Fractal Místico

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Fractal Místico
Poesía
Emel Jiménez Ochoa
Diálogo Inconcluso (I)
Poema: Fractal Místico
ISBN: 978958.959-89.3-6
EAN: 97895895989336
Primera edición: Noviembre de 2.011
© 2.011, Emel Jiménez Ochoa
Carátula: fotografía Nebulosa de Helix
Todos los derechos de autor reservados conforme a la ley
Impreso en Editorial Manuel Arroyave para ediciones Pléyade.
Correo electrónico del autor: jimenezemel@gmail.com
Todos los derechos reservados conforme a la ley.
Emel Jiménez Ochoa
Izek: ¿Y está en manos de los mortales ascender al
sin fin Eterno. Voz retenida en urnas de dados, desde
donde confabula su pequeña ritualidad vistiéndola con
la edad de la tierra?
Poeta: No dices nada nuevo. La brevedad de lo muy remoto
dura mientras salta de un pensamiento que juega para
nutrir imágenes en un tiempo fatalmente esparcido, al
antojado azar que escapa del acontecimiento; entre
tanto, la ilusión nos cerca hasta empotrarnos en un
olmo que fija insoportablemente el movimiento a su
inmutable destino.
Izek: Soy quien emerge del Espíritu para alumbrar las
cavernas, no la esperanza que alimenta la fatuidad
carnal. Tú perteneces al intervalo de lo sagrado. Entra
sin atisbo hasta que sientas a quien en secreto habita
tus entrañas. Aún con tus desenfrenos, entra al
interior, aíslate del nombre y la duda; ven e
implántate en el fondo del fondo, penetra por completo
al Verbo Divino.
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Poeta: La voz que encierras acoraza el escudo del arcángel
inventando en la cortedad del paroxismo ¿Por qué
intercedes? El ruego es una linterna para engañar a
mendicantes. Déjame con mi insomnio ahogarnos en la
moría del desencanto.
Izek: Escúchame, para ascender al Paraíso no es preciso
morir, hay un sendero denso extendido en el croquis
que caduca en cada promesa, tus ojos aunque vendados
perciben el vasto matiz de los horizontes.
Adéntrate, vacíate en la Vacuidad. Te invito a
que engendrado por Dios resucites en la nada y
escuches el zumbido del tábano alterando el revoloteo
del tiempo.
Poeta: Para sobrepasar la matriz y regresar a la habitación
consagrada, la armadura de arquero queda rezagada.
Alma, de pura alma etérea es la fina membrana para
atravesar la bóveda carnal y pisar sin huella las
arenas celestes; ni me condenses ni me limites los
sueños que descansan en la pira de mi fragilidad
humana.
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Izek: Poeta, hablas con dulzura pero ignoras que en este
reino la santidad es un pasatiempo para clavar
herraduras. Estás encerrado en la presencia; te ves
convulso, poseído de visiones, aferrado a un territorio
imaginado. Fúgate de la ruta que encuadra el espacio
donde los conjuros incrustan suspiros. Llega al
Paraíso donde Dios ora por su obra. Levántate de tus
refugios, aléjate del holocausto y la madreselva que son
meras tretas para alimentar la tediosa ráfaga de días.
Poeta: Izek, eres un heraldo en desuso. El cosmos alumbra
con millones de filamentos y en su arquitectura los
incendios dejan ahítos a los noctívagos.
Izek: Poeta, tus palabras ¿O, dique o daga? ¿Por qué
pretendes comprimir en límites la lejanía? ¿Qué hay de las
curvaturas? Tus deseos son telones para engalanar
el proscenio. ¿Acaso no quieres destruir tus creencias?
¡Hazlo! Ven y arráncatelas pero antes conmuévete con
mis periplos; ven y pisa mis huellas con los que he
cruzados senderos.
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Aprecia en este mi espacio como el viento del abismo
remoza con su partitura el vientre del penitente; déjate
sacudir por la divinidad, donde anidan los imposibles
para luego nacido a la vida abrazar los misterios que
detrás del bambú aguardan.
Apaga tu bullicio, desafía la oscuridad para que de
golpe absorbas la gracia misericorde revelada en la
palabra.
Poeta: ¿En qué crees, Izek? ¿Acaso, al jabalí soñado se
le frota su pelambre con sémola y arroz? ¿Intuyes que
meciéndome en tus divagaciones esculpirás una
salvación limitada por tus visiones?
Izek: Quien tiene la capacidad de crear en la infinidad lo
inesperado sin completarle a los mañanas sus tiempos,
es Espíritu; en su unidad verás germinar los brotes del
origen, ensueño de la verdad, ficción de quimera
de donde emerge el Cero. Halla tu parte de Dios, Él
habita tu despojo sin excederse.
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Poeta: ¿Y por qué dejarme atrapar de tu misterios? Irisas
tus palabras con un porvenir carente de significado
¿Cómo salir del lugar que habito? Me hablas de
ponientes y levantes pero mis manos rasguñan
resquicios terrenales. Estoy sujeto a tocar con mis
yemas el enigma de los verbos, encontrarle a los
huecos sus grietas por donde brotan sus lamentos;
plasmar la vida en páginas en blanco hasta
desfigurarle su rostro anclándoles en sus mejillas saciedades
¿Y qué de mis brumosas realidades? Quizás
sea de los que buscan a dios penetrando el Bosón de
Higgs, llegando al punto donde el denso segundo
eclosiona en Universo y, no a la espera de nacer
después de la muerte.
Izek: Poeta, cada ruta ignora la geografía de la otra, con tus
tramas te haces mañoso a un atajo, ¿algo esperas? Dios no
apuesta a la belleza de la aureola, en su plenitud,
en su diáfano cuerpo todos navegamos como simples
crisálidas.
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Él, infinito, entre tanto nosotros extraños; tras la
plegaria coreamos la saga y alucinados descascaramos
su silueta hendida en el culto al ruego.
Soy quien emerge del Espíritu, del Hacedor de Nadas.
Mientras tú rellenas abismos e intentas penetrar los
secretos de la madera carcomida convirtiéndola en
signo ritual, permítete abrir la totalidad que trepa
por tu sagrado velo. Ven y entra por el corredor que
conduce al origen.
Poeta: Mi sangre contiene el enigma, apenas sí me escapo
por la pequeñez creada en su eterno movimiento. Cómo
dudar de mi cuerpo anónimo con el que recorro sigiloso
su silueta deshabitada trascendiéndole su banal
símbolo.
Izek: Poeta, soy la bitácora. A través de mí sin enterarte,
está escrito, llegarás al Paraíso. Tus poemas cantados sin
credo es el inicio para avances retrocediendo hacía
la esencia que habla el ermitaño apretujado a su
talismán. De tu habla y trazos abrirás ciento de miles
de combinatorias ensortijadas en la finitud de la
página. Tus versos mapa sin relieve, con ellos
cualesquier mortal podrá reconstruir el sendero sin
llegar a la gruta donde Él, vela.
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Poeta: Izek, con mis dramas a espaldas ¿Cómo entraré a
tu Paraíso hilvanado de sigilosas promesas? ¡Y la pureza!
¿Cómo manchar la túnica marfileña que guardan tus
cielos?
Izek: La mortalidad es polvo que ningún cielo excluye.En tus
manos la palabra sol por todos lados se erige sin superficie o
quizás sea arteria nérvea de paisajes
amarillos. Entra a la memoria de los sueños y como
rayo luminoso traspásala y salta a través de la Corona
Hueca para luego de pasar los treinta y dos senderos,
atisbes al Verbo.
Poeta: Izek, de no ser distintos ¿Para qué visitar tu
Paraíso? Presumo allá los heliotropo de color a
invierno, con sus espigas azuladas reclaman miradas;
y sí el galope de los caballos devuelven remembranzas
o los girasoles decrecen en los friolentos y prolongados
gritos del torturado ¿Cómo quedarme inmóvil? ¿Por y
para qué estar en ese éter? De ir a tu Paraíso para
languidecer y dejar las huellas al borde del portón
prefiero extraviarme en el perenne olvido sin antes
erotizarme de inocencia disfrutando de las atrocidades
del amor.
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Izek: Poeta, estás en la mitad de la nada; del adentro no se
llega al afuera como tampoco del afuera se llega a
ningún lugar; como cuerpo extraño ensanchas tu
percepción entre orillas barnizadas de deseos.
Poeta: Izek, presumes mi interés por vivir eternamente,
considero estás equivocado ¿Por qué y para qué
acompañar a tu insomne Creador? Con mi no verdad
trafico hasta amoldar el cuerpo a la silla; con mis
fábulas delineo un trayecto hacía el centro del huevo. En
mi mente persiste sólo sed ingrávida de torbellino. No
quiero atravesar tu plano de conciencia que como la mía se
construye entre leyendas. No quiero abandonarme de mis
rastros y menos del tiempo al que estoy sujeto y continuaré
desgarrándolo hasta hacerle fracasar su mito. ¿Qué
tiene tu Paraíso que no tenga el mío? Izek, tu escritura
abraza la cumbre, pero yo soy un poeta sin
otro goce que romperle al caracol su árida costra para
hacerle fluir su agua dulce.
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Izek: Poeta, tus manos también atrapan anturios y ¡Sí…!
Naciste agazapado, ajeno, atragantado por los
incipientes hallazgos del asombro. Tú, siempre
acompañado del manto que se pliega y repliega
indefinidamente sin terminar de caer. Sé quien eres, y
estás en la interinidad, entre espasmos fosforosos pisas
el espacio decorado por los arabescos signos con la
intención de dejar tu insubstancial rubrica en arena
movediza, tierra sin lugar rebosante de soledad. Sólo
acudiendo al Paraíso podrás disfrutar de una infinitud
repleta de percepciones. La muerte es el olvido,
expande la mirada de tus ojos y más que alardear de que tus
tímpanos escuchan olas resguardadas en el caparazón de la
tortuga, dispérsate en el punto donde la quietud congela la
memoria.
Poeta: Enarbolas mi fragilidad como disfraz; me enfureces al
compararme en tu discurso con un amoldado discípulo
¿Acaso mi tatuaje alado es simple tinta confiscada al
ristre, y mi perpetuidad un enigma ensamblado a mi
codiciosa inspiración? Para mí, la muerte murió
cuando se acostumbró respirar el olor a incienso;
viajar con ella es por enésima vez hacerla llegar a la
misma calle.
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Vivir en la muerte para luego recomenzar en el umbral
de tu Paraíso es engaño. Izek mis imposibles, mis
paradojas, mis preludios inagotable son espasmos y
encandilan. No te indignes…quédate con tu Paraíso, yo
lo haré con mi pirotecnia plagiada de noche.
Izek: Eres difícil de mirar, poeta, tus giros prohibidos
encantan y tu ritmo frenético en vez de crispar son
faroles que alumbran el brumal. Habla y deja huella
atreviéndote a caminar este viaje sin victoria; camino
sin rastro, donde el resplandor ni sobrecoge ni
maravilla. Fíltrate, ven y vístete con la túnica de agua
que tiene la edad de la tierra y, cuando seas dueño de
tu pequeña eternidad, desde la madriguera
aférrate a tu voz, no sea te extravíes por el cascarón
que permanece inflorado.
Poeta: Antes de ocurrir lo anterior, el principio giraba sobre
su hondura; primigenia que se disipa soñando en un
espíritu que nos acerque a la estancia donde tu Dios o
el mío, incesante recorren el signo del balbuceo.
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Iré a tu paraíso con mi absurda herencia mortal,
llevaré mi suelo al extraño piso de relámpagos; iré con
mis letras artificiosas. Visitaré esa otra belleza que
bordea el ritual de la ilusión, esa lejanía, con el tonel del
violinista deliciosamente despojado de sus eternos y, tantearé
con mi lengua los ángulos del trébol; le removeré la escasa
llama a las luciérnagas que adormecen las voces de los
demiurgos mientras dormitan en la levedad del círculo.
Izek: Pero como todo mortal, poeta, tendrás que arrojar tus
poemas al aire y combinarlo con el relieve de tus
orígenes hasta que del acertijo surja el sendero que
conduce a Dios. Eres el poeta de la Geometría
Imposible pero tan alto privilegio no te da derecho
alguno, tendrás como todos los fugaces y frágiles seres
arriesgarte en la aventura, asumiendo el reto de
escoger en el azar los enigmas que te lleven al
reverbero donde Dios permanece. Ningún talismán
podrá salvarte del naufragio como tampoco escampar
del tiempo aunque lo pienses, a otro ritmo, recolectado
en secuencias o agujereándolo para que dancen con
tus figuras repletas de estaciones.
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Poeta: Y me adentraré a desempolvar mi nombre sin llevar el
hilo que guarda en su interior la ira de las palabras.
Entraré a la luz que difumina las antorchas, por fin
conoceré los gusanos robustos que arrancan
tempestades a los colores mientras hambrientos
esperan el ritual de sumergirse en los senderos sin
custodio, añoro mi fulgurosa mirada remueva sus
indolentes desfiladeros.
Izek: Poeta, hasta podrás vomitar el asco. De seguro en tu
lanza quedará una lágrima de Dios con la crearás la
islas donde quedarán tus palabras vestidas con piel
de viento.
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Monólogo Interminable
Emel Jiménez Ochoa
Primer Canto
Tarde o temprano sin portal despertaré en mis
eternidades. Sin llamarme, escurrido por el prisma de
la gota salina erraré sin rostro por la pequeña
garganta, me abriré en letra primigenia arrebatándole
al cepo añorado su canoa fantástica. Sé, extrañaré al
xilófono de latón amarillo cuando remonte su apacible
y suave aliento; al evocarle su código banal y abreviado
de seguro me acercará a la infinitud sin iris.
¡Y sí logro despertar en la inmortalidad! ¿Veré a Dios?
¿Con mirarle le desgarraré su piel de Omega?, última
forma encerrada en el alvéolo del cero o, quizás para
ese instante mis ojos se hallen fundido en el horno
donde el espíritu danza con sus leyendas y sea capaz
de correrle su velo y preguntarle ¿En qué firmamento
oculta su cielo?
Mi ortografía salpica con signos ambulantes la ventana
desde donde veo caer el granizo helado y aún persisto
en rellanarles con enigmas sus exóticos colores,
mientras pienso cómo incrustarme en la interinidad de
la hendidura.
Dios, contigo no me es posible morir y sin Ti, la tierra
se quedaría sin hadas; la luz del alma atrapada en
lama del cirio desvelado se extinguiría.
Me niego atrapar tu fuego, despojándole sus truenos
para reemplazarlo con el umbral de mis dolores
aprehendidos. Ignoro si sobrepasando la esfera
conserve mis fríos labios, mis pulverizados nombres;
pero no quiero fugarme: Dios a tu lado escucharé la
suite, acabamiento de la última mirada, al margen de
mis disfraces. Para este instante me percibo derretido
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en el fondo de la gota ¿Acaso renaceré en el origen del
corpúsculo con mis ritmos inocentes? Presiento antes
del mañana, el hoy se unirá en la huella del réptil y, un
silencio encintado rasgará al arroyo sus lágrimas.
De ver a Dios, mientras aliso mi fulgor de incendio
¿Dónde quedará mi establo en el que amontoné mis
gallardetes y redes?
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Segundo canto
Dios, la libélula apocalíptica que flota entre
salterios, con mis versos agrieté su laberinto.
Aquí soy taumaturgo, con vestigios de profeta le
persigo a la escarcha su místico paisaje. Aquí mi
palabra destellante excede hasta el infinitésimo,
metáfora elemental del cuerno condensando el
recóndito intervalo donde el espíritu duerme sin
refugio, sin antorcha, sin embargo los vahos pestilentes
me anuncian que fluyo sobrepasando el nicho en que
permanezco.
Fracasé en atravesar la quilla de la frase para en mi
interior ser canto de caña que como reliquia aún relato;
miro el cómo los pétalos en su rocío recrean su danza
mientras floto con mi sortija mutilando sus partituras.
Por hoy y aquí, con mi piel de abismo amalgamé mis
fisuras hasta tornarme olvido, con la gramática del
pleno círculo, la pausa es ruido y la seña corredor
movedizo: de garabatos son el pabellón sin sendero
prolongándose en noche anclada en sus inéditos
bestiarios.
Y… ¿Dios? Mi dios quedó como palabra ahuecada, su
éter si apenas resplandece en mi estridente grito.
Mi habla sin conjuros e incierta sólo predice arraigos y
mi aura girando en su paradoja estanca su vaticinio.
Al saberme mortal, le inventé un rostro a la vida para
enloquecerle, de momento camino en los senderos
del abismo entregándomele a la liturgia de la oración
sin reliquias, sin el baúl donde las estancas
puntiagudas y espinosas lastiman mi médula de pino.
Sin Dios me acerco al centello sin fondo, siento fallecer
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mi himno, y escucho romperse mi envejecida huella. Mi
piel le huye a la atadura del aliento nacido de la
paliada verdad; como mortal mi barro despigmentado
carece de la torsión utópica, movimiento apilado en
la quietud de mi hoguera.
Hasta la ilusión a la que orlé su espacio con cántaro y
oasis de desierto, nació muerta. Presiento a Dios no se
llega muriendo sino testimoniando vida. Que importa
entonces la destrucción del cielo o del infierno o, si los
ángeles quedaron prisioneros en velas aromatizadas o,
entre mis perecederos versos.
Sólo con la idea de escapar de mi piel hago me broten
alas, basta erotizar las letras para que surjan; de
estorbarme las desbasto deslizándome por los
sensuales túneles del meñique mientras escapo hacia
agujeros que cicatrizaron en traslucidas túnicas.
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Tercer canto
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Desde aquí, en el molinete giratorio cavando suspiros
horado almohadas para rellenarlas de alfileres; luego
de cortarlas, amontonarlas, les desabrocho sus
pestañas para replegarles sobre mi limbo sombrío
castillo de naipes, donde sediento por balcones
cuadriculados añoro ser gaitero para fabricarle salida a
los vientos.
Desde este territorio me asomo innombrado a mis
bordes del “Erase una vez”, azoto mi carne para
espantarle su levedad inerte y así abandonarme a mis
sueños de remolino; entretanto mi alma se degrada
en vivas siluetas, se encapsula y zambulle en la viruta
arada por horquillas aceradas; de súbito mi careta de
vino germina en la vera de cualesquier atajo y, atrapo
ánimas en las ruinas incandescentes, las penetro con
incensario artificial de esencia a musgo; en sus
recónditos peñascos les comparto mis pesadilla, ellas
con su cenizo disfraz ( perdurables inquilinas), rutilan
en la mirada hendida y discretamente se evaporan en
cada silueta.
¿Cómo alejarme de mi antifaz de profeta? Sin visión
entreveo mi enervado estigma yace aniquilado
entre las membranas del lenguaje. Mudo, como
estatua erguida cosí mi mandíbula desencajada sin
más pompa que bruñirle al osario su vaho.
Para el momento mi reloj está al margen del
pentagrama, de la luna y de los horizontes del
cangrejo; estoy extraviado del grito del mimo, del
hambriento silencio y de mis satinados atuendos; aún
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supongo que envolviendo mi olvido con el moho de
estación húmeda desvanezca mi finitud.
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Cuarto Canto
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Percibo el abismo sin borde sin límite.
La bestia enclavada en sus espacios sembrados de
estrellas mudó a mancha de fantasma, quien
parapetado en su campanario fluye y refluye, además de
atomizarse con mis deseos, pulverizó mis sueños
capturándolos en el badajo de madera ¡Ahora sin
tablado! ¡Sin escena! Es inútil prohibirle al apetito
entre a la vegetación del rojo encaje.
En cada paraje y el espectro espumoso rueda trozando
estantes. Disfrazado quiere ser sol para derretir el
azogue del espejo, ¿Por qué turbarme? Mi inmensidad
nunca brinca de soslayo el manantial
¿Acaso en mí dormita el origen sin centro?
El tiempo de la hoja jamás indaga cae sin tocar, entre
tanto avanzo irremediablemente por sus mismos
corredores vestigiales donde el segundo estampa al
rocío con la fachada magnetizada del nigromante.
Atrás quedaron mis tapetes surtidos, catalejos,
cafeteras, con mis estiletes mellados.
En el extremo aderezada con su diadema, la Poesía,
sonríe mientras esculpe calabacines y zurce el
escarpín morado a su vacío ¡Cuánto anhelo me aguijonee
el costado con su furtiva flecha!
Los rudimentos de la letra deshabitaron su sonido de
piedra, corteza afilada. Vestida con su manto gastado
se agotó sin atravesar la cubierta del portal de
intemperie. De cara al ocaso dentro del cenagal
ignora dónde se bifurcan sus romos y tupidos grises y,
más allá de frente a frente con la escama
endurecida, ni se percibe.
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En esta penumbra falto de mi irresistible nombre boté
el discurso ajeno que me engulle, sin embargo mientras
permanezca en mi totalidad aún siéndome forastero
tendré donde germinar.
Llegó el instante de recoger mis tiempos navegados,
aún mi cuerpo está humedecido para esclarecerme en
la trama del origen donde se teje la interinidad de la
vida.
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Quinto Canto
Me alberga un pabellón de voces sordas.
Encerrado retoco las ennegrecidas barbas sin relieve
hasta degradarlas a su remota voz: Creo estar en el
Cero disuelto, fermentándome en su nada ¿Estaré en
los límites donde Dios ora? De estarlo, ¿dónde quedó la
cítara ungida? O, ¿Estaré hundido en el aro donde el
gurú maravilla?
Soy piel desnuda rodando sin asomarse, con mi foráneo
rito me niego a vivir entre guirnaldas que el viento
corteja. Mi deseo se ahoga oculto en su pequeñez, a su
vez frenético de odio vi el pájaro encendido sin textura
y le fulminé su mirada, urna donde la ceguera encanta
por su absurda careta.
Caigo en vertical y me explayo en canto, miro todas
mis miradas sin resolver la enormidad del vacio
¿Acaso estoy en la fuente donde el notiempo enrollado
vira y revira en sentido de una matriz abreviada?
Mi pensamiento envuelto en sus voces heridas por la
palabra bosteza en fantasías ¿Aquí, qué hago con mis
pesadas manos con las que recogía espigas al sol?
Encadenado a el, estuve arremolinado sutilmente en
su costado sin embargo por mucho que intenté ser
cometa no me levanté del suelo. Simple durmiente, mis
ojos despojados de luz, considero apenas si logré
remontar la anchura fantasiosa del sauce.
Ya sabré engañar a mi memoria y repentinamente me
traiga el murmullo del arroyo con su gorjeo, me
nombre custodio de la yema aunque mengue mis
desvelos y despierte ante la solemne y ubicua Mirada.
Me imagino renacer colgado en la atalaya del nogal
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habitando su gesta, aislado, solo con su verdad, con su
movimiento sin biografía. Yo el imperceptible,
coronado con el cárdeno carisma mientras destiño el
decorado, ya ni siquiera con presentir la fría ráfaga de
aire, me alegro. Y aquí estoy desparramado, más allá
del blanco, expulsado de la percepción del terror,
diluyendo mi finitud de tonel en la liviandad del
recuerdo.
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Sexto Canto
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Ante mí, sol y luna de mezcalina ahora repujados en
extraños maderos son meros flecos amurallados que
encorvados protegían la piel carente de alma. El mar
dejó de ser de olas rasgadas ¡No hay eternidad cuando
la infinitud se transforma en simple croquis para
arrullar dolores, lo mismo cuando el sinsonte hecho
boceto empuja carretillas atiborradas de sonidos de
arpa saturadas de acuarela!
Hay un espacio encantador entre le muerte que
duerme y su vacío sin lados sin baranda. Entre su
fascinante nada, agito mi mano de cera, señuelo,
mientras me ahuecó levemente entre la onírica piel,
con mi batuta insisto en enzarzarle su aura, flautas de
bambú, a la vez humedezco el postigo por donde entro
muñecas sin cabeza y una botella grabada en arameo.
Vestido con manto y túnica de Mesías, mi hermética
boca navega por los ríos de agua viva ¿Será que mis
ojos sedientos de heredad podrá mirar la inmutable
mirada con la que Dios me mira? Y si me oculto en
mi verdad encerrada entre signos ¿Podré salvarme?
Cual traidor me aproximo a mi envejecido regreso;
retorno a mi frontera limitada fingiendo intervalos,
ahora repatriado en mis rutinarios devenires le canto
al retrete y a las dulces alacenas; consternado me
tumbo rememorando anécdotas.
Ni quedó rastro, viajé metaforseado en cánticos proféticos
regresando como reliquia al anticuario. Viajé
hasta el último segundo donde el Verbo habita,
únicamente me acerqué a mi empolvada careta. Él
desbordado y fui incapaz de enhebrarme a su
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Fractal Místico Poesía
inalterable silencio.
De nuevo a oficiar con la palabra centellante de
embrujos, que sin escuchar a la nube conversar con su
sombra tampoco a la brisa con su música de peñasco
apostada en los umbrales del teatro, perfora con sangre
la esperanza del soñador.
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Emel Jiménez Ochoa
Séptimo Canto
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Soy conciencia extraviada de la necesidad del
fósforo ¿Cómo liberarme de la historia del cadalso
domiciliada en el interminable crepúsculo?
Renovado del místico viaje, (La avispa ventrílocua
me impedía volar por encima del tabú del alfarero; atrás
quedó el aprendiz deslumbrado ante el mito sin
lenguaje que dormirá por siempre en el jarrón
guardado en el desván) mi neutra mirada, del tiempo
abolido, con la predicción de la borrasca dejará de
respirar su invierno e intentará tapar sus honduras
con insoluble resina. Entre tanto, entrelazando mis
manos con envolturas brumosas, atravesé el amnios
original, decrecí hasta alcanzar el cero donde Dios
atormentado comprime soles para soñando con puntos,
con su coloidal mirada, despertarlos a la presencia.
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Peregrinación
Emel Jiménez Ochoa
I
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La leyenda se sacude y en rápidas pulsiones penetro
su placenta de imago. Mis lágrimas convertidas en ámbar
estallan la memoria, al margen, en mi espalda viento y
tiniebla renacen cual piel visionando océanos. El fin
del Mito del Carnicero dará paso a Belial y
escurriéndome de mi adolorida presencia dejaré mis
guirnaldas de laurel; apenas mi voz, hierba caduca
ramificándose en lenteja de agua, me engarzará a la
vida.
¿Hacía dónde fluyo? ¿Mis huellas volvieron al origen
decolorado, amorfo, sin vegetación? Para el momento
ignoro los atajos del sutil invierno siéndome imposible
atar al aterciopelado limbo de la totora en flor, con su
belleza intacta, el frondoso universo.
Fugitivo o desterrado de mi horda ¿Cómo aparecieron
el clérigo con su cotorra, el santo con su estigma, la
doncella alisándose su cabello y, el diablo ataviado con
su toga, al interior de mi vacío? Todos envueltos en su
cándida cesta se enredan en mi extrañeza, en astillas
detienen mis dilemas que duermen arrullando los
trozos de la hierática fábula.
Y mientras proclaman la salvación, maliciosos
deslizan la zozobra, ocaso de la insignia, vestigio
trazado por el hierro de la podredumbre a favor del
prosternado.
Entre piruetas de guerra los navíos les esperan para
adentrarlos al gran templo de la divina luz y, el
Custodio de los Pergaminos revivirá la arenga de la
crueldad; estupefacto ante la carroña huirá al principio
para esconderse en su huevo y vomitar las miradas.
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Emel Jiménez Ochoa
IB
Y mientras mutilan a su enemigo, cara sin rostro,
pregonarán la ruta que llevará a Havona: laberinto de
hielo levantado al dorso. Y esparcirán los trozos de
carne en las puertas del miedo; mientras cubren con
manto de lágrimas la noche del tiempo irradiarán sus
sueños envueltos en hálito granizado de Mesías
anunciado el fin del asombro.
Pretendiéndose guarda de lo eterno condicionarán la
memoria de todos sus novicios al amanecer de su
magia, a su escritura enmohecida; croquis donde el
tridente resplandece y zumba para quienes no veneren
la oriflama y arenguen sus mandatos.
Y mientras con látigo obligan a correr los túneles de
pasillo inexistentes, los atormentados se lanzarán
embrujados a la perfección del espejismo con el que
suponen traspasaran los anillos legendarios para
resucitar a la diestra del Omnímodo.
Al disiparse las nubes sentirán ni han saltado la
zanja, aún así estarán en el muelle haciendo ruido
para ignorar hallazgos, puesto la llave que ancla el
aldabón del claustro promete conocer el resplandor
que encierran la isla sin frontera.
Los humillados aferrados a la coreografía de la
salvación ¿Cómo atravesarán los pasadizos constelares
si los míticos recovecos mueren al disiparse sus
huellas? Saben no llegarán a Dios descifrando logos
encriptados como tampoco cruzando con la muerte el
trinitario enigma, sin embargo en éxtasis, desde su
espacio excedente se deleitarán castigándose alargando
con la culpa su vacío.
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Emel Jiménez Ochoa
II
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Hasta descubrí el misterio inalcanzable de Agartha.
Toqué su friso suspendido del tiempo donde guarda la
edad nativa.
Ahora ¿cómo seguir en este devenir siendo portador del
velón que contiene el disco solar? Las talanqueras
cercan la periferia y la escritura horada las piernas de
la Esfigie, para que ningún túnel abra su
firmamento en paralelo.
Ahora recolectando insondables augurios construyo
mis subterráneos, relieve encendido escondido de
miradas, belleza ajena, enmudecida y atormentada.
Entré al interior del hueco donde brotan semillas de
luz que iluminan las galerías, furtiva claraboya
perforada a mares mezclados en los sargazos, sin otra
alternativa que abrazar al candelabro sin arca sin alianza.
Recorro estas cavernas hibrida entre el mito y
el infinito; en el ambón: con el recreado garabato creé
el canto litúrgico que acompasa sombras fundidas en
baldosas de arabescos con los clandestinos pasos
transitados sin estigma.
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Emel Jiménez Ochoa
III
Atrapada en mi cuerpo la libertad inverna pero no se
encierra y con sus oídos sordos a los nunca fijó el deseo
a sus carnosos labios. Sólo basta el resplandor del
candil para caerse de su balsa atragantándose de
horas asoladas antes de percibirse asida en su
agonizante monotonía pero en Thule le llegó su hora de
expresarse con su cuerpo ¿Cómo logró escurrirse del
cascarón y de la escuadra con la que esculpieron sus
sinuosas confidencias, relegándole al olvido?
Aquí la encontré desatada, vocalizando la Sinfonía del
Aserrador, armonio infinito; en su duradero caos su
minúscula escritura sucumbe ante la tentación de
rozar el cáliz y encender de nuevo fugaces luces sin
percatarse se transformará en flamígeras alas.
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42
Emel Jiménez Ochoa
IV
44
La tiniebla del sintiempo absorbió en su portal mi
alma. Crucé sus orillas empedradas, expandiéndome en
su perenne línea mientras devastadoras rachas
pulverizaron mis nocturnos.
Aledaño al santuario de Etemenanki mi recóndita
mirada, inmovilizada, adormecida apenas distinguí
al Templo escurriéndose en su legendaria hiperbórea
mientras mi cuerpo empolvado permanecía insensible
a las bendiciones derramadas por el majestuoso
coleccionador de altares.
Mis pies quedaron sepultos en la legendaria tierra
donde el hielo fosilizado se sumergió entre los
espejismos del arrecife. Tras mi máscara de engaño,
desde mi profunda cripta, mostrando llanuras
cubiertas de termitas avisté apenas el primer eslabón
de un cielo pintado de marino céfiro en forma de
escudo.
En la víspera decidí subir el Camino Sagrado e
inesperadamente sus fronteras se le negaron a mi
razón, se le negaron a mis rogativos; ya no hay camino
de regreso e improvisé atajos internándome aún más
en las abisales dimensiones, saliendo a otra galería aún más
profundas e inexplicablemente toqué el punto
donde el origen, inmóvil, sin escritura, ensaya
comienzos.
44
Emel Jiménez Ochoa
V
46
En el ritual de la libación me sumo en la oscuridad
envuelta en su impensable silencio. Y mientras la
lluvia adorna con su túnica mi lágrima de durmiente,
mis sueños despiertan en el lugar que aún no se llama
encadenado a su metáfora de luz perpetua, sintiendo
su corazón de agua dulce. Atrás quedaron las profecías
del peregrino injertas de arcilla mezclada con sangre,
el misterio impenetrable del que me ufanaba sin opción
le veo paulatinamente deshilacharse, aparezco ante
mí, desarropado, vuelto añicos.
Oculta mi aura de mis resignados fantasmas, de las
bestias que anidan en los riscos, de idolatradas vicarios
que abrieron despeñaderos para anidar el mito de la
inexorable la salvación, espero nuevamente con mi
añil insondable ser uno, aún así sucumbiré en el
lenguaje de la admonición, y ya no habrá nada por
atrapar, todo expira en la palabra; hasta el legendario
dios, traducido de un salto enloquecido, despierto del
manuscrito soledoso sin que su enorme raíz que elude
la pregunta le añada otro umbral al sitio situado en la
plenitud de la letra; también ese inmarcesible rostro
será devorado por el disfraz del rasgo, quedando como
tabernáculo cicatrizado; hasta el prestidigitador
envanecido que aísla lo lejano y esconde entre matorrales
precipicios para hipnotizar incautos languidecerá en su acto.
La totalidad enceguece desde el secreto inconfesable,
habla lo que niega al mostrarse, ¿cuándo un océano se
deja horadar por los atisbos de la gramática?
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Emel Jiménez Ochoa
VI
48
El tiempo se detiene en las escrituras y cuando habla
todos los movimientos se aferran a su certeza. En sus
tierras blancas atrapada en cilindros de papiros se
levanta el Paraíso, por sus tapias ascienden el basilisco
y descienden sin elección los hombres desterrados de
la inmortalidad, atrapados a su historia. Los
impensados senderos detienen los centenarios muros, y
lo no visto, renueva el espíritu al transitorio cuerpo sin
caminos sin rutas.
¿Y quién para este momento ha pisado la Ciudad
errante?, fugitivos, en le terreno de la circunstancias
adoran de labios para afuera; con apetencia calcan su
aislamiento, fantasean con ventanales y
pasadizos; cautelosos desocultan el asombro en
imágenes para luego reverenciarlas como tesoros.
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Emel Jiménez Ochoa
VII
Los engendros de la guerra, ídolos sin talismán, sin
hemisferio, distante del sótano donde yacen los
trompos tirado al torso, empotran sueños y obligan a
soñar crepúsculos vespertinos mientras remueven con
cera las costras de los torturados, insomnes pliegue,
borrados de sus rastros.
Aterrado alteré el brazo del sextante, velo hermético;
ahora el firmamento enrojecido sin rumbo naufraga sin
alcanzar a conversar con las puntas centellantes de la
luciérnaga.
Me mata la angustia de ver desvanecerse lo efímero de
sus interminables plumas con la que, de quererlo,
visitaría las cumbres de inacabadas cimas, a cada
ladera avistarle su abandono y mudar a destello de
cometa con sus inextinguible cola de hielo; ¿cómo cavar
en sus divinas lágrimas la fugaz sonrisa para luego de
reconocerle en su alfabeto su réptil, aprehenderlo bajo
sus tres formas; sin andar visitando museos?
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Emel Jiménez Ochoa
VIII
Con mi alma siempre desandando caminos;
desprendido del diván gateo hasta deshacerme de su
piel disfrazada de sigilo.
Añoro la marea alta y el invierno pero sigo
encumbrando montes. Relegué la escena donde la
puridad de Dios purgó mi boca insignificante,
comprendí que mi empeño de negarle a la sorpresa
su engaño contrastaba con las voces heridas por los
milagros que como murallas atraparon mi corazón,
pozo de tiempo silente e iluminado. De repente con
aguja atravesé de lado a lado la palma de mi mano, sin
espejismo el bálsamo y el eslabón que surte de días mis
presagios, asomaron.
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Emel Jiménez Ochoa
IX
Y el compás volvió sobre su punto. Hallé el recinto
donde el abismo insaciable aún duerme, al interior de
sus pasillos los muertos sin bondad o maldad, sin
placer ni dolor, juntos se cubren con la misma entraña.
Desalojados de sus nombres, sin voz sin ceremonia sin
castigo sin despertar sueñan los lagrimales por donde
discurre la vida. Y vagan insensible entorno al centro.
Supongo todo regresa de donde partió; del otro lado,
terminante prohibido presenciar eclipses y
contorsiones de árboles, a toda costa se evita abran
un hueco por donde deslicen el jarrón de la ilusión y
aviven la cripta del propio vacío, donde se encerró la
mirada para el asombro, urna indescifrable, cubierta,
sin anhelo.
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Emel Jiménez Ochoa
X
Me rehúso a pactar con la coherencia a cambio de
representar con mi nombre sus voces. Creo soy espora
o quizás rocío y, salto de presencia en presencia como si
nada.
Ahora sin semblanza actúo como si no fuera yo; de
pronto mis pensamientos se conjuntan con el olvido;
entonces la noche deja de ser figura para adentrarme a
su ficticia superficie hasta transformarme en
imperturbable fetiche.
Y fijado a la peonza de mi recuerdo lechoso, indiferente
franqueo la fuente de yagé y bebo sus lúbricos jugos,
tenue tensión entrelazada a la distorsión del tiempo;
Mu elástico tallado al paso del Majestuosos Sosiego
pero presiento no moverme hacía el espléndido
surtidor que con sus dedos confina las voces de sus
honduras.
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XI
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Sin tregua persisto en descifrarle a Dios su eternidad
restringiéndole en la palabra, arca electrizada;
pretendí contenerlo en el laberinto poético, territorio
que aprisiona, azota y tortura; sin embargo las
murallas que le cubrían fueron sólidas duraciones para
inmovilizar la arremetida de mi oblicuo lance. Quise
usurparle las llaves al Creador, pero Él, insomne
desconfiado del verbo se arraigó inconmovible en su
estancia.
Mientras la realidad florece a mis espaldas, el cadáver
erizado oculto del abominable pero sagrado ojo del
ámbar se abrazó a mis alucinaciones. Hasta las cosas
desenmascaran su ira cuando la palabra las siega del
ritual.
Al menos vagabundo escudriñé las edades del “Soy
quien soy” para luego escuchar de la atemporal Boca
Volcánica, la partitura del magma salpicando ecos
exiliados en la fosilizada epopeya.
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Emel Jiménez Ochoa
XII
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Emergí en un Centro donde se levantan fragmentos de
utopías ¿Cómo llegué al “Oasis de las pequeñas aves”?
Encadenado a su púrpura rejilla de luz me fundí en
sus vestigiales cúspides ahuecadas de cristal vibrante.
Y al recogerme en su altar infinito, en su interior, sin
profecía, dejé de respirar la leyenda; espanté las nubes
lenticulares de mis siluetas y soñé me diluía en su
arrebatada aura sin himno. Dejé de perpetuarme en
mis ficticias negaciones, sin sudario me deslicé por el
portón del pequeño zaguán hasta recostarme en la
levedad de su costado y, de súbito sentí mi etéreo
suspiro expandirse entre alabanza e inesperado me
advertí atado a la gratuidad de Dios.
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Emel Jiménez Ochoa
XIII
Para los que temen caminar hacía el Ubicuo y
pernoctar en sus tormentas; para los que temen
desvanecerse en sus secretos tragados por los océanos
milenarios. Yo, anónimo me abandoné a su escritura
inagotable. Sin santidad atravesé el estuario.
En una runa construí mi casa y la alumbré con velitas
de olor a sándalo, colgué en viga talismanes con ojos de
pavo real, levanté con residuos de tiempos la roca
primigenia camuflada en la pilastra, el piso lo rebosé
de Siemprevivas y lo sembré de osarios con pezuñas de
inusuales constelaciones.
Despierto del inconmovible silencio abrazo nebulosas,
las hago migajas hasta desvanecerlas en tempestades
que trasformo en sonidos, dándoles con mi aliento,
vida.
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Emel Jiménez Ochoa
XIV
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Y tanto presente, mientras el chasquido del bosque
erra lejos de la realidad, en su interior despierta, sus
adentros, se repliega ante la presencia de la brasa, sol
reluciente que sin afueras socavó sus playas y se
redujo a simple mito.
Cubriéndome de espejos, de plumas cenizas, de una
larga hacha de yeso para que no resquebrajara el
pigmento oscuro y con mi temblorosa voz alcancé a
burlar a la historia. Estuve atrapado en su espíritu,
moviéndome sin poder atravesar su amnios a
pesar de lanzarme con la garrocha del devenir, mi
palabra rota petrificó los versos recibidos y recitados
desde el abismo hasta desfigurarlos en intuidos ecos.
Presiento llegué a los sueños que duermo, aunque pasé
desapercibido flameé el penacho de fuego incubado en el
armazón de inocencia; sin alfabeto me hundí en las
honduras del divino estero donde miré el alma endurecida
de los juncos habitando el telúrico pantano.
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Emel Jiménez Ochoa
XV
Y traduje “Pájaro siguiendo la ruta de estrellas”, al
observar conducido por éxtasis la nube tapizando la
arcadia utópica y a los susurros de brea franquearon mi
silencioso hasta perforar la eterna morada. Ya sin
secreto engaño la verdad con una tragedia idílica.
Sobre una roca yace mi voz, cósmica o no, hace
parte del primitivo punto.
Aquí estoy con mi tiempo girando en su eternidad,
relenteciendo el instante con mi mirada extraviada,
entre tanto, la huellas del reloj rueda al vaivén del
vaticinio, la misma hora sobre la misma recta azotando
los moldes de escayola ¿Pero cómo dilatarle al patio su
inerte lapso si hace parte de su mansión, manojo de
escenarios que el aguacero atavía de olvido?
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Emel Jiménez Ochoa
XVI
Desde aquí percibo la raíz como si fuera un hilo
traspasando el aluciando pensamiento. Del viaje sólo
un recuerdo desfigurado hasta volverse quásar; antes
huérfano, ostracismo de la intemporalidad; turbulenta
creación al alcance de mis manos. Ya Dios no me
atemoriza si no mi horma de yeso, el portón de la gruta
de regreso y el fruto púrpura; fronteras que filtran la
luz de marioneta que descansa en el estante erguido
cual espectro indultando y rasgando bendiciones.
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Emel Jiménez Ochoa
XVII
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La ingravidez de mi poema desagua en el lago de la
pupila. Su olvido sin realidad entran como pulsar, adentro
sus ojos de nieve encantan y le capto su
afuera envueltos en aserrín salobre, sin camino
reinician en cualesquier punto y aunque sigo creyendo
en mis mañanas, pavesas hechas de sudor enmascarando
memorias, con ella soy uno desprovisto de
significado, sé no hay ruta para mostrarse,
enzarzada a la “Ladera del Lapislázuli” exhala
ensueños. Esperaré hasta que el círculo del tiempo
se agote; mientras tanto mis voces como siempre
continuará trasbocando garabatos, líneas
indestructibles al pie de la impenetrable “Lanza de
Longinos.”
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Emel Jiménez Ochoa
XVIII
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Inmóvil recibo el olor a frutas, oigo los goznes de la
puerta crujir y mis sordos imaginarios alimentan la
pesadilla de recuerdos donde la bruma desvanece la luz
mientras, la angustia corroe sus cadenas carcomidas
de olvido.
Mis manos desde esta remota e inhóspita distancia
palpan en lontananza las raíces del eucalipto. Mis ojos
deambulan entre los espacios que se extienden a lo
lejos, ahora sin carne sin eslabones, me habito.
Aún mis labios rezuman aquellas mieles y de súbito la hora
deshebró mi pensamiento y retorné a la oscuridad. Las salas
inundadas de venenos impiden al pantano despertar en su
vergel pero seguirá desde aquí añorando sus ritos usurpados
a los brillantes ojos de gato.
Aunque estoy desterrado de los secos pezones no me impido
evocar las siluetas de los frontispicios. Si… me encuentro
atiborrado de eternidad sin embargo no desistiré de fabricar
con mis signos la perpleja perennidad a mis sueños.
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Emel Jiménez Ochoa
IXX
74
De sobrevivir al origen, de renacer del punto del
ensueño. ¿Saldré con mi bullicio colgado en mi collar de
amatista? ¿Acaso de mis labios desterraré la muerte
del deseo? ¿Mis manos continuarán ahormando las
cuevas donde detengo mis fieras que agazapadas
aguardan con sus miradas torvas y rezagas el paso del
anacoreta?
¿Y mi ciudad de carillones helados, orlados de
talismanes; con sus piedras lapidarias, con su pelucas
fanfarronas de teatro, reaparecerán en mi memoria? Y
si finjo encontrarme al margen del caldero donde yace
mi destino, ¿seguiré golpeando con pilón el maíz
tierno? Mis espacios nacidos del pensamiento,
desfigurado en la palabra seguirán lanzándome en su
catapulta, entonces ¿cómo sobrevivir al tiempo
distorsionado por el reloj? Aquí hallaré al cometa y al
acariciarle ¿almacenaré undívagos recuerdos para aquellos
instantes sedientos de imágenes?
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Diálogo Inconcluso (II)
Emel Jiménez Ochoa
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Izek: ¿Encontraste más abajo del “Medio día” el lugar
original donde habita la Vacuidad o, no pudiste
traspasar el horizonte oscuro de la palabra que visiona
y salta sobre su luz en vuelta en voz?
Poeta: Partí apresurado, de súbito me vi atado entre
garabatos espinosos, inhalando mi aroma simulé ser
aliento y fluí por sus ranuras, me derrame hasta
hallarlo. Dios ni es verbo ni yeso ni avatar ni
filamento ni suspiro ni hacedor ni soñador. Está aquí
entre tú y yo; también en el agujero donde el gusano
pasa solaz. Cuando entré el Monte Qaf sentí sus labios
susurrantes, apenas un bucle, aunque desvanecido
hizo presencia, germen regado entre las volutas de
humo. También está en Sheol, allá dejó de ser huésped
para ser un perpetuo caminante de sus eternos
laberintos; del mismo modo en Merú su trinitaria
forma transita entre suspiros de nieves perpetuas.
Y hallé su mirada en el monte Shasta, límpidas, de
original pureza.
Izek: ¿Y cómo vestirás la inmortalidad si eres carne punzada
de augurios?
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Fractal Místico Poesía
Poeta: Prodigiosamente los adjetivos repujan el hierro y de
su traición si apenas quedan perfiles. Y la profecía
forjada y fundida en su engaño se propaga
prologándose tediosa entre refranes que arden en la
chupada del cigarrillo.
Mis pies tienen el polvo del Monsalvat. Con hachís
trepé al suspiro y peregriné hasta tocarle la arcilla de
runa a Urania; con mis ojos cerrados recorrí sus
corredores y, sellé mis labios impidiendo la voz
profanara la omnipresencia.
Izek: ¡Solo alardeas! ¡Presumido! ¿Acaso llegaste al Vientre
Original? De verlo ¿cómo renunciaste a Él? ¿Acaso,
Dios te vistió de inmortalidad al tocarte con su
incorpórea ánima?
Poeta: Con mirar la mirada de Dios a mi palabra se le esfumó
al signo; de golpe mis infinitos expatriados en
devenires, sin error, desincrustados de
memoria abrasaron aquella morada y, las paradojas
desfilaron por su larga abstracción sin ruido. Al
interior del cáliz todo es incendio ¿De qué otra manera
se peregrina al origen?
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Emel Jiménez Ochoa
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Izek: Poeta, para tocar la túnica del origen tuviste que ser
ausencia, desposeído del aquí, sin otra ruta que
extraviártele al menguante. Pero eres carne cubierta
de marchitos lirios a la espera de ensartarte hasta el
cansancio al atractivo yugo.
Poeta: Me acechas. Me inspeccionas hasta el más banal de
los detalles. Con los mismos ojos disecados con los que
presagio amaneceres aguijoneé los silencios fraguados
en la hoguera. En el pináculo de la pirámide la
moribunda letra, arde.
Izek: Fuiste en busca de Dios y regresas como vidente. En tu
ausencia la tripulación de locos despertó en la catedral
de color azafrán, delirantes por sangre aún rompen
cabezas con los bordes de los santos enjaulados.
Y presumes de profeta e insistes en maquillar arrogante
tu esfera de ópalo. Una vez más en su poliedro Diosquedó
incólume.
Poeta: Mis mantos de color púrpura los inventaste. Dios no
mitigó mi perdición; en su quietud, adrede me
desprendió las púas con las que engarcé mi esclavitud
al trono de reyes.
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Fractal Místico Poesía
Izek: Despertando de tu levedad sientes la líquida ensoñación
del tridente. Tu avidez de grandeza es pantalla
puesto apenas percibiste la superficie de un cielo
inventado.
Poeta: ¡Lastimas tu malicia! ¿Cómo mitigar la servidumbre
del vasallo? Me encuentro rendido al murmullo del
Perpetuo a la vez indiferente a tu libertad sumisa.
Tus estruendos adormecen al silencio; destilas
momentos sin horas y con ello crees ocultarle al jaspe
su vena oxidada.
Izek: No impidas a la sombra devore tu nombre, si
quieres seguir en el engaño recuerda la fantasía
como la falacia se extiende por territorios sin retorno.
Dios no es horizonte incorpóreo para conquistar;
también su música emerge de las entrañas mortecinas
del caballo alucinado; del hechicero acostado en la
acera mientras la guirnalda con sus torbellinos danza
sobre su leño; de la voz tirana del reyezuelo con sus
coronas repujada; de la trama sin textura del pájaro
carpintero que trae rumores sobre túneles en el cual
habitan silabarios ignotos.
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Emel Jiménez Ochoa
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Supongo tu espíritu quedó colgado del otro lado del
desván. En tu enlutada risa yace el macabro secreto no
del filón que alberga el pretendido imán donde los
espejos cincelan la prohibida escritura.
Poeta: En mi interregno toqué la túnica de Dios.
La imponente lejanía regada sobre las sienes de la
belleza es fuente irrenunciable. Con Él asolas sin
vaticino sin orificio entré a la infinidad
embadurnándome con el inexpugnable misterio e
inacepté la muerte puesto era renunciar a la
tempestad anclada en la mortalidad del alma.
Izek: Desde tu altar ruges sin escapatoria. Dios no desciende
de rostros antediluvianos como tampoco de bizarros
Mesías. Tus sentidos encarcelados encaran la discreta
finitud arraigada en la rama inválida ¿Desde cuándo
quieres perpetuarte en el vacío? ¿Acaso lograste ser
uno con la vastedad del rocío?
Poeta: No me confundas con el artesano que amasa la horma
del novedoso sonido.
Franqueé el muro curtido de intemperie y escuché al
atravesar la garganta de la pesadilla, el crujido de la astilla
que los cráneos esparcen como silbidos por el árido sendero.
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Fractal Místico Poesía
No me confundas con el soñador de la Infinita Arcilla.
Él que con sus lágrimas da vida.
Dios ni recorre mis días ni mis rutas; jamás me
vanagloriaré de ser fermento almizclado que atrae
moscas. Mi trompeta de cuerno le provee eternos a la
clepsidra y, matizado en suspiros me abro a la plenitud
del crepúsculo a sabiendas que sus entreluces guarda
secretos de horizonte.
Izek: En tu interior habita el forastero inapresable,
anda, mientras la mangosta perfora el estómago alucinado
y escurre grietas para que el discurso arrase sus verdes
sueños, bebe tu gota de agua viva; pero únicamente
estás empeñado en abrir la cómoda jofaina.
Si tocaste la túnica de dios ¿Por qué te condenas?
¿Pretendes al ridiculizar a los vicarios de la púrpura
estola protagonizar la herejía? Entonces idolatrarías tu
tótem, encadenado a sostener como verdad el mismo
engaño, ocultando en tu cinto el afilado puñal para
matar a quienes no enarbolen tu estandarte de
salvación.
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Poeta: El dios de mis palabras aún es mixtura parpadeante.
Me sentí alejado pero obsesionado con la superstición
del triforio y retorné ¿cómo desprenderme de la
gramática del odio? Privilegié divinizar al ermitaño,
hospedarme en su abismo, silbar al interior de su
vientre hasta convertirlo en mi cielo. Con mi
parapetada malicia defendiendo mi ritual de piernas
inquietas; siento mi alma fanática del símbolo y
alambra mis labios.
Izek: Tu mente entrelaza conciencia y deseos.
Al imitar la doctrina te aferrarte a la caligrafía de
la insondable ira ¿Qué conseguiste? ¡Deshuesarla!
Y ahora dando tumbos mientras cavas, vendes
guijarros que cantan, sin embargo ese beso perforado
también es afín al Creador.
Poeta: Tanto la árida compuerta del guisante como su
terraza me evocan los reciclados espacios del
significante envueltos en su vastedad desquiciada. En
el tejido laberíntico de la palabra convive pterodáctilo
con amor y de querer, un dios con pico rapaz
también se hilvana al súcubo del trovador pero,
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Fractal Místico Poesía
Dios no es palabra si no suspiro que penetra creencias,
habitaciones mezcladas en matices, claro oscuros de
alborada y, huecos rellenados de promesas.
Izek: Te ves en un hemiciclo discutiendo con los sumos
pontífices sobre los textos que dan por sentado el
testimonio obsequioso, mientras las espadas zumban
al interior de las madrigueras, de la leyenda.
Poeta: Cómo decírtelo ¡soy uno con mi soledad!
Pese a estar el festón en el quicio del templo reposo al
lado del sombrero del lazareto; siendo ambos puntos de
partida para atravesarle a la lumbre su belleza.
Que otros se sacien con la pestilencia y esparzan
incienso con espumas a la descarnada úlcera; nunca
seré hechura de heraldo quien con su lustrado violín
ameniza auroras ignorando el alba del piadoso; sean
otros quienes estropeen la fe con la liturgia puesto
jamás le ocultaré el filo a mi daga; con mi pecho
descorazonado siempre amenizaré de suspenso a la
tragedia.
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Emel Jiménez Ochoa
Izek: Das por cierto que reabrirás las compuertas mágicas.
Para este instante has sido derribado y tus cenizas son
arrume insepulto. El escombro no resucita, por tanto
podrás halar la cuerda del chelo pero seguirás sentado
en tu corona de peltre.
Poeta: Además cargo en mis espaldas una litera ¡Asómbrate
no traigo pluma u hoja pues mis poemas son
suspiros! Entonces enfurécete y quémate con tu rosario
en el fuego fatuo. En mi finitud soy sol sin ser menos
que el famoso Palisandro, quien escapó del fabuloso
territorio sin fronteras con el que se pretendía recluirle
para que inventara márgenes al milagro.
Izek: Pero ninguna imagen fascina si no hay de por medio un
áulico. Tu dios relato, fetiche esmaltado con el que
franqueas fachadas. Y mientes con tus oraciones
mientras restauras corazones. Insaciable exprimes las
atormentadas almas. Eres ficción del dogma, devoto a
tu corona. Eres rostro sin alma sin espíritu.
Poeta: Y mis pasos transitaron por diferentes espacios; no
soy ese peregrino sacrílego. Sin semblante, mis
intrusas huellas contaminaron los intervalos tonales
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Fractal Místico Poesía
del Creador. Él apenas contemplándome rizó el agua
con rasgaduras de silencio y, a mí, residuo de resina
sin otro tesoro que la corona tejida de ovaciones
me gratificó con una soledad ataviada de acertijos.
Ahora me acuesto en su lecho esperando a que mi
memoria queme las epopeyas y añadan un espíritu a
mi lámpara inagotable de luz.
Izek: ¡Vete! Conmigo durarías lo que el desvencijado saxo
tenor. En tu tumba, el olvido ensortijado con el
cuchicheo de la salvación sin tregua animará la fiesta.
Deja de encantar, agótate con tus nocturnos sin
pirotecnia; nada te será vetado pero márchate;
tú enigmática pieza no encaja en el rompecabezas al
ritmo frenético de mi sintaxis.
Conmigo no serás llama, simple imitador de noches
encandiladas.
Poeta: Mis lustradas hebillas, mi pequeño cetro fulgurante,
lo mismo que el escarpado del fiordo, la jaula
cismática, la goleta de humo, y el hedor fugado del
basurero, son fieles aún a mi sueño.
Persistes en clavarme tus incisivos en la frase poblada
de nostalgia, sin embargo tus letras transitan
monótonas por la rueda del ruido; podrás ser un
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experto, pero tu discurso no vence al perfecto silencio
que me satura. Eres fama, la retórica corre como savia
por tu boca.
Jamás osé compararme con la salamandra que al interior de su
cascarón viaja atravesando el rústico silabario, tampoco con la
libélula de inacabados caminos.
Izek: A los santos se canonizan con sus pantuflas ¿Es lo que
quieres escuchar? Tus respuestas ni me sobrecogen ni
maravillan. Aún piensan que la marea de la tierra es
una eternidad diluida en lágrimas de luna. Faisán o
Fénix ¿Escoge? ¿A quién adoras como tu dios?
¿Sandalia alada o Vitral templado? ¿A quién adoras
como tu dios? Mi Dios ajeno al inferno ¿el tuyo? Hasta
del dios que presumes, te es extraño.
Poeta: La eternidad deja su cicatriz en la madriguera y su
cuerno inconsútil me empuja hacía afuera, me aparta
del hemisferio supersticioso, de la creencia en
verdades amarradas al antojo y, del éter enrarecido
del aprendiz de piano.
Yo nací y crecí besando la tierra, mi visibilidad apenas
alcanza los horizontes del peciolos. Mientras le
rasgaba su tímpano para escucharle sus
enigmas que dormitan cerca su repisa de bronce me abrí
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Fractal Místico Poesía
las venas, lo hice no para hallar a Dios sino por el
deseo de ser humo serpenteante para erosionarle,
hasta resecarle la pupila a la palabra.
¡Sí conocieras su soledad! Entre espacios
y astillas, tenue pizarra deslizando sonámbula su
rastro, con mis llaves descubrió sus ecos y ante el
azogue vio tras de ella además de su calavera oculta,
una sirena desertora; para sacarla a su presencia la escuché gritar
frenética y de sus pavesas nació mi indecible verso.
Izek: Apenas fuiste engranaje del giro, del juego de manos.
Tu palabra, suelta entre grietas, riada iracunda; danza
vestida de pesadilla por demás vetusta entre fingidos concertinos.
Sólo quisiste descender hacia la joroba del
tiempo evadiéndote entre plantíos de chumberas para
morar con tus despojo en el Jardín del Edén.
Eres pensamiento enervado, memoria tránsfuga;
pasaste de ser signo a un pregón envuelto en el yermo
soneto adornado con canutillos y lentejuelas; eres
personaje sin línea. Relames con fragancia de tocador tus
poemas sólo para encantar.
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Emel Jiménez Ochoa
Poeta: Dios Inconmovible proveyó de belleza a las velas
cangrejas, al buitre que escurre en sus garras el olor a
vinagre, también al estuario con vaporcillo a bodega
de vinos. Cualquier lapso deletrea Dios. Quizás
habitando el tiempo que calla halles su canto,
única posibilidad de resbalar del sí mismo sin
ofenderlo.
Izek: Poeta, al recoger tus memorias replegando el mito en
su fracaso escucharás tus sentidos sumisos al manojo
de llamas sin fuego. Quisiste expulsar la percepción
almacenadas en pompas de jabón y, mientras, ni
estrujaste al destino.
Mientras tangas respuesta para cada trayecto nunca
harás vibrar los bordes del abismo.
Poeta: Ahora sin ciclos soy pura consciencia; excluido de
superficie sin piso. Con mi voz sin ritmo descifro al
nocturnino suspendido sus paradojas del afán vaciada
en las miradas del deseo.
Sé, la claridad de la aurora languidecerá y, a su vez
decrecerá conjurando el vértigo que sin torsión gira en
la inmensa habitación de inagotable sintaxis; también
se disipará hasta tornarse mormulló el vórtice que trae
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Fractal Místico Poesía
los gritos encapsulados a mis letras; hasta la
membrana de mi nombre se desvanecerá en el
marasmo de la quietud. Mi cuerpo, indefinido ignoró la oscuridad
del bosque ¿cómo encantar lo innombrado? Oculté mis ayeres de la
memoria deseosa de empalmar con las hendiduras. Sin
grietas me planto en representar un ave
gris blanquecina, imperceptible coro para oírle
al mar sus conjuros que no alcancé a sentir.
Sé, no logré germinar en la caña zambullida entre
tormentas pero Dios existe, toqué su túnica sin destino
sin corona y sin halo. Bebí su agua viva sin convocar a
la efigie. Anonadado horadé mis cantos y me reavivé en
su gloria Eterna.
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Soliloquio Fugaz
Emel Jiménez Ochoa
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_ “Con tus pasos atravesaste el umbral del círculo menos la
luz oculta de mis pupilas. Suéltate del relicario,
de la sombra y el eclipse, asciende los escalones por los que
cruzarás al sueño sin ausentarte”
-¡A quién escuché!
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Emel Jiménez Ochoa
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-Cuando vi que mis pasos calzaban las huellas rubricadas
por las espadas ensangrentadas de los venerados, decidí
lanzarme para acceder a la
urna donde el ruido embriaga, prefiero el vasto blanco
tapizado de inmensidad para así estremecer mis pupilas
congeladas.
Y Dios, sin misterio, con su manto inconquistable
descorazado, expuesto al revoloteo mudó del simple mito:
por unos esculcados y por otros lustrados; de su presencia:
divinidad vulgarmente envuelta en verbosidad clandestina
de ripio y rastro, a inconmensurable aposento.
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Emel Jiménez Ochoa
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_“Y emprendiste el camino conquistando a las rutas sus
secretos para hallarle a lo atemporal su brevedad”
-¡A quién escuché! Envuelto entre miradas huérfanas,
esparcí mis olvidos a la ventisca desmemoriada; de súbito
Dios, con su tenue eternidad, ante mis ojos ciegos,
relampagueó silbante su espesura y en su sagrada
perfección despedazó mis infinitos. Ahora deshabitada, mi
reseca piel ni recuerda el vaporoso hálito.
Y Él abrió sus venas sin fuego, antes de tiempo obsequiosos
me lactó con savia sus insondables silencios, haciéndose
imposibles para este cuerpo limitado por la palabra,
encerrado entre el mito y el dogma, asimilar la dadivosa
ofrenda.
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Emel Jiménez Ochoa
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-El paraíso artificial recreado en mis andanzas es distinto al
silente e inconsútil manto con el que Dios cubre su rostro.
Sin visión trashumé los riscos más pavorosos y hundí mi daga
con odio mientras observaba el aura desprenderse del extinto
aliento, mientras le susurraba a mi alma guardará
el arcano pronto a develárseme con sus muecas de terror:
unas desvencijadas otras de soledades extenuadas y
postizas. Y entre más vocifera el halo rutilante se escapaba en
los indefinidos horizontes. Dios en su infinitud me
otorgó su Verbo y yo le limité, Él se hizo espíritu para
habitarme entre tanto estuve ausente. Poseyéndome lo
poseía, conteniéndome le contenía, ahora ¿cómo desentrañar
lo que me habita si no lo habito?
Mi dios anhelado apenas entre mis ambiciones y deseos,
siendo tan real y ficticio que lo indago a mi conveniencia e
insolentemente me sorprendo al imaginar su perfección de
amanuense.
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Emel Jiménez Ochoa
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_ “Y al interior de esa simple gota de agua me dilato hasta
romper sus horizontes de espacio. Poeta, lánzate, ven y
encuéntrate con tus ritmos ocultos,
extraños por lo inexplorados pero estrujando entre las
membranas silentes las voces que apenas modulan
imágenes, te percatarás”
-¡A quién escucho!
Sea cual fuere el interior es bóveda y prisión. ¿Será acaso mi
sueños el que espera mi llanto para romper la
cápsula revestida al verbo y en ella diluirme hasta
volverme hallar?
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Emel Jiménez Ochoa
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-Y anduve los recovecos de mi ansiedad tratando de encontrar a
un dios hecho a imagen y semejanza de mis palabras, entre
tanto Dios acariciaba sutilmente mi cuerpo con sus dos
manos. Cada beso un oasis en mi desertizada piel. ¿Cómo
imaginarme lo que dejé de percibir? Cada grieta encostrada Dios
la irriga de vida, pero fui incapaz de
fantasear, hasta de soñarme, de verme como ese punto
donde el agua eterna revive, de manera simple, la
envergadura de los horizontes infinitos.
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Emel Jiménez Ochoa
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-Dios y me regalaste la vida y la serenidad para tomarla,
siguiendo los leves suspiros de tu voz permitiste me
fundiera en tu ópera prima, Tuve que lanzarme a los
abismos persiguiendo la fantástica inocencia para a través
de la oración penetrar piel y carne, membrana de vientos
para absorberme en tu huella, vestigio, simple continente
de eternidades.
Soy tan mortal que ni sé orar, mis palabras simples
rogativas del temor, con mis frases ni penetro mis ensueños
ni traspaso la corporalidad que me impide sentirte. Sé estás
a mi lado y trato de escurrirme por el frescor de tu
espejismo perenne y silencioso.
Mi Dios siempre te pienso radiante y aún con mis fatuas
creencia de inmortalidad, de caminante torpe y errabundo
me extravío de mi insignificante orgullo al percibir que
dotaste de belleza todo lo que habita, y arrobado me alejo
de la palabra para envolverme en la ubicuidad de tu aliento.
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Emel Jiménez Ochoa
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-En el fractal del místico relieve, en mi descendimiento
colgué mi silabario entre los tablones del andamio; levanté
mis manos para arrancarle a la nervadura de la hoja sus
secretos y ella cayó marchitándose sin mis huellas. Ahora
mis palabras desnudas se desvanecieron en el telúrico
horizonte donde Dios sueña, quedando descalzas al negarle al
crepúsculo coloree su sombra, presencia inacabada hecha
a imagen y semejanza de la voz.
Renací, en la alcanzable perpetuidad de mi polvo
percibo alguna vez fui osamenta encerrada en la luz
incandescente.
Cruce la presencia, sobrepasé la matriz consagrada al
origen donde se incubaban miradas mortales
preñando a la verdad de leyenda.
Dios y sus vacíos fracasan en la letra, con la que se
desgarran paulatinamente realidades sin atravesar la
urna de la ira.
Jamás Dios hierve en la dilatada vasija con la que
disequé la ciénaga del poema. Vacío, quedé vacío, sólo
me acompaña mi rostro disperso en ángulos, en cada
uno yace letanías de abismo.
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