ref lexiones sobre Semiología Musical Susana González Aktories Gonzalo Camacho Díaz Coordinadores Universidad Nacional Autónoma de México E s c u e l a N a c i o n a l d e M ú s i c a - 2011 Reflexiones sobre semiología musical Susana González Aktories Gonzalo Camacho Díaz Coordinadores Escuela Nacional de Música Mtro. Francisco Viesca Treviño, Director y Cuidado de la edición: Lilia Franco Traductores: Mario Stern, Juan Carlos Zamora, Alejandro Romero, Rubén López Cano, Ladidet López Vélez y Susana González Aktories Corrección de estilo: Mario Stern, Yanna Hadatty y Susana González Aktories Asistentes en la corrección de estilo: Luis Mario Candelas y Alberto Escobar de la Garma (becarios) Corrección de galeras: Teresita Cortés Diseño: Sandra Salgado Marín Notación musical: Patricio Calatayud Primera edición: 2011 D.R. © de la presente edición Universidad Nacional Autónoma de México, 2011 Ciudad Universitaria, C.P. 04510, México, D.F. Escuela Nacional de Música Xicoténcatl 126, Col. Del Carmen, Coyoacán C.P. 04100, México, D.F. ISBN 970-32-0031-1 Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico Índice Introducción y VII Jean-Jacques Nattiez: Semiología musical: el caso de Debussy “De la semiología general a la semiología musical. El modelo tripartito ejemplificado en La Cathédrale engloutie de Debussy” y 1 Nicolas Ruwet: Metodología y práctica de la semiología musical “Métodos de análisis en musicología” y 42 “Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy” y 79 Jean Molino: El hecho musical y la semiología de la música “El hecho musical y la semiología de la música” y 111 Michel Imberty: Teoría y práctica de la semántica musical “Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental” y 174 “La Cathédrale engloutie de Claude Debussy: de la percepción al sentido” y 215 Charles Boilès: Semiótica de la etnomusicología “Semiótica de la etnomusicología” y 287 Agrademos a la DGAPA, a través del proyecto PAPIIT IN403596, por el apoyo recibido para la preparación de las traducciones hace varios años. Se agradece asimismo a la actual Dirección de la Escuela Nacional de Música por reconocer la calidad y el valor del trabajo realizado, y por aprobar su publicación. Gracias también al impulso, la tenacidad y el compromiso de Mario Stern, quien ha estado presente en cada paso de la elaboración de este libro. Gracias a quienes tradujeron los textos, miembros todos del Seminario, por su entrega. Gracias a los autores que figuran en esta antología, por su confianza y paciencia. S.G.A. Introducción Una de las ramas de la investigación musical que ha mostrado un sólido desarrollo en las décadas recientes es la que gira en torno a la significación de la música. La llamada semiótica o semiología musical, encargada del estudio de dicha significación, se basó para esto en preceptos que inicialmente provenían de la lingüística, poniendo especial énfasis en la estructura y la gramática musicales, pero considerando también aspectos relacionados con su creación, interpretación y recepción. En cerca de medio siglo, desde lo que podríamos llamar el surgimiento de la semiología musical, se han elaborado teorías muy diversas, que responden a diferentes cuestionamientos derivados del signo sonoro. Se puede afirmar por ende que la semiología musical hoy en día abarca un campo de investigación muy amplio, que incluye enfoques de distintas disciplinas, entre las que destacan la musicología y la lingüística, pero donde también cobran valor las ciencias cognitivas, la estética de la recepción, la psicología experimental, la antropología y la hermenéutica. Su enfoque interdisciplinario ofrece nuevas perspectivas antes no consideradas por la musicología tradicional, e incide con ello en los paradigmas más actuales empleados en el estudio de la música. Entre la gran cantidad de aproximaciones que existen al estudio de la significación musical desde la perspectiva de la semiótica o semiología, destacan los innumerables aportes que los estudiosos francófonos han hecho con base en la teoría de la tripartición de Molino-Nattiez. Los resultados de esta orientación han sido ampliamente debatidos y discutidos. Pese a las limitaciones que se les han señalado, especialmente en el ámbito anglófono, es innegable su valor e importancia tanto histórica como teórica. Para aproximar al lector hispanohablante al vasto corpus de teorías semiótico musicales, puede iniciarse con una compilación de algunos de los trabajos más relevantes de la semiología musical francófona, cuya mayoría se basa en la teoría de la tripartición. Indudablemente ésta no es la única orientación y quizá tampoco sea la más seguida en la actualidad. Sin embargo, y pese a los años que han transcurrido desde su publicación, estos artículos siguen siendo de gran valor formativo y aplicativo. La secuencia que se ha dado a los textos de este libro lleva así al lector hacia el descubrimiento de los alcances que ha tenido la teoría de la tripartición, poniéndolos en diálogo, aun cuando ello ha implicado romper el orden cronológico en el que éstos fueron apareciendo. El recorrido inicia con el estudio de Jean-Jacques Nattiez, “De la semiología general a la semiología musical. El modelo tripartito ejemplificado en La Cathédrale engloutie de Debussy”, un ensayo que resume de manera sintética los antecedentes y problemas a los que se ha enfrentado la semiología, argumentando a favor del modelo de análisis tripartito, mediante el cual el autor se acerca a la obra de Debussy. Dicho análisis establece de manera clara las relaciones entre tres niveles: el de creación o producción del emisor (poiesis); el que refiere al objeto mismo de emisión y concentra las propiedades inmanentes del mensaje (nivel neutro); y el de recepción, percepción e interpretación, que “reconstruye” el objeto escuchado (esthesis). Éste es, entre los estudios que se incluyen en este volumen, el de fecha más reciente, que sirve aquí de marco para encuadrar las preocupaciones de los autores cuyos trabajos se presentan después. Regresando en el tiempo, se recogen en el segundo apartado, bajo el título “Metodología y práctica de la semiología musical”, dos notables ensayos de Nicolas Ruwet: “Métodos de análisis en semiología” y “Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy”. Se trata aquí de estudios derivados de las teorías lingüísticas y de la observación del comportamiento de las lenguas naturales, que han ofrecido a la música un modelo que permite concebir el lenguaje musical de forma análoga al verbal. Ruwet pone particular atención en el mensaje mismo, centrándose en problemas de aplicación de reglas lingüísticas a la música. Entre estas reglas, se centra en la llamada duplicación, demostrando la eficacia y las implicaciones de las herramientas lingüísticas para la comprensión semántica de las unidades mínimas de una obra, que se van encadenando en un plano sintagmático, dando lugar así a lo que entendemos como obra musical. Para ello pone como ejemplos el análisis del Preludio de Pelléas y el de Fêtes, de Debussy. El acercamiento de Ruwet es de corte puramente formalista, toda vez que rehúsa considerar relaciones semióticas extramusicales, y subraya la importancia de seccionar la obra musical en partes cada vez más pequeñas, IX Facultad de Música • UNAM Introducción Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical para luego recomponerla y redefinir su papel a partir de la relación de sus componentes. Este procedimiento, que en la práctica resulta muy complejo, responde no obstante a aspectos muy simples de repetición y de segmentación, y permite así realizar un análisis enteramente autorreferencial, que se ratifica constantemente a sí mismo. Se trata de aplicaciones de las teorías distribucionalistas al plano de la música y al lenguaje musical, a partir de un mecanismo de identificación de tipos elementales, que parte de una técnica paradigmática de segmentación del discurso musical. En este sentido, Ruwet maneja una noción del código como conjunto de elementos que operan en un sistema y propone las normas fundamentales de su posible combinación. La teoría de la tripartición de la que parte Nattiez se expone, por otra parte, con mayor amplitud en el tercer apartado, en el artículo “El hecho musical y la semiología de la música”, de Jean Molino. El reto que enfrentó Molino con su modelo tripartito fue no sólo hacer evidente el nexo que existe entre los ya mencionados tres niveles –poiético, estésico e inmanente o neutro, según lo denomina Molino–, sino presentar un estudio integral que considera la música no como un hecho aislado sino como un “hecho musical total”. Además, entiende la música como medio de expresión que es producto de actos simbólicos, dado que no hay textos u obras musicales que no sean resultado de estrategias de composición (el dominio estudiado por la poiética) y que no den pie a estrategias de recepción (dominio de la estésica). Entre estas dos instancias se encuentra el nivel neutro, que constata el grado de autonomía del texto musical, sin el cual resultaría imposible explicar la permanencia de la música a través de los siglos. Molino logra con esta metodología relacionar el ámbito de las estructuras, explícitas y rastreables en el nivel neutral, el de la obra misma, con el de los procesos cognitivos que se refieren a las estrategias tanto de producción como de recepción. Michel Imberty, por su parte, ofrece un panorama distinto en el apartado que hemos titulado “Teoría y práctica de la semántica musical”, en el que se incluyen dos de sus artículos: “Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental” y “La Cathédrale engloutie de Claude Debussy: de la percepción al sentido”. Se trata de una perspectiva experimental y de estudios de caso, en los que se pone a prueba fundamentalmente el lado perceptivo (estesis) de las intuiciones y asociaciones de los escuchas, que dan coherencia X y sentido a una obra musical. Destaca en estos ensayos el eclecticismo y la diversidad metodológica de Imberty, quien se abre a posibilidades de análisis que involucran la psicología, y que desembocan en la interpretación psicoanalítico-hermenéutica de los datos que el investigador recoge de los escuchas (caso de estudio estésico-explícito). Finalmente, como ejemplo de la aplicación semiótica a la música no occidental, se incluye en el último apartado el trabajo de Charles Boilès, “Semiótica de la etnomusicología”, que trata del potencial de la semiótica para estudios de casos particulares. Se aborda aquí un caso mexicano, referente a la música de un ritual otomí, y se enfoca en el análisis de sus rasgos y la pertinencia de sus significados a partir de un estudio integral de los comportamientos y la recepción de toda la comunidad otomí frente a esta música, que atiende a todas las variables posibles. El estudio pone de manifiesto el interés que ha tenido la musicología en décadas recientes por tres dimensiones semióticas: la sintáctica, la semántica y la pragmática, para entender y reconocer un signo, esto es, para interpretarlo. Cabe mencionar que estas dimensiones se derivan del pensamiento norteamericano originado a partir de las teorías formuladas por Charles Morris (traducidas al español bajo el título “Fundamentos de la teoría de los signos”, en Problemas y métodos de la semiología, compilado por Jean-Jacques Nattiez en Buenos Aires, Ed. Nueva Visión, 1979, pp. 21-28). Boilès confirma con este estudio cómo diferentes tipos de fenómenos se vuelven significantes, alternada o simultáneamente, y cómo su combinación ofrece señales complejas que sólo pueden ser entendidas y descifradas a partir de su contexto, o sea, en el marco de las culturas y tradiciones en las que surgen. El uso de la terminología lingüística y semiótica, en semiología musical, está sujeto a los matices que optan por imprimirles los autores de los textos. En este sentido, conviene advertir que a lo largo de estos trabajos muchos de los conceptos que se usan pueden resultar plurivalentes. Por ejemplo, los autores no necesariamente se refieren al mismo tipo de “interpretación” de signo, o implican la misma noción concreta de un objeto. Puede ir, como nos muestra Ruwet, a partir de la comprensión del encadenamiento y la función que adquiere cada una de las partes de una obra dada, por su ubicación; o por el énfasis y la repetición, como en Imberty; o hasta por la relación con XI Facultad de Música • UNAM Introducción Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical contenidos de orden social, dados por convenciones, como en el caso del estudio de Boilès. En cuanto a algunas coincidencias notables, y dado el origen fundamentalmente francófono de sus autores, no asombra que hayan tomado en su mayoría como ejemplo la obra de uno de los compositores más notables de la música francesa, Claude Debussy, cuya obra pertenece a un periodo de transición de la tonalidad a la atonalidad, por lo que ha resultado particularmente atractiva para el análisis paradigmático. Sin embargo, el trabajo con el que se cierra este volumen, de Boilès, estudia un caso de música enteramente distinto, como es el de la música étnica, de tradición oral. Queda claro en este texto que las herramientas que se prestan para este tipo de análisis sirven no sólo para abordar la música instrumental en Occidente, sino que pueden también contribuir al acercamiento y estudio de músicas no occidentales. Lo que distingue a todas estas propuestas de la musicología tradicional es su referencia metodológica, tanto lingüística como semántica, mediante la cual la musicología no se detiene en el simple análisis de los elementos, sino que busca horizontes más amplios a las preguntas que plantea, precisamente a partir de ese análisis. En términos generales, y a pesar de las diferencias de enfoque y de metodología, podemos reconocer que los autores aquí reunidos comparten muchos puntos de encuentro, preocupaciones que a través de esta compilación dialogan y construyen así una discusión rica y versátil del apasionante campo que ofrece la semiología musical. Susana González Aktories 2009 XII Semiología musical: el caso de Debussy Jean-Jacques Nattiez De la semiología general a la semiología musical El modelo tripartito ejemplificado en La Cathédrale engloutie de Debussy* Jean-Jacques Nattiez Facultad de Música • UNAM I. La semiología no existe La semiología no existe, por dos razones estrechamente relacionadas: 1) las investigaciones que, desde finales del siglo XIX, se han atribuido la etiqueta semiológica, se valen de orientaciones epistemológicas diversas y tienen un pasado científico extremadamente variado; 2) nadie parece haber propuesto un paradigma de análisis suficientemente coherente, un corpus de métodos universalmente aceptado, para que podamos hablar de la semiología como una disciplina autónoma y homogénea. Se podría objetar que la lingüística, por ejemplo, que ha estado estrechamente ligada al resurgimiento de las preocupaciones semiológicas de los años sesenta y que se consideraba a veces, en esa época, como “ciencia piloto de las ciencias humanas”, no ofrece ya modelos que hagan coincidir unánimemente a los especialistas. Pero aun cuando ha habido las escuelas fonológicas, las prácticas distribucionales, las camarillas generativistas, las diversas ramas de la lingüística tienen un objeto claramente definido: el lenguaje humano, y han acumulado un acervo de procedimientos y de resultados a partir de los cuales, según el buen criterio popperiano, han sido posibles las críticas y los progresos. 8 * El presente texto es una ampliación y revisión que, para su publicación en este libro, el propio autor hizo del artículo “De la sémiologie générale à la sémiologie musicale. L’Exemple de La Cathédrale engloutie de Debussy”, aparecido en Protée, Québec, vol. XXV, no. 2, otoño 1997, pp. 7-20. Traducción de Mario Stern. 14 Esta situación está lejos de ser equiparable en semiología. Para empezar, porque el signo está en todas partes: en el lenguaje, ciertamente, pero también en el cine, la pintura, la literatura, el mito, la música, sin mencionar la vida social, en el código de las carreteras y quizá del inconsciente. Por consiguiente, quienes se han propuesto desarrollar el proyecto semiológico son investigadores y pensadores con horizontes epistemológicos muy variados: lingüistas, teóricos de la literatura, de la lógica, filósofos, sociólogos, psicólogos. Una historia de la semiología, o más bien de las semiologías, que sería la historia de una palabra mágica a la vez que la de la búsqueda utópica de una ciencia universal, aún falta por ser escrita. Hace aproximadamente quince años, una efímera revista italiana de comunicación, después de una feliz iniciativa pedagógica de la Hochschule für Gestaltung de Ulm, publicó un “mapa semiolingüístico” inspirado en el plano del metro de Londres (Cfr. Ejemplo 1). Éste muestra a la vez la autonomía relativa y las conexiones de las grandes corrientes del pensamiento al comienzo de las investigaciones semiológicas: la línea lingüístico-económica (Marx), la línea lingüístico-estructural (Saussure), la línea cibernética (Wiener), la línea semiótico-filosófica (Peirce), la línea psicoanalítica (Freud) y la línea lógica (Wittgenstein), que conducían respectivamente a diversas “estaciones” como la escuela rusa de la semiótica (Ivanov, Lotman), el estructuralismo franco-italiano (Barthes, Greimas, Eco), el sémanalyse (Kristeva, 1969), etc. Sin hablar de las “estaciones de correspondencia”: Jakobson, que conducía a la vez al estructuralismo y a Chomsky; Peirce, que conducía a la vez a Morris y a Eco; pero aun Greimas, escapando a la influencia de Peirce, al que contradice, o de Carnap, al que ignora. Hoy en día deberían probablemente construirse algunas líneas suplementarias hacia las afueras: subir hacia el Norte, más arriba en el tiempo (San Agustín, Leibniz, Condillac, entre otros), reintegrar a los grandes ausentes (Mounin en la línea de Buyssens y Martinet; Metz, el fundador de la semiología del cine), poner en evidencia otras “correspondencias” (Greimas / Lacan, Husserl / Jakobson, etc.), agregar nuevas corrientes: la sistémica, el pensamiento cognitivo, la corriente feminista. Se vislumbra además la próxima aparición de una neuro o de una biosemiología. 15 Facultad de Música • UNAM De la semiología general a la semiología musical Ejemplo 1 Frente a este babelismo epistemológico y metodológico, hay dos actitudes posibles: hacer investigación semiológica en un campo en particular –¡la música por ejemplo!– probando la aplicabilidad a los corpus musicales de cada una de las teorías que se hacen llamar semiológicas; o bien confiar en una orientación semiológica particular, profundizar en ella, hacer que fructifique. El primer camino es el que adopté parcialmente en la parte crítica de mi primer trabajo de 1975, Fondements d’une sémiologie de la musique, limitándome sin embargo a las propuestas de Saussure, Hjelmslev, Peirce, Barthes, Mounin, Granger y Gardin. El segundo lo tomé a partir de 1987, en Musicologie générale et sémiologie donde, exceptuando una discusión de la posición general de Eco –bajo el fuego de la actividad semiológica en ese momento– opté por la concepción tripartita de la semiología propuesta por Jean Molino, fundándola en la concepción peirciana del signo. Evidentemente no puedo erigir mi itinerario personal como ejemplo. Creo que cualquier estudiante que deseara acercarse a la música desde el punto de vista semiológico debería haber frecuentado a los fundadores de los diversos paradigmas de investigación y de reflexión: Saussure, Hjelmslev, Peirce, Morris, Mounin, Barthes, Lévi-Strauss, Jakobson, Greimas, Eco. Debería entrenarse a establecer pequeños puentes entre las teorías, comprender en qué se complementan, se contradicen, se ignoran. Pero como objetivo debería siempre permanecer la búsqueda del modelo más apropiado o de las propuestas más adecuadas, en función de una concepción de la música propia, de una lectura crítica de la musicología propia y de la evaluación personal de sus necesidades. Por mi parte, me incliné muy pronto por el modelo semiológico tripartito de Molino (1975). Es éste el que pretendo exponer y completar aquí, primero desde un punto de vista puramente teórico y después mediante una propuesta de aplicación a un extracto musical. No impongo mi opción a nadie, pero estoy dispuesto a defenderla vigorosamente. De todos modos, he hecho mía desde hace mucho tiempo la afirmación del lingüista Emmon Bach: “Donde vive la controversia vive la ciencia, y cuando estemos todos de acuerdo, eso será la señal de que nuestra ciencia está muerta.” (1966: 136). 17 Facultad de Música • UNAM De la semiología general a la semiología musical Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM II. La semiología estudia formas simbólicas Todo estudio semiológico considera a su objeto como una forma simbólica. “Forma”, porque toda producción humana, sea que se trate de un enunciado lingüístico, de una obra de arte, de un gesto estético o de una acción social, tiene una realidad material. Si puedo responder a alguien, contemplar un cuadro o escuchar una sinfonía, admirar a un bailarín o discutir sobre una situación sociopolítica, es porque las producciones y las acciones humanas dejan huellas materiales. Ahora bien, esas huellas constituyen formas simbólicas porque son portadoras, tanto para quienes las producen como para quienes las perciben, de significaciones. No hay que reducir aquí la palabra “simbólico” al sentido sinónimo de “alegórico” que tiene en una expresión como: “Una mujer con los ojos vendados, con una balanza en la mano, es un símbolo de la justicia”, o al sentido formal que toma en el contexto de la lógica simbólica. “Simbólico” tiene aquí una significación general: una forma simbólica remite a una cosa diferente. Y una forma simbólica está hecha de signos: el signo, decía San Agustín, es algo que está puesto en lugar de otra cosa para alguien. Aliquid stat pro aliquo. Es lo característico de cualquier huella: si veo la huella de un pie en la nieve delante de una casa, puedo imaginarme a partir de ella cuál de mis hijos ya ha entrado a mi casa; si soy policía y se ha cometido un crimen en la casa, puedo hacer hipótesis sobre el peso y la clase social del sospechoso, examinando la profundidad de la huella, el tipo de calzado que lleva, etc. Por medio de la remisión a algo ausente, la huella del pie se vuelve un signo, producido por alguien, intencionalmente o no, e interpretado por alguien más. Parece que los elementos de significación asociados a una forma, tanto para el productor como para el receptor de la forma simbólica, fueran ilimitados en número. Es la razón por la que prefiero, como fundamento de cualquier proyecto semiológico, no la concepción del signo como unión de un significado y de un significante, tal como propuso el lingüista ginebrino Ferdinand de Saussure –que es medianamente estática– sino la del filósofo americano Charles S. Peirce, para quien el signo remite a su objeto por el intermediario de una cadena infinita de interpretantes, donde los interpretantes no son personas, sino otros signos que se constituyen, por su 18 parte, en portadores de átomos de significación desencadenados por el signo inicial en su designación del objeto. El cuadro peirciano tiene el mérito de subrayar que la significación de una forma simbólica cualquiera es específica y no debe ser confundida con las significaciones del lenguaje verbal, como lo sugieren peligrosamente los conceptos de Saussure. Los signos constitutivos de las formas simbólicas remiten por lo tanto a algo distinto del signo mismo: una cosa, una idea abstracta, un sentimiento, otra forma simbólica. A este respecto, la noción de signo y la universalidad del fenómeno de significación son fundadoras tanto de la hermenéutica como de la semiología. La hermenéutica es tan antigua como el mundo: es la disciplina que se propone, desde El Político de Platón (é hermeneutiké techné), interpretar la significación de las producciones y de las acciones humanas. Un ejemplo típico de práctica hermenéutica es la exégesis religiosa: Dios inspiró el texto sagrado, pero para comprender su mensaje hay que interpretar ese texto, sea profundizando en sus significaciones al infinito, como lo hace la teología cristiana, o jugando con el ordenamiento de las letras y de las palabras, como en la exégesis judía. Existe también una hermenéutica literaria, filosófica, jurídica, etc. En cuanto al proyecto semiológico moderno, nació mucho más tarde, con Saussure en Europa y Peirce en los Estados Unidos, a partir de dos tradiciones filosóficas diferentes. Pero lo que distingue, entre otras cosas, el proyecto semiológico de la práctica hermenéutica es la voluntad de poner sistemáticamente en relación, en Saussure, el significante con el significado, y en Peirce, el signo con las cadenas de interpretantes. A este respecto, la semiología tiene una dimensión mucho más formal que la hermenéutica, ya que debe delimitar y definir sistemáticamente qué aspectos del objeto estudiado constituyen el cariz material del proceso semiológico de remisión, aun cuando –como lo mostraré en una obra que está en preparación–1 el análisis semiológico incluye campos de investigación reivindicados por la hermenéutica. ¿Pero es suficiente la explicación de enlaces entre signos e interpretantes para ofrecer a un proyecto semiológico dado una especificidad con respecto a la hermenéutica? No lo creo. 8 Traité de musicologie genérale, a publicarse próximamente en Actes Sud. 1 19 Facultad de Música • UNAM De la semiología general a la semiología musical Reflexiones sobre semiología musical Existen diversos modelos del funcionamiento semiológico: el translingüístico, el lógico, el psicoanalítico, el sociomarxista, el estructuralista, etc. Un modelo explica la naturaleza del proceso por el cual, en la perspectiva de Peirce, un signo remite a sus interpretantes. La teoría semiológica tripartita de Molino (1975) es la que me parece la más adecuada para dar cuenta del funcionamiento simbólico de las prácticas y las obras humanas en general, y de la música en particular. Explicaré a continuación sus principios. Facultad de Música • UNAM III. La concepción tripartita de la semiología Tomaré de Molino un ejemplo particularmente impresionante, utilizado durante las primeras presentaciones públicas de su concepción de la semiología en los años setenta. Se trata de un juego literario, practicado en el siglo XVIII, pero que no hubieran desaprobado los surrealistas. Consiste en producir un enunciado de la forma: A es a B lo que X es a Y, llenándolo con términos tomados al azar. Se podría así obtener (practiquen este juego ustedes mismos): • México es a Veracruz lo que América es a Oceanía. • La cultura es a la mermelada lo que los cepillos de dientes son a las lanchas de motor. • La semiología es a la antropología lo que la lingüística es a la musicología. Es evidente que estas frases son más o menos absurdas, porque fueron enunciadas sin reflexionar acerca de lo que quieren decir. Pero además del hecho de pertenecer a la lengua española, es difícil sostener que estas frases carecen de sentido, porque habiendo sido construidas sobre el modelo de una relación lógica clara, siempre es posible para un lector extraer de la infinidad de los interpretantes que se pueden asociar a estas palabras aquellos que, siendo comunes a esos términos tomados de dos en dos, permitirán la construcción de un paralelismo plausible. ¡Dejo a los lectores la responsabilidad de decidir acerca del o los sentidos que puedan tener esos enunciados! ¿Qué conclusiones semiológicas se pueden sacar de este pequeño juego? 20 a) La elección de los cuatro términos es resultado del azar. Por lo tanto no hay aquí una intención significante detrás de cada uno de esos enunciados: desde el punto de vista del emisor, esos enunciados no tienen sentido. Sin embargo, han sido producidos según una regla del juego perfectamente explícita sin la cual esos enunciados no existirían en su realidad material. b) No obstante, es posible, desde el punto de vista del receptor, asignar un sentido, y hasta varios, a los enunciados producidos. El sentido de un texto, o más exactamente la constelación de sus significados posibles, no es por lo tanto la transmisión por un emisor de un mensaje que sería después decodificado por un “receptor”. Es la asignación constructiva –esta palabra es fundamental– de una red de interpretantes a una forma, por un emisor, o por uno o varios “receptores”, o por ambos, pero no está garantizado que las redes de interpretantes serán las mismas hacia y desde el texto. c) En presencia de una colección de enunciados producidos según la regla indicada, pero sin conocerla, es posible, a pesar de lo arbitrario de los interpretantes que pueden serles atribuidos, asignar a esos enunciados una descripción formal idéntica, y deducir de su sola observación la fórmula A es a B lo que X es a Y. Es, por lo tanto, la prueba de que, aun en el caso de una ausencia de significación intencional o de un sentido absurdo, esos enunciados son de todas maneras analizables, por lo menos parcialmente, precisamente porque existen bajo una forma material. El examen de este pequeño juego demuestra, pues, que desde el punto de vista semiológico, una forma simbólica no está constituida por un solo nivel, sino por tres: a) La dimensión poiética: aun si, como aquí, está desprovista de toda significación intencional, una forma simbólica resulta de un proceso creador que es posible describir o reconstituir; la mayoría de las veces, el proceso poiético va acompañado de significaciones que pertenecen al universo del emisor. b) La dimensión estésica: los “receptores”, confrontados a una forma simbólica, asignan a la forma una red de significaciones, generalmente plurales. Frente a los tres enunciados de arriba, elaboro mi propia red de interpretantes para darles un sentido. Los “receptores” no reciben la significación del mensaje (inexistente o hermético), sino la construyen en un proceso activo de percepción. 21 Facultad de Música • UNAM De la semiología general a la semiología musical Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical c) El nivel neutro: la forma simbólica se manifiesta física y materialmente bajo el aspecto de una huella accesible a la observación. Se trata realmente de una huella, ya que el proceso poiético no es inmediatamente legible en ella: se necesita a veces “salir” de la forma simbólica para poder acceder a este proceso. Para esta huella, Molino propuso el término controvertido de “nivel neutro”, controvertido porque la expresión “neutro” puede hacer entender que el analista de este nivel sería “neutral” en relación con su objeto. Yo a veces lo he llamado “nivel material” o “nivel inmanente” para evitar las polémicas inútiles. Es posible proponer de este nivel neutro una descripción objetiva de sus configuraciones, independientemente de los interpretantes poiéticos y estésicos que están ligados a él. Este nivel es neutro porque, como objeto, hay una existencia material independiente de las estrategias de producción que le han dado origen, y de las estrategias de percepción de las cuales se vuelve motivo. El análisis del nivel neutro describe la forma simbólica del objeto estudiado, independientemente de las estrategias de producción y de las estrategias de percepción que están ligadas a él. Al lado del análisis poiético y del estésico, el análisis del nivel neutro es una de las tres operaciones analíticas propuestas en el marco de la concepción tripartita de la semiología. Entre el proceso poiético y el proceso estésico existe, por lo tanto, definitivamente una huella material que no es en sí misma portadora de significaciones inmediatamente legibles, pero sin la cual las significaciones no podrían existir. Para poder establecer con qué signos se relacionan las redes de significaciones, es necesario ser capaz de identificarlos, delimitarlos y describirlos. La semiología no es, por lo tanto, la ciencia de la comunicación. Es el estudio de la especificidad del funcionamiento de las formas simbólicas, es decir, el análisis de la organización material de sus signos (el análisis del nivel neutro) y de los fenómenos de remisión a los que esos signos dan lugar: esas remisiones se reparten entre el polo de lo poiético y el de lo estésico. El análisis del nivel neutro describe formas y estructuras más o menos regulares (es por esto que sería preferible, aun cuando la expresión sea pesada, hablar de cuasiestructuras); los análisis poiéticos y estésicos describen e interpretan procesos. 22 De la semiología general a la semiología musical IV. Esquematización de las situaciones analíticas Se podría pensar que, con una terminología diferente, Molino encontró el esquema clásico de la comunicación: Emisor → Mensaje → Receptor Nada de eso. Además, este esquema ha sido ya abandonado desde hace mucho tiempo por los practicantes de la inteligencia artificial en su tratamiento del lenguaje. Creo que hay que sustituirlo por el siguiente: Proceso poiético Proceso estésico Emisor → Huella material ← “Receptor” La diferencia puede parecer mínima, pero la inversión del sentido de la flecha es esencial. En la teoría de Molino, en efecto, a) una forma simbólica no es intermediaria de un proceso de “comunicación” que transmitiría a un auditorio significaciones producidas intencionalmente por un autor, sino b) el resultado de un proceso complejo de creación (el proceso poiético) que concierne tanto a la forma como al contenido de la obra, y c) el punto de partida de un proceso complejo de percepción (proceso estésico) que reconstruye el mensaje; d) los procesos poiéticos y estésicos, por último, no coinciden necesariamente. La poiética puede no dejar huellas discernibles como tales en la forma simbólica misma. Según Molino, la poiética no tiene necesariamente una vocación hacia la comunicación. Al contrario, el “receptor” proyecta, hacia la forma simbólica, configuraciones independientes de las estructuras creadas por el proceso poiético. 23 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Esta teoría no es una negación de la comunicación. Es una teoría del funcionamiento simbólico que considera que la comunicación no es más que un caso particular de los diversos modos de intercambio, una de las consecuencias posibles de los procesos de simbolización. Una vez planteado esto, ¿cómo se pueden considerar las relaciones entre los tres polos de la tripartición semiológica? Propongo distinguir seis casos de figuras que corresponden a otras tantas situaciones analíticas. Las consideraré en detalle haciendo intervenir, esta vez, diversas prácticas de la musicología y del análisis musical y comentando cada uno de los siguientes seis esquemas: 1. nivel neutro 2. proceso poiético ← nivel neutro Facultad de Música • UNAM análisis poiético inductivo 3. nivel neutro → proceso estésico análisis estésico inductivo 4. proceso poiético → nivel neutro análisis poiético externo 5. nivel neutro ← proceso estésico análisis inmanente (o material) análisis estésico externo 6. proceso poiético = nivel neutro = proceso estésico análisis de la comunicación musical En la situación analítica no. 1 –análisis del nivel neutro, análisis inmanente, análisis material– se atacan solamente las configuraciones inmanentes de la obra. El ejemplo típico es sin duda el análisis del ritmo en 24 De la semiología general a la semiología musical La consagración de la primavera de Stravinsky por Pierre Boulez: Aquí, la poiética está claramente excluida en provecho de las simples configuraciones estructurales. Y es obvio que, en su detalle, esas relaciones puestas al desnudo por el autor no podrían a priori ser consideradas como pertinentes estésicamente, o en todo caso, no íntegramente. La set-theory de Allen Forte (1973) constituye también un análisis de nivel neutro de la música atonal. La propuesta de análisis del nivel neutro ha sido fuertemente despreciada. La paradoja es que, en realidad, es practicada por el 90% de los analistas musicales, ya que muy rara vez ponen en relación de manera sistemática las configuraciones inmanentes de la obra con las estrategias composicionales y las estrategias perceptivas. Lo que encontramos la mayoría de las veces son alusiones dispersas a lo poiético y a lo estésico a partir de las estructuras inmanentes. Como afirma Molino con humor, no es el nivel neutro lo que rechazan los musicólogos, sino la tripartición. O sea, la necesidad de pensar tres niveles al mismo tiempo. ¡¿No es cierto que no hay nada más difícil que el pensamiento contrapuntístico?! A la segunda situación analítica le doy el nombre de análisis poiético inductivo. Es, me parece, una de las situaciones más frecuentes del análisis musical: se observan tantos procedimientos recurrentes en una obra o en un conjunto de obras que apenas se concibe que “el compositor no haya pensado en ellos”. De manera inversa, el musicólogo puede proceder a partir de documentos exteriores a la obra –cartas, intenciones, esbozos– con la ayuda de los cuales interpreta desde el punto de vista poiético las estructuras de 25 Facultad de Música • UNAM ¿Debo repetir aquí que no he pretendido descubrir un proceso creador, sino darme cuenta del resultado, siendo las relaciones aritméticas las únicas tangibles? Si he podido destacar todas estas características estructurales, es porque se encuentran ahí y poco me importa si han sido puestas en práctica consciente o inconscientemente, y con qué grado de agudeza en la inteligencia de la concepción, o aun con qué tipo de interferencias entre el trabajo y el “genio”. (1966: 142 [1992: 128]) Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical la obra, de ahí el nombre de poiética externa. Es el camino que la musicología histórica tradicional ha practicado con mayor frecuencia. Es posible instaurar idas y venidas entre poiética inductiva y poiética externa. Por ejemplo, la hipótesis poiética del analista se confirma a veces por los datos proporcionados según la tercera situación analítica. A veces, el análisis poiético inductivo descubre estrategias poiéticas que el análisis externo no había podido poner en evidencia. Encontramos, mutatis mutandis, los dos mismos casos de figura del lado de lo estésico. Al igual que la poiética inductiva, la estésica inductiva constituye el caso más frecuente en el análisis musical. Es la que consiste en hacer hipótesis sobre la manera en la que una obra es percibida cuando uno se basa en la observación de sus estructuras. En la mayoría de los análisis que pretenden ser pertinentes en lo que a la percepción se refiere, el musicólogo se erige en conciencia colectiva de los oyentes y decreta “que eso es lo que se escucha”. Ese tipo de análisis se basa en la introspección perceptiva o bien en un cierto número de ideas generales que se pueden tener a propósito de la percepción musical. Al contrario, se puede partir de una información reunida proveniente de los oyentes para tratar de saber cómo ha sido percibida la obra, de ahí el nombre de análisis estésico externo que le he dado. El trabajo de los psicólogos experimentalistas –que pone de relieve hoy en día lo que se llama la psicología cognitiva– se desprende de esta quinta situación. Del mismo modo en que hay idas y venidas entre poiética inductiva y poiética externa, las hay entre estésica inductiva y estésica externa: los experimentos de los cognitivistas verifican las hipótesis de los analistas que, como Meyer (1973) o Lerdahl-Jackendoff (1983), proponen un análisis de las estructuras con pertinencia perceptiva; es a partir de las hipótesis de los teóricos como pueden ser emprendidos los experimentos. La última situación analítica corresponde a la comunicación musical propiamente dicha. Es el caso en el que el analista considera que su análisis inmanente es tan pertinente para la poiética como para la estésica. La teoría de Schenker (1935) es un buen ejemplo de ello, ya que el autor pretende apoyarse en los esbozos de Beethoven y considera que sus análisis indican 26 De la semiología general a la semiología musical cómo las obras deben ser tocadas y percibidas. Está claro que, en este caso preciso, la estésica inductiva de Schenker es normativa. V. Tres precisiones sobre el modelo semiológico tripartito Para que se comprenda bien la relación entre los tres polos, conviene aclarar tres problemas que frecuentemente son objeto de preguntas, sobre todo por la especificidad musical, y que se relacionan con la reglamentación y el lugar de la percepción en este modelo. 1) El primero concierne al lugar del analista o del musicólogo en relación con estos esquemas. Su discurso se relaciona con la poiética, el nivel neutro y la estésica. Pero él mismo está en una posición estésica en relación con lo que estudia: Objeto Poiética Nivel neutro Estésica Ejemplo 2 En posición estésica, pero a un segundo nivel, de carácter metalingüístico. Esta diferencia es considerable, pues no hay que confundir el proceso de percepción en tiempo real de los oyentes –lo cual es el objeto del análisis estésico propiamente dicho– y el proceso perceptivo por el cual el musicólogo tiene acceso a su objeto, justamente como lo tendría cualquier otro investigador científico. La dificultad, en el dominio musical, proviene 27 Facultad de Música • UNAM Metalenguaje Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical de lo que el discurso del analista debe simular para dar cuenta de y explicar las conductas de producción, de ejecución y de recepción, cuyo objetivo es llegar a la percepción de una huella sonora. Hay una gran diferencia entre percibir un fenómeno natural para un físico –el sistema solar no fue creado para ser percibido– y percibir un fenómeno musical: ¿qué sería una obra que no es percibida musicalmente? Es necesario pasar por un análisis del nivel neutro, entre otras razones, debido a que la percepción del musicólogo no puede ser confundida con la percepción natural del escucha. 2) La segunda confusión proviene del lugar de la percepción en el modelo tripartito mismo. Prefiero, por mi parte, hablar sistemáticamente de “estésica” más que de “percepción”, porque el compositor también percibe la música que crea en el curso del proceso de creación, sea por intentos y errores, si compone al piano, sea apelando a lo que Varèse llamaba tan bellamente “la oreja interior”. No es de esa percepción de lo que trata el análisis estésico, pues la percepción particular del compositor no debería confundirse con la de los oyentes, que sucede en tiempo real. Por más que el compositor pueda hacer previsiones sobre la manera en la que su obra será escuchada, las estrategias perceptivas propias de los oyentes las pueden desbaratar. Es por ello que la imaginación perceptiva del compositor forma parte, de hecho, del proceso poiético. 3) El tercer problema, no menos importante, concierne al lugar del intérprete, cantante, instrumentista o director de orquesta en el esquema tripartito. Considero que, en la tradición musical occidental, es la partitura la que permite al compositor transmitir su intención composicional (es decir, la red de relaciones entre los componentes de la obra: alturas, ritmos, armonías, etc.); es también ésta la que permite que la obra exista de una manera identificable; más allá de las quinientas o seiscientas versiones diferentes, en disco, de la Quinta Sinfonía de Beethoven, es la partitura la que garantiza la existencia de una entidad “quinta sinfonía”. Se sobreentiende que, cuando la partitura no garantiza esas relaciones de identidad –como para ciertos aspectos de las músicas antiguas y barrocas–, o en el caso bastante complejo de las músicas de tradición oral, mismas que no abordaré aquí, el análisis del nivel neutro debe fundarse en algo diferente a la partitura: hay que sustituirlo por una notación descriptiva concebida para el análisis. Pero 28 De la semiología general a la semiología musical en el marco de la música occidental, el intérprete es ciertamente alguien que interpreta, en el sentido hermenéutico del término, esta huella que es la partitura. Por esta razón, si en un análisis particular hay lugar para tener en cuenta las opciones específicas de un intérprete, éstas forman parte, desde mi punto de vista, del análisis estésico. Se ha subrayado que, para dar una idea de lo que creo que son las seis grandes situaciones del análisis musical, desde la perspectiva de la tripartición, he tomado mis ejemplos no del análisis de inspiración semiológica, sino de la literatura musicológica y analítica común. Una de las primeras cosas que propone, en efecto, la semiología musical, es un marco crítico para los análisis musicales existentes.2 Los seis esquemas dibujan una geografía de los estudios que permiten definir el alcance real de un análisis dado. A pesar de las ambiciones holísticas de la tripartición, son ciertamente los límites del análisis musical los que esbozan las seis situaciones analíticas propuestas. Desde un punto de vista más positivo, ese marco permite determinar, para un análisis dado, cuál es su pertinencia. Es tanto más importante hacerlo cuanto en ocasiones las circunstancias –la ausencia de información o de conocimientos particulares, de herramientas metodológicas apropiadas– impiden emprender el tipo de análisis que la razón o los enigmas requerirían abordar. Muchas son las obras para las que no se poseen esbozos; la psicología cognitiva no cuenta todavía con protocolos de experiencia para conocer la naturaleza perceptiva exacta de todas las configuraciones musicales. Es eso, entre otras cosas, lo que va a revelar un ejemplo empírico de análisis. Abandonando el modelo tripartito como herramienta crítica, voy a tratar de mostrar algunos rasgos que nos remiten a la obra en los primeros quince compases de La Cathédrale engloutie de Claude Debussy (Ejemplo 3). 8 Para una ilustración sistemática de un examen crítico y pormenorizado de los diferentes modelos de 2 análisis a propósito de un solo texto musical (el tema de la Sinfonía en sol menor, K 550, de Mozart), Cfr. Nattiez, 1998. 29 Facultad de Música • UNAM VI. El modelo semiológico como marco crítico y como programa de trabajo Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Existen varias dimensiones semiológicas en una obra musical: a) los referentes intrínsecos, es decir, aquellos por los cuales las estructuras musicales remiten a otras estructuras musicales (“La música se presenta como un lenguaje que se significa a sí mismo” decía Jakobson (1973: 99; [1976:106] desde una perspectiva a la vez estructuralista y formalista), lo que algunos han llamado las relaciones de sentido en música. Se pueden encontrar referentes intrínsecos en dos categorías: •los referentes de unidades a unidades, que llamaré taxonómicos; •los referentes que describe el modelo de Schenker (1935) o el modelo implicacional-realizacional3 de Meyer (1973), que llamaré lineares. b) los referentes extrínsecos, estudiados por la semántica y la hermenéutica musicales, mediante los cuales la música remite al mundo en sus aspectos más diversos: los objetos, el movimiento, el tiempo, los sentimientos, lo sociohistórico, lo ideológico, etc., lo que podemos llamar el dominio de las significaciones. En el marco del presente artículo, ilustraré en detalle cómo el modelo semiológico tripartito se aplica al campo de los referentes taxonómicos. En una última sección, daré una idea general del funcionamiento semiológico de los referentes lineares. Dejo de lado las dimensiones semánticas y hermenéuticas que, para el Preludio, ha hecho el objeto de un estudio exhaustivo Michel Imberty (1985), ateniéndome a un solo aspecto de esta obra, las relaciones paradigmáticas estudiadas por los modelos taxonómicos.4 8 Según el término propuesto por Narmour (1990). 3 4 Hay otra dimensión capital de las obras y de las producciones musicales: las relaciones de prolongación, pero no las puedo tratar aquí. Cfr. Nattiez, 1998. 30 De la semiología general a la semiología musical Ejemplo 3 VII. Un análisis semiológico tripartito de los referentes taxonómicos A. Análisis del nivel neutro Comencemos por un análisis del nivel neutro. Especifico, de entrada, que se puede recurrir a diversos modelos analíticos para dar cuenta de las relaciones 31 Facultad de Música • UNAM o Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM entre las configuraciones constitutivas de la obra. Por razones evidentes de espacio, y con fines de demostración, le daré la preferencia a uno, el modelo paradigmático, que está históricamente relacionado con los comienzos de la semiología musical en los años sesenta. Inspirándose a la vez en los análisis del mito realizados por Lévi-Strauss y en los análisis del poema de Jakobson, Ruwet (1972: cap. IV) propuso descomponer una línea monódica en unidades, de tal modo que mostraran sus relaciones de repetición y de transformación. He aquí el ejemplo canónico de un Geisslerlied del siglo XIV (Reese, 1940: 239): Ejemplo 4 32 De la semiología general a la semiología musical Facultad de Música • UNAM Si uno se propone como tarea reescribir la pieza de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo para poner en evidencia, sobre ejes paradigmáticos, repeticiones y transformaciones, se obtiene un cuadro como el siguiente, que implica asimismo una jerarquización de las unidades (Ruwet, 1972: 116): Ejemplo 5 33 Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM Aplicando el mismo principio a los quince primeros compases de La Cathédrale, se obtienen dos grandes familias de asociaciones paradigmáticas: •por un lado, la aparición de acordes de quintas y de cuartas superpuestas al principio de los compases 1, 3, 5, 13, 14 y en la mano izquierda del compás 15 (no nos detendremos en esto); •por otro lado, la paradigmatización de los compases 1, 3 y 5-6 pone en evidencia un motivo 1, re-mi-si. Este motivo es el objeto de una serie de transformaciones en esta página: 1) Desde los dos últimos tiempos del primer compás, hay una transferencia del motivo a la octava y una supresión de la última nota del mismo que, en los compases 5-6 y siguientes, se transforma en un pedal de mi: Ejemplo 6 34 De la semiología general a la semiología musical Facultad de Música • UNAM 2) En los compases 2, 3 y 13, el motivo está invertido (re-sol-fa) y transpuesto (do-fa-mi; mi-si-re-do): Ejemplo 7 35 Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM Ejemplo 8 3) En los compases 14 y 15, la interrupción inicial al final del compás 1 se completa de acuerdo con una sucesión ascendente: re-mi-si-re-mi-si, seguida de una sucesión descendente si-mi-re-si-mi-re: Ejemplo 9 36 De la semiología general a la semiología musical Ejemplo 10 Éste muestra por un lado que el motivo 1, comprendido por una segunda y una quinta ascendentes (re-mi-si), se transforma en un motivo 2, constituido por una segunda y una cuarta ascendentes (do#-re#-sol#; sol#la#-re#), y, por otro lado, que cada unidad de este eje paradigmático está precedida de una tercera descendente: mi-do#, si-sol#. 5) La exploración paradigmática de la primera página hace, además, aparecer otra presentación del motivo 1 re-mi-si, aquella que dibuja la nota superior de los acordes iniciales de los compases 1, 3 y 5 (re), el pedal de mi (compases 5-6 a 13) y la nota superior del acorde inicial del compás 14 si (Cfr. 37 Facultad de Música • UNAM 4) El motivo 1 re-mi-si es todavía el objeto de transformaciones en lo que algunos analistas, con o sin razón, llaman el tema de esta pieza, melodía que se despliega del compás 7 al compás 13. Es posible proponer un análisis paradigmático de la misma: Reflexiones sobre semiología musical las notas que tienen un círculo en el Ejemplo 3). En oposición al motivo re-mi-si del primer compás que llamaré “microestructura”, designaré la presentación “extendida” del motivo con el nombre de “macroestructura”. ¿Por qué el inventario sistemático de las relaciones entre las diversas presentaciones del motivo re-mi-si y sus transformaciones constituye un análisis del nivel neutro? Porque, precisamente, describe relaciones de estructuras, pero no se pronuncia jamás sobre la pertinencia poiética o estésica de dichas relaciones. Para ello es necesario hacer intervenir otras herramientas. Facultad de Música • UNAM B. Análisis poiético inductivo Veamos primeramente lo que sería desde el punto de vista poiético, y comencemos por un análisis poiético inductivo. ¿Podría hacer una hipótesis sobre la pertinencia composicional de esas relaciones? Todavía no he encontrado a nadie, cada vez que presento este análisis en una conferencia, que dude un solo instante que Debussy haya pensado y querido las diversas transformaciones del motivo 1, y en particular el vínculo entre el motivo microestructural (en el compás 1 por ejemplo) y su estiramiento macroestructural en los compases 1, 3, 5-13 y 14. ¿Por qué? Sencillamente porque la configuración segunda + quinta ascendente es demasiado específica como para que su presencia en esta página sea resultado del azar. El análisis poiético inductivo, aquí, restringe las intenciones composicionales realizadas.5 (No digo que el proceso poiético no deba interesarse en los procedimientos composicionales inconscientes, pero hay ahí un problema muy complejo que no puedo tratar aquí). Si insisto en la dimensión intencional de la estrategia poiética descrita más arriba (vínculo entre repeticiones y transformaciones y vínculo entre una microestructura y una macroestructura), es porque se ha repetido demasiado desde Wimsatt y Beardsley, pasando por Barthes, y con la cautela musicológica de Meyer, entre otros, que había que desconfiar de “la ilusión intencional”. En realidad, 8 La expresión es de Célestin Deliège. 5 38 cuando el análisis poiético se sitúa en ese nivel, puede llegar, como es aquí el caso, a señalar las intenciones, pero para ello tiene que proporcionar argumentos. El primero es de orden estructural (la puesta en evidencia de relaciones); el segundo es de orden estadístico (esas relaciones son demasiado numerosas como para ser producto del azar); el tercero es de orden estilístico (esas relaciones son demasiado específicas como para no ser intencionales). Este último argumento es muy importante: apela, aquí, implícitamente, a una serialización: es en efecto debido a que comparamos (sin siquiera darnos cuenta de ello) esta configuración de alturas y de intervalos con otras mucho más comunes –por ejemplo el arpegio do-mi-sol–, que la especificidad de remi-si se impone a nosotros como poiéticamente pertinente. Además, tomaré un ejemplo opuesto que demostrará que todo lo que el análisis del nivel neutro pone en evidencia no es necesariamente pertinente poiéticamente. El paradigma del “tema” (ejemplo 10) revela una tercera descendente como componente estructural de ese tema. Esta tercera puede, paradigmáticamente, ser relacionada con el descenso dentro del ámbito de una tercera que se observa en el bajo de los compases 1 a 5 (sol-fa-mi), y con la continuación de este descenso en los compases 13 y 14 (mi-re-do). Esto, el análisis paradigmático siempre puede proponerlo como observación estructural y de relación, pero ¿corresponde a una intención poiética de Debussy? Dudamos en afirmarlo, precisamente porque un intervalo de tercera es un fenómeno muy poco específico (a diferencia de la conjunción segunda + quinta del motivo) y porque no vemos qué es lo que empujaría a Debussy a pensar una relación mi-do# / sol-fa-mi, mientras que la relación entre una microestructura y una macroestructura pertenece realmente al stock posible de las estrategias composicionales. Vemos entonces lo que distingue un análisis del nivel neutro de un análisis poiético. El análisis del nivel neutro es descriptivo, el análisis poiético es interpretativo: asigna una pertinencia a un fenómeno de estructuras que interpreta poiéticamente. Pero, para llevar a bien esta interpretación, hay que disponer de una teoría poiética, explícita o implícita. Más vale que sea explícita: a la que yo recurro es a la vez estructural, estadística y estilística. 39 Facultad de Música • UNAM De la semiología general a la semiología musical Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM C. Análisis poiético externo Evidentemente, uno desearía ver esta hipótesis –producto de un análisis poiético inductivo– confirmada por la investigación poiética externa. Existe ciertamente un manuscrito de La Cathédrale, por lo demás fácilmente accesible en la colección Dover, pero que no nos enseña en rigor nada acerca de este problema específico. Además, no nos hemos cruzado con esbozo alguno de La Cathédrale. ¿Quiere esto decir que no existe ningún documento de orden externo relativo a esta obra? ¡Sí, hay uno! La grabación con Debussy mismo en el piano Welte-Mignon de La Cathédrale (Bellaphon 690-07-011). Si bien en cuanto a la relación entre micro y macroestructura, no nos sirve de nada, aclara, en cambio, una ambigüedad muy seria de la partitura, a saber, la enigmática indicación métrica 6/4 = 3/2 al principio de la obra. La grabación establece de manera indiscutible, no que los compases en 3/2 (compases 7 a 12) deben ser tocados a la misma velocidad que los compases en 6/4 (blanca = blanca), como lo hace la mayoría de los intérpretes de la pieza, sino que la blanca en la base de los compases en 3/2 debe tener la misma duración que la negra en la base de los compases en 6/4 (negra = blanca). Esas indicaciones han sido evidentemente transportadas en la edición crítica de Roy Howatt (Debussy, 1985). La investigación filológica es apropiada para esclarecernos acerca de la poiética. Esta información ciertamente confirma la advertencia que acabo de hacer: aunque se puede esperar que una información poiética externa confirme las hipótesis del proceso inductivo, la documentación de la que disponemos no siempre nos permite cumplir con este requisito. No obstante, es preciso tener en mente que poiética inductiva y poiética externa son igualmente necesarias, la una como la otra. Porque, cuando no se refuerzan mutuamente, se complementan en aspectos diversos de la obra: en el caso del enigma métrico, por ejemplo, nada en el análisis del nivel neutro deja suponer la significación dada por Debussy mismo a su 6/4 = 3/2. Y si insisto particularmente en esta complementariedad, es porque pone en tela de juicio las barreras institucionales que la historia particular de la musicología y del análisis musical dejan establecidas entre las especialidades 40 De la semiología general a la semiología musical de nuestra disciplina: la poiética inductiva es más bien asunto de los music theorists, mientras que el trabajo de investigación en torno a una grabación de Debussy responde a las actividades del historiador. Uno de los objetivos del modelo tripartito de la semiología musical es el de contribuir a la unidad de la musicología. Miremos ahora hacia el lado de lo estésico. Ciertamente, la percepción del musicólogo intervino para establecer las relaciones de repetición y de transformación entre las diversas manifestaciones del motivo re-mi-si, pero no se podría considerar que esta percepción, efectuada en el silencio del cubículo de investigación, con posibilidades de retornos múltiples a la partitura, a la grabación o al piano, corresponde a la percepción en tiempo real de los oyentes que el análisis estésico trata de considerar. Al igual que para el análisis poiético inductivo, si se quiere asignar una pertinencia estésica a las observaciones del análisis del nivel neutro, y proceder a un análisis estésico inductivo, es necesario disponer de una teoría estésica. Ahora bien, resulta que para lo que Leonard Meyer llama las “relaciones de conformación”, que corresponden aproximadamente a las relaciones puestas en evidencia por el análisis paradigmático, el autor ha propuesto una teoría en su obra Explaining FUERZA DE CONFORMACIÓN= PERCIBIDA regularidad del individualidad patrón • del perfil • (schemata) variedad de eventos que intervienen • similitud en la construcción de patrones distancia temporal entre los eventos Music (1973: 49) con la fórmula siguiente: En otras palabras, mientras más grande sea la variedad de eventos que intervienen, así como la separación en tiempo entre dos eventos comparables, más patente tendrá que ser el perfil del modelo si debe ser percibida una relación conformadora. O, para expresarlo al revés: entre más regular e individual sea el patrón (y, por supuesto, entre más parecidos sean los eventos en intervalo, ritmo, etc.), mayor podrá ser la separación 41 Facultad de Música • UNAM D. Análisis estésico inductivo Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM temporal entre el modelo y la variante y mayor la variedad de motivos que intervienen, con la relación de conformación todavía reconocible. Lo interesante en esta fórmula es que hace un inventario: arriba de la barra divisoria, los factores positivos, y abajo, los factores negativos. No se trata de una herramienta formal –quién nos diría, con toda seguridad, que, en tal caso particular, la regularidad del esquema domina sobre la distancia de los eventos considerados, o a la inversa. Se trata, en cambio, de una propuesta que debe ser utilizada cualitativamente. Así, en el caso de las relaciones puestas en evidencia por el análisis paradigmático de La Cahédral, la distancia entre el primer motivo y su repetición inmediata, aunque sea sin la última nota, es muy probablemente captada (similaridad del patrón, ausencia de evento entre ambos casos). Por el contrario, ¿permite la distancia entre el compás 1 y los compases 14 y 15 percibir el movimiento descendente del motivo, como cierre, “resolución” de la suspensión sobre el mi creada desde el final del compás 1? Se puede pensar, en este caso, que la repetición de la suspensión (final de los compases 3 y 5), la prolongación del mi por su ostinato del compás 5 al compás 13, mantiene el hilo entre el compás 1 y el compás 14, donde el mi se enlaza por fin con el si agudo inicial del compás 15. Sin duda la similitud del patrón juega también su papel. ¿Es posible percibir el vínculo entre el re-mi-si inicial y su transformación en el compás 2, la otra transformación en el compás 7-8, y la macroestructura que recorre la página? Eso, a priori, es mucho más dudoso. En el caso del vínculo re-mi-si / re-sol-fa / mi-si-re-do, se pierde la individualidad del perfil, y entre los compases 2 y 4 por un lado y 13-14 por el otro, sin duda la distancia es demasiado grande. Entre re-mi-si y do#-re#-sol# (compás 7-8), se puede temer que la integración del motivo en la continuidad del “tema” desvanezca cualquier regularidad esquemática; en cambio, la individualidad del perfil (segunda-cuarta / quinta, siempre ascendentes) se mantiene. Por último, en el caso de la relación entre micro y macroestructura, la gran variedad de los elementos que intervienen entre las tres apariciones del re (compases 1, 3, y 5) durante el ostinato del mi (compases 5-6 a 13) y el alargamiento del si del compás 14 de los enunciados iniciales del motivo 1 (compases 1, 3 y 5), todo eso obliga a tener serias reservas en cuanto a la pertinencia estésica de esas relaciones. 42 De la semiología general a la semiología musical Estas observaciones muestran, una vez más, la legitimidad del análisis del nivel neutro. Pues, si estas relaciones no son percibidas, es ciertamente gracias a un análisis anterior del nivel neutro que ha sido posible establecer su pertinencia poiética. El análisis estésico inductivo, fundado aquí en la teoría de Meyer (se podría recurrir a otras), permite marcar una especie de jerarquía a partir de la plausibilidad de su pertenencia estésica. Una certidumbre para las relaciones en el seno del compás 1; una cuasicertidumbre para la relación compás 1 / compases 14-15; un titubeo para las transformaciones de los compases 2 y 4, y del tema; una gran duda en cuanto a las relaciones entre micro y macroestructuras. Es evidente que solamente el análisis estésico externo permite verificar estas hipótesis. A pesar de su enorme desarrollo actual, la ciencia cognitiva no siempre está apta para responder a las preguntas planteadas por el análisis estésico inductivo. Yo ideé un protocolo de experimento, quizá no enteramente ortodoxo desde el punto de vista de los cánones de la psicología experimental, pero que, según creo, permite establecer si la relación entre re-mi-si y sus diversas transformaciones es percibida. El experimento, en el que participan músicos voluntarios, se lleva a cabo en cuatro etapas: 1) Se les pide a los sujetos responder a la pregunta: “¿Hay un motivo que se reconozca a lo largo de este pasaje? Y si éste es el caso, ¿cuál?” Entonces se escuchan los quince primeros compases. Después se les pide a los sujetos escribir en una hoja, con la ayuda de notas o con los nombres de las notas, el motivo en cuestión. 2) Se toca en el piano el motivo re-mi-si. Se les pregunta entonces: “Este motivo aparece al principio de la pieza (se toca el primer compás). ¿Lo encuentran en otros lugares además del que acabo de tocar? ¿Idéntico a sí mismo, traspuesto, transformado o no?” Los sujetos responden por escrito en la hoja sin haber vuelto a escuchar el fragmento. 3) Se hace la misma pregunta después de una segunda audición. 43 Facultad de Música • UNAM E. Análisis estésico externo Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM 4) Se hace la misma pregunta después de haber distribuido a los sujetos la partitura. Se les pide marcar con círculos las apariciones de los motivos en cuestión. Después se le pregunta a cada sujeto si ya ha analizado esta pieza y si ya la ha tocado al piano. En otro momento publicaré los resultados, estadísticamente detallados, de este experimento que ha sido llevado a cabo dirigiéndome a auditorios de una treintena de personas, en seis ciudades diferentes. Los resultados son impresionantemente coincidentes: •la relación entre el motivo del principio y su repetición a la octava por un lado, y con su “completamiento” en los compases 14-15, es percibida por la gran mayoría de los sujetos; •un buen número de ellos identifica el regreso del motivo en el seno del “tema” bajo la forma “estrechada” do# re# sol#; •el vínculo entre el motivo inicial y sus transformaciones en los compases 2,3 y 13 casi no es percibido; •la relación entre la macro y la microestructura es percibida sólo excepcionalmente, y únicamente en la etapa de su puesta en evidencia en la partitura, por personas que ya conocen la pieza y/o que practican profusamente el análisis musical. Se puede afirmar por lo tanto que la relación entre la micro y la macroestructura es únicamente pertinente poiéticamente. F. Análisis comunicacional Como puede observarse, hemos pasado hasta ahora a través de las cinco primeras situaciones analíticas derivadas del esquema tripartito de la semiología musical. La sexta nos permite responder a la pregunta: ¿cuál es el estado de la comunicación musical en La Cathédrale engloutie? Haremos para comenzar una observación importante. A lo largo de estas páginas no he estudiado más que un aspecto de los quince primeros compases de la obra: el motivo re-mi-si y sus transformaciones. Para esta dimensión específica, se ha establecido: 44 De la semiología general a la semiología musical •que la pertinencia poiética del intervalo de tercera descendente era poco segura, mientras que las relaciones entre las transformaciones del motivo 1 eran poiéticamente pertinentes; •que las cinco familias de relaciones transformacionales establecidas para el análisis del nivel neutro correspondían a niveles perceptivos distintos, que van desde la relación percibida hasta la relación no percibida. Esto significa que se puede abordar el problema de la comunicación musical, no en relación con la obra considerada como totalidad, sino parámetro por parámetro. Esto es decisivo metodológica y teóricamente. No se puede decir que las estrategias creadoras de un compositor sean, globalmente, accesibles o inaccesibles al escucha. Lo son parcialmente, según las modalidades propias a familias de fenómenos que es necesario distinguir a lo largo del proceso analítico. Naturalmente, la demostración efectuada a propósito del motivo re-misi está lejos de cubrir el conjunto de La Cathédrale. Para comenzar, me he limitado a un fenómeno estructural y no consideré aquí más que un solo tipo de referencia: el que se puede establecer y percibir de una unidad a otra. En el nivel de las relaciones intrínsecas, espero poder dar algunas indicaciones sobre el sujeto de análisis de las relaciones lineares. Copiaré aquí el modelo “implicacional-realizacional” de Meyer. Derivadas de las ideas fundamentales de Schenker –quien analizaba la conducta armónica de las voces en términos de prolongación–, Meyer nuestra que ciertas notas hacen esperar determinados comportamientos melódicos y son realizados de tal o cual manera. Imaginen que cantan un do seguido del mismo do una octava más arriba. ¿Qué vendría después? Probablemente un descenso hacia la tónica inicial: si-la-sol-la-sol-fa-mi-fa-mi-re-do. En los primeros quince compases de La Cathédrale es posible evidenciar diversas relaciones de prolongación y de implicación: Para dar cuenta del motivo re-mi-si, no es suficiente marcar sus repeticiones y sus transformaciones. Ese motivo tiene también una estructura melódica 45 Facultad de Música • UNAM VIII. Los referentes lineares de La Cathédrale engloutie Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM Ejemplo 11 propia (línea 3). Al inicio, su tercera nota si, cayendo en el segundo tiempo del compás en 6/4, adquiere un peso ligeramente más fuerte que las dos primeras. El movimiento ascendente y el intervalo de quinta entre el mi y el si crea eso que Meyer llama un gap, un agujero que deberá ser llenado. El si toma tanto más importancia cuanto se ausenta en el primer tiempo del compás 2, mientras que la repetición del motivo lo hace esperar. Es solamente en el compás 15 que esta espera es reemplazada, pero no de manera satisfactoria, dado que Debussy escoge, para llenar el gap (lo que Meyer llama el fill) el regreso en espejo del motivo en el compás 15 (si-mi-re-si-mi-re). Solamente el estudio de toda la obra permitiría dar cuenta del tipo reservado a las prolongaciones de si y de sus transposiciones. Se puede afirmar, no obstante, que es en el compás 85, cinco compases antes del final, que acaba en un sol dominante, completado en el bajo por la tónica do (tercer tiempo del compás 86), con una etapa intermedia en el compás 28, pero ésta no se produce en la continuidad del motivo re-mi-si, sino del motivo sol-la-re. El resultado, en el compás 5, del motivo en un pedal de mi (compases 5 a 13), aparece como una prolongación del segundo mi del compás 1 y de su regreso en el compás 3 (línea 2). El “tema” de los compases 7 a 13 hace ahora la función de paréntesis en medio de eso que acaba de haber sucedido. 46 De la semiología general a la semiología musical Presenta a su vez un sistema de prolongaciones y de implicaciones cuyo detalle se da en este ejemplo: Acaba nuevamente en un si, de tal suerte que no se ha hecho ningún “progreso” en relación con el motivo inicial re-mi-si, si no es el de colmar las esperas creadas al final de los compases 1 y 3 (línea 2). Este si del compás 13 reúne de hecho un sistema linear de nivel jerárquico superior (línea 1), constituido por la repetición del re agudo en los compases 3 y 5, del pedal de mi en los compases 5 y 13, y de su reiteración en la octava superior en el compás 14. ¿Está este inicio por lo tanto privado de todo reposo en la tónica? No. El do está presente. Una línea de bajo descendente –sol-fa-mi– lo hace esperar del compás 1 al 5 (línea 4), seguido de una larga suspensión hacia la mitad del compás 5, hasta el compás 13. Esta línea grave es completada en los compases 13 a 14 por el descenso mi-re-do. Pero en ese momento el acorde de la mano izquierda do-sol-do se roza con el de la mano derecha si-mi-si, y al llegar al compás 16, seremos llevados hacia otra parte por un nuevo deslizamiento hacia el si, preparado por el movimiento la-si en la parte superior de los acordes del bajo (línea 4) y, claro está, el papel que juega en la mano derecha en los compases 14 y 15. Una vez más, la verdadera resolución de esta red de prolongaciones no intervendrá más que al final de la obra, a partir del compás 72 (“Au mouvement”). La descripción linear que se acaba de leer constituye, también ella, un nuevo análisis neutro. Se puede cuestionar desde el punto de vista 47 Facultad de Música • UNAM Ejemplo 12 Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM de la poiética y de la estésica. Para atribuirle una pertinencia poiética, se pueden utilizar los mismos argumentos que para el análisis paradigmático: la reiteración de los patrones interrumpidos y su “resolución” en el compás 15 releva un paso composicional, a la vez recurrente y lógico, que excluye el azar; el roce del do y del si, en los mismos compases 14 y 15, corresponde demasiado bien a la voluntad de Debussy de “hacer enojar a la vieja dama” (la tonalidad) para que sus características estructurales no resulten estrategias poiéticas conscientes. Sucede de otra manera del lado estésico. Si se utiliza la regla de Meyer que hemos recordado anteriormente, se puede uno preguntar si no es demasiado grande la distancia entre las suspensiones en el mi en los compases 3 y 5 para que el resultado en el si de los compases 14 y 15 sea percibido en el marco de esta continuidad, incluso relevada por el pedal de mi en los compases 7 a 13. Será lo mismo, en el descenso del bajo hacia el do, para la distancia entre el mi del compás 5 y el del compás 13. Sólo las experiencias ad hoc permitirán establecerlo con certeza. k Como puede observarse, este esbozo de análisis está lejos de haber tratado la totalidad de las dimensiones semiológicas de La Cathédrale engloutie. Los resultados del análisis linear, como los del análisis paradigmático, adquirirían todo su sentido solamente abordando la obra en su totalidad. No he tratado las relaciones extrínsecas que estudian la semántica y la hermenéutica. Incluso solamente en el nivel inmanente y taxonómico, nuestro análisis se ve lejos de estar completo. No he mencionado nada acerca de la armonía, de las escalas tonales y modales, de la organización métricorítmica, de los registros. No será de extrañarse que el borrador de un análisis más “completo” de esta Cathédrale llene, en mis cartulinas, más de doscientas páginas. Lo publicaré de manera íntegra en un Tratado de semiología musical, que está en proceso de escritura.6 En esta tentativa de introducción al modelo semántico tripartito aplicado a la música, he querido sobre todo demostrar la legitimidad de 8 Ver Nota 1, p. 7. 6 48 De la semiología general a la semiología musical distinguir entre nivel neutro, poiético y estésico. Falta mucho por hacer. ¿Es esto decepcionante? No lo creo. Nadie está obligado a dar cuenta de una obra en su totalidad y en todos sus aspectos, pues un análisis, sea de tipo exegético o semiológico, es siempre parcial. Una de las aportaciones del proyecto de la semiología musical es tomar plena conciencia de las diferentes dimensiones que, en una obra, pueden ser objeto de análisis; cada una de las seis situaciones puede aplicarse a los diversos tipos de referentes intrínsecos y extrínsecos. Cada quien decidirá sus prioridades, con la conciencia de que, a fin de cuentas, cierto número de aspectos de la obra habrán quedado en la penumbra. Sin embargo, estoy convencido de la necesidad, para el análisis musical, de distinguir entre estructuras, estrategias poiéticas y estrategias estésicas, si quiere dar cuenta de la complejidad del funcionamiento de la música y, por esta razón, creo necesario plantearla como condición previa a todo paso analítico y exegético. BACH, E., “Linguistique stucturelle et philosophie des sciences”, en Problèmes du langage, París, Gallimard, 1966. p. 116-136. BOULEZ, P., Relevés d’apprenti, París, Éditions du Seuil, 1966. DEBUSSY, C., “La Cathédrale engloutie”, en Œuvres complètes de Claude Debussy, Serie I, vol. V, “Préludes, livre I, livre II”, edición de Roy Howatt, con la colaboración de Claude Helffer, París, Durand-Costallat, 1985. pp. 42-47, 1512, 176 y 180-1. FORTE, A., The Structure of Atonal Music, New Haven y Londres, Yale University Press, 1973. HOWATT, R. (ed.), [Notas críticas para La Cathédrale engloutie] en Debussy, 1985. pp. XIII, 143-6, 151-2, 176, 180-1. 49 Facultad de Música • UNAM Referencias bibliográficas Reflexiones sobre semiología musical IMBERTY, M., “La Cathédrale engloutie de Claude Debussy: de la perception au sens”, en Canadian University Music Review / Revue de musique des universités canadiennes, 1984., vol. VI, pp. 90-160. [Traducción al español en este volumen]. JAKOBSON, R., Essais de linguistique générale II, París, Éditions de Minuit, 1973. ______________, Nuevos ensayos de lingüística general, México, Siglo [traducción de Tomás Segovia], 1976. XXI editores, KRISTEVA, J., Sémiotike (Recherches pour une sémanalyse), París, Editions du Seuil, 1969. LEHRDAHL, F., y JACKENDOFF, R., A Generative Theory of Tonal Music, Cambridge, The M.I.T. Press, 1983. Facultad de Música • UNAM MEYER, L.B., Explaining Music, Berkeley–Los Ángeles, University of California Press, 1973. MOLINO, J., “Fait musical et sémiologie de la musique”, en Musique en jeu, no. 17, 1975, p. 37-62. [Traducción al español en este volumen]. NARMOUR, E., The Analysis and Cognition of Basic Melodic Structures. The ImplicationRealization Model, Chicago, The University of Chicago Press, 1990. NATTIEZ, J.-J., Fondements d’une sémiologie de la musique , París, U.G.E., col. “10-18”, 1975. _____________, Musicologie génerale et sémiologie, París, Christian Bourgois Éditeur, 1987. _____________, “La comparación de los análisis desde el punto de vista semiológico (A propósito del tema de la Sinfonía en sol menor, K. 550 de Mozart)”, en I. Ruiz, E. Roig y A. Cragnolini, editoras, Actas de las IX Jornadas Argentinas de Musicología y VIII Conferencia Annual de la A.A.M. (Mendoza, 25 al 28 de agosto de 1994), Buenos Aires, Instituto Nacional de Musicología “Carlos Vega”, 1998. pp. 17-61. 50 De la semiología general a la semiología musical REESE, G., Music in the Middle Ages, Londres, Dent and Sons, 1940. RUWET, N., Langage, musique, poésie, París, Seuil, 1972. [Capítulo al que se refiere traducido al español en este volumen]. Facultad de Música • UNAM SCHENKER, H., Der freie Satz, Viena, Universal Edition, 1935. 51 Metodología y práctica de la semiología musical Nicolas Ruwet Métodos de análisis en musicología * Nicolas Ruwet I A André Souris En todo sistema semiótico, la relación entre código y mensaje puede ser descrita desde dos puntos de vista diferentes, ya sea que vaya del mensaje al código, o del código al mensaje.1 En el primer caso, el camino es semiótico; éste se impone en principio cada vez que, tratándose de una lengua desconocida, de un mito o de una música exótica, etc., sólo está dado el mensaje. El trabajo del analista consiste entonces en descomponer y manipular el corpus (el conjunto dado de mensajes) de diversas maneras, de forma que se puedan extraer las unidades, las clases de unidades y las reglas de sus combinaciones, que constituyen el código. El problema crucial es aquí el de los métodos de descubrimiento, es decir, el de los criterios de análisis. La lingüística estructural –por lo menos en Dinamarca y en los Estados Unidos–, se ha preocupado durante veinte años casi exclusivamente por esos problemas, y ha elaborado diversos modelos analíticos, basados en los criterios explícitamente definidos, tales como, en la escuela glosemática, el principio de comunicación, o el de sustitución en los ámbitos idénticos del análisis distribucional norteamericano.2 Un bosquejo del método de descubrimiento aplicado al mito se encuentra en Claude Lévi-Strauss (1958: 8 * Publicado originalmente en francés en la Revue belge de Musicologie, no. 20 (1966), pp. 65-90, y posteriormente recogido en el libro Langage, musique, poésie, del propio autor, París, Éditions du Seuil, 1972, pp. 100-133. Traducción de Alejandro Romero. Tanto éste como el siguiente texto de Nicolas Ruwet que aparece en este volumen, se han podido publicar gracias al permiso otorgado por las Éditions du Seuil, París y en acuerdo con el propio autor. 1 En este artículo, trataré la música como un sistema semiótico, compartiendo cierto número de rasgos comunes –tales como la existencia de una sintaxis– con el lenguaje y otros sistemas de signos. Dejaré completamente de lado el aspecto propiamente estético, y particularmente la cuestión de saber si la estética puede reducirse a una semiótica. Por otra parte, en cuanto a la terminología, a causa de la referencia a la notación implicada necesariamente en el empleo de la palabra “texto” en música, utilizaré, de preferencia sobre la dicotomía hjelmsleviana del sistema y del texto, la jakobsoniana, que surge de la teoría de la comunicación, del código y del mensaje. 2 Cfr. L. Hjelmslev (1961), K .Togeby (1951), Z. S. Harris (1951 y 1963), P. L. Garvin (1964). XI, “La structure des mythes”) y, más recientemente, diversos investigadores han abordado el problema tanto en semántica como en estilística.3 Una vez descifrado el código, un camino inverso permite generar los mensajes a partir de éste, según las reglas de derivación que pueden, también, ser rigurosamente explícitas.4 Así, desde la perspectiva de un modelo semiótico, se dispone de un modelo sintético que parte de los elementos más abstractos y los más generales para llegar a los mensajes concretos. Desde este punto de vista, la gramática de una lengua, formulada sintéticamente, aparece como una especie de máquina capaz de engendrar todas –y nada más que– las frases admitidas, o “bien construidas”, o “gramaticales”, en esta lengua. A primera vista, el modelo sintético no aporta nada nuevo; implica el modelo analítico, del cual nos da simplemente la imagen en espejo. Sirve solamente como prueba de la validez del modelo analítico: permite verificar si aquél da una imagen fiel de los hechos, y, sobre todo, probar su productividad: si el modelo analítico es bueno, su transformación sintética engendrará mensajes que no figuraban en el corpus inicial (limitado por definición), pero que los sujetos reconocerán como igualmente bien formados. De hecho, esta concepción de la relación entre los dos modelos –muy cercana a la de Hjelmslev– está demasiado simplificada, y el modelo sintético tiene razones de ser más fundamentales. Tal como lo mostraron los teóricos de la gramática generativa, parece muy difícil formalizar completamente los procedimientos descubiertos, y la aplicación rigurosa de criterios, tales como los de la comunicación o la distribución, siempre dejan huellas; éstos no pueden ser reducidos más que si se consideran aspectos de un orden totalmente diferente, como el principio de simplicidad, aplicado al conjunto del sistema (del código). Por otra parte, parece erróneo sostener que los datos iniciales del análisis remiten a un corpus de mensajes (un “texto todavía sin analizar” de Hjelmslev o una colección de enunciados grabados, de los americanos) que constituirían la sola vía de acceso al código. A partir del momento en el que se ha renunciado a un objetivismo bastante primario, se da uno cuenta de que el analista dispone de datos más variados, por ejemplo 8 3 4 Cfr. en especial A. Greimas (1966), M. Riffaterre (1959 y 1961). Cfr. los trabajos de la escuela de gramática generativa-transformacional en los Estados Unidos, y en especial N. Chomsky (1954 y 1957), así como E. Bach (1964). 43 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical de todo tipo de juicios metalingüísticos que los sujetos tienen sobre el código; juicios que, tratados con precaución, proveen toda una serie de índices sobre la estructura del código.5 Además, si la constitución del código sigue dependiendo de la existencia de los procedimientos analíticos, éstos serán necesariamente fragmentarios y múltiples, y será solamente al nivel de la formulación de un modelo sintético que el código podrá ser descrito de un modo unificado, con el máximo de coherencia interna y de simplicidad. Cabe agregar que, como lo ha mostrado la experiencia, los modelos analíticos más elaborados han tenido siempre un carácter estático, no tan apto para dar cuenta de dos tipos de problemas fundamentales: el de la creatividad, de la productividad, de los sistemas lingüísticos o semióticos, y el de las leyes universales que los gobiernan. Un código comprende esencialmente dos partes: los inventarios de elementos y las reglas de combinación y de funcionamiento de estos elementos. Ahora bien, los modelos semióticos tienden a privilegiar el lado del inventario, dejando en la sombra el asunto de las reglas. De ahí su faceta estática, de ahí también su falta de universalidad: es a nivel del inventario de los elementos donde más divergen las lenguas (o los sistemas musicales), mientras que las reglas que emplean estos elementos presentan un carácter mucho más general. Ha sido necesario indicar brevemente las limitaciones de los modelos analíticos. Si uno intenta establecer los métodos de descubrimiento en musicología, corre el riesgo de retrasarse en problemas metodológicos aparentemente muy difíciles, pero en los que el interés es en definitiva limitado: al nivel del modelo sintético, esos problemas ya no se presentan. Así, una pregunta –que puede concernir a los músicos– ha preocupado durante mucho tiempo a los lingüistas: ¿debe el análisis ser llevado “de arriba hacia abajo”, o al revés, “de abajo hacia arriba”? Para Hjelmslev, lo 8 5 Cfr. Chomsky (1961). Este autor se acerca, de cierta manera, a la convicción expresada por C. LéviStrauss, de que el análisis de los mitos no es posible sino a partir de dos clases de datos: los textos y su contexto etnográfico; el análisis íntimo del texto es necesario, pero no suficiente (véase “La structure et la forme”, 1960). En música, se entiende de manera suficientemente clara a qué pueden corresponder algunos de esos datos adicionales; el analista no dispone solamente de un corpus de piezas grabadas, sino también de descripciones de instrumentos, de grabaciones sobre las maneras de tocarlos, de datos sobre las condiciones de ejecución, de comentarios diversos –aunque sean solamente los títulos de las obras– que son como índices directos o indirectos sobre la estructura del código. 44 que está dado es el texto total no analizado (que puede ser muy vasto, en el límite el conjunto de enunciados emitidos en una lengua dada), y el análisis toma la forma de una división progresiva de aquel todo en partes cada vez más pequeñas, definidas por sus relaciones mutuas –esta división desemboca en los elementos últimos indivisibles. Harris, por el contrario, parte de enunciados relativamente breves y los descompone primero en unidades mínimas (los fonemas) que agrupa progresivamente en clases de unidades más vastas (morfemas, sintagmas, frases), para atender al final al análisis del discurso. Los resultados de los dos tipos de análisis, aplicados a los mismos materiales, se duplican parcialmente, pero como de todas formas un procedimiento único no puede ser jamás suficiente, la alternativa entre los dos procedimientos deja de ser crucial: en la práctica, los dos se mezclan constantemente. Naturalmente, es muy útil haber previsto de manera precisa las consecuencias del empleo de tal o cual procedimiento particular. Una vez hechas esas reservas, quedan sólo los procedimientos de descubrimiento explícitos, que aun cuando sean parcialmente insuficientes, resultan indispensables, aunque sea para garantizar que el modelo sintético no se convierta en sistema normativo. La historia de la lingüística demuestra su necesidad: jamás se hubiera alcanzado el estado actual de las gramáticas generativas si veinte años de investigaciones analíticas intensivas no la hubieran librado para siempre de los sistemas, sintéticos pero normativos, de la gramática tradicional. II Consideremos ahora el estado presente de la musicología desde el punto de vista de la distinción de ambos modelos. Podemos constatar: a) que el problema teórico de la distinción jamás fue planteado; b) que ningún modelo analítico ha sido explícitamente elaborado; c) que los análisis musicales, incluso los mejores –por ejemplo el dado por Pierre Boulez (1953) sobre La consagración de la primavera– no formulan los criterios de descubrimiento en los que se basan. De una manera general, la mayoría de los tratados de armonía, de fuga, etc., presentan una situación análoga a la ofrecida por 45 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical las gramáticas tradicionales: el modelo es sintético, sólo parcialmente explícito, y teñido de normativismo. Esto es bien conocido. Hay algo más que sorprende: los logros menos controvertidos de la musicología, tanto en el dominio de la tonalidad occidental –Gevaert (1907)6– como en el de las escalas o de los ritmos exóticos o populares –Braïloïu (1948, 1953 y 1956)– han recibido una formulación sintética: los materiales son siempre presentados partiendo de los elementos más abstractos (el sistema de las quintas, por ejemplo, en Gevaert) y reconstituyendo progresivamente toda la diversidad de los mensajes concretos. De toda evidencia, esta formulación sintética presupone numerosos pasos semióticos previos, correctos, a juzgar por el valor de esos trabajos. Pero esos pasos no se explicitan prácticamente nunca.7 Ilustrar la necesidad de recurrir a los métodos de descubrimiento lleva a considerar dos tipos de problemas íntimamente ligados: por un lado, el de las escalas y de los modos, y por el otro, el de la articulación de una obra en unidades de diferentes niveles jerárquicos. Tanto Gevaert como Braïloïu ofrecen tablas; uno, de los modos diatónicos, el otro, de los sistemas prediatónicos, engendrados deductivamente. Los ilustran con ayuda de ejemplos, pero no se detienen en el asunto crucial: dado un corpus cualquiera de melodías modales, ¿en qué se reconoce que una de esas melodías pertenece a determinado modo?, o también ¿en qué se detecta que una melodía pasa sucesivamente de tal modo a tal otro, o que presenta una organización jerárquica de diversos modos? Los primeros especialistas del canto gregoriano habían decidido, mediante aquello que parecía un método de descubrimiento embrional, 8 6 7 Quiero de paso agradecer a André Souris por haber llamado mi atención sobre esta obra capital, que está prácticamente agotada, y de la cual él es uno de los que han sabido apreciar su valor. Sin duda encontramos en las obras de Gevaert o de Braïloïu bastantes materiales que permitirían en ciertos casos reconstruir un modelo analítico. Ver por ejemplo Gevaert (1907), cuarto estudio, 2a sección, p. 64 y ss. En Sur une mélodie russe, Braïloïu (1953) ofrece cierto número de índices a partir de los cuales reconocemos analíticamente los pyens (p. 339 y ss.), pero no los agrupa bajo un procedimiento ordenado sistemáticamente, lo que lo conduce a errores de interpretación; cfr. el ejemplo 10, p. 343. Agreguemos sin embargo que el problema de los métodos de descubrimiento comienza a preocupar a los músicos –está planteado, por lo menos implícitamente, en André Souris (cfr. por ejemplo el artículo “Frase” en Souris, 1961)– y los etnomusicólogos que llegan ahí inevitablemente por el rodeo de la transcripción (cfr. los trabajos pendientes de Gilbert Rouget así como las actas de un simposio sobre la transcripción publicadas en Ethnomusicology, vol. VIII, no. 3, 1964). 46 que una melodía pertenecía al modo del cual la última nota era la “tónica”;8 no obstante, este procedimiento resulta demasiado simplista. De hecho, a pesar de la insistencia de diversos musicólogos en el papel de las fórmulas melódicas, por ejemplo, en la determinación de los modos,9 hay un gran hueco entre, por una parte, los mensajes concretos (el corpus gregoriano por ejemplo) y, por otra parte, el sistema de los modos, que no constituye más que la parte más arbitraria del código. Falta todo el conjunto de reglas que hizo pasar de aquello a esto (y viceversa). Otro problema: a todo el mundo le parece obvio que una obra musical que tiene un mínimo de complejidad, está sometida a una organización jerárquica, y se divide en partes en diferentes niveles. Así, según Ferretti,10 las melodías gregorianas se dividen en periodos, éstos a su vez en frases, las frases en miembros, y éstos en incisos. Tales análisis, sin embargo, engendran una multiplicidad de preguntas, de las que la menos importante no es la de la validez de la concepción taxonómica de la estructura musical que parecen implicar (ver más adelante). Podemos también preguntarnos si esas nociones de periodo, de frase, etc. son susceptibles de recibir definiciones generales o universales, o si, por el contrario, no es necesario considerarlas más que nociones ad hoc, válidas solamente para una pieza determinada. Pero la pregunta crucial, preliminar a todas las demás, es la siguiente: ¿cuáles son los criterios que, en un caso particular, han precedido a la división? Ahora bien, nadie se toma la molestia de responder a esta pregunta, como si la evidencia de los criterios saltara a la vista.11 Esta pregunta conlleva otra serie de interrogantes. He aquí algunas: si yo divido una sección A en dos segmentos a y b, ¿lo hago basándome en las pausas, en las diferencias de timbres, la oposición de registros, las 8 8 Cfr. sobre todo G. Reese (1940: 161 y ss.). Cfr. para la pentatónica, Braïloïu (1953: 351 y ss.) Está claro que las fórmulas –diversos tipos de incipit, etc.– son utilizadas a título ilustrativo. El problema se plantea por otra parte en saber cómo fue establecida la autonomía de esas fórmulas, lo que plantea de nuevo la pregunta acerca de los métodos de descubrimiento, en un plano diferente (ver más abajo, problemas de la división). 10 Cfr. Reese (1940: 169), y los artículos de André Souris (1951). 11 En mis propios análisis de Debussy [Cfr. en este mismo libro, el siguiente artículo], la división de los fragmentos analizados es tomada por un dato adquirido: ver por ejemplo el análisis de Fêtes en las secciones y subsecciones. Yo ofrezco, sin embargo, un bosquejo rudimentario del método de descubrimiento a propósito del Preludio de Pelléas. 9 47 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical cadencias melódicas y/o armónicas, en la identidad o el contraste de los ritmos, la duración igual o diferente de los segmentos, etc.?; ¿o está en juego la combinación de estos criterios?; ¿acaso las divisiones se basan en las identidades o en las diferencias entre segmentos?; ¿son sustituibles algunos criterios?; ¿será que, por ejemplo, obtengo los mismos resultados si baso la división en las pausas y después en las cadencias –coincidencia que se encuentra notablemente en el coral–, o por el contrario, el recurso de los criterios diferentes instaura divisiones diferentes, que introducen ambigüedades en la estructura? Este caso es ciertamente muy frecuente, y su estudio sería fundamental para darse cuenta, entre otras cosas, de las variantes de interpretación. ¿Es posible imponer una jerarquía a los diversos criterios, en donde uno solamente intervenga si el otro permite que subsistan ambigüedades?; ¿podemos establecer procedimientos que permitan verificar la validez de un criterio escogido?;12 ¿existen criterios universales?; ¿sería útil distinguir entre criterios esencialmente sintagmáticos (las pausas) y criterios paradigmáticos (basados en la equivalencia interna y/o externa de los elementos), o criterios que se basan sobre todo en la sustancia (otra vez las pausas, los timbres) y criterios esencialmente formales (la repetición, la variación)? Esas preguntas corren peligro de parecer poco importantes a los músicos y musicólogos. Sin embargo, su importancia en el estudio de las músicas no europeas es indiscutible. Por otro lado, la aplicación de los procedimientos de descubrimiento explícitos en los sistemas musicales más familiares bien puede no llegar más que a conclusiones banales ya reconocidas intuitivamente. Pero esto mismo está lejos de ser desdeñable. Es, en efecto, muy útil poder verificar paso a paso la elaboración de un procedimiento por el recurso de la intuición; este procedimiento, una vez que ha sido determinado completamente, podrá ser aplicado al estudio de materiales menos conocidos. Además, incluso en los dominios igualmente conocidos 8 12 Por ejemplo: supongamos que basándome en la pausa, dividí una sección dada en dos segmentos A y B; esta división tiene grandes posibilidades de ser confirmada; si investigamos las equivalencias en la estructura interna de A y de B, descubriremos que A y B tienen la misma longitud absoluta (en términos de tiempo, de compases, etc.) y/o que A = a + b, y que B = a + c (por lo tanto que A y B son equivalentes desde cierto punto de vista). 48 como el de la fuga, los procedimientos de segmentación bien definidos llevarán a la revisión de los análisis tradicionales (confirmando con ello la intuición de los mejores músicos).13 Decía más arriba que el problema de la división (de la articulación) de una pieza y el de la determinación de las escalas y de los modos estaban ligados. En efecto, la estructura modal puede servir de índice en el procedimiento de división, y viceversa. Existe por ende el peligro de introducir un círculo vicioso en el procedimiento. Consideremos los principales criterios recordados por Bruno Nettl (1956: 46)14 para determinar la tónica de una pieza dada. Éstos son: a) la frecuencia y la duración más grandes de tal sonido en relación con otros; b) la posición final de ese sonido en las secciones y frases individuales; c) su posición terminal en el canto. Lo que nos interesa aquí es el inciso (b). Presupone que se dispone ya de criterios de división de la pieza en “secciones y frases individuales”, y que, salvo el círculo vicioso, esos criterios excluyen toda referencia a la estructura escalar y modal (Nettl no ofrece criterios explícitos de división). No quiero sugerir, sin embargo, que el único procedimiento de descubrimiento posible vaya de la división a las escalas. Podemos, por el contrario, imaginar la utilización sucesiva de dos procedimientos, uno yendo de la división a las escalas, el otro, de éstas a la división, sirviendo el segundo para verificar la validez del primero; señalé al principio de este artículo que definitivamente no existe un método de descubrimiento enteramente satisfactorio: entre más se disponga de métodos independientes, más valdrá para la constitución final del código. Pero es esencial que uno de los procedimientos no presuponga los resultados adquiridos del otro. 8 13 El aplicar a las fugas del Clavecín bien temperado un procedimiento análogo, a grandes rasgos, al basado en el principio de repetición que se expondrá más adelante, permite derivar las unidades de diversos niveles, que corresponden frecuentemente a las unidades definidas por la teoría tradicional (exposición, divertimento, sujeto, etc.). Podemos, sin embargo, determinar de una manera puramente formal que es imposible, en el caso de alguna fuga particular, hablar por ejemplo de contra-sujeto o de cabeza del sujeto. 14 No defiendo necesariamente la idea de que sea posible determinar una tónica en las músicas no tonales –véase Braïloïu, (1953: 346 y ss.), a propósito de la inestabilidad de la tónica en los sistemas pentatónicos. La discusión es aquí puramente de método. Se subraya por otra parte que Nettl mezcla los criterios cuantitativos (a) y cualitativos (b, c). Convendría separarlos más netamente, y tratar de definir las escalas en términos enteramente estructurales, es decir cualitativos. De todas maneras, la frecuencia relativa de tal o cual sonido no me parece del todo decisiva. 49 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM III En este artículo me ocuparé sobre todo de los procedimientos de división, a reserva de señalar, a propósito de un ejemplo dado, su incidencia en el análisis modal. Se presentan dos vías para mostrar un procedimiento. Se puede partir de análisis ya hechos y procurar reconstruir los criterios, no necesariamente homogéneos, que les han precedido, o bien escoger un principio dado, perfectamente explícito, aun cuando haya que aceptar que puede ser insuficiente, que exige arreglos, e incluso que haya que rechazarlo. Será esta última vía la que procuraré seguir. Dejemos por ahora de lado la referencia a las pausas, ciertamente insuficiente si la segmentación se lleva lo suficientemente lejos, así como el recurrir a la estructura lingüística de las palabras,15 en el caso de la música vocal. Propongamos en principio que no tendremos acceso a este tipo de fuentes más que subsidiariamente, sea para confirmar segmentaciones proveídas en otra parte, sea a título de índices que sugieren las segmentaciones posibles, en los casos donde el análisis propiamente musical se enfrenta de buenas a primeras a grandes dificultades (cuando por ejemplo el criterio de repetición 8 15 50 Es evidente que la estructura lingüística de las palabras debe tomarse en cuenta en el análisis de la música vocal. Pero esta evidencia no debe mezclar los dos niveles, como es frecuente en el estudio de las “formas” de la canción medieval. Reese (1940: 224) analiza “Por conforter ma pesance” de Thibaut de Navarre en: 1) a + b + a + b + c + d + E Si dejamos provisionalmente de lado el contraste entre el coro (E) y el solista, un análisis musical, basado en el criterio de repetición, ofrece una primera segmentación en A + A + X; en un segundo nivel, A se descompone en a + b, y X en a’ + c (a’= a traspuesta). De donde: 2) a + b + a + b + a’ + c (c se divide enseguida a partir de un principio muy diferente: la oposición coro/ solista). El análisis lingüístico arroja una estructura diferente; desde el punto de vista de las rimas (que no es más que un aspecto), se tiene 3., que puede superponerse a 2. de la manera siguiente: 3) m + n + m + n + n + m + p 2) a + b + a + b + a’ + c Este análisis no tiene más que un valor indicativo; quiere sobre todo reaccionar contra una tendencia a aplastar la realidad musical y lingüística proyectando sobre un solo plano las estructuras multidimensionales. Agreguemos que, en el plano puramente lingüístico, se impone la distinción de muchos niveles: las divisiones obtenidas en términos de sintaxis no corresponden necesariamente a las obtenidas en términos de fonología o de métrica. Véase como ejemplo el análisis de “‘Les Chats’ de Charles Baudelaire” por R. Jakobson y C. Lévi-Strauss (1962), y mi artículo “Sur un vers de Charles Baudelaire”, en Ruwet (1972: cap. 8). Por último, es inútil recordar que los elementos lingüísticos pueden intervenir en el análisis musical en tanto que son elementos musicales: así, la rima puede ser tratada como timbre, o la oposición silábico/ melismático como oposición staccato/legato, etc. no es inmediatamente aplicable). Se trata pues, antes que nada, de formular los procedimientos basados en criterios específicamente musicales. Por otro lado, es útil introducir una distinción teórica entre dos tipos de elementos musicales que llamaré, respectivamente, paramétricos y no paramétricos.16 Un elemento paramétrico se puede presentar bajo dos formas. En el primer caso, se trata de un elemento que es constante a lo largo de toda la duración de una pieza, como por ejemplo el tempo en ciertos allegros de Bach o el carácter monódico y el timbre en una melodía vocal cantada en solo. Aquí, evidentemente, este elemento no es de ninguna ayuda para la segmentación de la pieza. En el segundo caso, el elemento se manifiesta bajo la forma de una oposición binaria, que divide la pieza en secciones caracterizadas por la presencia a veces de uno, y otras veces del otro término de la oposición; Cfr. la oposición solista / coro en la antífona; la oposición piano (= “separados”) / forte (= “conjunto”) en los dobles coros venecianos; aquélla entre el “original” y el eco (= “próximo” / “lejano”, más a menudo, “completo”/ “trunco”) en ciertas músicas de la época barroca; la oposición menor / mayor en el movimiento lento de la Tercera sinfonía de Beethoven; la oposición de registro, grave / agudo (es también una oposición de timbre), en la Marcha inicial de Renard de Stravinsky, etc. Tal como lo muestran estos ejemplos, gran parte de esas oposiciones son compuestas, y mezclan muchas dimensiones; éstas pueden muy bien ser disociadas, y en este caso la segmentación de la pieza será diferente según se considere una o la otra. Pero, en cada caso, el principio de la segmentación será el mismo: secciones sucesivas son delimitadas en términos de contrastes y éstos se apoyan en la presencia o ausencia en la sección de uno de los dos términos de una oposición binaria. Un elemento no paramétrico, por otra parte, no se puede reducir a una oposición binaria; se caracteriza más bien por un gran número de distinciones al interior de una misma dimensión (Cfr. los numerosos intervalos diferentes producidos por la escala diatónica o cromática, o bien series de duraciones, 8 16 Esta distinción no es absoluta, y toda una gama de transiciones es posible. Subrayemos que la palabra paramétrico aquí es utilizada en un sentido ligeramente diferente del que tiene en los escritos de los músicos seriales. Para designar lo que ellos entienden por parámetros, hablaré simplemente de dimensiones de la sustancia musical. 51 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Reflexiones sobre semiología musical de intensidades, de modos de ataque, en las obras seriales). Como lo ha demostrado –en otro lenguaje– André Souris (1961),17 no es posible determinar a priori que tal o cual dimensión musical tiene una vocación paramétrica o no paramétrica. Las dimensiones paramétricas en una cultura, o en un periodo determinado de la historia, son no paramétricas en otros. En este artículo dejaré completamente de lado los elementos paramétricos, que serán por lo tanto considerados constantes en toda la duración de las piezas analizadas. Me atendré a los elementos no paramétricos, y escogeré, como principal criterio de división, la repetición. Partiré de la constatación empírica del papel que juega la repetición en la música, a todos los niveles, y trataré de desarrollar una idea emitida por Gilbert Rouget (1961: 41): ...Algunos fragmentos están repetidos, otros no lo están; es en la repetición –o la ausencia de repetición– en lo que se basa nuestra fragmentación. Cuando una serie de sonidos es enunciada con dos o varias repeticiones, con o sin variante, se considerará Facultad de Música • UNAM como una unidad. Como corolario, un grupo de sonidos enunciados una sola vez, cualquiera que sea su longitud y el número aparente de sus articulaciones (sobre todo los silencios) es considerado como una unidad... Antes de ir más lejos, es necesario precisar qué es lo que se entiende por repetición y definir las suposiciones en las que se basa la aplicación de este criterio. Repetición significa identidad entre segmentos repartidos en diversos lugares de la cadena sintagmática. Pero quien habla de identidad, plantea la pregunta: ¿identidad desde qué punto de vista? En efecto, desde el punto de vista puramente físico, dos eventos concretos jamás son completamente idénticos. Es inevitable entonces cierto grado de abstracción, y la pregunta debería plantearse para saber en qué se fundamenta. Nosotros no nos haremos aquí esta pregunta, y consideraremos como dadas algunas identidades elementales. Por otra parte, hay que saber desde qué dimensiones –altura, duración, intensidad, timbre, etc.– dos segmentos diferentes serán considerados como repeticiones uno de otro. Aquí, ya que los ejemplos 8 17 Cfr. en particular el artículo “Forme”. 52 dados serán extraídos de la tradición escrita occidental, y serán monódicos, no se considerará más que la altura y la duración. Pero es preciso recordar que segmentos variables en cuanto a las alturas y las duraciones pueden ser considerados como repeticiones, siempre que sean idénticos desde otros puntos de vista. Se consideran, por lo tanto, como datos las identidades elementales, mínimas, de altura y de duración. Más precisamente, es posible expresar el asunto diciendo que uno dispone inicialmente de un mecanismo que es capaz de reconocer una altura, un intervalo o una unidad de duración determinada (para ese mecanismo un do3 será en todas partes un do3, una tercera menor será en todos momentos una tercera menor, y una blanca, una blanca). Además, en el procedimiento particular aquí escogido, las identidades de altura y de duración son consideradas como un todo, por lo menos al principio: no son considerados como idénticos más que los segmentos idénticos tanto desde el punto de vista de las alturas como de las duraciones. En una etapa posterior del procedimiento, las dos dimensiones serán eventualmente disociadas, para ofrecer unidades que, en tanto repeticiones la una de la otra solamente desde uno de los dos puntos de vista, serán consideradas como transformaciones (o variaciones) una de la otra. Este procedimiento pareció convenir al tipo de material utilizado (esto hizo ganar tiempo: un procedimiento que separara las dos dimensiones llegaría a los mismos resultados, pero por un camino más largo), aunque esto no es obligatorio; hay músicas –los motetes isorrítmicos del siglo XIV sobre todo– que exigen que se separen de entrada las dos dimensiones. IV Dicho esto, he aquí, en términos generales, la descripción de un procedimiento de división, fundado en el principio de repetición, y aplicado a las monodias. a) Nuestra “máquina para determinar las identidades elementales” recorre la cadena sintagmática y señala los fragmentos idénticos. Se consideran como unidades del nivel I las secuencias –lo más largas posibles– que son repetidas íntegramente, ya sea inmediatamente después de su 53 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical primera enunciación, o bien después de la intervención de otros segmentos. Esta primera operación arroja estructuras tales como A + X + A, A + A + X, A + X + A + Y + A, A + A + B + B + X, A + B + A + X + B + Y etc. (las secciones repetidas, unidades del nivel I, están representadas por las primeras letras, los “restos”, por las últimas letras del alfabeto). b) El o los restos son considerados provisionalmente como unidades del mismo nivel I (véase la cita de G. Rouget); este análisis es confirmado o invalidado si se recurre a otros criterios. La duración global de los segmentos puede ofrecer un primer índice: si por la operación (a) se reconoce una estructura A + A + X, X será en principio considerada como una unidad del mismo nivel que A si su duración global es aproximadamente la misma que la de A (en ese caso, para mostrar que tuvo lugar (b), se puede reemplazar en la notación X, Y, Z etc., por B, C, D, etc., y A + A + X se escribirá consecuentemente como A + A + B). Notemos que, recurriendo a la equivalencia de las duraciones de los segmentos, no hacemos más que aplicar el principio de repetición a un nivel más abstracto: X es, desde el punto de vista de su duración absoluta, si todo lo demás es igual, una repetición de A. b1) Los resultados de (b) pueden ser consolidados recurriendo a los índices provistos por las pausas o por el análisis lingüístico de las palabras, si se trata de música vocal. c) Si las operaciones (b) y (b1) no terminaron, y si los restos no son asimilables a las unidades de nivel I, se presentan dos casos: 1) X, Y, etc. son mucho más breves que A, B, etc.; pasamos entonces estos sobrantes a una etapa ulterior del análisis, atendiendo a los resultados de las operaciones siguientes (d); 2) el resto es mucho más largo que A, B, etc.; en este caso, ya sea gracias a las operaciones de (b), (b1) y (d), puede ser segmentable18 en unidades de nivel I, que serán transformaciones de A, B, etc. –y entonces, por ejemplo A + A + X, será descrito como A + A + B + C– o bien se reducirá ulteriormente –después de una nueva aplicación de (a) a unidades apreciadas en el nivel I– en unidades de nivel II, o, por último, debe ser considerado como unidad no analizable del nivel O (ver más abajo, (e)). 8 18 Eventualmente, con nuevos silencios breves, para transmitirse a un estado ulterior del análisis; por ejemplo, A + A + X = A + A + B + C + y (representaremos las unidades del nivel I con mayúsculas y las del nivel II con minúsculas). 54 d) Con frecuencia uno es llevado a considerar diversas unidades –tanto entre A, B, etc., como entre X ,Y, etc.– como si fueran transformaciones (variantes, rítmicas y/o melódicas) las unas de las otras. Es así como, por ejemplo, A + A + X será reescrito como A + A + A’ o también A + B + A + B será reescrito como A + A’ + A + A’. Sería esencial preparar la lista de tipos de transformaciones posibles y describir los procedimientos que permiten su reconocimiento. Me limitaré a algunos señalamientos (dejando de lado el asunto de las transformaciones particulares que plantean pocos problemas). d1) Se reconoce una primera clase de transformación si se aplica, como ya se sugirió más arriba, el principio de repetición por separado a las alturas y a las duraciones. Se obtienen, entonces, transformaciones rítmicas de las mismas estructuras melódicas y viceversa. d2) Otras transformaciones harán intervenir operaciones más complicadas, tales como permutaciones, agregados o suspensiones de ciertos elementos. No entraré aquí en detalle en esas operaciones; señalo sólo algunos caminos de análisis de los ejemplos. d3) Es importante subrayar que para que una sección B o X sea considerada como una transformación de otra sección A, es a menudo necesario pasar por una nueva aplicación de la operación (a) en un nivel inferior; ésta muestra entonces unidades de nivel II, tales como por ejemplo A = a + b, y X = a + c. Así, una parte de X aparece como una repetición estricta de A y, desde otros puntos de vista –duración absoluta, pausas, estructura de las palabras, etc.–, siempre y cuando X sea equivalente a A, X será considerada como una transformación de A: X = A’. Vemos aquí un ejemplo de la necesidad de desviarse a lo largo del procedimiento, es decir, de un proceder unas veces de arriba hacia abajo, y otras de abajo hacia arriba. Otro ejemplo de esto fue dado al inicio, ya que, habiendo partido de “abajo” –las unidades elementales de duración y de altura– pudimos después, mediante la operación (a), proceder a partir de “arriba”. d4) A menudo, derivando transformaciones –especialmente por la operación (d1)– uno es llevado a revisar una segmentación inicial, establecida especialmente por (a) y (b). Supongamos que esas dos operaciones han llevado a una estructura A + x + A + y (con sobrantes muy breves). Si (d1) muestra que A + x es, desde el punto de vista de las duraciones, por ejemplo, idéntica a A 55 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical + y, y si otras razones intervienen de igual manera –tales como la ausencia de pausa entre A y x, A e y, y la presencia, al contrario, de una pausa entre x y A– se planteará que A + x es una sola unidad, donde A + y es una transformación, y se reescribirá la estructura como A + A’. e) Podemos abordar ahora un problema del que (d4) no ofrece más que un caso particular. Supongamos que la operación (a) haya arrojado estructuras tales como: 1) A + X + A + Y... o 2) X + A + Y + A... Surge una pregunta que al principio habíamos dejado de lado: ¿no es posible considerar que, en (1), A + X y A + Y, y en (2), X + A y Y + A, constituyen las unidades de un nivel superior al nivel I (llamémosle nivel O)? La operación (a) no ofrece ninguna vía para responder a esa pregunta, y uno está obligado a recurrir a criterios subsidiarios. He aquí los dos más importantes; los dos me parecen igualmente necesarios para describir (1) como (A + X) + (A + Y), y (2) como (X + A) + (Y + A). e1) La terminación de X y de Y en (1) y la de A en (2) –en contraste con la de A en (1), y las de X y de Y en (2)– está marcada de una manera especial por la pausa y/o el alargamiento de la nota final (frente a la ausencia de pausa y/o alargamiento en las otras unidades). e2) El análisis ulterior –es decir, esencialmente, las operaciones agrupadas bajo (d)– muestra que Y es una transformación de X. Resta decir que, una vez destacadas las unidades del nivel I, el proceso debe ser aplicado de nuevo, comenzando por la operación (a), con el fin de derivar las unidades del nivel III, y así sucesivamente, hasta que se llega a las unidades que se confunden con aquéllas elementales de las que uno partió. V Ilustremos ahora el procedimiento con ejemplos, comenzando por los más simples. Las dificultades que presenta, los problemas que plantea, aparecerán progresivamente. Veamos primero el Geisslerlied alemán del siglo XIV, “Maria 56 Métodos de análisis en musicología muoter reinû maît” (Cfr. Ejemplo 1).19 Permítanseme unas palabras de entrada sobre la representación gráfica de los ejemplos. Me pareció esclarecedor, en el estudio de las monodias, retomar un procedimiento que Claude LéviStrauss (1958: 234 y ss.) aplicó al análisis de los mitos –inspirado él mismo de hecho en la notación musical de las partituras de orquesta. Las secuencias equivalentes están, hasta donde fue posible, escritas unas debajo de otras, en una misma columna, y el texto debe leerse haciendo la abstracción de los blancos, de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. Así, ciertos rasgos de estructura son inmediatamente aparentes, de igual manera, por cierto que algunas ambigüedades. Sería evidentemente muy difícil aplicar el mismo procedimiento a la representación de estructuras polifónicas. Ejemplo 1 (a): Geisslerlied 8 19 Citado según Reese (1940: 239), quien lo retoma de Paul Runge Die Lieder und Melodien der Geissler des Jahres 1349 (1900) p. 9. Como no me interesé aquí por los problemas de transcripción, traté las transcripciones como datos, sin prejuzgar su validez. 57 Facultad de Música • UNAM ’ Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Es preciso insistir en el hecho de que en el análisis, tal como se efectúa realmente, las diversas etapas del proceso no se suceden necesariamente en el orden dado. El proceso es más bien de verificación –destinado a cuidar que el análisis sea coherente– que de descubrimiento en un sentido estricto del término. Sin duda, sería siempre posible aplicarlo rigurosamente en el orden dado, y se obtendrían los mismos resultados, pero es mucho más económico y más rápido servirse de él para verificar los resultados de un análisis obtenido, a veces muy rápidamente, y de una manera puramente intuitiva. Ésta es una situación que los lingüistas conocen bien.20 Así, en el análisis de los ejemplos, y para no alargar desmesuradamente la demostración, me permitiré frecuentemente ser bastante elíptico, seguro de que el lector podrá reconstituir por sí mismo la serie de operaciones efectuadas. Consideremos nuestro Geisslerlied. Un primer recorrido del proceso muestra, en el nivel I, la estructura A + A’ + B + B, sin sobrante (A’ para dar cuenta de las ligeras variantes, en b vs. b’, si bemol vs la, y además, el la negra subdividido una vez en dos corcheas).21 La serie explícita de las operaciones hubiera dado, de hecho: a) X + B + B; b) resultado negativo: no hay equivalencia en duración absoluta entre X y B (no más que entre A y B); c), d): X = A + A’; A’ es una transformación melódica (duración constante) de A (véase d1); es cierto que, intuitivamente, se habrían ya reconocido unidades del nivel II, y que es en términos de b y de b’ –más que de A y de A’– como se hubieran señalado las transformaciones. 8 20 Cfr. Z. S. Harris (1951: l): “These procedures also do not constitute a necessary laboratory schedule in the sense that each procedure should be completed before the next is entered upon. In practice, linguists take unnumbered short cuts and intuitive or heuristic guesses, and keep many problems about a particular language before them at the same time... The chief usefulness of the procedures listed below is therefore as a reminder in the course of the original research, and as a form for checking or presenting the results...” 21 Para simplificar, en lo que sigue del análisis, no tomaré en cuenta más que la primera variación, la segunda se explica muy bien como una variante combinatoria debida a la estructura silábica y métrica de las palabras (dos sílabas, acentuada y no acentuada respectivamente, contra una sola sílaba acentuada); no conservo, pues, aquí más que dos unidades de nivel II, b y b’. 58 Métodos de análisis en musicología Ejemplo 1 (b) Ejemplo 1 (c) Ejemplo 1 (d) a) B = z + b’ (b’, identificada en A, se encuentra aquí); b) B = d + b’. Una tercera aplicación del proceso da unidades de nivel III (designadas por medio de números subíndices en las designaciones de unidades del nivel II, por ejemplo a1): a) d = d1 + d1; a) c = c1 + d1; 59 Facultad de Música • UNAM Si, a pesar del resultado negativo de (b), A, A’ y B se consideran como unidades del mismo nivel (I), es sobre todo debido a los resultados de (d) y porque en un estado ulterior, A, A’ y B aparecerán constituidos en parte por elementos idénticos (véase d3). Una segunda aplicación del proceso ofrece las unidades de nivel II, obtenidas, por ejemplo, de la siguiente manera: a) A’ = x + b + y + b; b) A’ = a + b + c + b (duraciones de a, b, c, idénticas); d) A = a + b + c + b’ (b’ = Tm –abreviatura para la transformación melódica– de b); Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical b) a = a1 + a2, b = b1 + b2, b’= b’ + b2 (todas estas unidades son equivalentes en duración a d1), además: d1) (Cfr. Ejemplos 1 (b) y 1 (c): a1, b’1, b1, c1, a2 son todas transformaciones melódicas de una misma estructura rítmica (cuatro negras); de igual manera b2 es una Tm de d1. En fin, una cuarta aplicación del procedimiento permite mostrar cierto número de unidades que pueden ser repeticiones o bien transformaciones de diversos tipos (trasposición, reinversión, recurrencias, Tm) (Cfr. Ejemplo 1 (d)). Lo que impide hablar aquí de unidades de nivel IV, además de su duración muy desigual (algunas son tan largas como las unidades de nivel III), es el hecho de que éstas se invaden las unas a las otras de diversas maneras. El carácter discreto de las unidades y de los niveles –que parece esencial en una concepción taxonómica de la estructura musical– aparece ahí por consiguiente oscurecido. Si, por otra parte, se lleva todavía más lejos la segmentación, se llega a las unidades mínimas postuladas al comienzo, y el proceso ha agotado sus efectos. Conservemos como uno de los resultados esenciales de este análisis la asimetría que devela en todos los niveles: asimetría entre A (variada en A’ y compuesta de tres subunidades) y B (no variada en su repetición, compuesta de dos subunidades); asimetría entre a, b, c, (compuestas de dos segmentos diferentes) y d (compuesta de dos segmentos idénticos); asimetría más sutil entre a (donde los dos segmentos no son más que Tm el uno del otro) y b, c (donde los dos segmentos son variados tanto melódica como rítmicamente); finalmente, asimetría debido a las superposiciones de las “unidades del nivel IV”. V.I Este análisis no se ha valido, en ninguna de sus etapas, de datos relativos a la escala o al modo. En cambio, es posible utilizar sus resultados para mostrar la estructura modal de la pieza. Del análisis en unidades de diferentes niveles resulta una jerarquía muy neta de los diferentes sonidos utilizados, y esta jerarquía no hace intervenir –por lo menos no directamente– criterios cuantitativos. El principal criterio conservado es el de la posición, inicial, 60 final, o de transición, que ocupan los sonidos en las diversas unidades. Las posiciones inicial y final son consideradas como privilegiadas,22 y se admite que la posición inicial y/o final en las unidades de nivel superior tienen más peso que la misma posición en las unidades de nivel inferior. 1. Fa es inicial y final de A, A’ y B; fa es igualmente inicial de a2 y de d1; 2. Do es el final de a; 3. La es inicial de b, final de c, final de a1, b1, b’1, c1, d1; 4. Re es inicial de c, y está ausente en todo lo demás; 5. Si bemol es inicio de b2; en todos los demás lugares está en posición de transición (notemos por otro lado que b es la unidad más “soldada” de nivel II, porque si bemol va del la al la, y también a causa de la invasión de b2 y de la unidad del “nivel IV”, que es una transformación retrógrada de d1; también, aun ahí, la posición de si bemol está muy próxima a una posición de transición); 6. Sol no aparece más que en posición de transición. Un criterio secundario –prácticamente derivado del primero– considera el papel de diferentes sonidos como notas de paso, bordaduras, etc., su lugar en movimientos conjuntos contra disjuntos y el hecho de que estén o no inmediatamente repetidos; 7. Fa, do, la, re son los únicos sonidos que están encadenados –al interior de una unidad, o en la frontera de dos unidades– por movimientos disjuntos; 8. Si bemol y sol no se dan más que por un movimiento conjunto, ascendente-descendente o descendente para si bemol, ascendente o descendente para sol; 9. Fa (al final de A y B), do (al final de a) y la (en la frontera de c o d y b o b’) son los únicos sonidos que se repiten inmediatamente; 10. La variante b vs. b’ acentúa el carácter de nota de paso de si bemol y la posición más fuerte de la. Todos esos rasgos permiten mostrar una jerarquía modal muy clara, que se podría caracterizar como un fa mayor con oscilación hacia el relativo 8 22 Este criterio, suficiente bajo esta forma para la pieza en cuestión, tendría que ser refinado. Sería necesario por lo menos tener en cuenta la estructura rítmica (anacrusas, etc.). 61 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología Reflexiones sobre semiología musical menor en c y algunos resabios del pentatonismo. Pero es preciso hacer notar que esos aspectos –fa mayor, pentatonismo– no tienen sentido más que si se ubica esa pieza en un contexto más amplio. Si uno se limita a un sistema particular en el que nuestro Geisslerlied es el único mensaje, hablar de mayor (sin sensible, mi) o de pentatonismo (fa - sol - la - do - re, mientras que nada nos autoriza –sino al contrario– a darle más peso al sol que a si bemol) viene a deformar los hechos. Solamente si se ubica esa pieza en un corpus más vasto, aparecerá como un caso de mayor o de pentatonismo, y su sistema subyacente como un subcódigo del sistema tonal o un subcódigo de un sistema pentatónico. Facultad de Música • UNAM VI Aquí, por ejemplo, una chanson del trovador Guiot de Provins, “Molt me mervoil ...”23 (Cfr. Ejemplo 2). 1. Un análisis basado en la métrica y las pausas daría enseguida ocho unidades distintas de nivel I; nuestro proceso llegará al mismo resultado por el camino siguiente:24 a) X + B + Y + B; b) X = A (duración igual a la de B); c) y (d): Y se descompone en unidades de igual longitud que A o B (resumo el proceso que implica un desvío –referente a las unidades de nivel II– y recurro a las transformaciones: C = C’), de donde surge la siguiente estructura: A + B + C + D + E + F + C’ + B 8 23 24 62 Según F. Gennrich (1951: 25). Que este camino sea más largo no significa necesariamente que sea menos económico. No solamente es más riguroso, sino que aporta una información que está ausente en el otro caso: por ejemplo, indica que, desde cierto punto de vista, todo lo que está comprendido entre las dos emisiones de B constituye una sola unidad. Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología 63 Reflexiones sobre semiología musical Ejemplo 2 (b) Facultad de Música • UNAM Ejemplo 2 (c) Ejemplo 2 (d) Ejemplo 2 (e) 64 Métodos de análisis en musicología 2. La aplicación de (a) –y eventualmente de (d)– en un nivel más bajo genera una serie de unidades de nivel II según la tabla siguiente: A = x + a C = z + a E = v + a’’ C’= z’+ a’ B=y+b D=w+b F=? B=y+b Esa tabla sugiere dos observaciones. Para empezar, F es la única unidad que no se deja descomponer, lo que introduce una disimetría tanto más sorprendente cuando F es la sola unidad que termina en sol (vs. do, o do + si bemol, en las otras unidades). En segundo lugar, se debe uno preguntar si es preciso considerar los sobrantes, x, y, z etc., como unidades de segundo nivel en el mismo grado que a y b. Existe en efecto una diferencia de duración entre estos sobrantes y las otras unidades, y, por otra parte, los sobrantes no representan transformaciones simples de estas otras unidades; además, existen relaciones de transformación entre ciertos restos –todos tienen la misma duración– pero esas relaciones no son siempre simples. También me parece mejor dar cuenta de la estructura conservando una notación diferente. 3. Se puede ahora plantear si las unidades del nivel I: A, B, etc., no se agrupan en unidades de nivel superior (nivel O). Los criterios deducidos en (e) son inoperantes, pero otro criterio –que corresponde en cierto sentido a una elaboración de (e2)– aparece, si se reconoce que (A + B), (C + A), (C’ + B) son tantas manifestaciones de una misma estructura abstracta, definida en términos de relaciones entre las unidades del nivel II; esta estructura está descrita por la fórmula siguiente (donde las llaves indican que se necesita escoger entre las unidades que contienen):25 {} {} xy ab zw 8 25 Esta noción está tomada de los lingüistas transformacionalistas; Cfr. por ejemplo E. Bach (1964). Yo desatiendo aquí la diferencia entre a y a’, z y z’. 65 Facultad de Música • UNAM Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical El caso de F plantea un problema. Como E tiene una estructura interna que corresponde a la primera parte de la fórmula (v + a’’), diremos que F es, desde un punto de vista externo (distribucional) equivalente a la segunda parte de la fórmula, pero que difiere por su constitución interna. 4. Si queremos llevar más lejos el análisis, podemos preguntarnos si se necesita establecer un nivel intermedio entre el nivel II y el de las unidades mínimas. Desde la perspectiva adoptada en este artículo, un nivel se define por la existencia de segmentos, no sobreponiendo los unos a los otros, y en el que algunos al menos están repetidos en lugares diferentes. Si tenemos, por ejemplo, una sucesión a + b y si ni a ni b aparecen separadamente –es decir, si no se reencuentran ni a + c ni d + b– es inútil colocar un nivel donde a y b serían las unidades; (a + b) debe ser considerado como una unidad única. Ahora bien, en la chanson de Guiot de Provins, ya no se encuentran, bajo el nivel II, segmentos autónomos repetidos, sino solamente, en ocasiones, segmentos que son transformaciones simples los unos de los otros. Dejaré abierta la pregunta de saber si éste es un elemento suficiente para la colocación de un nivel autónomo. (Se encontrarán algunos casos de transformación en el Ejemplo 2, Cfr. especialmente 2 (b)). En cambio, es muy importante notar que en la medida en que esas relaciones de transformación ligan, ya sea segmentos inmediatamente sucesivos al interior de una misma unidad, o segmentos pertenecientes a unidades de nivel I diferentes, pero sin encontrarse “en el mismo lugar” en esas unidades, esas relaciones de transformación tienen el efecto de crear relaciones de alguna manera “oblicuas” entre la unidades del nivel I (con referencia a las relaciones de equivalencia representadas según un eje vertical). En el Ejemplo 2 se indican algunas de esas transformaciones que tienen como efecto enturbiar las fronteras entre unidades del nivel II. Particularmente notables son éstas: (i) las que unen a B y D con C (Cfr. Ejemplo 2 (e)), y que introducen una relación oblicua en comparación con el contraste entre A, C y B, D, y (ii) las que unen a F respectivamente con B, C’ y E (Cfr. Ejemplo 2 (d)), ligando así mismo F al resto de la pieza, de la que, en términos de unidad del nivel II, F parecería disociarse. 66 Métodos de análisis en musicología He aquí otro ejemplo, la célebre Estampida “Kalenda maya” de Raïmbaut de Vaqueiras (según Gennrich (1951: 16; Cfr. Ejemplo 3)). 1. Por la aplicación de (a) se mostró sin dificultad una unidad A, repetida inmediatamente; después, para (a) y (c) se muestran dos secuencias B + x y B + y, que, en virtud de (d4), son reescritas como B y B’ –en una relación de transformación: B = suspensiva, B’ = conclusiva–; enseguida se plantea un problema: ¿habría que considerar las secuencias representadas en la tabla respectivamente por c y por D (o D’) como unidades distintas de nivel I, o al contrario, partiendo del principio de tratar de mostrar primero las unidades más largas posibles, se necesitaría agrupar en una sola unidad (c + c+ D, después c + c + D’) que se reescribiría como C (C’ en su segunda aparición)? De hecho, no es posible dar una respuesta unívoca a estas interrogantes, y estamos ciertamente aquí frente a un caso de ambigüedad de unidad inscrita en la estructura misma. Sin duda, por su longitud (criterio (b)), c es asimilable a las unidades de nivel inferior, tanto más cuanto c aparece efectivamente como una Tr (= transformación rítmica) del motivo final de A y de B’. Por otro lado, c comparte con las unidades de nivel I, A y B, el privilegio de ser reiterado inmediatamente después de su primera aparición, lo que, en un sentido, lo pone en la misma categoría que dichas unidades. Por último, D comienza y termina de la misma manera que A y B, y veremos que esas tres unidades se encuentran en una relación de transformación; fundir D con c en una sola unidad C la haría perder este carácter. Es por ello que pienso que se puede representar una primera segmentación de la pieza por la fórmula siguiente, que salvaguarda la ambigüedad: A + A + B + B’ + c + c + D + c + c + D’ 2. Hemos ignorado otra ambigüedad. En duración absoluta, A es dos veces más larga que B. Este hecho, aunado a que B es la única unidad mostrada hasta ahora que no termina en el do (de ahí su carácter suspensivo), lleva a pensar que, en un sentido, A es equivalente a (B + B’), de ahí una eventual división de A en A1 + A2. Pero (Cfr. Ejemplo 3 (b)) otra relación de 67 Facultad de Música • UNAM VII Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Ejemplo 3 (a): Raïmbaut de Vaqueiras 68 Métodos de análisis en musicología transformación que se podría calificar de reducción “por el medio”, liga A a B y a D. Al transformarse en B, después en D, A se encuentra, en dos etapas, reducida a sus “motivos” inicial y final, a y b, cuya autonomía se encuentra por lo mismo puesta al desnudo. Finalmente, las transformaciones (sobre todo melódicas), por una parte, religan sus motivos a y b a otros elementos (especialmente c es una Tr de b), y, por otra parte, dibujan los contornos de segmentos de niveles intermedios (Cfr. Ejemplo 3 (c)). Ejemplo 3 (c) 26 En este cuadro, como en el siguiente, algunos segmentos son reproducidos dos veces –de los cuales uno entre paréntesis– en una misma línea pero en columnas diferentes. En este caso, los dos eventos valen para un solo elemento y significan que este elemento podría igualmente figurar en dos unidades, pero que –más o menos arbitrariamente– se ha asignado a una de las dos. 69 Facultad de Música • UNAM Ejemplo 3 (b)26 Reflexiones sobre semiología musical En resumen, si el análisis libera tan nítidamente –en dos niveles extremos, superior e inferior– unidades que satisfacen los criterios de repetición, de no usurpación y de autonomía, revela también múltiples ambigüedades estructurales, no solamente en los niveles intermedios, sino hasta en las relaciones entre las unidades de dos niveles extremos (Cfr. el caso de c). El resultado es que si la noción de unidad mantiene su valor, la del nivel (i.e., la de niveles distintos) tiende a borrarse. Facultad de Música • UNAM VIII Un último ejemplo, que es igualmente una canción trovadoresca, la canción “Be m’anperdut...” de Bernard de Ventadour (Gennrich (1951: 13; cfr. Ejemplo 4)). Una primera aplicación de (a) ofrece fácilmente la estructura A + A + X. Las dificultades comienzan, sin embargo, desde que se trata ya sea de reducir al resto X, o de segmentar A en unidades más pequeñas. En ese último caso, una nueva aplicación del proceso a un nivel más bajo no nos ofrece más que unidades muy breves, reducidas a una, dos o tres notas (Ejemplo 4 (c)); en los niveles intermedios, no se encuentran más que segmentos de contornos bastante mal delimitados, ligados solamente por relaciones de transformación y no de identidad simple, y cuya autonomía es débil. En cuanto al sobrante X, la aplicación de (a) y de (d) ofrece un largo segmento final (A1.2) que es una repetición, con ligeras transformaciones, de una gran parte de A. Pero ese mismo segmento está precedido por un segmento más corto, de cinco blancas (A 1.1), que está también en una doble relación de transformación con el principio de A (cfr. Ejemplo 4 (b)): Ejemplo 4 (b) 70 Facultad de Música • UNAM Métodos de análisis en musicología 71 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Por una parte, es equivalente, en longitud absoluta, a todo el principio (todo lo que precede al equivalente de A 1.2), y, por otra parte, representa una transformación melódica, por “relleno diatónico” del motivo de blancas la-do-re-fa. La ausencia de autonomía de esos dos segmentos A1.1 y A1.2, como la gran longitud de A1.2 en relación con A, impide considerarlas como unidades constitutivas de un nivel intermediario. Es posible agruparlos en un segmento A1, que, desde ciertos puntos de vista, podría ponerse en el mismo plano que A –duración absoluta, todo el final (A 1.2) idéntico– pero en el que, desde otros puntos de vista, especialmente la ausencia del motivo inicial, no parece equivaler más que solamente a una fracción de A. Habiendo sustraído A1 de X, nos resta, al principio de éste, un segmento (A1.2) que, con las transformaciones un poco más complejas27 en el caso A1.2, corresponde a una parte más corta del final de A. La autonomía relativa de ese segmento podría también llevar a una división de A en dos partes de longitud aproximadamente igual (A = Y + A1.2), pero esto sería plantear ahí una unidad (Y) que, mostrándose parcialmente en A1.2, no tiene, al igual que ésta, una existencia bien determinada. Finalmente, el Ejemplo 4 (c) es el que da la imagen más clara (aunque no exhaustiva, no indica las relaciones de transformación entre unidades pequeñas, fáciles de descubrir por cierto) de la estructura de la pieza. Los segmentos entre corchetes corresponden a “grandes unidades”, que encajan parcialmente unas en otras; los segmentos breves que se encuentran en las mismas columnas verticales corresponden a las pequeñas unidades, y, finalmente, los elementos representados en un mismo pentagrama, en un mismo rango horizontal, representan las unidades intermediarias. Ese cuadro descubre también con bastante claridad un procedimiento de composición que consiste en intercalar –o suprimir– segmentos breves al interior de segmentos más vastos. 8 27 Éstas, con la insistencia sobre el la que introducen, tienen sobre todo el efecto de dar a esa sección una velocidad suspensiva, que la hace contrastar con la sección correspondiente en A. 72 Métodos de análisis en musicología Partiendo de la distinción entre el modelo analítico y el sintético, insistí en este artículo en la necesidad de desarrollar el punto de vista analítico en musicología; dicho de otra forma, en la urgencia que hay de elaborar los procedimientos rigurosos destinados a descubrir el código a partir de los mensajes. Al mismo tiempo, señalé las limitaciones de este tipo de camino. Esbocé principalmente un proceso de segmentación, basado en los criterios de repetición y transformación y traté de aplicarlos en algunas monodias medievales. Es muy pronto para extraer conclusiones de un estudio que no representa más que el principio de una investigación. Muchas cosas aquí expuestas deben ser retomadas y elaboradas: tal es el caso de la distinción entre elementos paramétricos y no paramétricos, así como la noción misma de transformación. En particular, será necesario inventar procesos de descubrimiento destinados a reconocer, precisamente, las relaciones de transformación entre elementos. Esas relaciones, salvo en casos muy simples, fueron aquí a menudo consideradas como puntos de partida. Quisiera por último llamar la atención sobre dos resultados de este estudio: 1. Me parece que, al menos en ciertos casos (aquellos en los que la segmentación en unidades de niveles distintos es cómoda) (Cfr. Ruwet, 1972: cap. V), un proceso de segmentación del tipo presentado aquí puede tener consecuencias importantes para el análisis escalario y modal. Puede servir de alternativa o de control para los análisis más tradicionales. A falta de espacio, no abundé en absoluto en ese punto, pero, por ejemplo, la aplicación, incluso rápida, del procedimiento esbozado en 5.1 a las melodías analizadas desde el punto de vista modal por E. Costère (1961), deja entrever inmediatamente la falsedad de esos análisis. Por otra parte, se puede deducir un procedimiento de descubrimiento aplicable al asunto de los pyens, procedimiento que, realizado en términos de distribución de intervalos, completaría y sistematizaría el aporte de Braïloïu. 2. Precisamente por el hecho de intentar definir rigurosamente los niveles y las unidades, el procedimiento seguido nos ha llevado –por caminos 73 Facultad de Música • UNAM Resumen y conclusión Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Ejemplo 4 (c) 74 Métodos de análisis en musicología diferentes a los de André Souris– a cuestionar una concepción puramente taxonómica de la estructura musical. Incluso en un caso igualmente simple que el del Ejemplo 1 (Cfr. Ruwet, 1972: cap. V), es imposible representar enteramente la estructura bajo la forma de una serie de compartimientos estancos, con unidades del nivel I que se descomponen íntegramente en unidades discretas del nivel II, y éstas, a su vez, en unidades discontinuas del nivel III, etc. La razón principal de este estado de cosas tiene evidentemente que ver con el hecho de que la sintaxis musical es una sintaxis de equivalencias: las diversas unidades guardan entre sí relaciones de equivalencia de todo tipo; éstas pueden unir, por ejemplo, segmentos de longitud desigual –tal segmento aparece como una expansión, o como una contracción de tal otro– y también los segmentos superpuestos unos sobre otros. La consecuencia de todo esto es, como se ha podido constatar, que es imposible representar la estructura de una pieza musical mediante un esquema único. Referencias bibliográficas BACH, E., An Introduction to Transformational Grammars, NuevaYork, 1964. 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Una vez que ha sido enunciada por segunda ocasión, la frase cede su lugar a otra, cuya filiación con la precedente es de carácter siempre sutil” (A. Schaeffner, 1953: 135). Nos debe hacer dudar la frecuencia de un procedimiento en apariencia muy primitivo,1 así como la constancia con la que aparece a lo largo de la carrera de Debussy, en una música cuya complejidad y sutileza formales ya nadie se atreve a negar: si se llegara a determinar la función de este procedimiento, se habría dado, sin duda, un gran paso en la comprensión del lenguaje debussiano. En el artículo citado, André Schaeffner propone lo que podría ser el germen de una explicación: “esta reduplicación de cada motivo... es ya 8 * Publicado originalmente en francés en la Revue belge de Musicologie, no. 16, 1962, pp. 57-70, y posteriormente recogido en el libro Langage, musique, poésie, del propio autor, París, Éditions du Seuil, 1972. Traducción de Alejandro Romero. 1 Si la esencia, no solamente de la poesía sino de todo el arte de todos los tiempos, reside en la proyección, en la cadena temporal, de relaciones de equivalencia, la duplicación es verdaderamente la forma más primitiva de esta proyección: a + a. Ésta se reencuentra, bajo formas distintas, en las numerosas músicas y poesías populares: véase, por ejemplo, el paralelismo de la canción popular eslava (Cfr. Roman Jakobson (1963), y consúltese también Bruno Nettl (1956: 108)): “(En el aire cultural de la Gran Cuenca en América del Norte), la mayor parte de los cantos son iterativos, repitiéndose cada frase una vez; sin embargo los cantos con repeticiones múltiples se reencuentran ocasionalmente”. De una forma general, la esencia cultural de la repetición, y en particular de la duplicación, debería ser bien entendida; la duplicación juega un papel fundamental en los primeros pasos que constituyen la Cultura, y especialmente en los inicios del lenguaje infantil. “La reduplicación de sílabas... es un procedimiento favorito en el lenguaje de los bebés... Contrariamente a los “sonidos salvajes” de los ejercicios del balbuceo infantil, los fonemas deberían ser reconocibles, distinguibles, identificables; conforme a sus exigencias, uno debería poder repetirlas a voluntad. Este carácter repetitivo encuentra su expresión más concisa, más sucinta, por ejemplo, en papá” (Roman Jakobson, 1963: 542). Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical una manera de librarse del aborrecible desarrollo” (entendamos desarrollo en el sentido del término de Franck y de d’Indy). Sin embargo, este breve comentario, aunque justo, no nos indica ni cómo ni por qué la duplicación permite evitar el desarrollo. Se queda sólo en un plano histórico, no estructural. En este artículo dejaré enteramente de lado los problemas históricos que plantea el hecho de la duplicación en Debussy. No se tratará ni su posible origen en Rimsky-Korsakov (Schaeffner, 1953), ni de su existencia en César Franck (Deliège, comunicación personal), ni de sus avatares en los sucesores de Debussy –Stravinsky, Messiaen–, ni tampoco en las evoluciones posibles de su empleo, desde los Poèmes de Baudelaire hasta Jeux. Me atendré a un estudio puramente interno y sincrónico. Es preciso, de entrada, definir nuestro objetivo de una manera más precisa. El procedimiento consiste, según Schaeffner, “en doblar sistemáticamente cada frase melódica”. Esta formulación evidentemente no debe ser tomada al pie de la letra. Se requiere de mucho para que cada frase sea doblada: hay solamente una sorprendente proporción de duplicaciones. Por otra parte, la noción de “frase” es muy vaga; no aclara suficiente acerca de las dimensiones, ni de la constitución interna de los elementos doblados. Además, hay en Debussy, como en todo músico, múltiples formas de representaciones que se ubican en las diferentes partes de la estructura de la obra, y que encajan unas dentro de otras. Ciertamente, no tenemos el derecho de clasificar dentro de una misma categoría las repeticiones que se sitúan, unas en el nivel de motivo, otras en el de frase, y otras más en el de periodo (por cierto, cualquiera que sea el sentido atribuido a estos términos –motivo, frase, periodo–, falta todavía definirlos con precisión; no se emplean aquí más que a título de puntos de referencia). Ahora bien, parece que lo que los críticos –Schaeffner por ejemplo– han encontrado en este fenómeno, no siempre concierne al mismo nivel: si bien los niveles muy amplios (“periodos”) parecen excluidos, encontramos en cambio duplicaciones que se basan unas veces en un motivo breve, simple material (por ejemplo los inicios del Prelude à l’après-midi d’un faune y de Nuages), y otras, en una frase ya articulada en dos o tres motivos (por ejemplo el principio de Reflets dans l’eau, el de “La flûte de Pan” en las Chansons de 80 Bilitis, etc.). Lo esencial es que la entidad doblada sea lo suficientemente breve para ser entendida como un todo único, de tal suerte que la duplicación jamás sea percibida como una recapitulación. La noción de recapitulación implica siempre, en efecto, que ha tenido lugar cierto desarrollo, que se ha producido un número determinado de eventos, antes de que se regrese al punto de partida (y esto incluso si, como en la repetición de una sección de minuet, por ejemplo, la repetición retoma íntegramente todo lo acontecido hasta entonces). En lo que respecta a la estructura interna de las entidades dobladas, parece que lo que sorprendió a muchos críticos fue la identidad aparentemente completa entre la repetición y lo repetido. Sin embargo, los ejemplos que analizaremos enseguida mostrarán claramente que esta identidad es frecuentemente –si no es que siempre– ilusoria. No vale más que para las funciones netamente armónicas. En los planos de la melodía, del ritmo, de los timbres, de las intensidades, de los modos de ataque, la duplicación a menudo introduce variaciones sutiles, que resaltan más todavía si se presentan sobre un fondo idéntico. Se entiende, no obstante, que esta identidad armónica haya sorprendido a los escuchas, ya que nos encontramos frente a un esquema armónico que se opone totalmente a ciertos moldes clásicos, por ejemplo, el muy común que se puede ilustrar mediante la primera frase del larghetto del Concierto para piano, K. 595, de Mozart; este esquema se traduce en la siguiente fórmula: (a + bs) + (a + bc) (donde s = suspensiva –sobre la dominante–, y c = conclusiva –sobre la tónica). ¿Es posible determinar cuál es (o cuáles son) la (o las) función (es) de la duplicación delimitada en términos tan generales? En el mismo párrafo en donde se refiere a las duplicaciones, André Schaeffner –sin establecer explícitamente la relación entre los dos tipos de hechos– habla del don que tenía Debussy “de crear un vínculo entre aquello que no presenta relación aparente”; dicho de otra manera, de fundir en un todo homogéneo materiales aparentemente muy heterogéneos desde el punto de vista de las escalas, de los timbres, de los ritmos, etc. La consideración de los seis primeros compases de Pelléas (véase más adelante) me llevaron al inicio a preguntarme si no había una relación entre estos dos rasgos del 81 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical lenguaje de Debussy. ¿No consistiría acaso la función de la duplicación en establecer una equivalencia formal entre elementos heterogéneos desde el punto de vista de su materia? De hecho, si se consideran otros ejemplos, se puede dar uno cuenta de que es imposible generalizar el alcance de esta observación, al menos de esta manera. La duplicación ciertamente tiene, entre otras, esta función en el inicio de Pelléas; en cambio, decididamente no la tiene en el de Nuages. Otros casos (y precisamente el del inicio de Nuages) permiten vislumbrar otra función posible de la duplicación, misma que parece más general. La frecuencia de los esquemas del tipo (a + a) + b, o bien (a + a) + (b + b) + c, o incluso (a + b) + (a + b) + c, etc., parece indicar que el papel de la duplicación sería el de instaurar una dialéctica de lo repetido y lo no repetido. Pero, aquí también, es imposible generalizar. A decir verdad, al considerar un gran número de ejemplos, sorprende la diversidad de usos de la duplicación, lo que nos hace acabar por preguntarnos si se trata, finalmente, de un proceso autónomo y no de una mera construcción de nuestra mente. Algunas veces puede servir de exposición (Nuages, Preludio de Pelléas), otras de conclusión (Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir), y otras más de transición (Les collines d’Anacapri, compases 63-65). En La Cathédrale engloutie (compases 16 y ss.), una serie de duplicaciones crea una progresión y lleva al gran motivo en acordes perfectos (compases 28 y ss.), que es por excelencia discursivo. En la música vocal, las duplicaciones juegan un papel determinante en las relaciones entre el canto y el acompañamiento. Por ejemplo, en “La flûte de Pan” (Chansons de Bilitis, I), es enunciada primero una frase como introducción en el piano solo, más adelante aparece doblada, después de la entrada de la voz: la duplicación sirve así de soldadura entre la introducción instrumental y la intervención de la voz. La duplicación es también utilizada, de manera general, para crear relaciones complejas “a distancia”. Así, en la Danse de Puck tenemos –primero en los compases 63-66 y luego en 87-90–, la repetición, bajo una forma de duplicación estricta, de una frase dada al inicio (compás 1) en una forma más asimétrica: una vez repetida, esta frase se ve de alguna manera decantada, cristalizada. En Nuages sucede al revés: la frase inicial, que se puede esquematizar mediante (a + a) + (b + b), será modificada, de manera asimétrica, en cada una de sus aplicaciones, sea 82 que (como en el compás 11 y ss.) se encuentre amputada en su segunda parte (b + b), que se vea reemplazada por un motivo no doblado, que una frase no doblada (en la viola solo) le sea superpuesta (no. 6 de la partitura), o bien que, al término de la pieza, la duplicación de (a) se encuentre amputada de sus primeras notas (compás 95). Podríamos multiplicar los ejemplos. De una manera general, las relaciones entre duplicaciones puras y simples con el segundo elemento variado, trasposiciones de diversos tipos, “triparticiones”, reiteraciones obstinadas, etc., parecen muy complejas, lo mismo que aquéllas entre elementos doblados y no doblados.2 Hay que hacer notar también todos los casos límite entre duplicación e imitación (por ejemplo en el Prélude à l’après-midi d’un faune, los compases 32 y ss., 40 y ss.). Podríamos, por cierto, considerar la duplicación como una transformación estructural de la imitación, que corresponde al paso de un estilo “horizontal” a un estilo “vertical”.3 Finalmente, las formas de unión merecen una atención muy especial: pueden cambiar completamente la fisonomía de lo que parece a primera vista una serie de duplicaciones estrictas. De esta manera, en Fêtes (no. 4), la melodía de las maderas podría ser esquematizada como se muestra a continuación: [a + (a + b) + b] + [a’ + (a’ + b’) + b] En realidad, hasta ahora hemos planteado mal el problema. Procedimos como si las duplicaciones tuvieran una autonomía real, y, partiendo de ahí, tratamos de determinar su función, es decir, de definir las relaciones que mantienen con los otros elementos. Pero al hacer eso, hemos cedido a la ilusión de que “se puede comenzar por los términos y construir el sistema sumándolos, mientras que por el contrario, es del todo coherente que se tiene que dividir para obtener mediante el análisis los elementos que éste 8 2 Hubiera preferido usar, al lado de duplicación, el verbo duplicar. Pero, contrariamente a duplicación, es un neologismo. Empleo, pues, doblar, aun a riesgo de crear confusiones con el sentido que tiene esta palabra, por otra parte, en el lenguaje musical. 3 Nota, 1972: Esto prefigura el análisis que Claude Lévi-Strauss (1971 b) ha dado del Bolero de Ravel, donde ve una “fuga mise à plat”. 83 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical encierra”. (Saussure, 1921: 157). Siguiendo el ejemplo de los lingüistas, deberíamos partir de todo lo que nos está dado, sin analizar todavía –es decir, en este caso, la obra musical en su totalidad; Nuages, por ejemplo– y descomponerlo progresivamente en sus elementos, estos últimos definidos únicamente en términos de las relaciones que sostienen entre sí y con el conjunto. Una vez llegados al nivel en donde se encuentran las duplicaciones, seríamos capaces hasta de decidir si los fenómenos a los que dimos este nombre pertenecen a la misma clase, y si cumplen funciones idénticas. Ante la imposibilidad de cubrir este programa –lo que en sí mismo sería una empresa muy vasta, misma que la musicología sin duda aún no está preparada para abordar– el resto de este artículo estará consagrado al análisis de varios fragmentos bastante amplios de obras de Debussy, que podrán sugerirnos en qué direcciones deberán de orientarse los estudios futuros. Comencemos con un extracto de Fêtes, el pasaje que va del número 2 al 3 de la partitura (compases 27-38, ejemplo 1). Este pasaje comprende doce compases divididos en dos partes iguales, de las cuales la segunda es la repetición exacta, con algunas variantes de la primera (a las que regresaré más adelante); cada parte se descompone a su vez en dos secciones asimétricas, respectivamente de dos compases de 15/18 (en donde la segunda es la duplicación de la primera) y de cuatro compases de 9/8 (o 3/4), según se muestra en el siguiente cuadro: { 27-32 27-38 33-38 84 { { 27-28 (27=28) a 29-32 b 33-34 (33=34) a’ 35-38 b’ Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Ejemplo 1 85 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical 86 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy 87 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical 88 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy 89 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Si analizamos este pasaje, tanto desde el punto de vista del contexto donde aparece como bajo la perspectiva de su constitución interna, constataremos la existencia de todo un juego interno de simetrías y asimetrías, que encajan unas con otras. Situemos primero a A, de una manera esquemática, en su contexto: 1. A viene inmediatamente después de la introducción, y constituye el principio de una larga sección en la cual la duplicación, o mejor dicho, el juego sistemático de la duplicación y de la no duplicación, tiene un papel verdaderamente constitutivo (compases 27-115, nos. 2 al 10 de la partitura de orquesta) –lo que distingue completamente a esta sección de la siguiente (la “marcha” en las arpas y en las trompetas con sordina)–; además, es grande el contraste entre el principio de esta sección (ejemplo A) y lo que precede inmediatamente (al final de la introducción): la simetría de A contrasta con la reiteración obstinada de un motivo por segundas en el agudo, que desemboca en una cadencia de los metales, que es el prototipo mismo del evento “único”. 2. Al interior de la gran sección que va de los compases 27-115, A establece relaciones particulares con lo que sigue. Señalaremos solamente una: después de una transición (compases 39-65), A es sucedida por una frase que llamaremos X, compuesta por dos motivos (x e y), la cual se va a desplegar ampliamente y formar el cuerpo mismo de esta sección; es en los compases 82 y subsecuentes donde está expuesta de manera más nítida. Ahora bien, esta frase, que tiene un aire muy diferente de A, presenta relaciones muy precisas con A, que no aparecen más que si se les formula en términos de proporción: a : b : : x : y : : doblada/no doblada, staccato/legato, disjunto/conjunto, estático/dinámico.4 3. A, tan simétrica por su división en dos partes iguales, es seguida inmediatamente por un motivo en los cornos y los fagotes (que viene en parte por inversión del motivo de acompañamiento: mi-re-si > re-mib-solb), 8 4 Esto debería leerse: a es a b como x es a y, etc. Debe añadirse la presencia en ambas partes de un motivo de tresillos en las cuerdas divididas, en acompañamiento. 90 no doblado, y que contrasta violentamente con A desde el punto de vista tímbrico, de intensidad y de modo de ataque. Pasemos ahora al análisis interno de A. Dijimos que la segunda parte retoma íntegramente la primera, aunque con algunas variantes: éstas son muy significativas; se sitúan en tres puntos: 1. Muy al principio de A: en (a), el ataque es muy marcado: un largo glissando de las arpas que lleva al motivo, el acento sobre la primera nota de los clarinetes y los fagotes, acentuado por un acorde sfz en las cuerdas en pizzicato y por la percusión (timbal y platillos); a esto se opone el principio de (a’), piano, donde el primer acorde no se distingue para nada de los siguientes. 2. En (b), la melodía de las flautas y de los oboes alcanza su cumbre en un bordado inferior del sol (sol-fa-sol), mientras que en (b’) encontramos un bordado superior disjunto (sol-si-sol). 3. En su conclusión, (b) y (b’) se oponen además por un ligero detalle: en (b’) (compás 37), el do y el sol están marcados con un punto, mientras que no se encuentra ninguna indicación parecida en (b) (compás 31). Estas oposiciones pueden resumirse en el siguiente cuadro: 1a parte2a parte inicio:marcadono marcado clímax:no marcadomarcado declinación : no marcada marcada Pasemos por último al análisis de las relaciones entre (a) y (b), o entre (a’) y (b’). Existe una clara asimetría entre los dos motivos: (a) está doblado, (b) no lo está; además, mientras que (a) forma un solo bloque unitario, (b) está escindido en dos motivos superpuestos –la melodía de las flautas y de los oboes y el motivo de acompañamiento de las cuerdas–; así pues, estos dos motivos se encuentran, con respecto a (a), en una relación hasta cierto punto inversa: mientras que la melodía de las maderas es esencialmente “discursiva” y se opone por lo tanto a (a) como no doblada a doblada, el motivo de las cuerdas consiste en una repetición obstinada de un grupo de tres acordes 91 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical 92 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy 93 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical 94 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy 95 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical que proviene de (a), por reducción (tres en lugar de cinco), simplificación modal (supresión de las tensiones mayor/menor), permutación melódica (mire-si en lugar de mi-si-re...) y exageración (reiteración obstinada en lugar de una simple duplicación).5 Finalmente, el motivo inicial aparentemente tan simple (cinco acordes perfectos en posición fundamental) es de hecho de una gran complejidad. Para empezar, la duplicación no es pura y simple: los clarinetes y fagotes se superponen en síncopa y en ritmo binario (=/ ternario) –lo que crea por lo tanto una doble oposición– las cuerdas en pizzicato; además, en la nueva asimetría, el escucha apenas ha tenido tiempo de acostumbrarse a esta nueva relación (entre el ritmo de las maderas y el de las cuerdas), cuando ésta se rompe (el último acorde de las cuerdas está sobre el tiempo). Esta intervención de las cuerdas enlaza por cierto a (a) con el motivo de acompañamiento en (b), oponiéndose a él (pizzicato/arco). Por otra parte, el motivo (a), simétrico desde cierto punto de vista (duplicación) es asimétrico si se observa desde otra perspectiva: en su constitución interna (ritmo en cinco tiempos). Por último, melódicamente, se puede escuchar de muchas formas, lo que le confiere una gran ambigüedad, ya sea: mi-si-re, re-la-do (con nota común re: se tiene entonces dos veces seguidas el mismo motivo con empalme parcial), seami-si, re-la, do (mi) o mi, si-re, la-do (mi) o bien (si uno se basa en la armonía) mi-si-re, la-do (mi) M M m M m (M) (donde M = mayor y m = menor). 8 5 Notemos además que al final de (b) (o de b’) se observa una verdadera inversión de las relaciones entre la melodía y el acompañamiento: se trata, propiamente dicho, de una inversión de las relaciones entre la figura y el fondo. La melodía, de figura, deviene fondo, y el acompañamiento pasa al primer plano, lo que porta la transición, la primera vez a la repetición de (a), y la segunda, al motivo de los cornos y de las trompetas, que comienza, como habíamos visto, por una variante melódica de ese motivo de acompañamiento. 96 A estas diferentes lecturas –que ponen todas su acento en el aspecto discontinuo de este motivo (si uno se atiene a la ficción de “voces” independientes, no hay aquí más que movimientos disjuntos)–, podemos agregar todavía una más, que revela una continuidad en el descenso cromático la-sol sostenido-sol becuadro-fa sostenido-fa becuadro-(mi). La melodía de (b) aparece entonces como una inversión ascendente, una amplificación, una transformación diatónica de ese movimiento continuo, que figura en (b) en el primer plano, mientras que en (a) debe leerse como si fuera una especie de filigrana. Este análisis, por más fragmentario que esté todavía, muestra que: 1. Encontramos en Debussy duplicaciones que se sitúan en diferentes niveles: vemos aquí dos, encajados uno en el otro. 2. Estas duplicaciones están inextricablemente mezcladas con elementos de variación, utilizadas a la vez como simple medio para establecer equivalencias a distancia entre elementos muy diferentes (a + b y x + y), y como elementos de contraste en el contexto inmediato en relación con los elementos no doblados. 3. Es imposible entender su función fuera de un análisis pormenorizado que se sitúe en todos los niveles de la obra y teniendo en cuenta todos los parámetros (alturas, duraciones, timbres, intensidades, modos de ataque). Consideremos ahora el comienzo de la primera de las Ariettes oubliées, que nos dará especialmente una idea de la manera en la que las duplicaciones pueden ser utilizadas en la dialéctica palabra/música. Se trata de los diez primeros compases que corresponden a los dos primeros versos del poema de Verlaine: C’ est l’extase langoureuse C’est la fatigue amoureuse 97 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical les 98 Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy El texto se caracteriza por un paralelismo gramatical estricto, que es el equivalente a una duplicación. Sobre dos planos, no obstante, se introduce una disimetría en el seno de ese paralelismo: 1. Desde el punto de vista semántico hay una correspondencia cruzada entre los determinados y los determinantes; por una parte “fatiga” corresponde a “lánguida” (Littré:6 “languidez” = “debilitamiento moral y físico causado por los sufrimientos del alma”), y por otra parte “éxtasis” (“voluptuosidad íntima que absorbe cualquier otro sentimiento”) corresponde a “amoroso”. 2. Desde el punto de vista prosódico hay un desajuste en la acentuación de los dos versos (mismo que se conserva en la música): esos versos se miden de la siguiente manera: Desde el punto de vista de la música es preciso hacer las siguientes consideraciones: 1. El mi pseudotónica no aparece sino hasta el compás 9 (salvo una vez, en el canto, como nota de paso, compás 4); el pasaje debería dividirse de la siguiente manera: { 1 - 4 1-8 5 - 8 9 - 10 (a) (a’) (b) 2. El motivo (a) puede ser descompuesto en dos partes; el canto está ligado a la segunda, pero, en (a), éste interviene de alguna manera con retraso en el acompañamiento, mientras que en (a’) hay anticipación del canto. 8 6 Se trata de un diccionario francés [n. del t.]. 99 Facultad de Música • UNAM 1. _ _ _/ _ _ _ _ 2. _ _ _ _/ _ _ _ Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM 3. (a’) presenta una ligera variante de timbre en el motivo descendente en el agudo: do, la, fa no son mantenidos. 4. Sobre todo, la segunda parte del motivo, que en (a) consistía en un simple pedal sobre el cual se desarrollaba el canto, da vida en (a’) a un motivo melódico ascendente (inverso al primero), que está, en sí mismo, doblado; tenemos ahí una especie de microduplicación que contribuye a variar el segundo elemento de la duplicación de base (a + a’). 5. En (b) encontramos un motivo no doblado, que es derivado de (a); notamos también hasta qué punto la “tónica” mi está propiamente eludida, y sirve solamente de transición entre esta introducción y la sección siguiente (11-17) que se opone a la precedente como “estática” (tanto para el canto como para el acompañamiento) a “dinámica”. 6. Después de esta sección “estática”, el motivo (a) reaparece, no doblado, por última vez en la pieza. En lo que concierne a la relación entre estructura del texto y estructura de la música, recordemos que, en lugar de una disimetría entre las dos frases cantadas, el paralelismo (la duplicación) no se encuentra más que en el acompañamiento. En la sección que le sigue (11-17), por el contrario, mientras que el paralelismo gramatical está roto entre los versos (C’est tous les frissons des bois / Parmi l’étreinte des brises. / C’est, vers les ramures grises / Le chœur des petites voix) la música instaura un paralelismo estricto, tanto en el plano del canto como en el del acompañamiento. Veamos ahora un análisis de una pieza más larga, que forma un todo. Se trata del Preludio de Pelléas.7 Descompongamos, a manera de ejercicio, estos 23 compases partiendo del todo hacia las partes y tomando como principio el de establecer una “gran división” cada vez que reaparece un motivo melódico ya presentado anteriormente (no obstante, sin tomar en cuenta las duplicaciones consideradas como formando un todo). Esto nos lleva a la siguiente tabla, 8 7 Este análisis debe mucho a las conversaciones sostenidas con André Souris. 100 Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy que conserva ambigüedades, pero que tiene la ventaja práctica de darnos una visión global de la pieza:8 2. (8-17) 2.1 (8-13) 2.11 (8-11) 2.111 (8-9) 2.112 (10-11) 2.12 (12-13) 2.121 (12) 2.122 (13) 2.2 (14-17) 2.21 (14-15) 2.211 (14) 2.212 (15) 2.22 (16-17) 3. (18-23)3.1 (18-20) 3.11 (18-19) 3.111 (18) f 3.112 (19) 3.12 (20) 3.2 (21-23) 3.21 (21-22) 3.211 (21) 3.212 (22) 3.22 (23) a a’ b’ c a1 a1’ b1 b 1’ d d e f’ g h h i Es posible hacer una primera constatación: los elementos duplicados y los no duplicados se alternan sin cesar, dando lugar a una verdadera dialéctica de lo repetido y lo no repetido. Probablemente el ejemplo más sorprendente lo da la primera sección, donde, después de la duplicación sucesiva de dos motivos, el trémolo de los timbales sobre el la bemol introduce una disimetría. Se podría incluso afirmar que la única función de este trémolo de timbales es la de crear precisamente esta disimetría, y eso doblemente: en el plano del mero desarrollo formal y en el plano armónico (la bemol, tritono de re, nota polar hasta ahí). 8 8 Los números entre paréntesis remiten a los compases. 101 Facultad de Música • UNAM 1. (1-7) 1. 1 (1-6) 1.11 (1-4) 1. 111 (1-2) 1.112 (3-4) 1.121 (5)b 1.122 (6) 1.2 (7) Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM PELLÉAS et MÉLISANDE 102 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy 103 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Retomemos el asunto desde el principio. La cesura del compás 7 invita a considerar los seis primeros compases como un todo: éste se divide en dos motivos, cada uno seguido de su duplicación variada rítmicamente: (a + a’) + (b + b’). Estos dos motivos mantienen relaciones extremadamente complejas. 1. Lo que más sorprende es un contraste muy claro; de un motivo a otro, parece que hubiera un abismo, se podría hablar de dos mundos diferentes. El contraste principal se encuentra en el nivel de las escalas: de una escala modal (“modo de re”) en (a), se pasa a la escala por tonos enteros en (b); este contraste se incrementa aún más por el de los timbres (cuerdas/maderas), el de los registros (grave-agudo), y el que existe en la velocidad, doble en (b), y en la densidad más compacta en (b). 2. Cada motivo está duplicado: aquí nos acercamos a una de las funciones centrales de la duplicación en este Preludio, a la que se ha hecho referencia más arriba: ésta crea una equivalencia formal entre elementos muy heterogéneos en cuanto a su material; estos dos motivos tan contrastados se vuelven conmensurables por el simple hecho de que ambos se repiten de manera idéntica. Estas dos aseveraciones principales, sin embargo, no agotan lo que hay que decir acerca de estos seis compases. Al interior de este cuadro, caracterizado por una parte por el contraste neto en los materiales, y por la equivalencia formal, por otra, aparece una serie de relaciones sutiles entre (a) y (b): 3. Desde el punto de vista armónico, si se considera la estructura interna de cada motivo a partir de una perspectiva puramente formal, (b) aparece como una simplificación de (a). En efecto, en (a) tenemos realmente dos acordes, uno por compás: el primero es un acorde de quinta, sin tercera, sobre re; el segundo, un acorde perfecto sobre do (con un la como nota de adorno).9 Desde el punto de vista de la relación entre estos acordes, notemos que no se puede realmente hablar del “modo en re”: para empezar, porque este modo está incompleto –no tiene más que cinco notas (do, re, mi, sol, la), el fa no aparecerá sino hasta (a 1) y el si 8 9 Se puede notar aquí una de las numerosas ambigüedades que, siguiendo el punto de vista según el cual uno se ubique, permiten leer la obra de maneras diferentes: desde el punto de vista puramente melódico, el sol podría aparecer como un bordado inferior de la; desde el punto de vista armónico, la situación se invierte, es el la el que aparece como un adorno. 104 bemol en (b1); además, parece que los dos acordes sucesivos de re y de do se encuentran en términos de igualdad; el hecho de que el acorde de do esté completo (con mi) acentúa su carácter de “tónica”, y puede decirse que, del primero al segundo compás, hay un verdadero deslizamiento del centro de gravedad armónico del re hacia el do. En cambio, en (b) tenemos realmente sólo un acorde: el bajo (la bemol) permanece idéntico a lo largo de los dos compases; además, lo característico de la escala por tonos enteros es el no diferenciar, el neutralizar las oposiciones armónicas, y el poner todo en el mismo plano. El segundo acorde aparece realmente como un bordado global del primero, sobre el cual, contrariamente a lo que sucede en (a’), se termina en (b’).10 4. Desde el punto de vista rítmico-melódico (a) y (b) parten ambos de la misma nota polar, re, pero (b) aparece a la vez como una reducción y una complicación de (a): una reducción ya que, de los dos movimientos ascendentes sucesivos, de quinta (re-la) y de segunda (sol-la) de (a), (b) no conserva más que el movimiento de segunda que regresa al punto de partida (re-mi); una complicación dado que, por oposición al movimiento uniforme de blancas, característico de (a), (b) introduce una variación mayor (síncopa, tresillos, corcheas).11 La variación rítmica en (a’) y en (b’) acentúa a la vez la simetría y la disimetría entre ambas partes: la simetría, ya que ambas poseen este carácter común de variar su duplicación; la disimetría, puesto que –si se subdivide cada motivo en cuatro momentos, que corresponden una blanca en (a), y a una negra en (b)– la variación rítmica lleva en (a’) una negra en el segundo momento, y en (b’) inicialmente en el primero, y después en el cuarto. 8 10 La escala por tonos puede aparecer como una transformación del modo defectivo de re: do, re, mi permanecen en su lugar, sol desciende a fa sostenido, y/o sube a la bemol, la desciende a la bemol y/o sube a si bemol. El contraste sucesivo de acordes de re y de do es neutralizado por la superposición de do y re en un solo acorde. 11 La dinámica es más fluctuante en (b); calmado, igual y lento en (a), el movimiento, en (b), es inicialmente rápido (re-mi negras), y, como por un remordimiento, ralentado (prolongación de mi por síncopa del tercer tiempo), y de nuevo, decididamente, acelerado para recuperar nuevamente el tiempo perdido (tresillos), y al final estabilizado (corcheas). 105 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical A todas estas relaciones se superpone todavía otra más: en (a) se puede descubrir, en el segundo plano detrás del motivo melódico principal, un motivo re-mi-re-mi, o más bien, Facultad de Música • UNAM mi mi re– –re– en redondas. do do Es este motivo el que, en (b), pasa a un primer plano en negras. Si al comparar los motivos que están cada vez en primer plano, (b) aparece desarrollándose dos veces más rápido que (a), cuando se considera este último motivo –que es fondo en (a) y figura en (b)– (b) parece ir cuatro veces más rápido que (a). Faltaría agregar, con el fin de no dejar nada fuera, la inversión en jerarquía de los timbres: en (a), las cuerdas están en un primer plano, las maderas (fagotes), en un segundo; en (b), las maderas están en el plano principal, mientras que las cuerdas (contrabajos) pasan al segundo plano. Después, en la cesura (c), tenemos seis compases que son la repetición variada de los seis primeros. En relación con (a), (a1) presenta las siguientes características: 1. Es más denso y ocupa un registro más extenso. 2. (a) se encuentra en cierto modo desdoblado: en lugar de un acorde por redonda, tenemos un acorde por blanca; de aquí una cierta inversión de las relaciones melódico/armónicas; en (a), la armonía, muy sobria, formaba un fondo sobre el cual se desprendía la melodía; en (a1), la armonía se afirma como tal. Al mismo tiempo, hay una afirmación de la nota re (cfr. el movimiento de bajo: re-fa-la-fa-re...); el desplazamiento de re a do, típico de (a), ha desaparecido. Es preciso notar finalmente el movimiento “latente” re-mi-re-do, transformación del movimiento latente de (a). En cuanto a (b1), lo que lo distingue esencialmente de (b) es la desaparición de la escala por tonos enteros en beneficio de un franco acorde de si bemol mayor, sobrecargado y bordado –ese si bemol que estaba perfectamente ausente de (a), e inmerso en los tonos enteros en (b). A decir verdad, el contraste que dominaba el principio de la pieza 106 no desapareció, sólo fue desplazado: en efecto, la sección siguiente (d + d) reintroduce las notas enteras, manteniendo la continuidad con lo que precede, por el bajo si bemol, y regresando a la nota polar la bemol (melódicamente, (d) no es más que un bordado de la bemol).12 A propósito de esta sección (compases 14-17) advirtamos que se encuentra en relación con (a1-b1) en la misma proporción que el redoble del timbal sobre el la bemol (c, compás 7) en relación con (a-b): viene, por así decirlo, a ocupar solamente el lugar que indicaba (c). Finalmente, siempre a propósito de esta sección (14-17) notemos que es la primera vez en este Preludio que nos encontramos con una duplicación pura y simple: el compás 15 retoma simple y sencillamente el compás 14; pero este motivo duplicado es inmediatamente seguido, en los compases 16-17, por un largo motivo melódico, no doblado. Más exactamente, el compás 17 puede ser concebido como una variación melódica de 16, y no es su duplicación más que desde un mero punto de vista armónico, desde un punto de vista del simple fondo armónico. Es interesante resaltar la relación que une esta sección (14-17) a los seis primeros compases; esta relación puede expresarse de la manera siguiente: (a + a’) : (b + b’) : : (d + d) : (e + e’) = simple/complicado (desde la perspectiva rítmica), = simple/doble (desde el punto de vista de la velocidad).13 Notemos, además, que desde otro punto de vista, los compases 12 a 17 forman un solo bloque, caracterizado por un largo pedal sobre el si bemol. Pasemos a los seis últimos compases del Preludio: A. Desde cierta perspectiva, esos seis compases se dividen en 18-19 + 20-23. En efecto, hay un contraste, por una parte, entre dos compases que, sobre el pedal de la, superponen dos motivos en contrapunto –éste es el único caso en todo el Preludio14– y, por otra parte, entre cuatro compases caracterizados por melodías en acordes, en donde el bajo sigue estrictamente la parte de arriba en cuanto al ritmo (a excepción del último compás que reintroduce un pedal). 8 12 Debe aquí también resaltarse el mismo tipo de enlace entre secciones sucesivas por medio del pasaje de un motivo del plano de fondo al plano principal, del fondo armónico a la melodía: la segunda aumentada si bemol-do sostenido, fundida en la armonía en (b1), se vuelve constitutiva de la melodía en (d). 13 Cfr. en (d): blanca + negra + dos corcheas / en (e) : negra + corchea + dos doble corcheas, etc. 14 (f + f ’) superpone (b + b’) (duplicación variada) y (e + e’) (motivo traspuesto). 107 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical B. Por otra parte, se puede hacer una división entre los compases 1820 y 21-23: 1. En cada caso, tenemos un motivo duplicado, seguido de uno no duplicado, que es una variación de aquél: (f + f ’) + g / (h + h) + i. 1. La sección 21-23 es simétrica e inversa de 18-20 (si no se considera, en 18-20, más que el motivo que corresponde a b + b’), en efecto, se tiene un doble contraste entre: a) movimiento ascendente / movimiento descendente; b) crescendo/decrescendo, esto en cada ocasión en tres etapas: a (– <<) responde (>> –). 2. Entre 18-20 y 21-23 existe además una relación que puede llamarse de simplificación, y eso doblemente: a) los bordados, la complejidad rítmica, típicos de los compases 18-20, desaparecen en 21-23; b) en lugar de una escala por grados conjuntos, tenemos un arpegio por grados disjuntos: de la una a la otra hay empobrecimiento, “evidentemente”, si así puede decirse. Finalmente, de 18-20, 21-23 conserva el encabalgamiento del tercer tiempo, el cual le da continuidad a estos seis compases y liga el conjunto al motivo (b). C. Desde el punto de vista modal, tenemos además otra división, que recorta las precedentes: “modal” 108 con fa sostenido con fa becuadro 2 compases 3 compases tonos enteros 1 compás El conjunto de estos últimos seis compases, visto desde ciertos ángulos, o bien solamente los tres últimos, vistos desde otros, pueden ser considerados como una transformación de los seis (o aun los siete) primeros: 1. 21-23 aparece como una transformación de 1-6: a) En cuanto a la duración absoluta, la relación entre 1-4 y 5-6, por un lado, y entre 21-22 y 23 por el otro, es la misma: 2/1. b) Desde el punto de vista de las escalas, se tiene un mismo contraste: “modo de re” con movimiento de un acorde de re a uno de do / tonos enteros.15 2. El contraste duplicación / no duplicación, (h + h) / i, retoma, atenuando la disimetría, la relación de los seis primeros compases al séptimo [(a + a’) + (b + b’) + c]. 3. En la medida en que 18-19 retoma el motivo (b + b’), y en que 21-22 recuerda, como notamos anteriormente, a (a + a’), vemos dibujarse una simetría inversa entre los seis primeros y los seis últimos compases, a excepción del último. Finalmente, el último compás del Preludio, que termina sobre el la bemol, se encadena sobre una reincidencia del motivo inicial, mostrando la polaridad –y la ambigüedad– fundamental que domina toda la obra. ¿Qué conclusiones se pueden sacar de este análisis del Preludio de Pelléas? Por una parte, se confirman nuestros señalamientos hechos a propósito del fragmento de Fêtes: se vuelve evidente que las duplicaciones mantienen relaciones múltiples y complejas con todos los demás aspectos de la obra. Es en lo sucesivo imposible un procedimiento mecánico, un “cliché composicional”. Por otra parte, es interesante ver que, habiendo partido de un problema muy general, fuimos obligados a entrar en análisis cada vez más forzados –que ciertamente habría que complicar más todavía– para llegar 8 15 La oposición “modo de re” / tonos enteros se encuentra aquí acentuada por la falsa relación si becuadro / si bemol, que estaba ausente en la primera sección. 109 Facultad de Música • UNAM Nota sobre las duplicaciones en la obra de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical a la disolución, en cierta manera, de nuestro problema inicial. Es probable que sea a través de esta vía como el estudio de la música, si quiere progresar, deberá comprometerse cada vez más. El tiempo de las declaraciones de principio, de los manifiestos inaugurales, ha terminado. Referencias bibliográficas JAKOBSON, R., “Linguistique et Poétique”, en Essais de Linguistique Générale, París, Minuit, 1963. _____________ “Why ‘mama’ and ‘papa’?”, en Selected Writings, I, La Haya, Mouton, 1971. LÉVI-STRAUSS, C., “Finale”, en L’Homme, vol. 11, no. 2, 1971 a, pp. 5-14. Facultad de Música • UNAM _____________ L’Homme nu, París, Plon, 1971 b. NETTL, B., Music in Primitive Culture, Cambridge, Harvard University Press, 1956. SAUSSURE, F. de, Cours de Linguistique générale, París, Payot, 1921. SCHAEFFNER, A., “Debussy et ses rapports avec la musique russe”, en Musique russe, tomo I, París, P.U.F., 1953. 110 El hecho musical y la semiología de la música Jean Molino El hecho musical y la semiología de la música* Jean Molino I. EL HECHO MUSICAL A. La impureza confundida Facultad de Música • UNAM La música, ya sea que intentemos definirla o describirla en sus diversos aspectos, nunca puede ser reducida a una entidad única. ¿Qué es la música? Por supuesto, una pregunta trivial y ridícula. Todo mundo sabe lo que es la música. Pero veamos las definiciones. ¿La música es “el arte de ordenar sonidos conforme a reglas (que varían de acuerdo al lugar y al tiempo), para organizar un lapso de tiempo con componentes acústicos”, como plantea el diccionario Petit Robert? En ese caso, la música es definida por las condiciones que la produjeron (es un arte) y por sus materiales (sonidos). Para otra autoridad, “el estudio del sonido es una materia de la física. Pero la elección de sonidos que son placenteros para el oído es una materia de la estética musical” (P. Bourgeois, en Encyclopédie, 1946: 1). Una definición por las condiciones que la produjeron da lugar a una definición por los efectos producidos en el receptor: los sonidos deben ser placenteros. Para otros, la música es virtualmente idéntica a la acústica, una rama particular de la física: “Es aceptado que el estudio de la acústica y las propiedades del sonido en un sentido va más allá del dominio estrictamente musical, pero estas ‘emergencias’ son mucho más pequeñas y menores en cantidad de lo que generalmente se supone” (Matras, 1948: 5). Estas tres definiciones, escogidas de entre muchas otras, resaltan la dificultad experimentada al aprehender la realidad polimórfica conocida como música. Al mismo tiempo, revelan una dimensión inicial de variación 8 * Publicado en francés como “Fait musical et sémiologie de la musique”, en Musique en jeu, no. 17, enero de 1995, pp. 35-62; en versión en inglés como “Musical fact and the semiology of music”, en Music analysis, vol. 9, no. 2 (1990), pp. 105-156. Traducción de Juan Carlos Zamora. 112 del fenómeno musical, que da como resultado un alto grado de incertidumbre en las definiciones. Lo que es llamado música es simultáneamente la producción de un “objeto” acústico, el objeto acústico mismo, y finalmente la recepción de dicho objeto. El fenómeno de la música, como el del lenguaje o el de la religión, no puede definirse o describirse correctamente, a menos que tomemos en cuenta su modo de existencia triple –como un objeto arbitrario aislado, como algo producido y como algo percibido. Es en estas tres dimensiones en lo que se basa, en gran medida, la especificidad de lo simbólico. Las definiciones de la música que hemos empleado constituyen la conclusión de un desarrollo que en el mundo occidental determinó una restricción y una especificación del campo musical. La música, como muchos otros hechos sociales, al retroceder en el espacio y en el tiempo a través de ella, parece que toma elementos heterogéneos, y desde nuestro punto de vista, no musicales. No existe tal cosa como una música universal, fondo común o el más grande común denominador de las músicas de todas las épocas y todos los países. ¡Tantas realidades diferentes han sido designadas por medio de palabras que son ellas mismas diferentes y se relacionan con varios campos de la experiencia! En el mundo de la Grecia antigua, el descubrimiento atribuido a Pitágoras juega un papel ambiguo. Si los intervalos musicales principales pueden ser expresados en términos de relaciones sencillas entre los primeros cuatro números enteros (2/1, 3/2 y 4/3), esto prueba que todo puede ser expresado por números. Por lo tanto, la música es, junto con la geometría, el ejemplo más temprano de física matemática, es decir, del establecimiento de una relación entre el número y el mundo de los fenómenos. Consiste en una ciencia puramente teórica: la música de tiempos medievales, que tomó su lugar en el quadrivium al lado de la aritmética, la geometría y la astronomía, no tenía nada que ver con la técnica de los intérpretes, ni con la respuesta de los oyentes. Sin embargo, al mismo tiempo, tanto para la tradición pitagórica como para la medieval, la música asumió su verdadero significado cuando se incorporó al proceso de purificación (kαθαρσιV) que permitía al ´ hombre sabio ir más allá de las apariencias sensibles y, al entregarse a la vida contemplativa (θεωρια), El ´ descubrir el orden del mundo (kοσµοV). ´ 113 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Renacimiento permaneció fiel a este misticismo musical, que se extendió a la cosmología y la religión astral. Theorica Musicae de Franchino Gatori (1496) mantenía y proclamaba los lazos entre la música y la cosmología platónica. Y es bien conocido el papel que la búsqueda de “armonías” cósmicas jugó en la obra de Kepler. La música no es más “pura” en culturas de tradición oral de lo que lo fue en la Grecia antigua. La música acompaña las ceremonias principales y ritos de la vida religiosa y social. Voces e instrumentos poseen propiedades simbólicas que los hacen corresponder con partes del cuerpo humano, con fenómenos naturales y con seres sobrenaturales. El campo mismo del hecho musical, tal como es aceptado y dividido por la práctica social, nunca coincide precisamente con lo que entendemos por música. En otras palabras, la música está en todas partes, pero nunca ocupa el mismo lugar. No hay mayor peligro que el tipo de etnocentrismo que nos lleva a distinguir en todas partes una música restringida (que corresponde a nuestra concepción del hecho musical) como el único tipo auténtico de música, frente a un área secundaria, complementaria, que designamos y rechazamos al denominarla “significación” o “interpretación simbólica”; un tipo de apéndice sin importancia que se une a la música pura sin cambiar su naturaleza. Sin embargo, no se conoce lo suficiente sobre las representaciones colectivas, en las que la música se constituye en el objeto en sociedades sin escritura. Carecemos, si se quiere plantear así, de fotografías tomadas desde dentro. Muy pocos investigadores han tratado de encontrar precisamente cómo el concepto de ‘música’ es definido en las mentes de la población nativa. En otras palabras, deberíamos encontrar una gran dificultad en plantear, sin importar de qué población estuviéramos hablando, en dónde comenzó la música para ellos y dónde terminó, o qué línea marcó la transición del discurso a la canción (Rouget, 1968: 1344). Un aspecto clave de las teorías míticas de la música es la relación cercana entre ésta y el lenguaje. G. Calame-Griaule mostró cómo, entre los dogon, “la diferencia entre canto y discurso ordinario es una diferencia no de tipo, sino casi de grado” (1965: 529). Sucede lo mismo con la música 114 instrumental. Así, los dogon sienten la necesidad de establecer un sistema cerrado de correspondencias entre ritmos y sonidos musicales por un lado, y expresiones de un lenguaje articulado por el otro; la música y el lenguaje son traducibles, y es posible pasar directamente de un sistema simbólico al otro. Esta línea incierta e intermitente entre el lenguaje y la música muestra la imposibilidad de definir una música universal en términos de su materia, el fenómeno del sonido, porque significaría que siempre se tendría que insertar lenguaje en ella. Éste es un ejemplo entre muchos que muestran las afinidades por las que se vinculan formas simbólicas diferentes. La larga historia de teorías expresivas de la música (la música refleja o excita las pasiones básicas) y de teorías imitativas de la música (la música representa la realidad), ilustra perfectamente cómo el hecho musical siempre está, no solamente unido, sino estrechamente relacionado con el cuerpo entero de hechos humanos. Hasta aquí solamente hemos hablado de filosofías de la música, es decir, de elaboraciones teóricas de distinto grado de complejidad. El panorama no sería menos variado si analizáramos prácticas musicales. ¿Hay algo en común, por ejemplo, entre las sinfonías de Mozart y los juegos de garganta de los esquimales de Quebec; entre el arco musical de los bosquimanos y el Kendang balinés; entre las improvisaciones reguladas de la música tradicional y las composiciones escritas de músicos occidentales? ¿Cómo distinguimos entre música y danza, canción y discurso, sonido lúdico o mágico y sonido musical? Por lo tanto, no hay una música, sino muchas músicas, no músicacomo-tal, sino un hecho musical. Ese hecho musical es un hecho social total, y las palabras de Marcel Mauss se aplican tanto a la música como al don: Los eventos que hemos estudiado son todos, si se puede permitir el término, totales, o, si se prefiere –aunque no nos agrade la palabra–, hechos sociales generales. Es decir, en ciertos casos ponen en marcha a toda la sociedad y sus instituciones... Todos estos fenómenos son al mismo tiempo legales, económicos, religiosos, y aun estéticos, morfológicos, etc. (1950: 274). 115 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Reflexiones sobre semiología musical B. La búsqueda de pureza y su fracaso Facultad de Música • UNAM Una solución al problema de la unidad en la música es el dividirla en dos, distinguiendo una música occidental pura, racionalizada, y consignando todos los demás tipos de música a la impureza. Pero hacer eso es malinterpretar la evolución de la música occidental, que no es una purificación racionalizante, sino un proceso simbólico constructivo. Para introducir algún orden y significado a lo que en primera instancia parece una diversidad irreductible, Max Weber planteó una solución (1921) que muchos otros han retomado desde entonces. Él sugirió que había dos tipos principales de música: música occidental y el resto. Lo que de acuerdo con Weber constituye el carácter específico de la música occidental es su racionalidad: la música gradualmente se convierte en una práctica estandarizada que utiliza instrumentos establecidos y procede a erigir construcciones calculables sobre la base de una armonía sistemática y una escala regular. El mismo proceso opera en el libro de cuentas de un comerciante y en la organización de una música bien ordenada. El músico europeo es el hermano gemelo del protestante capitalista y del científico moderno. Por lo tanto, la historia musical de occidente es vista como un proceso de racionalización y especialización. Usando el lenguaje propio de la fábula, podríamos narrar la historia de la música occidental de la siguiente manera: érase una vez un hombre (blanco) que descubrió las leyes de la acústica y cimentó las reglas universales de la música, basadas en la naturaleza de las cosas. De esta manera, la música, habiendo alcanzado su verdad, la culminación de errores y experimentos anteriores, finalmente se realizó en su pureza. El hombre era una combinación de Pitágoras, Rameau, Hanslick y Théodore Dubois. Porque aun cuando la gente no adopte el esquema explicativo de Weber, continúa pensando en términos de un contraste entre tipos de música impura y música pura, y afirmando que los otros tipos –músicas primitivas, músicas “orales” o “tradicionales”– no son obras de arte; están mezcladas con otra cosa, llevando a cabo una función social o religiosa, por lo que es apropiado, al estudiarlas, eliminar la música de la matriz en la cual se ha encontrado aprisionada y distorsionada. 116 La ruptura entre la ciencia de la acústica y la música fue consumada con Descartes (1596-1650). En el Compendium Musicae Descartes sostuvo la definición tradicional: “El objeto de la música es el sonido. Su propósito es deleitar y excitar en nosotros varias pasiones”. Al ser definida la música por su propósito, el problema era establecer una correspondencia entre las propiedades del sonido –el ritmo y la altura– y las pasiones del corazón. Descartes no temía apelar a las fuerzas de simpatía para explicar esta correspondencia: si preferimos la voz a los instrumentos, decía, es porque entre la voz y el hombre hay la misma relación de simpatía que entre la piel de oveja y la oveja, debido a que un tambor cubierto con piel de oveja permanece en silencio mientras que es tocado un tambor cubierto con piel de lobo. De una manera más general, Descartes apelaba a la noción de proporción, un concepto polisémico tradicional que contenía tanto las reglas de la retórica clásica, como las teorías medievales y las matemáticas platónicas del Renacimiento. Pero hay una contradicción fundamental en la doctrina de la proporción, oculta por la ambigüedad de la palabra. Ésta denota tanto la proporción –preferiblemente aritmética– que debe existir entre los componentes del objeto musical complejo y “la proporción y correspondencia del objeto con los sentidos”. Un principio adicional permite establecer un lazo entre los dos tipos de proporción. Se trata de un principio heredado de la tradición retórica, de acuerdo con el cual el placer surge del descubrimiento de una relación que no es ni demasiado fácil, ni demasiado difícil de aprehender: el objeto placentero es “aquél que ni es tan fácil de conocer que no deje nada a ser deseado por la pasión con la que los sentidos están acostumbrados a comportarse hacia sus objetos, ni tan difícil que ocasione que los sentidos sufran al esforzarse para conocerlo” (Descartes, 1963: 30). Es esta ambigüedad la que Descartes traspasa al hacer una distinción absoluta entre el mundo de la ciencia y el dominio privado del estado mental. Por un lado existe el sonido y sus propiedades físicas y matemáticas: “Los cálculos sirven sólo para mostrar qué consonancias son las más simples, o, si se desea, las más dulces y perfectas; pero no necesariamente las más placenteras”. El adjetivo “dulce” se refiere a una propiedad objetiva de los sonidos –“la miel es más dulce que las aceitunas”–, y de manera muy precisa 117 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical connota la misma propiedad que la palabra “simple”, que se relaciona con una proporción matemática establecida. Por otro lado, siempre hay un estado mental inducido por la música, pero sin una propiedad objetiva del sonido que le corresponde: “No conozco ninguna cualidad en las consonancias que corresponda a las pasiones”. La proporción se ha dividido en dos nociones independientes: por una parte, la proporción o relación matemática, y por la otra, la “relación entre nuestro juicio y el objeto; y debido a que los juicios de los hombres son tan diferentes, ni lo hermoso ni lo placentero puede afirmarse que nieguen cualquier medida dada”. Por lo anterior, no tiene sentido explicar la significación de una pieza de música, aun cuando tenga como objetivo ilustrar las palabras de un poema. Después de comentar extensamente la música compuesta por Boësset a un poema de Abbé de Cérisy –Me veux-tu voir mourir, trop aimable inhumaine?– Descartes concluyó: “Y toma en cuenta que es en broma el que yo me haya extendido aquí, no para contradecirte, sino para mostrar que las razones de este tipo, que dependen menos de la ciencia de la música que de la interpretación de una canción francesa, no me parecen matemáticas ni físicas, sino solamente morales. Con ayuda de tales razonamientos, podría fácilmente argumentar, no sólo con otro, sino contra mí mismo” (1967: 297). El sentido o el valor expresivo de la música tiene su origen en asociaciones subjetivas evocadas por el sonido: “En segundo lugar, lo que hace a cierta gente querer bailar, puede despertar en otros deseos de llorar” (1963: 252). Los Galileo, los Mersenne y los Joseph Sauveur procedieron a construir una ciencia: “Es durante el siglo diecisiete que, paralelamente a la mecánica, de la cual es una rama, a pesar de tener ciertos desarrollos independientes, la acústica rompe con el arte musical para convertirse en una verdadera ciencia del fenómeno sonoro” (Costabel, 1958: 510). Como una rama de la mecánica, la acústica no conoce más que figuras y movimientos. También se desarrolla al imponer un único modelo de explicación a todos los aspectos del fenómeno sonoro. La producción, comunicación y propagación, así como la transmisión al oído del fenómeno sonoro, fueron estudiadas a partir del dominio de referencia que constituye las propiedades físicas susceptibles del análisis matemático de un sonido considerado como proceso vibratorio. El sonido pierde su cualidad, sólo tiene propiedades medibles. 118 Sin embargo, aunque el desarrollo de la física destruyó el lazo entre la ciencia y la teoría de la expresión de las pasiones en la música, llevó, por otro lado, a una pretensión asombrosa: que el sistema musical europeo estaba basado en la naturaleza de las cosas. En otras palabras, el desarrollo de la historia musical en occidente no era simplemente una larga marcha hacia la pureza de la música, sino también la conquista de su verdad; la verdad definida como adaequatio rei et intellectus. La música –producto del intelecto y del deseo de conocimiento–, era reproducción del mundo de los sonidos en su objetividad. La música reflejaba la estructura real del mundo. ¿Es creíble esta epopeya occidental sobre el amplio camino que conduce a la música, en su verdad y su pureza, a una música por fin racional, la meta implícita de toda evolución anterior? La música participaría entonces de ese gran movimiento de desencanto del mundo que sacó a los dioses del cielo y vació a la creación humana de su expresividad emotiva. Sin embargo, para Max Weber mismo, el gusano estaba en el fruto. Se deleitaba buscando las semillas de la irracionalidad en el sistema musical occidental –asimétrica en esta organización de la escala, dividida inequitativamente en una cuarta y una quinta. Tampoco el sistema diatópico es una totalidad lógicamente cerrada. El profundo nietzscheanismo de Weber lo lleva a reconocer el fundamento irracional, la división ilógica que soporta todo el edificio del racionalismo. ¿La música no sería acaso otra cosa que la máscara más hipócrita asumida por una música incapaz de escapar de la impureza? Pero es apropiado ir más allá y tomar en serio el planteamiento de Mauss: el hecho musical es tan complejo y heterogéneo hoy día, como lo era antes. La única diferencia es que se ha constituido un cuerpo de doctrina teórica –llamado música–, que, procediendo por los caminos analizados por Weber, se ha separado gradualmente del conjunto de fenómenos (heterogéneos para nosotros), que forman el hecho musical. Es sólo para ciertos músicos y teóricos que la música es pura; de manera más precisa, nuestra música es pura porque es nuestra. Esto no significa negar que la evolución de la música occidental haya contribuido, por una parte, a desprenderla de las totalidades en las cuales se integraba, y a purificarla. Pero esa purificación era sólo relativa. Se formaron otros lazos, otras totalidades que no eran más puras que las primeras. ¿Es la existencia de 119 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical un foso de orquesta o de un escenario teatral, el cuarteto de cuerdas o la cantante, el concierto o la música de kiosko, el festival de música pop o el concierto, algo más natural y cercano a la música pura que el canto del santero que acompaña un rito religioso? Conviene, entonces, invertir la perspectiva: la música pura o restringida no es un primer y esencial dato; es un artefacto, resultado de un proceso arbitrario de subdivisión al seno del hecho social total, que aísla un dominio a partir del cual es imposible –y vano– reconstruir el conjunto. Las ciencias humanas tienen la costumbre de demarcar, en la continuidad de los fenómenos, dominios más o menos delimitados en los que las prácticas socialmente reconocidas –religión, pintura, música– están separadas en segmentos sin ningún punto de contacto: sociología, psicología, historia de la religión, historia de la música, etc. Aunque es cierto que el hecho musical varía significativamente de una sociedad a otra, no es menos cierto que constituye, en un momento dado, una unidad global. Es por ello que las conexiones establecidas por las diversas ciencias humanas permanecen superficiales: no pueden, en la abstracción de su dominio, dar cuenta de las relaciones que unifican el fenómeno total –el hecho musical. No se trata de preconizar una ciencia “holista” que se reduciría a una verborrea desordenada sobre la dialéctica de la totalidad, sino por una ciencia que respete las articulaciones “naturales” de la práctica social. Si reconocemos la existencia, siempre y en todo lugar, de una música generalizada e impura, que englobe a la música restringida o música pura, podemos intentar una reinterpretación diferente del sentido de la evolución que condujo a la música seudopura. No es tanto un proceso de racionalización como un proceso de exploración y construcción: la música –y no sólo en el mundo occidental–, sigue un doble movimiento de descubrimiento y producción. Pasar de una tritónica a una pentatónica es, al mismo tiempo, descubrir un terreno desconocido y organizarlo, respetando ciertamente datos topográficos, pero a través de un acto productivo y arbitrario de construcción. El dodecafonismo es, por tanto, heredero legítimo de estas tempranas –y en gran medida hipotéticas– extensiones del campo musical. Una de las primeras operaciones a través de las cuales se manifiesta este descubrimiento constructivo que opera en la música, es la división del 120 continuo sonoro en notas separadas. Independientemente de que sean las vías reales que llevaron del ruido al sonido y a la influencia que tuvieron los instrumentos de altura determinada, una etapa esencial en la historia de la música fue la creación de una escala. Esto ocurrió cuando se consideró, por un lado, que una clase entera de sonidos constituía una clase de equivalencia –esto es que, independientemente de sus diferencias concretas “éticas”, fueran “las mismas”– y que, por otro lado, esta clase se oponía a otras clases de sonidos. El mismo proceso se encuentra tanto en el lenguaje como en la música, y es lo que haría posible más tarde la notación, y posteriormente el análisis “émico”. Esta construcción es un producto cultural, presuponiendo lo que K. E. Boulding llamó transcripción: “Esto es, un registro bajo una forma más o menos permanente, que puede ser transmitido de generación en generación. En las sociedades primitivas y sin escritura, la transcripción toma la forma de rituales verbales, de leyendas, de poemas, de ceremonias, etc., cuya transmisión de generación en generación es siempre una de las actividades principales del grupo” (1961: 64-65). A partir de este momento es necesario aprender música –o el lenguaje: sus elementos, arbitrarios, están preestablecidos (Harris, 1971: 7-10). La creación y el desarrollo de la notación musical ilustra de una manera más clara este proceso constructivo –homo faber et symbolicus–, que opera en la música. A la transcripción directa, gracias a la memoria y a las prácticas de la colectividad, le sigue la transcripción “disociada”, “una transcripción que, en cierto sentido, es independiente del transcriptor, una comunicación independiente del transmisor” (Boulding, 1961: 65). Escritura y notación musical son las dos formas paralelas de esta transcripción disociada que transformó profundamente las condiciones de intercambios lingüísticos y musicales. Esto hizo posible a partir de entonces trabajar con y sobre la transcripción disociada, en vez de trabajar directamente dentro del marco y bajo el yugo de las prácticas prescritas por una tradición cultural. Es desde esta perspectiva que debemos considerar los sistemas de transcripción como “máquinas de comunicación”: a pesar de los interminables discursos sobre el fin de la escritura, éstas también son herramientas de transcripción disociada. No son más “directas” que la escritura; su disociación no es del mismo tipo. Lo esencial es que permiten descubrir y construir. 121 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Reflexiones sobre semiología musical C. Las músicas de hoy Facultad de Música • UNAM La evolución de la música en este último siglo demuestra la imposibilidad de permanecer en el marco de una supuesta música pura, que se derrumbó en el momento mismo en que Weber planteó su teoría al respecto (1921); Ionisation de Varèse (1931) incorporó variables no tematizadas por la tradición musical occidental. En ninguna parte se muestra tan claramente el fracaso de esta supuesta búsqueda de pureza en la música como en la evolución reciente de la música. Aproximadamente durante los últimos cien años se produjo una triple extensión del campo musical, gracias a los “tres nuevos hechos” que Schaeffer recuerda al inicio de su Traité des objets musicaux: la investigación etnográfica, la música experimental y el cuestionamiento que los compositores han llevado a cabo del sistema musical occidental (1966: 16-18). Esta triple extensión del campo musical inicialmente produjo un efecto de ruptura, un cuestionamiento de la universalidad del sistema musical clásico o –como una postura de repliegue–, de su superioridad en relación con otros sistemas. Esto creó un efecto de distancia etnográfica, comparable a aquel que había provocado, en el siglo XVIII, el conocimiento de las costumbres y creencias de los diferentes pueblos del mundo. Tomemos un ejemplo de la saludable revulsión producida por esta distancia y, después de haber observado a otros con ojos de asombro, observémonos como esos otros. ¿Qué es un intérprete musical? Para nosotros, todavía, el intérprete está ahí; lo damos por hecho. Lo único sujeto a discusión es la libertad que el compositor puede –debe– otorgarle. Sin embargo, la obra nunca está abierta, no está más que medio cerrada (Charles, 1971). Si comparamos la situación con aquellas en las que no existe tal cosa como el intérprete, entonces podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿para qué sirve, cuál es la razón del intérprete? Podemos tematizar la función del intérprete, jugar con ella, reducirla, desarrollarla. El intérprete se convierte en una variable de la música, listo para integrarse, bajo las formas más diversas e inesperadas, en el proceso de construcción de nuevas músicas. La segunda consecuencia de esta evolución es la dislocación interna del sistema musical. No son sólo las semillas de irracionalidad detectadas por 122 Weber las que trajeron esta dislocación; es también, y sobre todo, la utilización de todas las posibilidades excluidas por la norma lo que continuamente fue alejando las fronteras de lo “componible” y lo “escuchable”. No es tanto que una regla sea represiva, sino que hay una invitación permanente a violarla. ¿No es acaso sintomático constatar que se codifican las reglas en el momento mismo en que “espíritus malintencionados” dejan de acatarlas? El hecho es que nunca existe un sistema cerrado y estable. Éste existe sólo en la imaginación retrospectiva del teórico, que siempre aparece cuando la batalla ha terminado. La teoría es solamente un intento para justificar, por medio de “principios”, las regularidades más impactantes de una práctica común en un momento dado de su desarrollo. Asimismo, la dislocación del edificio tonal no es más que el resultado de un descubrimiento, teórico y práctico; de hecho, nunca hubo tal “sistema”. Pero junto a esta desintegración interna, ha ocurrido una dislocación externa, que ha cuestionado el papel del sistema musical en el conjunto del hecho musical total. El cuestionar la armonía tradicional o darle nueva importancia a las duraciones y a los timbres, es seguir operando dentro del marco de la música restringida, de la música pura. No obstante, paralelamente a esta evolución, ha ido surgiendo progresivamente otra, que ha atacado la separación entre la música en el sentido restringido y las condiciones de su existencia. El músico puro aceptaba la existencia del cuarteto, de la orquesta, de la sala de conciertos, del director –instituciones de edades muy diferentes–, como perfectamente naturales: La consagración de la primavera revolucionó ciertos hábitos de los compositores y del público, pero se presentó por primera vez en el Théâtre des Champs-Elysées, con músicos en trajes de gala, como si fuera una pintura de Degas. La producción y la percepción, las instituciones, las reglas y los hábitos son reincorporados en el marco de la música, que se vuelve una música generalizada. De esta manera, han sido progresivamente revelados los diferentes componentes –las diferentes variables–, que forman el hecho musical total. Para la tradición musical occidental, de San Agustín a Descartes o Rameau, las dos únicas variables de la música eran el ritmo y la altura: “Los medios para este fin –es decir, las propiedades más asombrosas del sonido– son dos: a saber, sus diferencias consideradas en relación con el tiempo o la duración; en relación con la fuerza o intensidad del sonido 123 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical considerado como grave o agudo” (Descartes, 1963: 30). Ni las intensidades, ni los timbres fueron tomados en cuenta de una forma sistemática. La variación, por medio de la cual se manifestaban las variables de la música, utilizó poco a poco estas dos propiedades, como se puede apreciar en el Wozzeck de Alban Berg. Pero el análisis –en sentido estricto– del hecho musical todavía va más allá. Cada momento de la práctica musical puede ser aislado y privilegiado para dar origen a nuevos tipos de variación: variaciones sobre las relaciones entre el compositor y el intérprete, entre el director y el intérprete, entre los intérpretes, entre el intérprete y el escucha, variaciones sobre los gestos, aun sobre el silencio para finalizar en una música muda, que todavía es música a través de lo que conserva de la totalidad musical de la tradición. Es una música alusiva, una música que tiene sentido sólo en virtud de la diferencia cultural con la totalidad reconocida de la tradición de la que se tomó un fragmento particular de la actividad musical. Éste es el sentido de las músicas silenciosas como la del grupo Zaj de Madrid (Charles, 1973). De esta manera se ha desarrollado un proceso de autonomización relativa de las diferentes variables con las que se analiza el hecho musical. El principio que gobierna esa autonomización es el siguiente: cualquier elemento que pertenezca al hecho musical total puede ser separado y tomado como variable de producción musical estratégica. Esta autonomización juega el papel de una experimentación musical genuina, al ser gradualmente reveladas las diferentes variables del hecho musical total. Se observa que un tipo particular de música ha hecho una elección entre esas variables, favoreciendo un cierto número de ellas. Dadas estas condiciones, el análisis musical deberá empezar por reconocer estas variables estratégicas que caracterizan un sistema musical. La creación musical y el análisis de la música se ayudan mutuamente. ¿Significa esto que la música se está estandarizando para dar origen a una música de consumo unidimensional con una función ideológica y política? Esto es evidentemente un tema deseado por los profetas del juicio final y del apocalipsis de los medios masivos, que han sido criticados pero que siempre han emergido de sus cenizas (Cfr. Bourdieu y Passeron, 1963). ¿Así que la música occidental está conquistando el mundo? Bueno, lo está haciendo en el momento mismo de su propia desintegración, en un tiempo en el que está preparada para darle la bienvenida a cada sugerencia, a cada 124 posibilidad que le ofrecen otras tradiciones. ¿Acaso la música no es más que un objeto de consumo? Sin embargo, ¿no estamos olvidando la verdad autoevidente de que mientras más se consume más se produce? ¿Se ha hecho antes tanta música como la que hacemos hoy en día? La música suave y “fácil de escuchar” embrutece y anestesia a individuos que se han convertido en una masa; el artificio y la técnica están suplantando en todos lados a la naturaleza. Por supuesto que la música se ha deshumanizado. Como si la música pitagórica fuera Musica Humana. O como si el piano dominical hecho himno por Laforgue representara el ideal de una música tanto familiar como profunda, la única merecedora del hombre. Con respecto a la disociación entre una música “seria” y una música “ligera”, una música noble y una música vulgar, cabe preguntarse qué fantasías obsesionan a aquellos que la proclaman como una realidad definitiva, trágica. Porque lo que estamos observando en todas partes hoy en día es precisamente lo opuesto, una multitud de procesos donde todas las músicas se encuentran, toman de, se fusionan, o juegan unas con otras. Afortunadamente hay muchas músicas, y son muy diferentes. La estandarización de la música mala es simplemente una ilusión de los aburridos: per troppo variar natura e bella... Si es cierto que la música es un proceso constructivo de descubrimiento, es al menos probable que no tengamos que temer la muerte de la música, cosa que mucha gente hoy en día clama desde lo alto, para bien o para mal. ¡Lo mismo vale para quienes temen que la música de mañana sea idéntica a la de hoy, no importando qué tan “avanzada” sea! El proclamar la música del futuro es un ejercicio estéril con respecto a lo que intenta profetizar. Sin embargo, nos podemos permitir entretenernos con ejercicios de futurología musical, siendo el único interés el crear varios escenarios de desarrollo con base en las músicas de hoy. Probablemente no pueda evitarse que continúe el movimiento de separación de las variables del fenómeno musical. Pero más allá de la autonomía de las variables que son reconocidas más o menos como autónomas por la tradición musical occidental, aquellas variables que pertenecen a las dos dimensiones no desarrolladas por nuestra tradición, la dimensión de la producción y la dimensión de la recepción, gradualmente se liberarán. Ha existido por mucho tiempo un tipo de arte visual basado directamente en 125 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical los trucos, ambigüedades y propiedades específicas de nuestra percepción de la forma. La obra de Maurits C. Escher juega con la relación entre sustancia y forma que constituía uno de los fenómenos favoritos de los seguidores de la psicología Gestalt. Hay muchas “ilusiones” acústicas (el efecto de máscara, por ejemplo), así como hay ilusiones ópticas: ¿por qué no explotarlas en una forma sistemática? Uno imagina un “arte aur”, el equivalente aural del arte op. Sea como fuere, ciertamente la dimensión perceptual de la música ha sido hasta ahora la pobre relación en el proceso musical, como lo que sucede con la fonética auditiva en la lingüística. La acústica psicofisiológica probablemente tiene reservados muchos descubrimientos y posibilidades constructivas para los músicos. El uso de computadoras, si se extiende, probablemente cambie ciertas condiciones del hecho musical (Mathews, Moore y Risset, 1974). De manera más general, el esquema común a todas las prácticas musicales previstas –y ciertamente habrá algunas no previstas– será lo que puede ser denominado un juego musical: se establecen reglas, se producen (o no) sonidos, y éstos a su vez producen efectos en un auditorio (que bien podría estar limitado al creador mismo). Pero no hay garantía de que el oyente conozca, o reconozca, o quiera reconocer las reglas iniciales: él podrá inventar otras. Esto abre la infinita variedad de juegos musicales posibles, una creación experimental que hace posible tanto conocer mejor la música, como, “a través de semejanzas y diferencias, dilucidar los hechos de nuestro lenguaje” (Wittgenstein, 1969: 74). El juego musical, que de acuerdo con Wittgenstein es el equivalente preciso del juego del lenguaje, revela la infinita multiplicidad de formas de lo musical y, por lo tanto, de todas las formas simbólicas. La creación de un juego –“no es una cuestión de explicar un juego del lenguaje por medio de nuestra propia experiencia, sino de establecerlo” (ibidem: 76)– corresponde a una “propiedad fundamental de apertura de lo a priori” (Granger, 1969: 76), por lo que es posible hablar de “final del juego” en relación con la música de hoy o de mañana (Deliège, 1974: 38). Sin embargo, en vez de vislumbrar aquí un apocalipsis, debemos escuchar la voz del croupier, anunciando un nuevo juego: “Caballeros, hagan sus apuestas...” Por lo tanto, es muy probable que la gente continúe por mucho tiempo produciendo algo como música –o sea, algo que es tanto una ruptura 126 El hecho musical y la semiología de la música como una continuación de lo que entendemos hoy día como música. Por eso es poco probable que tengamos que modificar el término música, más allá de las transformaciones que se lleven a cabo en el hecho musical (Mathews, Moore y Risset, 1974: 268). La música ha conocido tantas revoluciones que una más, o aun varias más, no lograrán extinguirla. D. La música como una forma simbólica ¿Por qué describir la música, junto con el lenguaje, el dibujo o la religión, como una forma simbólica? (Cassirer, 1972). Para empezar, podemos basarnos en autoridades científicas o filosóficas. De Head a Piaget, de Whitehead a Cassirer, de Freud a Jung, de Frege a Husserl, de Janet a Wallon, de Peirce a Morris, de Saussure a Buyssens, y de Wittgenstein a Carnap, hemos visto un gran movimiento de reflexión y análisis relativo al campo del fenómeno simbólico, que ha llevado a algunos a proponer la existencia de una función simbólica específica. ¿Pero qué es lo que hace a la música o al lenguaje “simbólicos”? a) La familia del signo El punto de partida para todas las definiciones del signo se encuentra, según los escolásticos, así como según los teóricos contemporáneos, en un dato intuitivo que es difícil de aterrizar de una manera rigurosa. Se trata de la noción de representación o evocación resumida en la frase aliquid stat pro aliquo. Todos los intentos de definición se basan finalmente en este “indefinible” (Granger, 1971: 72), cuyo contenido siempre está presente en el vocabulario heterogéneo utilizado para referirse al signo: referencia, sustituto, representación, significado, etc. Pero probablemente es mejor optar por el término más neutral de “referencia cruzada” (renvoi), planteado por Granger, que se limita a sugerir el carácter relacional del signo; lo que los escolásticos denominaban ordo ad alterum, que simultáneamente implica una 127 Facultad de Música • UNAM Para definir la música y entender su evolución es necesario concebirla como una forma simbólica. Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical conexión y una disociación entre dos elementos. Posiblemente la fórmula de Gomperz tomada por Janet expresa de mejor manera el modo de existencia del signo: es eso y no es eso (Gomperz, citado en Bühler, 1933: 28; Janet, 1935: 217). Pero tan pronto como salimos de esta intuición torpe pero incuestionable, los intentos por constituir una semiología global que se basen en la clasificación de sustitutos simbólicos sólo nos llevan a distinciones sutiles, insostenibles, problemas confusos que no admiten solución, y teorías vagas e inservibles que no aumentan en nada nuestro entendimiento del proceso simbólico. Si no podemos, con respecto al hombre, distinguir el índice o el síntoma del signo o símbolo, es debido a que la evocación puede estar igualmente presente en ambos casos. Es impactante descubrir que, cuando intentamos distinguir el índice del signo, estamos obligados a apelar ya sea a animales para definir el índice –porque estamos seguros de que no hay una evocación– o a una caracterización externa del significante: es un significante “indiferenciado en el sentido de que consiste de una parte o un aspecto del significado” (Piaget e Inhelder, 1969: 75). Pero en ese caso, ¿por qué negar que hay una evocación de la totalidad ausente por medio de la parte presente? De otra manera, el humo que evoca el fuego no es meramente un índice, sino un signo. Definir la señal es una operación igualmente delicada si rechazamos la alternativa sencilla de definirla a través del experimento del reflejo condicionado y por la función que parece llevar a cabo en los animales. En lo que concierne al hombre, la misma señal virtualmente involucra una evocación. Los llamados del clarín ciertamente son señales –y órdenes– pero también son símbolos que se refieren a significados y al mismo tiempo están imbuidos de valor. El hecho es que, desde la primera aparición de la función semiótica en el niño, la evocación siempre es una posibilidad. Como observaron claramente los escolásticos, todos los sustitutos constituyen una categoría definida por la relación de un sustituyente con la cosa sustituida. Y esa fertilidad simbólica hace imposible cualquier clasificación precisa de tipos de signos que acaba en criterios abstractos (presencia o modo de evocación). 128 Recordemos la lección de Peirce: cada signo es también en distinto grado un ícono, un índice y un símbolo (Jakobson, 1966: 26). Cualquiera que sea la clasificación de signos o las definiciones seleccionadas como marco de referencia, la música incuestionablemente ocupa un lugar en el mundo de lo simbólico. Al adoptar la tripartición de Peirce, los fenómenos acústicos producidos por la música ciertamente son al mismo tiempo íconos: pueden parecer y evocar los sonidos del mundo, pueden ser imágenes de nuestros sentimientos –una larga tradición, que difícilmente podría considerarse como nula y vacía, los ha considerado como tales. Son índices, pues dependiendo del caso individual, pueden ser la causa, la consecuencia o meramente los concomitantes de otros fenómenos que sirven para evocar. Y son símbolos, en tanto entidades definidas y preservadas por una tradición social y un consenso que les da el derecho de existir. La música es, de manera alternada, señal, índice, síntoma, imagen, símbolo y signo (sobre este punto, Cfr. Nattiez 1975, parte 2, capítulo 1). Tomemos prestado el análisis de eventos religiosos simbólicos del antropólogo V. W. Turner: éstos tienen un aspecto exegético, un aspecto operacional y un aspecto posicional (1968: 17). La música desde luego tiene una faceta exegética: comentarios religiosos, filosóficos o psicológicos revelan el significado de los sonidos. También tiene un aspecto operacional: para la música el significado incluye “no sólo lo dicho sobre ella, sino también cómo es usada”. Y tiene un rasgo posicional: el elemento musical conlleva significado sólo cuando es modificado o relegado por esos símbolos “adyacentes a él en el tiempo y en el espacio de una configuración” (ibidem: 17). El criterio de la intención para comunicar no es más efectivo. Ciertamente, en general dos fenómenos se mezclan de manera confusa al utilizarse este criterio. En primer lugar, existe la intención de establecer algún tipo de contacto o relación con el alter ego. Pero al mismo tiempo, subrepticiamente, hay un sentido en el que la transmisión de la información es de naturaleza conceptual, es decir, de naturaleza inequívocamente traducible a palabras. La música no se corresponde con el segundo aspecto de este criterio, pero sí se corresponde perfectamente con el primero. La paradoja, de hecho, es que, en muchas circunstancias, el mismo lenguaje no se corresponde con el segundo, tal es el problema de las funciones –o 129 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical de la función primaria, fundamental– del lenguaje, más escolástico que real (Richelle, 1971: 113-26). La comunicación y la información, cognitiva y afectiva, o las funciones listadas por Bühler y Jakobson, no permiten definir funciones específicas de manera precisa; menos aun, establecer sus grados. Sin lugar a dudas se hará la objeción: ¿acaso el supuesto significante acústico tiene un significado, un referente? Sea nuestra primera respuesta otra pregunta: ¿cuál es el referente de las palabras “unicornio”, “Dios”, “abracadabra”, “Francia” o “meditación”? En segundo lugar, ¿qué es un significado verbal, aun tomado como modelo? Oigo la palabra “silla”; oigo gente a mi alrededor hablando. ¿Qué pienso? Oigo algunos compases de Don Giovanni o la Sonata op. 106; ¿qué hago?, ¿siento, sueño, converso, imagino, digiero? Debe admitirse que es muy difícil erigir una barrera. Si, como Quine, pensamos que el problema de la significación juega hoy en día el mismo papel de divertimento profundamente filosófico, como el que jugaba anteriormente el problema de la existencia de Dios, no debemos tener ningún temor. Describamos la música, la religión o el lenguaje antes de preguntarnos de qué manera son parte del pensamiento. La evidente paradoja de la música, la cual la hace uno de los dominios cruciales de lo simbólico, puede resumirse en las palabras de Alain: “Es por eso que en un sentido la música no tiene ningún poder descriptivo mientras en otro sentido posee un prodigioso poder de evocación” (1958: 513). Y fue la misma conclusión la que llevó a S. Langer a definir la música –ciertamente una forma simbólica– como un símbolo no consumado (1957: 240). Por un lado, la presencia no desafiada de la evocación; por el otro, la imposibilidad de explotarla, es decir, de verbalizarla de una manera no ambigua. Básicamente, la fuente del error es creer que el lenguaje constituye el modelo de todos los fenómenos simbólicos. Al respecto, el estudio de la música aporta una corrección y una contribución esenciales a nuestro entendimiento de lo simbólico: hay más en lo simbólico que el concepto fantasmal. Así, la palabra “signo” sirve para designar una familia poco definida de realidades relacionadas que, en mayor o menor medida, forman parte de esta disociación definida y esta referencia cruzada. 130 b) Las reducciones de lo simbólico Sin embargo, a pesar del reconocimiento general de la existencia de lo simbólico y de esta propiedad especial de referencia cruzada que le es atribuido, lo simbólico es negado como tal, tan pronto como es reconocido. La noción de “referencia cruzada” es reducida, al final de una desviación que puede variar en longitud, a una referencia cruzada de algo: el simbolismo continuamente está siendo transformado en alegoría. Ya sea un alegorismo marxista o un alegorismo freudiano, las teorías de lo simbólico poseen una sola llave que milagrosamente abrirá todas las puertas, tan dogmáticamente como los alegorismos de Durkheim sobre la religión. Los estructuralismos también son alegorismos que olvidan el hecho fundamental destacado por Peirce: que la referencia cruzada del signo, en el movimiento de interpretantes que se generan unos a otros, es un proceso infinito. La teoría reciente de Sperber (1974) es un ejemplo perfecto de la reducción intelectualista del símbolo que finalmente niega su carácter estrictamente simbólico. Desde el punto de vista de Sperber, el conocimiento simbólico se opone al conocimiento semántico –que tiene que ver con categorías y no con el mundo– y al conocimiento enciclopédico –que tiene que ver con el mundo. En otras palabras, está utilizando y rebautizando la antigua oposición entre proposiciones analíticas y proposiciones sintéticas, de lo cual lo menos que puede decirse es que está lejos de ser clara y bien definida. El conocimiento simbólico está más cerca del conocimiento enciclopédico que del conocimiento semántico, debido a que, como con el primero, sus datos son infinitos en número. Pero por otro lado, el conocimiento simbólico es construido sin tomar en cuenta las implicaciones y contradicciones entre las diferentes “proposiciones” simbólicas, mientras que “nuestro conocimiento del mundo se construye al articular proposiciones de acuerdo con estas relaciones, aceptando una proposición sólo junto con sus implicaciones, por lo menos las más obvias, y de manera similar, evitando las contradicciones” (ibidem: 106). Si el distinguir los dos tipos de proposiciones –analítica y simbólica– puede tener sentido en un sistema formal, no lo tiene cuando lo que está en juego es un lenguaje natural. Uno no puede entender por qué la proposición “este león es un animal” es analítica, partiendo de la base que implica “no 131 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Reflexiones sobre semiología musical conocer nada acerca de los leones, ni siquiera que existen... sino solamente algo sobre el significado de la palabra león” (ibidem: 103). De hecho, este tipo de préstamo –muy a la moda en la lingüística– de nociones lógicas de un carácter parcialmente indeterminado, no sirve a ningún propósito, porque desafortunadamente no hay nada en la vida cotidiana que nos lleve a distinguir entidades o proposiciones que son “simbólicas”, de aquellas que no lo son: Facultad de Música • UNAM Objetos físicos son importados conceptualmente a la situación como intermediarios convenientes –no por definición en términos de la experiencia, sino simplemente como afirmaciones irreductibles, comparables, epistemológicamente, a los dioses de Homero. Por mi parte yo, como físico, creo en los objetos físicos y no en los dioses de Homero; y considero un error científico el creer de otra manera. Pero a partir de bases epistemológicas, los objetos físicos y los dioses difieren sólo en grado y no en tipo (Quine, 1961: 44). Dado que en el mundo de lo simbólico hay implicaciones y contradicciones en las proposiciones, y que la existencia de sistemas míticos mayores ilustran muy bien el grado de sutileza que pueden alcanzar las construcciones teóricas del simbolismo religioso, la razón opera tanto en esos sistemas como en el conocimiento “empírico” del mundo. Lo que surge de la teoría de Sperber es el prejuicio empírico-racionalista: hay ciencia –o conocimiento empírico– que dice la verdad, dice lo que es, y hay simbolismo, lo imaginario, que confabula libremente. El pensamiento simbólico está hecho de “pedacería” que, como tal, no puede ser incorporada a un marco de “representaciones conceptuales” –en gran medida éste es el punto de vista sobre la religión tomado por Voltaire y el presidente de Brosses. El simbolismo es tan “conceptual” como el conocimiento científico o empírico. El conocimiento científico o el empírico son, en sí mismos, fenómenos simbólicos. Por lo tanto, lo simbólico no es la libertad para confabular sin obligación o sanción, comparado, digamos, con la seriedad de la tecnología o la ciencia. Entender lo simbólico involucra, en principio, describir los sistemas en los que se encuentra incorporado. 132 c) Las tres dimensiones: lo poiético, lo neutro y lo estésico Dentro de esta familia –en el sentido más amplio– de signos, es apropiado formar clases funcionales: las operaciones o procesos simbólicos que necesitan, si no de comunicación en el sentido estricto de la palabra, por lo menos de una red de intercambios entre individuos. Éste es el caso del lenguaje, de la pintura y de las artes plásticas, de la música, de la religión y de la ciencia. Por lo anterior, es apropiado reconsiderar el esquema de comunicación, comúnmente adoptado como el modelo analítico de procesos sociales y procesos simbólicos. Éste es un esquema mecanicista que consiste en interpretar los procesos de comunicación humana con base en las construcciones artificiales de los técnicos de la comunicación, es decir, de la transmisión de la información. Como todo modelo, a lo más, tiene un valor local; bajo ninguna circunstancia puede tomarse como el modelo que abarca todas las propiedades de la comunicación humana. Ahora bien, en el caso de la transmisión artificial de información, la hipótesis fundamental es que hay un elemento de información único y bien definido que será transmitido, siendo el resto sólo ruido. Es la misma “realidad” desde el principio y hasta el final del circuito de comunicación. Esta hipótesis es peligrosamente imprecisa y engañosa tan pronto como pasamos de una comunicación artificial de información a un acto concreto de comunicación humana como un hecho social total. El lenguaje, la música o la religión nos obligan a emprender un análisis tripartito de su existencia, sin el cual el conocimiento preciso es imposible. Lévi-Strauss nos recordaba que “la situación particular de las ciencias sociales es de un tipo diferente, que tiene que ver con el carácter intrínseco de su objeto de ser, a la vez, objeto y sujeto o, en palabras de Durkheim y Mauss, ‘cosa’ y ‘representación’”. La razón no es tanto que la observación participe en el objeto observado; es que el objeto se vuelve inseparable en los procesos gemelos de producción y recepción que lo definen de la misma manera que las propiedades del objeto abstracto, en contraste con lo que sucede en las ciencias de la naturaleza, tal como han sido constituidas desde Galileo y Descartes –es decir, gracias a la distinción entre cualidades primarias y cualidades secundarias: 133 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM ... la historia muestra que una ciencia satisfactoria no necesita ir tan lejos y que puede, a través de los siglos y posiblemente a través de los milenios (debido a que no conocemos cuándo alcanzará su objetivo), progresar en el conocimiento de su contenido bajo el amparo de una distinción eminentemente inestable entre las cualidades peculiares del objeto, que son las únicas que busca explicar, y otras que son una función del sujeto y que pueden dejar de ser consideradas (Lévi-Strauss, 1950: xxvii-xxviii). No es simplemente cuestión de reconciliar lo objetivo y lo subjetivo para aprehender un evento social “como una cosa de la cual, sin embargo, una parte integral es la aprehensión subjetiva (consciente o inconsciente), que deberíamos tener de ella si, irremediablemente humanos, estuviéramos experimentando el evento como nativos, más que observándolo como etnógrafos”. De hecho, no es posible formar, reducir a unidades y organizar un “objeto” simbólico si no es sobre la base de las tres dimensiones que necesariamente presenta, si aun es cierto –como hemos visto– que hasta en las definiciones más triviales de la música no se puede evitar hacer referencia a una u otra de esas dimensiones. En primer lugar es un producto y no simplemente una transmisión, como habitualmente se suele plantear cuando se usa el modelo engañoso de la comunicación. Por lo tanto, la música está íntimamente ligada a la técnica, tanto vocal como instrumental, tanto del cuerpo como del objeto. Ese producto es una creación y, como tal, no puede ser reducido a una explicación puramente intelectual o teórica. De acuerdo con lo que virtualmente sólo los modernos tomistas nos han hecho recordar, las artes de lo bello son artes poiéticas (Gilson, 1958 y 1963). Engendran una nueva realidad. Por lo tanto, entendemos que esa realidad no “significa” directamente nada, si por significación entendemos la pura presencia de un contenido explícito, verbalizable en un “significante” completamente transparente. El objeto musical es recibido por el oyente, por el participante de la ceremonia o el asistente a los conciertos –y también, por supuesto, por el mismo productor. Sin embargo, como destacó Valéry, no hay ninguna garantía de una correspondencia directa entre el efecto producido por una obra de arte y las intenciones de su creador. Cada objeto simbólico 134 presupone un intercambio en el que el productor y el consumidor, el transmisor y el receptor, no son intercambiables y no tienen el mismo punto de vista sobre el objeto, al que no conciben en ningún sentido de la misma manera. Por ello es recomendable distinguir entre una dimensión poiética y una dimensión estésica del fenómeno simbólico (Valéry, 1957: 1311). Pero el fenómeno simbólico también es un objeto –materia sujeta a la forma. En relación con estos tres modos de existencia, habrá tres dimensiones del análisis simbólico: el análisis poiético, el análisis estésico y el análisis “neutro” del objeto. La realidad producida por medios simbólicos toma su lugar al lado de las otras realidades del mundo y se convierte en un objeto. Por lo tanto, podemos intentar describirla. Pero, ¿cómo podemos hacer notar que los métodos más efectivos para describirla, como aquéllos forjados en la lingüística o en la música, se basan en lo que puede ser denominado como sustituto con fines simbólicos? Las operaciones de conmutación y los procedimientos para aislar las unidades émicas someten el análisis inmanente del objeto a un criterio que no es en sí inmanente, sino tanto poiético como estésico: es un juicio que define una clase de equivalencia. De esta manera se da un desacoplamiento metodológicamente esencial, en cuanto a que el paso a la formalización se lleva a cabo sólo gracias a que tomamos en cuenta el carácter simbólico del objeto, esto es, la triple dimensión que es la única que hace posible su análisis “inmanente”. Planteándolo de otra manera, el análisis émico se basa en la serie de fenómenos que conforman el proceso simbólico. Esta necesidad de distinguir las tres dimensiones en el proceso simbólico se encuentra tanto en el lenguaje como en la música. En la lingüística, el ejemplo más característico es formulado por la fonética: “La falacia básica se encuentra en el supuesto (hecho por Jakobson, así como por quienes proponen las dos aproximaciones generativas) de que hay un marco fonético universal: con esto no queremos decir que ‘cualquier marco universal es tan bueno como cualquier otro’, sino que ‘marco fonético universal’ no es una expresión con sentido. Es preciso, de hecho un marco universal para cada aspecto de la fonética: un marco perceptual, un marco acústico, y un marco articulatorio” (Fudge, 1972: 174). 135 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Las unidades fonéticas pueden distinguirse y definirse, ya sea al nivel de la producción (fonética articulatoria) o al nivel de la percepción (fonética auditiva) o, en tercer lugar, al nivel de la sustancia física del signo (fonética acústica). Y contrariamente a lo que creen ciertos amateurs o aun lingüistas, no hay ninguna razón para pensar que las tres aproximaciones llevan a las mismas unidades. Por un lado, un sonido que produce los mismos efectos acústicos y auditivos puede generarse por diferentes medios articulatorios; por otro lado, una misma unidad, definida desde el punto de vista acústico, puede ser interpretada de manera diferente, dependiendo del marco perceptual del oyente (Malmberg, 1971). La reciente aparición en el trabajo de ciertos generativistas de la noción de una “estrategia perceptual” es otro ejemplo –éste sintáctico– de la necesidad de que el análisis recurra a todas las dimensiones del proceso simbólico (Ruwet, 1972b: 252-86). Si el modelo de reconocimiento –percepción– de un enunciado hace necesario plantear la existencia de estrategias, que con base en índices surgen a partir de las relaciones entre los componentes del enunciado, ¿por qué no seguir todas las implicaciones? En este caso no hay ninguna razón para aceptar la hipótesis de una estructura subyacente –única e intangible– que corresponda al mismo tiempo a las propiedades inmanentes del enunciado, a las estrategias de recepción y a las estrategias de producción del lenguaje. El análisis sintáctico comete el mismo error que la fonética clásica, para la cual la articulación de sonidos era suficiente para explicarlos. Sucede lo mismo en la música. ¿Por qué suponer que hay –o debe haber– una correspondencia precisa entre una partitura, su producción por el compositor y su recepción por el oyente? El ejemplo de obras contemporáneas es iluminador: no hay relaciones simples entre las estrategias composicionales de Berio o Xenakis, las características inmanentes de la partitura –sin mencionar el objeto acústico mismo–, y los elementos retenidos por el oyente (Naud, 1974). De ahí la objeción que puede formularse al análisis planteado por Ruwet cuando expone las contradicciones de la música serial. Es cierto que, en el caso de la técnica serial, parecería haber una enorme distancia entre, digamos, lo que está escrito y lo que se escucha (Ruwet, 1972 a: 23-40). Pero es más un asunto de grado que de tipo: ¿hay alguna correspondencia absoluta 136 El hecho musical y la semiología de la música d) Sistemas simbólicos Lo que existe en realidad son dominios simbólicos, articulados de manera diferente en distintas sociedades, pero constituyendo en cada época una clase que es reconocida por la colectividad. Es tentador, por lo tanto, hablar de un “sistema simbólico”. Para Granger un sistema simbólico es “una clase de signos dados o capaces de ser construidos” (1971: 74). Por ello, el carácter cerrado es lo que define al sistema simbólico: los signos, o bien están dados en una lista finita, o bien pueden ser resumidos de acuerdo con ciertas reglas de construcción que, por más libres que sean, nos llevan a la segunda condición de constructibilidad efectiva. En el sistema más abierto, lo cerrado es virtual, siendo entendida esa virtualidad “ya sea como una posibilidad indefinida de que nuevos signos sean generados por medio de una regla unívoca –como sucede con las figuras de un sistema de numeración– o como una posibilidad de que nuevos signos sean generados bajo ciertas limitantes que, sin embargo, dejan que su producción sea parcialmente arbitraria” (ibidem: 75). 137 Facultad de Música • UNAM entre una fuga como fue escrita y una fuga como es escuchada (Francès, 1958: 229-46) La percepción de la música está basada en la selección, entre el continuo de sonidos, de estímulos organizados en categorías que surgen principalmente de nuestros hábitos de percepción. Para la música barroca, por ejemplo, sin duda ha ocurrido una diseminación y una familiarización, que han hecho posible un encuentro entre las intenciones del compositor, la música y las interpretaciones del escucha. Sin embargo, solamente dentro de ciertos límites, porque la música barroca se presenta como única entidad homogénea sólo cuando es vista desde una gran altura. La intercomprensión musical –es decir, la correspondencia más precisa posible entre la producción y la recepción– es simplemente un fin, un ideal que nunca se alcanza. Por lo tanto, lo importante no es clasificar signos de manera abstracta en tipos y especies; una aproximación más apropiada es estudiar las operaciones en las cuales entran y los cuasisistemas que constituyen. En vez de empezar por preguntar si los signos musicales –o unidades– son índices, íconos o símbolos, es mejor describir las propiedades que despliegan en las clases a las cuales se incorporan. Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical No obstante, debemos distinguir entre el sistema descrito y el sistema propuesto. Los sistemas simbólicos de Granger no son sistemas descritos, sino sistemas propuestos, es decir, son eliminados por hipótesis de cualquier tipo de proceso de producción o de recepción. Es por ello que estos mismos están sujetos a un análisis semiológico, que los vuelve a sumergir en la totalidad de la que fueron generados. Pero un proceso simbólico como el lenguaje o la música no es un sistema en el sentido de Granger. La ambigüedad radica enteramente en la palabra “regla” (règle). La práctica social presenta un amplio rango de regularidades, del uso a la costumbre, y de la costumbre a la obligación (cfr. Weber, 1971: 27 y Bourdieu, 1972: 206). En un extremo hay regularidad observada; en el otro, regularidad requerida. El éxito de la noción de “código” radica casi enteramente en este doble significado: de la existencia de una norma (las reglas de parentesco o las reglas de contrapunto), uno procederá, si no se es cuidadoso, a construir un sistema más o menos formal (estructura de parentescos, reglas de generación de una gramática o de armonía). Uno se olvida que al hacerlo siempre hay una discrepancia entre la regularidad de la norma y la regularidad de las prácticas. Todos los estructuralismos descansan en el fracaso de reconocer esta discrepancia. Ésa es la razón por la que no podemos seguir a Granger cuando afirma que la segunda articulación del lenguaje es un sistema formal (1971: 80), ni a Barbaud cuando proclama que “la música es una disciplina científica” (1968). Un sistema formal describe, de una manera más o menos adecuada, ciertas propiedades locales de un proceso simbólico, pero en ningún caso es idéntico a él. Esto es cierto con respecto a las propiedades del mundo físico y aun con respecto a las propiedades de las teorías matemáticas: “Así, para cada teoría intuitiva (T) es posible tener que emplear no una, sino varias axiomatizaciones; cada axiomatización local (S) comparte con la morfología intuitiva (T), una ‘zona de contacto’ (Z), en la cual se mantiene como válida; pero en cuanto se construyen fórmulas en (S) que son muy largas y muy complicadas, la inteligibilidad desaparece” (Thom, 1970: 231). El aspecto formalizable de los procesos simbólicos no debería oscurecer su carácter biológico. No deberíamos descartar la hipótesis de un valor adaptativo primordial del arte y, por lo tanto, en particular de la música (Young, 1971: 519). El trabajo, el lenguaje, la religión y el arte ciertamente 138 colaboraron en la construcción de la cultura sin que sea posible pronunciarse sobre los papeles decisivos de esta o aquella forma simbólica. Es posible –tal como hace Leroi-Gourhan (1965: 95)– sustentar una biología del arte en valores y ritmos que organizan tipos elementales de comportamiento: comportamiento nutritivo, comportamiento afectivo y comportamiento de situaciones espaciotemporales. Sin embargo, estos cimientos biológicos no sabrían, bajo ninguna circunstancia, explicar los tipos de comportamiento estético, que implican un proceso de simbolización: “...la simbolización inteligente es capaz de pararse de cabeza desde la cima hasta las profundidades de la base, y todo en el hombre es capaz de ser asimilado por los procesos de pensamiento estéticamente constructivo” (ibidem: 96). Esto quiere decir que no puede haber música sin la construcción de sistemas acústicos simbólicos capaces de llevar a cabo referencias cruzadas en todas las esferas de la experiencia. La música ciertamente es un hecho antropológico total. Por lo anterior, los procesos simbólicos no son sistemas en el sentido estricto de la palabra. Son procesos organizados, series de operaciones reguladas, significantes, cargadas de una relativa estabilidad. La anatomía y la fisiología de esas organizaciones son más flexibles que en los organismos vivientes. Sin embargo, al mismo tiempo se acercan en ciertos niveles a una sistematización formal que anhelan y de la cual constituyen los esbozos iniciales. Hasta ahí es legítimo hablar de formas simbólicas o de cuasi sistemas simbólicos. II. EL ANÁLISIS DE LA MÚSICA “No puede haber explicación científica o filosófica exhaustiva de la existencia de ningún existente” (Gilson, 1963: 76). A. Musicología y análisis musical Lo que caracteriza a la musicología y al análisis musical es su carácter reciente –el estudio “objetivo” de la música es de hace sólo algunos años, si es que llega a eso–, las 139 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Reflexiones sobre semiología musical pesadas presuposiciones que los guían y que son el legado de su historia, y finalmente su confusión, con respecto tanto a principios como a métodos. Si hay un hecho musical, ¿cómo debería ser estudiado? Facultad de Música • UNAM a) Las tres dimensiones a través de la historia del análisis musical La idea misma de tratar de explicar la música en sus más variados aspectos es relativamente reciente. Ciertamente, el estudio de la música en el mundo occidental parece haber pasado a través de un cierto número de etapas, la evolución de las cuales revela las dificultades experimentadas para llegar a una descripción “objetiva” del hecho musical. Los primeros “análisis” de la música son teorías filosóficas, casi enteramente separadas de la verdadera práctica musical: Una vez que las reglas y los preceptos de la lógica son conocidos, ofreciendo el profesor su demostración al enseñar el tema, no existe ninguna dificultad en utilizarlos para aplicarlos a éste o aquel caso; es suficiente que se dé tal caso para aplicarle las reglas y cubrirlo sin que tal caso tenga nuevas dificultades para ser vencidas. Así como el que posee el arte de la música o toca la cítara, es capaz, con base en los mismos preceptos del arte, de utilizar sus dedos en cualquier instrumento que le sea dado (Jean de St. Thomas, citado en Gilson, 1958: 133-4). El término análisis, como ha sido aplicado a la música, data de fines del siglo XIX. El análisis musical tiene su historia. Anteriormente al siglo diecinueve sólo había libros de texto que proporcionaban principios y reglas para la producción de un trabajo “correcto”. Como la primera etapa de la lingüística distinguida por Saussure, la primera etapa en el estudio de hechos musicales es a la vez normativa y poiética: “Solamente tiene como objetivo proveer reglas para distinguir formas correctas de formas incorrectas” (1922: 13). Los títulos de los trabajos teóricos del periodo barroco revelan esta doble intención: Regole per il contrapunto (A. F. Bruschi, 1711), Nuevo Método de Cifra (N. Doisi, 1630), L’Arte del contraponto (G. M. Artusi, 1598), Nouvelle méthode de musique pour servir d’introduction aux acteurs modernes (M. Marais, 1711), etc. 140 (cfr. Bukofzer, 1948: 417-31). En ese periodo se aceptaba que un amateur –o, usando el vocabulario de ese tiempo, un “curioso”– no pudiera entender la música (o el dibujo, o la pintura), a menos que también fuera un connoisseur, es decir, excepto si supiera cómo producir una obra, siendo ésa la única manera para juzgarla objetivamente. Ésa es la significación fundamental de las reglas –academicismo o clasicismo– en la música o en la literatura. Aun en el contexto de la teoría de los afectos, lo importante no es sentirlos: el problema (poiético) que uno se plantea es conocer cómo producirlos. Durante el siglo XVIII hubo un cambio gradual de punto de vista. Previamente el arte había sido concebido como una técnica, es decir, había sido visto principalmente desde el punto de vista del creador. Sin embargo, poco a poco –hay que recordar que fue en el s. XVIII cuando se estableció la estética, el nombre de la cual revela asombrosamente los fundamentos sobre los que se basa–, el punto de vista privilegiado se convirtió en el del consumidor, observador o escucha. De ahí el nacimiento de la crítica musical, que fue virtualmente contemporánea a la crítica de arte. Ahora era una cuestión de dar alguna explicación de la música, no para los connoisseurs, sino para los curiosi, amateurs, que no querían muchos análisis técnicos. Era suficiente con decir lo que la música excitaba, lo que sugería; para Diderot la música nos habla directamente, como se muestra en su cuento “Le Neveu de Rameau,” sobre un hombre joven que a través de la canción se convierte en una muchacha, un rey, un tirano, y que solloza, ríe, se calma, explota y siente lástima por sí mismo: “Es el grito de pasión animal lo que dicta la línea correcta para nosotros”. Así, la relación entre creación y percepción se invirtió: era la claridad del efecto producido lo que debía guiar al creador. El modelo del arte –y no es ningún accidente que Paradoxe sur le comédien ocupe un lugar central en la estética de Diderot, como “la guerra de los bufones” y “la guerra de los gluckistas” lo hicieron en la vida musical del siglo– fue proporcionado por el intérprete, ya fuera actor o cantante. Todo el proceso artístico se ordenó alrededor del espectador como un rey, y hasta este día la estética –sea filosófica o científica– casi invariablemente se basa en el mismo postulado: la obra de arte no es ni la producción ni el producto, sino solamente consiste en las reacciones que provoca en el espectador. La reacción “objetivista”, de Hanslick a Stravinsky y Hindemith, de hecho 141 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical pertenece a la misma concepción de la música que rechaza la solución tradicional sin alterar la posición del problema. El análisis musical en el sentido estricto del término, nació con Führer durch den Konzertsaal de Kretzschmar (1886) y los trabajos de Riemann (ver Erpf, 1949-51). Desde el momento de su nacimiento manifestó una ambigüedad que emergió de sus orígenes y que influiría en todo su desarrollo subsecuente. Con Kretzschmar el análisis se presenta como una guía para el amante de la música y se sitúa a medio camino entre un estudio técnico y una presentación que es tanto estésica (qué se escucha) como estética (por qué es bella). Se provee de los manuales técnicos sobre la creación musical del periodo barroco y posteriores, pero también de los comentarios escritos por los críticos de música para el no especialista. Se admite que con Riemann obtenemos un tipo de análisis más técnico –satztechnische o formaltechnische Analyse–, que se plantea dar un recuento de toda la partitura, de abajo (la nota más pequeña), hacia arriba (la construcción entera de la obra). La misma obra de Riemann está parcialmente distorsionada por los supuestos a priori que le impuso al análisis, debido a sus teorías armónicas y métricas. Sin embargo, ciertamente la tradición de Riemann y en particular del análisis formal de la escuela alemana es la que más se acerca a los requerimientos de un método riguroso, explícito de análisis musical. No obstante, hablando en términos generales, el análisis se caracteriza principalmente por el eclecticismo y el pensamiento poco riguroso. “La composición es flexible y compleja; el análisis debe serlo también, con el riesgo de convertirse en esquemático y falso” (Fasquelle, 1958: 276). Aquí vemos muy claramente la indebida asimilación entre dos dimensiones de la obra, la dimensión poiética y la dimensión inmanente: ¿por qué debe el análisis formal reflejar los métodos de composición? Además, las consideraciones expresivas y semánticas casi siempre se mezclan con los análisis estrictamente técnicos, sin que se haga ninguna distinción entre el alcance y el valor de los dos tipos de análisis. b) Las músicas de tradición oral y experimental generan la necesidad de nuevos métodos de análisis La base musical en la Europa de los primeros años de este siglo era un 142 sistema considerado tanto racional como natural; era la existencia dual disociada de la música escuchada y la música escrita (la partitura); y era una serie de condiciones técnicas (la instrumentación), sociales (el concierto) y psicológicas (las expectativas musicales, lo que Schaeffer llama les intentions d’écoute, “las intenciones de la audición”). Así, la aproximación normal al estudio del hecho musical consistía en empezar por esas condiciones y en reducir cualquier música con la que se estuviera tratando a esas condiciones para dar cuenta de ésta. Es por ello que el análisis musical, aun cuando se acercaba a ser riguroso, continuaba dependiendo del sistema musical, al que ni soñaba en cuestionar. El análisis musical debe cambiar ahora y convertirse en análisis del hecho musical. Ciertamente, la extensión contemporánea del campo de la música lleva a considerar los métodos tradicionales como inválidos, inservibles o inadecuados. Desarrollados de manera paralela a la evolución del sistema occidental, son efectivos para dar cuenta de las obras basadas en ese sistema, pero fallan cuando tratan obras fuera del mismo. Éste es el caso particularmente de las músicas de tradición oral y las músicas experimentales, para las cuales un problema preliminar es el de la notación, ya resuelto por definición en el sistema occidental. Además, el análisis tradicional se basa en la familiaridad inmediata con el sistema tonal, lo cual hace posible poner de lado varios elementos concebidos como autoevidentes. En vista de que los compositores y los analistas están unidos por la maestría común con la que dominan el sistema, no hay necesidad de explicar cada paso, debido a que, de hecho, el análisis es un momento y una parte de la formación del compositor o del intérprete. Los principios del análisis de la obra son cercanos –si no idénticos– a las reglas que gobiernan su producción. Claramente éste ya no es el caso con las músicas de tradición oral, donde el analista, como un extraño al sistema que plantea describir, se enfrenta a problemas similares a los experimentados por el lingüista en el trabajo de campo (sobre este punto, Cfr. Nattiez, 1971: 4-5 y 1973: 80). ¿Debería hacer una transcripción amplia o estrecha?, y ante todo, ¿cómo puede estar seguro de que de hecho está transcribiendo todo lo esencial? La respuesta, en lo que concierne al lingüista, es que no es necesario transcribir cada detalle que un análisis “objetivo” del material hace perceptible –una labor infinita– sino solamente 143 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical las clases de elementos mínimos que hacen posible distinguir un mensaje de otro, es decir, los fonemas. ¿Cómo lo logrará el etnomusicólogo?, ¿y cómo se relaciona su trabajo con el del analista clásico? Cuando se trata de la transcripción de música experimental el problema es más complicado. Aquí ya no hay una competencia musical que haga posible definir clases de unidades caracterizadas por una serie de rasgos relevantes. De ahí las investigaciones sutiles y complejas en prospecto para músicos y analistas que enlistan los signos realmente usados por los compositores, y que crean nuevos signos. Sin embargo, por una reversión significativa, aquí estamos alcanzando los mismos límites de la notación. En su Introductory Catalogue of Computer-Synthesized Sounds, J.-C. Risset proporciona tres tipos de información: una grabación del sonido, una transcripción en notación cuasi-tradicional y, finalmente, una descripción de las propiedades físicas que hace posible sintetizar los sonidos concernientes. El papel de la transcripción tradicional está perdiendo su importancia en este caso y tal vez pueda ser reducida a cero: “La síntesis digital directa ofrece la posibilidad de componer directamente con sonidos, más que tener que juntar notas...” (Mathews, Moore y Risset, 1974: 265). Entonces, ¿cómo y sobre qué bases debe proceder el análisis? Las músicas de tradición oral y las músicas experimentales no sólo plantean un reto a la notación, sino llevan a cuestionar los objetivos mismos del análisis musical. Si el hecho musical en ningún caso presenta los mismos perfiles, ¿es legítimo crear un dominio –aquel que corresponde a la música pura– y confinar el análisis dentro de los límites de ese dominio?; eso sería como decir que los trabajos de Berio, Stockhausen o Cage, o la música de África, no son analizables y no forman parte de la música. Ningún método de análisis, tradicional o no, puede proponer límites a priori y afirmar: la música se detiene aquí. c) Analogías entre el estado presente de la musicología y el estado de la lingüística antes de Saussure Ciertamente hoy en día no hay una limitante de disciplinas candidatas para el estudio de la música: teoría de la música, historia de la música, acústica musical, etnomusicología y análisis musical, sin mencionar “ciencias subsidiarias” tales como la iconografía musical o la terapia musical. 144 Una disciplina, si se cree en esta noción, debería ocuparse de todo el cuerpo entero de preguntas que surgen de la música: la musicología, “una disciplina paramusical que investiga, formula y resuelve preguntas ligadas a la historia de la música, con su estética y con la música misma en sus diversas manifestaciones” (Machabey, 1969: 119). ¿Pero en verdad existe tal cosa como la musicología en tanto disciplina madura, consciente, organizada? El responder simplemente “no” implica mostrar un espíritu irracionalmente crítico. La musicología es una mezcla de bibliografías, fuentes, ciencias subsidiarias y pedazos de historia con un toque de composición y una pizca o dos de estética musical, sociología, filosofía, entre otras cosas. El estado de la musicología hoy en día sin duda recuerda a aquél de las disciplinas lingüísticas antes de la etapa que por lo general se ha descrito simbólicamente como “la revolución saussureana”: “... si estudiamos el lenguaje desde diversos ángulos a la vez, el objeto de la lingüística se nos aparece como una masa confusa de cosas incongruentes desconectadas unas de otras. Al proceder así, abrimos la puerta a un número de ciencias –psicología, antropología, gramática normativa, filología, etc.– que claramente distinguimos de la lingüística, pero que, dada cierta incorrección del método, podría considerar al lenguaje como uno de sus objetos” (Saussure, 1922: 24-5). Hay muchas analogías entre las varias disciplinas que formaron la lingüística presaussureana y aquellas que hoy en día están mezcladas con la musicología. Por gramática normativa hay que entender las teorías, los tratados y los cursos, sean de armonía o composición. Por filología hay que entender historia de la música. Por gramática comparativa hay que entender vergleichende Musikwissenschaft. En ambos casos hay problemas similares de origen, significación e interpretación. Cuando los musicólogos distinguen, contrastan o buscan reconciliar la musicología sistemática y la musicología histórica (Seeger, 1939; Wiora, 1948), ¿cómo podemos evitar recordar la distinción planteada tan vigorosamente por Saussure? El hecho es que no sólo hay analogías, sino también –en el sentido estricto del término– homologías entre el lenguaje y la música. No es que la música sea un lenguaje o el lenguaje una música –de ahí el callejón sin salida tomado por el tipo de análisis musical que se basa servilmente en modelos lingüísticos; más bien el lenguaje y la música son dos ejemplos de 145 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Reflexiones sobre semiología musical una forma simbólica, y es como formas simbólicas que tienen un cierto número de propiedades en común. El análisis de la música y el análisis del lenguaje son ambos, semiologías, lo que da cuenta de los muchos paralelismos que estableceremos entre los dos dominios, paralelismos basados no en algún privilegio otorgado a la música o al lenguaje, sino en la existencia de una problemática en común y en lo infructuoso de una comparación sistemática. B. La revolución saussureana Facultad de Música • UNAM De la confusión de la musicología debemos pasar a un análisis explícito, riguroso, capaz de servir como un marco de referencia universal. Si el estudio de hechos humanos todavía está en una etapa presaussureana, la metáfora lingüística y la referencia significan primordialmente esto: que la “revolución” saussureana consistió en definir una esfera pura del lenguaje –el nivel de la langue o sistema del lenguaje–, que es por derecho irreductible a cualquiera de las ciencias humanas. Esto es, el reconocer la profunda legitimidad de las subdivisiones causadas por la práctica social: en términos lógicos, la lingüística existe antes que la sociología o la psicología del lenguaje. De la misma manera, los otros tipos principales de operaciones simbólicas existen más allá de las subdivisiones que todavía es costumbre imponerles: anteriormente a la sociología o a la psicología del arte y de la religión, se tiene la teoría o ciencia –aún en gran medida a establecerse– de la religión, el arte o la música. Sin embargo, para definir este campo de lo lingüístico o lo musical, es necesaria una división arbitraria, debido a que lo que el observador ve ante él es la heterogeneidad de hechos del lenguaje y hechos musicales. Y queda claro por qué este deseo de pureza en el análisis es más o menos contemporáneo a las proclamas de pureza en la poesía o el arte de los simbolistas y los “formalistas”: porque la autonomía de las variables en las formas simbólicas es principalmente la autonomía de las mismas formas simbólicas. Es justo debido a que Saussure unió su nombre a esta demanda de pureza en el análisis y la subdivisión del objeto, que es permisible referirse 146 a un momento de la investigación lingüística como “saussureana”, aun cuando no todas las teorías y desarrollos asociados al nombre de Saussure se encontraban explícitamente presentes en su obra. La hipótesis de una langue o sistema de lenguaje como distinto de parole o enunciado de habla, lleva a la construcción de un marco y un procedimiento de análisis que son, por derecho, universalmente válidos para todos los periodos y para todas las formas de música. Si es cierto que la historia de la música “tiene que empezar por cuestionar virtualmente todas las ideas preconcebidas sobre las cuales se basan nuestros hábitos musicales” (Chailley, 1967: 9), ¿cómo seguiremos usando las herramientas de análisis que son producto de esos hábitos musicales? Y si abandonamos estas herramientas, ¿dónde buscaremos unas nuevas? Sin embargo, perfeccionar un marco universal no significa imponer sobre todas las músicas un sistema de exploración en gran medida derivado de nuestra propia competencia musical. Por el contrario, significa que solamente el análisis de la música de un periodo o de un país debe generar su sistema. Correspondiendo con la distinción sincronía/diacronía hay una distinción de las diferentes sincronías representadas por lenguajes o músicas pertenecientes a diferentes áreas culturales. Ésa es la significación crucial de la distinción entre unidades éticas y unidades émicas. Ciertamente hay un marco universal de descripción de sistemas, pero solamente gracias al tipo de desacoplamiento que no impone una única sistematización sobre el cuerpo entero de lenguajes y músicas. Es por eso que no podemos, a priori, separar lo musical de lo acústico: la música es el sonido reunido y aceptado por una cultura. Hay que darle crédito a G. Rouget (1961), N. Ruwet (1972) y J.-J. Nattiez (1975), por plantear y perfeccionar un procedimiento para analizar textos musicales que es igualmente aplicable a un canto yoruba, que a un Geisslerlied del siglo XIV, o al Pelléas et Mélisande de Debussy, a Brahms o a Xenakis. El tercer requerimiento evidente de lo que hemos denominado la revolución saussureana es un principio de explicación. Ya sea una cuestión de gramática tradicional o análisis musical clásico, los procedimientos son aproximados. Cuando alguien intenta definir unidades, a cualquier nivel, o determinar las leyes de su agrupamiento, los criterios se mezclan y los 147 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical resultados confusos reflejan un punto de vista sintético, intuitivo de los objetos y de sus relaciones. La noción tradicional del “sujeto” en la lingüística representa una combinación de varias características basadas en diferentes criterios de reconocimiento que no siempre están todos presentes. Por lo menos pueden distinguirse cuatro tipos de sujetos: el sujeto lógico (el que hace), el sujeto modal (propiamente el sujeto gramatical), el sujeto psicológico [el tema (como una idea básica) como lo opuesto al rema (como su forma verbal particular)] y el sujeto informacional (lo dado en relación con lo nuevo) (Lyons, 1968: 343-4; Halliday, 1970: 158-65). En algunos casos todas las propiedades están presentes y los criterios coinciden; ahí es donde son fuertes los análisis tradicionales. Pero cuando los criterios entran en conflicto, la gramática ofrece una solución vacilante. Uno siente que la respuesta es más resultado del hábito y de la creencia que de la razón. Sucede lo mismo con la música. En un artículo seminal J.-J. Nattiez y L. Hirbour-Paquette demostraron las dificultades del análisis musical tradicional al usar el ejemplo del Preludio a Pelléas (Nattiez y Hirbour-Paquette, 1973). Al yuxtaponer los varios análisis de armonía, ritmo y construcción motívica se hacen evidentes las contradicciones. Por ello, ¿a quién hay que creer? Ésa es la gran dificultad de todos los procedimientos hermenéuticos: “Uno de hecho debe tratar de resolver los conflictos entre los artistas brillantes de la exégesis retornando a reglas universales” (Dilthey, 1947: 334). Y aunque reconozcamos la lucidez tanto de los musicólogos como de los gramáticos, ¿dónde encontraremos las reglas universales que resuelven el conflicto? Lo escandaloso no se encuentra en la existencia de contradicciones –no hay nada inherentemente sorprendente a este respecto– sino en el hecho de que otros análisis sean posibles. No hay ni explicación ni jerarquización de los criterios de organización de la partitura. De ahí el carácter revolucionario de la lingüística y la música al exigir una explicación, una demanda de “nunca aceptar nada como verdad hasta que yo conozca, a partir de la evidencia, que lo es” –siendo la evidencia en este caso simplemente el planteamiento de una regla explícita que permita una respuesta no ambigua a la pregunta planteada. Uno podría cuestionarse qué obstaculizó la clarificación de los criterios y por qué un requerimiento tan ordinario ganó aceptación con tanta dificultad y tan tarde en los 148 dominios simbólicos. El hecho es que la gramática y la música son disciplinas en las cuales las doctrinas de la regla y las de la espontaneidad, a pesar de ser mutuamente opuestas, se mantuvieron juntas de una manera bastante aceptable. Entre los analogistas de Alejandría o Basra y los anomalistas de Pérgamo o Kufa comenzó un debate en el que lo prescriptivo se mezcló con lo descriptivo. Habiendo empezado en el siglo XVIII, la atención cambió hacia el conflicto entre lo original –la creación de una subjetividad única– y lo normal en el sentido estricto de la palabra, un medio aceptado y reconocido por la comunidad. Lo que fue rechazado en ambos casos fue la posibilidad de regularidades en operaciones humanas o en creaciones humanas. Este interés en la explicación hace más fácil entender las relaciones existentes entre la nueva lingüística y la lingüística tradicional, entre el análisis musical clásico y un nuevo tipo de análisis musical. La intuición del análisis tradicional es una fuente irremplazable de datos y sugerencias basadas en la familiaridad del experto en su campo. En su tipo, esa intuición es incuestionable y debe permanecer como uno de los fundamentos del análisis. Sin embargo, si se nos permite una metáfora, el paso de intuición a clarificación es como el cambio que ocurre en la percepción que uno tiene de un paisaje cuando, al haber caminado a través de él, uno vuela sobre él en un avión. El objeto es el mismo, pero el punto de vista es diferente. Por lo tanto, es posible plantear simultáneamente que no hay nada nuevo y que todo es nuevo. El procedimiento delineado abajo consiste esencialmente en extender la técnica de sustituir morfemas únicos (por ejemplo, “hombre”) por señales de morfemas (por ejemplo, “intenso hombre joven”). Mientras emplee secuencias, este procedimiento es similar al tipo de análisis actualmente utilizado en la sintaxis. En otras palabras, su principal utilidad es probablemente su carácter explícito más que cualquier novedad en el método o resultado (Harris, 1968: 23). Una exigencia de sistematización –la hipótesis de una langue como opuesto a una parole–, una de universalidad y una de explotación fueron los tres principios de la revolución saussureana. Esos principios fueron incorporados en un método de análisis que era esencialmente combinatorio: “El segundo 149 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical (precepto), el dividir cada una de las dificultades que yo examinaría en tantos fragmentos como fuera posible –y necesario, para mejor resolverlos”. El texto es analizado gracias a un estudio sistemático de las posibilidades combinatorias de unidades explícitamente definidas. Ahora, si esas unidades pueden ser definidas, es porque el lenguaje parece poseer un cierto número de propiedades específicas. Está hecho de elementos arbitrarios, lineales, diferenciales, siendo estas tres características del signo lingüístico, expresamente planteadas por Saussure, las que le dan su carácter discreto. El análisis –es decir, el rastrear los primeros elementos constitutivos– es por lo tanto posible, al mismo tiempo que la revelación de secuencias permitidas o atestiguadas constituyen los enunciados de habla bien formados de la langue (Harris, 1971: 13). En el sistema de la música occidental tonal hay una unidad básica, la nota, cuya existencia se garantiza gracias a un gran número de índices convergentes: el papel de la notación en la composición, ejecución, escucha y cultura musical, la existencia de instrumentos de altura determinada y otros puntos. Debemos evitar adelantarnos a la conclusión de que esa unidad es la unidad musical, de la misma manera en que el número uno es la unidad que, añadido a sí mismo, es capaz de generar todos los números. La unidad de la nota es principalmente una “amalgama” de caracterizaciones heterogéneas: indica simultáneamente una altura absoluta, intervalos virtuales, grados y funciones virtuales, y duraciones que incluyen ritmos virtuales. Es por eso que la nota sencilla no podría constituir una unidad por sí misma –porque sus propiedades más importantes (intervalos, grados y funciones, ritmos) permanecen virtuales hasta que por lo menos otra nota se le une. Cualquiera que sea la ambigüedad de las definiciones tradicionales, ésta es la razón para el reconocimiento de “células” o “motivos” como el segundo nivel de organización de un texto musical. Más allá del “motivo”, estamos obligados a plantear unidades más grandes, combinaciones de “células” de diversos grados de complejidad. Es probable que existan a más de un nivel, pero por lo menos un nivel es necesario. Por ello, la hipótesis que uno puede plantear, por lo menos en lo que a música tonal se refiere, sería de uno a tres niveles de unidades: la nota, el grupo elemental de notas y las combinaciones de grupos elementales. Obsérvese, incidentalmente, que así la comparación con 150 unidades lingüísticas se sugiere aún más fuertemente ahora, la nota, similar al fonema, no puede existir por sí misma. Cuando se trata de una música oral o contemporánea, la situación es diferente: no hay notas. ¿Cómo debe entonces el analista emprender su tarea? El procedimiento empleado por ciertos etnomusicólogos (por ejemplo Arom, 1970) consiste en usar la prueba de conmutación.1 Si nuestra hipótesis es correcta, la prueba es capaz de funcionar debido a que la unidad concerniente es comparable con el fonema: en ambos casos, el juicio de identidad o diferencia relacionado con secuencias acústicas hace posible el definir las clases de equivalencia que, por su combinación, constituyen la serie de secuencias posibles. Por lo tanto, el problema no es el de la cosa significada sino, en sentido estricto, un problema de articulación: ¿cómo generar las secuencias posibles sobre la base de unidades irreductibles? En cualquier caso sería necesario añadir un nivel más de organización del texto musical, propiamente el métrico, en gran medida comparable a la métrica poética y sin duda propio de un tipo de análisis similar (Cfr. HalleKeyser, 1966). De hecho, en alguna medida es sorprendente que las unidades del nivel II, obtenidas por el método de Ruwet-Nattiez, en muchas ocasiones son unidades de duración métrica. Y no olvidemos que otros parámetros –timbre, volumen– juegan un papel, aun cuando en la música occidental tonal es generalmente secundario. Por lo que vemos, la complejidad del fenómeno, incluso si nos confinamos en pensar en la melodía, que obviamente es una abstracción, implica el perder una cantidad de información considerable (información útil aun cuando se refiere a describir la amalgama que denominamos “línea melódica”). La cosa cambia cuando pasamos del análisis de unidades irreductibles a aquél de unidades de nivel superior, y esto se aplica tanto al lenguaje como a la música. Aquí la conmutación en el sentido estricto no puede operar, y el punto de partida del análisis es el fenómeno de restricciones de combinaciones: “El 8 Utilizo 1 la palabra “conmutación” aquí en un sentido amplio. Pero es apropiado puntualizar que, contrario a las apariencias, la conmutación en la lingüística no es una operación claramente definida. En la fonología y la morfosintaxis no es la misma operación la que está involucrada, y es virtualmente imposible dar una definición estricta de ella. Por lo que es legítimo extender el término, y el uso de la conmutación en la música debería darnos un mejor entendimiento de su valor y su función. 151 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical hecho de que no se realicen todas las combinaciones posibles permite definir todos los elementos complejos (morfemas, por ejemplo) como restricciones impuestas a las combinaciones de elementos simples (fonemas)” (Harris, 1971: 13). Esto hace que la carencia fundamental de simetría entre fonemas y unidades de nivel superior sea claramente aparente. ¿Qué método debemos usar? Un método distribucional que “consiste en buscar las regularidades que aparecen en secuencias de elementos aceptadas y no aparecen en aquellas que son rechazadas” (ibídem: 15). Sin embargo –y ésta es la separación radical entre las sendas del lenguaje y de la música– los elementos del análisis son aislados al aplicar una prueba de repetición. No entraremos en los difíciles problemas originados a través del análisis (Ruwet, 1972b; Nattiez, 1975). Nuestro propósito era demostrar la complejidad de los parecidos y las diferencias entre dos dominios en los cuales ciertos principios comunes pudieran ponerse en funcionamiento, aunque se recurra a procedimientos específicos en relación con las propiedades particulares de los dominios en cuestión. Lo cierto es que a partir de ese momento aparecen problemas precisos y se puede avanzar con conocimiento genuino. Para concluir esta presentación de la revolución saussureana, es importante resaltar la necesidad absoluta de una etapa combinacional. Primeramente, esta etapa es de valor epistemológico crucial, que lleva a una consideración de eventos simbólicos no como cosas sino como objetos, lo que es muy diferente, porque los hechos musicales no son cosas, sino hechos sociales; una cosa siendo caracterizada, según Durkheim, como aquello que no depende de nosotros –¡un avatar extraordinario de moralidad estoica destinada a establecer las bases de la ciencia de la sociología! Sólo es posible, en cierto nivel de abstracción, expresar algunas de sus propiedades, cómo están incorporadas en unidades que están tanto dadas como construidas. Esto explica por qué las disputas sobre unidades –lingüísticas o musicales– son disputas falsas. Las unidades cambian o pueden cambiar cuando pasamos de un nivel de abstracción a otro, de un aspecto del fenómeno a otro. Sin embargo, permanece el hecho de que la construcción de los objetos hace posible analizar los fenómenos simbólicos. Pero la etapa combinacional posee otro valor epistemológico. Impone una cura descriptiva en una época cuando la pasión por teorizar está 152 suplantando al placer por conocer y descubrir. Consintamos en este punto en un himno al absurdo, es decir, en términos actuales, la clasificación o, como se le denomina, la taxonomía: “Además, el método propuesto no emplea ningún método nuevo de análisis. Solamente escribe las técnicas de sustitución que cada lingüista utiliza cuando trabaja en su material. Nosotros trabajamos de una manera más eficiente cuando pensamos con papel y lápiz” (Harris, 1968: 23). De hecho, el conflicto entre la clasificación y la teoría no es un problema falso. La clasificación no es pura observación inductiva de hechos planteados, y un sistema formal no es suficiente para sostener una teoría; ni siquiera es necesario (piénsese en la teoría atómica durante parte de su historia, o en la teoría de la evolución aún hoy en día). Es cierto que no hay clasificación sin teoría; es decir, sin hipótesis. La clasificación no tiene nada que ver con la inducción baconiana. Para clasificar se necesitan criterios, y toda la pregunta deriva en plantearse si son los correctos o los incorrectos. Sin embargo, de manera recíproca, la teoría siempre implica clasificación. La física galilea también era una clasificación fresca de movimientos, así como la anatomía patológica y la fisiología hicieron posible una nueva clasificación de tipos de enfermedades, parte de la topología se propone clasificar superficies, etc. El error epistemológico se debe a que la clasificación se reduce a lo dado de manera inmediata o, si se quiere, con criterios “visibles”. La teoría es el momento de la revolución científica; es el domingo de la ciencia, dejando los otros seis días para la observación, la experimentación y la clasificación. ¿Cuál es la parte transformacional de la gramática generativa si no es –en su parte más sólida– una topología de las relaciones de “proximidad” entre enunciados? La riqueza de la etapa combinacional es que trae consigo la obligación de describir, clasificar, analizar, etc. C. La revolución postsaussureana El análisis de la sintáctica combinatoria es sólo una etapa –necesaria pero provisional– en el análisis del hecho musical; la segunda etapa consiste en incorporar las otras dimensiones del trabajo –la dimensión poiética y la dimensión estésica– en el análisis, lo que resulta en subdivisiones y relaciones frescas. 153 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Lo significativo de la revolución saussureana es puramente histórico y relativo. Constituyó una etapa, que será seguida inevitablemente de otras etapas (Jakobson, 1973). El hecho es que un análisis puramente “formal” resulta imposible. En el punto de inicio del proceso combinacional –la definición de unidades– y a través del proceso de análisis, estamos obligados a basarnos en la sustancia: la sustancia de la expresión y la sustancia del contenido, propiedades del material acústico, así como datos semánticos o pragmáticos. El análisis saussureano comienza con un texto o transcripción o debe acabar con uno: analizar es escribir (Granger, 1960). Esto quiere decir considerar como nula y vacía la larga labor (teórica y práctica) de la abstracción que ha hecho posible, sobre la base del hecho simbólico experimentado, convertir el análisis en un documento: “Generalmente los no lingüistas no se dan cuenta de qué tan indirecta es la relación entre enunciados hablados observados u observables y la descripción que hace el lingüista de estos enunciados” (Lyons, 1972: 55). Pero esto es más que simplemente lo preliminar. Las reglas combinatorias a las que se llegó por el análisis describen sólo algunos fenómenos lingüísticos y son inseparables del largo proceso de abstracción del cual surgen. Se puede decir, tergiversando el sentido de lo que ha llegado a ser un lugar común, que los fenómenos considerados son todos fenómenos de superficie (incluyendo, por supuesto, si adoptamos el marco de la gramática generativa transformacional, la estructura profunda; de hecho, esto constituye una objeción a la noción de estructura profunda, siendo el único mérito el ser planteada para resolver problemas de superficie). Las secuencias abstractas en las que se basa el análisis no son autosuficientes, por lo que es imposible en principio hacer un análisis puramente inmanente de éstas. La mejor indicación de esa imposibilidad se encuentra en las dificultades afrontadas por todas las sintaxis: tienen que seguir el camino que lleva del rechazo de la semántica a su incorporación a la teoría, lo que conduce, como resultado, progresivamente al rompimiento. Y aquí la semántica sólo es un nombre conveniente –y confuso– para denotar precisamente todo lo que tuvo que abandonar en el camino el proceso de abstracción. La situación es la misma en la lingüística y en la música: ninguna 154 combinación, por muy sofisticada que sea, puede dar cuenta exhaustiva de un texto musical. La situación se aclara cuando nos referimos a la lingüística y a los dos momentos más grandes de su desarrollo reciente: lo que puede llamarse el momento de pureza y el momento de mezcla, el momento de langue y el regreso a la parole como una serie heterogénea de hechos del lenguaje. El primer momento es la era saussureana. Establecer los fundamentos de la lingüística, así como cuando era cuestión de establecer los fundamentos de la física o la economía, significaba definir un campo restringido de fenómenos puros, abstractos, alrededor de los cuales las relaciones definitivas se planteaban, descartando sin piedad todo el grosor concreto tan ciegamente obvio que no dejaba separar lo que era esencial. Así podían constituirse sintaxis que tarde o temprano serían reemplazadas por sistemas formales. Pero la noción de sintaxis es relativa, no absoluta, como creía Morris. O más bien, hay dos objetos que no deberían confundirse: la descripción sintáctica y el sistema formal usado para la descripción. Sin embargo, después de un cierto tiempo, en cierto momento del análisis, los datos que la descripción sintáctica –distribucional o generativa– busca explicar, ya no son suficientes. Ése es el momento de la crisis y de la necesaria renuncia de pureza. La semántica generativa, como los cambios hechos por Chomsky al sistema de Aspects, ilustran la segunda etapa. La textura sintáctica se presenta como si estuviera llena de huecos que no se pueden remendar al nivel puramente sintáctico; es necesario basarnos en el compuesto de la semántica pragmática. Probablemente sucede lo mismo en la música. El análisis taxonómico en paradigmas, inevitablemente lleva a dificultades y se enfrenta a limitaciones. Porque “formalmente” –es decir, a través de operaciones de sustracción, adición, permutación, transposición, etc.– es posible moverse de una secuencia a cualquier otra secuencia. Por el momento, una clasificación general de transformaciones musicales parecería descartarse o se consideraría inservible (Cfr. aquélla planteada por Osmond-Smith, 1973). Otra manera es posible en la tradición émica: la de confinarnos a considerar las transformaciones más frecuentes en un cuerpo homogéneo dado. Pero 155 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical está claro cómo estamos obligados a trabajar, por decirlo así, desde un “enfoque suave”: la combinación encuentra sus limitaciones en todos lados. La separación de langue –como opuesto a parole– es, por lo tanto, doblemente relativa. Es relativa con respecto a los procesos teóricos y prácticos que la hicieron posible, y es relativa con respecto a la realidad del intercambio simbólico. Por un lado, la langue es eliminada del trabajo de construcción cultural, del cual es la culminación; por el otro, es eliminada de la producción y la recepción, que son una parte integral del intercambio de paroles. Lo que está en juego hasta este día es la posibilidad de completar un análisis combinacional del texto (lingüístico o musical), como separado de su producción y recepción, reducido a una transcripción específica y considerada como definitiva. Sin embargo, se le podría hacer una objeción adicional al método combinacional como tal (Cfr. Thom, 1970). De hecho, podemos preguntarnos si otros modelos no podrían ser más propicios que los combinacionales para describir ciertas propiedades de los sistemas simbólicos del lenguaje y posiblemente también de la música. A este respecto es útil plantearse preguntas sobre la naturaleza de la transformación como la definida y utilizada por los lingüistas. Recordemos antes que nada que parece haber pocas oportunidades, por el momento, de formalizar de manera clara las operaciones de transformación, a pesar de varios intentos por hacerlo. Surge entonces la pregunta de si la razón de esto no es que el contenido intuitivo de la transformación se presta con dificultad al tratamiento combinacional. Ese contenido intuitivo es de hecho más una idea de parecido, de semejanza –y no siempre de paráfrasis–, de proximidad entre varios enunciados hablados. ¿Pero es cierto que estas propiedades de proximidad pueden ser analizadas con los tipos de herramientas provistas por gramáticas formales? Lejos de ello, preferimos hablar, no de langue como opuesto a parole, sino de un nivel de mensaje, un nivel neutro de análisis. Es un nivel doblemente neutro debido a que consiste en una descripción del fenómeno, en el que las condiciones de producción y recepción del mensaje no están involucradas, y en el que no se cuestionan ni la validez de la transcripción ni las herramientas utilizadas para dar cuenta de ella. Por ello, la delimitación y descripción del nivel neutro son provisionales: éste es el comienzo de una dialéctica ininterrumpida. 156 Si relacionamos el nivel neutro con la producción y la recepción, aparece un problema teórico que es indistinto en sus términos y sin embargo inevitable, esto es, ¿cómo dar cuenta del proceso como un todo? Es un problema de estabilidad, si se quiere: de miles de intercambios individuales surge una realidad que, aunque indistinta, es, sin embargo, lo suficientemente regular para describirse con un grado de aproximación. Obviamente la regularidad puede ser “explicada” por el proceso de aprendizaje, que es claramente el factor clave en su operación. Sin embargo, aprender no explica de ninguna manera precisa el lazo que existe entre las variaciones individuales infinitas y la relativa estabilidad del todo: un sistema lingüístico o musical que está evolucionando gradual y continuamente. La langue puede, por lo tanto, considerarse como una forma, no en lo algorítmico sino en el sentido cualitativo del término (Thom, 1972). Procesos simbólicos deberían compararse a formas vivientes, lo que justificaría el uso de la expresión “formas simbólicas” para denotar estos nuevos tipos de formas vivientes que son realidades culturales. En vista de ello, ¿no sería una buena idea abandonar los métodos cuantitativos de análisis por aquéllos puramente cualitativos? La noción de estabilidad estructural juega un papel crucial, debido a que lo que está involucrado es precisamente la propiedad que una forma posee de tolerar perturbaciones pequeñas sin dejar de ser identificable. Cualquiera que sea el futuro de las hipótesis planteadas por Thom, una cosa queda clara: así como no puede afirmarse que ningún modelo de descripción sea exhaustivo, tampoco puede afirmarse que sea exclusivo. Ésta es una lección, no de eclecticismo, sino de tolerancia científica. La música y el lenguaje todavía tienen mucho que enseñarnos. D. Análisis del hecho total El análisis del hecho musical es un proceso infinito Entonces, ¿qué es el análisis musical? Es esta dialéctica de trabajo científico que, empezando con el análisis “neutro” del material acústico transcrito por 157 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical la práctica social, que ya es de por sí un análisis, se desarrolla definiendo estratos frescos de análisis en el camino, ya sea incorporando datos prestados de otras dimensiones (producción y recepción) o cuestionando las herramientas utilizadas para el análisis y tratando de forjar nuevas. Surge así la pregunta de si puede este análisis realizarse dentro del marco de un formalismo único. Ése era el viejo sueño de quienes pensaban, con Durkheim, que podían dar cuenta de la religión en términos de sus orígenes, reducida a un tipo específico de relación con lo sagrado: la sociedad unida venera a la sociedad misma. A la reducción de lo simbólico se añade la explicación por medio de un mecanismo único, siendo lo simbólico solamente una desviación por la que la sociedad se encuentra de nuevo a sí misma. Pero muchas teorías del lenguaje, sin ser tan inmediatamente reductivas, formulan la hipótesis de un único mecanismo capaz de describir y explicar los fenómenos lingüísticos como un todo. El ejemplo más flagrante es provisto por las teorías generativo-transformacionales, para las cuales un formalismo único milagrosamente se corresponde con un único modo de existencia y descripción, que por derecho es suficiente para analizar el lenguaje. Sin embargo, aun dejando de lado las dificultades concretas a las que se enfrenta tal requerimiento, la comparación con otros dominios muestra qué tan inaceptable es. No hay, ni puede haber, un único formalismo que agote las propiedades de un dominio de lo que existe, de un área distintiva de existencia reconocida como tal por la práctica social. ¿Puede un formalismo único explicar todas las propiedades de una mesa, una montaña o un organismo vivo? Si no hay un solo procedimiento de estudio en las ciencias físicas o biológicas, ¿cómo puede haber uno para el lenguaje, la música o la religión? No es suficiente con postular niveles abstractos de representación, unidos por reglas; no hay forma de tener la certeza de que los niveles siempre correspondan en cada caso, en cuanto el número de esos niveles excede a dos. La subdivisión del objeto no debe confundirse con la estructura actual del mundo.2 ¿Quiere esto decir que nos hemos quedado con una fragmentación en especialidades separadas, cada una forjando su dominio en el lenguaje 8 La misma objeción puede hacerse en contra de las teorías estratificacionales del lenguaje (Cfr. Lockwood, 2 1972). 158 o la música? Nótese, primero que nada, que las mismas ciencias de la naturaleza, mientras evolucionaban, observaron la construcción de disciplinas fronterizas que se encargaron de las uniones entre las diversas disciplinas formalmente distintas. Sin embargo, en el caso de los fenómenos simbólicos, las disciplinas sintéticas son necesarias por las mismas propiedades de lo simbólico. Si, para resumir el análisis de Granger, la ciencia del hecho humano desconecta un área de la experiencia y la disloca para objetivizarla, la experiencia, sin embargo, siempre está ahí. No obstante, la validación y aplicación del resultado en las ciencias humanas necesita de su integración en un modelo provisional sintético. Ése es el fundamento y la razón de los métodos de simulación en las ciencias humanas. Es la venganza, si se quiere, de la experiencia en lo formal. Si aceptamos tanto la imposibilidad de un formalismo único como la necesidad de un modelo sintético provisional, ¿cuáles son –y es posible anticiparlas– las modalidades de dicho modelo? Una metáfora usada comúnmente hoy en día para describir la complejidad en la que se presentan los fenómenos humanos es la de los niveles o capas. El peligro de la metáfora es que puede tomarse muy literalmente. Si tomamos una rebanada de pastel, por ejemplo, hecho de pasta hojaldrada, las capas de la pasta hojaldrada descansan de manera exacta una sobre otra, y coinciden de una rebanada a la siguiente. Si las capas no coinciden, si no hay una correspondencia entre los estratos, es apropiado construir modelos de uniones entre estratos, que serán en sí mismos modelos regionales. En vez de un único sistema de sistemas acabamos con un número de estratificaciones de estratos, irreductible a un formato común. El ejemplo más típico es provisto, en este caso, por las tres subdivisiones en términos de la producción, la recepción y las propiedades inmanentes del mensaje simbólico. Ya sea en el lenguaje o en la música, la cuestión más importante hoy en día es ciertamente la articulación de los tres análisis, como la articulación de los diferentes “niveles” de una sección a través del fenómeno: fonología, morfología, y sintaxis y semántica, en el caso de la lingüística. Más allá del análisis y la síntesis de cada una de las formas simbólicas, nuestra búsqueda puede enfocarse en las relaciones entre los diversos campos 159 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical de lo simbólico. Éste es un estudio mucho más fructífero que la aproximación que consiste en empezar por definiciones abstractas del signo y el símbolo, y llegar a encontrar sus propiedades aquí o allá. El punto de inicio es el análisis de cada una de las formas simbólicas. En este tipo de semiología comparativa sólo se ha desarrollado hasta ahora una rama: la que consiste en empezar con las propiedades del lenguaje y analizar las otras formas simbólicas con referencia al lenguaje. “Como ésta (la lingüística) muestra científicamente las características definitorias de los lenguajes naturales, es posible verificar si esas mismas características son o no son válidas con respecto a la definición de sistemas de otros signos que los lenguajes naturales –lo que también hace posible empezar a clasificar esos sistemas de signos” (Mounin, 1970: 68). Esa comparación de hecho hizo posible obtener resultados negativos, pero –si se me permite la expresión– positivamente negativos: una dirección posible de análisis se ha explorado hasta el límite, y características peculiares de cada uno de los dos sistemas han sido reveladas de este modo (Nattiez, 1975, parte 2). ¿Cómo es que la lingüística y el lenguaje son tan privilegiados? La única justificación posible para esto sería el estado de mayor avance en la investigación lingüística. Pero ese privilegio reconocido nos lleva a una distorsión de los fenómenos, ya sea porque las personas están buscando lenguajes en todos lados, o porque, por el contrario, el lenguaje se aislará cada vez más de los procesos simbólicos. Por una parte, en todos lados son planteadas analogías, casi todas metafóricas y que no conducen a ningún lugar; por otra parte, sólo se plantean diferencias. Entonces lo que hay que hacer es dar vuelta a la comparación en ambas direcciones, porque ésa es la única manera en la que las propiedades que son genuinamente comunes a dos o más campos simbólicos pueden iluminarse. Eso parecería ser el resultado que podría, de aquí en adelante, ser esperado del estudio de sistemas de comunicación animal y su comparación con el lenguaje humano. Estamos descubriendo cada vez más que las semejanzas y diferencias son mucho más complejas de lo que hace poco se creía (Hinde, 1972). Los desarrollos en el análisis musical también prometen ser fructíferos y llevarnos a un entendimiento más preciso tanto de la música como del lenguaje. Ya nos hemos referido a las relaciones directas que existen entre esos dos dominios en ciertas culturas. Seleccionaremos solamente dos ejemplos 160 de los problemas actuales que han aparecido a partir de comparaciones precisas de los dos dominios. El primero es un problema típico de una etapa en la semiología comparativa: ¿hay o no doble articulación (en el sentido de Martinet) en la música? Si por ello se entiende una misma organización en dos niveles como en el lenguaje, la respuesta ciertamente es que no (Nattiez, 1975, parte 2, capítulo 11, § 3). Sin embargo, la pregunta puede ser reformulada, tomando en cuenta dos tipos de datos. En primer lugar, ¿se adecua la distinción entre las dos articulaciones sugerida por Hjelmslev y Martinet para describir la organización lingüística? Es probablemente más preciso seguir a Granger al hablar del lenguaje como un sistema simbólico de múltiplearticulación (Granger, 1971: 79). Además, ¿acaso no hay varios niveles que deban distinguirse en una obra musical, ya sea que lo referido sea una jerarquía de estilo tradicional (frase, tema y motivo) o los niveles de un análisis “distribucional” (las unidades de Ruwet de los niveles I, II y III)? Así, hay unidades de diferentes niveles, constituidos sobre la base de unidades de un nivel estrictamente inferior. Pero aunque el análisis en niveles sea una aproximación enteramente relativa (Cfr. el análisis de Syrinx en Nattiez, 1975, parte 3, capítulo 5), las propiedades diferenciales de las dos organizaciones son complejas y merecen un estudio a conciencia. El segundo problema es el de las formas “mezcladas” o transicionales entre la música y el lenguaje. Sería apropiado, antes que nada, hacer una lista de éstas y sugerir una tipología para las mismas. El uso de sonidos musicales como un sistema de comunicación en vez de, o además del lenguaje (lenguajes de silbidos o de tambores); el canto en todas sus formas, desde los ejercicios de canto hasta la ópera y la melodía; la dicción épica o lírica; rezos, conjuros, etc.; la existencia de características prosódicas o suprasegmentales (tonos, acentos, entonaciones, ritmos) en el lenguaje, todas estas cosas hacen obligatorios los encuentros entre ambos dominios. Esos encuentros pueden producir incompatibilidades, exclusiones o fusiones. La clave yace en la descripción meticulosa de los encuentros y de los fenómenos de frontera a los que dan origen. El problema de los encuentros entre la música y el lenguaje, por lo tanto, se basaría en consideraciones menos abstractas, menos metafísicas. La descripción antropológica es más efectiva que la filosofía. Hay más cosas en esta tierra 161 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Reflexiones sobre semiología musical que en toda la semiología. El análisis musical y el análisis semiológico son infinitos. Conclusión Facultad de Música • UNAM Si la música es un hecho simbólico, si el análisis musical tiene un lugar correcto en el marco de métodos, capaz de dar cuenta de las operaciones simbólicas y sus productos, tal vez sería permisible hablar de una semiología de la música. Mauss vio al símbolo como perteneciente a la sociología: Porque la noción de símbolo es enteramente nuestra –¿acaso no lo es?– partiendo de la religión y la ley. Durkheim y nosotros mismos hemos estado enseñando por largo tiempo que la comunión y la comunicación entre los hombres sólo son posibles a través de símbolos comunes permanentes –externos a los estados mentales individuales que son simplemente sucesivos– a través de signos grupales de estados que son tomados entonces como realidades... Por largo tiempo hemos pensado que una de las características del hecho social era precisamente su aspecto simbólico. En la mayoría de las representaciones colectivas, lo que se tiene no es una representación única de una cosa única, sino una representación escogida arbitrariamente, o más o menos arbitrariamente, para significar otras y para controlar prácticas (Mauss, 1950: 294-5). La evolución de la lingüística ha mostrado los límites de ese tipo de reduccionismo sociológico. Si hay una sociología del lenguaje, también hay una lingüística independiente sin la cual la sociología del lenguaje no podría estar constituida; o más bien, la sociología del lenguaje extrae parte del campo de la lingüística, que por su parte no pierde nada de su autonomía. Lo mismo puede decirse de todas las “-ologías” del lenguaje, y la situación es idéntica con respecto a la religión o la música. El simbolismo no le pertenece a ninguno –ni al psicólogo, ni al sociólogo, ni al psicoanalista, ni al antropólogo, ni al historiador de las ciencias. 162 Con esto no queremos decir que el simbolismo pertenece al semiólogo como la última reencarnación del profeta de la totalidad. Más bien al contrario, pues no hay tal cosa como una semiología general, si por ello entendemos el tipo de ciencia global que podría dar cuenta de la totalidad de los hechos simbólicos como un todo. El proyecto –provisional– de una semiología puede consistir solamente en el reconocimiento, aquí y ahora, de la consistencia propia y de la especificidad de lo simbólico, basada por lo menos en parte en la triple dimensión de su existencia: poiética, neutra y estésica. El símbolo, “origen y base del comportamiento humano” (White, 1969: 22) es el punto de partida de la ciencia del hombre. La semiología –si es que hay semiología– no encarna el llamado racionalismo “unidimensional” de los estructuralistas ni el pathos creador de confusión de los pseudolingüistas matizado con psicoanálisis y/o marxismo. Solamente trata de realizar con éxito un análisis, tomando de todos los recursos que le son ofrecidos por todas las disciplinas que tratan seriamente lo simbólico. La música, siendo simultáneamente tan parecida y tan diferente al lenguaje, no puede más que ayudarnos a entender mejor a éste y a otras prácticas simbólicas. Pero la finalidad última de la semiología de la música es, realmente, entender, es decir, conocer la música. Esto nunca ha detenido a nadie a hacerla, a escucharla y a amarla. Reflexión 1990 Más que repetir lo acostumbrado de “si estuviera escribiendo este artículo hoy ciertamente no lo haría de la misma manera”, tal vez es de mayor utilidad vislumbrar tanto hacia atrás como hacia adelante. ¿De dónde viene la semiología de la música?, ¿qué ha pasado con ella en quince años?, ¿a dónde se dirige? ¿De dónde viene? Jean-Jacques Nattiez, el hombre al que se le debe otorgar todo el crédito por construirla, publicó sus Fondements d’une sémiologie de la musique (Nattiez, 1975), en un momento en el que se encontró en la confluencia de tres corrientes. En primer lugar, tenía una pasión por la música y por Wagner, que lo predestinó a poner particular atención a las relaciones 163 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical entre el lenguaje y la música. En segundo lugar, habiendo tenido desde una etapa muy temprana un interés en los descubrimientos del estructuralismo lingüístico, se encontró con la semiología de G. Mounin y los métodos distribucional y paradigmático de Ruwet aplicados a los análisis de monodias (1972b). Finalmente, el azar dirigió su atención a una semiología general emergente que yo estaba comenzando a delinear en Aix-en Provence. Adoptando una perspectiva más amplia y un cambio de escala, podemos decir que la semiología de la música concebida por Jean-Jacques Nattiez fue una respuesta a los desafíos del tiempo, y que ése es el estado que yo me propuse describir en 1975. Estaba el estado de la música, donde explosiones y rupturas tanto internas como externas apelaban a la creación de un marco general de pensamiento que hiciera posible integrar los fragmentos dispersos de la música –las prácticas, las teorías y el análisis. Estaba el estado de la epistemología, donde los ejemplos de estructuralismo lingüístico y generativismo sugerían basar los problemas tradicionales del análisis –explicitez, distinción de niveles y de variables– en nuevos principios. Y finalmente estaba el estado del análisis musical en Francia, donde era una disciplina privada, marginal, sin ninguna tradición bien establecida, generalmente confinada a reflexiones triviales sobre la organización de la forma sonata, sobre modulaciones y sobre uno o dos enlaces sorprendentes. La semiología de la música, por lo tanto, gradualmente se fue conformando hasta culminar en el libro de 1975, que llevó la teoría al dominio público, como lo hizo, y la situó ante la comunidad de especialistas. De manera oportuna, fue criticada, halagada y defendida; pasó la prueba, se ganó un lugar bajo el sol, se estableció y se ha desarrollado, beneficiándose como siempre tanto de la crítica como del elogio. Entonces, ¿qué ha pasado con estas ideas de cuyo nacimiento tengo cierta responsabilidad? Me parece que, a pesar de los debates y modificaciones, se ha establecido un cierto número de asuntos. La noción de la “tripartición”, siento, ha probado su validez y su fecundidad. Desde un punto de vista intuitivo, se corresponde correctamente con aspectos distintos y complementarios del “hecho musical total”. ¿Qué sucede con el nivel neutro que ha causado que tanta tinta se gastara y ha provocado tanta discusión? Repito: la idea es intuitivamente 164 clara. De acuerdo con la música occidental, como la vemos desde el siglo XVI hasta el XIX, hay partituras, un compositor y un auditorio. De manera más general, la música aparece como un objeto –una sucesión de eventos acústicos– que pueden estar separados de manera más o menos arbitraria entre la persona que la produce y la persona que la escucha. Pero el esquema de tripartición sólo tiene una validez general –no hay un concepto aristotélico definido absolutamente a partir del tipo y diferencia específica– y tiene que ser especificado cada vez de acuerdo con el caso concreto. Usando una noción que gradualmente se está aceptando, el prototipo de la tripartición es el caso primeramente mencionado, aquel que corresponde de manera más cercana a nuestra experiencia como gente del siglo XX: comparamos, analizamos partituras a la manera de Dubois, Schenker, Meyer, Forte, Lerdahl; nos preguntamos cómo compuso Boulez sus obras; y escuchamos a Bach, Mozart o Berio. La legitimidad del nivel neutro también surge cuando lo comparamos con los otros dos constituyentes de la tripartición, y la misma evolución del análisis y de los “modos analíticos” es testigo de ello. Hoy en día en la música sólo se habla de ciencias cognitivas. ¿Qué significa este cambio de paradigma? Corresponde al viraje que vemos operar en las ciencias humanas: la lingüística, la antropología, y ahora la música, después de haberse interesado en las estructuras, en las configuraciones presentes en el texto, el habla y la partitura, estamos dándonos cuenta de que esas configuraciones no son necesariamente relevantes con respecto al escucha o al compositor y estamos empezando a buscar estrategias de producción y percepción. ¿Qué mejor confirmación puede haber de la importancia y realidad de la tripartición y de la dialéctica entre el estudio de las tres dimensiones del hecho musical? Una pregunta nos viene a la mente de manera natural hoy en día como hace quince años: ¿cuál es el estatus de la semiología de la música con respecto a los modelos de análisis? Si aceptamos que los dos principales modelos en uso hoy en día son el modelo de Schenker y el “análisis serial” de Forte (Cfr. Dunsby y Whittall, 1988), ¿cuál es el lugar de la semiología musical? Creo que se presenta a sí misma como un marco teórico dentro del cual los modelos pueden ubicarse, entenderse, evaluarse y modificarse. Lo que los alemanes denominan Systematische Musikwissenschaft (Cfr. Dahlhaus 165 Facultad de Música • UNAM El hecho musical y la semiología de la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical y de la Motte-Haber, 1982) y lo que J. Chailley llama philologie musicale (1985) es exactamente lo que la semiología de la música busca ofrecer: una teoría y principios que hagan posible una ubicación coherente de las varias disciplinas musicales en la forma de una auténtica “musicología general” (Cfr. Nattiez, 1987). Es en este marco que las orientaciones contrastantes y complementarias del conocimiento y la práctica se unen de una manera bien fundamentada: la producción y la audición, el estudio interno y el estudio externo, la sincronía y la diacronía, etc. Déjenme tomar un solo ejemplo que ilustra la necesidad de ese marco. Los modelos de análisis evolucionan, dan lugar unos a otros, son olvidados... ¿Debemos entonces ubicarnos en una historia “llena de sonido o furia”, constantemente puntuada por revoluciones y cambios de paradigmas, o caracterizada en cualquier momento por la pugna de paradigmas irreconciliables? Creo que la semiología musical de JeanJacques Nattiez, que no afirma tener todas las respuestas, es la que tiene mayores probabilidades de plantear las preguntas correctas. Y antes que nada, la pregunta sobre el estatus del análisis y del analista, como claramente aparece con la ayuda de la noción de situación analítica (Cfr. ibidem: 171 y ss.), así como aquélla sobre el alcance de cada paradigma, gracias, en particular, a la comparación de los análisis. Ésta es la única manera en la que el pasado (la historia del análisis), el presente (la coexistencia de paradigmas) y sin duda el futuro, toman un significado coherente. Por lo que, recordando a Wagner, ¿cómo se presentarán en el futuro la semiología y el análisis? Nadie lo sabe, por supuesto. Entre una multitud de problemas pendientes, veo un amplio campo de trabajo: aquel de la interfase y reconciliación del análisis, la historia y la antropología. Esa interfase siempre ha tendido a estar coloreada por el reduccionismo, con un contexto social como origen de lo musical. Aquí otra vez la semiología musical tiene algo que decir: hay una urgente necesidad de unir en un marco único a la etnomusicología y al análisis de la música occidental y, entre este último, el canto gregoriano así como las polifonías del ars nova. El homo musicus (Cfr. Blacking, 1973) ha existido durante los “40,000 años” (Chailley, 1976) en que los seres humanos han tocado y cantado. En 1975 argumenté sobre la necesidad de una teoría de la música simultáneamente sistemática, histórica y antropológica, y capaz de integrar la música con su contexto y con las 166 El hecho musical y la semiología de la música variables y constantes de su evolución. Para esta labor, todavía creo que una semiología de las formas simbólicas aplicada a la música es la fuerza más poderosa (Cfr. Nattiez, 1987; Molino, 1988, 1989, 1990 y en preparación). La música es un producto simbólico, y el análisis es inseparable del “hecho social total”, una experiencia musical que es el alfa y omega de la práctica y la teoría. Referencias bibliográficas ALAIN, E.-A., Les Arts et les dieux, París, Gallimard, 1958. AROM, S., Conte et chantefables Ngbaka Ma´bo, París, Klincksieck, 1970. BARBAUD, P., La Musique, discipline scientifique, París, Dunod, 1968. BOULDING, K. E., The Image, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1961. BOURDIEU, P., Esquisse d´une théorie de la pratique, Ginebra, Droz, 1972. BOURDIEU, P. y PASSERON, J. C., “Sociologues des mythologies et mythologies des sociologues”, en Les Temps modernes, no. 211, 1963, pp. 998-1021. BÜHLER, K., “Die Axiomatik der Sprachwissenschaften”, en Kant Studien, vol. 38, 1933, pp. 19-90. BUKOFZER, M. F., Music in the Baroque Era, Londres, Dent, 1948. CALAME-GRIAULE, G., Ethnologie et langage, París, Gallimard, 1965. 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Estos hechos experimentales precisos consisten en solicitar al sujeto, a partir de estímulos musicales más o menos complejos, una o más respuestas destinadas a explicitar el sentido de los mismos, que suponen al menos: 1. la existencia de un contenido emocional o representativo transmitido por estos estímulos, el cual es distinto de su forma; 2. la capacidad del sujeto para traducir este contenido por medio de palabras. Sabemos que estas dos propuestas están lejos de hallar unanimidad entre músicos y filósofos. Pero también sabemos que todas estas controversias provienen de opciones estéticas contradictorias que varían según las épocas y las escuelas. Y es en nombre de estas opciones que hay quienes defienden la legitimidad de los trabajos experimentales vinculados a este asunto. Del mismo modo hay quienes, mostrando la esterilidad de éstos, pueden llegar a negar los hechos en sí mismos. En realidad el trabajo experimental consiste en transformar estas propuestas en hipótesis que la experiencia pueda, por consiguiente, validar o invalidar, fuera de todo presupuesto normativo: 1. Si un contenido emocional o representativo coherente es transmitido por la forma musical, la distribución de las respuestas por categorías semánticas entre diferentes fragmentos musicales difundidos en el transcurso de la experiencia será diferente a una distribución al azar. 2. Si las respuestas verbales traducen efectivamente este contenido, 8 * Publicado originalmente como “Perspectives nouvelles de la semántique musicale expérimentale”, en Musique en jeu, no. 17, 1975, pp. 87-109. Traducción de Ladidet López Vélez y Rubén López Cano. Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental entonces será posible establecer ciertas relaciones constantes entre éstas y determinadas características de la forma musical. La mayor parte de los autores (Gundlach, 1935; Hevner, 1936; Campbell, 1942; Watson, 1942) consideran que entre las respuestas de los sujetos existe una clara convergencia de contenido para un mismo fragmento musical, o para un grupo de fragmentos que presentan características formales idénticas o similares. Esta convergencia semántica de respuestas parece ser relativamente independiente del nivel de educación musical que se tenga. A manera de ejemplo, expondremos rápidamente un experimento de K. Hevner (1936) que servirá igualmente de guía para la investigación de la problemática que queremos definir. El autor elabora en primer término una lista de sesenta y seis adjetivos presentados en desorden, pero que conforman en realidad ocho grupos semánticos, cada uno de seis a diez adjetivos, que presentan una cierta unidad de sentido entre sí. Estos grupos han sido constituidos a partir de criterios con los cuales se han confrontado las clasificaciones establecidas unas independientemente de otras. En una primera etapa de la investigación, el autor presenta cinco fragmentos de compositores, épocas e instrumentación diferentes, a sujetos aficionados que no han recibido ninguna educación musical particular. Éstos habían de elegir de entre la lista de sesenta y seis adjetivos, aquellos que les parecieran más convenientes para cada extracto. La hipótesis del investigador es que los sujetos memorizarían los adjetivos pertenecientes a un mismo grupo semántico, o a grupos semánticos vecinos. Esto es efectivamente lo que sucede, y dentro del conjunto se aprecia una real unidad afectiva en la elección de respuestas. En una segunda fase, el autor intenta definir las relaciones entre las tonalidades afectivas de los ocho grupos de adjetivos y los cuatro elementos formales siguientes: ritmo (con la oposición “ritmos firmes” y “marcados” vs. “ritmos sutiles” y “huidizos”); armonía (con la oposición “armonía simple” vs. “armonía compleja”); melodía (con la oposición “melodía ascendente” vs. 175 Facultad de Música • UNAM I. Los primeros trabajos americanos Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical “melodía descendente”) y modo (con la oposición “mayor” vs. “menor”).1 Los extractos musicales estarían compuestos o modificados en función de estas cuatro variables con doble modalidad. Una vez más fueron presentados a los sujetos, quienes debían escoger dentro de la lista de sesenta y seis adjetivos, aquellos que les parecieran más convenientes. Los resultados muestran que las oposiciones de ritmo, armonía y modo son percibidas claramente por los sujetos y se corresponden a oposiciones semánticas igualmente marcadas. La oposición de las curvas melódicas ascendentes o descendentes no parece llevar a contraposiciones semánticas muy definidas. Sin embargo, también es notorio que estas oposiciones semánticas no se dan entre grupo y grupo de adjetivos, sino entre diferentes combinaciones de éstos. Por ejemplo, a los ritmos firmes y marcados les corresponden a su vez adjetivos que designan una cierta actitud de tensión muscular (vigoroso, robusto, majestuoso, marcial, exaltante); y una cierta tensión espiritual (digna, sacra, solemne, seria, noble, religiosa, inspirada); a los ritmos flexibles se asignan, a su vez, adjetivos que indican una cierta ligereza, un humor jocoso y cierto sentimentalismo. La oposición de armonía simple y armonía compleja contiene la oposición de las respuestas alegres y ligeras con las de carácter religioso y meditativo pero también de carácter apasionado, mientras que las respuestas que indican una tensión muscular o corporal han desaparecido. Las correspondencias entre elementos del lenguaje musical y los contenidos semánticos sin lugar a dudas existen, pero a cada forma de ritmo, de armonía, o a cada modo, corresponden varios contenidos cercanos, y a cada contenido le corresponde un gran número de patrones o formas elementales. II. El peso de la convención Esta investigación (y todas aquellas que se le parecen) conserva una cierta ambigüedad en cuanto a la motivación de los significados transmitidos por los patterns musicales. Frecuentemente, estas significaciones son presentadas como significaciones “naturales”, que se pueden explicar por las analogías entre la forma y lo que ésta supuestamente designa. 8 1 Estos términos, con frecuencia poco claros, son, sin embargo, los utilizados por Hevner. 176 Hay que considerar que la relación entre el signo musical y aquello que representa no es sino fruto de una convención que aparece en un momento determinado de la historia de la música. En muchos casos, se ha pretendido justificar esta convención por medio de una analogía formal. Esto ha sucedido, por ejemplo, con la oposición entre los modos mayor y menor, la cual ha sido abordada por numerosos tratados desde el siglo xviii. Pero, aun cuando la analogía es flagrante, como en todos los simbolismos figurativos señalados desde hace ya algún tiempo por los musicólogos, la parte de la convención sigue siendo importante. Así, Chailley (1963) muestra cómo los recitativos de las Pasiones de Bach están basados en un sistema significante simbólico, en el que cada ritmo, cada intervalo, cada acorde, denota un objeto, un movimiento o un sentimiento específico, de la misma manera que el texto cantado. Definitivamente siempre hay una analogía entre la forma musical y la idea que ésta quiere expresar: de este modo, al inicio de la Pasión según San Juan, un movimiento melódico descendente acompaña el descenso de Jesús y de sus apóstoles hacia el río, y un movimiento ascendente acompaña su ascenso hacia el Jardín de los Olivos. La jerarquía entre Jesús, el Maestro, y sus apóstoles, está marcada frecuentemente por una diferencia de tesitura en el recitativo del evangelista. El mal, la reprobación, la traición, se evidencian por medio de un acorde disonante. Podríamos multiplicar los ejemplos al infinito, pero el problema es que estos simbolismos no son comprendidos por el escucha sino en la medida en que los análisis musicológicos los han descrito, habituándolo a escucharlos según un código. M. Honegger muestra igualmente que, en las obras de Paschal de l’Estocart, ciertos intervalos simbolizan el cielo, el paraíso, la pureza, o por el contrario, el infierno, la tierra, el pecado. Pero estos intervalos podrían igualmente significar otra cosa, o quizá absolutamente nada, de tal manera que, a pesar de existir una analogía real entre el signo musical y eso que supuestamente representa (intervalo ascendente para el cielo, descendente para el infierno, por ejemplo), la relación conlleva en gran medida una convención que, como todas las convenciones, puede modificarse o desaparecer. Las explicaciones analógicas son entonces posibles y permiten al psicólogo comprender tal o cual aspecto de la significación musical. Sin embargo, éstas no rinden cabal cuenta de los sistemas codificables como 177 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Reflexiones sobre semiología musical aquéllos de los que hablan Chailley a propósito de Bach, o M. Honegger a propósito de Paschal de l’Estocart. Lo que distingue a estos trabajos musicológicos de los meramente experimentales es que mientras los primeros abordan las significaciones más institucionalizadas, que tienen una historia y por lo tanto no pueden ser pensadas fuera de los estilos y de las estéticas en las que se formaron, los segundos no buscan más que dilucidar los efectos de ciertos estímulos determinados sobre el escucha, fuera de todo aspecto evolutivo del contexto histórico o cultural, limitándose estrictamente al contexto sociocultural del sujeto. Facultad de Música • UNAM III. El papel de la organización formal No obstante, sería erróneo pensar que en la significación musical no existe motivación alguna, y que la relación significante-significado es puramente convencional. El hecho mismo de que ciertos procedimientos aparezcan continuamente a lo largo de la historia de la música indica claramente que la forma fenoménica [phénoménale] del significante es determinante dentro del funcionamiento del signo. El defecto de las investigaciones americanas es no haber precisado suficientemente la clase de signos que pretendían estudiar ni el nivel en el que situaban sus trabajos. Investigaciones recientes muestran, en efecto, que la semántica musical no se puede reducir únicamente a procedimientos escolares. L. B. Meyer (1956), por ejemplo, apoyándose en los conceptos de la Gestalttheorie, establece un cierto número de leyes constantes de la expresión musical. Éstas, combinadas de manera diferente según las obras, determinan en el escucha impresiones ricas y matizadas que apelan a connotaciones verbales complejas. Cada una de estas leyes encuentra su actualización en diferentes procedimientos, codificados o no, pero que son variables dependiendo de las épocas y de los autores. Así, la ley de continuidad puede enunciarse de la siguiente manera: cada vez que un proceso melódico, armónico o rítmico es interrumpido o reemplazado momentáneamente por otro, se crea una ruptura en el devenir musical que aumenta la tensión psíquica, la cual no encuentra su resolución 178 sino hasta que el proceso inicial es retomado y llevado a término. Puede ocurrir también que la ruptura no provenga de un abandono del proceso inicial, sino de la superposición a éste de un proceso diferente que lo contraríe (como en la superposición de ritmos binarios y ternarios, por ejemplo). De igual manera, la ley de complementariedad y conclusión supone que todo proceso melódico, armónico o rítmico puede descomponerse en un antecedente y un consecuente, donde el antecedente anuncia o implica al consecuente que concluye el proceso. Por ejemplo, una modulación dentro de una frase (antecedente) llama a otra modulación: el retorno al tono inicial (consecuente que cierra la frase). Un motivo rítmico con valor temático está generalmente construido simétricamente, y es esta simetría la que da al motivo su aspecto de totalidad cerrada. Toda ruptura de complementariedad o de conclusión da lugar a una tensión que requiere ser resuelta psicológicamente (y no sólo musicalmente). Existen muchos procedimientos que logran este resultado, por ejemplo, la repetición del antecedente sin su consecuente crea tensión (frecuentemente es el caso de las introducciones de sinfonías clásicas o románticas), al igual que la introducción de ostinatos y pedales. La ley de debilitamiento de la forma, cuyo efecto es la espera ansiosa, se manifiesta por la uniformidad de los ritmos, de los intervalos melódicos, de los acordes, y la reducción de los contrastes de intensidad y de timbres. En cuanto a los simbolismos elementales descritos anteriormente, éstos ponen de relieve los desvíos, percibidos como tales, en relación con un esquema melódico o rítmico de base. Todos los procedimientos expresivos analizados aquí consisten entonces en la ruptura de cierto equilibrio formal que el escucha reconoce de inmediato, al mismo tiempo que la vive como una espera frustrada, un deseo insatisfecho. La expresión musical es resultado consecuente de la utilización consciente del compositor de procedimientos que conducen a la ruptura en las leyes universales de las Formas. Sin discutir la validez de la hipótesis gestáltica, podemos al menos recalcar que cualquiera que sea la obra o el estilo, los signos musicales ya no están reducidos a meras unidades delimitadas con las cuales se podría hacer un catálogo, sino que ponen incluso de relieve la economía general de la composición. 179 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM De la misma manera, en muy sugerentes investigaciones, Francès muestra que los elementos simbólicos engloban aspectos muy diversos del lenguaje musical. Éstos no son forzosamente descriptibles en “sememas”, es decir en unidades mínimas significantes, como intervalos, acordes, células rítmicas o los mismos patterns más complejos pero bien delimitados. Es más productivo trabajar con estructuras de conjunto, incluso con aquellas que pertenecen al nivel formal de la totalidad de la obra. Por ejemplo, en “Le Lever du jour” de Daphnis et Chloé de Ravel, la aparición de la luz del alba (impresión fenoménica de aumentación y crecimiento) se representa por medio de “una ascensión global de las unidades básicas”, cuyo “poder está en la repetición del motivo ascendente y la evolución dinámica de las unidades básicas y las unidades del conjunto” (Francès, 1958: 313). Vemos aquí que la significación rebasa todas las unidades particulares (acordes, cadencias, “melemas”) para situarse al nivel de las frases y grupos de frases. Queda claro que la analogía formal es preponderante y se vuelve psicológicamente explicable. En todo caso, es dentro de la estructura misma de la obra (y no de un código ni su historia) donde se encuentra la clave de la expresión. IV. Sentido y significación Aún deben hacerse señalamientos esenciales a propósito de las investigaciones americanas que aclararán sin duda lo que acaba de exponerse: estas investigaciones descansan implícitamente sobre la hipótesis de la autonomía del significado musical. Las respuestas de los sujetos remiten entonces a este significado. Sin embargo, las respuestas no son más que una traducción de un “mensaje” supuestamente transmitido por la música. Efectivamente, el significante musical remite a un significado que no tiene significante verbal preciso. Este significado puede consistir en los bloques de adjetivos, o, en las investigaciones más completas, en las imágenes complejas de las múltiples traducciones verbales. Pero la multiplicidad de respuestas para una misma forma musical, para un mismo pattern, no se encuentra aquí en contradicción con la unidad del significado leído en esta forma, simplemente porque la significación musical es más general que la 180 significación de la palabra. La multiplicidad de las respuestas no es más que el resultado de esta generalidad, o más bien, el efecto que se produce al pasar del ámbito de la generalidad de significaciones musicales al de la precisión de las significaciones verbales. Los trabajos musicológicos arriba citados también adoptan el mismo punto de vista cuando presentan los léxicos musicales (d’Ollonne, 1954; Chailley, 1963), donde, frente a cada signo musical, se encuentran varias significaciones más o menos cercanas. A decir verdad, nada es más discutible que el postulado según el cual significantes musicales y significantes verbales (patterns musicales y grupos de adjetivos por ejemplo) serían significantes equivalentes de un mismo significado. De hecho, conviene señalar con H. Lefèbvre la confusión entre sentido y significación: para él, la obra musical tiene un sentido, pero no posee significación. Esto quiere decir que no es posible definir las relaciones entre significante y significado de la misma manera que en el lenguaje (1966: 221 y ss.). Hemos visto que, a pesar del peso de la convención, el signo musical es motivado, y en este sentido, la música no es un lenguaje. Sin embargo, ella revela algo que no se reduce únicamente a la forma, y que se elabora por el auditorio mientras escucha. Es este sentido el que, al explicitarse por medio de palabras, se pierde en las significaciones verbales, demasiado precisas y literales, que terminan por traicionarlo. Cuando los sujetos intentan decir lo que significa la música que han escuchado, añaden a su sentido significaciones conceptualizadas y referenciadas que no existen más que dentro del lenguaje verbal. Estas significaciones hacen creer que es posible dar un equivalente verbal a la forma musical y que su sentido es conceptualizable. Pero, como apunta Jankélévitch (1961), la música no significa más que a posteriori, es decir, después de la tentativa de explicación y de conceptualización. Antes de eso no significa sino sugiere, es decir, crea las fuerzas imaginantes que provocan y orientan asociaciones verbales; o, si se quiere, direcciones semánticas bajo la forma de impresiones vagas y fluctuantes que aparecen en la conciencia del sujeto, quien las cristaliza a través de las palabras en significaciones precisas. El tránsito del lenguaje a la música no ocurre por grados sucesivos de generalidad, ya que estos sistemas no son del mismo orden. Todos los 181 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical trabajos dedicados a investigar las cercanas o posibles correspondencias término a término entre ambos no hacen sino falsear el problema. Con un espíritu diferente y a través de las investigaciones ya citadas, Francès retoma una distinción del mismo orden: según él, no se puede hablar propiamente de significaciones musicales. A lo más, se pueden poner en evidencia las “expresividades” inmanentes a la forma, de carácter irracional y afectivo, que ninguna significación verbalmente expresada engloba en su totalidad. Estas expresividades revelan el sentido de la música, pero mientras que “el significante verbal es consciente y lúcido, el expresivo musical es inconsciente y misterioso” (1958: 272). En experimentos como los de Hevner, la significación dada verbalmente por los sujetos se presenta como una elaboración de la expresividad correspondiente que “intenta reducirla a un concepto, pretende racionalizarla, quiere explicarla” (ibidem). Las significaciones (las respuestas semánticas) son resultado del lenguaje, ya que el lenguaje verbal instaura una relación significante / significado dentro del signo, mientras que la música establece una relación simbolizante / simbolizado entre la forma fenoménica y perceptiva de la obra y las representaciones interiores que ésta suscita. Frecuentemente, sin embargo, este sentido permanece latente. Aparece “bajo la forma de una impresión vaga, cuando el sujeto no le asigna una explicitación verbal” (1958: 276). Por consiguiente, las respuestas verbales no son más que uno de los aspectos de un proceso mucho más complejo, del cual el sujeto no es necesariamente consciente. Durante la audición, este proceso lo conduce a una modificación del campo de sus representaciones práctico-emocionales. Bajo esta perspectiva, las respuestas semánticas revisten dos aspectos: por una parte, éstas se fundan en alguna propiedad de la forma musical y se organizan en campos semánticos isomorfos a la estructura expresiva de la forma, tal y como ésta ha sido percibida por los sujetos. De este modo, permiten alcanzar los procesos psicológicos que dan cuenta de la expresividad musical. Por otra parte, las respuestas introducen, al margen de las correspondencias palabras-música, significaciones propias del lenguaje verbal, las cuales ocultan la estructura significante que intentan revelar. 182 Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Es importante por lo tanto saber cómo se presenta el sentido de la forma musical dentro de un discurso sobre la música, aun cuando éste sea reducido a asociaciones libres de adjetivos o de frases sin relación entre sí. A partir de dieciséis fragmentos de los Prèludes pour piano de Debussy, hemos realizado un experimento –del cual hablaremos más adelante–, en el que pedimos a los sujetos, quienes desconocían tanto los títulos como el autor, que asociaran a cada extracto escuchado todos los adjetivos que les vinieran a la mente (los sujetos no recibieron ninguna otra instrucción).2 A continuación se examinan las siguientes respuestas dadas por uno de los sujetos al terminar la audición del inicio de los Pas sur la neige: “deprimido, dulce, oscuro, enfermizo, enfermo, difícil, sufriente, fatigado”. Si se considera cada adjetivo por separado, se da uno cuenta de que éste puede calificar a la vez el significante musical (la forma) y el significado musical (el sentido de esta forma). Pero no todos lo hacen sobre el mismo plano. Por ejemplo, dulce bien podría ser una determinación denotativa del fragmento escuchado, escrito con el matiz de piano.3 Por el contrario, es difícil decir que una música es enfermiza, enferma, deprimida, al menos en el plano denotativo. Sin embargo, en el plano connotativo es plausible pensar que enfermizo aparece por débil (de intensidad sonora). Ocurre aquí una metáfora que construye el sujeto sobre la polisemia de débil (debilidad física y debilidad de intensidad sonora) y que puede reducirse a música débil. Ahora bien, enfermizo puede igualmente calificar a un ser humano con cierto aspecto físico y entonces denotar ese aspecto físico. No obstante, este significado denotado es extramusical. Por lo tanto enfermizo connota el significante musical (la forma musical escuchada por el sujeto), pero de manera aislada no alcanza el significado musical, simplemente porque éste jamás puede ser denotado. 8 2 Estos sujetos no habían recibido ninguna educación musical particular, y fueron incapaces, al final de la experiencia, de identificar al autor: citaron a Chopin, Beethoven, Schumann; algunos mencionaron también a Mozart y Wagner. 3 Aunque dulce no se dice denotativamente más que en relación con conmover. Sin embargo aquí se trata de un sentido totalmente corriente que tiene un valor denotativo general. 183 Facultad de Música • UNAM V. Del lenguaje musical al lenguaje sobre la música Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Esto se vuelve más claro en el caso de los adjetivos enfermo o deprimido. El adjetivo enfermo no se puede aplicar a ninguna música más que por connotación. Sin embargo, ¿acaso la connotación no es otra cosa que el hecho de la palabra en sí? Si esta música es connotada por el adjetivo enfermo, ¿es porque el objeto del lenguaje (el objeto de las respuestas de los sujetos en la experiencia) es la forma musical, o porque es la búsqueda de lo que significa esta forma? En realidad todo sucede como si la denotación verbal del significado musical (o lo que podría ser el equivalente) pasara obligadamente por la connotación de la forma musical, porque, para el escucha, el significante (la forma musical) lleva la marca del significado: el sentido es inmanente a la forma. Aquí se encuentra el fundamento del problema de las explicaciones analógicas de la semántica musical: la realidad de las analogías es innegable, pero las respuestas verbales de los sujetos no alcanzan lo que estas analogías simbolizan más que a título de connotaciones de la forma musical. Si se quiere, hay analogía entre la estructura discontinua, estática, perceptiblemente débil, del inicio de Pas sur la neige y las representaciones que los sujetos pueden hacer de la enfermedad o del sufrimiento. Pero esta analogía es percibida emocionalmente y dentro de cierta dependencia psicológica entre la forma y lo que significa: no hay lugar para una traducción verbal de carácter racional y conceptual. Por ello, cuando se pide a los sujetos que digan el sentido de la forma, no hacen en principio sino describirla y, así, intentar identificar su sentido. El análisis factorial 4 practicado a los sesenta y ocho adjetivos que los sujetos expresaron con mayor frecuencia a partir de los dieciséis fragmentos musicales, muestra claramente esta doble función de las respuestas verbales. Un primer eje factorial ordena los calificativos según la impresión general producida por cada fragmento. Esta impresión general resulta de una aprehensión global y sincrética de la forma musical. Los dieciséis extractos musicales son ordenados sobre este eje en función de su dinamismo general y volumen sonoro: Des pas sur la neige, Danseuses de Delphes, Feuilles mortes, la parte melódica de la Sérénade interrompue, Voiles, Bruyères, Ondine, el inicio de Vent dans la plaine, la parte central de Sérénade interrompue, Ce qu’a vu le vent 8 4 Cfr. Imberty (1970 y 1971). El análisis factorial empleado aquí es el análisis de las correspondencias de Benzécri y de sus colaboradores (1970). Más adelante lo retomaremos. 184 d’ouest, la parte central de Vent dans la plaine. Las respuestas de los sujetos diferencian bien los fragmentos en función de su aspecto de conjunto, así como de su dinamismo o estatismo. Un segundo eje factorial ordena, por el contrario, los adjetivos y los fragmentos musicales no únicamente en función de la forma percibida por los sujetos, sino en función del sentido que ellos le dan a esta forma. Esto se manifiesta en el hecho de que el eje opone esencialmente las respuestas tímicas positivas a las respuestas tímicas negativas. En este eje, los fragmentos musicales se ordenan de la siguiente manera: Danse de Puck, el inicio de Vent dans la plaine, Ondine, Bruyères, Voiles, la parte melódica de Sérénade interrompue, Feuilles mortes, Ce qu’a vu le vent d’ouest, Des pas sur la neige, la parte central de Vent dans la plaine, Danseuses de Delphes. Frecuentemente, los adjetivos dados por los sujetos ejercen simultáneamente dos funciones: connotación de la impresión de conjunto y connotación de un posible sentido de la forma percibida. Esto se debe a que los sujetos, al ignorar los términos técnicos que permitirían caracterizar la forma escuchada, recurren por ende a la metáfora. Esto es particularmente evidente en respuestas como acuático, cristalino, marino, fresco, fluido. Estos adjetivos no hacen sino señalar la escritura arpegiada de los fragmentos, por lo que se insertan sobre el primer eje. Sin embargo, al mismo tiempo, los adjetivos introducen una imagen, un sentido posible o una cierta coloración afectiva. De este modo, el arpegio, designado metafóricamente, se convierte en portador de la metáfora y las respuestas verbales manifiestan su impacto sobre las representaciones interiores del sujeto durante la audición (para todo este experimento Cfr. Imberty, 1971: 65-81). Tenemos entonces un primer eje factorial que corresponde a la connotación de la forma musical, mientras que el segundo eje corresponde a la connotación del sentido de esta forma, es decir, a una tentativa por expresar lo vivido durante la audición, así como las representaciones, más o menos vagas y complejas, que ésta provoca. Resulta que las respuestas semánticas que pretenden decir lo que significa la forma musical, lo hacen sólo a través de un “decir” lo que ésta es. Los sujetos perciben primero la forma, cuyas propiedades son interpretadas enseguida. Pero esta interpretación pasa por la lectura de la forma que, al mismo tiempo, 185 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical funciona como significante y significado. En este sentido, no es que el sujeto descifre una o más significaciones de la forma, sino que la interpreta al nivel de la experiencia vivida durante su escucha. En suma, en la mayoría de los sujetos –sobre todo en la medida en que no han recibido ninguna educación musical particular– coexisten en la misma audición las dos actitudes que también se encuentran alternativamente erigidas en normas de la buena escucha musical entre los musicólogos y los filósofos: la escucha de la forma musical en sí misma y la interpretación emocional y subjetiva de esta forma para darle un sentido. Vemos entonces todo lo que separa música y lenguaje: el significado verbal siempre puede ser denotado, aun cuando hay connotación; el significado musical (el sentido), al contrario, jamás es denotable y no puede ser comprendido más que mediatamente dentro de la organización formal de la obra. Aun en los simbolismos más codificados, por ejemplo cuando el texto cantado da la clave del sentido, jamás hay denotación. Así, en el ejemplo citado de Paschal de l’Estocart, el intervalo ascendente del bajo significa el cielo sólo en la medida en que aparece asociado al significante verbal cielo. Este intervalo no hace más que connotar la palabra cielo sugiriendo un movimiento orientado hacia lo alto (la música comenta el texto, diríamos). El intervalo en sí mismo no significa nada, no tiene un primer sentido, sólo posee segundos sentidos. Los elementos simbólicos o convencionales no son entonces denotativos más que por intermediación de la palabra, ya sea por el texto cantado, el título, o la exégesis personal. En resumen, no hay en música relaciones directas entre los signos y los hechos, los objetos, los seres, las ideas. Hay solamente, según E. Souriau, “síntomas” que guían hacia una interpretación posible. Es esta interpretación la que los sujetos intuyen en sus respuestas. Pero al mismo tiempo, como interpretación posible, éstas requieren de una explicación psicológica que los trabajos hasta aquí citados no han ofrecido. VI. Tres dimensiones psicológicas de la expresividad musical Si lo que acabamos de decir es correcto, sería entonces inútil buscar una explicación de la eficacia de las analogías entre forma y sentido, al nivel de 186 estímulos elementales que, al activar sensaciones multiformes, despertarían en el sujeto imágenes definidas. Lo que aparece a la luz de las reflexiones anteriores es que la música posee un poder expresivo que afecta al sistema actual de las representaciones práctico-emocionales del sujeto. Esto es lo que Osgood (1957), en su teoría general de la significación, llama impresión semántica: conjunto de representaciones asociadas a un estímulo significante, organizado en un campo semántico connotativo. Pero los resultados experimentales obtenidos por este autor son convincentes sobre todo en el terreno del lenguaje verbal. Existen estudios que nos han mostrado claramente que las dimensiones de poder, actividad y evaluación, están lejos de ser constantes en cuanto se pasa a estímulos no verbales. De hecho, pocas explicaciones satisfactorias han sido proporcionadas hasta ahora. Entre éstas se cuentan la de Francès y la de Werbik, las cuales, no obstante, aún permanecen incompletas. Francès muestra –en las investigaciones en donde presenta a los sujetos varios fragmentos musicales de diversas obras y les solicita que, por asociación libre, adjudiquen un título a cada uno de ellos–, que toda la expresividad musical reside en la evocación y el reconocimiento, implícito en el gesto rítmico o melódico, de esquemas de tensión o distensión así como de esquemas cinéticos. Para los sujetos, dichos esquemas no son sino estructuras familiares evocadas a partir de analogías formales. Estas estructuras pueden manifestarse por medio de respuestas diferentes. Si bien no podemos negar la especificidad de las respuestas, al reagruparse en una misma estructura, éstas ponen de manifiesto “un mismo grado de tensión, un mismo esquema de movimiento corporal, una misma clase de actitudes” (1958: 305). Sabemos que la expresión de las emociones se manifiesta por medio de toda una serie de actitudes corporales, de mímicas, así como por distintos grados del tono muscular. Entre las manifestaciones corporales y el estado emocional del sujeto se establece necesariamente una relación significante, especialmente fuerte para que durante una audición musical —en la que un esquema corporal, actitud o estado físico son evocados—, esta relación significante reaparezca, dentro de la elaboración verbal demandada al sujeto, bajo la forma de respuestas que poseen algunos rasgos tanto de movimiento como de afectos. Pero estas 187 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical respuestas tienen un mismo grado de tensión o distensión muscular o psíquica en común, y este parentesco aparece en un análisis de contenido. Werbik (1969) procede según un marco teórico diferente y retoma en parte lo que Meyer indica en cuanto a los procesos de continuidad, complementariedad y conclusión, que son interrumpidos por el compositor para alcanzar un efecto expresivo. Pero todo esto es traducido en términos de incertidumbre dentro del encadenamiento de los estímulos elementales (intervalos, duraciones de notas). A partir de conceptos extraídos de la teoría de la información, Werbik muestra que existe una relación en forma de U entre las cualidades impresivas de modelos estimulantes melódicos y la entropía de los mismos.5 Una melodía parece aburrida (inexpresiva) en dos casos extremos: 1) cuando su organización es tan fuerte que hace que las probabilidades de transición entre estímulos sean elevadas y que el auditorio no encuentre ningún interés en los encadenamientos, pues le resultan demasiado previsibles; 2) cuando la ausencia de organización, o una organización muy pobre, provoca que las probabilidades de transición entre los estímulos sean débiles y que el auditorio no pueda seguir lo que le parece una serie de notas sin relación, yuxtapuestas al azar. La expresividad musical resulta entonces del equilibrio entre un exceso de orden y un exceso de desorden, propiciando un nivel de atención elevado. Esta relación es verificable con la ayuda de secuencias musicales estocásticas, construidas por la experiencia y en las cuales se puede medir fácilmente la entropía. La carencia de estas investigaciones puede resumirse de la manera siguiente: Francès no consigue poner en evidencia los esquemas de tensión y distensión más que a través de un análisis de contenido. Ahora bien, sabemos que es necesario no quedarse aquí, ya que la clasificación de respuestas puede dar lugar a cierta ambigüedad introducida por la inevitable subjetividad del investigador. Por consiguiente, la dificultad radica en encontrar un método estadístico apropiado. Werbik, apoyado en los estímulos experimentales, puede medir las cualidades impresivas de sus modelos melódicos. Sin embargo, no resuelve el problema de la verbalización de las respuestas, más bien lo evita al solicitar 8 5 La entropía está aquí definida por la cantidad H= – Σ pi log pi, donde pi es la probabilidad de la aparición del signo i (nota y duración de la nota ). 188 Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental a los sujetos que únicamente valoren los fragmentos musicales sobre escalas bipolares, indicadoras del nivel de expresividad a la manera de Osgood. Por otra parte, el asunto consiste en saber qué es lo que ocurre con la relación puesta en evidencia [la relación orden/desorden; n. del t.] cuando se trata de obras reales, en las cuales es muy difícil medir la entropía (aquí únicamente han sido considerados los aspectos melódicos y rítmicos). Para resolver estas dificultades, hemos recurrido a los resultados de nuestro propio trabajo experimental. A. Aspectos de método y resultados Comenzamos por analizar doscientas sesenta y seis respuestas (ya no sesenta y ocho). En la tabla 1 aparecen las referencias de los fragmentos musicales de los Préludes de Debussy sometidos al experimento. Título Brouillards Danseuses de Delphes Ce qu’a vu le vent d’ouest Feuilles mortes La puerta del vino Bruyères La danse de Puck Des pas sur la neige Le vent dans la plaine Voiles La sérénade interrompue Ondine La puerta del vino Le vent dans la plaine La sérénade interrompue Ce qu’a vu le vent d’ouest Fragmento (compases) 1-17 1-5 15-22 1-13 1-20 23-32 1-13 1-7 1-8 22-32 76-96 13 últimos 21-30 28-34 93-112 23-34 Volumen 2 1 1 2 2 2 1 1 1 1 1 2 2 1 1 1 Facultad de Música • UNAM Nº 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 Tabla 1 Referencias de los dieciséis fragmentos utilizados en el experimento 189 Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Sin embargo, nos apartamos definitivamente del análisis tradicional de contenido: el análisis matemático de las correspondencias nos lo autorizó y nos permitió la creación de topologías interpretables en términos de proximidad y lejanía en relación con los ejes y un centro. Es entonces posible obtener la lectura directa de la proximidad de un adjetivo con respecto a los fragmentos musicales, así como de la proximidad de un fragmento musical en relación con los adjetivos. De esta forma, podemos determinar el impacto de los fragmentos musicales en la organización de los adjetivos y, de manera inversa, el impacto de los adjetivos en las diferenciaciones perceptivas de los fragmentos musicales. O, si se prefiere, podemos estudiar la organización de los adjetivos tal y como la determinan las formas musicales que la suscitan, así como las consecuencias de los juicios semánticos sobre la percepción que tienen los sujetos de los fragmentos escuchados.6 Volveremos más adelante sobre la lectura de la topología que hemos obtenido en nuestro experimento, y cuya existencia y riqueza renueva totalmente las perspectivas del análisis tradicional de contenido. Sin embargo, conviene examinar de antemano (para que esta lectura sea posible) los ejes factoriales o dimensiones que proporcionan las primeras direcciones de la interpretación de los resultados. Así, tenemos tres ejes: 1. El primer eje factorial es el de los esquemas de tensión y distensión que corresponde precisamente a la hipótesis de Francès. No obstante, aquí están mezcladas las respuestas de movimiento y las de actitud o de estados emocionales. Los esquemas cinéticos no aparecen claramente diferenciados, por lo que frecuentemente ocultan las tensiones y distensiones emocionales. En el plano musical, estas tensiones y distensiones se manifiestan por los tempi lentos (donde el tiempo se define como la duración del intervalo entre dos acentuaciones principales. Por ejemplo, en la parte central de Vent dans la plaine la acentuación está sobre el 1er y el 3er tiempo, el pulso está marcado por la blanca y, en este sentido, esto es lo que causa la impresión de tiempo lento), pero con velocidad elevada en los esquemas de tensión (de doce a dieciocho notas dentro del intervalo que separan dos acentuaciones 8 6 Cfr. a este respecto Imberty (1971). 190 principales; éste es el caso de la parte central de Vent dans la plaine, en donde se tienen seis dobles corcheas por negra, por consiguiente, doce por blanca), y velocidad media en los esquemas de distensión (una, dos o tres notas dentro del intervalo que separa dos acentuaciones principales). 2. El segundo eje factorial resalta una dimensión que Francès no había visto: si, como hace notar este autor, la expresión musical consiste en “el reconocimiento, implícito o no, de una estructura familiar por medio de una construcción estética en la que la estilización puede ser más o menos forzada hasta reducirla a una simple presencia general que recuerda una manera de ser” (1958: 343), entonces es en esta construcción estética donde se produce una identificación de sentido en el sujeto. Dicha identificación se produce en el sujeto por medio de juegos de analogías sutiles e inconscientes, no percibidas analíticamente sino percibidas en el desarrollo mismo de las frases musicales. De este modo, tenemos que el sujeto organiza sus relaciones con el mundo exterior y consigo mismo según esquemas más o menos fijos que la psicología de la personalidad (Cattell, Eysenk...), y el psicoanálisis nos han dado a conocer. Estos esquemas –en el pleno sentido de la palabra, mientras que los esquemas de tensión y de distensión no son más que una categoría– constituyen la trama inconsciente de la experiencia interior del sujeto, de la conciencia que él tiene de sí mismo y de sus relaciones con el mundo exterior. Ahora bien, entre los factores estructurales de la vida afectiva y de la personalidad, existe uno en el que han insistido numerosos autores: el de la integración. El grado de integración de la personalidad puede definirse como el grado del sentimiento de unidad y fuerza del yo. A esta integración le corresponde un dinamismo vital, que se traduce en los sujetos como una cierta plenitud del ser, una cierta armonía de la vida afectiva y social. A la inversa, la ausencia de integración se manifiesta por un yo débil, dominado por la ansiedad. Así, sobre este segundo eje se han encontrado dos tipos de respuestas. Por una parte, las que tienen un grado común de unidad armoniosa de sentimientos, movimientos y cosas, que encierran una suerte de gracia propia a la vida feliz. Por la otra, las respuestas que tienen un mismo grado de desarmonía interior, de deformación del movimiento, de emotividad incontrolada y angustia frente a las cosas. 191 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Figura 1 Para no aludir al texto con enumeraciones fastidiosas, ofrecemos únicamente la interpretación de conjunto de cada eje factorial. De cualquier forma, podemos proponer aquí algunas indicaciones a propósito del plano de los ejes 1 y 2 del análisis de las correspondencias entre los dieciséis extractos de Debussy y las respuestas asociadas. Cuadrante arriba a la izquierda: plano, lento, solitario, desesperado, adormecido, nostálgico, sentimental, pesado, siniestro, silencioso, apagado, gris, difícil, sensible, fatigado, moribundo, monótono, lánguido, romántico, negro, soñador, triste, melancólico, nocturno, reposado, apacible, tierno, profundo, dulce, calmo. Cuadrante abajo a la izquierda: claro, fluido, feliz, jubiloso, transparente, fresco, plateado, límpido, ondulante, acuático, en cascada, chorreante, huidizo, brotante, ligero, puro, cristalino, despreocupado, ágil, marino, primaveral. Cuadrante abajo a la derecha: alegre, risueño, alerta, irónico, provocador, divertido, amoroso, que trota, que corre, travieso, juguetón, contento, saltarín, galopante, animado, danzante, vivo, viviente, entrecortado, desenfrenado. Cuadrante arriba a la derecha: tumultuoso, brutal, peligroso, diabólico, apasionado, fogoso, estruendoso, aterrador, fuerte, atormentado, tormentoso, combativo, decidido, enloquecedor, brillante, arrebatado, colérico, resplandeciente, agresivo, furioso, violento, duro, catastrófico, brusco, encendido. Los números dentro de los triángulos corresponden a los fragmentos musicales. [Las abreviaciones de los términos se han conservado como en el original; n. del t.] 192 Musicalmente, los mismos términos de integración y desintegración pueden servir para dar cuenta de la oposición de los fragmentos sobre el eje: la integración formal supone unos tempi rápidos o moderados que facilitan la percepción de unidades orgánicas. La desintegración formal, por su parte, supone tempi lentos y no permite más que la percepción de intervalos entre las acentuaciones principales. Por añadidura, la integración formal se manifiesta por medio de una estructura de continuidad sin antagonismo, contraste o ruptura. La desintegración formal se manifiesta, por el contrario, mediante la multiplicidad de motivos antagónicos (melódicos, rítmicos, etc.), contrastes y rupturas. Los fragmentos que ejemplifican la integración formal son: Danse de Puck, Vent dans la plaine, Bruyères, Ondines, Voiles. Los que muestran la desintegración formal son: Ce qu’a vu le vent d’ouest, Feuilles mortes, Danseuses de Delphes, Vent dans la plaine (parte central ), Des pas sur la neige. La oposición de este segundo eje, integración / desintegración, mezcla nuevamente, como el primero, las respuestas de movimiento con las otras: el análisis factorial no permite hacer la distinción de Francès entre esquemas cinéticos y esquemas de naturaleza más general. Esto se explica por el hecho de que la música, arte de tiempo y movimiento, evoca estas respuestas de una manera amplia y no específica. La interpretación de este eje se corrobora con las demostraciones de Cattell y Saunders (1954) a propósito de las relaciones entre preferencias musicales y rasgos de personalidad. Las preferencias se organizan en dos grupos claramente diferenciados que corresponden a tendencias personales representativas. Los factores de preferencias musicales que saturan las piezas rápidas, rítmicas y alegres, corresponden claramente a factores positivos, revelando una personalidad bien integrada. Las preferencias por las piezas lentas o trágicas, por su parte, se correlacionan con factores negativos, señalando una personalidad compleja con un yo débil, en la cual predominan las manifestaciones neuróticas y las tendencias esquizoides. En cualquier caso, se debe precisar que las respuestas de los sujetos no ponen en evidencia un factor de personalidad: el análisis únicamente correlaciona las respuestas de los sujetos con los fragmentos musicales y no con los sujetos mismos. Esta dimensión (que nosotros llamamos integración / desintegración) es únicamente la estilización de una manera de ser en relación 193 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical con uno mismo y con el mundo exterior. Se trata de una estilización de orientaciones posibles de la personalidad, de la que sólo se percibe un eco en las respuestas que son asociadas a los extractos musicales en función de su propia estructura. Esto no es entonces un aspecto de la personalidad aquí esbozada, sino solamente la dimensión de conjunto de las conductas que ella subsuma. Éstas son las conductas evocadas en favor de la estructura de la obra, de la que el sujeto reconoce implícitamente los esquemas. 3. El tercer eje factorial hace aparecer una dimensión claramente culturalizada de la expresión musical. En éste se oponen en efecto las significaciones simbólicas y las significaciones no simbólicas. Hay que señalar que en Debussy estas significaciones simbólicas se reagrupan en torno al tema del agua (por ejemplo: cristalina, murmurante, en cascada, chorreante, brillante, transparente, marina, acuática, plateada, tornasolada, límpida, torrencial, en torrente, etc.). Las significaciones no simbólicas son, sobre todo, adjetivos que indican timias [thymies en el original, n. del t.] o movimientos rítmicos bruscos. Musicalmente, los fragmentos correspondientes a las significaciones simbólicas utilizan ampliamente el espacio sonoro, la escritura en arpegios, así como un ritmo fluido. Éstos son: Ondine, Voiles, Bruyères, Brouillards, Vent dans la plaine (parte central), Ce qu’a vu le vent d’ouest. Precisemos una vez más que los sujetos no conocían nada de Debussy. Éste es un factor de simbolización en el sentido de que supone una trasposición del dominio auditivo al dominio espacial, siendo las asociaciones de carácter netamente visual. Los otros dos factores no supusieron esta trasposición, sino que indicaron una relación directa entre la música y la vida interior. La simbolización descansa en la analogía de grave / bajo y de agudo / alto, tanto en el plano armónico como en el plano melódico. En gran medida, los simbolismos descritos por los musicólogos se fundamentan en esta analogía.7 8 7 Con el fin de no abrumar al lector, hemos omitido aquí la disposición gráfica de este tercer eje. Ésta se encuentra en Imberty (1975). 194 Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Como se ha dicho, Werbik propone una explicación psicofisiológica de la expresividad musical: el equilibrio entre entropía elevada y entropía débil determina un alto grado de activación del sistema reticular, el cual favorece las reacciones emocionales. Sin embargo, la relación entre “el poder impresivo de los modelos melódicos estimulantes” y su grado de organización, no es verificable más que al nivel de secuencias experimentales que tienen poco que ver con los fragmentos de Debussy empleados en nuestro experimento. Es claramente previsible que estas secuencias estocásticas de Werbik, en las que la entropía es muy débil, no tendrán equivalente en las obras musicales reales, ya que la entropía débil aparece como signo (al menos en el material de Werbik) de banalidad y simpleza. No obstante, hemos podido mostrar que existe una relación entre la redundancia interna rítmica y la duración del intervalo métrico: mientras más grande es el intervalo métrico, más débil es la redundancia rítmica interna. Dicho de otra manera, la duración del intervalo rítmico determina en parte el grado de organización rítmica de la forma total. Es de resaltarse la importancia de este intervalo que, limitado por las acentuaciones (o pulsaciones), da la sensación de la periodicidad del ritmo. Ahora bien, cuando el intervalo métrico es grande, hay que esforzarse en percibir como unidad el intervalo delimitado por las dos acentuaciones. Este esfuerzo aumenta cuando la organización rítmica es compleja (débil redundancia interna). Según los análisis de Fraisse (1956), mismos que aquí confirmamos completamente, resulta que los intervalos métricos cortos generan una fuerte redundancia rítmica y facilitan una “percepción de colección”. Por el contrario, los intervalos métricos grandes dificultan esta percepción: frecuentemente la sustituyen por una “percepción de duración”, en donde la unidad, al prolongarse más allá de un segundo, se torna difícil de percibir. Esfuerzo y tensión son entonces necesarios para encontrar una unidad orgánica dentro de una forma musical donde el intervalo métrico es largo. Tiene entonces un papel determinante, distinto al de la velocidad (número de notas por unidad de tiempo), en la impresión de tensión o distensión, de unidad o desarticulación de la forma sonora, en pocas palabras, en la integración o desintegración formal. 195 Facultad de Música • UNAM B. Hacia una explicación posible de los resultados Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Nos encaminaremos ahora hacia una mejor definición de los dos primeros ejes del análisis factorial: está claro que el intervalo métrico, por su duración, tiene una influencia determinante sobre la complejidad formal de la obra, mientras que la velocidad la tiene sobre el dinamismo. Y en total, la integración y la desintegración formales serían la síntesis de estos dos aspectos, resumiendo así lo esencial de la experiencia musical. En el cuadro de las hipótesis psicológicas sobre el aumento o la disminución del nivel de activación y sobre los conflictos de actitudes perceptivas que suponen teorías como la de Hebb o Berlyne (1960), hemos intentado definir dos coeficientes: uno que corresponde a la complejidad formal y otro al dinamismo, de tal manera que a partir de ellos sea posible prever el contenido afectivo de las respuestas dadas a los fragmentos musicales. Para la complejidad formal, partimos de la expresión de Berlyne: C = SE x H, donde SE representa la suma de las intensidades de potenciales evocados por los estímulos y H la entropía de las respuestas posibles frente a estos estímulos. El mismo autor muestra entonces que, para los estímulos estéticos, entre más elevada sea la complejidad formal y el grado de novedad de los estímulos, mayor es el riesgo de que el grado de conflicto C, resultante de las actitudes y de las respuestas evocadas, se eleve. La complejidad se define entonces así: 1. por el número de elementos distinguibles que componen la forma percibida; 2. por el grado de unidad con el cual esta forma es percibida; 3. por el grado de diferenciación entre los elementos que componen esta forma. Si en un principio era difícil determinar el primero de estos puntos en lo concerniente a la música (¿cómo determinar el número de unidades distinguibles?, ¿temas?, ¿acordes?, ¿notas?), era fácil definir los otros dos. Era evidente que, en función de nuestros análisis sobre el papel del intervalo métrico, el grado de unidad debía tenerse en cuenta dentro del índice de unidad [v. definición de “índice de unidad” un poco más abajo, n. del t.]. Así mismo, nos ha parecido necesario introducir el grado de organización de la melodía, ya que sabemos la importancia de los fenómenos de sobreaudición melódica e imposición de ciertos esquemas melódicos tonales. Se 196 ha determinado entonces para el índice de unidad la fórmula (Hm x t), donde Hm es la entropía media de un intervalo dentro del fragmento considerado y t la duración del intervalo métrico. El índice de diferenciación, cuya importancia ha sido ya señalada en la descripción de la desintegración formal (contrastes, rupturas, antagonismos de motivos, etc.), ha sido definido como un índice de desviación media entre ciertos elementos. Por un lado, fue fácil definir una desviación media entre las duraciones de notas del fragmento (la llamaremos eR). Por otro lado, estimamos que la intensidad sonora era también factor determinante en la impresión de complejidad: cuando las diferencias de intensidad son numerosas, importantes y cercanas, se crea una impresión decisiva de complejidad y refinamiento. Asimismo, la posición armónica de ciertas notas resultaba determinante: una nota con una duración dada es más evidente para la percepción por tratarse de una nota extraña a la armonía (nota de paso cromático, retardo, bordado, etc.) y no tanto por su intensidad, ni por la distancia (hacia arriba y hacia abajo), que la separa de la nota que la precede o que la sigue, ni por el hecho de que la nota que se le superpone inmediatamente sea importante. Por consiguiente, todos estos factores se tomaron en cuenta para definir la desviación media de intensidad eI. A partir de ese momento, obtuvimos el índice de diferenciación de elementos (eR x eI). El coeficiente de complejidad se obtuvo de la siguiente manera: C = (Hm x t) + (eI x eR) La forma de este coeficiente (sumatoria de dos productos) está justificada por una serie de consideraciones que no podemos referir aquí. Éstas se encuentran en el trabajo ya mencionado.8 En lo que respecta al dinamismo musical que determina el nivel del primer eje del análisis de correspondencias, es decir el eje de los esquemas 8 8 Imberty (1974). Igualmente, Actes du premier congrès international de Sémiotique musicale, Belgrado, octubre 1973, en el que este estudio fue objeto de una ponencia. 197 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Reflexiones sobre semiología musical de tensión y distensión, el trabajo fue más simple. Obtuvimos el coeficiente de dinamismo de la siguiente manera: D=IxV Facultad de Música • UNAM donde I es la intensidad media del fragmento musical, definida según los criterios que acabamos de describir (aunque aquí ya no se trata de una desviación media) y V la velocidad: número medio de notas por unidad de tiempo. Hemos mostrado entonces que existe una relación en forma de U entre C y D. Asimismo, fue posible definir una relación entre el contenido de las respuestas asociadas y estos dos coeficientes: D, que corresponde al primer eje de la figura 1 y C, que corresponde al segundo eje de la misma figura. La tabla 2 ofrece los valores de estos coeficientes para 14 de los 16 fragmentos considerados en el experimento.9 Fragmento 8 4 2 10 1 13 7 6 5 9 12 11 14 3 D 2,25 2,85 3,40 4,72 4,99 5,32 6,30 6,60 7,36 7,92 9,90 11,40 13,0 16,8 C 5,90 5,39 6,18 3,30 2,20 6,67 1,12 2,35 7,61 1,08 2,25 2,14 7,18 6,98 Tabla 2 Valores de los coeficientes C y D (Cfr. tabla 1) Estos resultados se han verificado de la siguiente manera: retomamos el mismo procedimiento experimental de asociación libre a partir de dieciséis fragmentos de obras para piano de Brahms. Estos fragmentos, escogidos según criterios análogos a los empleados para la muestra de Debussy, fueron además controlados de antemano por una evaluación de los coeficientes C y D. La hipótesis era que, entre las respuestas asociadas por los sujetos y estos coeficientes, encontraríamos la misma relación que se observa en el ejemplo 2 a propósito de Debussy. Esto fue efectivamente lo que resultó.10 8 9 10 Cfr. nota 8. Naturalmente, constatamos que la concordancia entre los valores de los coeficientes y la posición de los fragmentos musicales sobre los ejes factoriales de la figura 1 no es más que aproximada. Sin 198 La relación es la siguiente: un coeficiente C de valor elevado, con un coeficiente D de valor elevado o débil produce respuestas tímicas negativas; un coeficiente C de valor débil y un coeficiente D medio, producen respuestas tímicas positivas. En otras palabras, C grande y D débil producen respuestas melancólicas y depresivas; C grande y D grande, respuestas de angustia y de agresividad; C débil y D media, respuestas alegres y estimulantes [toniques, en el original, n. del t.]. Se puede entonces explicar esta relación de la manera siguiente: el contenido de las respuestas muestra que los sujetos reconocen en cierto tipo de estructuras musicales una experiencia de integración o desintegración de la vida interior y del yo. Dicha experiencia se fundamenta en fenómenos de activación y de conflictos de actitudes perceptivas, ligadas a expectativas determinadas por esquemas culturales asimilados. La integración o desintegración formal resulta entonces tanto del dinamismo como de la complejidad: el dinamismo eleva o rebaja el nivel global de activación, mientras que la complejidad formal aumenta o disminuye la intensidad de los conflictos de actitudes perceptivas, y estos dos factores conjugados modifican globalmente el tono emocional del sujeto. Esta modificación, a su vez, incide sobre las representaciones y afectos ligados a las coordinaciones de los esquemas afectivos y psicomotores. Es decir que en función de la desorganización de coordinaciones, la modificación introducida por los factores de complejidad y dinamismo incide en el sentimiento de integración o desintegración del yo y de la vida interior. Los ejes del espacio semántico no serán entonces más que las modalidades de esta relación fundamental del hombre con la música. Deberíamos por ende modificar la denominación de nuestro segundo eje; dentro de esta perspectiva, deberíamos llamarle: esquemas de resonancia emocional. Éstos asimilan la complejidad formal de la música para darle el 8 embargo, es estadísticamente significativa. Dos valores de C están claramente fuera de la relación general: los que corresponden a los fragmentos 13 y 5. Constatamos en la figura 1 que estos fragmentos han permanecido suficientemente cercanos al centro de gravedad de la nube de los puntos-adjetivos. Esta posición muestra que estos dos fragmentos han dado lugar a respuestas muy heterogéneas. Esto se reporta en nuestro estudio detallado ya citado, así como lo concerniente a la verificación efectuada sobre una muestra de fragmentos musicales de Brahms. Era imposible, en el marco de este artículo, desarrollar más este punto. 199 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Reflexiones sobre semiología musical sentido que hemos mencionado. La coordinación de los esquemas de tensión y distensión con los esquemas de resonancia emocional conduciría a la integración o a la desintegración. Facultad de Música • UNAM VII. La representación semántica del estilo Se podría sostener que, a la luz de lo dicho anteriormente acerca del paso de la música al lenguaje verbal, no es conveniente detenerse en el contenido de las respuestas que sólo designan el sentido de las formas musicales por analogía. Los procesos psicológicos puestos en evidencia aclaran estas analogías y permiten comprender el funcionamiento de la expresividad musical. No obstante, los libros sobre música a menudo recurren a estas imágenes privilegiadas que ayudan a quien no es músico a penetrar el sentido de la obra. La vie et la mort dans la musique de Debussy de Jankélévitch (1968) es un libro extraordinario, rico y poético en el que si bien sus metáforas, por analogía, alcanzan quizá una parte del sentido, no es imposible que revelen al neófito la clave de una música que hasta ese momento no lo conmovía. Ahora bien, debemos admitir que, pedagógicamente, el juego de creación poética a partir de obras musicales es muy eficaz para el despertar del gusto musical, como lo han mostrado los experimentos originales de M. M. Gagnard (1971). Pero no debemos engañarnos: tanto para el psicólogo como para el semántico, los resultados no tienen valor más que por la solidez de sus métodos y pruebas. Si bien la intuición personal a veces permite entrever alguna hipótesis, ésta no puede elevarse jamás al rango de certeza demostrada. Además, generalmente, los ejemplos de crítica musical demasiado literarios conducen a proposiciones arbitrarias o a conclusiones frecuentemente estériles. Si bien el libro de Jankélévitch constituye desde este punto de vista una excepción, es sólo en la medida en que plantea insistentemente al psicólogo las mismas preguntas que surgen de las asociaciones verbales de los sujetos de nuestro experimento. ¿Cuál es el lazo entre el contenido de un libro y la música? Las respuestas de Jankélévitch permanecen imprecisas. Esto se debe, quizá, a la ausencia de un método semiológico riguroso de segmentación de unidades significantes, o a la falta de una investigación 200 psicológica que tome en consideración los procesos de actividad representativa general. Para nosotros, el libro de Jankélévitch, como quizá, de una manera más matizada, el libro de M. Guiomar (1970) acerca de Berlioz, no son más que una ilustración límite, aislada, ejemplar en el sentido fenomenológico del término, de los productos imaginativos liberados por la música. Ahora bien, lo que nos interesa evidentemente no es la representación particular (el sentido específico) que Jankélévitch cree descubrir en la música de Debussy, sino la estructura de conjunto de las representaciones de un grupo de sujetos socioculturalmente determinado, la estructura semántica subyacente en las respuestas verbales (así como en las imágenes del libro). Es en este sentido que podemos plantearnos el estudio de estas estructuras con la misma metodología que hemos empleado en este trabajo. Lo que buscamos, pues, son los temas profundos, las direcciones semánticas que organizan tanto el libro como las respuestas de los sujetos en el experimento. Después de todo, las respuestas proporcionadas por ochenta sujetos tienen más carga científica que el libro centrado en un solo individuo, por más genial que éste sea. Dentro de esta perspectiva, lo que importa no es la significación de tal o cual adjetivo o de tal o cual imagen aislada, sino las relaciones que estas imágenes o estas palabras mantienen entre sí dentro de campos semánticos connotativos estructurados tanto por las formas musicales como por sí mismos. Así, dos respuestas como enfermo, asociada a Des pas sur la neige, y alegre, asociada a Bruyères, no marcan dos significaciones diferentes, sino una distancia, una separación entre las dos piezas. Las respuestas verbales o las metáforas del libro tejen una red de relaciones significantes entre las obras. Son estas relaciones las que debemos considerar. Como escribe H. Lefèbvre: “el sentido se desprende y se formula en las palabras y sus relaciones, así como por y en las obras” (1966: 223). No es imposible pensar que este sentido es el de las visiones más o menos fugitivas que obsesionaron a Debussy a lo largo de su vida. No son los cuadros, como lo sugieren demasiado fácilmente muchos de sus títulos, sino imágenes en movimiento, torbellinos, objetos aislados o fantasmas más profundos, los que han surgido, con mayor o menor insistencia, en cada composición que, a su manera, se ha vuelto una estilización. 201 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Dicho de otra manera, la hipótesis que podemos formular, dejando de lado el análisis de contenido tradicional y aprovechando la riqueza del análisis de correspondencias y la construcción de topologías, es la siguiente: las respuestas, sobre todo la disposición de sus contenidos semánticos, no se organizan de la misma manera en un compositor que en otro. Esto, pese a que muchas de las respuestas que los sujetos expresaron sobre los fragmentos escuchados de Debussy podrían valer para otros compositores. La variación en la organización se debe a que las aproximaciones, es decir, las cercanías entre dos contenidos semánticos, no son las mismas. Las topologías semánticas proporcionadas por el análisis de las correspondencias pueden compararse y diferenciarse. Algunas aproximaciones de palabras inducidas por las estructuras musicales revelan un sentido latente diferente a las significaciones manifiestas y literales de las respuestas. Este sentido aparece en las orientaciones semánticas que sustentan las asociaciones. Las orientaciones semánticas se manifiestan bajo la forma de imágenes privilegiadas o temas de significaciones originados tanto por la cultura (es decir, el clima estético y filosófico de la época en la que la obra ha sido concebida y de la cual necesariamente porta el sello) como por la imaginación creadora individual del compositor. Pero tal desciframiento no es posible sino una vez planteada la estabilidad del espacio semántico musical, tal y como lo hemos definido por los tres ejes de nuestro experimento; ya que, para explicar las posibles diferencias en la organización de contenidos semánticos entre distintos compositores, es necesario que éstas puedan relacionarse con dimensiones psicológicas generales. En otras palabras, formulamos la hipótesis de que las diferencias observables en la organización semántica de las respuestas (entre las topologías) son resultado de diferencias estilísticas, producidas a su vez por coordinaciones particulares y específicas de esquemas de integración y desintegración. Dicho de otra manera, en cada compositor se debe encontrar, según el mismo proceso que el expuesto aquí, la estructura del espacio semántico musical tal y como lo hemos definido. Al mismo tiempo, puede mostrarse que esta estructura induce las diversas representaciones particulares. Como lo indicamos anteriormente, una muestra de dieciséis fragmentos musicales de Brahms permitió verificar claramente esta 202 estructura, en términos de las dimensiones esenciales controladas por los coeficientes C y D. Para explicar la topología semántica definida en cada caso, y mostrar qué procesos unen a la vez las respuestas verbales, la estructura musical y la intención creadora que la preside, se puede hacer una lectura doble de las respuestas: lectura sociocultural y lectura psicológica. Una semántica musical tiene sentido en tanto nos aclara la triple relación que priva entre escucha, obra y compositor. Dicho de otra manera, se puede constatar que las asociaciones portadoras de fuerzas imaginantes [images forces en el original, n. del t.], están relacionadas con determinaciones formales y características de estilo, con el contexto cultural en el cual ha nacido la obra (contexto que los sujetos han identificado más o menos en la audición), así como con la creación en sí misma. Lo que quisiéramos mostrar es que las respuestas, o más exactamente, su estructura semántica definida por la topología, indican aquello que los sujetos aprehenden de la obra (en términos de las características del estilo), y por qué lo aprehenden. Es decir, desde nuestra perspectiva de estudio: qué fantasías preconscientes despierta en ellos la música. Ahora bien, las respuestas ponen en evidencia los nudos, fallas e incongruencias psicológicas del estilo. Es decir, delimitan el estilo dentro de sus propias fronteras, fuera de las cuales, sin estilo, la obra se desbalancearía, convirtiéndose en una producción patológica. Si las respuestas son capaces de evidenciar lo anterior, entonces también pondrán en evidencia, anticipadamente, los temas culturales que han influido toda una época y que reaparecen dentro del clima de la obra. Todo lo que diremos a continuación debe ser entendido en el marco de experiencias como ésta, siempre y cuando se cumplan dos condiciones (mismas que, por otro lado, no han sido tomadas en cuenta en los trabajos de los norteamericanos que analizamos al comienzo): primeramente, la coherencia del campo semántico inducido por la música es significante en tanto se pueda relacionar con un estilo determinado y la manifestación de una intención creadora única; en segundo lugar, los fragmentos musicales presentados a los sujetos deben ser del mismo autor y constituir una buena muestra de su obra o de un periodo de su producción. Nuestro experimento es el primero en intentar esto. También es necesario que no se haya orientado 203 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical la elección de las respuestas de los sujetos, es decir, que éstas consistan en asociaciones libres y no guiadas (no escogidas dentro de una lista limitante, como lo hace Hevner por ejemplo). Al respecto, Francès ha mostrado la importancia que puede tener en los resultados cualquier indicación del experimentador. A manera de ejemplo, desarrollaremos esta lectura topológica de las respuestas a propósito de Debussy, pero la misma empresa podría intentarse con nuestra muestra de Brahms. Ahora podemos definir la representación semántica del estilo como una estructura semántica isomorfa a la estructura expresiva de la obra o del estilo. Este isomorfismo se lee en la topología proporcionada por el análisis de las correspondencias de los fragmentos musicales con las respuestas verbales. Si se quiere, éste es un conjunto de imágenes sugeridas por la música, organizadas en una red de relaciones significantes. A su vez, las relaciones significantes se correlacionan con características esenciales del estilo, tal y como éstas han sido percibidas por los sujetos. Conviene entonces: 1. describir este conjunto de imágenes y de relaciones; 2. precisar las relaciones con las características del estilo; 3. proponer un sentido posible (según Lèfebvre) del estilo de Debussy a partir de la estructura obtenida. Podemos indicar en seguida que el punto 2) se ha tratado abundantemente en el estudio de los ejes factoriales del análisis de correspondencias. Por lo que se refiere al punto 1), conviene naturalmente explotar al máximo las posibilidades propuestas por el análisis de correspondencias y la topología del plano de los ejes 1 y 2 (figura 1). Sin embargo, se debe enriquecer también el corpus de respuestas evitando la arbitrariedad del análisis de contenido. Se conservan entonces trescientas cincuenta y cuatro respuestas (las doscientas setenta y seis precedentes más setenta y ocho respuestas cuya frecuencia es demasiado baja para ser tratadas directamente). El conjunto es repartido en diecisiete bloques construidos sobre las co-ocurrencias de los adjetivos en los fragmentos musicales. Así, un adjetivo que es mencionado sólo una vez por el sujeto tras la escucha de un 204 fragmento determinado, se clasifica, cualquiera que sea su sentido, dentro del bloque de las respuestas dominantes de ese fragmento. Las respuestas más frecuentes están naturalmente reagrupadas en función de sus diversos parámetros proporcionados por el análisis matemático. Cada bloque de adjetivos permite vislumbrar una imagen determinada o un afecto particular. Enseguida, por un proceso análogo al de las escalas circulares desarrollado por Schlosberg (1952), en el terreno de las expresiones faciales y adaptado a la geometría triangulada del plano de los ejes 1 y 2 (figuras 1 y 2), se obtiene la estructura semántica descrita en la figura 2. La podemos explicar así: una disposición en U que presenta en la parte inferior un punto de equilibrio y dos líneas a ambos lados: a la izquierda, la de la desaceleración de la duración musical; a la derecha, la de la aceleración de la duración musical. Se entiende por duración musical la síntesis vivida entre las dimensiones de tensión-distensión y de resonancia emocional. Es decir, la vivencia dinámica y temporal de integración y desintegración del yo y de la vida interior dentro de las coordinaciones de esquemas afectivos y de tensión. La tercera dimensión, significaciones simbólicas–significaciones no simbólicas, se convierte en una resultante de estas coordinaciones en el plano de las representaciones psíquicas. Sabemos que la experiencia de la duración es de naturaleza subjetiva. Al sujeto le parece algunas veces densa y tensa. Entonces, cuando los acontecimientos surgen de manera imprevisible, la percepción temporal se acelera y precipita, de tal suerte que el sujeto se siente incapaz de controlarlos. Tiene la impresión de que todo se le escapa y que la marea de estos acontecimientos lo sumerge y lo arrastra. En otros casos, por el contrario, la duración parece vacía y relajada, dando la impresión de que todo está petrificado, como si el instante presente fuera a eternizarse, como si nada más fuera a producirse. La música, arte temporal, es la experiencia de la duración. Se puede pensar que este doble movimiento de aceleración y desaceleración subjetivas es lo que, en definitiva, los sujetos han aprehendido de las diferencias e identidades de tiempo, velocidad, organización de ritmos y motivos armónicos y melódicos. Este doble movimiento constituye para ellos la realidad fenoménica de la música. Ésta es la realidad que el análisis 205 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical factorial ha hecho resaltar en dimensiones que subyacen a la experiencia vivida. Así, a la izquierda, el incremento de la complejidad formal y la disminución excesiva del dinamismo, corresponde a una desaceleración subjetiva de la duración musical, la cual se extiende e inmoviliza en la desintegración formal así como en la desintegración temporal del yo. A la derecha, el incremento de la complejidad formal y el aumento excesivo del dinamismo corresponden a una aceleración subjetiva de la duración musical que se precipita y deviene caótica a causa de las desintegraciones formal y temporal del yo. En la parte inferior, a la integración formal, punto de equilibrio entre una débil complejidad y un dinamismo medio, corresponde la duración plena y armoniosa de un yo bien integrado. Como lo sugiere la figura 2, y como hemos mostrado en otra parte (1975), a esta experiencia de la duración vivida se incorpora un universo imaginario dominado por el tema de la vida y de la muerte. La imagen de la vida es colocada entre dos imágenes de la muerte: la imagen de la muerte lenta, calmada y deseada, y la imagen de la muerte violenta, destructiva y temida. Además, como lo muestra claramente el tercer eje factorial, esta doble oposición, muerte-vida-muerte, se manifiesta en ciertas imágenes privilegiadas del agua (las representaciones simbólicas del tercer eje se centran, efectivamente, en el tema del agua). Encontraremos todos los temas bachelardianos del agua estancada, del agua clara y primaveral y del agua agitada (el agua violenta) por la violencia cósmica del viento. Arriba a la izquierda, se tiene un conjunto de imágenes y respuestas donde la muerte no es nombrada, pero donde domina la tristeza profunda de los paisajes muertos y desiertos. En este conjunto, la gravedad y el espesor de los colores sombríos, de las tinieblas, son aniquiladores de toda vida. El agua profunda, el agua muerta, tampoco se nombran mucho, pero las tinieblas y el estancamiento permiten entreverlas: las tinieblas son húmedas, la noche es del agua muerta. Los análisis bachelardianos de la imaginación lo muestran claramente. Arriba a la derecha, tenemos igualmente un conjunto de imágenes en el que la muerte se perfila a través de los enfurecimientos amenazadores de una agresividad violenta y fuera de control, un miedo de pánico y paisajes 206 tempestuosos. El agua agitada es dominante y toma aquí el sentido del caos cósmico en el que el ser se ve amenazado. Abajo al centro, por el contrario, encontramos dos grupos de respuestas muy mezcladas donde domina la vida feliz, ligera y saltarina como el agua clara a plena luz matinal: “el ruido de las aguas toma de manera totalmente natural las metáforas de frescura y claridad. Las aguas risueñas, las corrientes irónicas, las cascadas de la ruidosa alegría se reencuentran en los paisajes literarios más variados”. La vida sugerida por la música de Debussy es entonces la vida al borde de las ondas límpidas, la vida en la cual todo es fresco, matinal y nuevo. La vida es nacimiento. Sin embargo, del mismo modo, su lugar topológico entre las dos muertes evoca otra imagen del agua: el agua que corre, el agua que no retiene nada en sus bordes, el agua que pasa. La fugacidad de las cosas y lo efímero se substancializan dentro de una ensoñación del agua que corre, el agua brotante y huidiza, imagen de la vida, pasaje entre el “silencio prenatal” y el “silencio posmortuorio” (Jankélévitch, 1968). Arribamos finalmente a la estructura semántica siguiente: una triple imagen provocada por la experiencia íntima e inconsciente de la vida y de la muerte, estilizada en las tensiones y distensiones, en la integración y desintegración formales, en la espacialidad y el ritmo. MUERTE ORIGINAL VIDA MUERTE COSMOGÓNICA Agua estancada Agua clara Agua agitada La muerte original es entendida como la muerte antes de la vida. En ésta, el agua estancada sería la imagen del agua materna, y la muerte cosmogónica aparece como la muerte después de la vida que el sujeto proyecta con angustia sobre el mundo entero, expresión simbólica de un desgarro dentro del ser, de un rompimiento irremediable del yo, de una divergencia entre el yo interior y el yo proyectado. 207 Facultad de Música • UNAM Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental n to o rac a du l e d ión MUERTE (Desintegración) MUERTE 8 2 4 TINIEBLAS 14 INERTE VIOLENCIA TRISTEZA PESADEZ 3 ANGUSTIA AFLICCIÓN AGUA DESMONTADA 13 5 15 AIRE VIOLENTO Ac e le r a m ie Des ac am eler Facultad de Música • UNAM ient (Distensión) (Tensión) REPOSO AGUA 16 MUERTA 11 HISTERIA 10 AGUA CLARA CAMPO LUZ 12 6 MOVILIDAD 9 ALEGRÍA IRONÍA/ DESENVOLTURA 7 (Integración) VIDA Figura 2 208 d e la d u r a c ió n Reflexiones sobre semiología musical Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Éste sería el sentido que los sujetos han percibido en la música de Debussy o, mejor dicho, el sentido del cual ellos han percibido individualmente sólo una parte. El fantasma circunscribe el estilo y el movimiento de la obra, y este fantasma sería la esencia profunda de la imaginación creadora de Debussy. Sin embargo, estas observaciones pueden parecer arriesgadas en la medida en la que permanecen incompletas. Ellas destacan en efecto la idea de que un contenido fantasmal es transmitido por la obra musical, sobre la base de evocación de esquemas de tensión y distensión, esquemas afectivos y esquemas de integración o desintegración del yo. Así pues, destaca la idea de que la psicología individual del creador rebasa las representaciones generadas por la cultura de toda una época. Muerte original-vida-muerte cosmogónica, representadas por las tres imágenes del agua, constituyen los polos de una experiencia vital humana que es compartida, en parte, por toda la cultura de finales del siglo xix, en la que la angustia metafísica se generaliza, “eleva el rango del escritor” (Jankélévitch, 1968). La muerte aparece por todos lados en Maeterlink, como aparece en todas partes en Baudelaire. La decadencia está a la orden del día y los “franceses aprenden por primera vez a pronunciar la palabra nirvanâ” (Jarocinski, 1970: 83). Debussy, quien frecuenta todos los martes el salón de Mallarmé, se impregna de esta atmósfera. Naturalmente, él reelabora en su obra lo que es a la vez su propia experiencia y la de sus contemporáneos. Pero, al mismo tiempo, es necesario reconocer que la obra debussiana no está del todo hecha con este humor elegiaco de fin de siglo. Especialmente la muerte cosmogónica, la muerte violenta y destructiva, es más debussiana. Al menos sus acentos de terror pánico tienen algo que rebasa las delicias acogedoras de la nada. De igual forma, la muerte original tiene un tinte más desesperado; mucho más horroroso que las lágrimas de los serafines deshechos en llanto de Mallarmé. Lo anterior puede ser explicado de la manera siguiente: muerte originalvida-muerte cosmogónica, no son en sí mismas más que sedimentos de un código culturalizado y verbalizado de una experiencia vital interior. No son más que maneras simbólicas de pensar una obra particular a través de una cultura, basando la lectura de la obra en procesos universales del inconsciente 209 Facultad de Música • UNAM VIII. A manera de conclusión Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical y de la experiencia vital del yo. Una vez más, la incultura musical de nuestros sujetos no puede dar lugar a ninguna influencia de la crítica musical y mucho menos a libros como los de Jankélévitch. Por el contrario, la emergencia espontánea de estas significaciones muestra que la expresión musical está fundada en esta experiencia interior, accesible a todo escucha. Es decir, la expresión musical se basa en la liberación de connotaciones emocionales modeladas sobre grandes esquemas de la vida psíquica. En particular, la desintegración del yo nutre las amenazas que se encuentran en el origen del miedo a la muerte. Miedo que reaparece en la emoción sugerida por música cuyo principio de organización es la desintegración rítmica y formal. Aún persisten algunas interrogantes: ¿es acaso la inspiración debussiana legible dentro de la obra?, ¿rebasan las respuestas de los sujetos los clichés culturales? La mayoría de los autores ha respondido afirmativamente a la primera pregunta. Si esto es cierto, entonces ¿cómo han identificado nuestros sujetos, ignorando todo acerca de Debussy, incluso hasta su nombre, el sentido que nosotros hemos creído poder develar a través de la topología semántica de sus respuestas? Nos parece que la única respuesta posible es la universalidad de los procesos psíquicos que conducen a la construcción del espacio semántico musical, tal y como lo hemos definido. Nos referimos a la universalidad de los procesos inconscientes: las fantasías que éstos engendran varían alrededor de algunos paradigmas representativos fundamentales que están directamente ligados a ellos. Estos paradigmas tienen a la vez un origen individual y colectivo: el fantasma y el mito. Como lo escribe Anzieu, a quien es necesario citar ampliamente: Los procesos inconscientes (representantes / representaciones del pulso, mecanismos de defensa, angustias, fantasmas) existen en número limitado; siempre son los mismos en todo momento y lugar: es en este sentido que podemos hablar de una universalidad del inconsciente. Por el contrario, la organización de estos procesos, su combinatoria, es variada: cambia no solamente en cada individuo según los estadios de su desarrollo libidinal o sus neurosis, sino que varía también según los grupos y sociedades. A diferencia de la antropología cultural, nosotros planteamos la hipótesis de que la organización individual y la organización colectiva de los procesos inconscientes, tanto 210 Nuevas perspectivas de la semántica musical experimental Ésta es la hipótesis que permite comprender el impacto de la cultura sobre las representaciones inducidas por la obra: el sueño y la neurosis no tienen nada que ver en su organización particular con el mito. La obra de arte, por el contrario, está a medio camino entre el mito y el fantasma individual: es un lugar privilegiado y extraño en el que, a veces, llegan a comunicarse. Esto vuelve más compleja y delicada la tarea de quien quiere comprender la estructura de la representación semántica, tal y como la hemos definido. Aquí tenemos lo que nos permite comprender cómo es que nuestros sujetos, cómo es que cualquier sujeto, explicitándolo verbalmente o no, tiene acceso a la obra y, a través de ella, a un sentido fantasmático. Así, una parte de este sentido cerca la obra dentro de los límites del estilo, circunscribiéndola en las fronteras del noestilo, es decir de la neurosis. Toda invención creadora consiste en una reelaboración particular de un material compuesto por capas fantasmáticas individuales así como por capas fantasmáticas colectivas. A partir de esto y del momento en el que los procesos productores son los mismos para todos, es normal que se reencuentren huellas de un desciframiento de esta elaboración en una producción libre de respuestas numerosas. En las variaciones personales y situacionales cercanas, las respuestas no pueden más que gravitar alrededor de significaciones fundadas en mecanismos esquemáticos de la actividad representativa inconsciente. 211 Facultad de Música • UNAM en su origen como en su funcionamiento, son independientes. Si bien los fantasmas individuales y los fantasmas colectivos se comunican entre sí, pues están compuestos por los mismos elementos constitutivos, es raro que una organización inconsciente individual coincida con una organización inconsciente colectiva. Generalmente, cada una funciona por su lado, dentro de su sector. El hombre mismo actúa dentro de su vida privada según su fantasmática privada y, en grupo, según la fantasmática de ese grupo. Entre más elevado es el número de los individuos que la comparten, esta fantasmática adquiere más peso, es decir, se hace más invariable en el tiempo. Un individuo o un pequeño grupo llega a veces a reorganizar su fantasmática dos o tres veces a lo largo de su vida. En cambio, toda civilización vive durante miles de años sobre la misma fantasmática. Esto último es lo que subyace en eso que llamamos las tradiciones. (Anzieu, 1970: 142). Reflexiones sobre semiología musical La representación semántica del estilo es, entonces, un producto mixto y su estructura supone una doble lectura: la lectura de un código social y cultural y la lectura de un código psíquico e individual. Así, se aclararía la relación entre compositor, obra y escucha, en el centro de toda semántica musical. La obra, por una parte, sería proyección del compositor y por otra, reflejo de una cultura y de sus fantasmas. Así mismo, a través de los juegos de espejos indefinidamente repetidos y a través de las resonancias emocionales multiplicadas, se transmitiría del compositor al escucha el mensaje personal que, en el caso de Debussy, consiste en el drama de una divergencia: la marca profunda del poder destructor del pulso de la muerte. Ésta sería quizá, con todas las incertidumbres inevitables y los fracasos posibles, la vía paciente y árida del desciframiento simbólico de la obra musical. Facultad de Música • UNAM Referencias bibliográficas ANZIEU, D., “Freud et la Mythologie”, en Nouvelle revue de psychanalyse, no. 1, 1970, pp. 114-145. BENZÉCRI, J. P., L’Analyse de données, París, Institut de Statistiques de l’Université de París, ms, 1970. BERLYNE, D. E., Conflict, Arousal and Curiosity, Toronto, Mc Graw Hill, 1960. CAMPBELL, G., “Basal emotional patterns expressible in music”, en American Journal of Psychology, no. 39, 1942, pp. 3-24. CATTELL, R. B., Personality and motivation. 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En efecto, quizá no es de gran interés saber si los escuchas, a pesar de no conocer la obra, encuentran en ella la atmósfera de la vieja leyenda bretona en tanto sigamos siendo incapaces de decir en qué consiste, para ellos, la estructura de la pieza musical, qué es lo que ellos han retenido y por qué la música los ha tocado al punto que han desarrollado ciertas asociaciones imaginativas según las grandes líneas de la leyenda o, por el contrario quizá, fuera de ella. Dicho de otra manera, el análisis semántico no puede tener sentido sin un análisis estésico estructural que proporcione algunos indicadores sobre la decodificación perceptiva de la pieza musical durante la escucha. Este punto del análisis es el que constituye lo esencial de nuestro estudio. I. El estilo musical en los estudios semiológicos De hecho, como se verá más adelante, intentaremos abordar, a través de la experimentación psicológica, el problema del estilo de Debussy en La 8 * Publicado originalmente como “La Cathédrale engloutie de Claude Debussy: de la perception au sens”, en Revue de Musique des universités canadiennes, no. 6, 1985, pp. 90-160. Traducción de Ladidet López Vélez y Rubén López Cano. Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical Cathédrale engloutie. La empresa no se justificará más que progresivamente, y nosotros solamente pediremos al lector que admita, al menos provisionalmente, que el estilo puede definirse en términos de estructura, es decir, en términos de relaciones de unidades o de elementos en el seno de una totalidad orgánica: la obra analizada y/o escuchada. ¿Pero cómo dar cuenta de esta estructura? En una obra reciente, Deliège (1984) aborda de manera crítica una gran cantidad de aproximaciones posibles al estilo musical. Según el autor, es posible considerar el estilo bajo la forma de conjuntos más o menos precisos que tienen rasgos generales comunes a grupos de obras o a obras de un compositor determinado, rasgos que, por el contrario, no encontraremos dentro de otros grupos de obras o en otros compositores. Aquí, la notación del estilo comprende igualmente lo que podemos llamar estilo de autor, estilo de escuela o estilo de época. Esta aproximación del estilo corre el riesgo de resultar bastante incompleta y superficial, ya que contempla únicamente lo más banal y más evidente, mientras que el estilo también puede describirse a partir de un gesto idiosincrático particular que marque la obra. Éste es sin duda el mismo género de críticas a las que se encontraría sometida una concepción puramente taxonómica o estadística del estilo que lo definiría: 1) ya sea por un censo de rasgos al interior de un sistema codificado dado, mismos que dan testimonio de la elección de un compositor en relación con las posibilidades propuestas por el sistema; 2) ya sea por un censo de las rupturas presentadas en relación con el uso más frecuente o con las normas codificadas en una época o una cultura. En los dos casos se debería llegar, después de un largo trabajo, a un tipo de cuadro que presentase los efectos de estilo relevantes de las obras. Pero ya que toda taxonomía estilística es sin duda alguna y por definición incompleta, la definición queda aún fuera de alcance. Deliège opone a esta aproximación lo que él llama las “concepciones idealistas” (Deliège, 1984: 241) que relacionan el estilo con el gusto. Tener estilo es, en principio, saber sorprender por medio de un refinamiento formal y expresivo, el cual no podría reducirse a leyes. Naturalmente Deliège rechaza esta intromisión de la estética dentro de la estilística, ya que, según él, el estilo, para dar lugar a una teoría y a una descripción exhaustiva, no debe 216 amalgamarse con la investigación de valores: “por más que sepamos que el estilo de Debussy implica otra cosa totalmente distinta que la música de baile popular, la estilística lo ignora” (ibidem: 242). La estilística, como la sintaxis, debe ser una teoría general y un modelo; debe tener una metodología de análisis rigurosa y respetable, en resumen, no puede ni debe tener injerencia más que en el plano de la modelización de estructuras, y no en el plano del juicio. Es por esto que Deliège llega a una concepción aparentemente estructural. Aparentemente, ya que lo que él considera como el objeto inicial de toda estilística musical es el fenómeno de la forma que refiriere explícitamente a la Gestalttheorie y a sus presupuestos psicológicos. Recordemos que la Gestalttheorie no es una teoría de la estructura, en el sentido en el que la lingüística y la semiología lo entienden hoy en día. La forma es una totalidad organizada en la que los elementos no valen más que por las redes de relaciones que establecen. La forma no es una concatenación de estos elementos sino que se define únicamente por su organización. Las numerosas referencias de Deliège a la ya antigua obra de Köhler (Gestalt Psychology, 1929), muestran la seducción que ejerce sobre el autor la idea de totalidad que él traspone a la obra musical. Precisemos: el trabajo de Deliège se centra en la sintaxis, y la teoría schenkeriana en la que se inspira implica que las estructuras musicales se generan a partir de “formantes... concatenados, bien conectados dentro de su modelo de superposición” (Deliège, 1984: 247). Por otro lado Deliège piensa que para abordar el estilo es necesario pasar al nivel de la forma, considerando que para él es claro que la forma “concreta” supone a la vez tanto las estructuras engendradas por las reglas de un código como los elementos sobreañadidos “no codificados”, los cuales precisamente hacen el estilo, no en sí mismos, sino por las modificaciones cualitativas que introducen dentro del código. Retomando el punto de vista de Granger (1979: 133 y ss.),1 Deliège llega a una concepción de estilo a la vez totalizante y dialéctica, implicando en el análisis la articulación de elementos pertinentes codificados y elementos no pertinentes, externos al código. “El estilo de la obra se expresará por el modo 8 1 Falta en Bibliografía [n. del t.] 217 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical en el que el autor utiliza los elementos relevantes del sistema de referencia junto con su propia manera de recurrir a aquellos que no son relevantes” (Deliège, 1984: 248). Ésta es la forma concreta (expresión que Deliège retoma de Bachelard y de Ruyer), esta estructura de conjunto de la obra no reductible a la sintaxis, en la que se develan tanto los rasgos generales como el gesto particular, en ocasiones firma única de la obra, leído “tanto dentro de la norma como dentro de la excepción, tanto dentro de lo esperado como de lo sorprendente” (ibidem: 251). Sin embargo, surgen dos dificultades: una metodológica, que Deliège no esquiva, y otra teórica más profunda, que proviene de la dualidad de los puntos de vista adoptados. Comencemos con la dificultad metodológica: ¿cómo aprehender y describir exhaustivamente, de manera objetiva, esta totalidad compleja, esta forma que es primera y última a la vez en la que se dibuja el estilo? Deliège reconoce que hay un riesgo ya que, si bien la descripción estructural de la capa morfológica y sintáctica puede concebirse según procedimientos semiológicos ya probados, no sucede lo mismo con aquello que no es pertinente en relación con el código de la infraestructura, con lo que es en esencia imprevisible, inesperado. El riesgo de dejarse llevar únicamente por la intuición del musicólogo, en un análisis sin criterios explícitos, es grande, señalando al azar las impresiones subjetivas, las modas, las necesidades de una polémica; o a la inversa, también es real el riesgo de pasarse al lado del detalle revelador, de no tener más que una visión muy superficial y exterior de la totalidad dinámica de la obra. El ideal es, desde luego, practicar un método de análisis basado en un “movimiento dialéctico” que oscile “entre lo general y lo particular” (ibidem: 249). Pero Deliège reconoce que el éxito de un análisis tal no está totalmente asegurado. Curiosamente, el autor no parece querer proporcionarse los medios que eviten los riesgos de la vaguedad metodológica que él mismo percibe: rechaza toda tentativa de inventario exhaustivo fundado en una observación estadística de los hechos que manifiestan el estilo. Según él, ¡la estadística pecaría de exceso de subjetivismo! El grado de credibilidad que la estadística introduce es ilusorio, ya que nos conduciría sistemáticamente a descartar lo que es raro, y por ende, significativo. La descripción estadística no sabría 218 alcanzar esta maravillosa –y un tanto misteriosa– totalidad que solamente devela el estilo. Conviene matizar más este punto: la estructura total, esta forma concreta que Deliège busca alcanzar, ciertamente no es una simple adición de elementos enumerables. Priman las relaciones de todo tipo y a todos los niveles. Sin embargo, no deberíamos confundir los hechos en sí mismos –acerca de la naturaleza de éstos podemos estar en un inicio de acuerdo con Deliège– y los métodos de investigación para confrontar estos hechos y verificar ciertas hipótesis formuladas al respecto. Ya en el plano de la sintaxis, la observación muestra: ciertamente yo no he dicho nada acerca de la función tónica de la nota do en una secuencia de do mayor una vez que constaté la frecuencia elevada de esta nota, pero esta frecuencia es un índice controlable seriado para delimitar la existencia de una tónica y algunos de sus aspectos funcionales. Por otro lado, se sabe que las secuencias tonales (en un sentido amplio) tienen una fuerte redundancia interna (en términos de teoría de la información), y continuamente los sistemas musicales utilizados, los intervalos pivotes, son en sí mismos fuertemente redundantes (débil cantidad de información). La misma observación vale para el estilo: es verdad que no he dicho gran cosa acerca del estilo de Debussy una vez constatada la frecuencia de los encadenamientos paralelos de acordes de novena natural, pero la frecuencia de estos encadenamientos es un buen índice de ciertas estructuras armónicas de Debussy. Además, tenemos como prueba que una imitación debussiana constará, al menos, de una serie de novenas paralelas. En resumen, como lo observaba ya Nattiez (1975), toda teoría o toda construcción de un modelo abstracto supone, en principio, el reunir la información tan completa como sea posible en la que el establecimiento de taxonomías y la ruta empírica (que se apoya necesariamente en los datos cuantitativos) no son incompatibles con la ruta inversa, que parte de hipótesis teóricas, ya sean schenkerianas u otras, y construye un modelo por medio de una elaboración hipótético-deductiva, retornando luego al corpus únicamente para verificar o falsear dicho modelo. La segunda dificultad es, como lo hemos mencionado, de orden teórico. En efecto, una teoría del estilo, según Deliège, debe en suma articularse en dos niveles: en el del código y el del no código, es decir, del dominio de la 219 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical expresión y del gusto. El estilo es el resultado de este andamiaje complejo dentro de una forma. Ahora bien, Deliège se refiere en forma explícita a dos concepciones radicalmente opuestas de la estructura: por una parte, al nivel del código, una concepción generativa deliberadamente chomskiana con todas sus implicaciones en el plano psicológico; por otra parte, al nivel del no código, una concepción globalizante y perceptiva de la estructura (que a partir de ahora llamaremos forma), totalmente estática y que pone de relieve supuestas leyes “naturales” de autorrepartición de estimulaciones, tanto en las entradas de órganos sensoriales como en las zonas corticales correspondientes. Además hay que agregar que, desde hace bastante tiempo se ha demostrado que esta última hipótesis, en el terreno neurofisiológico, es falsa y está en total contradicción con la idea chomskiana de la competencia del sujeto, idea sobre la que descansa la concepción del nivel sintáctico desarrollada por Deliège. La contradicción interna de la tesis de Dèliege proviene en realidad de una doble insuficiencia en su análisis: a nivel estructural y a nivel psicológico. A nivel estructural, aparece cuando Deliège aborda lo que él llama la estructura prosódica de la obra, que separa de la concepción inicial. Él define como “unidad, formante o figura” (1984: 177) al grupo impulso, cima, descenso (anacrusa, acento, desinencia) ampliamente descrito por Messiaen. Ahora bien, Deliège vincula explícitamente esta unidad (aquí entendida por el término de figura), a un fenómeno de percepción como los descritos por la Gestalttheorie. Pero, ¿por qué recurrir a resultados anticuados y triviales de una teoría de la percepción tan caduca para dar cuenta de una estructura que, a priori, podría revelar un sistema de reglas derivado de un sistema sintáctico? ¿Por qué es necesario recurrir a la ilusión de una teoría de la autorrepartición de estímulos, de la cual se sabe que no corresponde a ningún fenómeno neurofisiológico real? ¿Es necesario agregar que las hipótesis de Köhler (traducido en Francia, es cierto, apenas en 1964) sobre las supuestas correspondencias entre la percepción visual del espacio y la percepción temporal, ponen en relieve fenómenos fuertemente culturalizados y no leyes universales? Por otra parte, las conclusiones del capítulo dedicado a esta cuestión muestran cómo se acumulan las dificultades para encontrar esta figura primordial apenas se abandona el sistema tonal más ortodoxo... Es 220 una contradicción más entre la pretendida universalidad de las leyes de la Gestalttheorie y la complejidad de hechos que, por otra parte, Deliége sabe exponer muy bien. En realidad, el objeto del libro de Deliège no es el estudio del estilo: él mismo lo precisa acogiéndose a una teoría sintáctica de la música tonal situándola de inmediato dentro de la perspectiva generativista. Se trata de una teoría sobre la competencia musical, capaz de explicar todas las estructuras y procesos relevantes de este código. Los límites de la obra habían sido fijados, la ruta era precisa, vigorosa, continuamente convincente; sin embargo, lo hemos visto, Deliège se da cuenta de que una teoría del estilo no puede reconducirse hacia una teoría sintáctica. De aquí viene la escapatoria rebuscada que nos deja perplejos. Antes que él, en un artículo rico pero polémico, Ruwet (1975) intentó conducir la ruta hasta sus últimas consecuencias. Ruwet partía de la constatación (la cual retomaremos, ya que es de extrema importancia) de que todo buen músico reconoce fácilmente –y desde los primeros compases– si una sonata es de Mozart u otra de Beethoven o de Schubert. Si el estilo no fuera más que el resultado de ciertas repeticiones de eventos sonoros reconocidos como pertinentes por su frecuencia, el escucha requeriría mucho más tiempo para reconocer el estilo del compositor, cosa que no ocurre en la experiencia cotidiana. Es así como esta identificación nos muestra una capacidad general que autoengendra sus propias reglas de producción y percepción de los procesos musicales. La creación musical sería resultado, en principio, de una capacidad de engendrar ciertas estructuras sonoras y no otras, y, aplicando el modelo de las reglas suficientes, podríamos obtener estructuras de un estilo potencialmemte definido. Potencialmente: queremos decir con esto que sería posible engendrar –al menos en parte, si no en detalle– nuevas producciones musicales al interior de las reglas de un estilo. Ruwet, aun dentro del mismo artículo (1975), imagina que Stravinsky hubiera muerto en 1938: una teoría del estilo de Stravinsky debería permitirnos situar toda su obra, incluyendo al Stravinsky potencial de Agon en 1938, en relación con otras producciones musicales. “Es razonable esperar que una teoría que considere tanto obras conocidas de Stravinsky (...) como las reglas generales de la organización 221 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical musical, y que no retroceda ante hipótesis audaces, sea capaz de determinar el tipo de música que Stravinsky habría podido escribir, y, simultáneamente, delimitar cierto campo al interior del cual Agon, etc... son posibles” (Ruwet, 1975: 21-22). Se ve el principio de este enfoque: elaborar un modelo muy general que, particularizado por ciertas reglas, engendraría todo Stravinsky, y al mismo tiempo, estaríamos en posesión de una “explicación” del estilo de Stravinsky. Uno de los presupuestos de este enfoque es que existe una especie de competencia-núcleo universal en cuyo interior se establecen las reglas del funcionamiento particular de cada estilo, cada época o cada civilización; y al mismo tiempo, esta competencia-núcleo explicaría por qué el escucha identifica el estilo de Stravinsky desde los primeros compases de Agon o de La Consagración de la Primavera, del mismo modo que identifica el estilo de Mozart, el estilo barroco o el romántico. Así, al tiempo que puede generar estructuras musicales en número infinito, esta competencia estaría capacitada –y quizá en mayor medida– para recibir y decodificar estas estructuras y sus diferentes reglas específicas, pero sólo donde las leyes muy generales y universales pudieran ponerse en evidencia. El modelo sugerido por Ruwet procede entonces por medio de especificaciones sucesivas y el estilo ya no es sino una realización particular, constreñida a la competencia, mientras que para Deliège el estilo es, a un tiempo, una prolongación de reglas sintácticas y una entidad exterior a las mismas. Sin embargo, el modelo de Ruwet es sin duda mucho más problemático que el de Deliège: los intentos de simulación por computadora han mostrado que el sistema de instrucciones generado para Schumann o Bach no se habría podido construir sin recurrir previamente a los numerosos censos, estadísticos o no, sobre corpus especialmente seleccionados. II. Hacia una aproximación perceptiva del estilo En realidad, Deliège eligió un buen camino al intentar abordar el estilo a través de conceptos tomados de la psicología de la recepción, pero falló al desarrollar una concepción global de la forma que únicamente sirve para 222 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy [la percepción total de la obra] sin duda está condicionada por la cantidad de elementos sensoriales que el escucha puede abarcar a cada instante y por el grado de presencia o relieve de estos elementos [...]. Pero el escucha que intenta comprender la unidad del conjunto, su variedad, lo propio de la invención, etc., abandona una parte de esta riqueza. La integración de la forma no puede ser una reintegración sino una dialéctica activa y abstrayente (1958: 247-248). Ciertamente podríamos responder que quizá la identificación de temas tiene poco que ver con la organización estilística: “comprender” la forma de una obra, percibir sus elementos principales, no significa reconocer las características de un estilo. Mientras que este reconocimiento es, como dice Ruwet, muy rápido, el proceso de identificación de los temas se desarrolla en el tiempo y no tiene que ver más que con la forma “exterior” y convencional de la obra, es decir, con la referencia de una arquitectura vacía en la cual termina por moldearse, en mayor o menor medida, la obra particular. De cierta manera toda obra supone temas, repeticiones y variaciones, transposiciones e imitaciones de estos temas, ya sean melódicas, rítmicas, de timbre o intensidad, de articulación, etc. Desde este punto de vista, las experiencias de Francès son en principio experiencias fundadas en la estructuración de 223 Facultad de Música • UNAM reafirmar algunas evidencias. Además, mostraba de nuevo ciertas reticencias –como todo musicólogo– ante la idea de que la realidad perceptiva (lo que Nattiez llama el nivel estésico de la obra) tuviera alguna importancia para asir la estructura estilística. Después de todo, hace tiempo que Francès (1958) había mostrado claramente que pueden existir algunos desfasamientos entre “estructura percibida” y “estructura concebida”. Sin embargo, las experiencias de este autor son muy significativas: en lo que respecta a la identificación de temas en las formas clásicas, sonata y fuga, muestra la importancia de los errores causados por los falsos reconocimientos o por los no reconocimientos, aun tratándose de músicos: los procesos de asimilación que entran en juego logran una reorganización de la forma concebida en función de las capacidades de diferenciación perceptiva de los sujetos. Francès concluye: Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical un material perceptivo y no en la percepción de una forma particular que ilustre un estilo. Pero sería absurdo pensar que esta estructuración es independiente del acceso al estilo: por una parte, la forma “exterior” de la obra es considerablemente remodelada durante la audición, y por otra, el estilo del autor es intrínseca e inmediatamente accesible. La organización de los temas, sus sucesiones, repeticiones, desarrollos, al tiempo que constituyen hechos más generales (generalmente aprendidos) que proporcionan referencias a los sujetos, son ya, en una obra determinada, testimonios de una intención estilística determinada. En el fondo, si no todos los sujetos perciben los temas de la misma manera, o más generalmente las grandes articulaciones de una obra, por su parte ningún compositor las organiza de la misma manera. No hay ninguna razón para pensar que esta organización concebida no influya en la organización percibida. En consecuencia, el punto de vista experimental que parte de conductas perceptivas no excluye en absoluto la posibilidad de volver a la estructura profunda de la obra, y no es inconcebible poder describir ciertas estructuras del estilo a partir de percepciones comparadas de obras de compositores diferentes. Por otra parte, Francès muestra claramente que la percepción de una obra, sea al nivel que sea, es un proceso “dialéctico” entre la realidad intrínseca de la estructura y la realidad perceptiva de la misma; de este modo, la organización abstracta de la estructura, a la cual hacen referencia sin cesar Ruwet y Deliège, es el duplicado de una organización propiamente perceptiva, cuyas leyes terminan por integrarse a las reglas del sistema codificado. Contrariamente a lo que pretendía la Gestalttheorie, la percepción no es una calca de la realidad, sino que se forma a través de mecanismos complejos que reconstruyen esta realidad a partir de datos siempre fragmentarios proporcionados por los canales sensoriales. Estos datos son de hecho los que más destacan del campo perceptivo en el instante t, y son asimilados por los mecanismos que los reelaboran. La realidad percibida depende entonces tanto de los mecanismos propios del sujeto como de la configuración de los estímulos en un momento dado del devenir sonoro. Las relaciones entre estos estímulos y los mecanismos están en función de la frecuencia o relevancia [en el original prégnance, n. del t] de los primeros, 224 así como de la disponibilidad y del grado de generalidad de los segundos. Dicho de otro modo, la estructura (y especialmente la estructura estilística) es a la vez el producto de un conjunto de reglas abstractas que definen las relaciones entre elementos sonoros, y de leyes de construcción perceptiva y cognitiva referidas a la actividad del sujeto escucha. Así, no habría oposición radical entre la hipótesis de una “competencia” o “capacidad de base” para estructurar la información, la cual explicaría todos los fenómenos de codificación de las organizaciones perceptivas (reconocimiento de códigos, de estilos, de ciertas cualidades estructurales simples como la articulación “ligado-desligado” de una melodía...) y la hipótesis del aprendizaje de ciertos modelos o esquemas muy generales que serían almacenados en la memoria a partir de tomas de información de la realidad con carácter probabilístico o estadístico. Tal perspectiva nos debería permitir comprender ciertos fenómenos bien conocidos por los músicos: en su aprehensión perceptiva, el estilo depende también de factores dinámicos que pueden, bajo ciertas condiciones, hacerlo irreconocible para el escucha. Así, hemos mostrado (Imberty, 1979) que, en una diferenciación estilística basada en la comparación de dos melodías, una de Debussy y otra de Fauré, la modificación del tempo provocó una confusión de estilos en los escuchas que no conocían las obras: el desaceleramiento a la mitad del tiempo de Mandoline de Debussy hacía atribuirla a Fauré, mientras que al tempo original el reconocimiento de estilos se hizo sin dificultad. Es decir que, fuera de los problemas de formalización de sistemas de reglas, una teoría del estilo debe poder responder a preguntas tales como: ¿por qué (como se ha sugerido en Imberty, 1974, 1979) las interpretaciones de los movimientos lentos de Debussy suelen ser mucho más lentas que, por ejemplo, las de Brahms? Y más aun, ¿por qué ciertas interpretaciones parecen tiernas, remilgadas, sin interés, en resumen fuera de lugar? ¿Qué relaciones orgánicas mantiene el estilo con la interpretación que se le da o la percepción que se tiene de ésta? Por otro lado, dentro de un orden de ideas bastante cercanas, Deliège, a su vez, plantea preguntas muy pertinentes que muestran el interés de enfrentar el estilo a través de su percepción. Por ejemplo, no sabemos nada o casi nada sobre la manera en que efectuamos segmentaciones en el 225 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical transcurso de la audición, y cómo, enseguida, se vuelven a unir en la memoria las secuencias cortadas en la sucesión temporal musical. La cuestión vale tanto para las formas de corta duración como para las obras desplegadas a lo largo de duraciones más largas. En este último caso se puede afirmar que aquí intervienen procesos mentales muy específicos y sin duda dependientes de la estructura misma. Parece entonces razonable sostener que no hay ruptura completa ni una calca exacta entre la intención creadora y la recepción de la obra por el escucha. Fundamentalmente, la hipótesis de “universales” cognitivos (y sin duda también afectivos) permite que la obra sea a la vez “comunicación” y “transmisión” de mensaje; es una hipótesis plausible simplemente porque los procesos que conducen a la creación de la obra son también en parte los mismos que permiten su comprensión. Pero al mismo tiempo, lo que muestran los experimentos que parten de la estésica es que las distorsiones son tan numerosas como las concordancias. Dicho de otra forma, la experimentación a partir de las conductas perceptivas puede llevar a ciertas conclusiones sobre las estructuras subyacentes de la obra, pero es necesario que estas conclusiones puedan controlarse a través de una descripción exhaustiva de la partitura, fundada en procedimientos rigurosos y explícitos. El interés del trabajo que presentamos ahora sobre La Cathédrale engloutie es el de sugerir una confrontación de los análisis a nivel neutro y a nivel estésico de la misma obra. Lo que no impide en absoluto, pero más tarde, elaborar un modelo más abstracto que permita generalizaciones inductivas y pueda quizá informarnos acerca de los mecanismos de lo que Ruwet y Deliège llaman la “competencia musical”. III. Problemática e hipótesis A. Segmentación semiológica y percepción Todos los trabajos de semiología musical toman como punto de partida una operación de segmentación del fluido musical, y podemos decir, al menos en una primera fase, que la estructura de una pieza musical se desprende de esta 226 segmentación reiterada a varios niveles. Ruwet (1972), antes de abandonar esta perspectiva, la había explicado perfectamente: considerar las unidades más grandes posibles, después descomponer a su vez dicha o dichas unidades del primer nivel y así sucesivamente. La estructura aparecía entonces a través de las relaciones de nivel que las unidades mantienen entre sí bajo la forma de jerarquía. Sin embargo, este enfoque útil y metódico no se plantea naturalmente en ningún momento el problema de su pertinencia desde el punto de vista psicológico. ¿Las unidades definidas por la segmentación semiológica son percibidas como unidades por el escucha? y sobre todo, las unidades definidas en un nivel determinado que ocupan un lugar particular en la jerarquía estructural, ¿son percibidas funcionalmente a este nivel o no? De cierta manera, una unidad del nivel 3 por ejemplo (suponiendo que sea realizada tres veces la operación de segmentación), ¿puede ser percibida por el escucha, cualitativa y psicológicamente, como una unidad de nivel superior por el hecho de tener una misma relevancia en el desarrollo de la obra? Podemos ilustrar este problema a partir del análisis del Preludio de Pellèas intentado numerosas veces, primero por Ruwet (1972), después por Nattiez (1975). La jerarquía estructural que se desprende presenta los cuatro primeros compases como una unidad de segundo nivel, mientras que los compases 5 y 6 constituyen una unidad de cuarto nivel. El criterio adoptado era entonces (entre otros) la longitud de las unidades: en un sondeo aplicado a estudiantes de un seminario de psicología que no conocían el Preludio, obtuvimos una segmentación auditiva que consideraba, por el contrario, estas dos unidades como del mismo nivel y de la misma estructura: para nuestros escuchas, los cuatro primeros compases se subdividen en dos unidades temáticas, los compases 5 y 6 se subdividen también en dos unidades (compás 5 por una parte, compás 6 por la otra), y la relevancia de estas subdivisiones es rigurosamente la misma, son percibidas con la misma intensidad en los dos casos. El análisis llamado de nivel neutro nos propone entonces una organización de unidades de longitudes diferentes que debe compararse con lo que el análisis estésico pone de manifiesto: una alternancia perceptiva relevante de unidades largas y de unidades dos veces más breves, como si para el escucha toda la partitura estuviese construida sobre esta 227 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical alternancia. Este hecho no contradice la organización en diferentes niveles que encontramos en el análisis del nivel neutro; éste permite, por el contrario, hacer ciertas preguntas fundamentales sobre el estilo: esta tendencia de percibir equivalencias entre unidades cortas y rápidas y unidades largas y más lentas, ¿es la consecuencia de una estructura particular que se encuentra en otras obras de Debussy? ¿Reside el estilo, de forma más general, en una cierta manera que tiene el compositor de hacer comprender al escucha realidades sonoras originales a partir de estructuras generales y de procesos de escritura inventariados en un análisis de nivel neutro? En resumen, formulamos la hipótesis de que la segmentación no es únicamente una operación lógica del análisis semiológico, sino también un proceso perceptivo real de la obra en el transcurso de la audición y que le permite al sujeto decodificar la forma que se le ofrece. Esta hipótesis puede precisarse en tres direcciones: a) Esta segmentación se apoya en la percepción de cambios cualitativos más o menos relevantes en el fluido temporal musical. b) Esta segmentación depende de “modelos” de referencia, codificados y almacenados en la memoria, que han sido aprendidos esencialmente por medio de procesos de aculturación. c) Esta segmentación depende igualmente de la estructura “profunda” de la obra y la devela en parte. Al menos la manera en la que se opera la segmentación perceptiva, el número de unidades que resultan y su duración, así como los contrastes, las rupturas o los elementos dinámicos que las delimitan, engendran los comportamientos semánticos (por poco que se activen, gracias a una demanda explícita dirigida al sujeto) que son testimonio de la manera en la que el estilo es decodificado por el sujeto a través de esta experiencia particular, la manera en la que se significa una organización particular del tiempo musical. B. Percepción del cambio y segmentación La noción de cambio es esencialmente temporal y estructural: implica la percepción de una relación entre el “antes” y el “después”, implica la percepción 228 de una sucesión contrastante que introduce una ruptura dentro del flujo continuo del tiempo. Tal como lo escribe Fraisse, “el cambio discontinuo, para ser percibido, implica que yo perciba no solamente el estado A y después el estado B sino el pasaje de uno a otro, es decir, su sucesión” (1957: 70). Es entonces el pasaje el que constituye la realidad perceptiva de la relación, base de las estructuras musicales. Por lo menos toda pieza musical, durante la audición, se organiza en “partes” más o menos largas que se distinguen por el hecho de que cada una de ellas presenta cualidades distintas a la parte que la precede. En cierto modo, el cambio de parte introduce una discontinuidad entre los conjuntos sonoros delimitados, los cuales, cada uno en sí mismo, “producen una forma de síntesis casi estática del devenir” (Fraisse, 1957: 97). Podemos entonces pensar que la nitidez más o menos amplia de estas partes, la facilidad con la cual los contrastes, las rupturas, las entradas de temas son percibidos, la relevancia de tal o cual elemento en relación con los otros, constituyen una jerarquía más o menos fuerte de unidades que encajan unas con otras o se yuxtaponen y que testimonian la organización intrínseca de la pieza musical o, al menos, la parte de esta organización que da lugar a comportamientos reactivos observables en el sujeto. Así, el estilo se presenta en principio como esta jerarquía perceptiva de cambios y de unidades que estos cambios delimitan, la fuerza de esta jerarquía depende del grado de diferenciación y de articulación que las partes establecen entre sí y del número de diferenciaciones efectivamente percibidas: una fuerte jerarquía implica ciertos cambios muy relevantes, ciertas rupturas mayores y, entre estos cambios o rupturas, otros cambios menos relevantes y entre estos menos relevantes otros cambios aun menos relevantes y así sucesivamente, pero siempre hay un pequeño número en cada nivel. Desde este punto de vista, una jerarquía en árbol binario sería una jerarquía particularmente fuerte; una jerarquía débil implica, a la inversa, tanto numerosos cambios igualmente relevantes y percibidos en conjunto que presentan entre sí cambios muy débilmente percibidos y relativamente numerosos, como cambios cuya organización es sumamente móvil, en el sentido de que no aparece ningún contraste ni ruptura clara. 229 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical C. El ejemplo de la comparación de la Puerta del Vino con un Intermezzo de Brahms Facultad de Música • UNAM Esta primera hipótesis vuelve a considerar la segmentación de una pieza musical como un proceso de decodificación, que sólo es reflejado en parte por la operación correspondiente en análisis semiológico. El estudio comparado de la estructura perceptiva de otro de los veinticuatro preludios, La Puerta del Vino, con el Intermezzo en mi bemol menor op. 118 nº 6 de Brahms, muestra cómo la descripción correcta de las jerarquías de cambios permite plantear problemas de fondo concernientes al estilo. Recordaremos aquí los principales resultados de estos experimentos (Imberty, 1977 y 1981), a fin de poderlos confrontar enseguida con los resultados obtenidos con La Cathédrale engloutie. El procedimiento experimental fue el mismo que el que describiremos a continuación y consiste claramente en dos audiciones experimentales después de una audición de familiarización con la pieza. Figura 1 Estructura perceptiva de La Puerta del Vino de Debussy 230 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Figura 2 Las figuras 1 y 2 representan las jerarquías obtenidas al sumar las respuestas de dos audiciones experimentales. Estas jerarquías están construidas de la siguiente manera: cada unidad de la base del árbol está limitada por dos cambios percibidos por los sujetos, en donde la frecuencia de percepción indica la relevancia. Los niveles de ramificación están definidos por estas frecuencias; dicho con mayor exactitud, por los umbrales de significación estadística correspondientes y los valores críticos del cuadro de la ley de Poisson. Así, en la figura 1 (estructura perceptiva de la Puerta del Vino), las dos primeras unidades están separadas por un cambio indicado por cinco sujetos (total de las dos audiciones, umbral P = 0.22), mientras que la segunda y la tercera están separadas por un cambio percibido por quince sujetos (y más) (umbral P = .001). Según estas figuras, se comprende claramente cómo la recepción de una obra musical es una organización jerárquica de cambios, rupturas y contrastes percibidos durante la audición. La comparación entre las dos figuras muestra inmediatamente que esta organización es extremadamente diferente en una pieza que en otra: el Intermezzo está más fuertemente jerarquizado que la Puerta del Vino, lo que indica cuánto encajan unas unidades con otras, la fuerza de las uniones entre las diversas unidades 231 Facultad de Música • UNAM Estructura perceptiva del Intermezzo de Brahms Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical de la base del árbol, y el escaso grado de relevancia de los cambios y pasajes de un estado a otro. Las unidades son de duración más larga. En Debussy, por el contrario, estas unidades de la base son, en primera instancia, más cortas y numerosas, los pasajes de una unidad a otra son más claros y más fácilmente percibidos: debido a esto, la estructura está poco jerarquizada y los elementos no están embonados sino yuxtapuestos. En resumen, esta comparación muestra que la organización temporal de la obra de Debussy corresponde a un tiempo musical parcelado, hecho de instantes yuxtapuestos, aislados unos de otros, cuyas uniones resultan laxas para el escucha. La obra se mueve por contrastes sucesivos y violentos. En Brahms, por el contrario, el tiempo musical es unificado y continuo, hecho de coordinaciones constantes, de variaciones progresivas, de lentas evoluciones del devenir. Muchos índices estadísticos lo muestran. En principio, en el caso de Debussy, en una pieza de 175 segundos de duración, el número de cambios percibidos en total, desde la primera audición, es de 69; en el caso de Brahms, en una pieza de 271 segundos de duración, es de 77. La densidad de cambios percibidos se duplica cuando pasamos de Brahms a Debussy. Por otro lado, los cambios mejor percibidos (aquellos que corresponden al umbral de P___ .01 en las figuras) en cada una de las piezas son, sin embargo, más relevantes en Debussy que en Brahms (las frecuencias son más elevadas). Notamos igualmente (Imberty, 1977 y 1981) que la reorganización, de una audición a la otra, es más importante en Brahms que en Debussy, como si la estructura de la Puerta se impusiera enseguida, mientras que la del Intermezzo resulta más huidiza, favoreciendo las reorientaciones perceptivas y dejando al escucha en una relativa incertidumbre en cuanto a la organización subyacente. En fin, si visualmente la diferencia de organización de los árboles jerárquicos se aprecia claramente en las figuras 1 y 2, es posible examinar esta diferencia contando las distancias que separan las unidades de la base de la cima del árbol: llamamos distancia al número de ramificaciones entre la unidad perceptiva de la base y la cima del árbol. Es evidente que, entre mayores sean las distancias, la jerarquía será más fuerte, es decir que, cuanto más débil sea la percepción de las unidades de la base del árbol y éstas embonen con más fuerza con las unidades superiores, serán más vastas y más organizadas; por el contrario, 232 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy cuanto más débiles sean estas distancias, la jerarquía será más débil y las unidades de base serán perceptivamente más relevantes, aisladas unas de otras, yuxtapuestas. Tenemos ventiocho unidades en la base de la Puerta del Vino, y treinta y dos unidades en la base del Intermezzo. Sin embargo la tabla 1 muestra que las distancias son muy diferentes, mucho más fuertes en Brahms que en Debussy ( 42 = 11.4 significativo para ~= .02)2 x Número de unidades de la base (Brahms) 7 15 4 2 0 28 0 11 7 10 4 32 x 42 = 11.44 (.02) Tabla 1 Comparación de la jerarquización de los cambios percibidos en Debussy y en Brahms. Se lee, en la línea 1 y en la columna 1: en la pieza de Debussy, 7 unidades de la base están a distancia 2 de la cima; la columna 2, ninguna en Brahms, etc. D. Modelos culturales y perceptivos de segmentación: el concepto de macroestructura Este primer análisis, sin embargo, está incompleto. En una serie de experimentos basados en las conductas perceptivas de reconocimiento de temas o de partes de una fuga o de una sonata, Francès (1958) muestra que los sujetos músicos, conociendo las formas, tienen mucha mayor facilidad para identificar la unidad temática que los sujetos no músicos. Pero muestra 8 2 El número de unidades de la base de los árboles jerárquicos no debe confundirse con el número de cambios percibidos en cada pieza: en efecto las figuras 1 y 2 están construidas únicamente a partir de los cambios percibidos de manera relativamente estable y no a partir de todos los cambios indicados por los sujetos. De todos modos, hasta en este nivel, la “densidad” de la pieza de Debussy es más grande que la de Brahms (28 u./175 seg. y 327 u./271 seg.). 233 Facultad de Música • UNAM Distancia 2 3 4 5 6 Número de unidades de la base (Debussy) Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical también que esta gran facilidad no sólo proviene de una capacidad de diferenciación auditiva muy fina, sino también de un saber que funciona como “referencia” de lo que se ha escuchado. Los sujetos músicos generalmente han adquirido el conocimiento de cuadros formales que guían naturalmente su percepción. Este hecho parece muy general, y los numerosos estudios sobre la aculturación tonal han mostrado que hasta por la simple frecuentación de las obras se crean hábitos auditivos aun en los sujetos menos capacitados, y que estos hábitos determinan, en gran parte, la estructuración perceptiva de los estímulos. Podemos entonces pensar que el conocimiento –implícito o no– de ciertas formas musicales muy generales, favorece determinadas estrategias en la segmentación auditiva de la pieza musical: esto ocurre con la sonata por ejemplo, o el rondó con su estribillo, o con todas las formas clásicas tan extendidas en la consumación musical occidental. Las formas tripartitas constituyen claramente una parte de las adquisiciones culturales que condicionan nuestros hábitos auditivos: es fácil concebir que al menos para un público amateur, a priori toda obra musical contiene algo como una exposición, un desarrollo, una reexposición, o una idea A, una segunda idea B y después el regreso a A. Sin ir tan lejos como Lévi-Strauss (1972) cuando afirma que toda música está estructurada como una “aventura” (problematensión, crisis, desenlace-resolución), quisiéramos al menos sugerir que esta estructura, mantenida durante tres siglos de música tonal, y que fue impuesta por la sintaxis tonal misma, quizá no está alejada de las estructuras de relato que se organizan según un esquema bastante cercano. Sin duda esta comparación es banal en el sentido de que ya se ha hecho cien veces. Pero se vuelve pertinente a partir del momento en el que es posible mostrar que la memorización, al mismo tiempo que la segmentación de la pieza musical, se hace de acuerdo o en desacuerdo con este modelo adquirido y reforzado por la cultura común a los sujetos occidentales. En este sentido, el estilo ya no sería solamente una jerarquía perceptiva de cambios, más o menos fuerte según el caso, sino una manera particular de permitir esta jerarquía en el seno de un modelo muy vasto y muy general, transmitido por la cultura. Por esta razón nos parece muy sugerente el estudio de Kintsch y van Dijk (1975) del que tomamos el concepto de “macroestructura”: según 234 estos autores, todo discurso es interpretado, almacenado en la memoria, en función de una estructura de conjunto a la que llaman precisamente su macroestructura, y que pertenece al sistema de los conocimientos generales del sujeto. Por medio de una serie de experimentos de recuerdo y de recuerdo resumido de textos, los autores desprenden esta macroestructura y la describen como un tipo de esquema general que comprende ciertas casillas vacías situadas a niveles diferentes definidos por una jerarquía que conforma esta macroestructura. Estas casillas vacías se reemplazan por las informaciones específicas del texto. Entonces el recuerdo del relato consiste en una reactivación de la macroestructura, sistema de decodificacióncodificación vacío, que llama a las informaciones específicas almacenadas en la memoria. La macroestructura parece entonces como un poner en orden el tiempo del relato, y permite reconstituir los episodios sucesivos, según reglas muy generales producidas por los mecanismos cognitivos subyacentes. En este sentido el concepto de macroestructura puede sernos útil: esquema de estructuración del tiempo, la macroestructura es, en la música, el poner en orden, a priori, los eventos sonoros según las reglas resultantes de los mecanismos perceptivos, los cuales permiten reparar en los cambios dentro del continuum sonoro. En suma, la macroestructura de una pieza musical está constituida por la percepción y la retención mnemotécnica de algunos cambios particularmente relevantes, determinando en el escucha la progresión global de la pieza. Estos cambios pueden imputarse tanto a un estereotipo cultural como –y en este caso contradicen el estereotipo– a un estilo. Podemos dar algunas indicaciones para un experimento complementario basado en las dos piezas que acabamos de analizar anteriormente. A los sujetos que no habían participado en el primer experimento (Imberty, 1981) les pedimos que escucharan ambas piezas; después les preguntamos cuántas partes habían escuchado y les solicitamos que intentaran describirlas brevemente. Se trataba en parte de hacer una prueba de memoria de “recuerdo inmediato”. Ahora bien, si en la pieza de Brahms el estereotipo ABA, sobre el cual está claramente construida, aparece inmediatamente en las respuestas de los sujetos, sean músicos o no, en la pieza de Debussy, por el contrario, los sujetos no músicos reconocieron masivamente las mismas tres partes según 235 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical un esquema dinámico simétrico (“esto comienza lenta y dulcemente, después se vuelve fuerte y brutal y después nuevamente lento y dulce”), y la mayoría de ellos llegó hasta olvidar el ataque ff de los primeros acordes. En ausencia de un esquema estructural simple, los sujetos no músicos simplificaron por lo tanto al extremo para reconstruir la pieza dentro del mismo esquema que la obra de Brahms, es decir, en un esquema-tipo que ellos conocían por aculturación y que orienta a priori la decodificación de la estructura. Facultad de Música • UNAM E. Los esquemas de la percepción temporal Fuera de este sistema cultural de decodificación, la macroestructura de una pieza musical supone la puesta en acción de dos tipos de esquemas perceptivos temporales: los esquemas de orden y los esquemas de relación de orden. Podemos distinguirlos así: los esquemas de orden no conciernen más que a las simples sucesiones y yuxtaposiciones en el plano de la dinámica; se extienden a la vez, tanto a las relaciones próximas como a las lejanas (aumentación, disminución, repetición, imitación, aceleración, ralentando, etc.). Los esquemas de relación de orden tienen que ver con las relaciones orgánicas que permiten establecer los vínculos entre las partes temporales parecidas (temas, variaciones de temas, relaciones sintácticas generales, en resumen, todo aquello que tiende a sintetizar el tiempo en una suerte de presente psicológico aprehendido como tal). Si se quiere, los esquemas de orden asimilan el tiempo en tanto que devenir y correr sucesivo irreversible; los esquemas de relación de orden asimilan el contenido de los acontecimientos sonoros variados de este correr para aprehenderlo, fuera de lo sucesivo, dentro de una coherencia más abstracta. Son los esquemas de relación de orden los que principalmente intervienen en la percepción de las estructuras fuertemente jerarquizadas (Cfr. Brahms, figura 2), donde ciertos cambios aparecen más como encadenamientos o transiciones en función coordinadora, que como contrastes o rupturas del devenir temporal. Estos cambios son, en su mayoría, relevantes y se sitúan en los niveles inferiores del árbol. Pero también es claro que los estereotipos culturales producen relaciones de orden que sintetizan la forma sonora fuera 236 de su irreversibilidad inmediata. En efecto, la repetición de la audición, en la medida en que favorece cierto aprendizaje, activa las anticipaciones perceptivas que unen los eventos sucesivos a través de relaciones fuertes: ahora bien, hemos constatado (Imberty, 1981) que este aprendizaje no es eficaz más que para la pieza de Brahms, construida sobre el estereotipo ABA, y no para la de Debussy. El conocimiento implícito del estereotipo favorece la asimilación de la forma a los esquemas de relación de orden, pero inversamente, entre más se jerarquiza la forma y se coordina según reglas estrictas, más se conduce la percepción por asimilación a los esquemas de relación de orden. Por el contrario, una jerarquía débil supone principalmente la puesta en acción de los esquemas de orden, y las rupturas brutales y numerosas (Debussy, figura 1) consagran los desplazamientos del equilibrio perceptivo que divide el devenir musical. En particular, la ausencia de un estereotipo formal clásico que habría podido servir de referencia a los sujetos, en la medida en la que corresponde a un conocimiento a priori de lo que es una pieza musical en la cultura occidental, ha vuelto imposible cualquier aprendizaje en el transcurso de las audiciones sucesivas, dejando finalmente una impresión de incoordinación, rumbo a la incoherencia. En resumen, los esquemas de orden orientan la espera perceptiva hacia un acontecimiento que permanece impreciso y vago; por el contrario, los esquemas de relación de orden asimilan la estructura sonora a una temática determinada que sólo se comprende más allá del desarrollo temporal inmediato. Hay un punto que ilustra de forma particular estas hipótesis generales: se trata de lo que podemos llamar los puntos de condensación perceptiva de la macroestructura. Hay en efecto un momento privilegiado en el que, bruscamente, la totalidad de la pieza musical cobra un sentido, es decir, un momento en el transcurso de la audición en el que el escucha, de manera inconsciente o implícita, presiente el esquema temporal general, la dirección esencial, el fin hacia el cual el compositor lo conduce. Este momento es el que condiciona la percepción de todos los eventos sonoros que vendrán, y, de manera retroactiva, teje un lazo con aquellos que ya han pasado. Claramente, podemos decir que el punto de condensación máxima orienta la percepción, es decir, que activa los esquemas de relación de orden que engendrarán las 237 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical exigencias de retorno y de simetría: si el punto de condensación máxima está situado en la cima de intensidad de la pieza, en el clímax, el sujeto normalmente espera una caída de esta intensidad al mismo tiempo que un desarrollo de la tensión; si el punto de condensación máxima está situado al inicio de un nuevo tema, entonces, después de esta ruptura o contraste, el sujeto espera, por el hecho mismo de haber dejado un cierto clima, regresar a él. Toda la parte anterior cobra el sentido de final esperado y la necesidad de regresar a él, por el hecho mismo de que se le ha dejado. Podemos constatar que los dos puntos de condensación máxima en la pieza de Brahms coinciden, el primero a los 2’07” (compás 41) en la ruptura central, inicio del nuevo tema y de la nueva parte, el segundo, a los 3’10” (compás 61-62) en la espera del regreso previsible a la parte inicial (niveles superiores de ramificaciones, figura 2). La macroestructura es entonces el resultado de coordinaciones de esquemas perceptivos temporales que asimilan la realidad percibida (anticipaciones); todo se acomoda en las particularidades estilísticas de la pieza y el devenir se reorganiza a partir de puntos privilegiados de condensación perceptiva. Sin embargo, es evidente que la macroestructura depende de los estereotipos culturales cuya importancia acabamos de analizar y que los sujetos han aprendido por aculturación. En particular, la música de Brahms, así como el conjunto de la música tonal, descansa sobre este tiempo reversible y simétrico que impone la sintaxis (encadenamientos tónica-dominante-tónica, etc.). Es evidente que la necesidad de un retorno después de un “desvío”, de un “desenlace” después de una “crisis”, para emplear los términos de Lévi-Strauss en L’homme nu (1972: 589-590), no han sido adquiridos por la música occidental sino relativamente tarde. Y parece que los esquemas de relación de orden no funcionan más que asimilando una experiencia del tiempo fuertemente culturalizada. Desde este punto de vista, la pieza de Debussy es muy diferente: la macro-estructura débilmente jerarquizada se debe al hecho de que los esquemas de orden, recentrando la percepción en cada cambio percibido, separan las zonas temporales y refuerzan el peso psicológico de las segmentaciones. Podemos subrayar entonces (figura 1) que no hay en 238 Debussy un punto de condensación máxima único o en número restringido correspondiente al estereotipo. En el nivel superior del árbol hay una fragmentación de la estructura en numerosos puntos equivalentes. No hay entonces un punto en el que la evolución dinámica se le presente al sujeto y cobre el sentido de unidad coordinada, controlable conceptualmente fuera del tiempo. Por otro lado, los puntos de condensación más fuertes se encuentran en el inicio, como si lo esencial de la obra se encontrara resumido dentro de una oposición fundamental dada inmediatamente y que no evolucionará. Sin embargo, es necesario matizar: de hecho, toda percepción musical probablemente pone en juego tanto los esquemas de orden como los esquemas de relación de orden. El resultado es que uno de los dos esquemas domina sobre el otro. En relación con esto, las piezas analizadas son también más ejemplares: cuando hay coincidencias entre la organización temática (que se manifiesta en el plano perceptivo de los esquemas de relación de orden) y la organización dinámica (que se manifiesta en los esquemas de orden), los esquemas de relación de orden asimilan el conjunto de la estructura temática y necesariamente refuerzan la jerarquización a través de la intervención de estereotipos que, desde hace dos siglos, marcan esta coincidencia. Éste es el caso de la pieza de Brahms, en la que la macroestructura está totalmente construida sobre la temática. Cuando, por el contrario, hay un desfase entre la organización temática y la organización dinámica, los esquemas de orden asimilan el conjunto de la estructura en las progresiones, disminuciones, aumentaciones, rupturas, y la temática es relegada a un segundo plano: la figura 2 muestra claramente que el elemento que juega el papel de “reexposición” en la Puerta del Vino en absoluto es percibido como tal por los sujetos (1’57’’, ramificación poco significativa estadísticamente P = 0.22). La obra musical, cuya estructura está por lo tanto poco jerarquizada, es entonces representación de imágenes temporales en bruto, ligadas directamente a las experiencias individuales o colectivas del tiempo existencial. Podemos deducir de este grupo de resultados que los modos de decodificación remiten de alguna manera a la estructura composicional misma, y le permiten al investigador establecer lazos teóricos fuertes entre 239 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical lo estésico y lo poiético, y, en consecuencia, nos informan acerca de una de las funciones esenciales de la música para el hombre: la representación y el dominio simbólico del tiempo, clave de una semántica psicológica de la música. IV. Presentación del experimento sobre La Cathédrale engloutie Facultad de Música • UNAM A. Los objetivos del experimento ¡Que el lector no se impaciente! Esta larga desviación a través del análisis de una pieza de Brahms (comparada, es cierto, con la Puerta del Vino) fue necesaria para comprender mejor el punto de vista adoptado en relación con La Cathédrale engloutie. De hecho, ahora podemos plantear algunas preguntas precisas. La primera tiene que ver evidentemente con la debilidad de la jerarquía perceptiva establecida en La Puerta: ¿encontramos la misma jerarquía en La Cathédrale? y, de ser así, ¿constituye ésta un aspecto importante del estilo de Debussy, comparado con el de Brahms (y –quizá generalizando– con la escritura romántica)? La segunda pregunta se refiere a la macroestructura, tanto desde el punto de vista de un eventual impacto de estereotipos formales usuales, como desde el punto de vista de la distribución de los puntos de condensación perceptiva. Aquí entonces, ¿lo que diferencia a La Puerta del Vino del Intermezzo de Brahms es uno de los aspectos del estilo de Debussy y de la organización del tiempo musical en su obra? En fin, posteriormente podríamos abordar una tercera pregunta, la cual, a decir verdad, constituye el objeto inicial de este estudio: ¿qué impacto tiene la estructura perceptiva de la pieza sobre la organización de las significaciones asociadas durante o después de la audición? La Puerta del Vino, así como el Intermezzo, también han dado lugar a este estudio (Imberty, 1978 y 1981) que podrá por lo tanto hacerse comparativamente en relación con La Cathédrale. 240 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy B. Desarrollo del experimento Una obra musical está compuesta de partes más o menos largas, las cuales son perceptibles durante la audición gracias a la intervención, en el fluido musical, de cambios de atmósfera, de ritmo, de armonía o por la aparición de temas. Algunos de estos cambios, contrastes o rupturas son inmediatamente identificables y son los que delimitan las partes principales. Otros son más tenues y delimitan, al interior de las partes grandes, las unidades más pequeñas. Podemos presentar las cosas de otra manera haciendo una comparación: un poema se compone de estrofas, las estrofas están compuestas a su vez por versos. Pero, al interior de la estrofa, los versos también pueden reagruparse en dos. Tenemos entonces una serie de unidades o partes que encajan unas con otras, desde las más grandes hasta las más pequeñas. El trabajo a realizar consiste en indicar al experimentador el momento en el que se perciban los cambios (contrastes, temas, atmósferas diferentes, etc.) durante el transcurso de la audición de una pieza corta para piano. Se indica entonces al sujeto el medio por el cual dará a conocer su respuesta al experimentador (seña convenida), después se le explica que escuchará la pieza una primera vez para familiarizarse con ella sin tener que dar ninguna respuesta. Enseguida se le pide que indique, durante la primera audición experimental, los cortes o cambios más claros; durante una segunda audición experimental, se le solicita que indique todos los cambios que perciba (tomando en cuenta también los señalados durante la primera audición). El experimentador dispone de una hoja preparada anteriormente, graduada con indicaciones de tiempo (en segundos), y de un cronómetro. Anota en la hoja protocolaria los tiempos en los que el sujeto percibe los cambios. 241 Facultad de Música • UNAM Participan treinta sujetos. Todos son adultos, la mayoría estudiantes y todos están interesados en la música. Su nivel de educación en este terreno corresponde al de “amateurs”, pero no han tenido ninguna educación técnica. El experimento se desarrolla individualmente y el experimentador lee al sujeto la siguiente consigna: Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM C. Escrutinio de los resultados El problema del procedimiento de escrutinio consiste en lo siguiente: ningún sujeto tiene el mismo tiempo de reacción, y, en consecuencia, algunos sujetos probablemente tienen tendencia a dar sus respuestas retardadas en relación con el cambio percibido. Si bien este inconveniente pudo haberse limitado en lo que concierne al experimentador, preparado de antemano, fue inevitable con respecto a los sujetos. Los resultados de este experimento muestran, como en los precedentes, que las respuestas más frecuentes continuamente se localizan un segundo después. En la mayoría de los casos, el análisis de la partitura permite descubrir si se trata de un retraso debido al tiempo de reacción de los sujetos, o si se trata de la percepción de una realidad sonora distinta. También es probable que el tiempo relativamente lento de La Cathédrale haya provocado retardos más numerosos que en La Puerta del Vino: el tiempo de reacción ante una señal está directamente ligado a la duración efectiva de la señal. Ahora bien, la duración media de las señales depende directamente del tiempo de la pieza. Éste es el caso, por ejemplo, del compás 13 (figura 3 en 50’’-52’’), donde el cambio percibido está ligado al regreso del registro más grave, que dura, de hecho, los dos últimos tiempos del compás. Pero es claro que, cuando uno se interesa en los cambios menos importantes o menos relevantes, señalados por tres o cuatro sujetos solamente, resulta mucho más difícil decir si la respuesta corresponde a un error debido al tiempo de reacción del sujeto y se trata de un cambio percibido uno o dos segundos antes, o si se trata de un cambio realmente percibido: llevado al límite, en una pieza como La Cathédrale engloutie, tomando en cuenta su tempo, podemos imaginar que toda nota advertida sea percibida como un cambio. Además, en una duración de 330 segundos, ya en la primera audición, se obtienen 226 cambios localizados distintamente. Este fenómeno ya era claro en el caso de La Puerta del Vino. El problema radicaba en saber si era necesario reagrupar ciertas respuestas y localizarlas en la partitura. ¿En la figura 3 debemos considerar que las respuestas dadas en los segundos 50, 51 y 52 se refieren a la percepción del mismo cambio? Si en este caso la respuesta parece evidente, no siempre es así. En consecuencia, y por prudencia, no hemos efectuado 242 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM ningún reagrupamiento de respuestas al momento de la interpretación de los resultados: se objetará que se pierde así una parte de la información. De cualquier manera, en lo que respecta a los cambios más frecuentemente percibidos (significativamente, hasta un umbral de P N 0.10), esta manera de proceder no cambia en nada la identificación de los elementos determinantes en la partitura. Lo que resulta un poco más fácil de comprender es que la distribución de las frecuencias de los cambios percibidos es muy asimétrica. En efecto, el inconveniente que acabamos de señalar se neutraliza en gran parte por el hecho de que se puede determinar esta distribución de las frecuencias de los cambios percibidos. Resulta fácil definir, para cada una de las figuras obtenidas, el valor crítico más allá del cual podemos considerar que la frecuencia es significativa: nos damos cuenta entonces de que los cambios que podrían ser ambiguos no son significativamente percibidos. Encontraremos estas indicaciones materializadas en las figuras 3 y 4. Figura 3 Debussy 1era audición 243 Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM Figura 4 Debussy 2a audición Figura 5 Estructura perceptiva de La Cathédrale engloutie 244 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy V. La macroestructura de La Cathédrale engloutie Las comparaciones estadísticas con el Intermezzo y la Puerta del Vino serán difíciles, ya que el número de sujetos participantes en el experimento presente no es el mismo de las experiencias anteriores: 30 aquí y 20 en los precedentes. El aumento del número de sujetos, a pesar de dar mayor fiabilidad a las conclusiones que se puedan extraer de los resultados globales, tiene una consecuencia directa sobre la apreciación del número de cambios realmente percibidos: en efecto, los cambios percibidos por un solo sujeto pueden ser a veces el indicador de un cambio situado anteriormente y señalado demasiado tarde. El riesgo de que sea así y de que haya ambigüedad a nivel del escrutinio aumenta con el número de sujetos, ya que los fenómenos de retardo debidos a los tiempos de reacción de los sujetos se suman y cambian un poco el número de localizaciones diferentes de los elementos percibidos en el transcurso de la audición. Sin embargo, uno puede darse cuenta de sobra de la tendencia general que muestra que la estructura perceptiva de La Cathédrale engloutie parece del mismo tipo que la de La Puerta del Vino, tanto por el número y la densidad de los cambios percibidos, como por la multiplicidad de los puntos de condensación perceptiva, y, en fin, por la disimetría global de la estructura, más parcelada al inicio que al final (Cfr. figuras 3 y 5). a) El número de cambios percibidos A reserva de lo que acabamos de decir en cuanto al número de sujetos del experimento, parece que, desde la primera audición experimental, el número de cambios percibidos es muy elevado en relación con la duración total de la pieza: 226 cambios localizados en una duración de 330 segundos, mientras que en Brahms la proporción resultó exactamente inversa (77 cambios localizados en una duración de 271 segundos). La diferencia es mucho más marcada en la segunda audición. Podríamos intentar hacer una comparación aun más precisa entre las tres piezas tomando en cuenta únicamente el número de cambios percibidos y localizados en La Cathédrale por 20 individuos (número de sujetos de los 245 Facultad de Música • UNAM A. Los resultados globales Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM experimentos anteriores), como si el experimento se hubiese realizado sólo con este número de sujetos; estos datos podemos obtenerlos con una simple regla de tres. La tabla 2 propone esta comparación con los números “corregidos” en el caso de La Cathédrale, siempre recordando los números en bruto. Esta tabla se lee así: habiéndose realizado el cronometraje en segundos, cada pieza está definida como una serie de N momentos separados por un intervalo de un segundo. El número de cambios percibidos puede entonces considerarse como el número de momentos en los que se ha desencadenado una respuesta perceptiva al menos en un sujeto: sea n este número. La diferencia N-n representa el número de momentos en los que no ha habido ninguna reacción en ningún sujeto. Podemos entonces efectuar la comparación entre el número de momentos en los que hay desencadenamiento de al menos una respuesta (número de cambios percibidos) en cada pieza, y el número de momentos en los que no ocurre nada. Esto obliga a comparar nuevamente la duración total de los cambios percibidos en relación con la duración total de la pieza. PrimeraSegunda PrimeraSegunda audiciónaudición audiciónaudición Duración sin cambios Duración de los cambios Cathédrale 104 40 226 290 (en bruto) Cathédrale 180 137 150 193 (corregidos) Intermezzo 194 143 77 128 la Puerta 106 40 69 125 Duración total 330 271 175 Valores de X2: todos son altamente significativos en las comparaciones de los números en bruto. En los números corregidos son significativas las X2 de comparación entre La Cathédrale y el Intermezzo, tanto en la primera como en la segunda audición (P = .01). En los números corregidos, no significativo entre la Cathédrale y la Puerta, en la primera audición; significativo en la segunda audición, pero es la Puerta la que aparece con la duración de los cambios más fuerte en relación con la duración total, mientras que en los números en bruto es a la inversa. Tabla 2 Comparación de la Cathédrale engloutie con el Intermezzo de Brahms y la Puerta del Vino (número de cambios percibidos). 246 Una vez más, tomaremos estas comparaciones con algo de prudencia. Pero ya sea en números brutos o en números corregidos, la comparación de la Cathédrale con el Intermezzo siempre es muy clara: la densidad de los cambios es mucho más elevada en Debussy que en Brahms, y este resultado confirma aquél encontrado en la Puerta del Vino (Imberty, 1977 y 1981). Este resultado es tanto más interesante cuanto que, al menos aparentemente, la pieza es muy diferente a la Puerta, los contrastes dinámicos menos marcados, las progresiones de intensidad, incluso los pasajes de un episodio al otro, más continuos. Hasta cierto punto habríamos podido imputar las grandes diferencias entre el Intermezzo de Brahms y la Puerta a un artífice experimental que consiste en haber elegido precisamente estas dos piezas de atmósfera tan diferente. De cierto modo, la Cathédrale, debido a su tiempo y a la extensión de su duración, es más cercana al Intermezzo. La comparación estilística resulta muy clara, o más bien, la densidad de los cambios percibidos durante la audición es un índice muy fuerte del estilo de cada compositor. La fragmentación de la duración se ve muy clara tanto en la Cathédrale como en la Puerta, y esto es un resultado de alcance general, cuya significación ha sido expuesta anteriormente: el tiempo debussiano es un tiempo que no evoluciona, no progresa, sino que se inmoviliza en mil instantes tornasolados, yuxtapuestos en imágenes sonoras múltiples que se suceden sin unión racional tangible. Como ya lo habíamos sugerido en otra parte, la lentitud debussiana no conduce a una fusión del devenir musical, sino que los sonidos extendidos, los silencios, separan y dislocan, dirigiendo así la escritura musical hacia las antípodas de lo que fue durante un siglo de romanticismo. La diferencia entre La Cathédrale y La Puerta es más difícil de interpretar al instante. El análisis detallado de la macroestructura de La Cathédrale quizá permitirá comprender de qué se trata. Pero es necesario decir una vez más que esta diferencia debe considerarse con prudencia: en números “corregidos”, la Puerta es la que parece dar lugar a la percepción de un número mucho mayor de cambios, mientras que con los números en bruto resulta a la inversa. De hecho, esta incertidumbre tiende sobre todo a mostrar que, aunque exista una diferencia en la organización perceptiva de las dos piezas, ésta es menos clara que en las comparaciones con Brahms, y nos remiten a otros parámetros distintos a los de la relevancia perceptiva. 247 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical b) La multiplicidad de los puntos de condensación perceptiva Regresaremos al análisis de la macroestructura, pero ya aquí, desde este punto de vista, La Cathédrale es sin duda alguna comparable a la Puerta: seis puntos de condensación perceptiva (umbral de P = .001), cuyo espaciamiento es muy irregular en la primera audición. En la segunda audición no hay ninguna reorganización espectacular como se puede observar en Brahms; sin embargo aparecen cinco nuevos puntos de condensación perceptiva, que no modifican el aspecto de conjunto de la estructura. Simplemente este conjunto aparece mucho más parcelado que en la primera audición, sobre todo al inicio de la pieza. Nuevamente, como sucede en la Puerta, se da la impresión de que toda la materia de la pieza está contenida en las dos primeras páginas de la partitura, y que después del arranque de los grandes acordes no pasa nada más. Facultad de Música • UNAM c) La disimetría de la estructura perceptiva Este último punto está muy ligado con el anterior. Acabamos de ver (y las figuras 3 y 4 son muy explícitas en este sentido), que los puntos de condensación perceptiva principales se aglutinan al inicio. En seguida, todo sucede como si las rupturas y los cambios se atenuaran, como si la macroestructura fuese menos caótica, más ordenada y controlada. Constatamos este hecho al reencontrarlo en La Puerta del Vino, donde al final, a partir del compás 50, parece haber una organización mejor jerarquizada. Esta disimetría está totalmente ausente en Brahms, ya que, por el contrario, la pieza está dominada por el estereotipo formal ABA; por esta razón, en la música de Debussy la disimetría parece ser una característica de la forma. Sin duda sería necesario efectuar experimentos de este tipo con un gran número de obras del compositor antes de poder generalizar con certeza; sin embargo, el hecho de que el fenómeno aparezca en dos piezas tan diferentes como La Cathédrale engloutie y La Puerta del Vino, tiende a mostrar que ésta es una disimetría del tiempo musical debussiano que sostiene la organización temática misma: las “reexposiciones” de la frase de acordes, primero (compás 248 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy 72), después del inicio (compás 84) prácticamente no se perciben en la primera audición, y no aparecen más que a un nivel débil en la jerarquía de la segunda audición. Ya hemos notado este fenómeno en La Puerta del Vino. Los resultados de conjunto que acabamos de exponer brevemente ponen a la luz los principales aspectos de la macroestructura de La Cathédrale. En primer lugar, esta macroestructura está débilmente jerarquizada. Esta característica aparece desde la primera audición: seis puntos de condensación perceptiva (¡contra dos en el caso de Brahms!) en el umbral de P = .001, pero dieciséis puntos de condensación en un umbral P = .01, lo que es considerable. Desde esta perspectiva, La Cathédrale parece estar más fragmentada que La Puerta (dieciséis puntos de condensación durante 330 segundos de duración total de la pieza, mientras que La Puerta presenta siete en una duración de 175 segundos), pero es probable que la Cathédrale esté más fuertemente jerarquizada que la Puerta, sin parecerse sin embargo a la estructura del Intermezzo. De hecho, la figura 3 sugiere que existen diferencias claras de relevancia perceptiva entre los dieciséis puntos de condensación. Los seis puntos situados en 28”, 50”-52”, 1’02”-1’03”, 1’25”-1’26”,1’49”-1’50” y 3’02”-3’03” parecen conformar el armazón de la macroestructura, de cierta forma con un punto de condensación perceptiva máxima en 1’02”-1’03”. En la primera audición, se podría entonces describir la pieza de la siguiente manera: una introducción bastante heteróclita, el inicio de un allegro-crescendo (en 1’02”), que sin embargo se detiene rápidamente en 1’25”, en seguida, y casi hasta el final, una forma evanescente, difusa, abierta, cuyos contornos se difuminan a medida que nos alejamos del punto de condensación máxima, es decir, del inicio del allegro-crescendo. Estructura por ende totalmente disimétrica, en la que el inicio del allegro-crescendo no cumple sus promesas... Esta manera de presentar y analizar la figura 3 implícitamente pone en juego, en la decodificación que hacen los sujetos de la macroestructura, la referencia verosímil a un estereotipo formal, más laxo que el esquema clásico 249 Facultad de Música • UNAM B. Disimetría de la macroestructura Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical ABA, pero que se compone de una introducción que crea una atmósfera antes del desarrollo de la pieza propiamente dicha, más estructurada, en la que el sujeto espera reconocer temas, una progresión hasta un clímax central y quizá el regreso a esos mismos temas en una atmósfera más tranquila y más distendida. Podemos pensar que el inicio de La Cathédrale en cierto modo es percibido por los sujetos según este esquema, pero el bello desarrollo esperado a partir del momento en el que el ritmo se acelera (compás 16, 1’02”) y modifica la atmósfera de espera del inicio (¿acaso Debussy no anota en la partitura “poco a poco saliendo de la bruma”? ), no llega, o más bien llega mal, ya que el clímax central, que podría corresponder, desde el punto de vista de la intensidad sonora, a la famosa frase de los grandes acordes (entrada al 1’49”), no es seguido por indicaciones perceptivas simétricas demasiado relevantes. Además, esta frase no es percibida claramente más que al inicio del allegro-crescendo, mientras que podríamos haber pensado que esta gran cima hubiera sido señalada como un momento clave por todos los sujetos. De esta manera, en la primera audición, La Cathédrale engloutie aparece como una forma incompleta, o más bien como una forma fuertemente dibujada al inicio, esbozada después, un fenómeno tanto más notable puesto que ya se había observado en la primera audición de La Puerta del Vino y no en la primera audición del Intermezzo de Brahms. Se trataría entonces aquí de una característica estilística propia de Debussy. En todo caso, con respecto a La Cathédrale, ¿es ésta una de las razones por las que, a pesar suyo, algunos críticos no consiguen conducir un análisis semántico detallado más que del inicio de la partitura, aunque en un comentario más general y no literario mencionen en seguida “los órganos lejanos” o el “coral poderoso y grandioso”? Si nuestro análisis es certero, podemos entonces decir que hay un tipo de inadecuación entre el estereotipo formal utilizado implícitamente por los sujetos (y esta hipótesis se sugiere fuertemente por la organización general de la macroestructura durante la primera audición), y la estructura leída en la partitura de la pieza. O, con más exactitud, el estereotipo no permite a los sujetos aprehender la organización musical en una totalidad coherente, fuera del correr irreversible del tiempo. Esta distancia entre la referencia cultural 250 implícita y la obra crea este sentimiento del tiempo dislocado que no se dirige hacia ninguna parte, casi inmóvil, ya que el sujeto no puede anticipar ni prever nada, permaneciendo prisionero del instante del cual únicamente el compositor conserva el sentido insospechado. Ahora bien, la segunda audición acentúa esta disfuncionalidad del estereotipo “introducción-allegro-crescendo”, con la aparición de los grandes acordes que se perciben mucho menos que en la primera audición, y que son un elemento temático secundario que determina el punto de condensación perceptivo máximo: la entrada de las octavas agudas (compás 23 en 1’32”), a la que responde la entrada de las octavas graves (compás 25 en 1’38”). Esta respuesta es más débil pero más clara que aquélla realizada por los grandes acordes (en 1’48”). Por otro lado, resulta difícil continuar hablando del punto de condensación perceptivo máximo: los siete primeros puntos de condensación verdaderamente pueden considerarse como equivalentes (todos significativos en el umbral de P < .001), y entre ellos aparecen rupturas apenas percibidas durante la primera audición, lo que prueba la debilidad de la jerarquía durante el inicio de la pieza. Sin embargo, como ocurre en La Puerta del Vino y al contrario de lo que sucede con Brahms, no ha habido reorganización sensible de la macroestructura de una audición a otra. Cuando comparamos las figuras 3 y 4, nos damos cuenta fácilmente de que su aspecto de conjunto continúa sin cambios y que, en cierta forma, todo lo que hemos dicho a propósito de la primera audición se encuentra en la segunda. En particular, la disimetría de la estructura está confirmada de manera espectacular: no solamente al inicio se observan siete puntos de condensación en una duración de 1’30” y únicamente cuatro puntos de condensación en la duración de 4’ sino que, además, la relevancia de los siete primeros puntos es mucho más fuerte que la de los puntos que siguen. Llegamos entonces a una estructura extremadamente parcelada y poco jerarquizada al inicio y menos parcelada a continuación, sin que haya, sin embargo, una jerarquía muy evidente. Si comparamos las figuras 2 y 6, nos damos cuenta de que las dos piezas de Debussy están emparentadas. No obstante, habíamos subrayado, en relación con La Puerta del Vino, que la segunda audición presentaba una tendencia a simetrizar lo asimétrico debido a la intervención implícita de la referencia a un estereotipo formal 251 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical (Imberty, 1981): en la primera audición, la parte final, a partir del compás 50, dio lugar a muy pocas respuestas por parte de los sujetos. En la segunda audición, aparecieron dos puntos de condensación perceptiva muy relevantes, primero en el compás 79 y después en el compás 83, coincidiendo con el reconocimiento de un elemento escuchado al principio y ahora aislado (compás 21 y 25). Pero al mismo tiempo notamos que este elemento no era un “tema” propiamente dicho y que se percibía esencialmente por su impacto dinámico. El único elemento verdaderamente temático (y que podemos tratar como tal) es la melodía ibérica del inicio (compás 5 y ss). Sin embargo, ya hemos notado que cuando esa melodía se “reexpone”, los sujetos no la perciben en absoluto (figura 2, 1’57”, compás 66). Por consiguiente, la vuelta al equilibrio de los puntos de condensación perceptiva durante el transcurso de la segunda audición se realiza únicamente por la asimilación de un esquema de orden y no por la puesta en acción de relaciones de orden formalizadas. En este caso, este esquema puede considerarse como un esquema de remanencia, cuyo principio es la asimilación de ciertos fenómenos sonoros pasados a través de fenómenos presentes, sobre la base de una persistencia implícita de las imágenes de los primeros en la memoria. Naturalmente esta permanencia de las imágenes sonoras pasadas en la memoria del sujeto se refuerza por las audiciones sucesivas, y es normal que el efecto de las remanencias no sea, o sea poco sensible en la primera audición. Pero este surgimiento del pasado al momento de un recentramiento perceptivo presente subraya el carácter puntual y parcelario de estas asimilaciones: éstas no tienen efecto de unificar ni de reunir entre sí las zonas temporales más o menos largas, sino únicamente de hacer surgir ciertos acercamientos en la mente del sujeto, acercamientos que no se refieren más que a elementos breves y aislados. Reminiscencias en suma, por la reactivación de un recuerdo que no concierne a la trama del fluir musical, sino sólo a los puntos sobresalientes que han llamado la atención del escucha. En el estilo de Debussy podemos decir que la macroestructura se apoya de hecho en estas reminiscencias, más fuertes y más relevantes que las transiciones, los retornos, las reexposiciones. Muchas codas están construidas así, con la irrupción frecuente de un tema suspendido sobre la armonía de una tonalidad diferente, recuerdo que vuelve de un pasado lejano y que, al regresar a la forma a su punto de partida, no la cierra, sino 252 simplemente la detiene en una suerte de instante eternizado (ejemplo: La fille aux cheveux de lin, Bruyères), o con fragmentos de temas, tan imprecisos y reconocibles a la vez, que se borran lentamente, conduciendo a la obra en silencio, produciendo esta impresión del huir del tiempo, de dislocación y desmoronamiento que encontramos en Fêtes, Nuages, Canope, en La Puerta del Vino a partir del compás 79, o precisamente en el regreso a la octava grave y al pianissimo de la gran frase en acordes de La Cathédrale engloutie, eco lejano del espacio y del tiempo. La simetrización perceptiva de la forma descansa entonces, en Debussy, en las reminiscencias engendradas por los esquemas de remanencia y no en las relaciones tonales que implican los estereotipos clásicos a los que los sujetos-escuchas probablemente hacen referencia. Sin duda la explicación de este fenómeno es que toda la macroestructura debussiana está constituida esencialmente por los contrastes dinámicos, las oposiciones de clima o de atmósfera, en resumen, por la identificación de momentos sonoros percibidos en sí mismos antes de insertarlos en su contexto. Los esquemas de remanencia asimilan estos elementos, no los elementos temáticos identificados como tales, ya que no se recuerda un acorde ff o un timbre particular como se recuerda un tema al momento de su reexposición. ¿Qué observamos con respecto a La Cathédrale engloutie? Durante la primera audición se perciben claramente los siguientes elementos: la entrada del allegro-crescendo, la entrada de los grandes acordes y el inicio, en el compás 47, de la repetición del tema expuesto en el compás 7 (veremos si se trata verdaderamente de un tema). En la segunda audición, aun cuando es percibida la entrada de los grandes acordes (en 1’48”), dicha percepción se da como un elemento secundario que desencadena principalmente las respuestas de los sujetos: la entrada de las octavas agudas en 1’ 32” (compás 23). El batir de la segunda en el extremo grave (4’14”) es lo que se percibe simétricamente con la entrada de las octavas agudas, y la entrada de los grandes acordes “en eco” (4’20”). La simetría –restablecida menos espectacularmente que en la segunda audición de La Puerta– se construye nuevamente con base en los elementos sonoros percibidos por su cualidad propia, por su “color”, en resumen, por su “timbre”, y no a partir de los temas reconocidos como tales. En estas condiciones, es probable que en la reaparición a la octava grave del 253 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical elemento temático del compás 7 en adelante (compás 47, que por otra parte no es muy relevante en la segunda audición), éste no sea reconocido como tal, sino asimilado a los esquemas de orden en función del cambio de tempo y sin duda por el simple hecho de que después de las notas largas tenidas que se desvanecen en el silencio, cualquier cosa “retoma” y atrae nuevamente la atención. Nos encontramos nuevamente en un punto importante que ya marcaba una diferencia entre la macroestructura de La Puerta y la del Intermezzo de Brahms: los sujetos no perciben y no identifican los temas sino solamente los elementos dinámicos. Ninguno de los elementos identificados parece jugar un papel como tema, ya que, en el caso concreto de La Cathédrale, estos elementos jamás se perciben dos veces con la misma intensidad a lo largo de la pieza. Los “temas” se advierten al inicio, a continuación todo parece imprevisible y nuevo, una sucesión de momentos, un no correr del tiempo. Y es fácil darse cuenta de que los principales puntos de condensación perceptiva coinciden con los elementos de color sonoro particular, que constituyen finalmente la base de la organización de la macroestructura. La tabla 3 presenta el análisis de estos elementos en las dos audiciones, dentro de un umbral de significatividad estadística comparable (.05 < P < .10). En consecuencia, por el lado del parcelamiento del tiempo musical, de la disimetría de la construcción formal (forma “esbozada” o “difuminada en su devenir”), se hace presente aquí otro carácter importante de la escritura debussiana: la búsqueda de la sonoridad, del timbre del piano como hemos dicho a veces. Esta sutileza tornasolada que habríamos podido creer que se hacía sensible sobre todo para los escuchas que conocieran bien la obra de Debussy y que fueran capaces de situarla en la historia de la música, es totalmente evidente aun para los sujetos amateurs como los del experimento; constituye la estructura y la razón de ser de la obra total. Estos resultados son suficientemente claros para mostrar hasta qué punto el enfoque que hemos adoptado puede darnos información acerca de lo que es el estilo de un compositor: la organización percibida de los cambios, rupturas y contrastes no depende únicamente de mecanismos perceptivos y de costumbres culturales cuya importancia ya hemos visto, sino también de la forma musical misma, en tanto que esta forma es construida según las 254 reglas propias que impone el compositor y que se inscriben en el interior o, a la inversa, en contra de los conocimientos que el sujeto tiene a priori sobre el arte musical en su cultura. Sin duda, en el caso de La Cathédrale, como en La Puerta del Vino, los elementos “sonoros” (Jarocinski, 1966)3 y dinámicos juegan un papel mucho más importante en la macro-estructura que en el caso de Brahms: podríamos pensar que se trata de un “debilitamiento” de la percepción de los sujetos-escuchas. Sin embargo, en la medida en la que este fenómeno reaparece en la audición de muchas piezas de Debussy, podemos pensar que este “debilitamiento” es provocado por la forma misma, tal y como la concibió el compositor. En el caso de la Puerta, ya habíamos mostrado que la estructura de la pieza supone un desfasamiento constante entre la temática y la dinámica, de tal suerte que esta última pasa al primer plano de la forma. En Brahms, la construcción temática elaborada y trabajada en largos desarrollos de pequeñas unidades variadas al infinito, coincide con el movimiento dinámico de conjunto y el orden de sucesión de estos desarrollos, unificando así el fluir temporal. En el caso de Debussy, por el contrario, existe un desfasamiento constante entre la evolución de los temas y la evolución dinámica, y es gracias a este rasgo original que Debussy pudo liberarse de los cánones formales estereotipados: una vez más, su música es una música del instante y no del devenir, y la débil jerarquización de la macroestructura, así como el predominio estructural de los contrastes y las rupturas, son las manifestaciones más claras de esto. VI. El componente semántico de la macroestructura de La Cathédrale A. Definición El estudio de la macroestructura es entonces capaz de aclararnos tanto acerca de los procesos perceptivos de decodificación del estilo como sobre la función del tiempo musical como representación simbólica de las vivencias del tiempo en general. 8 1970 en Bibliografía (n. del t.). 3 255 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM Minutaje Compases 0’05” 2 0’07” -0’08” 0’16” Elemento percibido Primera audición Segunda Aspecto sonoro o dinámico audición Aspecto temático X 3 Sol grave 3er tiempo 1 er tiempo 5 1 tiempo X 0’23” 6 5º tiempo mi X X Registro agudo y tenida larga 0’26” 7 1er tiempo X X Soltar el pedal (parar la resonancia) 0’27” 0’28” 7 3 er o 5º tiempo X X 0’38” 10 3er tiempo Nueva frase frecuentemente Nuevo elemento percibida sobre el do temático (B) sostenido Tensión armónica debida al la sostenido 0’50” 13 3er tiempo X X Regreso al registro grave 0’55” 15 1er tiempo X X 1’02” 1’03” 16 1er tiempo X X Cima aguda de la curva melódica de quintas y/o acorde grave Movimiento más rápido – tresillos de la mano izquierda 1’10” 18 4º tiempo X X (Crescendo del intérprete (?)) 1’13” - 1’14” 19 2º / 3 tiempo X X 18 4º tiempo 1’20” 21 1er tiempo X 1’22” 21 4º tiempo X Modulación en mi bemol (cambio de color) Disonancia de 7ª mayor en la mano izquierda Grupo de dobles corcheas Grupo de valor mano izquierda temático (?) (C’) después del compás 19 mano izquierda Id. 1’25” 22 1 tiempo X X 1’26” 1’27” 1’32” 22 X X 23 2º tiempo 3er tiempo 3 /4º tiempo Regreso a los valores largos Tema precedente en los valores largos (C) Cada acorde X X Octavas agudas 1’38” - 1’39” 25 3er/4º tiempo X Octavas graves 1’48” 1’49” 1’50” 28 1er tiempo X X Do grave 28 3er tiempo X X 2’05” 32 3er tiempo X X 2’24” - 2’25” 256 37 X er er er er 3er tiempo X X X Registro grave después agudo Modificación sonora del acorde inicial Id. Do grave Do grave Fin de la serie de acordes (A) Nuevo elemento temático, parte nueva (C) Grupo con valor temático (?) (C”) El mismo grupo (C”) Entrada de los grandes acordes (D) La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Elemento percibido Primera audición Segunda Aspecto sonoro o dinámico audición 2’33” 39 3er tiempo X X Decrescendo 2’38” 2’39” 2’43”-44”45”-46” 40 3 er tiempo X X Do grave 41 - 42 Todos los tiempos marcados X Principalmente en 2’46” el si bemol grave y la segunda en el extremo agudo (3er t. Compás 41) 3’02” 3’03” 3’18” 46 3er tiempo X X 51 3 tiempo X X Sol sostenido grave largo, tenido Modulación y armonización del tema anterior 3’25” 54 1er tiempo X 3’32” 56 3 tiempo X Crescendo 3’37” 3’38” 3’39” 40” 3’44”- 45” 58 5º tiempo X Id. 59 1er tiempo 61 1er tiempo X Cima del crescendo 3’50” X Decrescendo percibido en retardo (¿a causa de su brusquedad?) 3’55” er er 63 1 tiempo (62 5º tiempo) 64 5º tiempo Disonancia 2a menor X er Anuncia el final de la frase de los grandes acordes (D) Elemento temático (C) Fin de un periodo Entrada del tema (B), pero la entrada anterior no había sido percibida (compás 47) Id. y cambios de registro X X X Id. X X Segunda y tritono graves Trémolo grave 3’58” 65 5º tiempo 4’05” -06” 68 1er / 2º tiempos 4’14” 15” 4’20” 70 3er tiempo X 72 3er tiempo X 5’05” -06” 84 2º tiempo 5’07” 85 1er tiempo X 5’15” 86 5º tiempo X X Aspecto temático X Cambio de registro Acorde de quinta sobre el do grave Elemento repetitivo con valor temático secundario Id. Grandes acordes “en eco” (D) Acordes de quinta del inicio (A) Terminación de la curva melódica de los acordes de quinta Tabla 3 Análisis de los principales puntos de condensación perceptiva. 1a audición y 2a audición de La Cathédrale engloutie (umbral P escogido con base en las figuras 3 y 4: P = .07) 257 Facultad de Música • UNAM Minutaje Compases Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical En efecto, las jerarquías de los cambios, su densidad, su relevancia, sus cualidades constituyen las arquitecturas del tiempo que, como acabamos de ver, varían profundamente de una época a otra, de un compositor a otro. Es por esto que conviene abordar la semántica de una pieza musical dentro de esta perspectiva: su organización temporal adquiere sentido en relación con las vivencias individuales o colectivas del tiempo. La experiencia auditiva de los cambios, de las rupturas y de los contrastes nos lleva a la experiencia del tiempo y entonces podemos formular la hipótesis de que todo discurso sobre la obra, toda asociación verbalizada más o menos espontánea, más ampliamente, toda interpretación –incluyendo la interpretación-ejecución– es testimonio de esta representación de las vivencias inconscientes del tiempo a través del tiempo musical. A propósito del Intermezzo de Brahms y de La Puerta del Vino, hemos mostrado (Imberty, 1981) que, cuando se les pide a sujetos músicos que describan las secuencias principales de las dos piezas obtenidas por el recorte auditivo experimental, las respuestas semánticas (de contenido extramusical) predominan extensamente en relación con las respuestas técnicas o formales, aunque la consigna no pida en absoluto a los sujetos tales respuestas. Con más exactitud, si examinamos el contenido del conjunto de las respuestas proporcionadas en estas condiciones, nos damos cuenta de que, al lado de las respuestas puramente técnicas, las aumentaciones o disminuciones de carácter global, las reexposiciones, las repeticiones y los retornos, los cambios de clima, los contrastes de volumen sonoro, dan lugar a respuestas que suponen un contenido extramusical al menos potencial: términos como “calma” o “ternura” forman parte de estos adjetivos que constituyen las connotaciones de la forma musical en tanto significaciones particulares asociadas. Pero hay que reconocer que ciertas cualidades de la forma sonora son una codificación dentro de un sistema musical determinado, son experiencias temporales más largas que aquellas a las cuales son asimiladas y de las cuales adquieren significaciones extramusicales. Todas las respuestas que designan cualidades de este orden (precisamente transmitidas por los elementos dinámicos) tienen rasgos de las vivencias de la duración, definida como mayor o menor densidad de eventos sonoros, aceleración o desaceleración que no están única ni esencialmente ligados al tiempo, sino a todo lo que da la ilusión de 258 una aumentación de la masa sonora, de su complejidad o, inversamente, de una disminución y de una simplificación. Un ejemplo particularmente claro es el que podemos llamar la coda de la Puerta del Vino: las respuestas indican, sobre todo, un tipo de “serenidad” o de “inmovilización” y de “calma”. El pasaje a la octava aguda (compás 78) está caracterizado por este rallentando del tiempo (sin rallentando objetivo del tempo), por esta “inmovilización” o esta “serenidad” que relaja la densidad de la duración y de la escritura. Los sujetos no perciben únicamente el pasaje a la octava aguda como un cambio de registro, sino que para ellos este pasaje adquiere la significación de un tipo de obertura y de inmovilización del tiempo musical que el último arpegio rompe bruscamente. Este cambio percibido es entonces un vector dinámico que orienta el funcionamiento de los esquemas de orden a través de la reorganización perceptiva que suscita, la cual determina un comportamiento semántico dado en respuesta a toda la secuencia que introduce. Este comportamiento, explícito o implícito según la consigna experimental, traduce el efecto emocional provocado por la asimilación del cambio de registro y del contexto en el cual interviene, en esquemas de la actividad representativa simbólica, al mismo tiempo que en esquemas de la percepción del tiempo (orden y relación de orden). Es entonces posible concebir la existencia psicológica (y no semiológica)4 de una componente semántica de la macroestructura, que puede definirse como conjunto de respuestas semánticas potenciales, cuyo contenido está predeterminado por las asimilaciones de los vectores dinámicos a los esquemas de la percepción del tiempo. Este componente semántico no pone de relieve un código musical en sí mismo (aun cuando ciertas significaciones son convencionales e históricamente datadas), sino la percepción de elementos no codificados, más difusos, y una asimilación de estos elementos a las significaciones temporales. Sin duda es difícil hacer un inventario definitivo de estos elementos, ya que su pertenencia al componente semántico depende de la percepción de su contexto y de sus relaciones con el conjunto. Ahí donde son identificados por los sujetos, es donde son percibidos como esenciales en el desarrollo temporal de la obra; 8 Queremos decir: no señalable directamente en el nivel neutro en las unidades ni en el texto escrito. 4 259 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical ahí donde no han sido identificados por los sujetos, aun cuando el examen de la partitura los pone en evidencia, es donde no juegan este papel para ellos. El sentido nace de la dinámica perceptiva y de la intención creativa misma subyacente a la organización temporal. Encontramos aquí (pero de manera muy diferente) esta totalidad dinámica, esta forma concreta de la cual nos ha hablado largamente Deliège (1984). Pero es ante todo de naturaleza expresiva y semántica, no solamente perceptiva. Facultad de Música • UNAM B. El experimento de la asociación verbal en La Cathédrale engloutie Aquí llegamos al experimento que constituye el punto de partida de este estudio: ¿son las significaciones que muchas veces críticos musicales creen reconocer en el preludio de Debussy, a partir de lo que sugiere su título, las que reconocen los escuchas de forma espontánea, independientemente del título? Encontramos que la perspectiva es diferente: las significaciones esperadas en el experimento deben referirse primero, en función de lo dicho a la estructura temporal de la pieza y a lo que ésta evoca en los sujetos, aquello a lo que la estructura remite, desde el punto de vista de las experiencias emocionales inconscientes del tiempo, a través de la organización estilística tal y como la acabamos de describir. El desarrollo del experimento fue el siguiente: después de las dos audiciones experimentales de la pieza, los sujetos la escucharon una vez más, y la tarea que se les encomendó consistía en asociar libremente las significaciones de las principales secuencias que ellos mismos habían descubierto durante la primera audición experimental. El experimentador, en el transcurso de esta nueva audición, les indicó entonces las divisiones, según las respuestas ya proporcionadas en la primera audición. C. Los resultados 1) El escrutinio fue realizado por dos jueces independientes que clasificaron las respuestas por categorías semánticas. Enseguida, las clasificaciones se 260 confrontaron y resultaron muy coincidentes en su conjunto: las figuras de 6 a 8 muestran el número de respuestas por categoría y por secuencia musical. La división de la pieza corresponde a la dada en la figura 3, en el umbral de P = .01 (valor crítico 6), corregido por los puntos de condensación perceptiva más sobresalientes en la segunda audición (figura 4, 08”, 16”, 1’32” y 5’15”). La elección de esta división es el resultado de la consigna dada a los sujetos: ellos asociaron sus respuestas verbales a las secuencias principales proporcionadas durante la primera audición. De cualquier modo, en lo que concierne al inicio de la pieza (secuencia en 08” y 16”), algunos sujetos dieron respuestas diferenciadas entre 00” y 28”, bajo una forma sucesiva (“primero...”, “después...”). Esto ha sido tomado en cuenta para el escrutinio. Es interesante hacer notar que los sujetos que percibieron desde la primera audición experimental un gran número de cambios y de rupturas, jamás establecieron un paralelo riguroso entre esta división y sus respuestas semánticas: la mayor parte del tiempo, sus respuestas semánticas definen las secuencias más largas que recortan las secuencias presentadas en las figuras de 6 a 8. Resulta entonces claro que ninguna respuesta perceptiva (cambio percibido) da lugar a una inducción de significaciones. Desde esta perspectiva, la división de la pieza, durante la segunda audición, es sólo semánticamente pertinente en tanto represente una reorganización perceptiva importante en relación con la primera audición. Con mayor exactitud, observamos en la figura 3 (primera audición), ciertas indicaciones de cambios estadísticamente no significativos, retomados por los mismos sujetos en la segunda audición (resultando esta vez significativos), sin que por ello reciban una interpretación semántica por parte de dichos sujetos: éste es el caso de la ruptura percibida en 2’05”, por ejemplo, de igual manera que la ruptura percibida en 2’33”, o la que se ubica en 3’55”. Casi siempre se trata de elementos repetidos o repetitivos que conservan un valor estructural a lo largo de sus repeticiones pero cuya interpretación semántica permanece global, sea cual sea esta estructura. Esto sucede con el do grave que, en 1’49”, marca la entrada de los grandes acordes perfectos paralelos, la progresión hacia la cima de intensidad de la frase (do grave repetido en 2’05”), y enseguida la extinción después de 261 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical la caída sobre la tónica, en 2’38”. Desde el punto de vista estructural, las fijaciones perceptivas corresponden claramente a la repetición de esta notapedal, pero semánticamente sólo el primero y el último golpe delimitan el periodo. En cuanto a la ruptura percibida en 2’33”, ésta corresponde al inicio del decrescendo, que tampoco tiene valor semántico para los sujetos, aunque sea claramente percibido. De igual manera sucede en 3’55”, con el inicio de los acordes de 7a de dominante encadenados paralelamente, mismo que tampoco tiene ningún valor de significación, aunque, en cuanto a su estructura, este episodio esté claramente aislado, al menos en la segunda audición. 2) Las respuestas formales, de orden puramente técnico o apreciativo, son demasiado escasas y las proporcionan sobre todo dos sujetos que dieron 19 de este tipo de respuestas en un total de 24. Uno de ellos es instrumentista aficionado de buen nivel, el otro no tiene ninguna educación musical (él describe lo que escucha con respuestas del tipo “más fuerte, más lento, nota grave, etc...”). Encontramos aquí un hecho ya constatado por Francès (1958) y después por nosotros mismos (Imberty, 1979): la actitud semántica constituye claramente una de las actitudes de escucha más comunes, y la explicitación de esta actitud en las respuestas semánticas asociadas está presente en la mayor parte de los sujetos. 3) Las respuestas de movimiento (descripción de movimientos o de ausencia de movimiento) son bastante utilizadas y tienen que ver con la mayor parte de los aspectos dinámicos de la forma sonora: aceleración o disminución del tiempo y de la velocidad, oposiciones de figuras rítmicas, progresiones de intensidad sonora. Estas respuestas son el resultado de la asimilación de esta dinámica a los esquemas temporales de orden. El papel de estos elementos ligados al tiempo, a los ritmos, a las progresiones del conjunto, ya sean melódicas o armónicas, es el de poner en marcha las interpretaciones significantes, en las que la verbalización de una representación de movimiento facilita frecuentemente las expresiones de significaciones más complejas (respuestas icónicas o acuáticas). Estas respuestas dan testimonio de lo que nosotros hemos llamado con anterioridad el componente semántico de la macroestructura, los vectores dinámicos de la forma que crean la unión necesaria entre los esquemas de orden y las representaciones multiformes. 262 La curva de respuestas de movimientos (figura 7) se lee muy bien desde este punto de vista: toda la primera parte en la que dominan los movimientos propiamente dichos (éste es el comienzo del allegro, para retomar nuestro análisis precedente), enseguida el rallentando de los movimientos, su desvanecimiento, su ausencia, marcan el estatismo de los grandes acordes; a partir de 3’02” y hasta 4’02” un nuevo impulso encadena un gran número de respuestas de movimientos, y al final, estos mismos movimientos son notados por los sujetos como si “se borraran”, “desaparecieran”, se detuvieran. Aquí encontramos la idea según la cual estas respuestas no están unidas a tal o cual elemento musical preciso, sino que dependen a la vez de los ritmos, del tiempo y de sus fluctuaciones, de la intensidad sonora y también de los aspectos más globales de la armonía. 4) Las respuestas icónicas, relativamente numerosas, tienen contenidos complejos y variados: constituyen las metáforas de la forma musical, influidas por las costumbres culturales y las asociaciones-cliché que resulta difícil interpretar más adelante. Sólo podemos subrayar que estas respuestas, más numerosas que en el caso de La Puerta del Vino, describen sobre todo las atmósferas que corresponden en principio a una expresividad emocional particular: con las respuestas de serenidad y de reposo, por ejemplo, vemos llegar imágenes tales como “vuelo de golondrinas” o “el sol se levanta”, o “jardín oriental”. Sin embargo, otras son más complejas y probablemente demasiado individuales para relacionarse con aspectos precisos de la forma musical (“artista al piano”, “juego de elefantes”, “China”, “film: escena nocturna”). Parece, en todo caso, que cualquier interpretación de estas respuestas es riesgosa, incluso totalmente arbitraria si uno se atiene a su literalidad. 5) Las respuestas acuáticas, igualmente numerosas, constituyen una categoría importante. Aparentemente, sería fácil tratarlas, en la interpretación de los resultados de la experiencia, de la misma manera que las respuestas icónicas. Sin embargo, hay que hacer notar dos puntos: en principio, su unidad temática marcada (el tema del mar aquí es predominante) y la manera en la que están repartidas a lo largo de toda la pieza; en seguida, si comparamos los resultados obtenidos aquí con los de la Puerta del Vino y el Intermezzo de Brahms, notamos que: 263 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical La Cathédrale engloutie ha dado lugar a estas respuestas acuáticas en gran cantidad, y podemos atribuirlas a los numerosos arpegios y rasgos que corren a lo largo de toda la extensión del piano (estos arpegios y estos rasgos motivaron algunas de las respuestas de este orden dadas en el caso del Intermezzo de Brahms). l Serenidad - Reposo Facultad de Música • UNAM Muerte - Tristeza Espera - Incertidumbre Figura 6 Respuestas semánticas asociadas durante el transcurso de la audición de La Cathédrale engloutie (en la abscisa, las secuencias y su duración, en la ordenada, el número de respuestas para cada secuencia). Clasificación por categorías de respuestas. 264 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Movimientos Respuestas icónicas Figura 7 Respuestas semánticas asociadas en el transcurso de la audición de La Cathédrale engloutie (en la abscisa, las secuencias y su duración, en la ordenada, el número de respuestas para cada secuencia). Clasificación por categorías de respuestas. 265 Facultad de Música • UNAM Respuestas acuáticas Reflexiones sobre semiología musical Violencia-angustia Facultad de Música • UNAM Sentimientos positivos Respuestas temporales Figura 8 Respuestas semánticas asociadas en el transcurso de la audición de La Cathédrale engloutie (en la abscisa, las secuencias y su duración, en la ordenada, el número de respuestas para cada secuencia). Clasificación por categorías de respuestas. 266 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy La Cathédrale engloutie ha dado lugar a estas mismas respuestas, las cuales, en el caso de La Puerta del Vino, han estado totalmente ausentes de asociaciones semánticas. Por ende confirmamos aquí un hecho: La Cathédrale evoca en los sujetos las imágenes del agua, aun cuando éstos no conocían la obra ni su título. Ya hemos anotado, en nuestro estudio sobre los Preludios para piano (Imberty, 1975, 1976, 1981) que el tema fundamental de la poética de Debussy es precisamente el del agua. Más adelante propondremos de nuevo un análisis de este fenómeno. Subrayemos únicamente que la presencia masiva de estas respuestas acuáticas, a pesar de no encontrarse en La Puerta, basta para mostrar que los títulos de Debussy, en estos famosos Preludios, en ninguna forma resultan arbitrarios, al contrario de lo que muchas veces se ha afirmado. Pero sin duda nos hemos confundido una vez más entre la literalidad de un título o de una imagen y su poder de evocación, mucho más difuso y multiforme: si al colocar estos títulos al final de cada pieza Debussy no ha querido influir al escucha, esto no significa que la elección haya sido arbitraria, ni que aquello que la pieza evoca espontáneamente en el escucha no pueda tener ninguna relación con el título. En resumen, La Cathédrale quizá no cuenta la leyenda del pueblo de Ys, salvo para aquellos que conocen tanto la obra musical como la leyenda, pero sí evoca confusas y ricas imágenes de agua que el título puede ayudar a cristalizar alrededor de ciertos episodios de la leyenda. De inmediato hay que hacer notar, para lo que viene a continuación, que estas respuestas pueden dividirse fácilmente en respuestas de “tonalidad” positiva (con connotaciones de serenidad y de reposo), y en respuestas de “tonalidad” negativa (con connotaciones de violencia y de angustia). Esto muestra cómo todos los matices expresivos de la pieza se traducen fácilmente por los sujetos a través del tema del agua y del mar. 6) Las respuestas emocionales se reagrupan en numerosas categorías: serenidad-reposo; sentimientos positivos; muerte-tristeza-nostalgia; violencia-angustia; espera-incertidumbre; respuestas temporales (marcando el fluir del tiempo sin espera ni incertidumbre). El contenido de cada categoría es relativamente homogéneo y definido. Son principalmente las respuestas de serenidad y reposo, y de muerte 267 Facultad de Música • UNAM l Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical y de tristeza las que caracterizan a la pieza. Esto en lo que se refiere al tempo más bien lento, pero lo que más llama la atención en el examen de la clasificación de estas dos categorías de respuestas, es que en definitiva el clima del conjunto es bastante ambivalente (figura 9). Por otra parte, hemos mostrado (Imberty, 1981) que la ambivalencia emocional no es la característica esencial del universo debussiano. O bien la Cathédrale es la excepción y por esta ambivalencia se relaciona más con el romanticismo (poemas para piano con programa obligado), lo que explicaría entonces su relativa “popularidad”; o bien el análisis que se puede hacer a partir de estas únicas respuestas está incompleto. Por esta razón hemos intentado trazar un perfil “medio” del clima emocional de la pieza, reagrupando, por una parte, todas las respuestas de contenido positivo, y por otra, las respuestas de contenido negativo o destructor. Este procedimiento nos permitió trazar un perfil análogo para La Puerta del Vino, reproducido en la figura 10. Hemos por lo tanto reagrupado por un lado las categorías “serenidad-reposo; sentimientos positivos; respuestas temporales; respuestas acuáticas con características de las imágenes de agua clara y calma”, y por otro, las categorías “muerte-tristeza-nostalgia; violencia-angustia; espera-incertidumbre; respuestas acuáticas relacionadas con imágenes de la tempestad y de agua agitada”. La figura 9 presenta, así, el perfil de La Cathédrale engloutie. Este perfil parece globalmente más simétrico que el de la Puerta, aunque los contrastes entre los periodos sombríos y angustiosos y los periodos serenos y luminosos también están muy marcados. Sin embargo, hay que observar también que la progresión del conjunto es ascendente, como en la Puerta, que tiene un inicio sombrío y triste, a veces violento (hasta el final de la frase de los grandes acordes perfectos paralelos), que se mueve hacia una conclusión apacible, serena e inmóvil en una suerte de completa intemporalidad. La apariencia de simetría se difumina entonces en esta disimetría ascensional propia del universo debussiano y que testimonia la denegación del tiempo y de la muerte, bajo la forma de un rechazo a las codas trágicas del romanticismo. Esta negación de la huida irreversible del tiempo aparece claramente en la impresión que producen en los sujetos los últimos compases y sus sonoridades luminosas de do mayor. 268 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Figura 9 Facultad de Música • UNAM Perfil emocional “medio” de la Cathédrale engloutie + Serenidad; reposo; sentimientos positivos; respuestas temporales; respuestas acuáticas, “aguas claras” – Muerte-tristeza; violencia-angustia; espera-incertidumbre; respuestas acuáticas, “tempestad” Figura 10a Perfil “mediano” del clima emocional de La Puerta del Vino 269 Reflexiones sobre semiología musical Figura 10b Facultad de Música • UNAM Perfil “medio” del clima emocional del Intermezzo de Brahms D. De la forma al contenido: la poética del agua en La Cathédrale 1) La última observación es interesante: en efecto, los últimos compases, a partir de 5’05” (compás 84), retoman los famosos acordes de quintas paralelas del inicio, y sin embargo, desde el punto de vista semántico, su significación parece totalmente diferente. Aquí encontramos el lazo profundo entre el sentido y la estructura, es decir, entre el sentido y la forma que toma, en el estilo, la experiencia interior del tiempo. Ya hemos desarrollado ampliamente (Imberty, 1981) la idea de que la semántica musical es una semántica del tiempo, y que la forma musical es una representación simbólica del tiempo que el compositor propone a la imaginación inconsciente de los escuchas. Aquí vemos cómo un elemento sonoro o temático, repetido de manera prácticamente idéntica en dos puntos opuestos del devenir de la forma, toma un sentido totalmente diferente por el hecho mismo de su posición dentro de las sucesiones y los encadenamientos. Tanto en La Cathédrale como en la Puerta, todo el inicio, hasta el estallido de sonoridades masivas de la catedral fantasma, permanece sombrío: en estas condiciones el poder del “coral” 270 central es realmente angustioso, tendiente a lo amenazante. Es aquí donde vemos que en la macroestructura, el esquema formal iniciado “introducción – allegro” comienza a disolverse en una esfera cuyos contornos globales son confusos, y se vuelven cada vez más confusos hasta el final, siempre manteniendo rupturas muy marcadas, en las que el escucha no puede adivinar a dónde lo conducirán. La forma esbozada se abre y se difumina: a partir de ahora el tiempo no conduce a ninguna parte, se inmoviliza lentamente, mientras que la visión angustiosa se borra y se aleja, primero a manera de indiferencia o de neutralidad emocional (de 3’ 08” a 4’ 02”), después con una dulzura apacible y reconfortante (4’02” hasta el final). Aquí está la negación del tiempo y de la muerte, en el momento en el que la forma comienza a disgregarse para el escucha, quien tiene la sensación de que el tiempo se inmoviliza (o se escurre con tal lentitud que el efecto es el mismo), y que el final del tiempo de la pieza, la muerte de la pieza y lo que ella representa, la muerte real como horizonte existencial, a partir de ahora se alejan de él, a manera de felicidad eternizada. Así, no solamente encontramos en el caso de La Cathédrale esta disimetría formal que caracterizaba ya a La Puerta, sino que constatamos que el parcelamiento del tiempo dentro de esta disimetría fundamental desequilibra el clima emocional, remite las experiencias destructivas inconscientes a la parte inicial de la pieza, y después, a manera de conclusión, provoca su negación. 2) Pero también hemos notado que esta significación profunda de toda la obra de Debussy, que lo aleja definitivamente de la ambivalencia romántica en la que el tiempo integra la muerte como el cumplimiento del devenir, se articula alrededor de las imágenes privilegiadas del agua. Éstas aparecen en gran cantidad en las respuestas asociadas de los sujetos, aun cuando no exista ningún elemento musical analógico que las sugiera. En realidad, el hecho de que un fenómeno tal sea posible (es decir que la música de La Cathédrale engloutie sugiera infaliblemente imágenes líquidas) no puede comprenderse si continuamos con la idea de que la música “traduce” las impresiones visuales o sonoras, los sentimientos o las emociones. Hemos insistido anteriormente (Imberty, 1975) acerca del error que establece a priori toda correspondencia literal entre las palabras y los ritmos, los acordes, las melodías, los timbres. Significantes verbales y significantes musicales no 271 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical pueden ser significantes equivalentes de significados idénticos. Recordemos que Henri Lefèbvre (1966) había denunciado enérgicamente esta confusión entre sentido y significación, error cometido demasiado frecuentemente al tratarse de obras como La Cathédrale, en la medida en la que un programa implícito crea ilusión. Para Lefèbvre, toda obra musical tiene un sentido pero ninguna tiene significación: la obra revela algo que no es reductible únicamente a la forma y que se elabora en el escucha durante la audición. Pero éste es el sentido que, al hacerse explícito por medio de palabras, se pierde en las significaciones verbales demasiado precisas y demasiado literales, y que lo traicionan. Todas las imágenes particulares y concretas del agua que hemos podido encontrar en las respuestas de los sujetos a propósito de La Cathédrale no han de tomarse al pie de la letra, sino únicamente como indicios de algún sentido más fundamental que ha sido experimentado por los sujetos: La Cathédrale, como la Mer u Ondine o Sirènes, o bien otras obras cuyo título no implica forzosamente la evocación de imágenes acuáticas, sugiere un agua mítica y fantasmática, representación simbólica de fantasmas individuales o colectivos de la muerte y del miedo a ésta. En primer lugar, no hay que olvidarnos de que el agua es el tema de toda una época, aquélla del simbolismo literario cuya visión poética del mundo está como refractada a través de las imágenes múltiples del agua. El movimiento simbolista que busca liberar la palabra de significaciones para reencontrar la música originaria y encantadora de las palabras, reinventa, de hecho, uno de los aspectos más profundos del lenguaje poético, la “liquidez” de la palabra. Esta liquidez es el gran símbolo universal de la armonía primitiva que el poeta simbolista busca en los sonidos del lenguaje. Como lo ha escrito Bachelard, “el agua es la maestra del lenguaje fluido, del lenguaje sin choque, del lenguaje continuo, continuado, del lenguaje que suaviza el ritmo, que da una materia uniforme a los ritmos diferentes” (1948: 250). A través de este nuevo lenguaje se intenta reencontrar la ambigüedad de las cosas, las impresiones fugaces y delicadas que éstas producen. Dentro de este gusto por lo impreciso, lo vago y lo impar, es decir por un arte que no emplea de manera categórica las significaciones, sino que deja siempre libre al lector para escoger o no entre las sensaciones y las imágenes contradictorias, el agua aparece como el tema privilegiado, la imagen de todas las imágenes 272 de ambigüedad y de doble sentido. Es evidente que, como todo el arte de la época, la música de Debussy esté impregnada de esta liquidez, ya que la imaginación del compositor está a su vez impregnada de las ideas de los simbolistas. Jarocinski (1966) lo ha mostrado perfectamente. Es entonces creíble que los escuchas de ahora hayan podido reencontrar la estructura simbólica inherente a esta imagen inconsciente del agua únicamente por la manera en que Debussy dispone los acontecimientos sonoros en el tiempo musical, organiza sus encadenamientos elípticos, sus rupturas constantes, su movilidad fluida, ya que esta misma imagen del agua ha engendrado, en la imaginación del compositor, el movimiento sonoro que anima la escritura. Esto no quiere decir que la música de Debussy represente el agua como lo haría una marina, pero sí que existe, entre la música de Debussy y las significaciones emocionales o míticas del agua de los simbolistas, una connivencia que el escucha puede reencontrar en cada nueva audición, sin que quizá pueda nombrarla, pero que se basa en el juego de esta participación, incluso de esta confusión que opera la escucha musical entre el tiempo vivido del Yo y el tiempo musical organizado por el estilo. He aquí lo que responde a las críticas de Deliège (1984: 32-33) con respecto al método de las asociaciones verbales para construir una semántica musical. Deliège tiene razón en tanto que uno se atiene a estas asociaciones y que no estudia ni su estructura ni la estructura de la obra musical. Pero hemos mostrado (Imberty, 1979 y 1981) que las redes asociativas revelan las estructuras subyacentes significantes que se suman a las redes sonoras detectadas por el sujeto durante la audición. Entonces pasa al lenguaje la experiencia de lo que es vivido y reflejado en la imaginación, donde se sellan las correspondencias. Arquetipos del agua: los arquetipos no son más que esquemas inconscientes, llenos de mil potencialidades codificables con palabras, líneas, colores, sonidos. Por otro lado, ya que Deliège hace referencia a la noción bachelardiana de forma concreta, podemos decir que la forma concreta manifiesta, a través de un código, los arquetipos de la imaginación material. A propósito de los Preludios para piano, hemos mostrado (Imberty, 1975, 1976 y 1981) que las connotaciones del agua evocadas por la forma musical se organizan alrededor de tres imágenes arquetípicas fundamentales, 273 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical que han sido descritas por Bachelard: el agua estancada (o el agua muerta), el agua clara, y por último, el agua agitada. El agua muerta y estancada habita los Brouillards, las Feuilles mortes, incluso puede ser que el desierto frío de los Pas sur la neige donde el hielo es el agua petrificada. Esta agua “melancolizante” (Bachelard) es sin duda la que los sujetos perciben en los acordes de quinta del inicio de la Cathédrale, aun en las sonoridades cristalinas pero lejanas y frías que siguen, como una suerte de inmovilidad inhumana. El agua clara, como la de los arroyos, las fuentes, la del mar a pleno medio día, habita tanto en Ondine y Voiles, como en Les fées sont d’exquises danseuses o Bruyères, o también en la pirueta fluida y fantástica de la Danse de Puck. El agua clara y matinal también está en ciertos destellos sonoros que se traspasan en el singular ascenso antes de la entrada de los grandes acordes perfectos paralelos (esta secuencia no es de tonalidad muy sombría, y sobre todo parece muy fluctuante desde el punto de vista del clima), es sobre todo el sosiego central, cuando la catedral se difumina, y la calma final con sus sonoridades diáfanas. Pero hay que decir en seguida que, en definitiva, poco importa lo que son estas sonoridades de do mayor: hemos visto cómo el resultado de la pieza en conjunto es apertura, bosquejo, sueño. Es entonces cuando la imagen del agua clara corresponde profundamente a este resultado que, lejos de ser una anécdota dependiente de un título o de una impresión fugitiva de los escuchas, es la representación temporal resultante de la evolución de la forma musical misma. El agua clara es nacimiento, vida: oniriza la negación de la muerte y lo irreversible del tiempo que constituye la motivación profunda de la escritura debussiana. En cierto sentido, casi todos los preludios llaman en la coda a la representación fantasmática del agua clara... salvo los escasos que, de un cabo al otro, testimonian este pánico frente a la muerte y la destrucción universal. Precisamente el agua agitada con sus imágenes de tempestades, de caos cosmogónico, acompaña las piezas más violentas y más parceladas en la escritura del tiempo: Ce qu’a vu le vent d’ouest, o aun más la borrasca de la parte central de Vent dans la plaine, testimonian la relevancia de esta representación acuática de la muerte. En La Cathédrale, los acordes de quinta ff y después la frase de los grandes acordes son los que evocan este caos. Hay aquí algo que puede sorprender: las imágenes de la tempestad coinciden con el crescendo que parte de 1’02” (compás 16) y desaparece en el compás 274 39, y esta inmensa progresión parece como una amenaza, dejando filtrarse la angustia. Además, las resonancias que se escuchan por todo el piano fácilmente dan la impresión de divergencia de aguas y de una profundidad gigantesca que ayudan a la evocación del océano. Sin embargo, aun aquí, lo importante no es que tal o cual elemento musical sugiera efectivamente por analogía los oleajes desencadenados: el agua agitada físicamente sólo tiene valor como imagen de muerte y de angustia destructiva, representación de la deformidad, del parcelamiento del universo y del Yo psíquico. Tengamos en cuenta que no es la primera vez que Debussy utiliza acordes paralelos para sugerir la muerte: pensemos en el castillo “tan viejo y sombrío” de Pelléas et Mélisande; las columnas fantasmagóricas en la noche del templo en ruinas (y la luna desciende sobre el templo que fue); el dulzor melancólico y extraño que se desprende de las figuras funerarias que se adivinan en la Canope. En La Cathédrale engloutie, son estos mismos acordes los que hacen aparecer la visión inquietante de la catedral muerta dentro de las aguas: el vínculo entre el agua agitada y la muerte es de nuevo muy relevante, si entendemos aquí que el agua agitada es, en principio, el poder amenazante de la muerte. 3) ¿Realmente es legible la inspiración debussiana dentro de la obra? ¿Rebasan las interpretaciones verbales de los escuchas los clichés culturales? Muchas de nuestras críticas han respondido afirmativamente a la primera pregunta, y acabamos de intentar demostrar que las interpretaciones verbales de nuestros sujetos pueden igualmente ayudar a encontrar el movimiento de la imaginación creadora misma, a condición de no apegarse a las literalidades que no son más que maneras de expresar lo que la experiencia de la audición ha permitido sentir o adivinar. Sin embargo, ¿cómo se lleva a cabo esta comunicación del compositor con el escucha a través de la obra? No podemos más que esbozar aquí la respuesta bastante compleja a esta pregunta (se encontrará desarrollada en Imberty, 1981). Subrayemos que las tres imágenes arquetípicas del agua, en tanto imágenes sostenidas por los fantasmas de la muerte y del tiempo, constituyen los polos de una experiencia vital humana compartida, en parte, por toda la época simbolista, en la que la angustia metafísica “eleva el rango del escritor” (Jarocinski, 1966: 83). La muerte y el mar aparecen siempre en Maeterlinck, como en Baudelaire la muerte y el spleen. La decadencia está a la orden 275 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical del día y los “franceses aprenden por primera vez a pronunciar la palabra nirvana” (Jankélévitch, 1968: 8). Debussy, quien frecuenta todos los martes el salón de Mallarmé, se impregna de esta atmósfera. Naturalmente, él reelabora en su obra lo que es a la vez su propia experiencia y la de sus contemporáneos. Pero, al mismo tiempo, es necesario reconocer que la obra debussiana no está del todo hecha con este humor elegiaco de fin de siglo. Con más exactitud, el agua agitada que trae consigo la muerte violenta y destructiva es más debussiana que las delicias acogedoras de la nada. De igual forma, el agua muerta o estancada que acarrea la muerte original, la nada absoluta frente a toda vida, tiene un tinte más desesperado y frío, mucho más horroroso que las lágrimas de los serafines deshechos en llanto de Mallarmé. La Cathédrale engloutie misma no se complace con lo atractivo del hundimiento, sino que presenta una visión mucho más inquietante por su simplicidad y su evidencia. Por consiguiente, podemos decir que en el origen de la creación artística encontramos dos tipos de arquetipos imaginarios: los que provienen de la cultura y los que provienen de los fantasmas inconscientes individuales. Tanto unos como otros constituyen el material primitivo del inconsciente y del preconsciente de todo individuo, a partir del cual se elaboran los sueños y las obras. Estos arquetipos poseen una generalidad y una relevancia psíquica excepcionales en relación con todas las producciones oníricas, las cuales explican que éstos sean reconocidos por cualquier individuo de manera más o menos implícita. Éstas no son las imágenes aisladas y definitivas, sino es lo que Guillaumin (1974: 225) llama las “figuraciones dinámicas” o, si se quiere, las energías que absorben las cargas afectivas de las relaciones psíquicas más centrales. Por lo tanto, las imágenes particulares visuales o sonoras, “no son más que casos particulares del símbolo y además ellas llaman en secreto a todo un conjunto asociativo de imágenes complementarias preconscientes, listas para intervenir dentro de un orden más o menos riguroso”. De manera general, agrega Guillaumin, “las investigaciones contemporáneas, en concreto en el dominio del lenguaje, han mostrado suficientemente que la simbolización siempre se presenta en redes dentro de un contexto determinado y que cada uno de sus términos se enriquece gracias a las relaciones que mantiene con los otros”. Los procesos de simbolización se apoyan en estos arquetipos 276 iniciales (o símbolos arquetípicos), pero rebasan la materia visual, verbal o sonora, en la cual, en un momento dado, encarnaron, para entonces enraizarse directamente en el inconsciente. Pero los procesos psíquicos –y sobre todo los procesos inconscientes– son limitados y se encuentran siempre iguales por todos lados: “representantesrepresentaciones del pulso, mecanismos de defensa, miedo, fantasmas” (Anzieu, 1970: 142). Las simbolizaciones que estos procesos engendran varían en torno a algunos paradigmas representativos fundamentales, directamente ligados a ellos: fantasmas privados cuando no tienen ninguna forma colectiva mítica; “mitasmas” cuando, por el contrario, son las condensaciones de mitos totales o de mitos aislados y amalgamados, transmitidos por los amplificadores culturales que son los lenguajes artísticos, poéticos, musicales, filosóficos. (La noche es uno de estos mitasmas del romanticismo, el agua uno de los del simbolismo literario). Toda invención creativa consiste entonces en reelaborar este material, inconsciente o preconsciente, común a toda una cultura, universal en sus elementos más arcaicos, dentro de una “gestualidad” estilística particular capaz de asimilarlo. A partir de este punto, el estilo es inevitablemente representación de estas estructuras inconscientes y encuentra eco en lo más profundo del inconsciente del escucha, del lector o del espectador. O si se quiere, para lo que nos interesa, en una producción libre de respuestas asociadas, donde este mismo material arquetípico es utilizado inevitablemente por los sujetos, es normal que encontremos las huellas de una lectura de la intención estilística como representación del fantasma o del mitasma subyacentes. En las variaciones personales o situacionales cercanas, las respuestas gravitan alrededor de estos arquetipos representacionales fundados en los mecanismos inconscientes universales de la actividad representativa simbólica del hombre. Así se aclararía la relación de sentido que se establece entre el compositor, la obra y el escucha: a mitad de camino entre el mito y el fantasma individual, lugar privilegiado en el que a veces se comunican, la obra sería, por una parte, proyección del compositor y por otra, reflejo de una cultura y de sus mitasmas; es entonces que, a través de juegos de espejos que se repiten al infinito, a través de resonancias emocionales multiplicadas, podría transmitirse, del compositor al escucha, el mensaje. 277 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical Facultad de Música • UNAM VII. Experimento ¿tienen razón? complementario: los comentadores de la Cathédrale 1) El problema Si intentamos hacer un recuento acerca de lo que podríamos llamar los episodios más representativos o más sugestivos de La Cathédrale engloutie a través de las descripciones más o menos completas que han dado los críticos musicales, quienes han intentado encontrar episodios con un contenido semántico preciso a lo largo de la obra, ubicándolo en un lugar determinado de la materia sonora, resulta que ciertas secuencias de la pieza son más sugerentes o más inmediatamente descriptivas (si es que este término tiene aún sentido, después de todo lo que hemos dicho) que otras. Ciertamente, el inicio (compás 1 al 15), los compases 28 a 41 (los grandes acordes perfectos paralelos) y el final (a partir del compás 70) constituyen, para nuestros autores, los jalones de la interpretación semántica de La Cathédrale. Sin embargo, es necesario señalar que no todos hacen sistemáticamente referencia a estas tres secuencias a la vez, y por otro lado, que no les dan siempre la misma significación. Para algunos, el inicio evoca las aguas transparentes, calmas y estáticas; para otros, las aguas lúgubres y opacas.5 Por su parte, nuestros sujetos han percibido fuertemente el carácter un poco ambiguo o engañoso de estas aguas estancadas, en las cuales la calma aparente esconde la melancolía y la muerte (ver el perfil, figura 10a). Pero las contradicciones o las divergencias de significación se encuentran también en otras secuencias: los grandes acordes son un “coral”, un “himno” para algunos críticos; los pilares de la catedral o el órgano, para otros. Así mismo, el final es, algunas veces, la simple desaparición de la visión submarina, y otras, el hundimiento en sí mismo. Hemos intentado, en este experimento complementario, confrontar las descripciones de los diversos autores en cuestión con las descripciones proporcionadas por los sujetos a quienes se les dio de antemano el título de la obra y se les recordó el tema de la leyenda del pueblo de Ys, subrayando el hecho, en la consigna experimental, de que el pueblo, algunos días, se dejaba ver al fondo de los oleajes, y que Debussy ubicaba la historia desde este punto de vista y no desde el punto de vista del relato del hundimiento. 8 Nos apoyamos en un extracto inédito, comunicado amablemente por J. J. Nattiez. 5 278 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy La pieza se dividió de antemano en 10 secuencias resultantes del experimento precedente, ajustadas, para delimitarlas, con ayuda de la partitura. Estas secuencias son las siguientes: secuencias compás 1 2 1 a 7 (1 t.) er secuencias6 28 a 40 (1er t.) compás 3 7 (2 t.) a 13 (1 t.) o er 13(2 t.) a 15 o 7 4 5 16 a 21 22 a 27 8 40 (2 t.) a 46 (1 t.) o er 9 46 (2 t.) a 67 o 68 a 83 Los sujetos (38 personas distintas a las del experimento anterior), reciben una hoja de respuestas dividida en diez partes numeradas, correspondientes a las secuencias ya definidas de la pieza. Sobre la banda magnética un altavoz anuncia los números de secuencias conforme va sonando la música. Los sujetos escriben entonces sus respuestas en la hoja siguiendo la indicación de los números ubicados frente a cada división. La pieza se escucha una primera vez simplemente para familiarización, después se procede a la audición experimental: ésta se desarrolla sin ninguna interrupción de la cinta entre las secuencias, y entonces se invita a los sujetos a dar sus respuestas siguiendo el desarrollo de la música. 2) Los resultados a) Los resultados muestran en seguida, a pesar de la consigna, el título y las indicaciones de “programa” propuestas, que ocho de los sujetos dan respuestas totalmente independientes del tema legendario. Sus respuestas, todas semánticas (no respuestas formales) no aportan ningún elemento nuevo en relación con el experimento anterior. Por consiguiente, podemos decir que el título y el conocimiento de la leyenda no constituyen los elementos necesarios para la interpretación de La Cathédrale, o, más concretamente, que parece ser que no son indispensables y pertinentes para un número nada despreciable de sujetos. Por otro lado, estos mismos sujetos dan respuestas 279 Facultad de Música • UNAM secuencia 10 84 al final compás Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical que entran perfectamente dentro del cuadro más general definido por las asociaciones espontáneas libres. b) Trece sujetos dan respuestas que no tienen que ver más que parcialmente con La Cathédrale y la leyenda del pueblo de Ys. Los aspectos que se tomaron en cuenta son, en principio, los referentes al mar y, de manera general las imágenes del agua. Pero hay que notar que, para el mismo número de sujetos, las respuestas acuáticas se presentan en número equivalente en este experimento y en el anterior, en donde ni el título ni la leyenda pudieron influir en los sujetos. Encontramos nuevamente la importancia del agua en el imaginario de Debussy. Los otros aspectos de la leyenda que se tomaron en cuenta son las campanas, reconocidas aunque no localizadas, y el hundimiento de la catedral o su desaparición en el final, a pesar de la consigna que aclaraba que la pieza no contaba el final del pueblo de Ys, sino que evocaba la visión a través de los oleajes marinos: este hundimiento se impone desde la desaparición de los grandes acordes, en el momento en el que hacen su aparición las connotaciones de tristeza y de muerte (secuencias 7, 8 y 9). La visión del pueblo es el aspecto menos sugerido por los sujetos que no tomaron en cuenta más que una parte de la consigna: sin duda, y contrariamente a lo que piensan quienes conocen demasiado la obra, los grandes acordes no presentan inmediatamente esta masividad de la piedra y de las ruinas. Por el contrario, nuevamente, como lo habíamos mostrado en el experimento anterior, las imágenes del agua agitada son las que se imponen más fácilmente. c) Diecisiete sujetos intentaron describir un relato o el desarrollo de una visión a través de las diez secuencias que se les propusieron. A diferencia de los sujetos anteriormente mencionados, los aspectos más específicos de la leyenda se hicieron más explícitos aquí: las campanas se localizaron con más claridad (secuencias 3, 4 y 7); apareció la catedral o el pueblo sumergido (secuencias 5, 6 y 9); un canto o un órgano o un oficio religioso se percibió en la secuencia 6 (¡los grandes acordes!); en fin, el hundimiento o la desaparición, el desmoronamiento de la visión o del pueblo mismo domina en las secuencias 6, 7, 8 y 9 donde las connotaciones de muerte y de angustia aparecen más marcadas que lo que mostraron los sujetos anteriores. El conjunto de estas constataciones está resumido en la tabla 4. 280 La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Secuencias mar, agua, lluvia campanas bruma (aparición o desaparición) luz, alba, día noche iglesia, pueblo, castillo órgano, canto, proce- sión, oficio religioso tristeza, muerte, hundimiento, angustia calma, dulzura, sereni- dad 1 2 3 4 5 118465 756106 0 2 3 6 3 22 111 1 1 1 2 3 2 0 0 1 1 111 00 1 3 0 1 2 1 0 0 0 0 2 0 0 0 0 2 1 0 3 8 00001 1 0 0 0 3 0 0 0 0 0 2 1 1 1 3 0 0 0 2 1 7 1 0 0 0 6 1 1 0 3 6 7 8 9 10 4 7 694 6 2 260 2 3 2 1 2 1 2 110 3 1 1 1 0 0 2 2 0 0 1 0 000 2 0 1 1 0 0 0 0 3 1 0 2 3 1 0 7 5 3 4 1 0 0 2 1 1 4 0 0 1 0 3 0 1 1 0 2 8 5 8 3 0 3 6 6 1 2 1 4 4 4 2 10 3 1 6 Tabla 4 Principales semantemas asociados a La Cathédrale engloutie, por los sujetos que conocían el título y la leyenda del pueblo de Ys. Valor crítico = 5 (P = .02) Para cada semantema: la primera línea concierne a las respuestas proporcionadas por los sujetos que tomaron en cuenta completamente la consigna; la segunda línea concierne a los resultados de quienes no retuvieron más que algunos aspectos de la consigna. 281 Facultad de Música • UNAM d) Todos los demás elementos que aparecen como complementarios y que definen la atmósfera luminosa o la hora del día, continúan presentándose en respuestas muy individuales: en las respuestas de los críticos que han tenido la necesidad de describir los juegos de luz sobre el agua se ha rebasado con mucho lo que sugiere la música misma. Es igualmente curioso constatar que la bruma se evoca demasiado poco, ya sea porque se disipe (como lo indica Debussy al inicio de la secuencia 4), o por el contrario, que caiga (particularmente en el final). Poéticamente esta indicación de Debussy en la partitura sería, sobre todo, una ayuda para la interpretación, invitando al pianista a jugar con otra cosa más que el tiempo (timbre del piano, juego de pedal, etc.). Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical e) A través de los hechos se imponen dos conclusiones. La primera es que los elementos sugestivos de la pieza, los que “imitarían” las campanas, el órgano o la masividad de la catedral, el hundimiento en las olas, no sólo son legibles cuando el título introduce las asociaciones semánticas, sino también cuando el mismo escucha se presta a jugar el juego. Desde este punto de vista, aquellos sujetos que no tomaron en cuenta las indicaciones que se les dieron, hicieron una elección que les impedía descifrar estas imitaciones, supuestamente evidentes y naturales. Aquí encontramos, con respecto a los procedimientos imitativos o descriptivos de los que dispone la música, esta dimensión convencional, cuyo origen frecuentemente es histórico o cultural, transmitida por la educación o las ideas de moda y sin las cuales estos mismos procedimientos ya no tendrían ningún poder. Esto no quiere decir que en esta ocasión el título de Debussy sea arbitrario: toda convención puede ser motivación a partir del momento en el que el escucha conoce el origen de ésta. El figuralismo musical no es cosa de ayer, y sin embargo la mayor parte de sus procedimientos son bastante convencionales. Llegamos en definitiva a las siguientes correspondencias: •la calma, la inmensidad marina, el horizonte vacío y la profundidad = los acordes de quinta; •las campanas = el motivo de tres sonidos si bemol, do, fa-si bemol, do, sol y sus variantes a partir del compás 16, que evocan tradicionalmente los carrillones desde el siglo XIX); •la masividad de la catedral, las ruinas del pueblo = los acordes perfectos paralelos, invención debussiana, como lo hemos visto más arriba, pero que no deja de evocar los acordes perfectos de la Gran puerta de Kiev en los Cuadros de una exposición de Moussorgsky, de los cuales Debussy quizá se acordaría (?); •el hundimiento = los efectos de pedal sobre los ostinatos graves. Sin embargo, la segunda conclusión es que la actitud que el presente experimento requería de los sujetos es muy diferente a la exigida durante los experimentos anteriores. Aquí, consistía en encontrar las correspondencias entre una obra musical desarrollada en su duración y un relato que los sujetos debían reconstruir a partir del título y de la consigna experimental. La conducta del relato es en sí misma temporal y supone cuadros a priori para ordenar 282 los acontecimientos contenidos dentro del relato, cuadros que constituyen precisamente una macroestructura. Ésta, ya lo hemos visto, se presenta como un conjunto de entradas vacías en las que se colocan los segmentos del relato. Esto podría explicar una contradicción entre el análisis semántico del inicio de La Cathédrale tal y como aparece anteriormente (agua estancada, agua melancolizante), y la impresión inicial de paz y de serenidad que inspira este mismo inicio a través de las imágenes de gran tamaño. Podríamos sugerir que la demanda del relato legendario situó en seguida a los sujetos dentro de un esquema temporal convencional definido, el esquema del “había una vez...” o del “en una hermosa mañana de verano bretón...”. En resumen, los sujetos entraron en este esquema del relato que implica algo como una exposición, un desarrollo con un conflicto y un desenlace. De inmediato, la verbalización demandada pudo influir en la percepción de la forma musical misma, otorgándole al inicio de la pieza el papel de simple exposición, lo que a la vez le hace perder una parte de su carga afectiva inmediata. Por otro lado, la hipótesis es más creíble que la de La Puerta del Vino: nosotros habíamos notado (Imberty, 1981) que algunos sujetos, cuando se les pedía después de la audición que describieran (verbalmente) la pieza que acababan de escuchar, proponían una descripción en tres partes (ABA), olvidando totalmente los cuatro primeros compases, ya que hacían comenzar la pieza de manera “dulce, sombría y melodiosa”. Las estructuras generales a través de las cuales contamos historias son estructuras puestas en orden en el tiempo según ciertos esquemas culturales estereotipados, y podemos por lo tanto pensar que aquí, la consigna introdujo en la música ciertos aspectos de estas estructuras generales. Debido a esto, los críticos han mencionado frecuentemente el carácter límpido y feliz del inicio de La Cathédrale engloutie. Quizá esto se debe a la actitud de relato que ellos han adoptado, ya que, como lo hemos visto, el inicio de esta célebre pieza parece relativamente más sombrío, preocupante y un poco ambiguo (figura 10a) en audición libre. ¡Desconfiemos entonces de los comentarios demasiado literarios que ocultan todas las riquezas inquietantes e indefinidamente interpretables de la partitura! 283 Facultad de Música • UNAM La Cathédrale engloutie de Claude Debussy Reflexiones sobre semiología musical Referencias bibliográficas ANZIEU, D., “Freud et la mythologie”, en Nouvelle revue de psychanalyse, no. I, 1970, pp. 114-45. BACHELARD, G., L’eau et les rêves, París, Corti, 1948. DELIÈGE, C., Les fondements de la musique tonale, París, Lattès, 1984. FRAISSE, P., Psychologie du temps, París, Presses Universitaires de France, 1957. FRANCÈS, R., La perception de la musique, París, Vrin, 1958. 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Seeger (1962, 1966), entre otros investigadores, ha considerado que ciertos parámetros de la música están dotados de propiedades comunicativas, y de hecho el concepto de comunicar a través de la música no es enteramente ajeno al público en general. En efecto, no es raro dentro de nuestra cultura criticar las ejecuciones musicales preguntándonos si el ejecutante ha comunicado alguna cosa o no. Afirmar que hay comunicación cuando se toca música es aseverar que los fenómenos musicales están de una u otra manera relacionados con la semiosis. Por ello, si se concibe que es posible comunicar por medio de la música, se debe reconocer que cierto aspecto de ésta funciona como portador de signos (sign vehicle), es decir, como significante musical que permite la comunicación. El uso de la semiótica ayudará a aclarar aquello que en música funciona como signo. Es preciso hacer ahora una breve explicación de la semiótica. Basada en los escritos de Charles Morris (1938), se puede plantear la siguiente discusión: en primer lugar, un signo remite a algo para alguien. Pero debe puntualizarse que un signo no siempre refiere a algo para todos. De hecho, hay signos que hoy en día ya no remiten a nada, mientras que otros se refieren a algo sólo para un grupo limitado de personas. El individuo para quien el signo tiene un referente, se llama intérprete del signo. Hablando en términos musicales, el intérprete puede ser el ejecutante –quien, conscientemente, transmite el * Ensayo presentado en inglés para el encuentro anual de la Sociedad de Etnomusicología (1967) y publicado en francés en Musique en jeu, no. 10, 1973, pp. 34-41. Traducción de Susana González Aktories. signo en un acto de comunicación–, o el escucha –quien percibe que el signo es transmitido–, o bien ambos al mismo tiempo. Es importante tener presente que el significante musical es sólo el aspecto sensible del fenómeno musical en virtud del cual se lleva a cabo la semiosis; el resto no concierne a la semiótica. Aquello que indica el signo a su intérprete es el designatum del signo, y el designatum puede ser un estado o un objeto. Cabe señalar, igualmente, que un designatum remite a una categoría o conjunto de objetos cuyos componentes se llaman denotata. Una ilustración musical de un designatum nos la proporciona la Affektenlehre (teoría de los sentimientos) del siglo XVIII. Los compositores que utilizaron los afectos en su música, atribuyeron una emoción –como lo “tierno” o lo “triste”– a una serie específica de sonidos musicales; habiendo propuesto este sistema expresivo, se enfrentaron a problemas semióticos y, para ellos, toda emoción formaba el designatum indicado por una determinada serie de sonidos. Si un fenómeno dado funciona de manera tal que muestra que hay un designatum, puede considerársele como significante de un significado. Dicho de otra forma, si un intérprete toma conciencia de un designatum, es decir, por medio de una tercera instancia, los mediadores se convierten en significantes. Un ejemplo interesante de significantes musicales nos lo ofrece la forma teatral balinesa llamada Gamelan Gambuh. McPhee (1966: 139) comenta que se usan cuatro escalas para acompañar a cuatro grupos diferentes de actores. Tenemos la escala Selisir, considerada como ideal para los gending alus. Por su aspecto más oscuro, la Tembung se adapta mejor a los gending kras que acompaña a los personajes principales de tipo vigoroso, así como a sus principales antagonistas; por su parte, la Baro se reserva para entradas de personajes secundarios, como los heraldos, los oficiales, o los acompañantes de bufones. La Lebeng se usa más tarde en el espectáculo, a veces para los gending alus, pero fundamentalmente en las escenas de recriminación y de acción dramática. En el caso del Gamelan Gambuh, cada escala se vuelve por sí misma un significante para el cual el designatum es una especie de actor o de acción, y puede decirse que por medio de estas escalas el escucha balinés 289 Facultad de Música • UNAM Semiótica de la etnomusicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical inmediatamente reconoce los tipos de personajes involucrados en la acción en los distintos momentos de las obras. Los Leitmotive de Richard Wagner ofrecen un excelente ejemplo para explicar lo que es el denotatum. Se recordará que los denotata son aquellos miembros de un conjunto englobado por el designatum. Si se toma el motivo del “anillo” (en el Ring der Nibelungen) como un significante, puede decirse que el designatum de esta estructura motívica es el anillo, y que las variantes de este leitmotiv son los denotata. Cuando el asunto se enfoca desde este ángulo, ya no es relevante preguntarse cuál es la versión más auténtica de un leitmotiv, porque cada una estará de alguna u otra manera relacionada con el designatum; de manera similar, deberán considerarse las variantes melódicas, armónicas y rítmicas de estos motivos, simplemente como características de un denotatum particular. La descripción semiótica de un leitmotiv se haría en forma de propuesta paradigmática, considerando las distintas variantes que representan los denotata. Se verá que el estudio de los significantes musicales está relacionado con varias dimensiones de semiosis; a saber, la sintaxis, la semántica y la pragmática. La sintaxis y la semántica se preocupan por las relaciones de los signos entre sí. Por su parte, la sintaxis se preocupa por los tipos de relaciones que conciernen a los signos que se combinan de acuerdo con las reglas de formación y de transformación. Las reglas de formación determinan las series o cadenas combinatorias posibles, que permiten cualquier grupo de signos; las reglas de transformación determinan cuáles son las otras cadenas que se pueden derivar de la serie original. Las reglas de la armonía tonal europea constituyen uno de los mejores ejemplos para ilustrar la sintaxis. Winograd (1969), entre otros, ha demostrado la existencia de esta dimensión sintáctica al intentar aplicar la lingüística al análisis, en computadora, de la armonía tonal. Para exponer los hechos de una manera sintáctica, el orden en el que pueden presentarse encadenamientos de acordes específicos es sometido a reglas de formación musical, mientras que las variantes de este tipo de ordenamiento están sujetas a reglas de transformación. En el sistema europeo, varios acordes o combinaciones de éstos tienen el papel de signos, y su función es la de indicar el inicio y el final de las frases, o bien de poner mayor o menor énfasis en algunos elementos al interior de las líneas melódicas. 290 En la medida en la que este tipo de movimiento armónico influya en la manera de percibir la música por parte del escucha, puede decirse que, ocasionalmente, los acordes especifican características o funcionan como signos indexicales. Es decir, indican tanto la ubicación como las propiedades pertinentes de las diferentes partes de las melodías, tal como las reconocen las culturas europeas dentro de un continuum musical. Una situación análoga se puede encontrar en los sistemas de entonación usados por quienes hablan lenguas europeas. Tomando como ejemplo el inglés, podemos hacer una diferencia entre “where are you going” y “where are you going”. Si se intenta poner el mismo tipo de énfasis en las partes correspondientes de una melodía, se podría muy probablemente usar diferentes acordes o encadenamientos de acordes para cada versión de la misma melodía. Y en vista de que las lenguas europeas emplean este tipo de sistemas de entonación, no debería sorprendernos encontrar un fenómeno equivalente en los sistemas musicales europeos. De hecho, los sistemas de entonación lingüística de las lenguas europeas deberían considerarse fenomenológicamente paralelos a los sistemas armónicos de las mismas regiones, y la sintaxis podría estudiarlos de manera provechosa. Hablando en términos históricos, se ha puesto un mayor énfasis en los aspectos sintácticos de la lengua, mismo que ha dejado algo ensombrecido el estudio de otras dimensiones de la semiótica, y esta tendencia se ve igualmente reflejada en los musicólogos que dedican una atención desmesurada al análisis formal y a las reglas de formación. Así, la sintaxis es una dimensión de la semiótica que la mayoría de los musicólogos de las culturas europeas comprenden más fácilmente que la pragmática o la semántica. Para ser precisos, se sabe relativamente poco acerca de las reglas semánticas existentes en los sistemas musicales alrededor del mundo, y esta situación puede atribuirse, en parte, al hecho de que hasta ahora no ha habido una definición de los parámetros musicales que funcionan como significantes. Al interior de la semiótica, la semántica trata las condiciones requeridas para que un signo sea aplicable a un objeto o un estado determinado. En semántica musical, el primer problema es descubrir cuáles son los aspectos de la música que constituyen significantes y cuáles son los designata de estos signos. Parecería que en realidad hay muchos tipos de fenómenos musicales que funcionan como significantes. Para definir aquello que podría llamarse 291 Facultad de Música • UNAM Semiótica de la etnomusicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical propiamente un significante musical, el investigador debe definir su contexto de referencia; debe delimitar el universo en el que un signo musical determinado es un constituyente operativo. El término universo se emplea aquí en el sentido de la teoría de conjuntos, y denota una clase específica de objetos que constituyen un conjunto completo. Es necesario delimitar el universo, porque frecuentemente se da una definición tan amplia de un universo particular, que cualquier esfuerzo por tratar de analizarlo puede resultar frustrante. Por ejemplo, podría ser bastante difícil hacer afirmaciones generales que definieran los signos musicales en la música japonesa kabuki, pero si el universo referencial estuviera restringido a la música de escena producida por el conjunto geza del teatro kabuki, sería relativamente más fácil descubrir qué fenómenos musicales están relacionados con sus respectivos designata. Además, debería quizá evitarse hacer aseveraciones referentes a los significantes en el arte vocal europeo en general, y limitar su universo a las melodías que tuvieran como tema el amor eterno o cualquier otro tópico. Al delimitar de esta manera cada universo, no se niegan las características comunes que existen entre diversos conjuntos de signos musicales. Sin embargo, lo que denota un signo musical en un contexto determinado puede no estar en absoluto relacionado con lo que significa en otras circunstancias, y desde el principio se puede evitar la confusión si la búsqueda de un significante y de sus propiedades está restringida exclusivamente a un universo muy estrechamente delimitado. Con el propósito de examinar una regla semántica dentro de un determinado sistema musical, tomemos el ejemplo de un universo definido de esta manera: “la música del conjunto geza del teatro japonés kabuki”. La música de este grupo off stage provee de la que comúnmente se conoce como música de escena o fondo sonoro, y es una forma de lo que yo he llamado en otro momento acompañamiento bárdico. La música del conjunto geza funciona semánticamente por lo menos de las dos siguientes maneras: a través del recurso del timbre, y por medio del uso de melodías específicas. Desde el punto de vista del timbre, las intervenciones musicales con determinado significado están reservadas a instrumentos de sonoridades muy específicas. De esta manera, en un nivel general de significados, el timbre del shamisen se reserva usualmente para invenciones que conciernen a ruidos naturales, 292 estados psicológicos, o algún momento en el tiempo. En el caso de esta música de shamisen, el designatum está indicado por una melodía específica, o rúbrica, de manera que una melodía como la yuki puede evocar la idea de nieve; o la melodía tsukuda indica que el río Sumida se ha vuelto parte de la acción; Shinobi Sanju establece una atmósfera misteriosa y sombría; y Kangen implica una escena de la corte de otros tiempos (Malm, 1968: 210226). Por otra parte, el timbre del shamisen no podría usarse comúnmente para escenas religiosas o de combate. Habitualmente, las escenas religiosas se distinguen por los metalófonos, y se obtiene una mayor precisión por medio de un instrumento metálico específico. Así, un pequeño gong llamado hontsuri-gane evoca una escena de templo, pero la rei, o campana de mano, indica servicios religiosos o la entrada de un sacerdote. Si el designatum de la música fuera el combate o la guerra, los instrumentos serían de preferencia un tambor como el gaku-daiko o algunos palillos llamados hyoshigi. La lista completa de estos timbres y sus designata es extensa y ha sido ampliamente tratada por Malm (1968), pero de los ejemplos aquí citados se desprende que ciertas condiciones precisas establecen una relación entre un designatum y algunos elementos de la música para conjunto geza; una definición explícita de las condiciones que constituyen este tipo de relación podría llamarse regla semántica. Aquí un ejemplo: “Cuando la melodía yuki del shamisen es tocada por el conjunto geza en el contexto de una representación kabuki, debe aparecer en ese momento la nieve en la situación que se representa en el escenario”. A estas alturas debería quedar claro que las condiciones mencionadas en la regla semántica no pueden existir si el ejecutante y el escucha no las perciben como tales. Por ello, se vuelve necesario examinar la pragmática, aquella dimensión de la semiótica que estudia la manera en la que los signos están vinculados a sus intérpretes. La pragmática se preocupa por el proceso de reconocimiento de un signo, el hábito que hace que el intérprete perciba que un significante designa ciertos objetos o situaciones. Este hábito es llamado interpretación del signo. El problema de la pragmática en etnomusicología es relativamente complejo, porque hay pocas culturas que hayan desarrollado medios para hablar del comportamiento musical. Se ha encontrado, en su mayoría, que 293 Facultad de Música • UNAM Semiótica de la etnomusicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical quienes utilizan un sistema musical normalmente no formulan reglas para el uso de significantes musicales, o si lo hacen, es tan sólo parcialmente. Estas reglas son más bien hábitos de comportamiento, de manera que sólo se pueden derivar de ahí ciertas otras combinaciones de signos musicales, y este comportamiento también requiere que sólo ciertos signos musicales sean operativos bajo determinadas circunstancias. Por lo tanto, le queda al investigador estudiar lo más ampliamente posible la cultura que ha generado este comportamiento, con el fin de descubrir no sólo las propiedades pertinentes del significante musical, sino también el comportamiento que permite su uso. En numerosos casos, sin hacer previamente un estudio pormenorizado del comportamiento musical de una cultura, es casi imposible determinar a priori y con precisión qué tipo de vehículos sígnicos musicales comprende. A este respecto, mencionemos el caso de la música de culto otomí que se ubica en el estado de Veracruz, en México, y que he estado estudiando desde 1966. Al igual que muchos grupos indígenas de la costa del Golfo de México, los otomíes afirman que la música instrumental de sus géneros religiosos comunica alguna cosa. Al querer averiguar qué es lo que era comunicado y de qué manera, me vi obligado a utilizar la pragmática, con el fin de discernir cuál era el hábito de los intérpretes, cuáles los significantes musicales y cuáles los designata. Requerí de diversos métodos para establecer los parámetros de este comportamiento musical. El primero consistió en determinar el material del corpus y los contextos en los que era ejecutado. El universo a estudiar se definió como las melodías usadas en los ritos de subsistencia de los otomíes, llamados Costumbres; en estas ceremonias se trata de complacer a diferentes deidades importantes, para asegurar el éxito de la actividad agrícola de los otomíes. El rito fue grabado en su integridad en cinco celebraciones diferentes, y se tomaron muchas notas con el fin de documentar todo comportamiento asociado con la música. Al comenzar a interpretar este comportamiento ceremonial, fue necesario estudiar la cosmología otomí y conocer a fondo su sistema religioso manifiesto. A partir de este estudio, se descubrió que estas ceremonias de subsistencia concernían sobre todo a los panteones de deidades celestes y terrestres, y que ciertas melodías específicas se tocaban 294 en relación con un panteón en particular y con un acto ceremonial concreto, consagrado a un miembro específico de dicho panteón. El siguiente paso fue hacer escuchar las grabaciones de estas melodías a especialistas religiosos, músicos y devotos de la comunidad, pidiéndoles que narraran lo que les comunicaba esta música. La respuesta a esta pregunta permitió descubrir una actitud que iba desde comentarios escuetos hasta observaciones muy profundas de tipo espiritual. Todo este abanico de datos un tanto desconcertante fue sometido a un análisis comparativo, y se aplicó el mismo proceso a las manifestaciones de comportamiento que se habían notado al momento de grabar las ceremonias. A partir de los patrones de comportamiento y de los comentarios, fue posible llegar a una especie de consenso respecto a la designación de tales deidades o situaciones evocadas por la melodía en cuestión. Una vez que se establecieron tentativamente estos designata, fue posible someter la música a un análisis comparativo similar. Al inicio, se estudiaron dos tipos de agrupamiento. En el primero se agruparon las melodías por conjuntos, de acuerdo con los designata comunes a todas las melodías dentro de cualquier conjunto dado. En el segundo, los conjuntos se formaron a partir de cualquier tipo de similitud musical que parecía ser común a cualquiera de estos conjuntos. El análisis de cada grupo de melodías que tenían designata en común reveló ciertos fenómenos musicales que también se encontraban con gran frecuencia en las mismas. La fortuna de haber descubierto vehículos sígnicos musicales que pudieran estar relacionados con los designata fue reforzada más tarde por los resultados obtenidos a partir del segundo agrupamiento. Estos conjuntos de melodías, agrupados de acuerdo con las similitudes musicales observables, no sólo confirmaron la asociación con designata conocidos, sino que también ayudaron a establecer los denotata de cualquier designatum. Los resultados de estos análisis revelaron el hecho bastante sorprendente de que, en esta música, son tres los tipos de fenómenos musicales que funcionan simultáneamente como significantes, a saber: la secuencia de alturas ordenadas, el patrón rítmico y la estructura formal. Además, cada tipo de fenómeno musical parece estar restringido a un tipo muy específico de designatum: las secuencias de alturas musicales ordenadas designan entidades, en tanto que los patrones rítmicos 295 Facultad de Música • UNAM Semiótica de la etnomusicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical se refieren a acciones, y la estructura formal alude a una ubicación en el mundo otomí. El uso otomí de la secuencia de alturas como significante no sólo ayuda a distinguir los panteones sino también los miembros de cualquier panteón dado. Por ejemplo, la secuencia de alturas mi-do-re-do designa al dios del sol, pero la secuencia mi-fa-re-mi especifica el emisario del dios del sol, un personaje sagrado, enviado a la tierra para guiar a los fieles sacerdotes. Independientemente del patrón rítmico al que están adecuadas estas alturas, cada secuencia de alturas sigue designando una entidad específica. Los patrones rítmicos y las estructuras formales también conservan sus distintivos designata, sin importar el tipo de asociación con las secuencias de alturas. Cuando se combinan estos tres tipos de significantes, constituyen una señal compleja que tiene un conjunto único de referentes que cobran significado para el intérprete otomí. En lo que se refiere a estos fenómenos, una regla paradigmática de la música otomí afirmaría que en esta cultura los intérpretes tienden a establecer una correlación entre secuencias de alturas y entidades, entre patrones rítmicos y acciones, y entre estructuras formales y lugares, en caso –y sólo en el caso– de que este tipo de fenómenos ocurra en la música tocada específicamente durante las ceremonias de subsistencia. A partir de los diversos ejemplos presentados en este ensayo, se puede ver que las reglas pragmáticas que conciernen a significantes musicales muestran una latitud más amplia que las reglas idénticas que conciernen a los signos usados en el lenguaje hablado. Para las diversas culturas mencionadas aquí, existen muy variados significantes musicales, y se ha mostrado que en el mundo entero son diferentes las condiciones bajo las cuales un vehículo de signos musicales puede ser un signo: los japoneses interpretan los sonidos estableciendo una correlación entre las escalas y los tipos de personajes y de acciones; se puede contrastar en este caso con el uso otomí de los conjuntos ordenados de alturas que designan entidades. Puede hacerse otra comparación interesante entre el Leitmotiv wagneriano y la música para conjunto geza. Aun cuando las dos sirven a un propósito comparable, la música geza comprende la correlación de un timbre con un designatum, así como el uso indispensable de melodías agrupadas por conjuntos, aun cuando los mismos timbres y melodías puedan ser utilizados en muchas otras obras 296 kabuki. Por otra parte, el Leitmotiv wagneriano puede aparecer de varias maneras, pero su uso está limitado a un drama o a un ciclo específico. Se constató que los otros tipos de significantes musicales eran secuencias de acordes, patrones rítmicos y estructuras formales. Dada la inmensa variedad de tipos de significantes posibles dentro de cada cultura, se puede ver que, a menos que el investigador busque descubrir la regla pragmática de un grupo determinado, puede muy probablemente pasar años estudiando aspectos de una tradición musical que no conciernen a la semiosis del grupo en cuestión. Esto no quiere decir que todos los otros aspectos de una tradición musical no deban ser objeto de estudio, pero como una gran cantidad de análisis musicales se preocupa por descubrir rasgos clasificatorios, la perspectiva del analista es menos discriminadora en lo que respecta a la elección de los tipos de fenómenos a estudiar. Cuando el factor motivante es el análisis de rasgos, la musicología se interesa más por la pura descripción, pero los rasgos estilísticos que percibe el investigador no son necesariamente los de mayor validez para el intérprete musical nativo. En muchos casos puede incluso suceder que mientras nos preocupamos por catalogar estructuras formales, el número de intervalos y los tipos de escalas, la semiosis del intérprete nativo funcione mediante paralelismos de “formas” melódicas, contando la periodicidad de las alturas o de su sucesión, que se reproduce en un orden determinado. Desde la perspectiva de la semiótica, los fenómenos musicales que hemos estudiado abordan un aspecto diferente. En lugar de tener por meta el estudio de la estructura formal en sí misma, se debe descubrir si la forma es o no un elemento pertinente para la cultura que genera esta música, o bien si la estructura formal es meramente un producto colateral de otro tipo de acto musical. De manera similar, una perspectiva semiótica no se contenta únicamente con saber qué escala o modo permite generar signos musicales. Para la semiótica, el estudio de una escala o modo requiere saber si el tipo de escala es más probablemente el resultado de reglas sintácticas, o si el modo es importante sobre todo porque tiene un designatum de interés considerable para la cultura de la que procede. Las mismas exigencias valen para el estudio de los intervalos. Un inventario estadístico de intervalos puede o no ser significativo para caracterizar la producción musical de una cultura, pero en 297 Facultad de Música • UNAM Semiótica de la etnomusicología Facultad de Música • UNAM Reflexiones sobre semiología musical todo caso, el inventario de intervalos como tal no es más significativo que el inventario fonético de una lengua hecho por un lingüista. Precisamente, una vez que el lingüista ha logrado comprender la fonética de una lengua, debe enfrentarse al problema de la analogía de los morfemas y de sus designata y, desde una perspectiva semiótica, el musicólogo se encuentra en la misma situación. Una vez que ha clasificado sus intervalos, el musicólogo que trabaja desde un punto de vista semiótico deseará saber si ciertos intervalos o combinaciones de éstos tienen un referente semántico, si funcionan de acuerdo con una regla sintáctica, o si la cultura en cuestión incluso tiene una forma de interpretar estos intervalos como signos. Así, la semiótica cuestiona la validez de todo análisis que se contentaría con un mero estudio formal. Al aplicar los principios de la semiótica a nuestro campo de estudio, puede ser explotada una nueva perspectiva musicológica. Además de todas las complejas técnicas clasificatorias usadas actualmente por analistas e historiadores de la música, la semiótica de la musicología ofrece la posibilidad de desarrollar áreas de investigación que permitan una penetración más profunda de las dimensiones cognitivas del comportamiento musical. A pesar de que hemos estado mucho tiempo fascinados por la sintáctica, la semiótica, en su forma de abordar la definición de las relaciones sintácticas que existen entre los signos musicales, debería ofrecer una mejor comprensión de las reglas de formación y de transformación, no sólo de nuestra propia música, sino dentro de todo sistema musical en el mundo en general. Las perspectivas apasionantes de la semántica han permanecido demasiado tiempo sin desarrollarse como ramas atractivas de la comunicación musical. Cuando los musicólogos hayan sondeado el rico simbolismo poblado de los signos musicales y de sus designata, una de las formas de expresión intelectual humana más absorbente revelará sus secretos inmensos, lo esencial de la visión del mundo evocada en la música de cada cultura. Por último, la pragmática promete sondear las profundidades del conocimiento musical, explorar los magníficos senderos del comportamiento que vinculan a un intérprete con la plenitud de sentido encontrada en un signo musical. La semiótica ofrece inmensas posibilidades para desarrollar un conocimiento de la música que rebasa un trabajo de experto técnico e 298 Semiótica de la etnomusicología histórico; ofrece una metodología que es un primer paso hacia este rincón de la conciencia humana donde el pensamiento musical y el simbolismo musical esperan a ser descifrados, como libros aún no leídos, aguardando sobre el estante de una biblioteca, cerrados, pero listos para divulgar su contenido al espíritu curioso. El desciframiento de esta historia, que sólo la semiótica es capaz de realizar, deberá probar que es una de las aventuras más estimulantes ofrecidas a la musicología, que trae consigo un entendimiento más profundo de la música y, a través de ello, una mejor comprensión de las culturas humanas. Referencias bibliográficas MALM, W. P., Japanese Music and Musical Instruments, Rutland, Cermont, Charles E. Tuttle Company, 1968. MORRIS, Ch., Foundations of the Theory of Signs, Chicago, University of Chicago Press, 1938. SEEGER, Ch., “Music as a Tradition of Communication, Discipline and Play”, en Ethnomusicology, vol. vi, no. 3 (sept.), 1962, Middletown, Conn. Wesleyan University Press. _____________, “The Music Process as a Function in a Context of Functions”, Yearbook of the Inter-American Institute for Musical Research, vol. II, Nueva Orleans, Tulane University, 1966. WINOGRAD, T., “Linguistics and the Computer Analysis of Tonal Harmony”, Journal of Music Theory, New Haven, Yale University, 1969, pp. 2-49. 299 Facultad de Música • UNAM McPHEE, C., Music in Bali, Hartford, Connecticut, Yale University Press, 1966. Reflexiones sobre semiología musical se terminó de imprimir en el mes de enero de 2011, en el taller de Estampa y Artes Gráficas, Privada de Dr. Márquez #53, Col. Doctores Tel. 55305289 El cuidado de la edición estuvo a cargo del Departamento de Publicaciones de la Escuela Nacional de Música. Se utilizaron los tipos Hoefler papel Cultural de 90 grs. tipo de impresión offset El tiraje constó de 500 ejemplares. Una de las ramas de la investigación musical que ha mostrado un importante desarrollo en las décadas recientes es la que gira en torno a la significación de la música. La llamada semiótica o semiología musical se basó para esto en preceptos que inicialmente provenían de la lingüística, poniendo especial énfasis en la estructura y la gramática musicales, pero considerando también aspectos relacionados con su creación, interpretación y recepción. Entre la gran cantidad de aproximaciones que existen al estudio de la significación musical destacan los aportes pioneros vinculados a la teoría de la tripartición de Molino-Nattiez. Si bien se ha prestado a un fuerte debate en los últimos años, es innegable el valor y la importancia que dicho enfoque tuvo para el desarrollo de la semiología musical. A pesar de las diferencias de enfoque y de metodología que presenta cada uno de los autores aquí recogidos, se puede reconocer que todos ellos comparten puntos de encuentro, preocupaciones que a través de una compilación como ésta permiten reconocer el diálogo e intercambio rico y versátil que se ha sostenido en el apasionante campo que ofrece la semiología musical •