Declaración Gravissimum Educationis CV II 1965

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CONCILIO VATICANO II
Declaración
GRAVISSIMUM EDUCATIONIS
sobre la educación cristiana
Roma, 28 de octubre de 1965
Proemio
El Santo Concilio Ecuménico considera atentamente la importancia decisiva de la
educación en la vida del hombre y su influjo cada vez mayor en el progreso social
contemporáneo. 1 En realidad la verdadera educación de la juventud, e incluso también
una constante formación de los adultos, se hace más fácil y más urgente en las
circunstancias actuales. Porque los hombres, mucho mas conscientes de su propia
dignidad y deber, desean participar cada vez más activamente en la vida social y, sobre
todo, en la económica y en la política; 2 los maravillosos progresos de la técnica y de la
investigación científica, y los nuevos medios de comunicación social, ofrecen a los
hombres, que, con frecuencia gozan de un mayor espacio de tiempo libre de otras
ocupaciones, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio cultural del
pensamiento y del espíritu, y de ayudarse mutuamente con una comunicación más
estrecha que existe entre las distintas asociaciones y entre los pueblos.
En consecuencia, por todas partes se realizan esfuerzos para promover más y más la
obra de la educación; se declaran y se afirman en documentos públicos 3 los derechos
primarios de los hombres, y sobre todo de los niños y de los padres con respecto a la
educación. Como crece rápidamente el número de los alumnos, se multiplican por
doquier y se perfeccionan las escuelas y otros centros de educación. Los métodos de
educación y de instrucción se van perfeccionando con nuevas experiencias. Se hacen,
por cierto, grandes esfuerzos para llevarla a todos los hombres, aunque muchos niños y
jóvenes están privados todavía de la instrucción incluso fundamental, y de tantos otros
1
Entre los muchísimos documentos que manifiestan la importancia de la educación, cf., sobre todo:
Benedicto XV, Carta apostólica Communes Litteras, del 10 de abril de 1929: AAS., 11 (1919), pág. 172;
Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, del 3 de diciembre de 1929: AAS., 22 (1930), págs. 49-86; Pío
XII, Alocución a los jóvenes de A. C. I., del 20 de abril de 1946: «Discorsi e Radiomessaggi» VIII, págs.
53-57. Alocución a los padres de familia de Francia, del 18 de setiembre de 1951: ibid. XIII, págs. 241245; Juan XXIII, Nuntius tricesimo exacto anno e quo Litt. Encycl. Divini illius Magistri editae sunt, del
30 de diciembre de 1959: AAS., 52 (1960), págs. 57-59; Pablo VI, Alocución a los socios de F. I. D. A.
E. (Federación de Institutos Dependientes de la Autoridad Eclesiástica), del 30 diciembre 1963:
«Encicliche e Discorsi di S. S. Paolo VI», I, Roma, 1964, págs. 601-603. Véanse, además, las actas y
documentos sobre la preparación del Concilio Ecuménico Vaticano II, Serie I, antepreparatoria, vol. III,
págs. 363-364, 370-371, 373-374.
2
Cf. Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra, del 15 de mayo de 1961: AAS, 53 (1961), págs. 413, 415417, 424; Encíclica Pacem in terris, del 11 de abril 1963: AAS., (1963), págs. 278 sigs.
3
Cf. Déclaration des droits de l'homme, del 10 de diciembre de 1948 de la ONU; y Déclaration des droits
de l'enfant, del 20 de noviembre de 1959; Protocole additionnel à la convention de sauvegarde des droits
de l'homme et des libertés fondamentales, París, 20 de marzo de 1952; sobre la Declaración universal de
los derechos del hombre, cf. Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris, del 11 de abril de 1963: AAS., 55
(1963), páginas 295 y sigs.
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carecen de una educación conveniente, en la que se cultiva a un tiempo la verdad y la
caridad.
Ahora bien, debiendo la Santa Madre Iglesia atender toda la vida del hombre, incluso la
material en cuanto está unida con la vocación celeste para cumplir el mandamiento
recibido de su divino Fundador, a saber, el anunciar a todos loshombres el misterio de la
salvación e instaurar todas las cosas en Cristo, 4 le toca también una parte en el progreso
y en la extensión de la educación. Por eso El Sagrado Concilio expone algunos
principios fundamentales sobre la educación cristiana, máxime en las escuelas,
principios que, una vez terminado el Concilio, deberá desarrollar más ampliamente una
Comisión especial, y habrán de ser aplicados por las Conferencias Episcopales y las
diversas condiciones de los pueblos.
Derecho universal a la educación y su noción
1. Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, en cuanto participantes de la
dignidad de la persona, tienen el derecho inalienable de una educación,5 que responda al
propio fin, 6 al propio carácter; al diferente sexo, y que sea conforme a la cultura y a las
tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, esté abierta a las relaciones fraternas con otros
pueblos a fin de fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz. Mas la verdadera
educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último y al
bien de las varias sociedades, de las que el hombre es miembro y de cuyas
responsabilidades deberá tomar parte una vez llegado a la madurez.
Hay que ayudar, pues, a los niños y a los adolescentes, teniendo en cuanta el progreso
de la psicología, de la pedagogía y de la didáctica, para desarrollar armónicamente sus
condiciones físicas, morales e intelectuales, a fin de que adquieran gradualmente un
sentido más perfecto de la responsabilidad en la cultura ordenada y activa de la propia
vida y en la búsqueda de la verdadera libertad, superando los obstáculos con valor y
constancia de alma. Hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y
prudente educación sexual. Hay que prepararlos, además, para la participación en la
vida social, de forma que, bien instruidos con los medios necesarios y oportunos,
puedan participar activamente en los diversos grupos de la sociedad humana, estén
dispuestos para el diálogo con los otros y presten su fructuosa colaboración
gustosamente a la consecución del bien común.
Declara igualmente el Sagrado Concilio que los niños y los adolescentes tienen derecho
a que se les estimule a apreciar con recta conciencia los valores morales y a aceptarlos
con adhesión personal y también a que se les estimule a conocer y amar más a Dios.
Ruega, pues, encarecidamente a todos los que gobiernan los pueblos o están al frente de
la educación, que procuren que la juventud nunca se vea privada de este sagrado
derecho. Y exhorta a los hijos de la Iglesia a que presten con generosidad su ayuda en
todo el campo de la educación, sobre todo con el fin de que puedan llegar cuanto antes a
4
Cf. Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra: AAS., 53 (1961), página 402. Concilio Vaticano II,
Constitución dogmática De Ecclesia, número 17: AAS., 57 (1965), pág. 21; Constitución Pastoral De
Ecclesia in mundo huius temporis, passim.
5
Pío XII, Mensaje radiofónico del 24 de diciembre de 1942: AAS., 35 (1943), págs. 12 y 19. Juan XXIII,
Encíclica Pacem in terris: AAS., 55 (1963), págs. 259 y sigs.; y la Declaración de los derechos del
hombre, referida en la nota 3.
6
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, del 31 de diciembre de 1929: AAS., 22 (1930), pág. 50 y
sigs.
2
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todos los rincones de la tierra los oportunos beneficios de la educación y de la
instrucción. 7
La educación cristiana
2. Todos los cristianos, en cuanto han sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo
han sido constituidos nuevas criaturas, 8 y se llaman y son hijos de Dios, tienen derecho
a la educación cristiana. La cual no persigue solamente la madurez de la persona
humana arriba descrita, sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más
conscientes cada día del don de la fe, mientras son iniciados gradualmente en el
conocimiento del misterio de la salvación; aprendan a adorar a Dios Padre en el espíritu
y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, adaptándose a vivir según el hombre nuevo
en justicia y en santidad de verdad, y así lleguen al hombre perfecto, en la edad de la
plenitud de Cristo y contribuyan al crecimiento del Cuerpo Místico. Ellos, además,
conscientes de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de la esperanza y a
promover la elevación cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales
contenidos en la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al
bien de toda la sociedad. 9 Por lo cual, este Santo Concilio recuerda a los pastores de
almas su gravísima obligación de proveer que todos los fieles disfruten de la educación
cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia. 10
Los educadores
3. Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la
educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. 11
Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta,
difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente
familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que
favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la
primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan. Sobre
todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del
matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe
recibida en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad
humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente en la
sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la
importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del
Pueblo de Dios. 12
El deber de la educación, que compete en primer lugar a la familia, requiere la
colaboración de toda la sociedad. Además, pues, de los derechos de los padres y de
7
Cf. Juan XXIII, Encíclica Mater et Magistra: AAS., 53 (1961), pág. 441 y sigs.
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, l. c., pág. 83.
9
Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática De Eccclesia, número 36: AAS., 57 (1965), págs. 41 y
sigs.
10
Cf. Cc. Vaticano II, Decreto De Pastorali Episcoporum munere in Ecclesia, nn. 12-14.
11
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, l. c., pág. 59 y sigs.; Encíclica Mit brennender Sorge, del 14
de marzo de 1937: AAS., 29 (1937), págs. 164 y sigs., 182 y sigs.; Pío XII, Alocución al primer Congreso
nacional de la Asociación Italiana de Maestros Católicos (A. I. M. C.), del 8 de setiembre de 1946:
«Discorsi e Radiomessaggi» VIII, pág. 218.
12
Cf. Cc. Vaticano II, Constitución dogmática De Ecclesia, nn. 11 y 35: AAS., 57 (1965), págs. 16 y 40 y
sigs.
8
3
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aquellos a quienes ellos les confían parte en la educación, ciertas obligaciones y
derechos corresponden también a la sociedad civil, en cuanto a ella pertenece disponer
todo lo que se requiere para el bien común temporal. Obligación suya es proveer de
varias formas a la educación de la juventud: tutelar los derechos y obligaciones de los
padre y de todos los demás que intervienen en la educación y colaborar con ellos;
conforme al principio del deber subsidiario cuando falta la iniciativa de los padres y de
otras sociedades, atendiendo los deseos de éstos y, además, creando escuelas e institutos
propios, según lo exija el bien común. 13
Por fin, y por una razón particular, el deber de la educación corresponde a la Iglesia no
sólo porque debe ser reconocida como sociedad humana capaz de educar, sino, sobre
todo, porque tiene el deber de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación,
de comunicar a los creyentes la vida de Cristo y de ayudarles con atención constante
para que puedan lograr la plenitud de esta vida. 14 La Iglesia, como Madre, está obligada
a dar a sus hijos una educación que llene su vida del espíritu de Cristo y, al mismo
tiempo, ayuda a todos los pueblos a promover la perfección cabal de la persona humana,
incluso para el bien de la sociedad terrestre y para configurar más humanamente la
edificación del mundo. 15
Varios medios para la educación cristiana
4. En el cumplimiento de la función de educar, la Iglesia se preocupa de todos los
medios aptos, sobre todo de los que le son propios, el primero de los cuales es la
instrucción catequética, 16 que ilumina y robustece la fe, anima la vida con el espíritu de
Cristo, lleva a una consciente y activa participación del misterio litúrgico 17 y alienta a
una acción apostólica. La Iglesia aprecia mucho y busca penetrar de su espíritu y
dignificar también los demás medios, que pertenecen al común patrimonio de la
humanidad y contribuyen grandemente al cultivar las almas y formar los hombres, como
son los medios de comunicación social, 18 los múltiples grupos culturales y deportivos,
las asociaciones de jóvenes y, sobre todo, las escuelas.
13
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, l. c. págs. 63 y sigs. Pío XII, Mensaje radiofónico, del 1 de
junio de 1941: AAS., 35 (1941), pág. 200; Alocución al primer Congreso nacional de la Asociación
Italiana de Maestros Católicos, del 8 de setiembre de 1946: «Discorsi e Radiomessaggi» VIII, pág. 218,
Acerca del principio de subsidiariedad, cf. Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris: 11 de abril 1963. AAS.,
55 (1963), pág. 294.
14
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, l. c., pág. 53 y sigs., y 56 y sigs. Encíclica Non abbiamo
bisogno, del 29 de junio de 1931: AAS., 23 (1931), pág. 311 y sigs.; Pío XII, Carta de la Secretaría del
Estado a la 28 Semana Social Italiana, del 20 de setiembre de 1955: «L'Osservatore Romano» del 29 de
setiembre de 1955.
15
La Iglesia alaba a aquellas autoridades civiles, locales, nacionales e internacionales que conscientes de
las necesidades tan urgentes de este tiempo, emplean todas sus fuerzas para que todos los pueblos puedan
participar de una educación y cultura humana más completa. Cf. Pablo VI, Alocución a la Asamblea
General de las Naciones Unidas, 4 de octubre 1965: L'Osservatore Romano, 6 oct. 1965.
16
Cf. Pío XI, Motu proprio Orbem catholicum, del 29 de junio de 1923: AAS., 15 (1923), pág. 327;
Decreto Provido sane, del 12 de enero de 1935: AAS., 27 (1935), págs. 145-152; Concilio Vaticano II,
Decreto De pastorali Episcoporum munere in Ecclesia, núms. 13 y 14.
17
Cf. Cc. Vaticano II, Constitución De Sacra Liturgia, núm. 14; AAS., 56 (1964), pág. 104.
18
Cf. Cc. Vaticano II, Decreto De instrumentis communicationis socialis, núms. 13 y 14: AAS., 56
(1964), págs. 149 y sigs.
4
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Importancia de la escuela
5. Entre todos los medios de educación, el de mayor importancia es la escuela,19 que, en
virtud de su misión, a la vez que cultiva con asiduo cuidado las facultades intelectuales,
desarrolla la capacidad del recto juicio, introduce en el patrimonio de la cultura
conquistado por lasgeneraciones pasadas, promueve el sentido de los valores, prepara a
la vida profesional, fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y
condición, contribuyendo a la mutua comprensión; además, constituye como un centro
de cuya laboriosidad y de cuyos beneficios deben participar a un tiempo las familias, los
maestros, las diversas asociaciones que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la
sociedad civil y toda la comunidad humana.
Hermosa es, por tanto, y de suma importancia la vocación de todos los que, ayudando a
los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad humana,
desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes
especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una facilidad constante
para renovarse y adaptarse.
Obligaciones y derechos de los padres
6. Es preciso que los padres, cuya primera e intransferible obligación y derecho es el de
educar a los hijos, tengan absoluta libertad en la elección de las escuelas. El poder
público, a quien pertenece proteger y defender la libertad de los ciudadanos, atendiendo
a la justicia distributiva, debe procurar distribuir las ayudas públicas de forme que los
padres puedan escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas
para sus hijos. 20
Por los demás, el Estado debe procurar que a todos los ciudadanos sea accesible la
conveniente participación en la cultura y que se preparen debidamente para el
cumplimiento de sus obligaciones y derechos civiles. Por consiguiente, el mismo Estado
debe proteger el derecho de los niños a una educación escolar conveniente, vigilar la
capacidad de los maestros y la eficacia de los estudios, mirar por la salud de los
alumnos y promover, en general, toda la obra escolar, teniendo en cuenta el principio de
que su función es subsidiario y excluyendo, por tanto, cualquier monopolio de las
escuelas, que se opone a os derechos nativos de la persona humana, al progreso y a la
divulgación de la misma cultura, a la convivencia pacífica de los ciudadanos y al
pluralismo que hoy predomina en muchas sociedades. 21
El Sagrado Concilio exhorta a los cristianos que ayuden de buen grado a encontrar los
métodos aptos de educación y de ordenación de los estudios y a formar a los maestros
que puedan educar convenientemente a los jóvenes y que atiendan con sus ayudas, sobre
19
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, l.c. pág. 76; Pío XII, alocución a la Asociación de Maestros
Católicos de Baviera, del 31 de diciembre de 1956: «Discorsi e Radiomessaggi» XVIII, pág. 746.
20
Cf. Cc. Provincial Cincinatense III, año 1861: Collatio Lacensis, III, col. 1.240, c/d; Pío XI, Encíclica
Divini illius Magistri, l. c., páginas 60, 63 y sigs.
21
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, l. c., pág. 63; Encíclica Non abbiamo bisogno, del 29 de
junio de 1931: AAS., 23 (1931), pág. 305; Pío XII, Carta de la Secretaría de Estado a la 28 Semana Social
Italiana: «L'Osservatore Romano» del 29 de setiembre de 1955; Pablo VI, Alocución a la Asociación
Cristiana de Obreros de Italia (A. C. L. I.), del 6 de octubre de 1963: «Encicliche e Discorsi di Paolo VI»,
I, Roma, 1964, pág. 230.
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todo por medio de asociaciones de los padres de familia, toda la labor de la escuela
máxime la educación moral que en ella debe darse. 22
La educación moral y religiosa en todas las escuelas
7. Consciente, además, la Iglesia del gravísimo deber de procurar cuidadosamente la
educación moral y religiosa de todos sus hijos, es necesario que atienda con afecto
particular y con su ayuda a los muchísimos que se educan en escuelas no católicas, ya
por medio del testimonio de la vida de los maestros y formadores, ya por la acción
apostólica de los condiscípulos,23 ya, sobre todo, por el ministerio de los sacerdotes y de
los seglares, que les enseñan la doctrina de la salvación, de una forma acomodada a la
edad y a las circunstancias y les prestan ayuda espiritual con medios oportunos y según
la condición de las cosas y de los tiempos.
Recuerda a los padres la grave obligación que les atañe de disponer, a aun de exigir,
todo lo necesario para que sus hijos puedan disfrutar de tales ayudas y progresen en la
formación cristiana a la par que en la profana. Además, la Iglesia aplaude cordialmente
a las autoridades y sociedades civiles que, teniendo en cuenta el pluralismo de la
sociedad moderna y favoreciendo la debida libertad religiosa, ayudan a las familias para
que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas una educación conforme a los
principios morales y religiosos de las familias. 24
Las escuelas católicas
8. La presencia de la Iglesia en la tarea de la enseñanza se manifiesta, sobre todo, por la
escuela católica. Ella busca, no es menor grado que las demás escuelas, los fines
culturales y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva es crear un ambiente
comunitario escolástico, animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad,
ayudar a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un
tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar
últimamente toda la cultura humana según el mensaje de salvación, de suerte que quede
iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la
vida y del hombre. 25 Así, pues, la escuela católica, a la par que se abre como conviene a
las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para conseguir eficazmente el
bien de la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del Reino de Dios, a fin
de que con el ejercicio de una vida ejemplar y apostólica sean como el fermento
salvador de la comunidad humana.
Siendo, pues, la escuela católica tan útil para cumplir la misión del pueblo de Dios y
para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas,
22
Cf. Juan XXIII, Nuntius tricesimo exacto anno ex quo Litt. Encycl. Divini illius Magistri editae sunt,
del 30 de diciembre de 1959: AAS., 52 (1960), pág. 57.
23
La Iglesia aprecia mucho la acción apostólica que pueden desarrollar también en esas escuelas los
maestros y condiscípulos católicos. Cf. Concilio Vaticano II, Decreto De apostolatu laicorum, números 12
y 16.
24
Cf. Pío XII, Alocución a la Asociación de Maestros Católicos de Baviera, del 31 de diciembre de 1956:
«Discorsi e Radiomessaggi» XVIII, p. 245 sig.
25
Cf. Cc. Provincial Westmonasteriense I, año 1852: Collatio Lacensis III, col. 1.334, a/b; Pío XI,
Encíclica Divini illius Magistri, l. c., página 77 y sigs.; Pío XII, Alocución a la Asociación de Maestros
Católicos de Baviera: «Discorsi e Radiomessaggi» XVIII, pág. 746: Pablo VI, Alocución a los socios de
F. I. D. A. E. (Federazione Istituti Dipendenti dall'Autorità Ecclesiastica) del 30 de diciembre de 1963:
«Encicliche e Discorsi di Paolo VI», I, Roma, 1964, págs. 602 y sigs.
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conserva su importancia trascendental también en los momentos actuales. Por lo cual,
este Sagrado Concilio proclama de nuevo el derecho de la Iglesia a establecer y dirigir
libremente escuelas de cualquier orden y grado, declarado ya en muchísimos
documentos del Magisterio, 26 recordando al propio tiempo que el ejercicio de este
derecho contribuye grandemente a la libertad de conciencia, a la protección de los
derechos de los padres y al progreso de la misma cultura.
Recuerden los maestros que de ellos depende, sobre todo, el que la escuela católica
pueda llevar a efecto sus propósitos y sus principios. 27 Esfuércense con exquisita
diligencia en conseguir la ciencia profana y religiosa avalada por los títulos
convenientes y procuren prepararse debidamente en el arte de educar conforme a los
descubrimientos del tiempo que va evolucionando. Unidos entre sí y con los alumnos
por la caridad, y llenos del espíritu apostólico, den testimonio, tanto con su vida como
con su doctrina, del único Maestro Cristo. Colaboren, sobre todo, con los padres;
juntamente con ellos tengan en cuenta durante el ciclo educativo la diferencia de sexos y
del fin propia fijado por Dios y cada sexo en la familia y en la sociedad; procuren
estimular la actividad personal de los alumnos, y terminados los estudios, sigan
atendiéndolos con sus consejos, con su amistad e incluso con la institución de
asociaciones especiales, llenas de espíritu eclesial. El Sagrado Concilio declara que la
función de estos maestros es verdadero apostolado, muy conveniente y necesario
también en nuestros tiempos, constituyendo a la vez un verdadero servicio prestado a la
sociedad. Recuerda a los padres cristianos la obligación de confiar sus hijos, según las
circunstancias de tiempo y lugar, a las escuelas católicas, de sostenerlas con todas sus
fuerzas y de colaborar con ellas por el bien de sus propios hijos. 28
Diversas clases de escuelas católicas
9. Aunque la escuela católica pueda adoptar diversas formas según las circunstancias
locales, todas las escuelas que dependen en alguna forma de la Iglesia han de
conformarse al ejemplar de ésta. 29 La Iglesia aprecia también en mucho las escuelas
católicas, a las que, sobre todo, en los territorios de las nuevas Iglesias asisten también
alumnos no católicos.
Por lo demás, en la fundación y ordenación de las escuelas católicas, hay que atender a
las necesidades de los progresos de nuestro tiempo. Por ello, mientras hay que favorecer
las escuelas de enseñanza primaria y media, que constituyen el fundamento de la
educación, también hay que tener muy en cuenta las requeridas por las condiciones
actuales, como las escuelas profesionales,30 las técnicas, los institutos para la formación
26
Sobre todo, los documentos aludidos en la nota 1; este derecho de la Iglesia se proclama, además, en
muchos Concilios Provinciales y en las recientes declaraciones de muchas Conferencias Episcopales.
27
Cf. Pío XI, Encíclica Divini illius Magistri, l. c., pág. 80 y sigs.; Pío XII, Alocución a la Asociación
Católica Italiana de Maestros de escuelas secundarias (U. C. I. I. M.), del 5 de enero de 1954: «Discorsi e
Radiomessaggi», XV, págs. 551-556; Juan XXIII, Alocución al IV Congreso de la Asociación Italiana de
Maestros Católicos (A. I. M. C.), del 5 de setiembre de 1959: «Discorsi, Messaggi, Colloqui», I, Roma,
1960, páginas 427-431.
28
Cf. Pío XII, Alocución a la Asociación Católica Italiana de Maestros Católicos de escuelas secundarias,
l. c., pág. 555.
29
Cf. Pablo VI, Alocución a la Junta Internacional de Educación Católica (O. I. E. C.), del 25 de febrero
de 1964: «Encicliche e Discorsi di Paolo VI», II, Roma, 1964, pág. 232.
30
Cf. Pablo VI, Alocución a la Asociación Cristiana de Trabajadores de Italia (A. C. L. I.), del 6 de
octubre de 1963; «Encicliche e Discorsi di Paolo VI», I, Roma, 1964, pág. 229.
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de adultos, para asistencia social, para subnormales y la escuela en que se preparan los
maestros para la educación religiosa y para otras formas de educación.
El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los pastores de la Iglesia y a todos los
fieles a que ayuden, sin escatimar sacrificios, a las escuelas católicas en el mejor y
progresivo cumplimiento de su cometido y, ante todo, en atender a las necesidades de
los pobres, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia o que no
participan del don de la fe.
Facultades y universidades católicas
10. La Iglesia tiene también sumo cuidado de las escuelas superiores, sobre todo de las
universidades y facultades. E incluso en las que dependen de ella pretende
sistemáticamente que cada disciplina se cultive según sus principios, sus métodos y la
libertad propia de la investigación científica, de manera que cada día sea más profunda
la comprensión de las mismas disciplinas, y considerando con toda atención los
problemas y los hallazgos de los últimos tiempos se vea con más exactitud cómo la fe y
la razón van armónicamente encaminadas a la verdad, que es una, siguiendo las
enseñanzas de los doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino. 31 De
esta forma, ha de hacerse como pública, estable y universal la presencia del
pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior y que los alumnos
de estos institutos se formen hombres prestigiosos por su doctrina, preparados para el
desempeño de las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el
mundo. 32
En las universidades católicas en que no exista ninguna Facultad de Sagrada Teología,
haya un instituto o cátedra de la misma en que se explique convenientemente, incluso a
los alumnos seglares. Puesto que las ciencias avanzan, sobre todo, por las
investigaciones especializadas de más alto nivel científico, ha de fomentarse ésta en las
universidades y facultades católicas por los institutos que se dediquen principalmente a
la investigación científica.
El Santo Concilio recomienda con interés que se promuevan universidades y facultades
católicas convenientemente distribuidas en todas las partes de la tierra, de suerte, sin
embargo, que no sobresalgan por su número, sino por el prestigio de la ciencia, y que su
acceso esté abierto a los alumnos que ofrezcan mayores esperanzas, aunque de escasa
fortuna, sobre todo a los que vienen de naciones recién formadas.
31
Cf. Pablo VI, Alocución al VI Congreso Tomista Internacional, del 10 de setiembre de 1965:
L'Osservatore Romano, 13-14 sept. 1965.
32
Cf. Pío XII, Alocución a los Maestros y alumnos de los Institutos Superiores Católicos de Francia, del
21 de setiembre de 1950: «Discorsi e Radiomessaggi», XII, págs. 219-221; Carta al XXII Congreso de
«Pax Romana», del 12 de agosto de 1952: «Discorsi e Radiomessaggi» XIV, págs. 567-569; Juan XXIII,
Alocución a la Federación de Universidades Católicas, del 1 de abril de 1959: «Discorsi, Messaggi,
Colloqui», I, Roma, 1960, págs. 226-229; Pablo VI, Alocución al Senado Académico de la Universidad
Católica de Milán, del 5 de abril de 1964: «Encicliche e Discorsi di Paolo VI», II, Roma, 1964, págs. 438443.
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Puesto que la suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está íntimamente unida con el
progreso de los jóvenes dedicados a estudios superiores, 33 los pastores de la Iglesia no
sólo han de tener sumo cuidado de la vida espiritual de los alumnos que frecuentan las
universidades católicas, sino que, solícitos de la formación espiritual de todos sus hijos,
consultando oportunamente con otros obispos, procuren que también en las
universidades no católicas existan residencias y centros universitarios católicos, en que
sacerdotes, religiosos y seglares, bien preparados y convenientemente elegidos, presten
una ayuda permanente espiritual e intelectual a la juventud universitaria. A los jóvenes
de mayor ingenio, tanto de las universidades católicas como de las otras, que ofrezcan
aptitudes para la enseñanza y para la investigación, hay que prepararlos cuidadosamente
e incorporarlos al ejercicio de la enseñanza.
Facultades de Ciencias Sagradas
11. La Iglesia espera mucho de la laboriosidad de las Facultades de ciencias sagradas. 34
Ya que a ellas les confía el gravísimo cometido de formar a sus propios alumnos, no
sólo para el ministerio sacerdotal, sino, sobre todo, para enseñar en los centros
eclesiásticos de estudios superiores; para la investigación científica o para desarrollar
las más arduas funciones del apostolado intelectual. A estas facultades pertenece
también el investigar profundamente en los diversos campos de las disciplinas sagradas
de forma que se logre una inteligencia cada día más profunda de la Sagrada Revelación,
se descubra más ampliamente el patrimonio de la sabiduría cristiana transmitida por
nuestros mayores, se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los nocristianos y se responda a los problemas suscitados por el progreso de las ciencias. 35
Por lo cual, las Facultades eclesiásticas, una vez reconocidas oportunamente sus leyes,
promuevan con mucha diligencia las ciencias sagradas y las que con ellas se relacionan
y sirviéndose incluso de los métodos y medios más modernos, formen a los alumnos
para las investigaciones más profundas.
La coordinación escolar
12. La cooperación que en el orden diocesano, nacional o internacional se aprecia y se
impone cada día más, es también sumamente necesaria en el campo escolar; hay que
procurar, con todo empeño, que se fomente entre las escuelas católicas una conveniente
coordinación y se provea entre éstas y las demás escuelas la colaboración que exige el
bien de todo el género humano. 36
De esta mayor coordinación y trabajo común se recibirán frutos espléndidos, sobre todo
en el ámbito de los institutos académicos. Por consiguiente, las diversas facultades de
cada universidad han de ayudarse mutuamente en cuanto la materia lo permita. Incluso
las mismas universidades han de unir sus aspiraciones y trabajos, promoviendo de
33
Cf. Pío XII, Alocución al Senado Académico y a los alumnos de la Universidad de Roma, del 15 de
junio de 1952: «Discorsi e Radiomessaggi», XIV, pág. 208: «La dirección de la sociedad de mañana está
puesta sobre todo en la mente y en el corazón de los universitarios de hoy».
34
Cf. Pío XI, Constitución Apostólica Deus scientiarum Dominus, del 24 de mayo de 1931: AAS., 23
(1931), págs. 245-247.
35
Cf. Pío XII, Encíclica Humani Generis, del 12 de agosto de 1950: AAS., 42 (1950), pp. 568 sigs. 578.
Pablo VI, Encíclica Ecclesiam suam, Parte III, del 6 de agosto de 1964; AAS., 56 (1964), págs. 637-659.
Concilio Vat. II, Decretum De Oecumenismo: AAS., 57 (1965) págs. 90-107.
36
Cf. Juan XXIII, Encíclica Pacem in terris, del 11 de abril de 1963: AAS., 55 (1963), pág. 284 y passim.
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mutuo acuerdoreuniones internacionales, distribuyéndose las investigaciones científicas,
comunicándose mutuamente lo hallazgos, intercambiando temporalmente los profesores
y proveyendo todo lo que pueda contribuir a una mayor ayuda mutua.
Conclusión
El Santo Concilio exhorta encarecidamente a los mismos jóvenes a que, conscientes del
valor de la función educadora, estén preparados para abrazarla con generosidad, sobre
todo en las regiones en que la educación de la juventud está en peligro por falta de
maestros.
El mismo Santo Concilio, agradeciendo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y
seglares, que con su entrega evangélica se dedican a la educación y a las escuelas de
cualquier género y grado, los exhorta a que perseveren generosamente en su empeño y a
que se distingan en la formación de los alumnos en el espíritu de Cristo, en el arte
pedagógico y en el estudio de la ciencia, de forma que no sólo promuevan la renovación
interna de la Iglesia, sino que sirvan y acrecienten su benéfica presencia en el mundo de
hoy, sobre todo en el intelectual.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Declaración han obtenido el
beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad
apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padre, las aprobamos,
decretamos y establecemos con el Espíritu Santo y mandamos que lo así decidido
conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica.
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