DE LA REGIÓN VACCEA A LA ARQUEOLOGÍA VACCEA Fernando Romero Carnicero Carlos Sanz Mínguez (editores) DE LA REGIÓN VACCEA A LA ARQUEOLOGÍA VACCEA Vaccea Monografías, 4 Fernando Romero Carnicero Carlos Sanz Mínguez editores De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Valladolid, 2010 Varios trabajos incluidos en el presente volumen se han desarrollado en el marco del Proyecto de Investigación de I+D+i (2004-2007) Vacceos: identidad y arqueología de una etnia prerromana en el valle del Duero (HUM2006-06527/HIST), del Ministerio de Educación y Ciencia. Esta publicación ha contado con el apoyo financiero del Ministerio de Ciencia e Innovación a través de la Acción Complementaria para Proyectos de Investigación Fundamental no orientada (HAR2009-07138-E) De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea. © De la presente edición: Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg” de la Universidad de Valladolid © Fernando Romero Carnicero y Carlos Sanz Mínguez, editores © De los textos: los autores respectivos Edita: Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg” de la Universidad de Valladolid Colabora: Ministerio de Ciencia e Innovación Maquetación y diseño: Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg” de la Universidad de Valladolid y Eva Laguna Escudero Impresión: Ochoa Impresores Impreso en España - Printed in Spain ISBN: 978-84-7359-666-4 Depósito Legal: VA-9060/2010 LOS VACCEOS A TRAVÉS DE LAS FUENTES: UNA PERSPECTIVA ACTUAL* EDUARDO SÁNCHEZ-MORENO Universidad Autónoma de Madrid “Las conclusiones deducidas del estudio de las fuentes en relación a la cronología absoluta de los espacios, horizontalmente considerados; las derivadas de la estratigrafía, en relación a su tipología y cronología relativa; las deducidas del estudio del hábitat y comarca, en orden a la fijación de poblaciones y a su distribución, así como la gran demografía que superó la de todas las etapas anteriores estableciendo la denominación de los lugares (…), nos señalan la presencia de un pueblo que desde los finales del siglo IV a.C., aparece definido en la que llamamos, desde un punto de vista geográfico-histórico, la región vaccea. Queda en pie una cuestión trascendente, la distribución peninsular de estas tipologías y su cronología inicial para cada lugar. En suma, el fondo étnico y la difusión del llamado celtiberismo. A través de este encaje de hechos, podrá explicarse en un futuro el valor de la romanidad vaccea”. (Wattenberg, 1959: 180) “Los vacceos sobresalieron entre todos por sus tradiciones comunitarias. No sabemos bien sus hábitos internos, aunque no son * Este trabajo se enmarca en el Proyecto de Investigación HAR2008-02612 financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. 65 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea difíciles de adivinar, pero sí hay testimonios suficientes de su forma de trabajo productivo que ha venido distinguiéndose entre los demás por su comunitariedad. Si la vida gentilicia tiene que ver con las costumbres comunales, entonces ya no cabe duda que los vacceos conocieron profundamente las estructuras de las gentilitates. (…) Los vacceos constituyen un pueblo original dentro de la meseta. (…) Poseen una estructura social de raigambre gentilicia y ejercen un tipo de economía tan singular que les lleva a sobresalir por encima de otros grupos del centro. Su forma de vida y de sociedad les hace fuertes para establecer pactos continuos con sus vecinos y con los romanos. Su dedicación al trabajo provoca que los pobladores de las inmediaciones y los ejércitos que se mueven por la región miren con cierta codicia sus campos. Su cultura es tan desarrollada como para crear urbes de importancia histórica”. (González-Cobos, 1989: 87-88, 240) “Esta es la imagen que los textos clásicos nos revelan de los vacceos. La de un pueblo sobre un terreno abierto y transitable, meta de expediciones de fuerza cartaginesa, solidario y fraterno con los numantinos en su guerra contra Roma y, de esta suerte, azotado por los romanos con campañas destructivas para sus ciudades y campos de cereal. Además de estimando a sus guerreros hasta hacer de su muerte un rito expositorio, los vacceos se asoman en las fuentes con un singular sistema de explotación agrícola y con un dilatado mosaico poblacional de ciudades afianzadas. Resultan muy indicativas las calificaciones de culto, urbano, respetuoso u organizado, que las fuentes desprenden de estas gentes. Esto es ya un punto a su favor. Por ello mismo, pasando la oración a pasiva, sorprende en primera instancia pero alcanzamos a comprender después, la escasísima atención que les presta Estrabón –compárese con la anécdota burlesca que el de Amasia dedica a los vetones (Estrabón, III, 4, 16) y todo lo que ello lleva implícito, o más aun con las descripciones en nada inocuas de los pueblos más norteños (Estrabón, III, 3, 7-8). (…) la larga tradición de contactos culturales, remontables siglos atrás, que los vacceos históricos establecen con otros ámbitos meseteños y extra-meseteños, entre los que hay que incluir interacciones diplomáticas y prácticas comerciales, modelan la personalidad 66 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual de un pueblo que a la luz de los textos clásicos se nos presenta, además de con personalidad y brío, con un considerable desarrollo”. (Sánchez-Moreno, 1998: 67) “Unos rasgos de poblamiento y organización urbanísticas [en el área vaccea], como los que acaban de consignarse, rompen drásticamente con la imagen de primitivismo que normalmente se venía manteniendo para estas regiones. Ha quedado plenamente demostrada la peligrosidad que representa la literal reproducción de ciertos pasos proporcionados por los autores clásicos, pues no siempre están en condiciones —y, desde luego, tampoco es su cometido— de aproximarnos bases firmes para la reconstrucción de algunas importantes facetas culturales del pasado de estos pueblos, como lo es entre ellas el poblamiento. Se hace difícil ya seguir a determinados autores —pensamos ante todo en Estrabón— que ante estas demostraciones de capacidad organizativa por parte de algunas comunidades, se limitan a reflejar la contraposición entre las ‘civilizadas’regiones mediterráneas y la ‘embrutecida’Meseta y septentrión, exponer discutibles opiniones acerca del escaso margen de influencia que las civitates llegaron a alcanzar en estos medios agrestes o, en fin, urdir llanas simplezas relativas a algunas costumbres ofensivas al delicado gusto grecolatino aplicadas a sus pobladores. (…) Las demostraciones de su poblamiento, el más desarrollado en nuestra opinión de cuantos estudiamos y con una organización urbanística que, aunque en absoluto pretendemos equiparar a otros sectores hispanos de mayor tradición politana, sí debe valorarse en sus justos términos en relación con algunos inveterados parámetros, acaban drásticamente con la imagen de un mundo bárbaro, depauperado y tribalizado”. (Gómez Fraile, 2001a: 150-151) “Vistas así las cosas, las gentes del Soto, o al menos una parte de ellas, no serían sino los ancestros directos de los vacceos, por más que, desde el punto de vista arqueológico, muestren ciertas diferencias materiales y culturales entre sí; sabemos que los poblado- 67 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea res del Duero medio son, desde finales del siglo III a.C., ese grupo étnico al que los escritores antiguos llaman vacceos, pero la Arqueología nos enseña también que son las mismas gentes que encontramos en la Región desde, como mínimo, finales del siglo V a.C. y, como se desprende de lo dicho, desde mucho antes, con bastante probabilidad”. (Romero y Sanz, 2007: 41) Historiografía y metodología Cual mojones de un camino, los pasajes anteriores dan selectiva muestra de los enfoques y las deducciones que el avance de la investigación en los últimos cincuenta años ha ido deparando en el estudio de los vacceos, los pobladores de la cuenca central del Duero en la Edad del Hierro y bajo dominio romano. Lo que hoy sabemos del territorio, la historia o las formas de vida de los antiguos vacceos, como igualmente las dudas que persisten y empero suscitan el avance de la ciencia, son el resultado del diálogo intelectual establecido entre, parafraseando a M.I. Finley (1986), el historiador y sus fuentes. Esto es, la interacción entre los registros de información disponibles (sin menoscabo de su carácter primario o secundario y de la naturaleza literaria, arqueológica, iconográfica, paleoambiental o meramente historiográfica de los datos) y la hermenéutica sobre ellos ejercida por quienes, con diversos métodos y ópticas científicas, analizan el pasado. Por cierto, no está de más recordarlo, la lectura del pasado se hace irrenunciablemente desde el presente, el del historiador y su tiempo, con sus inquietudes y técnicas, lo que inevitablemente perfila la aproximación al objeto de estudio. Pero en ocasiones, y esto segundo parece sin duda más pernicioso, la interpretación del pasado no sólo se fragua desde el presente sino también para el presente, abriéndose así camino a la maniquea instrumentalización de la historia. Sirva este excurso para subrayar que historiografía y metodología -contextuales, adaptativas y cambiantes- van de la mano en el proceso investigador de la humanidad, desde Heródoto a la globalización de Internet. Y que lo que ahora nos ocupa, hacer una valoración o puesta al día de los vacceos a partir de uno de sus registros de información, las fuentes clásicas, exige tener en cuenta, amén de la exégesis de los testi- 68 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual monios primarios, las aportaciones de los autores modernos. Abriendo surco unos, renovando el camino otros, escrutando sendas complementarias los más intrépidos, todos han contribuido al avance de la investigación. De ella no sólo forma parte el poso crítico de cada autor, sino también el bagaje intelectual y técnico, la teoría y el material de sus entornos. Son los marcos que ciñen al retratista y su retrato; el encuadre, en definitiva, de la fotografía. No olvidemos que como dinámica diacrónica, la investigación alcanza su pleno resultado cuando atiende la totalidad del proceso historiográfico que lleva a la formulación de sucesivas hipótesis. Se entenderá así que, fijándonos en las citas que prologan este trabajo y empezando por el pionero prospector de la región vaccea, F. Wattenberg, cuya seminal obra cumple ahora medio siglo (Wattenberg, 1959), la originalidad de su planteamiento resida en la atención al medio físico como escenario histórico. Se entreven en esta aproximación los principios de la Geografía regional que la escuela de Annales llevaba aplicando al análisis histórico. Una corriente que desde Francia, tímidamente, empezaban a calar en jóvenes investigadores españoles de la posguerra como J. Vicens Vives (Aguirre Rojas, 1999: 117-140; Cuenca, 1999: 199-200). En el caso de F. Wattenberg, la innovación era si cabe mayor al llevar el análisis del territorio al ámbito de la Prehistoria e Historia Antigua para integrarlo con la información literaria y arqueológica, a pesar del exiguo conocimiento de esta última. En sus propias palabras, “este estudio horizontal [en el sentido de geográfico] ha permitido mostrar con seguridad lo que en otras partes de la Península es conocido y que aquí no se hallaba: una distribución del hábitat y una correspondencia del mismo con las fuentes literarias; por lo tanto, un campo arqueológico organizado” (Wattenberg, 1959: 5). Se inauguraba así una aproximación espacial y poblacional a las culturas protohistóricas que, en el caso de la arqueología de los vacceos, no ha hecho sino continuarse y consolidarse especialmente en las dos últimas décadas (Romero, Sanz y Escudero, 1993; Sacristán, 1994; 1995; 1997; Sacristán et alii, 1995; Delibes, Romero y Morales, 1995; Sanz y Romero, 2007a). Mientras tanto, el correr de los años trae o mantiene otras tendencias. Así, exactamente tres décadas después de la publicación de La región vaccea de F. Wattenberg ve la luz la monografía de A.M. González-Cobos, titulada, Los vacceos. Estudio sobre los pobladores del valle medio del Duero durante la penetración romana. Con base en 69 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea las fuentes clásicas y epigráficas, la obra se centra, en efecto, en las transformaciones socioeconómicas derivadas de la presencia romana en el corazón duriense (González-Cobos, 1989). Como deducirá el lector del segundo de los pasajes arriba extractado, la autora refrenda el paradigma gentilicio que, avanzados los años ochenta del pasado siglo, servía aún para definir las sociedades prerromanas desde el campo de la Historia Antigua más filológica. Sin desligarse de la caracterización primitivista y tribal de los pueblos hispanos heredada de A. Schulten, González-Cobos asume los postulados del materialismo histórico que M. Vigil y sus discípulos habían introducido en el debate de las sociedades antiguas peninsulares años antes (Vigil, 1963; cfr. Salinas, 1979; 1989a; Lomas, 1980; 1990). Principal leitmotiv de dicho debate será la gradual disolución del ordenamiento gentilicio (y en el caso vacceo, explícitamente, del sistema colectivista de la propiedad al que aludiría Diodoro de Sicilia) por efecto de la romanización. La autora mantiene estas premisas en un trabajo que, aferrado a planteamientos ya algo obsoletos en el momento en que ve la luz (González-Cobos, 1989: 180-194, 213-222; cfr. González-Cobos, 1990; 1993-1994), adolece de crítica en el tratamiento de las fuentes clásicas (González-Cobos, 1989: 17-18, 35-42). Precisamente, la revisión desde finales de los años noventa de la tradición literaria sobre los pueblos prerromanos y su contraste con el registro arqueológico de poblados y necrópolis, ha propiciado una renovación en la aproximación a las comunidades de la Edad del Hierro. Para el ámbito indoeuropeo o céltico en el que se integran las tierras meseteñas, las propuestas entre otros de J.M. Gómez Fraile (2001a; 2001b) y E. Sánchez-Moreno (1998; 2000a; en último lugar, 2008a) señalan un punto de inflexión en este sentido, si bien trabajos precedentes habían planteado ya la conexión entre arqueología y fuentes en el acercamiento a los vacceos (Domínguez, 1986-1987; 1988; Salinas, 1989b; Mañanes, 1991). Es esta orientación revisionista, integradora y crítica la que consideramos hoy más adecuada para abordar el estudio de los pueblos prerromanos, a pesar del no siempre fácil diálogo entre Historia Antigua y Arqueología (Finley, 1986: 37-43; Knapp, 1998; Laurence, 2004). En ella tres aspectos resultan esenciales. En primer lugar, desde el punto de vista metodológico, el enfoque interdisciplinar que toma en consideración la suma de evidencias disponibles (literario-epigráficas, arqueométricas, paleoambientales…) y no sólo las de un determinado registro. Esto último había dado lugar a 70 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual una dualidad discordante y empobrecedora cual era tener que optar entre la tentativa arqueológica o la tentativa filológica para estudiar los pueblos prerromanos de la Península Ibérica. Elegir, en suma y para que resulte gráfico, entre Estrabón o los ajuares funerarios, entre las inscripciones latinas de tradición indígena o la arquitectura de los castros, negando puentes entre ellas. En los planes de estudio universitarios el mejor ejemplo de este divorcio era y aún sigue siendo la distinta —y distante— caracterización de las sociedades protohistóricas según se aborden en programas de asignaturas de Prehistoria (al final de los mismos: la Edad del Hierro) o de Historia Antigua de la Península Ibérica (al principio de los mismos: sustrato indígena). Detrás de ello subyace, además del peso de distintas tradiciones investigadoras, un esquematismo docente y académico que encaja mal con la transversalidad y el dinamismo de la Protohistoria. Un esquematismo, duele reconocerlo, aún no del todo resuelto. En segundo lugar, pasando ahora a los aspectos analíticos, es indispensable la disección de los estereotipos sobre los bárbaros hispanos presentes en el discurso historiográfico grecolatino, en el que como veremos tienen su razón de ser y cabida en tanto productos culturales de un determinado tiempo, en tanto percepciones o verbalizaciones de una forma concreta de entender la ecúmene y sus protagonistas (Plácido, 1993: 168-169). El hecho de que el devenir azaroso de los tiempos haya convertido estos testimonios en fuente histórica, no significa que sean incuestionables o absolutos, ni que transmitan la historicidad de los hechos en estado puro, como entendían los historiadores positivistas. Muy al contrario, el legado literario antiguo está necesitado de un ejercicio de decodificación, de un análisis hermenéutico que extraiga su significado como fuente. En efecto, volveremos sobre este particular más adelante. Y en tercer lugar y en paralelo al ejercicio de descontaminación de los textos clásicos, para una correcta valoración del tiempo protohistórico es indispensable contemplar los marcos medioambiental, cultural y tecnológico correspondientes. Ello exige una aproximación analítica a los espacios materiales y sus asociaciones, lo que conjugado con otros registros y sirviéndonos de modelos teóricos y analogías, permite advertir la complejidad inherente a las sociedades de la Edad del Hierro (Hill y Cumberpatch, 1993; Wells, 2002: 335-336), a pesar de las dudas que aún persisten sobre su funcionamiento real (Hill, 2006). Es así como, integradamente, se obtiene una imagen más matizada y cabal de las gen- 71 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea tes prerromanas. En el caso de los vacceos, tal y como inciden las citas de E. Sánchez-Moreno y J.M. Gómez Fraile recogidas al principio, esta relectura muestra a las claras el desarrollo urbano, económico y sociopolítico que caracteriza a las gentes de la cuenca central del Duero en vísperas de su encuentro con Roma (Romero y Sanz, 1997; 2007; Sánchez-Moreno, 1998-1999; 2002; Gómez Fraile, 2001a: 139-151; Sanz y Martín Valls, 2001; Romero et alii, 2008: 683-702). Es de justicia reconocer que la revalorización de los vacceos, o más propiamente de la cultura vaccea, se apoya y posibilita en los resultados de las investigaciones arqueológicas promovidas en los últimos veinticinco años tanto por el Servicio de Arqueología de la Junta de Castilla y León, como por el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valladolid. Y desde su creación en 2001, por el Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg” de dicha universidad, que ha focalizado su actuación en el área arqueológica de la antigua ciudad de Pintia, correspondiente al conjunto de yacimientos de Las Quintanas, Las Ruedas y Carralaceña entre Padilla y Pesquera de Duero (Valladolid) (Sanz et alii, 2003a; Sanz y Romero, 2005). La identificación de un patrón de asentamiento nuclearizado y distintivo –con los vacíos vacceos como yermos dispuestos fronterizamente entre los oppida(Sacristán, 1989; 1994; 1995; San Miguel, 1993; Sacristán et alii, 1995), el ordenamiento urbano que denotan los hábitats de mayor categoría (del Olmo y San Miguel, 1993; San Miguel, Arranz y Gómez, 1995; Centeno et alii, 2003; Sanz y Romero, 2007b: 59-67), un ritual funerario cada vez más significado según pone de manifiesto la paradigmática necrópolis de Las Ruedas (Sanz, 1998; Sanz y Velasco, 2003: 145-247) o la etnogénesis de continuidad entre la cultura Soto del Hierro Antiguo y el mundo vacceo que eclosiona en el siglo IV a.C. (Delibes et alii, 1995: 59-88; Sacristán, 1997; Fernández-Posee, 1998: 155-162; Romero y Sanz, 2007: 26-41), y así lo compendia la última cita que sirve de preámbulo, son algunos de los patrones que mejor definen hoy la arqueología vaccea. Por lo demás, se trata de un conjunto cultural con señas de identidad reconocidas en una serie de manufacturas y decoraciones tenidas ya por típicamente vacceas. Entre ellas deben señalarse las cerámicas elaboradas a mano que mezclan motivos peinados e impresos (Sanz, 1998: 245-272; 1999), producciones alfareras singulares como las cajitas tetrápodas o las sonajas (Wattenberg, 1960-1961; 1965; Martín Valls y Romero, 1980; Sanz, 1998: 314-336), el puñal del tipo Monte 72 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual Bernorio (Sanz, 1990; 1998: 427-440), joyas de manifiesta personalidad como son torques funiculares y brazaletes espiraliformes (Delibes et alii, 1993), o la iconografía zoomorfa cenital representada en diversos soportes (Romero y Sanz, 1992; Blanco, 1997; Sanz, 1998: 440-444). En fin, qué duda cabe que los vacceos gozan de buena salud arqueológicamente hablando. Pero vayamos por partes y tornemos a la obra del maestro que aquí recordamos. Fig. 1. Portada del libro de F. Wattenberg, La Región Vaccea. Celtiberismo y romanización en la cuenca media del Duero (Madrid, 1959). 73 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Federico Wattenberg y el bautismo de la Región vaccea Como ya se ha dicho, debemos a F. Wattenberg la enunciación de la “región vaccea” como sujeto historiográfico de la Hispania antigua. La contempla, en el trabajo que supuso su tesis doctoral, como una unidad geohistórica definida por dos variables, el suelo y la etnia, determinantes a la postre del primer poblamiento estable reconocible en el territorio articulado por el eje Duero-Pisuerga (Wattenberg, 1959: 9; cfr. Romero y Sanz, 2009). Deudor de las corrientes invasionistas celtas omnipresentes en su época, considera a los vacceos un pueblo de origen danubiano e influencia véneto-iliria que a finales del siglo IV a.C. se configura poblacionalmente en la cuenca central del Duero (Wattenberg, 1959: 18, 27-31, 179-180). Estrechamente emparentados con los arévacos hasta el punto de hablar de una “cultura vacceo-arévaca”, F. Wattenberg condensa el desarrollo de los vacceos en dos etapas: la indígena, definida por la fijación de los primeros hábitats y un celtiberismo cultural; y la propiamente histórica, derivada de la presencia romana y en la que florecen las ciudades y vías de comunicación adscritas por las fuentes al territorio vacceo. Si en lo pragmático destaca su atención al medio físico, el manejo cartográfico y toponímico y una incipiente labor de prospección arqueológica y sistematización de yacimientos y materiales de la Edad del Hierro, en lo interpretativo el discurso de F. Wattenberg está sometido al dictado de las fuentes clásicas, que son quienes articulan la “historia vaccea” (Wattenberg, 1959: 31-47). Ello alcanza su cenit en las conclusiones del estudio. En ellas, los repertorios arqueológicos y las escasas estratigrafías disponibles (como la del Soto de Medinilla, que empieza a excavarse en 1956 aunque se trata de un yacimiento conocido desde antes: Barrientos, 1933-1934; Palol, 1958) se supeditan a la cronología absoluta de los episodios de la conquista romana consignados en las fuentes (Wattenberg, 1959: 177-178, 181, fig.15). Así, la célebre expedición de Aníbal contra las ciudades de Helmántica y Arbucala (220 a.C.), o las de Lúculo (151 a.C.) y Escipión Emiliano (134 a.C.) asolando el campo vacceo para bloquear el suministro a los numantinos, marcan la pauta en la clasificación cronológica de los materiales cerámicos de finales de la II Edad del Hierro. Mientras que posteriormente, la acción de Metelo contra un grupo de vacceos y celtíberos sublevados (56 a.C.), o las campañas iniciales de Augusto contra cántabros y astures (29-25 a.C.), establecen el horizonte de romanización de los yacimientos vacceos. 74 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual Esta lectura —indudablemente forzada— de la cultura material desde el prisma de las fuentes clásicas es lo que M. Crawford y A. Snodgrass denuncian como falacia positivista, a saber, el recurso automático de buscar en las fuentes históricas una legitimación del dato arqueológico (Crawford, 1986: 142-146; Snodgrass, 1990: 50-53; cfr. Domínguez, 1991: 16). Se trata de un vicio de la llamada arqueología filológica latente hasta no hace mucho en la investigación española. Consiste éste, es fácil observarlo, en primar o sobrevalorar la tradición historiográfica grecolatina —que juega el papel de hilo histórico, no de fuente o expresión cultural— hasta el punto de someter el registro arqueológico al discurso cronohistórico de las fuentes. Con otras palabras, el dato arqueológico no es hábil ni estimable si no tiene corroboración en las fuentes. Es como si, hiperbolizando los ejemplos, los yacimientos vacceos interesaran sólo si constatan el marfil de los elefantes de Aníbal, los graneros colectivistas, el nivel de destrucción causado por Lúculo, el rastro de los incendios de Escipión, las monedas acuñadas por Augusto o la inscripción que demuestre que estamos en la antigua Intercatia. La clave para dilucidar este entuerto, verdadero desencuentro entre textos y arqueología, estriba en reconocer que cada fuente dispone de su pro- Fig. 2. Esquema cronológico de la II Edad del Hierro en la región vaccea con base en las campañas militares romanas, según F. Wattenberg (1959: 181). 75 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea pia lógica, de su propio lenguaje interno como enseguida veremos. Y que el imperioso empeño en casar evidencias de distinta naturaleza, como si de unir parejas se tratara, por no hablar de la supeditación de un dato o tipo de aproximación frente a otros, no hacen si no sesgar, cuando no manipular, la interpretación del registro. Al margen de estos defectos metodológicos deducidos como tal muchos años después de su formulación, es incuestionable la deuda contraída con F. Wattenberg. Así lo reconoce la moderna investigación arqueológica, para quien el conocimiento sobre el pueblo vacceo sienta sus bases todavía hoy sobre buena parte de los presupuestos wattenbergianos, pese a que algunas de sus opiniones —sobre todo las que atañen a los modelos invasionistas o a su encorsetado esquema cronológico vinculado a las campañas militares romanas— hayan sido expresamente rechazadas u olvidadas (Sanz, 1998: 11). Su prematura muerte (a los 44 años) acaba con un potencial investigador que no encuentra reflejo en las escuetas líneas que le dedica el reciente Diccionario histórico de la arqueología en España (Díaz-Andreu et alii, 2009: 705-706); sobre todo si se compara con semblanzas más nutridas desde la perspectiva de la contribución de F. Wattenberg al patrimonio arqueológico y museístico castellano, su visión integral y continuista del pasado, o sus excavaciones en yacimientos de la enjundia de Soto de Medinilla, Simancas o Numancia (Delibes, 1993; Wattenberg García, 2004: 194-196; 2008; Romero y Sanz, 2009). De la narración a la definición de los vacceos o la inevitable secesión entre textos y arqueología Es cierto que en las cuatro décadas que van desde la publicación de La región vaccea a finales de los años noventa, los estudios sobre los vacceos han seguido caminos divergentes en función de sus planteamientos de partida y de los materiales empleados en su análisis. Así, por un lado, a partir sobre todo de los años ochenta se avanza notablemente en el conocimiento de la Edad del Hierro del valle del Duero, incrementándose el número de yacimientos soteños y profundizándose en la secuencia cultural y definición arqueológica del grupo aún llamado “arévaco-vacceo” o “duriense” (Palol y Wattenberg, 1974; Mañanes, 1979; 1983; Romero, 1985; Martín Valls, 1985; 1986-1987; Sacristán, 1986a; 1986b; 1989; Delibes y Romero, 1992; Martín Valls y Esparza, 1992). 76 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual Como ya se ha indicado, esta trayectoria se acrecienta en y desde los años noventa sobre la base de proyectos de investigación más ambiciosos e interdisciplinares. Además de ampliarse las secuencias estratigráficas de algunos yacimientos emblemáticos y de perfilarse las dinámicas de un poblamiento vacceo cada día mejor definido (Sacristán, 1994; 1995; 1997; Sacristán et alii, 1995), los nuevos proyectos integran en sus conclusiones análisis antropológicos, arqueobotánicos, arqueofaunísticos y de residuos orgánicos, enriqueciendo con ello cualitativamente el panorama interpretativo (Romero, Sanz y Escudero, 1993; Delibes, Romero y Morales, 1995; Sanz y Romero, 2007a). Se forja así la arqueología vaccea del siglo XXI, una de las más pujantes en la reciente investigación de la Edad del Hierro. Mientras tanto, en esas mismas décadas los trabajos de Historia Antigua, más inmovilistas debido acaso a las reducidas posibilidades de aumentar el caudal de materiales primarios, inscripciones latinas aparte, se centran en el amplio apartado de “indigenismo y romanización” en la región del Duero. El mismo se aborda frecuentemente desde una acotación provincial o autonómica que no deja de implicar cierto sesgo al tratarse de demarcaciones administrativas difícilmente ajustables a la territorialidad antigua. Dentro del apartado de “indigenismo y romanización” adquieren protagonismo tres subtemáticas: 1) el proceso de conquista y la administración romana, siguiendo una dilatada tradición historiográfica (Mangas y Solana, 1985; Salinas, 1986; 1995; González-Cobos, 1986-1987; 1988; 1989; Roldán, 1995; 1997); 2) la pervivencia de estructuras sociales indígenas reconocidas epigráficamente, con hallazgos tan interesantes como la tabula hospitalis de Montealegre de Campos, que descubre la cognatio Magilanicum (Albertos, 1975; 1981; González, 1986; Balil y Martín Valls, 1988; González y Santos, 1994; Salinas, 1994; González-Cobos, 1995-1996); y 3) el estudio de la red viaria y las ciudades hispanorromanas en territorio castellano-leonés, con base en la información de las fuentes (Plinio, Tolomeo), los itinerarios y la epigrafía miliaria (Mañanes y Solana, 1976; 1985; Solana, 1994-1995; cfr. TIR K-30: passim). Las tres temáticas siguen siendo objeto de atención hoy en día (Hernández Guerra y Sagredo, 1998; Hernández Guerra, 2002; 2007; Curchin, 2004; Solana y Sagredo, 2006). Teniendo en cuenta la diversificación existente entre la Arqueología protohistórica y la Historia Antigua, la exégesis de los vacceos se ha venido haciendo conforme a dos patrones. Bien literariamente, esto es, 77 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea desde el relato del avance militar romano en el territorio y el consiguiente impacto, transformación e integración de las comunidades locales en el Imperio romano: lo correspondiente al estadio de los vacceos “históricos”, en contacto con Roma o romanizados. Bien arqueológicamente, así pues desde la caracterización de sus formas de vida a partir de la información deducida de hábitats, necrópolis, repertorios ergológicos y análisis paleoambientales: lo aplicado en esencia a los vacceos prerromanos, indígenas o de la Edad del Hierro. Así pues, vacceos narrados frente a vacceos fosilizados. Gentes sobre el papel (representadas desde la óptica de los autores griegos y romanos) frente a huellas de gentes (que aproximan cómo vivían y morían quienes las dejaron tras de sí). Si en la primera tendencia, la literaria, prima el discurso de las historias militar y político-administrativa o los debates de corte socioeconómico (la disolución del ordenamiento gentilicio y el colectivismo agrario como temas recurrentes); en la segunda, la arqueológica, lo habitual son los análisis de yacimientos y comarcas, las tipologías de materiales (cerámicas, armas y objetos de adorno) o la formación del sustrato. Sin embargo, pocas veces se ha abordado el estudio de los vacceos, de los pueblos prerromanos en suma, desde la integración de diversos registros y enfoques. O cuando se ha hecho los resultados no siempre son óptimos. Como decíamos líneas atrás, ello se debe en buena parte al peso de las diversas tradiciones y a la falta de diálogo entre disciplinas académicas. La Prehistoria por un lado, la Historia Antigua (entendida fundamentalmente como Antigüedad romana) por otro. Y la Protohistoria de por medio, adscribiéndose a una u otra según se opte por una aproximación más filológica o más material. Ello ha convertido a la Protohistoria en una suerte de hiato unas veces, de comodín historiográfico otras, cuando en realidad se trata de un período crucial en la progresión interna e interacción de las primeras comunidades estatales (Gracia y Munilla, 2004: 13-17). De este estado de cosas resultan, y la investigación ha seguido tradicionalmente, tres modus operandi u orientaciones en el estudio de los pueblos prerromanos, ninguna de las cuales brinda a nuestro juicio solución. 1) La jerarquización o imposición de un registro informativo sobre otro, habitualmente –aunque no siempre- subordinando la arqueología al discurso de las fuentes clásicas. Se trata del esquema o falacia positivista a la que ya nos hemos referido, bien representado en la lectura histori- 78 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual cista que F. Wattenberg, según lo corriente en su época, hace de la secuencia arqueológica vaccea. 2) La definitiva ruptura o disyunción de tendencias metodológicas, la histórico-filológica por un lado, la arqueológica por otro. Se siguen así caminos separados y en ocasiones excluyentes en la particular travesía del desierto que en tal sentido representan las décadas 19601990. 3) Más excepción que norma, la exposición colateral de evidencias materiales y literarias, yuxtaponiéndose o cruzándose los datos pero rara vez engranándose críticamente en el relato de los hechos históricos o en el análisis de los procesos culturales. Se trata de trabajos que, aun meritorios, anteponen lo descriptivo-recopilatorio (“las fuentes dicen”) a lo analítico-interpretativo (“de las fuentes se infiere”). Reconducir la arraigada secesión entre textos y arqueología es una tarea que requiere buenas dosis de perspectiva, reflexión y voluntad. Casi de veinte poemas de amor y una canción desesperada, si se me permite el guiño nerudiano. Historiando a los pueblos prerromanos: códigos, preguntas e inferencias Y a las fuentes hemos llegado. A pesar del nostálgico neopositivismo constatable aún en algunos pocos autores, hoy está plenamente asumido que las fuentes escritas no son la historia sino una expresión de la misma. Es decir, constituyen percepciones de lugares, hechos y gentes transmitidas por observadores o analistas cuyas obras han llegado hasta nosotros. Si el legado literario antiguo es en general exiguo, muy pocos son los textos que conservamos sobre la Península Ibérica en la Antigüedad. De ellos sólo una parte contienen datos que hoy calificaríamos de historiográficos, tratándose por lo demás (salvo la Geografía de Estrabón, que se conserva íntegra) de fragmentos o interpolaciones contenidas en la obra de autores posteriores. No hay dudas de que la parquedad documental es el primer problema al que debe enfrentarse el historiador de la antigüedad; precepto que no por repetido deja de ser cierto. Pero, regresando a lo que nos ocupa, lo que las fuentes proyectan no es una visión aséptica, como tampoco una imagen mecánica de la realidad que contemplan. Más bien se trata, como ya se ha dicho, de percepciones que responden y son producto de las coordenadas tempo- 79 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea rales, intelectuales y políticas que envuelven a quienes expresan tales testimonios. Trátese de geógrafos o historiadores, filósofos o eruditos, militares o estadistas, cronistas o epitomistas…, los perfiles habituales de los escritores antiguos. Entendiendo por tanto que estamos ante productos culturales de un determinado tempus, ante una particular forma de mirar, estamos obligados a contextualizar la información de las fuentes para extraer su pleno rendimiento. Este posicionamiento crítico debe llevar a preguntarnos por los objetivos e intereses que mueven al autor antiguo, por su experiencia, rigor y fiabilidad, por sus tópicos y silencios, por lo que esperaban de él sus lectores… En fin, por los prejuicios de la época que hayan podido quedar reflejados en su obra (Morley, 1999; Sánchez-Moreno y Gómez-Pantoja, 2007: 21-26). Sólo así estaremos en situación de discernir los elementos contaminantes del relato: no para desecharlos, sino para valorarlos como herencia historiográfica. Y sólo así podremos calibrar, en suma, la información y desinformación de nuestros clásicos (Grant, 2003). Ahora bien, y recurrimos de nuevo a M.I. Finley, partimos de una falsa premisa si asumimos que griegos y romanos concebían el estudio y el escribir de la historia esencialmente como nosotros (Finley, 1986: 30). Por lo que hemos de admitir que nuestras preguntas, como historiadores del siglo XXI, ni pueden ni tienen que ser las mismas que formularan los historiadores de la Antigüedad. Si la comprensión de los contextos es siempre necesaria, aún más lo es en los casos en que existe una considerable distancia entre el sujeto narrador y los objetos narrados. Una distancia espacial, temporal y sobre todo conceptual. Es lo aplicable a los pueblos de la Hispania antigua, en su mayor parte ágrafos hasta que se generaliza la escritura latina avanzado el Imperio romano. Affairs de la Protohistoria, caprichoso horizonte en el que convergen sociedades literarias y no literarias, colonizadores y colonizados, y en el que las primeras alumbran a las segundas desde sus particulares códigos narrativos; aspecto éste en el que ha profundizado agudamente P.S. Wells (2001: 15-32; 2002: 361-362). En otras palabras, no tenemos relatos sobre los vacceos, vetones o lusitanos generados por ellos mismos, sino descripciones –ralas menciones la mayoría de veces— debidas a autores griegos o romanos que visitaron la Península Ibérica. O debidas a aquellos otros, los más, que sin desplazarse hasta Iberia escribieron sobre sus territorios y pobladores haciendo acopio de información ajena. Es el caso de Estrabón, la fuente 80 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual más nutricia para acercarnos literariamente a los pueblos prerromanos (Cruz, 1999; Gómez Espelosín, 2007). Obvia decir que la explícita circunstancia de que buena parte de estos autores escriban en tiempos de la expansión romana por el Mediterráneo occidental (Polibio, Posidonio…), o durante la llamada pax augusta (Estrabón, Diodoro de Sicilia…), explica que sus proyecciones respondan en mayor o menor medida al discurso de la alteridad civilización versus barbarie (Plácido, 1987-1988; Salinas, 1999; cfr. Clarke, 1999). La primera representada por Roma como potencia hegemónica, mientras que la segunda, la barbarie, se ejemplifica en los pueblos hispanos que van siendo integrados en el orbe romano (Gómez Espelosín, Pérez y Vallejo, 1995: 48-72). En el primer caso la voz del imperialismo transmutado en principio de civilización, en el segundo la voz de los sin voz. Cabe entender de lo anterior que los tópicos sobre la rudeza, belicosidad y anarquía de los pueblos del interior de Iberia –tanto más bárbaros cuanto más alejados estén geográfica y culturalmente de los valores de la romanitas-, sean lugares comunes en la obra de los historiadores grecolatinos. Debe tenerse en cuenta además, y como veremos ello es especialmente significativo para el caso de los vacceos, como para el de celtíberos y lusitanos, un factor pragmático o coyuntural de primer orden. Muchas de las noticias sobre los pobladores peninsulares se generan al hilo del avance romano, a lo largo del siglo II a.C., y más precisamente en el marco de desarrollo de las guerras celtíbero-lusitanas (154-133 a.C.). Se trata de un momento sumamente interesante al producirse una intensa interacción militar y diplomática entre las fuerzas romanas y las estructuras de poder indígenas (García Riaza, 2002). Este horizonte henchido de tensiones significó también un proceso mutuo de observación y estudio para ambos protagonistas, romanos y celtíberos. Por eso cobran especial valor testimonios como el de Polibio, historiador griego y hombre de armas que acompañó a Escipión Emiliano en Hispania y que en tierras de la Meseta pudo presenciar y participar de hitos como la caída de Numancia en 133 a.C. (Dobson, 2006). Aunque conservamos sólo una mínima parte de los libros que componían sus Historias, de Polibio derivan muchos de los datos sobre las tierras y gentes de la Céltica hispana manejados después en sus obras por Posidonio, Estrabón, Diodoro, Tito Livio o Apiano. Así, primeras noticias sobre los vacceos y el asedio romano a sus ciudades (Cauca, Intercatia, Pallantia), o su riqueza cerealística y el peculiar sistema agrícola relacio- 81 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Fig. 3. Imagen de Iberia en Polibio (mediados del siglo II a.C.) y ubicación aproximada de los vacceos, según P. Moret (modificado, Domínguez, 2008: 371, fig.3). 82 nado con el auxilio a los numantinos, parecen tener una génesis polibiana. Por ello, como observador directo, Polibio es fuente capital para el conocimiento de Hispania (Pelegrín, 2005; Santos y Torregaray, 2005). Ahora bien, al servirnos de las fuentes no sólo debemos tener en cuentan su código interno, también su adecuación y evolución temporal. Este es un aspecto sensible en la tradición historiográfica de los pueblos prerromanos. Así, se ha utilizado alternativamente la información de Polibio, Estrabón, Plinio o Tolomeo, casi como cromos intercambiables, para apoyar datos sobre el territorio, la etnografía o la organización socioeconómica de determinados pueblos sin reparar en dos hiatos cronológicos. Por un lado la distancia existente entre estos autores (de época romana) y las sociedades a las que se refieren, sobre todo cuando el debate científico se plantea en términos de la Edad del Hierro; y por otro la diacronía entre las propias fuentes. Dado que Polibio escribe a mediados del siglo II a.C., Estrabón en el cambio de era, Plinio en época flavia y Tolomeo en el siglo II d.C., los datos que transmiten sobre la Península Ibérica (sean de su propia cosecha o bebidos de fuentes) no revelan la misma situación ni tienen igual concreción (Sánchez-Moreno y Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual Gómez-Pantoja, 2007: 26-39). Un ejemplo ilustrativo son las diferentes acepciones de Celtiberia y celtíberos en los autores grecolatinos, conceptos que se reelaboran en paralelo al avance de la presencia romana en Iberia (Capalvo, 1996; Gómez Fraile, 1996; 2001a: 39-62; Burillo, 1998: 13-64). No está de más recordar en este punto que, en contra de lo que el proceder de algunos haría pensar, las fuentes no son comodines ocasionales ni acordeones extensibles a conveniencia del investigador. También sobre los textos clásicos se ha cometido la falacia -en este caso arqueologista— de colacionarlos sólo cuando son pertinentes al discurso arqueológico, sin reparar en la propia cronología y naturaleza de la información. En definitiva, un correcto manejo de las fuentes escritas exige atender el tiempo y el contexto de cada testimonio para insertarlo convenientemente en la perspectiva diacrónica del relato histórico. Es lo que intentaremos esbozar seguidamente a propósito de los vacceos. Pero antes, para concluir este punto, dediquemos siquiera unas líneas a las preguntas e inferencias. Las fuentes escritas, lo acabamos de ver, cuentan lo que quieren y como quieren contarlo. Para el caso de la Hispania prerromana tristemente poco. Por ello se hace inevitable combatir su silencio con interrogantes e hipótesis de trabajo surgidas de nuestra propia reflexión y apoyadas en otros registros de información. Y es que, ¿qué imagen obtenemos de los vacceos si acudimos sólo a Estrabón, Diodoro o Apiano? La respuesta es automática: la de su caracterización literaria a partir del análisis histórico-filológico de cada autor/obra. Así se ha hecho y con ello se ha contribuido positivamente al conocimiento de la mecánica funcional de la historiografía antigua (Sancho, 1983; Alonso-Núñez, 1987; de Hoz, 2000; Salinas, 2004; Sopeña y Ramón, 2006). Sin embargo, tomadas aisladamente, estas biopsias resultan insuficientes para restituir a los vacceos en su propia dimensión temporal y espacial. Como ya hemos visto, para inferir más sobre la realidad de nuestros protagonistas particularmente útil se nos muestra la arqueología dado el volumen cuantitativo y cualitativo de sus datos. Pongamos un ejemplo de las posibilidades que abre el empleo interdisciplinar de herramientas y fuentes. El afianzamiento urbano que comprueban los hábitats vacceos desde el siglo IV a.C., y relacionado con ello la especialización agropecuaria, el impulso de la producción alfarera o la dinamización comercial, asimismo detectables arqueológicamente (Sacristán, 1993; Escudero y 83 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Sanz, 1993; San Miguel, 1995; Sánchez-Moreno, 2002), deben llevar a replantearnos el modelo socioeconómico vacceo reflejado en las fuentes escritas. A releerlo a la luz de nuevos focos. No para primar un tipo de evidencia sobre otra (recuérdese que cada registro dispone de su lenguaje, uno material, otro historiográfico, no siempre compatibles o intercambiables), sino para enfrentar las evidencias. Mejor aún, para conjugarlas críticamente. Asimismo, el concurso de disciplinas como la antropología cultural o la etnografía, convenientemente articuladas, puede redundar en una mejor comprensión de los esquemas mentales de nuestros prerromanos. Una exitosa aplicación en este sentido representan los trabajos de G. Sopeña sobre los ritos funerarios y la ética guerrera de la que participan, entre otros, celtíberos y vacceos (Sopeña, 1995; 2004; 2005). Por lo demás, es ineludible que inquietudes de nuestros días se proyecten en nuestras miradas al pasado, lo que justifica el interés de determinados temas. Entre ellos uno de los más candentes es el de la construcción de las identidades antiguas, colateral al de la etnicidad. Patentadas en particular por la historiografía arqueológica anglosajona (Graves-Brown, 1996; Jones, 1997; Wells, 1998; 2001; Díaz-Andreu et alii, 2005), las cuestiones identitarias se plantean hoy con fuerza en el debate de los pueblos prerromanos peninsulares (Cruz y Mora, 2004; Plácido, 2004; Sastre, 2009). Apuntes sobre los vacceos en el discurso historiográfico antiguo Llegados a este punto es hora de que nos ocupemos de la información sobre los vacceos transmitida por las fuentes. Dado que los testimonios literarios han sido recopilados y comentados por varios autores (Wattenberg, 1959: 31-47; Tovar, 1989: 98-103; Sánchez-Moreno, 1998; Solana, 2002-2003), nos limitaremos a hacer un rápido repaso de noticias siguiendo un desarrollo cronológico que arranca en el último cuarto del siglo III a.C. Elefantes en Tierra de Campos: un alumbramiento en vísperas de la guerra de Aníbal Los vacceos (o ×"kk"4oLl en las fuentes griegas, vaccaei o vaccaeis en las latinas), en concreto algunas de sus ciudades, aparecen ci84 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual tados por primera en relación con la campaña que Aníbal Barca dirige a la Meseta norte en 220 a.C. Tiene lugar un año después del ataque del cartaginés a los olcades y un año antes de la toma de Sagunto, acción que como es bien sabido desencadena la Segunda Guerra Púnica. Los lances del episodio se conservan en Polibio (3.13.5-14), y siguiéndole de cerca en Livio (21.5.1-17), si bien el relato originario procedería de alguno de los historiadores griegos que acompañaron a Aníbal, como Sileno de Caleacte o Sósilo de Lacedemonia, cuyas obras, hoy perdidas, consultaría Polibio. Estos cronistas de la órbita greco-púnica son los primeros en tener conocimiento directo de las tierras entre el Guadiana y el Duero franqueadas por Aníbal, en concreto las ocupadas por oretanos, carpetanos, vetones y vacceos (Sánchez-Moreno, 2000b: 117-121). Y eso hace especialmente lamentable que no conservemos sus relatos, pues debieron ser prolijos en detalles etnográficos sobre estos pueblos de la periferia céltica (Domínguez, 2008: 368-369). Volviendo a la campaña que lleva a Aníbal hasta la región vaccea, sabemos que éste asedia no sin dificultad dos de sus ciudades, Helmantica (la actual Salamanca) y Arbucala (en El Viso de Bamba, Zamora), cuyas posiciones en el interfluvio Tormes-Duero advertirían algún tipo de interés para los púnicos. A su regreso, al cruzar el Tajo, Aníbal tiene que hacer frente a un potente ejército integrado por carpetanos, olcades y vacceos huidos, a los que acaba venciendo gracias a la caballería y a los cuarenta elefantes de guerra que llevaba consigo. Los móviles de esta campaña contra los vacceos, según se piensa hoy, estarían en relación con el suministro de víveres para el ejército, asegurando Aníbal de forma expeditiva las cosechas del feraz campo vacceo. Pero entre las metas también contarían el reclutamiento de mercenarios o la conclusión de alianzas con poderes locales, susceptibles de garantizar una retaguardia interior a los púnicos. La estrategia de Aníbal parece responder, en efecto, a la preparación en 220 a.C. de una ya perentoria guerra con Roma (Domínguez, 1986; Sánchez-Moreno, 2000b; 2008b). Del contexto de las noticias sobre la Segunda Guerra Púnica y sus preliminares poco se colige más allá del potencial poblacional y económico de las ciudades vacceas. Helmantica, que disponía de arrabales extramuros, es calificada de “gran ciudad de Iberia” (Plutarco, Virt. Mul., 248e; Polieno, 7.48). Parece factible también la suma de contingente vacceo al ejército cartaginés teniendo en cuenta que celtíberos, carpetanos y lusitanos participaron activamente como mercenarios de los pú85 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea nicos. En cualquier caso, el impacto cartaginés debió alterar la cotidianidad de aquellas gentes en un grado no constatado por las fuentes, drásticamente en el caso de las comunidades directamente afectadas por la acción militar de Aníbal. Problemáticos vecinos y sin embargo amigos: el bellum numantinum o cómo una tierra de auxilio (celtibérico) se convierte en tierra de castigo (romano) El grueso de las noticias sobre los vacceos se circunscriben al tiempo de las guerras celtibéricas (154-133 a.C.). Existen no obstante algunos pasajes anteriores que los citan. Así, en 193 a.C. los vacceos, en coalición con vetones y celtíberos y dirigidos por un régulo llamado Hilerno, luchan contra el pretor de la Ulterior, Fulvio Nobilior, junto a la ciudad de Toletum (Livio, 35.7.8). Mientras que en 179 a.C. el general romano Albino cruzaría desde Lusitania el territorio vacceo para reunirse con Sempronio Graco en Celtiberia (Livio, 40.47.1). En cualquier caso, es en el horizonte del conflicto celtibérico en el que los vacceos adquieren carta de presentación en las fuentes de conquista (Wattenberg, 1959: 33-39; González-Cobos, 1988; 1989: 159-166; Solana, 1983; 1990; Pérez Vilatela, 1998; cfr. Salinas, 1986; Lorrio, 2009). El autor de referencia es ahora Apiano. Historiador alejandrino del siglo II d.C., escribe una Historia Romana en clave militar entre cuyos volúmenes se conserva el consagrado a las guerras hispanas (Iberiké en el original griego) (Sancho, 1973; 1983; Gómez Espelosín, 1993a: 7-34; 1993b; Richardson, 2000). Bebiendo de Polibio y Livio entre otros, Apiano refiere con relativo detalle las campañas romanas contra los vacceos, que persiguen contrarrestar el apoyo económico y militar brindado a los numantinos. La primera de las expediciones de castigo es la protagonizada por Lúculo, gobernador de la Citerior en 151 a.C. (Solana, 1983). Ávido de gloria y fortuna como nos hace saber Apiano (Iber. 51-55), Lúculo se dirige contra la ciudad de Cauca (la segoviana Coca) acusando a los vacceos de no respetar a los carpetanos, aliados de Roma. A pesar de cumplir con los tributos exigidos por el pretor (la entrega de rehenes, 100 talentos de plata y la caballería, además de aceptar una guarnición romana), la ciudad sufre la perfidia de Lúculo, quien no duda en pasar a cuchillo a sus habitantes (Apiano, Iber. 51-52). Seguidamente, tras 86 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual atravesar una extensión de territorio deshabitado —aludiría Apiano al yermo de los vacíos vacceos—, Lúculo intenta el asedio de Intercatia, una plaza cuya localización se sigue discutiendo. La ciudad resiste hasta aceptar la entrega de un cuantioso botín del que forman parte 10.000 sagos de lana, reses y 50 rehenes. Entre otros episodios que acontecen entonces, Escipión, el futuro sitiador de Numancia, acepta el reto de enfrentarse a un joven intercatiense en combate singular del que resulta vencedor (Apiano, Iber. 53-54; Livio, Per. 83). Este hecho revela el apremio de los valores competitivos entre los vacceos que, llegado el caso, el romano asumía también como código de honor. Antes de abandonar el país vacceo, Lúculo lleva a cabo un tercer asalto en esta ocasión contra la ciudad de Pallantia (probablemente Palenzuela, a orillas del río Arlanza); una intentona que concluye en sonado fracaso para los romanos. El hostigamiento de la potente caballería palentina y la escasez de víveres propician la retirada de Lúculo, que es perseguido hasta la línea del Duero (Apiano, Iber. 55). Los vacceos y sus ciudades no vuelven a ser mencionados hasta la campaña de Emilio Lépido contra Pallantia en 137 a.C. (Apiano, Iber. Fig. 4. Recorrido de las campañas militares romanas sobre la región vaccea en la segunda mitad del siglo II a.C., según F. Wattenberg (1959: 34, fig.4). 87 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Fig. 5. Recreación del combate singular entre Escipión Emiliano y un guerrero intercatiense en 151 a.C., descrito por las fuentes; dibujo de L. Pascual (Sanz y Velasco, 2003: 194, fig.10). 88 80-82; Livio, Per. 56; Orosio, 5.5.13). Para justificar su acometida, Lépido, cónsul a la sazón, acusa a lo vacceos -según Apiano injustamentede haber auxiliado a los numantinos con víveres, dinero y tropas. El Senado romano envía embajadores al cónsul con la orden de no actuar contra Pallantia, de triste recuerdo por la derrota de Lúculo de 151 a.C. Sin embargo Lépido desoye el aviso y el sitio de Pallantia -una segunda Numancia por su capacidad defensiva y estratégica (Wattenberg, 1959: 13, 38)- concluye, de nuevo, en sonado revés. En esta ocasión la prolongación del asedio, la resistencia de la ciudad y la falta de alimentos provocan que el ejército romano huya precipitadamente, contabilizando numerosas pérdidas. No mucho después, Calpurnio Pisón, el nuevo responsable de la lucha contra los celtíberos, en lugar de atacar Numancia repite el malogrado plan de Lúculo y Lépido. Así, lleva a cabo una incursión contra Pallantia en 135 a.C. que le ofrece un parco botín, tras lo cual se retira a Carpetania (Apiano, Iber. 83). Sólo un año después, Escipión Emiliano llega de nuevo a tierras vacceas reviviendo el recorrido que años atrás hiciera con Lúculo. El fin, reiterado en otras ocasiones, es el de aprovisionarse de trigo llevando la guerra “hasta las tierras de Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual los vacceos, donde los numantinos compraban los alimentos, segando todo y recogiendo para su propio abastecimiento lo útil, amontonando en cambio lo desechable y prendiéndole fuego” (Apiano, Iber. 87). El sagaz plan de Escipión, consistente en ejercitar a sus tropas bloqueando la vía de solidaridad y abastecimiento que para los numantinos representaba el país vacceo, no estuvo exento de adversidades. Así, en una llanura cercana a Pallantia por nombre Coplanio, muchos palentinos se ocultan para preparar una emboscada en la que cae el tribuno Rutilio Rufo, que es auxiliado por Escipión (Apiano, Iber. 88). Tras costosa huida, éste consigue regresar a Numancia con el objetivo cumplido de haber agotado los suministros vacceos sin desgastar en demasía a las legiones. Camino de Numancia, Escipión alcanza Cauca y, lejos de destruirla, anuncia a sus habitantes que podían regresar sin peligro a sus hogares (Apiano, Iber. 89). No hay más noticias de las gentes o la geografía vacceas en la secuencia final de la guerra celtibérica, representada por, la caída de Numancia tras el férreo cerco impuesto por Escipión, merecedor de un triunfo en Roma y del epíteto Numantino que llevará desde entonces (Apiano, Iber. 98). De estas noticias se desprende que, sin ser generadores del conflicto ni pertenecer étnicamente al conglomerado celtibérico, los vacceos se ven implicados y sufren severamente la embestida romana. El campo vacceo constituye la despensa de Numancia, y ello precipita el ataque a sus ciudades. Unas veces por la avaricia o el afán de riqueza de algunos generales (Lúculo, Lépido, Calpurnio Pisón), otras por formar parte en maniobras de desgaste y aislamiento, como hace Escipión ahogando a los numantinos en las llanuras durienses, el caso es que el vacceo es un campo ambicionado por su agricultura excedentaria y comercializable. De tal guisa, en la historiografía grecolatina de la guerra numantina el país de los vacceos es una tierra de auxilio y, por ello, una tierra de castigo (Sánchez-Moreno, 1998: 57-58). Pero hay más datos que pueden tener cabida aquí. Acaso estas circunstancias son las que dan eco, observado directamente por Polibio y transmitido después por Posidonio y Diodoro, al particular sistema agrícola empleado por los vacceos para mejorar la producción y garantizar la provisión de cosechas en tiempo de crisis. Consistiría en una suerte de prestación laboral a la que estaría sujeta el conjunto de la población de cada civitas, siendo la comunidad política la encargada de gestionar la titularidad y el trabajo de las tierras, penando además duramente a los infractores. 89 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Pero poco sabemos sobre el funcionamiento real del llamado colectivismo agrario vacceo, topos historiográfico donde los haya, pues éste está sólo alumbrado en un contaminado pasaje de la Biblioteca Histórica de Diodoro de Sicilia (5.34.3). No obstante, la cita y a partir de la misma la discusión sobre el régimen agrícola vacceo han dado lugar a una profusa bibliografía que arranca con los ensayos de J. Costa (Domínguez, 1988; Salinas, 1989a; 1990; 1999: 199-200; 2004; Sánchez-Moreno, 1998-1999; Gómez Fraile, 2001a: 181-186; cfr. Sanz et alii, 2003b). Asimismo, la experiencia de la guerra celtibérica permitió a los observadores clásicos advertir costumbres indígenas que llamaron su atención, incorporándose desde entonces a la tradición literaria. Sería el caso, por ejemplo, de la exposición de guerreros caídos en combate para ser devorados por los buitres, un ritual descarnatorio practicado por celtíberos y vacceos según señalan Silio Itálico (Pun. 3.340-343) y Eliano (De Nat. An. 10.22). Se trata de un indicador más de la ética agonística congénita a las sociedades hispanoceltas, donde la muerte y el viaje al más allá (de por medio de las psicopompas aves) cerraban un ciclo heroico de plenitud guerrera, tal y como ha sabido develarlo G. Sopeña (1995: 210-262; 2004; cfr. Sopeña y Ramón, 2002). Y aunque sea desde una observación externa y por ende sesgada, las fuentes también reparan en algunos datos de la cosmovisión religiosa de los vacceos. Así, la invocación de los caucenses a los dioses protectores de los pactos cuando sufren en carne propia la felonía de Lúculo en 151 a.C. (Apiano, Iber. 52), o años después, a propósito de la campaña de Lépido de 137 a.C., la interrupción de la lucha que deciden los palentinos turbados ante un eclipse lunar que tienen por señal divina (Apiano, Iber. 82), son refrendos de una panteón de creencias complejo y articulado. Pero, sobre todo, las comunidades vacceas muestran en las fuentes de conquista una actitud solidaria e interactiva con sus vecinos meseteños. Notoriamente con los celtíberos, como prueba la conexión arévaco-vaccea que esconde una intensa circulación de productos (trigo, hierro, ganado, sal…) entre ambas esferas, como sugiriera F. Wattenberg (1959: 24, 38-39). Sin embargo estas relaciones se extenderían a otros pueblos como vetones, astures, turmogos, autrigones, berones o cántabros. Detrás de ello subyace una larga tradición de contactos culturales en la definición del mundo vacceo. Este proceso culmina a finales de la Edad del Hierro con la eclosión de mercados urbanos desde los que se difunden productos agropecuarios y manufacturas (cerámicas, 90 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual armas, objetos de adorno, probablemente también textiles) por buena parte de la Meseta, como cabe entrever del registro arqueológico (Sánchez-Moreno, 2002; Blanco, 2005; Romero et alii, 2008: 696-697). Por lo demás, este horizonte casa bien con un panorama de ciudades-estado densamente pobladas y bien guarnecidas, definidas por una capital urbana y un amplio territorio, en las que operan órganos institucionales (consejos, asambleas, magistraturas) y elites sociopolíticas (los equites, la iuventus guerrera) tal y como dibujan las fuentes. Entre Sertorio y Augusto, el progresivo control de un espacio en retaguardia Es poco lo consignado sobre las gentes meseteñas en el período que va de la caída de Numancia a la irrupción de Quinto Sertorio. En cualquier caso, el control romano de las tierras durienses parece más teórico que real, por lo que debieron ser frecuentes los levantamientos indígenas (García Moreno, 1987) y asimismo campañas de castigo como la que Didio lleva a los confines arévaco-vacceos en 97 a.C. (Apiano, Iber. 99-100). Sin embargo, la aventura sertoriana (80-72 a.C.) trae de nuevo a colación las ciudades vacceas. Exiliado en Hispania y tras su paso por Lusitania, donde obtiene el apoyo de una población que le reclama como líder (Plutarco, Sert. 10-14; Valerio Máximo, 3.3.6), Sertorio penetra en la Meseta y hace baluartes de su causa a importantes ciudades del valle del Duero y la Celtiberia interior (García Morá, 1991: 307-337). Que los vacceos —o una parte de ellos— apoyaron al popular rebelde se deduce de datos como la solicitud de caballería vaccea que hace Sertorio (Livio, Per. 91), el ataque que, tras sus pasos, Cneo Pompeyo dirige contra Cauca, recurriendo a engaños para introducir sus tropas en la ciudad (Frontino, 2.11.2), o la liberación de Pallantia por Sertorio al ser sitiada por los pompeyanos en 74 a.C. (Apiano, Bell. Civ. 1.112). Reprimida la resistencia sertoriana, los vacceos son aludidos esporádicamente al hilo de algún levantamiento ocasional, lo que vislumbra que el sometimiento a la política pompeyana no era total. Así, en el 56 a.C., tal y como refiere Dión Casio (39.54), Metelo Nepote ataca la arévaca Clunia, pero ha de abandonar la empresa ante la llegada de un contingente liderado por vacceos y del que participan otros populi (Amela, 2002). De nuevo una colaboración, postrera ahora, del tándem 91 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea arévaco-vacceo. Años más tarde, en el preámbulo de la guerra astur-cántabra, el general romano Estatilio Tauro sofoca una subversión inicial de vacceos, cántabros y astures (Dión Casio, 51.20.2). Sin embargo, según Floro (2.33.46-47), epitomista de Livio, la razón que lleva a Augusto a declarar la guerra a los cántabros en 29 a.C. fue la hostilidad de los montañeses hacia pueblos que, como vacceos, turmogos y autrigones, eran ya aliados de Roma. A pesar del silencio de las fuentes, en el desarrollo de la contienda cántabra la región vaccea debió jugar un papel relevante como zona de paso y retaguardia para las legiones romanas, en este epílogo a la conquista militar de Hispania (Wattenberg, 1959: 4446). Cartografía imperial de un sector de la Tarraconense: ciudades y vías en la cuenca central del Duero De nuevos tiempos resultan nuevos horizontes. Así, con la reorganización administrativa impulsada por Augusto, geógrafos y funcionarios del Imperio se ocupan de redefinir y caracterizar los territorios que articularán en adelante las demarcaciones provinciales. Con tal propósito es con el que hay que leer las reseñas geográficas de Estrabón, Plinio y más tarde Tolomeo, quienes ofrecen un esbozo de las comunidades urbanas y étnicas integradas en las provincias hispanas (Pérez Vilatela, 1989-1999; Gómez Fraile, 1997a; 1997b; 2007). De tal guisa, la región vaccea forma parte de la provincia Citerior o Tarraconense, adscribiéndose sus ciudades al conventus iuridicus cluniensis, con capital en Clunia (Coruña del Conde, Burgos), en la misma frontera arévaco-vaccea (García Merino, 1975; Ozcáriz, 2006). La distribución de los antiguos territoria en las fuentes altoimperiales tiene un valor sólo relativo, a pesar de haberse utilizado frecuentemente para proyectar, con innegable anacronismo, los límites de la territorialidad indígena. En nuestro caso, el espacio de los vacceos se enclava en la línea del Duero medio lindada por la Celtiberia al este, las estribaciones cantábricas al norte, la Asturia cismontana al noroeste y la Vettonia y los montes carpetanos al sur. Un territorio coincidente, grosso modo, con la Tierra de Campos, el valle del Cerrato, los montes Torozos y las campiñas sureñas del Duero. Indicador del carácter aproximativo y hasta cierto punto artificial de las viejas regiones étnicas en la administración romana es el hecho de consignarse en relación a ele- 92 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual mentos estructurales del paisaje como son ríos y cadenas montañosas, a partir de los cuales Roma traza sus fronteras. Así, citando un par de ejemplos, se nos apunta que “después de los oretanos, hacia el norte están los carpetanos y más lejos los vetones y los vacceos, por entre los que corre el río Duero” (Estrabón, 3.3.2), o que “el río Duero, uno de los mayores de Hispania, nace junto a los pelendones y pasa cerca de Numancia, luego por entre los arévacos y los vacceos, y tras servir de límite entre los astures y vetones y entre Lusitania y los galaicos, va también a separar a los túrdulos de los brácaros” (Plinio, N.H. 4.112). Las ciudades tampoco escapan a esta imprecisión y, de las que se nombran, se señalan datos generales sobre su localización y adscripción étnica, pero no sobre su estatus jurídico. Así mientras que, por ejemplo, basándose en Polibio, Estrabón se limita a apuntar que Segisama e Intercatia son localidades de vacceos y celtíberos sin concretar la jurisdicción de cada una (Estrabón, 3.4.13), Pomponio Mela (2.88) conviene que la Pallantia de los vacceos es una de las ciudades más florecientes del interior. Plinio, por su parte, es más preciso al dar la cifra de diecisiete civitates vacceas en el convento jurídico cluniense, si bien sólo cita Fig. 6. Imagen de Iberia en Estrabón (fines del siglo I a.C.) con la ubicación aproximada de los vacceos, según P. Cipres (SánchezMoreno, 2008: 135, fig.34). 93 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Fig. 7. Territorio vacceo y ubicación de los principales núcleos urbanos (Sanz y Velasco, 2003: 49, fig. 2). 94 cuatro de ellas, Intercatia, Pallantia, Lacobriga y Cauca (Plinio, N.H. 3.26). El dato en cualquier caso subraya el tejido urbano del territorium vacceo. En este sentido, cuantitativamente importante es la relación de ciudades aportada por Tolomeo a mediados del siglo II d.C. Las compila, con sus respectivas coordenadas —hasta el momento invertibles espacialmente—, en una serie de tablas organizadas por adscripciones étnicas y provincias de todo el Imperio, computando unas 600 ciudades sólo en Hispania (García Alonso, 2002; Gómez Fraile, 2005). En el territorio de los vacceos enumera veinte: Albocella, Antraca, Avia, Bargiacis, Cauca, Cougium, Eldana, Pella, Intercatia, Lacobriga, Octodurum, Pallantia, Pintia, Porta Augusta, Rauda, Sarabis, Segisama Iulia, Sentice, Sepontia Paramica y Viminatium (Tolomeo, 2.6.49). Con la salvedad de Albocella (reducible en el paraje de El Alba en Villalazán, Zamora), Cauca (en Coca, Segovia), Pintia (en Las Quintanas en Padilla de Duero, Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual Valladolid) y Rauda (en Roa de Duero, Burgos), del resto se desconoce y sigue discutiendo su exacta localización (Wattenberg, 1959: 64-77, 175; Mañanes y Solana, 1985; Solana, 1986-1988; 2002-2003: 21, 4573; Tovar, 1989: 348-349; Hernández Guerra, 2007; TIR K-30). El mapa del sector de la Tarraconense ocupado antaño por los vacceos se completa con un buen elenco de núcleos viarios reconocidos en la itineraria romana. Así, gracias al Itinerario de Antonino y al Ravenate sabemos que Amallobriga, Arbucala, Brigaceo, Cauca, Intercatia, Lacobriga, Nivaria, Oceloduri, Pallantia, Pintia, Rauda, Salmantica, Sentice, Septimanca, Sibarim, Tela, Vico Aquario y Viminatium, eran mansiones en los recorridos que atravesaban longitudinal y transversalmente la cuenca sedimentaria del Duero. De estas vías, las que enlazaban Asturica con Clunia y Caesaraugusta, Asturica con Salmantica, Septimanca con Titulcia y Toletum, y Oceloduri con Segouia, eran principales arterias de la Hispania Citerior con paso por el territorio vacceo (Mañanes y Solana, 1985; Solana, 1994-1995; 2002-2003: 64-73; Solana y Sagredo, 2006; TIR K-30). Y aquí concluye la audición de los vacceos en el concierto (y desconcierto) de las fuentes escritas, queriendo haber trascendido en estas páginas algo de su eco historiográfico. Una reivindicación, si se nos permite, que pasa por restituir al testimonio literario su incuestionable valor como documento histórico. No como el sino como un registro de información que ha de cuestionarse, contrastarse y contrarrestarse con otras evidencias y análisis. Formulando nuevas preguntas, revisitando viejos debates. Particularmente, el discurso de la arqueología protohistórica se hace indispensable en la escenificación de los pueblos prerromanos. Pero sin el testimonio de las fuentes, nolens volens, no podríamos estar hablando hoy y aquí de vacceos, al menos nominalmente, ni conmemorar los cincuenta años de su opera prima historiográfica. 95 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea Bibliografía AGUIRRE ROJAS, C.A. (1999): La historia de los Annales. Ayer, hoy, mañana. Barcelona: Montesinos. ALBERTOS FIRMAT, M.L. (1975): Organizaciones suprafamiliares en la Hispania Antigua, I. Valladolid: Universidad de Valladolid. 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Plenum Publishers, pp. 335-384. 103 Indice 7 Cincuenta años de arqueología vaccea Fernando Romero Carnicero y Carlos Sanz Mínguez 19 Semblanza de Federico Wattenberg Eloisa Wattenberg García 37 Arqueología del proceso de etnogénesis en la Meseta prerromana: los vacceos Gonzalo Ruiz Zapatero 65 Los vacceos a través de las fuentes: una perspectiva actual Eduardo Sánchez-Moreno 105 El colectivismo de los vacceos, entre el mito y la realidad histórica Manuel Salinas de Frías 123 El poblamiento y el urbanismo vacceos José David Sacristán de Lama 163 ‘La Ciudad’ de Paredes de Nava y el problema de la identificación de la Intercatia vaccea Fancisco Javier Abarquero Moras y Fancisco Javier Pérez Rodríguez 193 Un vacío vacceo historiográfico: sus necrópolis Carlos Sanz Mínguez 231 Rituales de vino y banquete en la necrópolis de Las Ruedas de Pintia Cristina Górriz Gañán 257 La cerámica vaccea Juan Francisco Blanco García 575 De la Región Vaccea a la Arqueología Vaccea 293 La cerámica con decoración a peine: de “fósil guía” a indicador de etnicidad Jesús Álvarez-Sanchís 319 El armamento vacceo Carlos Sanz Mínguez 363 Los puñales de filos curvos en el Duero Medio y Alto Ebro. A propósito de los llamados tipo La Osera y Villanueva de Teba Roberto De Pablo Martínez 397 ¿Existe una joyería vaccea? José Fabián Cuesta Gómez, Germán Delibes de Castro y Ángel Esparza Arroyo 437 Réplicas en barro de la orfebrería vaccea Fernando Romero Carnicero y Carlos Sanz Mínguez 467 Las representaciones zoomorfas en perspectiva cenital. Un estado de la cuestión Fernando Romero Carnicero 547 Iconografía vaccea: una aproximación a las imágenes del territorio vacceo Silvia Alfayé Villa 576 UniversidaddeValladolid Centro de Estudios Vacceos “Federico Wattenberg”