NOTA DEL AUTOR: Este texto -De la vida en orsay- es el primer capítulo del libro EL MEJOR Y EL PEOR DE LOS TIEMPOS/ Cómo destruyeron al PRT-ERP, cuyo autor es Rolo Diez y fue publicado por Editorial NUESTRAMÉRICA en el año 2010. DE LA VIDA EN ORSAI... Al leer el relato de Scarpati, Roberto pensó en los primeros movimientos de las piedras y la nieve que al desprenderse en lo alto de una montaña terminan por convertirse en avalancha que arrasa con todo, y recordó que a María Magdalena Nosiglia la conoció cuando ella se llamaba Lita y era una piba de veintiún años, con una panza de ocho meses, que necesitaba un techo. Roberto y Mariana habitaban una casita prefabricada en un callejón cortado junto a la calle Urquiza, a dos cuadras de la estación de colectivos de Rosario. Ahí llegó Lita de la mano de Leopoldo, responsable político del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) en la regional. Corría el año 1974. El tercer gobierno peronista se parecía poco al mito cultivado con fervor por un pueblo que recordaba la dignificación de los trabajadores tres décadas atrás, su participación privilegiada en la distribución de la riqueza nacional y las leyes progresistas que revolucionaron al país y fueron lo más importante en el primer mandato de Perón. El mayor error del presidente que le sacaba a los ricos para darle a los pobres fue no morir en el exilio. En el '74, el maquillado rostro del gobierno popular se oxidaba en el espejo de la realidad: las AAA ensangrentaban el país; los precios subían por el ascensor de una inflación incontenible mientras que, como de costumbre, los salarios lo hacían por la escalera de servicio y el dólar se vendía en el mercado negro a un cincuenta por ciento más caro que su valor oficial. Perón era lo que siempre había sido: un general ambicioso y -junto al Che Guevara, en distintos carriles-, uno de los políticos argentinos más visionarios y creadores del siglo XX. El conductor de masas alineado con el capitalismo y aplicado a modernizarlo, cambiarle la ropa para ser admitido en el club de los países grandes, convertir en Argentina Potencia a esa tierra que, aun teniendo las mejores carnes y mares de cereales para ofrecer al resto del mundo, había rezagado su industria y soportaba los términos de intercambio desiguales impuestos por los países desarrollados. Pero, además, Perón era lo que antes no había sido: el anciano atrabiliario que montado en su estatua, vivo sólo para escupir sobre su leyenda, volvía decidido a evitar que el país cayera en manos de la guerrilla. Las cosas habían cambiado en el país del fin del mundo: el peronismo institucional no sólo se enfrentaba con la oligarquía conservadora sino también con un fantasma que recorría las esperanzas y los insomnios de Argentina: la revolución socialista. Las organizaciones armadas, peronistas y marxistas, todos los días disputaban el poder y planteaban su propuesta. El montoperonismo y el fachoperonismo estaban en guerra. Las AAA, 3A o Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) sembraban de cadáveres las cercanías de Ezeiza. No hay cifras exactas pero sus víctimas se estiman en poco más o menos de dos mil en un par de años. Los cuerpos aparecían como rotas marionetas de un perverso guiñol en una escena preparada para provocar terror y sugerir cautela: acribillados por dos cargadores de pistola ametralladora, las manos atadas con alambre de púas, a veces dinamitados en montón, desparramados sus pedazos. Nadie sabía quiénes eran las AAA, o todos lo sabían y daba lo mismo. Aunque circulaban en los Ford Falcon verdes de la policía, con las armas largas asomando por las ventanillas y las sirenas policiales atronando el aire, y aunque en exhibición y alarde de impunidad fusilaron a un muchacho contra el obelisco, ningún policía del gobierno peronista detuvo a un pistolero de las AAA, ningún juez enjuició a un solo asesino. Las AAA eran el secreto a voces del gobierno peronista, el monstruo oculto en el revés de una moneda que en su lado visible decía "socialismo nacional", y mataban a peronistas de izquierda y a zurdos de cualquier otra denominación. Su jefe identificado, señalado por la voz del pueblo, era José López Rega, pero aunque nadie creyera que El Brujo pudiera actuar por la libre, sin permiso del patrón, Lopecito y el Viejo jugaban al retrato de Dorian Gray y toda la crueldad, toda la carne y los huesos despedazados por la dinamita, todos los asesinatos de seres cuyo crimen era oponerse al fachoperonismo, se cargaban en la cuenta del cabo, quedaban en la piel de López Rega y no tocaban la máscara de severo buen padre de Juan Domingo Perón. Subordinado a la condición de ser al mismo tiempo peronista y socialista, Montoneros inventó la teoría del cerco: "Perón es bueno; el malo es López Rega. El Viejo nada sabe de asesinatos de peronistas ni de los avances del fachoperonismo. Todo eso pasa porque López Rega e Isabel lo tienen cercado y evitan que se entere. ¡Ah, pero cuando el General lo sepa, ahí va a ser el rechinar de dientes!". Lo que era tanto como decir: Nuestro líder, el General, el Viejo, el Potro, el jefe del país, el que junto con Mao Tse Tung ("Ese chinito que me copia todas las ideas") mostraba a los pueblos un sendero luminoso, el más hábil político del mundo... Juan Domingo Perón era un subnormal profundo. Entre llamar al líder viejo decrépito, senil, gagá, forro y llamarlo asesino, no había opciones buenas para el peronismo de izquierda. Pero como según Perogrullo la política es la política, y no se trata de un concurso a ver quien dice más verdades, eligieron la teoría del cerco: El culpable era López Rega; Perón estaba cercado y no sabía nada de los crímenes de las AAA. En El presidente que no fue, Miguel Bonasso propone una hipótesis más cercana a la realidad: El bueno era Cámpora; los malos eran López Rega y el fachoperonismo; Perón ya no era el del '45 y más comulgaba con el esotérico ex cabo de la policía federal y menos con el dentista que liberó a los presos políticos. Esforzándose para ser honesto y seguir siendo peronista, Bonasso ofrece una anécdota en la que Gloria Bidegain, hija del gobernador electo de la provincia de Buenos Aires en marzo de 1973, acompañando a su padre y de visita en la residencia madrileña de Puerta de Hierro, donde pasaba Perón su protagónico exilio, oyó al líder quejarse de los rojos en general y de los infiltrados en el movimiento en particular y decir: "En Argentina hace falta un Somatén". El Somatén o soms atents, es decir, estamos atentos, fue una institución parapolicial y paramilitar catalana del mil seiscientos destinada a proteger al reino de Aragón al que el condado de Catalunya se había unificado. Sus hombres actuaron siempre en colaboración con las autoridades y sectores de ultraderecha, reprimiendo a grupos rebeldes y favoreciendo a las clases altas. En 1931 fue abolido por la Primera República y en 1945 el dictador Francisco Franco lo reorganizó con el nombre de Somatén Armado, dándole la misión de combatir a los guerrilleros libertarios engendrados por la segunda guerra mundial y a las organizaciones obreras clandestinas. Fue disuelto definitivamente por el senado en 1978. Todavía ese año, miembros del Somatén abrieron fuego en L'Hospitalet contra una pareja que, con lujo de indecencia, se abrazaba en la calle. "Mucho después -sigue contando Bonasso-, la hija de Bidegain creyó recordar que el Somatén había sido un cuerpo represivo no oficial que había actuado después de la caída de la República (...) La sombra de aquella charla se extendería sobre los cadáveres que las AAA sembraría en los bosques de Ezeiza, alimentando una sospecha que Gloria no podría confesarse nunca: la idea de la Triple A no había nacido en la cabeza de López Rega, sino en la del propio Perón". Aun escaso en su medido funambulismo, colocando lo que quiere decir en otra boca, el texto era claro y ligaba al jefe del movimiento con el escuadrón de la muerte que inició el terrorismo de Estado en Argentina. Dos mil muertos. Se dice fácil. Dos mil muertos en el cementerio del pueblo. Dos mil compañeros. Catorce mil litros de sangre derramada. En la creación de la logia ANAEL participaron los ex presidentes Juan Domingo Perón, de Argentina y Getulio Vargas, de Brasil. Concebida como herramienta de liberación, ANAEL hablaba de un desplazamiento de los imperialismos desde oriente hacia occidente: primero de Grecia a Roma, luego a Inglaterra y finalmente a Estados Unidos. En adelante -analizaban los fundadores de la logia-, el desarrollo del mundo llegaría por los continentes explotados, por el que llamaban triángulo de la TRIPLE A: Asia, Africa y América Latina. Así nacieron las AAA, como otra propuesta geopolítica en el tablero planetario del poder, luego toparon con la magia y con las luchas sociales argentinas y cristalizaron en banda de asesinos. Cuando el peronismo volvió a ser gobierno encontró un país convulsionado por siete años de dictadura militar (1966- 1973) y por la presencia de organizaciones guerrilleras que hablaban de la "Patria Socialista". José López Rega, operador y secretario personal de Perón, apodado El Brujo, ligado a la logia italiana P2, a la secta afro-brasileña Umbanda, a la CIA, el fascismo italiano y la OAS (Organización de la Armada Secreta francesa, grupo de ultraderecha que luchó contra la descolonización de Argelia), se encargó de convertir a las AAA en Alianza Anticomunista Argentina. Particular mención merece el vínculo establecido entre las AAA de argentina y la P2 de Italia. En 1963 el italiano Licio Gelli entró en la masonería. En 1970 asumió la dirección de la logia PROPAGANDA 2. Vinculada con los servicios secretos italianos y estadounidenses, la P2 reclutó cuadros en el gobierno, en las fuerzas armadas, en El Vaticano, en las finanzas y en la mafia, hasta formar un paralelo Estado secreto en Italia. Al mismo tiempo, se transnacionalizó. El masón Pinochet y los militares uruguayos fueron sus socios y amigos. A través de López Rega la P2 influyó en el tercer gobierno peronista. En septiembre de 1975, según el diario La Opinión, el derechista MSI (Movimiento Social Italiano) tenía en Argentina una estructura celular de quinientos hombres, entre ellos los notorios terroristas Stefano Delle Chiaie y Pierluigi Pagliai. A fines de ese año hubo noticias de que los fachos italianos habían sido convocados por la DINA (Dirección Nacional de Inteligencia) chilena. Más tarde, por conflictos con los mandos trasandinos, los italianos volvieron a buscar a su amigo López Rega y se sumaron a las AAA primero y a la dictadura militar después. Ocurrido el golpe de 1976, la P2 cambió de bando. También tenía gente en las Fuerzas Armadas, entre ellos el almirante Massera, jefe de la Armada y el general Suárez Mason, jefe del Cuerpo de Ejército I, el más poderoso del país. Licio Gelli entregó cien mil dólares para los GT 332: Grupos de Tareas de la Armada destinados a la eliminación clandestina de opositores. De todo hay en la viña del poder, y rechazar por sistema las teorías sobre conspiraciones en la historia no demuestra conocimiento de la realidad. Véase, por ejemplo, el rol de la CIA en los atentados contra las Torres Gemelas del WTC en Nueva York; la construcción de Bin Laden -millonario en dólares, amigo y socio de la familia Bush, reclutado y adiestrado por la CIA para combatir la intervención soviética en Afganistán- como enemigo público número uno del mundo libre; la incapacidad de los servicios de inteligencia y seguridad de los países desarrollados para encontrar al hombre supuestamente más buscado del planeta y la montaña de mentiras levantada por la administración de George Walker Bush para preparar la invasión de Irak. Sigamos con ANAEL y la conversión de la princesa en bruja. Ya en 1973, pocos meses después de que Perón diera su golpe palaciego y desplazara del sillón presidencial a Cámpora, las AAA le pusieron una bomba al senador radical Hipólito Solari Yrigoyen y lanzaron el terrorismo de Estado. Descartado el "cerco", no hay forma de quitarle esa lápida a Perón. O sí la hay, y es el silencio. "El verdugo siempre mata dos veces -ha dicho Eli Wiessel, sobreviviente del holocausto y premio Nobel de la paz-; la segunda, a través del silencio". Un silencio devenido en estruendo al confrontarlo con los pronunciamientos del General en esos tiempos. Poco después de las elecciones en que triunfó Cámpora, según cuenta Bonasso, Perón le dijo a Bidegain: "En Argentina hace falta un Somatén". En el día del retorno definitivo del General los fachos organizaron una matanza de fuerzas populares en Ezeiza. Fijando su posición, para que nadie se llame a engaño, Perón dijo al país: "Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro movimiento o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado, se equivocan". Y en clara alusión a Montoneros y JP, (por elevación y analogía también al PRT-ERP), aclaró: "La juventud está cuestionada por los sucesos de Ezeiza". Antes de que se produjera el Navarrazo en Córdoba, preparando el terreno para el golpe fascista en la provincia, Perón dijo: "En Córdoba hay un foco infeccioso". Después del Pinochetazo en Chile, Perón dijo: "Estoy seguro de que domaremos a la guerrilla. Allende cayó por su extremismo y Chile nos ha enseñado muchas cosas. O los guerrilleros dejan de perturbar la vida del país, o los obligaremos a hacerlo con los medios de que disponemos, los cuales, créame, no son pocos". Roberto consultó con un compañero. -¿Qué pasa? ¿Por qué nadie dice que el verdadero jefe de las AAA era Perón? ¿Es que los argentinos somos el ciego que no quiere ver, o somos los tres monos que ni ven ni oyen ni hablan, padecemos acaso amnesia colectiva, una caricatura de la corrección política nos obliga a comer mierda, o pasa que si los malos fueron los militares que mataron a treinta mil, entonces el que únicamente hizo matar a dos mil vuelve a ser bueno y podemos seguir contándonos el cuento de la buena pipa? (1). -Pasa que a los peronistas les vino bien la teoría del cerco y no van a ir a mear la estatua de su líder. Perderían su identidad si lo hicieran, no sabrían qué hacer con su nombre, porque si por acción u omisión, dando la orden o permitiendo el hecho -tal vez diciendo "Hay que hacer esto, Lopecito. Ocupate vos pero a mí no me digas nada. Yo tengo un nombre que cuidar"-, Perón hacía matar gente del pueblo, honestos luchadores, compañeros justicialistas, lo mejor del movimiento, cómo podrían ellos seguir siendo peronistas. Es demasiado y no pueden soportarlo. Entonces, lo dicho: Perón era bueno; el malo fue López Rega. Seguros de no convencer a nadie, eso dicen y eso van a seguir diciendo. -Bueno, pero por qué no lo decís vos, que no sos peronista. -Para vos es fácil: vivís en México. Ahí te matan los narcos, los terremotos o la influenza porcina, pero acá es distinto. El vecino de arriba puede ser un sobrino de Almirón, los del costado pueden ser compinches de Norma Kennedy o Brito Lima. Los demonios siguen sueltos, colega. Cualquiera de ellos te puede liquidar. Acordate de Julio López. Acordate de Julio López... ¡como si fuera posible olvidarlo! Pues eso, entonces: el cerco. Anestesiar la memoria, leerle La razón de mi vida para que se duerma, no tocar al Viejo ni con el pétalo de una sospecha; además, acuérdense de Julio López, y, finalmente, en boca cerrada no entran moscas. Corría 1974. Luego de una breve etapa de filoperonismo chino-estudiantil, Roberto militó en el GEL (Guerrilla del Ejército Libertador), un grupo platense y un subgrupo en capital formados por escasas decenas de hombres y mujeres, algunos antes relacionados con el EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) de Masetti y otros cercanos a John William Cooke. Después entró al PRT, cayó preso, fue amnistiado en el '73 y designado responsable de un equipo del ERP en Rosario. En ese año estuvo cerca de figurar entre los primeros muertos del PRT durante el gobierno peronista. Una operación fallida y el posterior enfrentamiento con la policía rosarina cobró las vidas de los compañeros Silva y Tetamanti. Roberto salió del trance con una bala en la rodilla. Luego vino el cambio de pareja sentimental, la conversión en apestado de un militante que no había leído bien Moral y Proletarización, el tránsito reeducativo a un frente de masas, el trabajo como obrero en un frigorífico, la reivindicación frente al partido -que tampoco había tantos cuadros y en cambio al veloz ritmo del tren revolucionario las tareas se multiplicaban-, y el reingreso al frente militar en el estado mayor de la regional Rosario. A mediados de 1974, María Magdalena Nosiglia, Lita, llegó a Rosario y se instaló en la casa de Roberto y Mariana. (1) Según el dudoso Martin Edwin Andersen -Dossier Secreto-, documentos desclasificados del Departamento de Estado norteamericano informan que Perón autorizó la formación de grupos paramilitares que debían actuar ilegalmente contra los subversivos, sea recurriendo a secuestros, a interrogatorios o a la ejecución de los terroristas.