Carta Pastoral a los Jóvenes sobre La Castidad De la Comisión Episcopal para la Doctrina de Canadá Vivir una vida de castidad es un camino continuo que requiere de orientación y estímulo. Con el fin de ayudar a los jóvenes católicos en este difícil tránsito, la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Conferencia Canadiense de Obispos Católicos quisiera mostrarles su solidaridad y ofrecerles unas palabras de orientación y apoyo. Introducción La fascinación por el sexo es tan antigua como la raza humana; es algo de importancia vital para todos nosotros. No es de extrañarse, pues vivimos en un mundo que presta mucha atención a la sexualidad humana. Pero con tantas voces y opiniones acerca del sexo, es difícil saber cómo hemos de utilizar este don precioso. Afortunadamente, la sabiduría de Dios y Su palabra han iluminado nuestro camino. A través de la enseñanza de la Sagrada Escritura y de la Iglesia, tenemos una guía segura que nos dice cómo vivir nuestra sexualidad con placer y respeto por el designio amoroso de Dios. Nuestra fe se regocija y asume con seriedad el misterio de la Encarnación: que el Hijo de Dios se hizo carne para nuestra salvación. El cuerpo de Jesús flagelado, crucificado y resucitado por nosotros, nos dice que Dios usa el cuerpo humano para hacer presente Su amor en nuestro mundo. El cuerpo es nuestra puerta para la salvación y por tanto, es importante el trato que le damos. La Biblia misma establece las bases al decirnos cómo debemos vivir nuestra sexualidad a la luz de nuestra dignidad humana arraigada en el hecho de que Dios nos creó a Su imagen y semejanza (cf. Gen 1,27). Desde los albores de la creación, Dios nos dio más de un lenguaje para comunicarnos. Además del don de la palabra, Él nos dio nuestro cuerpo. Este organismo se expresa a través de gestos que son en sí mismos un lenguaje. Tal como nuestras palabras revelan lo que somos, así también lo hace nuestro lenguaje corporal. Nuestro Señor quiere que hablemos este “lenguaje sexual” con sinceridad, porque ésa es la manera de vivir nuestra sexualidad con alegría. Este vivir con sinceridad el lenguaje sexual de nuestro cuerpo es lo que la Iglesia llama “castidad”. Hoy en día, la castidad a menudo es erróneamente asociada con el estar pasados de moda, con el miedo a la pasión o con una inhibición sexual. Pero en realidad es mucho más que la ausencia de relaciones sexuales. La castidad demanda pureza de mente al igual que de cuerpo. Si no nos empeñamos por desarrollar un corazón puro o una mente pura, entonces eso es lo que reflejarán nuestras acciones corporales. Si no tenemos control sobre nuestros deseos o pasiones, entonces no seremos confiables en las cosas grandes ni en las pequeñas. Seguiremos siendo esclavos de nuestras propias pasiones y débiles en el espíritu. Si no podemos decir “no”, entonces nuestro “sí” nada significará. Cuanto más aceptemos la castidad y hagamos de ella nuestra forma de vida, la gente que nos rodea se percatará mejor que el Espíritu Santo mora en nosotros. Nuestros Cuerpos: Templos del Espíritu Santo El Apóstol Pablo escribió a los cristianos de Corintio: “¿O no saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos”. Cuando nos convertimos en cristianos en el momento del Bautismo, el Espíritu Santo vino a morar en nuestros cuerpos. ¡Qué verdad tan impresionante! Si nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, entonces ¡qué dignidad tenemos! ¡Y la gente debería ser capaz de encontrar a Dios a través de nosotros! ¿Reverenciamos a nuestro cuerpo de esa manera? La sexualidad es un don de Dios y una parte fundamental de lo que nos hace humanos. Cada uno de nosotros está llamado a reconocer este don y a Aquél que nos lo dio. Cuando este regalo se utiliza como quiere el Padre, le damos gloria a Él y edificamos Su reino. Cuando vivimos nuestra sexualidad de manera apropiada, de acuerdo a nuestro estado de vida, otros serán capaces de encontrar a Dios a través de nosotros. Vivir la Castidad Hoy Nuestra sexualidad y nuestra vida espiritual están íntimamente vinculadas. La persona casta integra la sexualidad en su personalidad y por tanto, expresa su unidad interior como ser corporal y espiritual. La persona casta tiene la capacidad de relacionarse con otros de una manera verdaderamente humana, lo que refleja el estado de vida de la persona: soltería, matrimonio o celibato consagrado. Vivir la virtud de la castidad significa colocar nuestro deseo de placer sexual bajo la guía de la razón y la fe. Es una de las piedras angulares del templo de nuestro cuerpo, un pilar necesario para una vida recta. Éste lleva a la plenitud y la unidad a los individuos, las parejas casadas y la sociedad. La virtud de la castidad supone la integración de los poderes del amor y la vida que han sido depositados en nosotros. Esto asegura la integridad de la unidad de la persona y se opone a cualquier conducta que podría distorsionarla. Las personas castas no toleran la doble vida ni la ambigüedad en el “lenguaje” de sus cuerpos. El no vivir castamente conduce a una existencia centrados en nosotros mismos que nos ciega a las necesidades, las alegrías y la belleza del mundo que nos rodea. Vivir la castidad no es un asunto fácil en el mundo saturado de sexo en la cultura occidental contemporánea. Es imposible recorrer un centro comercial, encender la computadora o la televisión sin ser bombardeados por imágenes sexuales de todo tipo. La pornografía nunca había sido tan difundida como hoy, hasta alcanzar proporciones casi epidémicas. Se denigra la auténtica expresión sexual y se alienta la masturbación, la intimidad sexual fuera del matrimonio y la separación del significado dador de vida y dador de amor de las relaciones sexuales. El reto de vivir castamente en estas circunstancias es difícil para todos: solteros, casados o consagrados. El mundo a nuestro alrededor promueve ideas distorsionadas sobre nuestro cuerpo y relaciones, ideas que pueden provocar que la gente pierda el equilibrio y permita que opiniones destructivas sobre la sexualidad ejerzan su influencia. Si queremos permanecer fieles a nuestras promesas bautismales y resistir las tentaciones, debemos desarrollar estrategias que nos ayuden a vivir en santidad y en libertad. La Castidad para las Personas Solteras Para las personas que no están casadas, la castidad implica abstinencia, porque el designio de Dios es que el sexo pertenece al matrimonio. Cuando dos personas están saliendo, el ser castas les permite concentrarse en lo que es importante y evitar “usarse” entre ellas. Juntos pueden ver lo que significa el amor auténtico y aprender a expresar sus sentimientos de una forma madura. La castidad destaca el amor que se tienen uno a la otra en la pareja y dice: “Voy a ser paciente y puro, voy a respetarte”. Significa preservar la expresión sexual del amor exclusivamente para el o la cónyuge. Cuando una pareja no es casta, su comprensión del amor puede reducirse a la sola dimensión física de su relación. Esto debilita su habilidad para avanzar hacia el matrimonio, poniendo en riesgo la relación. Las personas que experimentan atracción hacia aquellos del mismo sexo también están llamadas a la castidad. También ellas pueden crecer en la santidad cristiana a través de una vida de auto control, oración y la recepción de los Sacramentos. La Castidad para las Personas Casadas La sexualidad se vuelve verdaderamente humana cuando es integrada a la relación total de una persona con otra, en el don completo y que dura toda la vida de un hombre y una mujer. El Papa Juan Pablo II escribió: “Sólo el hombre casto y la mujer casta son capaces del amor verdadero”. Esto significa que las personas casadas también están llamadas a ser castas si verdaderamente se aman una a la otra. Las personas casadas que viven castamente pueden tener una vida sexual vibrante. En la relación entre un hombre y una mujer, la castidad les ayuda a amarse mutuamente como personas más que hacer el uno del otro un objeto de placer o satisfacción. A pesar de lo que los medios y Hollywood sugieren, el valor de las relaciones sexuales no radica en la recreación o la gratificación física. Cualquier placer físico debe llevar hacia la expresión última de amor entre marido y mujer, la entrega total de una persona hacia la otra. La relación sexual en el matrimonio puede ser tan íntima, que se convierte en una experiencia emocional, intelectual, física y espiritual. Ésta refuerza y completa el vínculo del matrimonio. Es por ello que el acto sexual tiene que ser unitivo y procreativo, de ahí que algunos tipos de actividad sexual no son castos. Aunque el placer puede estar presente, ciertos actos son un abuso del sexo cuando no están a la altura de lo que Dios quiere. Castidad Consagrada y Celibato Dios llama a algunas mujeres y hombres en la Iglesia a una vida de castidad consagrada por el Reino de Dios. Este carisma supone la renuncia al matrimonio y está llamada a unir a la persona a Dios de manera más directa. A imitación de Cristo y Su Madre, la virginidad consagrada es un don divino para “sólo aquellos a quienes se les ha concedido” (Mt 19,11). De igual manera, los sacerdotes de la Iglesia Latina hacen una promesa de celibato antes de su ordenación al diaconado. Incluso aquellos llamados a una vida de virginidad consagrada o celibato tienen que luchar para ser castos aun en pensamiento, actitud y acción. La castidad tiene la intención de crear un “espacio” que libera el corazón humano para que se consuma de amor a Dios y a toda la humanidad. Si la decisión por el celibato no es bien integrada en el conjunto de la vida de la persona, puede, sin embargo, conducir al egocentrismo. La vida consagrada y el celibato son un “sí” al amor que debe ser vivido con pasión y entusiasmo por quienes han sido llamados a ella. Propiciar y Recuperar la Castidad en la Propia Vida Los católicos están llamados a ser ejemplo para los demás en la vida casta. Al estimar el don de nuestro cuerpo y ayudar a otros a respetarse a sí mismos, mostramos a Dios cuánto lo amamos. Cualquier persona joven que desea ser casta o recuperar un estilo de vida casto tiene la oportunidad de tomar la cruz y seguir a Jesús. El ha prometido que estará siempre con nosotros para ayudarnos. Nuestro Señor nunca nos abandona, pero nosotros debemos estar abiertos a recibir Su ayuda. Jesús nos pide también orar constantemente. Esto es necesario por cualquiera que trate de vivir la virtud de la castidad. Uniéndonos a Jesús por medio de una relación continua de oración es la única manera de alcanzar el éxito. Esto incluye cualquier cosa, desde un simple pero muy profundo “Ayúdame, Jesús”, a oraciones más formales como el Rosario o pedir a María, nuestra Madre, y a los santos y beatos su intercesión. El Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía nos ayudan en nuestro camino para vivir una vida casta. Si cometemos un pecado de impureza en solitario o con otra persona, el Sacramento de la Reconciliación nos comunica el perdón de Dios y Su amor misericordioso. Lo único que necesitamos es acercarnos al trono de Su misericordia con sincero dolor en la Confesión y podemos estar seguros que todos nuestros pecados son perdonados. Entonces podemos comenzar de nuevo con esperanza. La Eucaristía es el culmen de nuestra fe porque a través del Sacramento entramos a una relación de unión íntima con Jesucristo al recibir Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Comunión. Su Cuerpo nos alimenta y santifica nuestro cuerpo. Modelos de Santidad para los Jóvenes que Aman pero Viven la Castidad Todo cristiano está llamado a la santidad. Los “Santos” y “Beatos” son hombres y mujeres cuyas vidas fueron colmadas de manera tan transparente del amor de Cristo, que el Pueblo pudo ver a Jesús en ellos y luego, después de que sus vidas han sido cuidadosamente estudiadas por la Iglesia, ellos fueron juzgados dignos de nuestra veneración e imitación. En su mensaje a los jóvenes para el Día Mundial de la Juventud en Canadá, el Papa Juan Pablo II escribió: “Así como la sal da sabor a la comida y la luz ilumina las tinieblas, también la santidad da sentido pleno a la vida y hace que ésta refleje la gloria de Dios. ¡Cuántos santos, especialmente santos jóvenes, podemos contar en la historia de la Iglesia!” Recordemos a unos cuantos de estos santos hombres y mujeres que fueron ejemplos impresionantes de pureza, castidad, caridad y alegría, auténticos templos en los que moró el Espíritu Santo: San Agustín, la Beata Kateri Tekakwitha, el Beato Pier Giorgio Frassati y Santa Gianna Beretta Molla. Uno vino del antiguo mundo romano, otro del siglo diecisiete en Norteamérica y dos del siglo veinte en Italia. Aunque vivieron en diferentes épocas y lugares, ellos nos enseñan la misma lección con su ejemplo y testimonio. San Agustín (354-430) Agustín fue un hombre de pasión y fe, de gran inteligencia e incansable caridad pastoral. Él ha dejado una honda huella en la vida cultural, moral y teológica de la Iglesia. Hijo de un padre pagano, Patricio, y una devota madre cristiana, Mónica, él fue educado como católico. Como era frecuentemente la costumbre de la época, él sin embargo no fue bautizado de niño. Su juventud fue turbulenta. Agustín estaba inquieto intelectualmente, era ambicioso y sexualmente activo desde los diecisiete años. Siendo joven estableció una relación de más de una década con una mujer, cuyo nombre no conocemos. A causa de la diferencia en la clase social, él no se casó con ella. Juntos procrearon un hijo llamado Adeodato, quien fue muy querido para Agustín. Este hijo murió antes de llegar a la mayoría de edad. Agustín se sintió fascinado y atraído a la persona de Jesucristo, pero tomó muchas desviaciones antes de comprometerse con Él. Como muchos jóvenes de su edad, su proceso de conversión estuvo marcado por la lucha con su sexualidad. Él sabía que ser cristiano suponía vivir la castidad. Una vez, Agustín incluso oró: “¡Hazme casto y célibe, pero no todavía!” Después de un largo y tormentoso viaje interior y ayudado por las oraciones de su madre, él fue finalmente bautizado por San Ambrosio en el año 387 en Milán. Después de su conversión, abrazó una vida de celibato, apartándose de todo durante muchos años. Agustín regresó después a su patria en el norte de África. Después de fundar una comunidad monástica, fue ordenado sacerdote y más tarde, Obispo de Hipona. Fue un escritor prolífico, un hombre de visión psicológica y espiritual inigualable así como un vigoroso defensor de la verdad y la belleza de la fe católica. Por encima de todo, San Agustín dice a los jóvenes lo que San Pablo escribió a los Filipenses: con la gracia misericordiosa de Dios “Todo lo puedo en aquel que me fortalece” (Flp4,13). Beata Kateri Tekakwitha (1656-1680) Kateri Tekakwitha, el “Lirio de los Mohawks”, nació en 1656. Su madre fue una algonquína cristiana que había sido capturada por los iroqueses. Cuando Kateri tenía unos cuatro años, sus padres y su hermano murieron de viruela, y ella fue adoptada por sus tías y un tío que se había convertido en el jefe del Clan de la Tortuga. La viruela había marcado el rostro de Kateri y su visión también quedó severamente afectada. En consecuencia, ella era una niña muy tímida. En 1667, ella aceptó secretamente el Evangelio enseñado por los misioneros jesuitas y fue bautizada a la edad de dieciocho años. Ella vivió su fe cristiana y la castidad con valentía a pesar de una oposición casi insoportable; y es que la virginidad y una vida de soltería eran consideradas fuera de lugar en su propia cultura. En su amor por la virginidad, ella fue radicalmente contra su cultura. Finalmente, Kateri se vio forzada a huir a Kahnawake, a orillas del río San Lorenzo, justo al sur de Montreal. Dedicó toda su vida a enseñar oraciones a los niños y ayudar a los enfermos y personas de edad, hasta que fue golpeada por una enfermedad grave. Murió en Kahnawake el 17 de abril de 1680 a la edad de 24 años. Sus últimas palabras fueron: “Jesos Konoronkwa”, que significa: “Jesús, Te amo”. Quince minutos después de su muerte –ante la mirada de dos jesuitas y los nativos que la rodeaban– las cicatrices de Kateri desaparecieron y su rostro se transformó maravillosamente. El 22 de junio de 1980 fue beatificada por Juan Pablo II y se convirtió en la primera nativa americana en ser declarada “beata”. Beato Pier Giorgio Frassati (1901 – 1925) Pier Giorgio Frassati nació en 1901, en Turín, Italia. Fue educado primero en casa y luego en una escuela pública antes de asistir a una escuela que era dirigida por los jesuitas. A la edad de 17 años se unió a la Sociedad de San Vicente de Paúl y combinó de manera notable el activismo político y el trabajo en favor de la justicia social, la piedad y la devoción, la humanidad y la bondad. Atlético, buen mozo, lleno de vida y siempre rodeado de amigos a los que inspiraba, Pier Giorgio decidió no ser sacerdote ni religioso, prefiriendo dar testimonio del Evangelio como laico. De hecho, él se enamoró de una joven vivaz y espiritual, pero no siguió la relación. Él entendía el significado de la castidad y la puso en práctica en todas sus relaciones y amistades. Dios le había dado a Pier Giorgio todos los atributos físicos que hubieran podido llevarlo a tomar decisiones equivocadas: una familia adinerada, apariencia física agradable y una salud robusta – pero él escuchó la invitación de Cristo: “Ven y sígueme” (Lc 18,22). Justo antes de recibir su título profesional como ingeniero de minas, él contrajo polio, la cual – especularon los médicos más tarde– había contraído de los enfermos que cuidaba. Murió el 4 de julio de 1925 y fue beatificado el 20 de mayo de 1990. El Papa Juan Pablo II lo llamó “el hombre de las ocho bienaventuranzas”. El caso del Beato Pier Giorgio es especialmente estimulante para los hombres jóvenes: él les enseña a expresar su masculinidad castamente a través del dominio de sus pasiones sexuales y de esfuerzo y sacrificio, tal como lo hizo Cristo, el Hombre perfecto. Santa Gianna Beretta Molla (1922-1962) Imaginen la ocasión extraordinaria de asistir a la canonización de la santidad de tu propia esposa. El 1 de mayo de 2004 Pietro Molla, esposo de Gianna Beretta Molla, hizo justamente eso. Sus tres hijos vivos estaban a su lado, incluyendo a la más pequeña, Gianna Emanuela, por quien su madre había dado su vida. Santa Gianna es la primera mujer médico y laica en ser canonizada. Antes de que Santa Gianna decidiera que Dios la llamaba al matrimonio, ella lo discernió muy cuidadosamente e incluso había considerado la vida consagrada. Ella meditó, pasó un tiempo en oración silenciosa y pacientemente esperó a que Nuestro Señor le revelara Su voluntad. En 1955, cuando tenía treinta y tres años, se casó con un ingeniero diez años mayor que ella, Piedro, cuya hermana había sido antes paciente de la joven Dra. Beretta. Las cartas que Gianna escribió durante el noviazgo de un año revelan su profundo compromiso a esta nueva vocación. Varios días antes de su boda, Gianna escribió a Pietro, reflexionando sobre su vocación al matrimonio: “Con la ayuda y la bendición de Dios, haremos todo lo que esté a nuestro alcance para hacer de nuestra nueva familia un pequeño cenáculo donde Jesús reinará sobre todos nuestros afectos, deseos y acciones. Colaboraremos con Dios en Su creación; de ese modo, podremos darle hijos que lo amarán y lo servirán”. En su homilía del día de su canonización, el Papa Juan Pablo II dijo: “Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ‘habiendo amado a los suyos, los amó al extremo’ (Jn 13,1), esta santa madre de familia permaneció heroicamente fiel al compromiso que hizo el día de su matrimonio.... ¡Que a través del ejemplo de Gianna Beretta Molla, nuestra época pueda redescubrir la belleza pura, casta y fructífera del amor conyugal, vivido como respuesta al llamado divino!” Todos nosotros debemos hacer lo mismo. Si somos llamados al matrimonio, debemos esperar para expresar nuestro amor sexual con nuestro cónyuge, sabiendo que al obedecer la voluntad de Dios, Él recompensará nuestra paciencia y generosidad. ¡San Agustín, Beatos Kateri y Pier Giorgio y Santa Gianna, rueguen por nosotros! ¡Ayúdennos a abrazar y vivir nuestra castidad de mente y cuerpo con alegría evangélica y profunda paz, para que la gente que nos rodea pueda ver que Dios mora en nosotros! (Tomado y traducido del folleto original en inglés Pastoral Letter to Young People on Chastity, publicado por la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Conferencia Canadiense de Obispos Católicos) Enero de 2011 Episcopal Commission for Doctrine Canadian Conference of Catholic Bishops © 2011 Concacan Inc. All rights reserved. Ejemplares adicioneales de este documento pueden obtenerse a través de: CCCB Publications, 2500 Don Reid Drive, Ottawa, Ontario K1H 2J2; telephone: 1-800-769-1147; fax: 613-241-5090; email: publi@cccb.ca; website: cccb.publications.ca El folleto también está disponible en inglés y francés como descarga gratuita en formato pdf de www.cccb.ca. Impreso en Canadá. Depósito Legal: Library and Archives Canada, Ottawa.