OTROS PUNTOS DE VISTA Jeff Pledge, soñador de tauromaquias Junto a la iglesia de El Carmen, en el lugar en el que se encontraba la casa de la que salió Pepe Hillo para su última corrida -la de su mortal cogida en la plaza de Madrid- Jeff Pledge ensaya su toreo lento y despacioso de aficionado práctico. Desde 1997 a esta parte una maldita enfermedad ha quitado agilidad a los movimientos de este inglés afable, de sonrisa franca y fácil, que desgrana sus ideas sobre las fiestas de toros con la misma suavidad con la que ejecuta sus pases de salón. Se expresa con el ritmo pausado y afectuoso de un reformador que intenta explicar sus ideas contundentes y sencillas… aunque no por sencillas dejan de ser explosivas. Andrés de Miguel Foto: Juan Pelegrín “¡A y el arte!, estoy harto del arte, eso es lo que me separa de la mayor parte de los aficionados”, afirma Jeff Pledge. Sin embargo, reconoce que le gusta la belleza “cuando veo torear bien y, a veces, los toreros llamados artistas, lo hacen”. Pero tiene claro cuál es la posición que ocupa como aficionado: “estoy del lado de la fiesta brava y, la base, el punto de partida, es el toro”. Se pregunta “si toda esta leyenda del arte se remonta a Teoría y juego del duende, de Federico García Lorca”, obra que Pledge cree “que no vale mucho, que es para adolescentes. Lorca, realmente, no me gusta demasiado como poeta. Creo que el poeta español por antonomasia es Antonio Machado”. Y, volviendo al tema taurino, dice que “si hay un Dios en la corrida, ese es el toro. El torero, por bueno que sea, sólo es el héroe, un funcionario de la Iglesia del Dios Toro”. 24 Pregunta | Eso te define como un aficionado torista… Respuesta | Yo no soy torista, utilizo el término porque lo hacen otros. Aficionado torista o corrida torista son expresiones extrañas, ¿Qué otro tipo de corrida puede haber? Hace años, en Nimes, había unas corridas toristas a las que llamaban ‘corridas de los aficionados’. Ahí vi un par de veces los Tulios. ¿Para quién eran las otras? La corrida comercial no merece la pena, no me interesa, tengo otras cosas que hacer en la vida que aburrirme durante dos horas a un precio elevado. No me ocurre sólo a mí. Puede pasar, incluso, que las corridas de toros se dividan en dos, pues hemos llegado a un punto tal de podredumbre que hace falta un revulsivo. La suerte de varas es la piedra de toque que define los tipos de corridas. Para asegurar el porvenir de la fiesta hay que cambiar la suerte de varas. Cuando se instauró lo de los tres puyazos, en el año 65 parecían pocos. He visto en Las Ventas entrar un toro hasta nueve veces al caballo y tirar a los dos picadores. Tuvo que salir el picador de reserva que había entonces, que para poder picar al toro tuvo que poner el caballo apoyado en la barrera. En Francia se ha producido una reacción contra la suerte de varas actual, ya que, de seguir así, va camino de desaparecer. Han sacado un nuevo peto y un caballo más ligero y he visto al público de pie, aplaudiendo al picador, después del quinto puyazo. El contratista de estos caballos, quien posibilita este cambio, se llama Alain Bonijoll. Sueño con una suerte de varas renovada, con una puya de tienta, con caballos móviles y ligeros; con una suerte movida, parecida a la del siglo XVIII, que se picaba al galope... En mi sueño, al toro se le darían cinco, seis, diez, doce ó veinte puyazos. ¿Por qué no? Con este carácter tan apasionado, ¿la corrida de toros te enganchó rápidamente? Estuve la primera vez en una plaza de toros en el verano del 63, cuando vine a hacer un curso de español en la Universidad de Barcelona. Vi varias corridas en la Monumental e, incluso, llegué a ir a una novillada en Las Arenas, un martes de agosto, con Zurito y José Fuentes en el cartel. Asistí a media docena de corridas. Ese fue mi primer bagaje. Le di una importancia enorme. Llegué a considerarme un experto con lo que había visto y leído hasta el momento. Venías ya con la ilusión de ver una corrida... Antes de este viaje ya había algo en la corrida de toros que me apasionaba, incluso hasta un punto de desequilibrio. Había leído a Hemingway, también una traducción de Angus McNab de la biografía de Belmonte, la que escribió Chaves Nogales… Además, en los años 50 y 60 hubo una ola de libros en inglés, especialmente de Barnaby Conrad. Fue una moda, pues en esa época las estrellas de Hollywood iban a los toros a Tijuana. Barnaby Conrad escribía para un público que quería héroes y se centró en Manolete y Arruza, que eran dos buenos símbolos. Lo hierático contra lo deportivo. Pero dio una visión muy parcial de la fiesta. Para él todo son toreros, el toro no existe, sólo es “media tonelada de furia”. Esto no me convencía, tenía que conocer más. Por eso estudié español, aunque mi primer idioma extranjero es el francés. Me gradué en los dos idiomas taurinos. Después, también aprendí portugués. ¿Cómo continuaste tu afición? En septiembre del 64 llegué a Madrid para estudiar durante un año y seguí muy de cerca la temporada del 65, en la que coincidían en los carteles toreros como Ordóñez, Ostos, Puerta, Camino, Curro Romero y El Viti, entre otros. Fue una experiencia maravillosa. Ese verano Antoñete le cortó dos orejas al toro de Félix Cameno, con una faena clásica de las de entonces, que se toreaba más de perfil y se ligaban más los pases sin adelantar del todo la muleta. Curiosamente, acabo de ver la faena al toro blanco y no llega a la perfección posterior, por ejemplo, de la faena a Cantinero, de Garzón. Después, el trabajo y la vida me apartaron de los toros hasta el año 72 que, ya casado e instalado en Bruselas como traductor de la Comunidad Europea, empecé a ir a los toros a Francia y regresé a España. Acudía a tantos festejos como podía. Veía unas treinta corridas al año. Llegamos a comprar un apartamento en el sur de Francia. Por problemas de salud, del 97 al 99 apenas vi ninguna corrida. Sin embargo, cuando volví a reencontrarme con mi afición, me había vuelto incluso más torista que antes. Me vi delante de la muerte y eso me hizo pensar seriamente en lo que de verdad me interesa. No voy a perder el tiempo. En el año 91 cambié mi apartamento en la playa por una casa en La Camargue y allí descubrí la corrida camarguesa. ¿En qué consiste la corrida camarguesa? Hay que recoger una ‘cocarde’, que es una especie de escarapela o pompón con unas cintas, enrollada en los cuernos del toro. Hay una sola suerte, que es como poner una banderilla al sesgo. El toro está en la barrera y un ‘razeteur’ corre hacia el animal para intentar coger la ‘cocarde’ con una especie de peine que lleva en la mano. Hay varios ‘razeteurs’ en cada corrida, 8 ó 10, a veces más, la mitad diestros y la otra mitad zurdos. Es un diálogo, se ve en el desarrollo cómo uno va influyendo en el otro. A veces el ‘razeteur’ tiene miedo y no hace nada y, al contrario, otras veces tiene que avivar al toro. Volviendo a la corrida de toros, ¿qué toreros te han gustado? El Viti era mi referencia, al principio. También me gustaron Paco Camino y Ordóñez, aunque los vi muy poco. Ojeda me deslumbró en Nimes, me pareció increíble. Creo que no tenía techo ni límite, podía haber seguido avanzando y haber acabado con todo. Ruiz Miguel tenía mucho éxito con las corridas a las que yo iba. Un torero muy infravalorado es José Antonio Campuzano, al que he visto bajar la mano y torear casi perfecto, de los que más alto han volado. Me gusta El Fundi. Me impresionó una faena maciza que cuajó a un toro de La Quinta, en una corrida concurso. Ortega Cano, quien estaba en la parte alta de la corrida comercial, y también Ponce. Nunca vi bien a Joselito en Francia. Rafael de Paula era un superdotado con el capote. Curro Romero nunca me gustó, a pesar de que presencié dos salidas suyas a hombros por la Puerta del Príncipe y otras dos por la Puerta Grande de Madrid. El Fandi tiene algo de rejoneo en sus banderillas, por eso son tan apreciadas. Es distinto a los demás toreros. Esplá tiene un monopolio en su oferta y, aunque después llegó Encabo, éste no alcanzó la personalidad de Esplá, que habría po- “El torero, por bueno que sea, sólo es el héroe, un funcionario de la Iglesia del Dios Toro” Parece tener alguna similitud con los recortadores. Es casi la antítesis de la corrida española. Hay muchas cosas que son al revés. El terreno de los toros son las tablas y los hombres pasan por fuera. El toro sale varias veces al ruedo y tiene una carrera taurina larga, algunos de hasta 10 ó 12 años. No es nuevo, ‘conoce el reglamento’, por así decirlo, y el que puede aprender, aprende. Los toros son más pequeños que los españoles, aunque algunos alcanzan los 500 Kg. Están castrados, es decir, son bueyes; y el nombre se les pone cuando les castran. Se pueden ver muchas cosas sobre el toro bravo que no se ven en la corrida española, pues no es una forma primitiva de ésta. Es distinta y compleja. He visto unas 250 corridas camarguesas y aún hay muchas sutilezas que se me escapan. Tengo pendiente escribir un libro de introducción en inglés, pues son poco conocidas fuera de su territorio. dido torear en el siglo XIX. El Cid me atrae mucho, pero con Victorino, no con Domecq. Pero lo que más te interesa es la emoción que dan los toros. Lo que más me ha interesado, siempre, ha sido el toro. Mi ganadería preferida es la de Victorino Martín. Él es el grande de los grandes. La cría de los toros de estos últimos 40 años se puede ver como un diálogo entre Victorino y los Domecq, una discusión entre criar toros para el torero o para el público que paga. Cuando se empieza a cortar el toro por el patrón que quiere el torero se inicia una bajada que es muy rápida. El toreo emociona por su misterio, por eso es difícil torear. Cuando se hace algo bien con un toro complicado se aplaude. Cuando ves a Enrique Ponce ese pase perfecto, rodilla en tierra, no te dice nada. Si no hay emoción, no hay arte. Sin bravura, no hay toreo. 25