicas de inmensa fortuna (que paulativamente fue abriéndose a los oriundos de las provincias): los senadores y los caballeros. Los primeros debían disponer de una gran fortuna, fijada por Augusto en un millón de sestercios, y haber sido elegidos para una magistratura superior. En sus manos estaban, entre otros, los grandes mandos militares, los gobiernos provinciales y los altos sacerdocios. Los caballeros eran también hombres de gran fortuna, aunque el censo exigido fuera la mitad del senatorial. Fueron reorganizados por Augusto para servir sobre todo en cargos administrativos, financieros y jurídicos, con un rango al principio inferior al senatorial, pero cuya importancia no cesó de crecer. No conocemos con seguridad a ningún senador oriundo de la región y a muy pocos caballeros. Si excluimos a Marcial, a quien Domiciano concedió este rango de forma honorífica, la nómina queda reducida a Marco Clodío Flaco, ciudadano de Labitolosa que, a mediados del siglo II después de Cristo, inició su carrera ecuestre en el Danubio como tribuno militar de la legión IV Favia (según lo atestigua la inscripción oscense de La Puebla de Castro). Otros dos personajes, también documentados epigráficamente en el siglo II, ejercieron en Tarraco el “flaminado” provincial, un alto cargo sacerdotal del culto al emperador que solía dar acceso a la carrera ecuestre. Eran Marco Valerio Capeliano y Marco Sempronio Capitón. Ambos provenían de ciudades pertenecientes al convento jurídico y ambos fueron adoptados como ciudadanos y miembros del senado local de Caesaraugusta, ciudad que, evidentemente, constituía un trampolín hacia puestos más altos para los miembros de las elites locales de los convento. Esta no es una nómina completa, ni siquiera indicativa. La región hubo de producir muchos más caballeros y, muy probablemente, algunas familias senatoriales, pero no ha quedado recuerdos de ellos en la documentación epigráfica que es, en este terreno, casi nuestra única fuente. La renovación del orden ecuestre, o de los caballeros , se basaba en la promoción de los miembros destacados de las elites fundamentales. Senadores, magistrados y sacerdotes Colonias y municipios disfrutaban de una notable autonomía, disponían de sus propias leyes y se gobernaban, a imagen de Roma, mediante magistrados, un senado local y asambleas ciudadanas que, como la capital del Imperio, perdieron importancia con el paso del tiempo. El senado local u orden de los decuriores era un órgano oligárquico compuesto por un centenar de miembros que debían acreditar una fortuna considerable, de cerca de cien mil sestercios, al que se incorporaban cada año los magistrados cesantes. Era la máxima autoridad local y regía los asuntos municipales mediante decretos que afectaban a casi todos los aspectos de la vida comunitaria. La autoridad ejecutiva era ejercida por jerarquizadas parejas de magistrados, elegidas por las asambleas (posteriormente destinadas por el senado cuyo mandato duraba generalmente un año. Los principales eran los <<duunviros>> que, además de llevar a cabo un censo cada cinco años, tenían amplias competencias en materia administrativa y jurisdiccional; y los ediles, encargados del ciudadano de la ciudad, de la policía, del aprovisionamiento y de la organización de los juegos. Por último, los <<cuestores>> administraban los fondos públicos. Había, además, diversos sacerdotes también electivos y temporales: culto oficial, los <<augures>>, encargados de la consulta de los augurios, y los <<flámines>>, afectados al culto imperial y uno de los pocos cargos desempeñados en ocasiones por mujeres. Este último es el caso de Porcia Materna, una fémina osicerdense casada con un caballero, que desempeñó el cargo a partir del siglo II en Oscierda, Caesaraugusta y Tarraco, y fue finalmente nombrada << flamínica>> provincial. Tampoco son muchos los magistrados y sacerdotes municipales conocidos a través de la inscripciones. Además de los caballeros citados, que ejercieron previamente magistraturas en sus comunidades, sólo cabe añadir a la lista a los magistrados atestiguados en Osca, Osicerda y un municipio desconocido de la provincia de Teruel; y a un edil caesaraugustano que hizo grabar su nombre en los tubos de plomo que, atravesando el Ebro, aseguraban a la ciudad el aprovisionamiento de agua. Contamos sin embargo con un buen número de testimonios en las monedas acuñadas entre Cesar y Calígula en Lepida-Celsa, Caesaraugusta, Osca, Bilbilis y Turiaso. Mención especial merece el caso de los “seviros” augustales, sacerdocios también del culto imperial muy codiciados por ex-esclavos, libertos y otras personas libres que tenían vedado el acceso a las magistraturas. Conocemos un testimonio del mismo a través de la inscripción que dedicaron a la Victoria Augusta dos de ellos en Osca: Lucio Sergio Quintillo y Lucio Cornelio Febo, éste último quizá un liberto pues su último nombre, Phoebus, es de origen griego, como gran parte de los nombre de los esclavos. Junto a estos magistrados hay constancia de personajes que, si no alcanzaron tal vez la magistraturas, si contaban con importantes fortunas, a juzgar por los monumentos funerarios que se hicieron erigir. Es el caso de los Atilios de la comarca de Los Bañales, que levantaron la tumba conocida como “Altar de los Moros” junto a Sádaba y, tal vez, el importante mausoleo de Sofuentes (Sos del Rey Católico), o bien el de Emilio Lupo en forma de templo de Fabara, como el anterior, fechado en el siglo II de nuestra era. Escasea la información de los gripos sociales subalternos, ya que queda prácticamente reducida a la nómina de nombres proporcionada por las inscripciones. Es difícil precisar la extensión de la esclavitud, pues este grupo, considerado como una mera propiedad, contaba con pocas posibilidades de hacerse grabar una inscripción, salvo en el caso de esclavos públicos, como el cesaraugustano encargado de las conducciones de agua de la ciudad, que dejó su nombre, Artemas, en un tubo de plomo, o domésticos que fueran particularmente apreciados por sus amos. En cambio, los ex-exclavos o libertos que, tras ser manumitidos o liberados, trabajan con frecuencia en el comercio o la artesanía y residían en las ciudades, plasmaron frecuentemente en las inscripciones el orgullo que su promoción social les producía pues, al obtener la condición de sus amos, pasaban a menudo de ser esclavos a ciudadanos, aunque con derechos recortados. En cualquier caso, la mayoría de los individuos registrados en los epígrafes pertenecía al grupo de los hombres libres, ya fueran ciudadanos o peregrinos. Una economía basada en la agricultura Aunque la información sea también escasa en el terreno económico, la estructura debió ser fundamentalmente agrícola, como en el resto del Imperio, probablemente con un predominio de la pequeña y media propiedad autosuficiente, cultivada por sus propietarios con la ayuda de algunos esclavos o jornaleros. Las explotaciones, orientadas comercialización de los a productos la y cultivadas por esclavos, las más rentables, sólo eran posibles junto a concentraciones importantes de población o bien cerca del mar o de ríos navegables que permitieran su transporte a gran distancia. El desplazamiento sólo era posible en la época por mar, dada la lentitud y alto coste del transporte terrestre. Este tipo de hacienda pudo existir junto a los núcleos urbanos más importantes y quizá en el valle del Ebro, navegable has La Roja. Sin embargo, nuestras fuentes escritas no han dejado constancia de que ningún producto regional fuera conocido por su calidad especial. Los cereales, la vid y el olivo, debieron ser los predominantes, junto con los frutales y los cultivos de huerta en los alrededores de las ciudades. Frente a la actividad agrícola, incluidas las tareas de transformación de los frutos en vino, aceite o pan, la artesanía acupaba un papel secundario y se concentraba en las ciudades si bien, a excepción de las forjas de hierro de Bilbilis y Turiaso alabadas por Marcial y Plinio, no hay constancia de ninguna manufactura local de renombre. Si la hay, en cambio, de dos alfares dedicados en Bronchales y Rubielos de Mora a la elaboración de cerámica fina de barniz rojo, la llamada “sigilata”. La instalación masiva de emigrantes itálicos desde fines del siglo Y después de Cristo, con la incorporación de nuevas técnicas agrícolas y un cierto impulso demográfico por una parte, y el papel mediador que la región desempeñó durante algunos decenios entre el Mediterráneo y las regiones del interior por otra, unidos al largo periodo de paz que disfrutó Occidente, fueron las bases de la prosperidad que se extendió por estas tierras durante los primeros siglos de la era y que trajo hasta aquí productos cerámicos, aceite, vino y objetos ornamentales desde diversos puntos de Italia, Las Galias y África principalmente. DIOSES, RITOS, OFRENDAS También en el terreno religioso se impuso Roma. Sus creencias, fundamentalmente pragmáticas, se basaban en que los dioses eran seres poderosos que podían intervenir en los asuntos humanos y a los que había que ganarse cumpliendo los ritos y realizando sacrificios y ofrendas. Roma acogió con facilidad las divinidades de los pueblos vencidos, por lo que ante cada hombre se extendía una extensa nómina de dioses relativamente especializados y a los que podía honrar según sus inclinaciones. Pero había también un culto oficial: la tríada capitolina (Júpiter, Juno y Minerva), Roma divinizada y el emperador. De las creencias religiosas contamos sobre todo en la región con inscripciones erigidas casi siempre en cumplimiento de un voto (a Diana en Albarracín, a Hércules en Manzanera, a Tutela en Alhama de Aragón y Caesaraugusta), ofrecidas en honor del emperador o de sus virtudes (como la de la Victoria Augusta de Osca). Las más frecuentes son las funerarias dedicadas a los dioses Manes (D,M.), potencias subterráneas entre las que el muerto había de llevar una existencia casi inerte. MAPA DE ARAGON EN LA ÉPOCA ROMANA BIBLIOGRAFÍA Historia de Aragón. Editado por Heraldo de Aragón. Coordinación general de la obra: Guillermo Fatas Cabeza. Coordinador del fascículo: Francisco Beltrán Lloris Aragón en su historia. Editado por la Caja de ahorros de la Inmaculada. Coordinadores de los fascículos: Laura Sancho Rocher y Francisco Beltrán Lloris.