La Meta del Análisis - Universidad de Chile

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LA META DEL ANÁLISIS Ps. Hugo Rojas O. Psicólogo Psicoanalista (ICHPA) Doctor en Psicología, Universidad de Chile. Miembro del Grupo de Estudios Psicoanalítico. Puedo situar el impulso para realizar este trabajo en el sentimiento de perplejidad que me asaltó al escuchar esta lacónica frase: << pero ya nadie trabaja como lo hacía Freud>>. Ocurrió en una conversación a propósito de la conveniencia de estudiar, siguiendo, con toda la atención que fuera posible los detalles, algunas veces reunidos en los textos freudianos que conocemos como escritos técnicos, otros dispersos en los historiales clínicos o en diversos trabajos de la más variada índole, el método o la técnica que Freud aplicaba en el tratamiento de sus pacientes. Mi interlocutor en dicha conversación es una persona que reúne muchos méritos en el conocimiento del psicoanálisis, suficientes como para no desatender apresuradamente esta expresión, como si ella careciera de toda pertinencia. Puedo agregar que la perplejidad que experimenté en ese momento no se ha disipado del todo; me acompaña hasta ahora, cuando acometo esta reflexión con el propósito, en parte, de comprender qué puede haber en esta frase capaz de provocar este sentimiento de una manera tan persistente. Mi perplejidad se explica, en parte, porque mi trabajo en el estudio de la obra de Freud y el desarrollo de mi quehacer clínico, han ido produciendo en mí, crecientemente, el convencimiento sobre la plena vigencia de la investigación freudiana y de su método, que como es sabido, era al mismo tiempo su método de tratamiento. La duda y la confusión que me embargaron a partir de ese momento, pronto dieron lugar a una serie de preguntas acerca del carácter de los descubrimientos freudianos: ¿puede separarse la teoría, en sus más diversas vertientes, metapsicológica, psicopatológica y terapéutica, del método de investigación que posibilitó la construcción de este conocimiento?; ¿en qué sentido puede decirse que dicho método de investigación y tratamiento puede resultar obsoleto o superado?; ¿qué clase de conocimiento podría ser el psicoanálisis si, por el contrario, quisiéramos sostener que, al menos una parte de él, y que por ello mismo pudiera llamarse esencial, es un conocimiento cierto que no debe ser olvidado sin el riesgo de enajenarnos de su naturaleza?; ¿cuál es la relación que el practicante del psicoanálisis, en tanto sujeto de un conocimiento, y por que no, también, de un desconocimiento, puede sostener con el saber psicoanalítico? y, por último, ¿cuál es mi situación, en tanto practicante del psicoanálisis, en este concierto de interrogantes? El conjunto de estas preguntas, y otras que pueden sumarse, abarca una buena cantidad de problemas que es pertinente tener en vista cuando nos interrogamos por la vigencia y las invarianzas a propósito de nuestra disciplina. Nosotros, en esta ocasión, nos limitaremos a seguir el hilo de una reflexión que intenta abrirse paso a través de una compleja red de senderos que se enmarañan en torno a la inquietud que surge de la afirmación que dice que ya nadie trabaja como lo hacia Freud. Muchas cuestiones interesantes se nos atraviesan haciéndonos frente cuando intentamos distinguir, en el psicoanálisis, lo que permanece constante de aquello que cambia. Orientarnos en este asunto no es una cuestión menor, puesto que éste entraña no sólo una pregunta acerca de la identidad de la disciplina a propósito de su objeto y su método, sino, además, y fundamentalmente, debe interrogarse sobre la adecuación entre estos dos términos. Puede servirme como justificación para hacerles escuchar algunas ideas sobre materias sabidas por la gran mayoría de los presentes, la índole del tema que nos reúne en esta mesa. El enunciado que ha servido de provocación para este trabajo parece dar de lleno en la problemática que hemos señalado. ¿Habrá que extraer como una consecuencia de esa afirmación que, entonces, en cierto modo podemos olvidarnos, en el tratamiento de nuestros pacientes, de estudiar detenidamente el modo en que lo hacía Freud, sin menoscabo de nuestra eficacia? Con seguridad, nadie que se ocupe del psicoanálisis estará de acuerdo en que, plantearnos la posibilidad del olvido a propósito del problema que nos ocupa, significa que debamos retirar todo interés por los textos freudianos o los testimonios de quienes conocieron su trabajo de cerca, especialmente de algunos que fueron sus pacientes, en los cuales podamos obtener una idea acerca del proceder de Freud en los tratamientos. Alguno podrá decir que la lectura de dichos textos tiene un interés histórico indesmentible para conocer los orígenes del psicoanálisis. Sin embargo, un interés que pueda llamarse puramente historiográfico, que se acerca bastante a la idea de considerar a Freud como un precursor del psicoanálisis, supone, en contradicción con nuestro saber más caro acerca de los hechos psíquicos, que puede operarse un divorcio entre los orígenes y las consecuencias que se siguen de ellos. Se instalaría en una sospechosa ignorancia del hecho de que el pasado suele actuar como una causa presente, para mal o para bien. Un interés ingenuamente histórico por los orígenes del psicoanálisis, aparte de suponer sin más crítica que, efectivamente, la idea de que ya nadie trabaja como lo hacía Freud es perfectamente factible, supone también que el orden del descubrimiento freudiano, inclusive su autoanálisis, como una parte sustantiva de esta investigación son, sino ajenos, al menos accidentales respecto de los conocimientos logrados por Freud y que conocemos como teoría psicoanalítica . Para aproximarnos de una manera más concreta al problema que nos plantea la afirmación con la que nos confrontamos, podemos conjeturar acerca del alcance de ella. Tal afirmación, en su significado más fuerte, talvez querrá decir que en la manera en que trabajan los psicoanalistas en la actualidad ya no pueden reconocerse los rasgos esenciales del método freudiano. O, en un sentido más limitado, apunta al hecho de que existen en la actualidad muchas variaciones teóricas y técnicas en la manera de comprender y hacer con el paciente, y que se han extendido a tal punto, que puede afirmarse que muy pocos, o nadie, hace psicoanálisis al modo de Freud. Hemos optado por marcar la diferencia entre estas dos posibilidades de interpretación usando para una de ellas la palabra método , y para la otra el término más impreciso modo . Es claro que si debemos tomar dicha afirmación en el sentido más débil, esta no pasaría de ser una constatación que en nada afectaría a la suposición de que, no obstante las diferencias en los modos o estilos, en lo esencial nos debiéramos reconocer como psicoanalistas en tanto practicamos el método que practicaba Freud. Sin embargo, enseguida notamos que si hemos de tomar la expresión en este sentido limitado, o más débil, el acento cae sobre la idea de modo o estilo, es decir, variaciones, más o menos personales, o, más o menos compartidas, de realizar una misma tarea; y, en este sentido, entonces, tanto vale decir que el psicoanálisis se practica como lo hacía Freud, como su contrario, que el psicoanálisis ya no se practica como lo hacía Freud. Podríamos conformarnos con estos breves esclarecimientos y concluir, dado que emitir una u otra afirmación es relativamente equivalente, que mi interlocutor no hacía otra cosa que entregar una opinión, en un asunto que es meramente cuestión de opiniones, y agregar que mi opinión es la contraria. Podemos también agregar que ambas posibilidades pueden ser asumidas con pesar o con alegría, indistintamente, dependiendo simplemente de nuestra inclinación a apegarnos más, o menos, a las tradiciones. Con ello la perplejidad debiera desaparecer, pero no es así, todo indica que se encuentra allí un resto que no se deja comprender tan fácilmente. Si ahora nos hacemos cargo de la afirmación de mi interlocutor en su sentido más fuerte, el que indica que se habría producido un cambio de tal magnitud o, en el mejor de los casos, un sustantivo progreso en el campo del psicoanálisis, que permitiría decir que, en la actualidad, el psicoanálisis ya no se practica más como lo hacía Freud. Salvo contados casos de anacronismo, tal vez nos autorizáramos a proclamar que contamos con otro método. No podemos negarnos por anticipado a admitir la posibilidad de que tal afirmación pudiera ser justa. En cuyo caso, entonces, cabe que nos interroguemos acerca de cual puede ser ese cambio o ese progreso en la práctica del análisis, tal que justifique que pueda decirse que se ha superado el método con que trabajaba Freud. Antes de aproximarnos a interrogar a Freud a propósito de su método de tratamiento, y teniendo en cuenta que en esta reflexión no tratamos de realizar un estudio, sino algo bastante menos ambicioso, como puede serlo el señalar algunos puntos en que nuestro pensar en el asunto que la frase nos provoca, encuentra algunas referencias, conviene que nos detengamos brevemente a formular de una manera más precisa una pregunta acerca de la afirmación en cuestión. Si hemos asumido que en su acepción más fuerte esta afirmación diría que el método que practican los psicoanalistas en la actualidad ya no es el método por el que se guiaba Freud en el trabajo con sus pacientes, entonces, nuestro problema requiere que podamos disponer de una idea acerca de lo que pensamos cuando decimos método. En el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora, en la entrada método encontramos: Se tiene un método cuando se sigue un cierto camino para alcanzar un cierto fin, propuesto de antemano como tal. Este fin puede ser el conocimiento o puede ser también un fin humano o vital ; por ejemplo, la felicidad . Tal vez no es sólo coincidencia que los dos fines que cuentan en esta breve definición de método, aparezcan reunidos en lo que podemos nombrar como método psicoanalítico: el conocimiento y un fin humano como es la cura psicoanalítica. ¿Nos atreveremos a sostener que lo que pensamos con la palabra cura se aproxima a una cierta idea de felicidad? Pero, aun cuando creo que el asunto de la felicidad humana tiene todos los méritos para reclamar una reflexión en el campo del pensamiento psicoanalítico, no es este el problema que nos ocupa en lo inmediato. Señalemos, sin embargo, que en el psicoanálisis la finalidad de la cura o, más familiarmente, el fin terapéutico, aparece estrechamente enlazado al conocimiento, cierto que no un conocimiento cualquiera o en general, sino un conocimiento que nos concierne muy estrechamente; un conocimiento que, cuando lo desconocemos lo padecemos. Convengamos, de pasada, en que este indisoluble entrelazamiento que en el psicoanálisis se da entre el conocimiento y la cura, puede hacer que resulte ociosa la discusión que supone una alternativa entre el fin terapéutico y una finalidad psicoanalítica supuestamente pura. Puede ser que veamos más claro en este problema si confiamos por un momento en que una mejor comprensión del método psicoanalítico puede disipar esta ilusión de alternativa. Intentemos ahora hacer uso de estas rudimentarias ideas acerca del modo de realizar un determinado trabajo que llamamos analizar. En el concepto método hemos encontrado una traducción más cómoda y manejable que las intuiciones a las que accedemos con las palabras manera, estilo o modo . Entonces ahora podemos preguntarnos por el método freudiano. En el inicio del trabajo de Freud de 1914, Recordar, repetir y reelaborar , encontramos una apretada síntesis que recapitula el trayecto que ha seguido la constitución del método de Freud en el tratamiento de los pacientes. Allí nos recuerda que en los comienzos, en la época de la llamada catarsis breueriana, que en otros textos, como en los Estudios sobre la histeria , por ejemplo, denomina método de Breuer, la técnica psicoanalítica consistía en el empeño, ayudado por la hipnosis, de hacer reproducir al paciente los procesos psíquicos ocurridos en el momento de la formación del síntoma, a fin de guiarlos para que tuvieran un decurso a través de la actividad conciente. La meta que se procuraba alcanzar era recordar y abreaccionar. Más adelante, habiendo renunciado a la hipnosis, se trató de colegir, partiendo de las ocurrencias libres del paciente aquello que él denegaba recordar. Se pretendía sortear la resistencia mediante el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados al enfermo; nos dice. El enfoque todavía se mantenía sobre las situaciones de la formación de los síntomas y se podía ir algo más allá, hacia algunas situaciones que se hallaban detrás del momento en que se contrajo la enfermedad. La abreacción aparecía sustituida por el esfuerzo del paciente en vencer las críticas a sus ocurrencias. El último paso de este desarrollo lo leeremos de manera textual, pues nos permite distinguir aquello que se conserva como una constante a través de estos cambios en la técnica. Por último se plasmó la consecuente técnica que hoy empleamos: el médico renuncia a enfocar un momento o un problema determinados, se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y hacérselas concientes. Así se establece una nueva modalidad de división del trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo; dominadas ellas , el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Desde luego que la meta de estas técnicas ha permanecido idéntica. En términos descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo; en términos dinámicos: vencer las resistencias de represión. Si nos apoyamos en las frases finales de la cita que acabamos de leer podemos concluir que, a lo largo de este desarrollo existe algo que se ha mantenido constante mientras otros elementos han variado. Freud se refiere a los distintos momentos que jalonan esta evolución como técnicas , son éstas las que han cambiado sucediéndose unas a otras de acuerdo a las dificultades que se iban presentando en la prosecución de una finalidad o meta que se mantiene la misma a lo largo del tiempo, el recordar. Creo que sin forzar demasiado las cosas podemos reconocer en esta invariante el método de la cura freudiana. El camino hacia la cura siempre pasa por la necesidad de recordar lo reprimido. No nos resulta difícil reconocer el salto producido entre el intento de curar o aliviar los síntomas de los pacientes mediante el expediente de prohibir los síntomas, recurso que conocemos como método sugestivo, y, lo que Freud, con toda precisión, denominaba el método de Breuer. Este último consistía en buscar la solución de los síntomas mediante el recuerdo de las circunstancias que lo habían originado. Este descubrimiento que debemos a la señorita Bertha Pappenheim, más conocida por nosotros como Anna O , y bautizado por ella misma como talking cure (cura de conversación) o chimney Sweeping (limpieza de chimenea), que fue recogido por Josef Breuer, constituye el hallazgo del que parte el recorrido de la investigación freudiana. No está demás puntualizar que cuando Freud conoce los trabajos de Charcot en Paris recuerda este caso que Breuer le había relatado, unos cuantos años antes. Así, el recordar se encuentra presente, doblemente, en el origen del psicoanálisis. Podemos aprovechar también esta oportunidad para señalar un equívoco al que ha dado lugar el leve deslizamiento que se ha producido desde la denominación cura de conversación a cura por la palabra, el equívoco consiste en la tendencia a poner el peso de la potencia terapéutica del psicoanálisis en la palabra del psicoanalista y no en la palabra del paciente. Las variaciones técnicas que nos expone Freud obedecen, todas ellas, a la búsqueda de los recursos que iban resultando más apropiados para vencer los obstáculos que aparecen en el camino del recordar. Al comienzo, la hipnosis pasa por alto dichos obstáculos; después, mediante la interpretación de lo olvidado se busca extraer del paciente lo que este deniega recordar; por fin, el acento cae sobre las resistencias que se oponen al recordar. Cabe ahora que nos preguntemos: cuando el paciente ha vencido sus resistencias, ¿estamos disponibles para escuchar lo que tiene que decir? Recordemos que Breuer abortó el tratamiento de Anna O, precisamente, en el momento en que se hace presente la sexualidad en la forma de una intensa transferencia erótica. Pero no perdamos el hilo de nuestra reflexión. Lo que nos hemos aclarado acerca del método freudiano podemos sintetizarlo en la siguiente fórmula: el método del trabajo terapéutico consiste en promover que el paciente recuerde venciendo las resistencias . Esta apretada fórmula puede contener en sí una importante cantidad de problemas y conceptos implícitos, que sería necesario desplegar y articular con los términos que en ella corresponden: transferencia, reelaboración, repetición, acto, etc. Todos, y cada uno de ellos, hace alusión a alguna clase de eventualidad que se hará presente, en un más o un menos, de una u otra manera, en el camino que sigue el desarrollo de la cura. El riesgo permanente es que uno u otro de estos fenómenos, transformado en técnica, tienda a monopolizar la atención del psicoanalista, enajenándolo y haciéndole perder de vista su relación con el método. Un importante problema, que tiene estrecha relación con el bosquejo que hemos realizado en torno a la cuestión del método de Freud, aparece en la ambigüedad de la última frase del párrafo anterior: haciéndole perder de vista su relación con el método . La ambigüedad consiste en que aquello que se puede perder de vista es la relación de la técnica respecto del método, o la relación del psicoanalista con el método. Nuestra reflexión a podido delimitar una posición en cuanto a la relación técnica método. De la relación analista método no hemos dicho nada, ahora se nos brinda la posibilidad de plantear algunas ideas. En la misma entrada del diccionario de Ferrater Mora que ya nos fue útil, encontramos una contraposición que nos puede permitir echar una mirada a este problema que nos concierne, en lo más personal, como psicoanalistas. El método se contrapone a la suerte y el azar, pues el método es ante todo un orden manifestado en un conjunto de reglas. Se podría alegar que si la suerte y el azar conducen al mismo fin propuesto, el método no es necesario, No es infrecuente escuchar que el resorte de la cura en el psicoanálisis es la persona del analista. Una versión más laxa de esta afirmación dice que, estadísticamente, la mayoría de las diversas psicoterapias ostentan una eficacia parecida, independientemente de las teorías que las sustentan. Es otra forma de depositar en la persona del psicoterapeuta la virtud de la sanación. Como nos resulta fácil suponer que estas virtudes sanadoras, con seguridad han sido repartidas por la naturaleza entre nosotros sin la intervención de especiales favores por parte de los hados, tendríamos que concluir que la eficacia de los empeños terapéuticos son debidos, a fin de cuentas, a la suerte y el azar. Por otra parte, en el campo del psicoanálisis contamos con el concepto de inconciente, al que acostumbramos atribuir un determinismo estricto. Entre la suerte y el azar, por una parte, y el determinismo, por la otra, parecería no haber lugar, para una acción con arreglo a fines como pretende ser lo que aquí estamos examinando como método. Sólo faltaría el ademán del encantador para que se disipara la ilusión que ahora estamos compartiendo. Si alejamos, sin embargo, estas exageradas extrapolaciones, encontramos que es necesario que podamos decir algo sobre la relación analista método. Parece una opción sensata y realista asumir que analista y método son dos términos que no se pueden disociar sin el riesgo de caer en una especie de delirio, pero esta constatación no nos exime de intentar determinar el modo en que éstos se articulan. De ello depende la dirección en que habrán de encaminarse los esfuerzos en la tarea que se da en llamar la formación del analista . No es necesario que recordemos en este momento la función que en nuestro trabajo cumplen el análisis personal, las supervisiones y los seminarios. Cabe sí que digamos que esta tríada formativa tiene sentido cuando la pensamos como un conjunto de disposiciones conducentes a que el futuro analista pueda apartar los obstáculos, desarrollar sus condiciones y acceder a las oportunidades que le permitan apropiarse de un método que, ineludiblemente, lo implicará subjetiva y personalmente. De la perplejidad que mencionaba al comienzo queda ahora una inquietud, una vacilación, que tal vez pueda servir de recordatorio de la deuda que he contraído con Freud y todos aquellos que me han enseñado en el camino de apropiarme del método psicoanalítico, por una parte; por la otra, un reconocimiento de mí mismo, de mi posibilidad de tomar lo que se me ofrece y, hasta donde pueda, transmitirlo. Creo que, sin sentimentalismo, puedo escuchar en esta inquietud y vacilación la medida de la libertad y el compromiso que son necesarios para el trabajo del psicoanalista. HUGO ROJAS OLEA Septiembre de 2004 Freud; S., Recordar, Repetir y reelaborar ; (1914). Amorrortu Editores, Tomo XII. Págs. 149‐50 
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