SPI entrevist Antoñete “Todo estaba en mi cabeza” La gloriosa reaparición en 1981 de Antonio Chenel ‘Antoñete’ se fraguó con el último sorbo que el maestro apuró de su copa de whisky. Sucedió en Venezuela, durante un destierro voluntario tras su segunda despedida de los ruedos, en 1975. Tenía cincuenta años, un mechón de pelo blanco y el toreo metido en la cabeza. Con estas armas, Chenel valoró la situación: necesitaba el dinero, tenía aún muchas cosas que decir y, lo más importante, que el toro de los 80 –pensó– “dejaba estar”. Lo que vino a continuación fueron tardes inolvidables, monumentales, como las de Las Ventas del Espíritu Santo, que lo vio crecer. Texto: José Ignacio de la Serna Fotos: Botán “Me crié en la plaza de toros de Las Ventas. Mi habitación daba a los corrales de la plaza, donde los días de festejo se realizaban las labores de apartado y enchiqueramiento. Por aquel entonces yo tenía siete años. Recuerdo que los toreros del momento bajaban a la plaza a entrenar, a jugar al fútbol y a torear de salón. Allí estaban Paquito Muñoz, Parrita, Manolo Navarro, Antonio Caro…Y también muchos picadores y banderilleros”. Pregunta | ¿Es cierto que se inició haciendo de toro en las prácticas de toreo de salón? Respuesta | Así es, me gustaba embestir a los toreros porque, además de aprender, sacaba mis propias conclusiones. Me fijaba en el estilo de cada uno, donde me ponían la muleta y si perdían pasos entre muletazo y muletazo. Luego, cuando salía el de la frente rizada, comprobaba si eran capaces o no de hacerle lo mismo al toro. Fue cogiendo cositas de cada uno. P | ¿Cuáles fueron las primeras conclusiones? R | Que el toreo son medios círculos y que el torero es el eje sobre el cual debe girar la embestida del toro. Cuando veía que no me hacían eso, me mosqueaba. P | Dicen que de chaval anduvo por las capeas. R | Sí, es cierto, pero eso fue hasta que se enteró mi cuñado Paco Parejo, que decía: “Éste es un golfo que ni quiere ser torero ni nada”. Yo era un niño y no me atrevía a decir en casa que quería ser torero, por eso aquellas escapadas tenía que hacerlas de furtivo. Pero un día alguien se lo contó y Paco me preguntó si todo aquello era cierto. Le dije que sí, y entonces me puso en la parte 20 seria del espectáculo ‘Los Charros Mexicanos’. P | ¿Y que pasó? R | Pues que ahí empezó todo. P | ¿Lo suyo fue un caso de afición o de necesidad? R | Las dos cosas. Primero fue el deslumbramiento que me produjo descubrir el toreo, la majestad de los toreros al llegar a la plaza, la expectación que se formaba alrededor de ellos… No olvides que yo venía de una guerra. Había vivido en Castellón y en Valencia, donde todo era bombardeos y miseria. Y claro, cuando llegué a la plaza y contemplé aquella grandeza, ya no quise otra cosa que ser torero. La necesidad y la escasez fueron factores determinares para tomar aquella decisión. P | ¿Qué recuerda de su etapa de novillero? R | Que todo me lo tuve que ganar tarde a tarde. P | ¿Y algo más? R | Que don Pedro Balañá me vio torear una becerra en el campo y, ni corto ni perezoso, me ofreció debutar con picadores en Barcelona. P | ¡Vaya olfato! R | Tenía una gran imaginación para las cosas del toro. En casa guardo algunos carteles donde se puede leer: “Antoñete, el torero descubierto por Pedro Balaña en el campo charro”. P | ¿Qué paso en Barcelona? R | Pues que corté una oreja y me repitieron, aunque en seguida me quedé parado porque un novillo me rompió el tobillo. Reaparecí en el mes de junio cortando dos en Valencia y otras dos en mi segundo paseíllo. Al poco tiempo me presenté en Sevilla y corté una oreja más y un rabo, y luego un pata en Barcelona, cuando me fracturé la clavícula en una voltereta. Aun así, poco a poco fui cogiendo velocidad hasta que tomé la alternativa con más de sesenta novilladas. P | ¿Por qué la tomó en Castellón? R | Porque como el año anterior, en 1952, había sido el novillero que más había toreado, González Vera, que era el empresario de Castellón, me hizo una exclusiva que no podía rechazar. Se trataba de empezar tempranito, de coger el ritmo en Castellón, Valencia y Madrid. P | ¿Y lo cogió? R | En Castellón las cosas salieron regular porque la corrida no embistió. Recuerdo que mi alternativa despertó una enorme expectación entre los aficionados tras la campaña de Antonio Bienvenida y el periodista Curro Meloja en contra del afeitado. Se dijo que aquella corrida era la primera en mucho tiempo que se iba a lidiar en ‘puntas’. P | ¿Estaba en ‘puntas’? R | ¿Que si lo estaba? Después de aquella campaña durante el invierno, ¡cómo para no estarlo!. Todos estaban pendientes de los pitones de los seis toros. P | No tuvo suerte en su alternativa, pero ¿y después? R | En Valencia pinché un toro de Carlos Núñez que había toreado francamente bien, y en Madrid la confirmé sin suerte un 13 de mayo. Sin embargo, a los poco días le corté tres orejas a un encierro de Fermín Bohórquez. Estaba en un buen momento y no paraba de cortar orejas, pero parecía que mi suerte ya estaba echada. El 8 de agosto en Málaga, un toro de Pablo Romero me destrozó la muñeca izquierda. Me operaron tres veces y me metieron no sé cuantos hierros pero, aun así, no podía cerrar la mano y me dieron por inválido. Tenía noventa corridas de toros hechas esa temporada. P | Es sorprendente que sólo cinco años después de tomar la alternativa decidiera poner punto final a su carrera. ¿Qué ocurrió? R | Confluyeron muchas circunstancias para tomar aquella decisión. Para empezar, me cogieron los toros en momentos clave, a principios de temporada, muy a destiempo, cuando además los toreros en aquella época no teníamos, como ahora, la temporada resuelta en el mes de febrero. Ya hemos hablado de la fractura del año 53, pero es que durante los ‘sanisidros’ del 54 y 55, me 21 C entrevist pegaron dos cornadas. Lógicamente, aquello me frenó y me fue quitando la moral. P | En esos años contrajo matrimonio… R | ¡Y la cagué! Me encontré rodeado de personas que tenían otra forma de pensar y de entender la vida. Mi suegro me decía a todas horas que para qué quería ser torero si con los negocios que tenía iba a ganar más dinero trabajando con él que con el toro. Y ahí vino el primer desencuentro: el quería colocarme en una empresa y yo quería una finca. P | Maestro, ¿no se ‘sentía’ usted en la oficina? R | ¿Yo? Pero si no sabía hacer la ‘o’ con un canuto. La verdad es que todas esas cosas hicieron que me viniera abajo y, poco a poco, las empresas dejaron de contratarme. P | La estadística nos revela que en diez tardes en Las Ventas tan sólo cortó una oreja a un toro de Barcial. R | Ya he dicho que me fui aburriendo y por eso decidí quitarme. P | Regresó en 1960, pero continuaron sin rodar las cosas. R | Toreé muy poco y los esfuerzos que hacía delante del toro apenas se vieron recompensados, ni en dinero ni en número de contratos. Estaba harto y me dije que aquello ya no era para mí, que lo mejor sería hacerme banderillero. P | Coincidiendo con esta zozobra personal y profesional, su cuñado Paco Parejo consiguió incluirle en una corrida veraniega en Madrid. Fue entonces cuando llegó su gran faena a un toro de Félix Cameno. R | Recuerdo que andaba con la moral por los suelos y que esa temporada apenas había toreado un par de festivales. Paco me dijo que había visto en los corrales una corrida muy grande y muy seria de Murube y que si quería matarla, que para coger las ‘frías’ siempre estaba a tiempo. Le dije que sí, que pa`lante, y le corté las dos orejas. Fue la tarde del 8 de agosto del 65. P | ¿Qué pensó cuando llegó al túnel de cuadrillas? R | Que como lo tenía todo perdido, sólo podía ganar. Salí a torear sin esa responsabilidad que nos atenaza a los toreros. Al de Félix Cameno lo toreé perfecto, lo maté por el hoyo de las agujas y le corté las dos orejas. La plaza se llenó hasta la bandera. P | Al año siguiente, en 1966, cuajó al celebre toro Atrevido, de José Luis Osborne. Muchos aficionados opinan que esa fue la mejor faena de su vida, ¿está de acuerdo? R | Ni mucho menos. Lo que ocurre es que aquella faena sorprendió a los aficionados. Llevaba tanto tiempo desaparecido que algunos de los que fueron a la plaza ni siquiera me conocían. El toro de Osborne tuvo genio y a veces se quedaba corto en mitad de la suerte, pero como yo ya estaba mentalizado para la guerra, me dio exactamente igual. Aquella tarde fue redonda, me salió todo delante del toro. P | ¿Qué tipo de torero era Antoñete en aquellos años? R | Era el mismo de siempre, incluida mi última época. Lo que sucede es que en determinados momentos tuve que amoldar mi concepto a las circunstancias, porque tenía la necesidad de triunfar. Aunque lo mío era la pureza, tuve que salirme algo de mi concepto porque sino me quedaba atrás. P | La verdad, maestro, no lo imagino pegando rodillazos… R | (Risas con cierta guasa) Pues sí, los tuve que pegar. El pase cambiado ese que pegan ahora de pie en el centro del ruedo, yo lo pegaba de rodillas. Hasta llegué a matar seis toros de Miura en Palma de Mallorca. Ya te digo que había que funcionar. P | El año que cuajó a Atrevido, cortó nueve orejas en Madrid. ¿Por qué no despegó entonces de forma definitiva? R | Por lo de siempre, por las roturas de huesos. Mira, aquella temporada Manolo Chopera nos ofreció sustituir a El Cordobés en Frejus, ganando esa tarde el mismo dinero que él. Mi apoderado, Sánchez Mejías, le contestó que Antoñete no sustituía a nadie y que si lo hacía, no sólo ganaría esa tarde lo mismo que El Cordobés, sino en todas las que teníamos firmadas. A Chopera aquello le pareció bien y cogimos las maletas rumbo a Francia. Al día siguiente, un toro me partió de nuevo la muñeca izquierda. Reaparecí en Haro y a los pocos días un toro me pegó una cornada en Palencia. No levantaba cabeza, salía de un percance y al poco llegaba otro y luego otro… Estas cosas te van minando, te afectan, y te aburres. El 1975 decidí retirarme matando seis toros en Las Ventas. Retirado de los ruedos, el maestro anduvo varios años deambulando de aquí para allá, intentando matar el tiempo, pegando bandazos. “Me pasé dos años vegetando porque no sabía qué hacer. Hasta me hice seguidor del Club de Fútbol Guadalajara”. Sin embargo, en el año 77, alguien le ofreció viajar hasta Venezuela para tomar parte en un festival taurino. R | Jesús Nieves me ofreció torear aquel festival porque César Girón le había asegurado que Antoñete era el mejor torero que había en España. Así que me fui para allá y formé un lío gordísimo. Los novillos fueron de Maribel Branller y, como tenía la ganadería algo descuidada, me pidió que me quedara un tiempo a cargo de ella. Al poco, apareció por la finca la empresa encargada de confeccionar la feria de Isla Margarita, que estaba montada por todo lo alto, con las máximas figuras españolas, y Curro Girón me propuso reaparecer. P | ¿Tardaron mucho en convencerlo? R | ¡Qué va!, el tiempo que tardé en beberme un par de whiskys. P | Pero, ¿hacía vida de torero? R | La verdad es que no, aunque siempre tuve cerca un capote y una muleta. Llamé por teléfono al sastre y me encargué un vestido de torear. Me llevé todos los premios de la feria y continué toreando con gran éxito en Venezuela. Fue entonces cuando me dije: “Coño, pero si todavía puedo”. P | Tras un ramillete de triunfos en Venezuela, surge la posibilidad de reaparecer en España. R | Tenía tanto miedo como necesidad económica. Sabía que por los pueblos me podía defender, pero el dinero estaba en Madrid, y Madrid es mucho Madrid. Pero también sabía que aún tenía muchas cosas que decir en el ruedo. Así que decidí volver con todas las consecuencias. La primera corrida fue en Marbella, me vio Manolo Molés y por la noche, cuando me entrevistó en la radio, me dio el empujón que me faltaba. P | Y de ahí, a la feria de San Isidro… R | Lo que más me preocupaba era cómo reaccionaría el público ante mi vuelta y la falta de pelo, incluso más que el volumen y la seriedad del toro. Recuerdo que para que la gente viera que de verdad venía dispuesto, esperaba la salida de los toros fuera del burladero. Por nada del mundo quería que alguien dijera que tenía miedo. P | ¡Pues se quedaba usted muy quieto delante de los toros! P ara que supieran que venía dispuesto, esperaba la salida de los toros fuera del burladero” 22 uando reaparecí en Las Ventas en 1981 tenía tanto miedo como necesidad económica de hacerlo ” S e trataba de girar sobre los talones, dejar la muleta puesta y ligar los muletazos” R | Mira, te voy a decir una cosa aunque sé que nadie me va a tomar en serio. Si el toro de los años 80 hubiera salido como en la década de los 50 y 60, jamás hubiera reaparecido. Piensa que volvía con pocas facultades y que no podía marcharme de la cara del toro. Sin embargo, el de los 80, al tener más volumen, también tenía menos movilidad y tardaba más tiempo en darse la vuelta. Se trataba de girar sobre los talones, dejar la muleta puesta y ligar los muletazos. Había que abordar la cuestión con cabeza. P | ¡Y con valor! R | Hombre, eso desde luego, porque se necesita valor para darle distancia a los toros y verlos venir. P | Pero maestro, digo yo que algo se tuvo que preparar físicamente, ¿o no? R | Cuando era chaval sí, jugaba al fútbol y un poquito al frontón, y ya está. Eso sí, toreaba de salón sólo cuando me apetecía. Tampoco he sido de torear vacas en el campo, ni de matar toros a puerta cerrada. P | O sea, que pasaba de estar sentado en el sofá de su casa y de fumar dos paquete de tabaco a la plaza, ¿sin más? R | Sí, porque todo estaba en mi cabeza. P | ¿Qué opina cuando algunos aficionados consideran que en su concepto del toreo existe un trasfondo ‘manolestista’? R | Pues que a Manolete intenté cogerle muchas cosas y no pude. Me encantó como torero, pero delante del toro se colocaba de perfil y con la muleta algo más retrasada. A mí el que de verdad me impresionó fue Juan Belmonte, que se ponía de frente y echaba la pata pa´lante. P | Es cierto, pero yo creo que no se refieren al sentimiento o a la expresión artística, sino a esa facilidad innata que ambos tuvieron para ligar los muletazos sin molestar a los toros. R | En ese caso sí, estoy de acuerdo, porque para ligar las suertes hay que quedarse en el sitio y girar sobre los talones. Durante esa época el maestro imparte lecciones magistrales sobre el ruedo. Son años de gloria y grandes faenas, especial- mente en Madrid, donde inmortaliza en dos obras antológicas a Danzarín y a Cantinero, dos ejemplares de encaste Murube. Sin embargo, el 30 de agosto de 1984 es testigo de la cogida mortal de José Cubero Yiyo, en Colmenar Viejo. P | ¿Qué recuerda de aquella tarde? R | Era la primera vez que vestido de luces presenciaba la muerte de un torero. Cuando llegamos a Madrid por la noche, mi gente me aconsejó que no actuara al día siguiente. Pero tenía que ir porque era mi obligación de torero. El viaje hasta Almería se hizo interminable. Recuerdo que iba en el coche con Manolo Montoliú y Martín Recio y no pronunciamos ni una sola palabra. Cada uno estaba metido en su mundo, en sus pensamientos…Había que demostrar que la Fiesta seguía y yo era el primero que tenía que dar ejemplo. P | ¿Qué sintió en el momento de liarse el capote de paseo? R | Me sentí torero. Y luego, que iba a reventar la tarde, aunque después el toro de Felipe Bartolomé me pegó una cornada. P | Tras su última retirada en 1985, mano a mano con Curro Vázquez en Las Ventas, volvió a ceñir el vestido de torear. Imagino que sin más pretensiones que la de seguir sintiéndose torero. R | Todo comenzó el día que maté dos toros en Las Ventas. En un principio se trataba de matar uno para celebrar mi cumpleaños, a puerta cerrada, y sólo para los amigos. Pero al final se disparó la cosa y terminé matando dos de Las Ramblas, gratis, y con la plaza llena hasta la bandera. Luego vino lo de Segovia, con Ponce y El Juli, Leganés, Vistalegre y alguna plaza más, como la de Jaén, cuando me entendí con uno de Victoriano del Río. P | Para ponerse un traje de luces con más de sesenta años hay que tener… R | Cabeza, para saber hasta donde puedes llegar. P | ¿Quién ha sido Atoñete en el toreo? R | Un buen torero. Y, después, todo lo que quieras añadir. 23