El sentido de la metaficcion

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EL SENTIDO DE LA METAFICCIÓN
De Woody Allen a Roberto Bolaño
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BIBLIOTECA OTRAS EUTOPÏAS
Colección interdisciplinar de estudios culturales
dirigida por
Sergio Sevilla
Jenaro Talens
Santos Zunzunegui
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LUIS VERES
EL SENTIDO
DE LA METAFICCIÓN
De Woody Allen a Roberto Bolaño
BIBLIOTECA NUEVA
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Veres Cortés, Luis
El sentido de la metaficción : de Woody Allen a Roberto Bolaño. – Madrid :
Biblioteca Nueva, 2015.
133 p. ; 21 cm. – (Colección Otras Eutopïas)
ISBN: 978-84-9940-521-6
1. Cine 2. Literatura 3. Novela 4. Woody Allen 5. Santiago Roncagliolo
6. Javier Marías 7. Roberto Bolaño
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Cubierta: Disegraf Soluciones Gráficas, S. L.
La edición de este libro ha sido posible gracias a la ayuda del departamento de Teoría
de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.
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Luis Veres, 2015
Editorial Biblioteca Nueva, S. L., Madrid, 2015
Almagro, 38
28010 Madrid
www.bibliotecanueva.es
editorial@bibliotecanueva.es
ISBN: 978-84-9940-521-6
Depósito legal: M-25.676-2015
Impreso en Viro Servicios Gráficos, S. L.
Impreso en España - Unión Europea
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción,
distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la
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mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270
y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org)
vela por el respeto de los citados derechos.
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Agradecimientos
Cada libro es el resultado de la vertebración de un periplo vital a veces diáfano, a veces oscuro. Y este es el caso de
las páginas que nos ocupan. Ese periplo se llena de rostros,
palabras y personas que acompañaron de manera anónima
la gestación de las páginas en unos momentos que no son
sencillos ni de vivir ni de relatar, aunque en algún momento
en el futuro lo haré. Sin la ayuda de muchas personas, mucho de lo dicho aquí nunca hubiera visto la luz en ese lienzo
de negro sobre blanco que son los libros y que, en medio de
la era electrónica, no sé qué siguen teniendo para que nos
sigan fascinando. Por ello no sería honesto no acordarme
hoy de la ayuda de Ángel López y Jenaro Talens, de los cuales ya se hablaba en mi casa cuando yo era pequeñito, ni
tampoco de otros colegas como José María Bernardo con el
que caminé varias noches en Rumanía; o Germán Llorca,
Víctor Silva y Awatef El Ketiti, que hicieron los días más
agradables. Tampoco quiero olvidar a Fernando Ros, a Miguel Catalán y a Maruja que estuvieron ahí en los meses
verdaderamente negros ni a José Manuel Camacho o Stephano Tedeschi con los que tanto me reí en un taxi en Liverpool.
Y por supuesto, es imposible olvidar a Pilar y a mi hijo Luis
que, como siempre, estuvieron a mi lado. Es un verdadero
placer hoy poder escribir esta dedicatoria y olvidar a los malos, que también estuvieron ahí, como en un mal sueño.
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Metaficción y narración
en la cultura hispánica
Mucho antes de meterse una sobredosis de morfina entre
las venas en medio de algún lugar en los Pirineos, el teórico
de la Escuela de Frankfurt Walter Benjamin imaginó una novela construida con fragmentos y citas de otras obras, una
novela en donde no hubiera nada del propio autor, sino una
recopilación fragmentaria de textos ajenos que construyesen una historia. Por su parte, Julia Kristeva en el primer
volumen de su manual de Semiótica señalaba para hablar de
la intertextualidad que la literatura no era otra cosa que una
sucesión de citas1. Y Borges siempre presumió, más que de
lo que había escrito, de todo aquello que había leído, lo cual
es fácil de rastrear en esa prosa que parece susurrar los sonidos imperecederos que recorren los versos de Homero, los
relatos fantásticos de Poe, la filosofía de Heráclito, de Schopenhauer e incluso los sonetos de Keats. Estas referencias,
que no dejan de ser intertextualidad, ponen de manifiesto la
insistencia que la teoría hermenéutica puso en esa encrucijada de textos, de señales, de rastros intertextuales que, como
la marca del caracol en la piedra, han caracterizado el universo de la ficción inaugurado con la irrupción de las vanguardias históricas, intertextualidad que ha ido formando
una especie de collage cubista a la manera de Juan Gris, intertextualidad que ha llenando el panorama literario de las últimas décadas fruto de una moda, de una situación del mercado, pero también de una respuesta a la sociedad en que
vivimos y el contexto cultural al que nos enfrentamos.
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La metaliteratura, sin embargo, es algo que viene de antiguo que a menudo se confunde con la intertextualidad: la
utilización de relatos ajenos dentro del propio texto es algo
que ya está presente en la Odisea de Homero. La cita de autoridad era una de las virtudes del discurso retórico clásico
desde los filósofos griegos a Cicerón. La antigua autoritas
remitía obligatoriamente a la sanción del pasado que enjuiciaba el presente. La referencia a la literatura ajena está presente en el género de los debates de la poesía provenzal, en
los relatos orientales, en las novelas bizantinas, en las novelas de caballerías del ciclo de Bretaña y en la obra que inaugura la literatura moderna en Europa, El Quijote, pues Cervantes comenta, critica y cuestiona el género de la novela de
caballerías y elogia unos pocos títulos que se salvan del expurgo de la biblioteca de Alonso Quijano. Incluso su obra se
introduce en la segunda parte con comentarios críticos de
los lectores que han disfrutado de la lectura de sus páginas.
Por ello no es de extrañar consideraciones erróneas como
que la metaficción es una porción más de la intertextualidad:
La Eneida, la mayor aportación de Roma a la literatura,
es, 800 años más tarde, la continuación de la Ilíada, y la
Divina Comedia, de Dante, en la que se funda la literatura
occidental, no puede comprenderse, mil años después,
sino a partir de Virgilio y la Eneida2.
A pesar de ello, muchos escritores rechazan la existencia
de la metaficción: desde Piglia a Vila-Matas. No obstante,
este último señala que es la respuesta a cierto antintelectualismo motivado, en cierto modo, por el mercado y las propuestas de los medios de comunicación3. Leonardo Padura,
autor de Adiós Hemingway, apunta a que con la metaliteratura «nos vemos en otros escritores como en un espejo revelador de nuestras capacidades y temores»4. Por su parte, Jordi
Llovet señala que ya la literatura antigua reproducía los mitos, personajes y temas de la Odisea y de la Biblia y luego la
literatura de la modernidad ha reproducido personajes y temas de Cervantes, Shakespeare, Goethe o Kafka5.
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Normalmente el término metaliteratura o metaficción se
refiere a la reflexión que puede aparecer sobre la obra literaria en la misma obra literaria, rasgo muy presente en multitud de novelas contemporáneas, desde la Rayuela de Cortázar, en la que la mitad de la obra es una reflexión sobre las
circunstancias en las que se forja la otra mitad del relato,
hasta Señas de identidad de Juan Goytisolo, pasando por La
saga/fuga de JB o San Camilo 1936. Pero en los últimos tiempos
se ha desarrollado, tanto en España como en Latinoamérica,
un tipo de relato que reflexiona sobre la literatura en su sentido más amplio y que incluye en muchas ocasiones detalles de
la historia literaria: desde vidas y anécdotas de escritores a la
presencia de autores reales en los discursos ficticios en calidad de personajes. Ya Borges introducía a su amigo Bioy Casares o al escritor mexicano Alfonso Reyes o al crítico uruguayo Rodríguez Monegal como personajes de sus cuentos.
Hay algo especialmente interesante en este fenómeno y
que apunta a una de las características del panorama moderno. La metaficción se incluye dentro de un proceso semiótico más amplio: la metacultura. Más que hablar de metaliteratura se debe hablar de metahistoria o metacultura, es
decir, de la reformulación discursiva propia de la posmodernidad y que incluiría la totalidad de los distintos metalenguajes, de la creación de un discurso a partir de otros
discursos como consecuencia de una intensificación de las
relaciones intertextuales que da lugar a lo metatextual:
En cuanto a la función metalingüística, su extrapolación al ámbito literario —la metaliterariedad— implicaría
efectivamente una relativa o considerable (según el caso)
anulación de la referencia externa del signo en cuanto que
se orienta hacia los objetos y al mundo, al mismo tiempo
que genera unas estructuras formales capaces de referenciar el proceso mismo de la materialización de los signos
en el tránsito de la escritura hacia el texto y de este a la
lectura6.
Ese carácter metatextual está muy presente en el universo de lo nuevo que se abre con la transformación del mundo
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moderno, desde la pintura cubista de Picasso a la reformulación de los objetos de la sociedad de consumo de los cuadros de Andy Wharhol. Lo mismo se da en el discurso publicitario en donde lo kitsch desbanca la propuesta de originalidad cediendo paso a una recodificación de los
elementos de la tradición7. Todo ello responde a un nuevo
modo de percepción fundamentado en la dispersión, en la
concepción borrosa del conocimiento del mundo, de una
percepción basada en el fragmentarismo de la imagen, en
el rechazo de la realidad, en el collage, en el mosaico cultural
que afecta tanto al conocimiento como a la reproducción de
lo percibido.
De ese modo se explica el auge de la novela histórica en
la que se utilizan signos del pasado con una nueva recodificación8 o la pintura pop que reutiliza los elementos icónicos
estereotipados de la sociedad de consumo. En el terreno de
la novela esta recodificación es consecuencia, en parte, de la
sensación de agotamiento del propio género, agotamiento
del discurso social de los 60, del discurso de la novela estructural y del discurso de la novela histórica tradicional.
Agotamiento que en todas las épocas se ha experimentado
en el momento de decadencia de un período. Ya se dio con
Cervantes ante la literatura de caballerías que se consideraba decadente. La metaliteratura se inserta dentro de los discursos de crítica de la modernidad y del agotamiento de la
etapa anterior, de una cierta sensación de cansancio propia
del siglo xx ante la culminación progresiva del impacto de la
experimentación y del cenit de las vanguardias artísticas, o
como ha señalado Steiner:
Sea como fuere, existe, así lo creo, un cansancio esencial en el clima espiritual del fin del siglo xx. La cronometría interior, los pactos con el tiempo que determinan tanto nuestra consciencia, apuntando hacia un mediodía
tardío de maneras que son ontológicas, esto es, que conciernen a la esencia, al tejido del ser. Somos, o así nos sentimos a nosotros mismos, los que han llegado tarde; los
platos ya se están retirando. «Señoras y caballeros, cerramos»; suena la despedida. Tal aprehensión es de lo más
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convincente, ya que se enfrenta al hecho evidente de que
en las economías desarrolladas, el tiempo y la esperanza
de vida aumenta. Pero aun así, las sombras se alargan:
parece que nos doblamos hacia la tierra durante la noche,
tal como los heliotropos9.
La crisis de la literatura seria sería un nuevo factor que
reconduce el discurso literario hacia la autorreflexión y la
autorreferencia presente en la metaficción, aspectos muy
presentes en autores como Vila-Matas o David Lodge. Para
Alvin Kernan los valores impuestos por el Romanticismo y
el Modernismo se han vuelto del revés. La noción de autor
se ha venido abajo y la organicidad de la obra de arte ha
dado lugar a textos inorgánicos a modo de collages o metatextos10.
A ello se vincula la crisis del lector en un mundo en donde el libro es un objeto de consumo y en donde la buena literatura se convierte con frecuencia, no siempre, en objeto
de culto de una minoría letrada, y en donde esta va cediendo terreno al universo cibernético y a los discursos audiovisuales, un mundo en donde la relevancia de lo inmediato
cobra cada día mayor importancia y en donde los saberes
tradicionales, como la historia o la literatura, claudican en
medio de la vorágine de la crisis de las humanidades. Por
ello, creo que hay detrás de la metaliteratura una visión intelectualista a la vez que posmoderna de la novela y no
como señala Piglia un fenómeno de corte contrario:
Me parece que la expresión metaliteratura, al menos
como se utiliza hoy, no es nada productiva. Es como metalenguaje, que tampoco sirve para analizar nada. No hay
metalenguaje, como dicen los lógicos. Tampoco existe
la metaliteratura. Pero es un cliché crítico que ha servido
para enfrentar lo que sería una tradición en un poco más
compleja de construcción de historias con una supuesta tradición minimal o indirecta, que se remontan a Hemingway.
Por un lado, ese cliché pues estereotipo no es muy productivo, y me parece que esconde un conflicto más profundo entre lo que yo llamo el neopopulismo profundamente
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antintelectual de la cultura de masas, y ciertos escritores
que se adaptan, que se someten a esa tentación antintelectual que la cultura de masas produce por su propia dinámica11.
De ese modo, la memoria ha pasado a ser la principal
víctima del horizonte posmoderno de finales del siglo xx y,
ante esa carencia, la literatura en forma de parodia, en forma
de recuperación, en forma de pastiche del pasado, recupera
lo pretérito, como un síntoma de necesidad de dar sentido al
presente. Por ello, no es extraño que la literatura sea vista
por Volpi o Vila-Matas como una enfermedad propia de El
mal de Montano:
Unos más, esa reducida pero cada vez más poderosa
secta de adoradores de los libros que hablan de otros libros, los enfermos de literatura, los autistas a quienes la
realidad les tiene sin cuidado, los hinchas de la literatura de Vila-Matas, de la metaliteratura de Piglia, e incluso
de la metaliteratura (que a mí me parece subliteratura) de
Aira12.
La literatura es vista, en tono de parodia, como un mal de
la modernidad, pero a la vez es un referente para sostener al
sujeto a un endeble asidero en donde la descreencia posmoderna cancela toda esperanza de redención. Se trata en parte
de una reivindicación de la memoria en medio de esta descreencia. Es la necesidad de mantener un equilibrio entre el
respeto a la tradición, a la identidad, ya sea en España o en
Latinoamérica, y el deslumbramiento de las innovaciones
en medio de una cultura global. La memoria es así reivindicada, explicada y justificada por escritores del Boom como
Carlos Fuentes:
Yo no sé si la memoria es una forma de la encarnación.
En todo caso, ha de ser un estímulo para el espíritu que a
través del recuerdo logra revivir. Aunque quizás la memoria solo consiste en retener un instante y devolverle, el
momento, su movimiento. ¿Es la memoria apenas una cicatriz? ¿Es el pasado que yo mismo no reconozco? Aun-
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que, si no lo conozco, ¿cómo puedo recordarlo? ¿Es la memoria una mera simulación de que recordamos lo que ya
olvidamos o, lo que es peor, lo que nunca vivimos?13.
A estas circunstancias se les uniría la crisis de la intencionalidad narrativa característica de la novela del siglo xx. En
un mundo en donde la lógica se había perdido, en donde se
presentaba la crisis de la razón, el arte, de la mano de dadaístas y surrealistas carecía de fin, y por tanto de intención.
El arte se ha transformado desde las primeras manifestaciones de la vanguardia en una instancia intransitiva.
Al principio de nuestro siglo, una nueva visión del
mundo, una reevaluación radical de la experiencia vital
(p. ej. bajo el influjo de la psicología de Freud y Jung, o
bajo el choque de las dos guerras mundiales), el desmoronamiento de las inveteradas incertidumbres religiosas y
otros factores extraliterarios (económicos, políticos, tecnológicos, etc.) repercutían en un debilitamiento de la intencionalidad primordial del final novelesco que consiste
en rematar la obra en todos los niveles, es decir, desenlazar por completo la trama, clausurar la obra como entidad artística y terminar el texto. Las dos tendencias discrepantes de la práctica narrativa suelen presumirse en la
muy problemática dicotomía del final cerrado versus final
abierto, considerándose el último, característico de la modernidad14.
La falta de intencionalidad artística ha desembocado en
una aceptación de la carencia de lógica del mundo. Es respuesta de esta misma carencia el desprecio por la trama tradicional, por la lógica causal del relato, por la anécdota y la
aventura, por el orden, la temporalidad lineal. Como ha señalado Jorge Volpi, «la historia de la novela es la historia de
esta lucha contra el tiempo lineal. Decididos a quebrar los
límites previos, los novelistas contemporáneos desafiaron
las convenciones que impiden atisbar esta complejidad»15.
Y frente a este tipo de relato se sitúa un discurso que incluye fragmentos de aparente biografía, fragmentos de textos históricos, inclusión de personajes reales, de aconteci-
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mientos del pasado histórico, textos de crítica literaria y
todo ello observado en la distancia, con la óptica de quien,
solo mediante la ironía, se aproxima levemente a una certeza que siempre se considera inconclusa. Es la mirada que
apunta a las paradojas del presente y que ironiza con el pasado tanto desde el punto de vista histórico como en todo
aquello que se refiere a la adscripción genérica del relato: a
veces la novela está más cerca del ensayo que de la narración, como pasa en Negra espada del tiempo de Marías, en Respiración artificial de Piglia o en Baterbly y compañía de VilaMatas. Es un espacio en donde la verdad resulta inalcanzable, incluso en la trama policíaca de Río Fugitivo, de
Edmundo Paz Soldán o en Plata quemada, de Piglia, en El
pasado, de Alan Pauls, en Nocturno de Chile de Roberto Bolaño o en Memorias de una dama de Santiago Roncagliolo. El
mismo Vila-Matas ha hablado de esta concepción borrosa
de la realidad que supone una visión del mundo muy próxima a la ironía y la paradoja:
Tal vez les lea a ustedes algunos fragmentos de ese
borrador (Como puede verse, mi visión del mundo de
la ironía es tan solo un borrador. Pero no creo que esto
sea grave. A fin de cuentas, una visión provisional del
mundo la tenemos todos, salvo los que carecen de ironía alguna), no sé, tal vez les lea esos fragmentos del
borrador mezclados con notas en el reciente viaje a París, donde fui pobre muy feliz. (...) Cuando diga, por
ejemplo, «París no se acaba nunca», tienen ustedes que
pensar que lo estoy afirmando con cierta ironía. Pero
aunque esta no ha de faltar en mi charla, espero no perder de vista en momento alguno los peligros de caer en
la charlatanería que encierra toda conferencia y sobre
todo olvidar que los alardes de un charlatán constituyen precisamente un blanco excelente para la ironía de
quienes le escuchan16.
Cabe preguntarse por las razones que inciden en el surgimiento de estas obras que poseen en común la presencia
explícita de personajes, autores y obras de la historia litera-
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ria reciente. La metaliteratura surge como una respuesta a
cierta sensación de agotamiento que se da en las letras hispánicas a finales de los años 90, incluso antes, a pesar de la
presencia de autores de indudable calidad que siguen cultivando su obra al margen de modas y estilos ajenos, desde
Marías o Luis Landero a Luis Mateo Díez; Juan José Millás o
José María Merino.
En segundo lugar la metaliteratura se ha desarrollado en
un mundo caracterizado por el fenómeno de la globalización, un mundo en donde los saberes son propiedad de la
aldea global y ya no quedan al resguardo de una élite intelectual. A su vez, en este universo globalizado, la literatura
de calidad ha quedado cada vez más condicionada por el
mercado y los grandes grupos de comunicación y en parte
también ha quedado marginada de ese gran expendedor de
libros de escasa calidad y de ventas más o menos masivas
que han dado lugar a la aparición del fenómeno del best seller.
En ese sentido, la narrativa de las últimas décadas se ha refugiado en un circuito de lectores más selectos, un público
que no gusta del best seller, sino de relatos cultos, bien confeccionados, en donde se presenta la tradición revisada, en
donde esta tradición aparece, no como una fuente de verdad, sino como algo valioso que también es, como los valores del mundo en que vivimos, algo relativo, perecedero,
caduco, inconsistente. La tradición deja de ser ese rancio listado de nombres y títulos que suenan a manual de escuela
de una dictadura y resulta ser el componente fundamental de la cultura en un mundo en el que la selección, ante lo
que supone el mensaje disperso de los medios de comunicación de masas y la manipulación de la sociedad de consumo, se hace fundamental. Como ha señalado Paz Soldán:
Las tradiciones que no se renuevan constantemente
se anquilosan. No hay nada más saludable para una cultura que una actitud de reconocimiento hacia las grandes obras artísticas del pasado, y a la vez de juguetona
descortesía, de parricidio constante hacia ese mismo pasado. Creo reconocer en este gesto la actitud de la mayo-
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ría de los escritores latinoamericanos con que me ha tocado en suerte compartir este viaje. Nosotros somos
profundos, declarados, agradecidos deudores de Jorge
Luis Borges o Mario Vargas Llosa, y tenemos por ahí cariño especial por Cervantes y Quevedo. Son nuestros
clásicos, y no dejamos que se acumule el polvo en ellos,
pues los renovamos con cada lectura. A la vez, somos
irreverentes, y los llevamos de paseo con compañías que
los hubieran escandalizado, o quizás, por ahí, los admiramos como lectores pero nos negamos a seguirles la
pista como escritores. Nos conocemos de memoria todos los trucos de Gabriel García Márquez y hemos caído
en ellos de la mejor manera, con ingenuidad y maravilla. Pero hay flujos y reflujos, y a nosotros nos ha tocado
darle la espalda a su modo de narrar, que de tan mágico
ha terminado por saturarnos y por erotizar a un continente que tiene mucho de extraordinario pero en el que
por desgracia, en palabras de un amigo escritor, los desaparecidos no vuelven. Flujos y reflujos. Estoy seguro
que ahora mismo hay en algún país latinoamericano un
niño, un adolescente, que acaban de leer Cien años de soledad y, todavía preso del influjo, garabatea unas líneas
en un cuaderno, las de su primer cuento, y va preparando la insurrección a la insurrección, el paciente regreso
de García Márquez17.
En el ámbito latinoamericano hablar de tradición para
un escritor del siglo xxi significa hacer referencia a sus maestros más inmediatos. Obviamente cualquier escritor contemporáneo ha sido admirador y profuso lector de los escritores que han llenado con sus títulos las librerías desde los
años 60. Al calor del realismo mágico o del realismo urbano
se dio un interés sin antecedentes sobre la realidad del continente latinoamericano que llega hasta el presente. Los nuevos narradores no dejan de interesarse por esta tradición
inmediata, por sus maestros, pero esta tradición es revisitada de distinta forma. De la admiración se pasa a la exigencia
de una narrativa que se divorcia de sus progenitores más
próximos en el tiempo. Rafael Courtoise lo ha señalado con
acierto:
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En mi adolescencia cayó en mis manos Cien años de
soledad, del colombiano Gabriel García Márquez, publicado por la editorial Sudamericana de Buenos Aires. La leí
de una vez, en una tarde, no me costó ningún esfuerzo.
Jamás lo memoricé. Sin embargo, sus primeras palabras
quedaron prendidas en mi memoria como extraños vegetales o abrojos: «muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía habría de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a
conocer el hielo». Prendidas, como abrojos, como si algo
de lo que hubiera sido yo en un tiempo remoto formará
parte de esas palabras. Pero ahora ya es otro siglo, ya es
otro milenio, y el hielo que conoció Aureliano Buendía
está en parte derretido por el calor de la selva que se ha
convertido en selva cibernética, informática18.
Este discurso resulta muy acorde con la posmodernidad
y con la crisis de los grandes metarrelatos, la muerte de las
ideologías y con las creencias asociadas a la sociedad de
consumo y a la sociedad del bienestar, una sociedad y una
cultura en donde muchas de las grandes cuestiones prioritarias del pasado quedan aparcadas, cuestionadas o relativizadas con cierta ironía como consecuencia de la anulación
de las fronteras, la aceleración de los intercambios culturales, la sobreinformación y el lanzamiento masivo de los
mensajes de los medios de comunicación que ofrecen una
perspectiva difusa y poco coherente del mundo contemporáneo. Ello da lugar a una nueva visión de la cultura que
requiere incorporarse al relato de forma muy diferente al
relato clásico:
En este momento de fuerzas globalizadoras en tensión, los bordes del estado-nación se hallan más erosionados que nunca, y si bien algunos intentan recluirse en un
defensivo culto de lo local algunos novelistas latinoamericanos han preferido acordarse de algo que dijo Borges
hace más de medio siglo: nuestro patrimonio es el universo. Eso, por supuesto, no implica escapismo, una fuga de
las crueles vicisitudes de nuestra historia o del presente
de neoliberalismo salvaje, y tampoco significa darle la es-
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palda a lo local. El viaje en busca de otras geografías y
otros temas permite, más bien, el regreso a lo nuestro con
una mirada más libre, menos atada a ciertas obsesiones
de nuestra tradición literaria que con los años se han convertido en obligaciones. Flujos y reflujos. No es la primera
vez que esto ocurre. La voluntad cosmopolita de los modernistas, la mirada excéntrica de las vanguardias, son
algunos de los antecedentes de este nuevo movimiento
del péndulo19.
Del mismo modo en esta metaliteratura hay una necesidad de no dejar aparcado el culto, el homenaje a la propia
literatura, un reconocimiento necesario en tiempos de duda
e incertidumbre, en tiempos en donde se habla del final de
la literatura, en donde se presagia una generación sin lectores y sin la sensibilidad y valores que en ella se presentan. El
mundo será diferente sin literatura y esa conciencia de agotamiento del código literario —recuerdo que no hay ningún
código eterno, desde la bacanal a la ópera— está presente en
el reconocimiento del valor de lo literario que se incluye
en estas novelas como una conciencia del pasado y del presente, de lo que nos hace humanos en un mundo inhumano
caracterizado por el olvido o como ha señalado Volpi:
Gracias a ella —la literatura— podemos contemplar el
pasado desde nuestro sillón como si fuera parte del presente. Igual que la luz al rebotar en los objetos y viajar
hacia nosotros, la ficción literaria nos permite creer que
somos testigos de lo que ya ocurrió20.
Quizás reafirmar todo lo dicho sea una especulación más
en medio del mundo de inseguridades globales que hemos
creado, una sentencia que sería un pecado propio de la osadía más desafortunada. Quizás por eso creo, como escribió
Martín de Riquer, y ha repetido Volpi, que como no estoy
muy seguro de lo que he escrito, yo también estoy dispuesto
a retirar todo lo expuesto, «a fin de no estar inscrito en la
larga lista de fantasiosos que llena uno de los capítulos más
enigmáticos de nuestra historia literaria»21.
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Notas
1
Julia Kristeva, Semiótica, vol. I, Caracas, Fundamentos, 1978.
Recogido en Winston Manrique Sabogal, «Novelas que se nutren de
novelas», en The Secret Goldfish: Auge de la metaliteratura. http://recuerdos
inventados.blogspot.com/2006/11/auge-de-la-metaliteratura-el-adn-dela-literatura.
3
Enrique Vila-Matas, «La metaliteratura no existe», en Letras Libres,
marzo de 2002. http://www.letraslibres.com/index.php?art=7352.
4
Recogido en Winston Manrique Sabogal, «Novelas que se nutren de
novelas», en The Secret Goldfish: Auge de la metaliteratura. http://recuerdos
inventados.blogspot.com/2006/11/auge-de-la-metaliteratura-el-adn-dela-literatura.
5
Jordi Llovet, «El peso de un legado», en The Secret Goldfish: Auge
de la metaliteratura. http://recuerdos inventados.blogspot.com/2006/11/
auge-de-la-metaliteratura-el-adn-de-la-literatura.
6
Jesús Camarero, Metaliteratura. Estructuras formales literarias, Barcelona, Anthropos, 2004, pág. 43.
7
Umberto Eco, La estructura ausente, Barcelona, Lumen, 1972, páginas 297-300.
8
Umberto Eco, «Apostillas a El nombre de la rosa», en El nombre de la
rosa, Barcelona, Lumen, 1998. Véanse también dos interesantes estudios:
Cecilia Fernández Prieto, Historia y novela: poética de la novela histórica,
Pamplona, Eunsa, 2003; Mercedes Juliá, Las ruinas del pasado. Aproximaciones a la novela histórica postmoderna, Madrid, Ediciones de la Torre, 2006.
Para Latinoamérica véase Seymour Menton, La nueva novela histórica de la
América Latina, México D.F., FCE, 1993. También mi artículo «La novela
histórica y el cuestionamiento de la historia», en República de las Letras. Revista
de la Asociación Colegial de Escritores de España, Madrid, núm. 105, enerofebrero de 2008, págs. 54-59, presente en este volumen.
9
George Steiner, Gramáticas de la creación, Madrid, Siruela, 2001,
pág. 12.
10
Kernan, Alvin, The Death of Literature, New Haven-Londres, Yale
University Press, 1990, págs. 2-3. Véase también Talens, Jenaro, El sujeto
vacío, Madrid, Cátedra, Universidad de Valencia, 2000, pág. 349.
11
Entrevista realizada por Ana Nuño, «Piglia: la metaliteratura y otras
honduras». http://unheimlich.blogia.com/2007/112501-piglia-la-metaliteratura-y-otras-honduras.php.
12
Jorge Volpi, «Bolaño, epidemia», en Mentiras contagiosas, Madrid,
Páginas de Espuma, 2008, pág. 247.
13
Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna, Madrid, Alfaguara, 2008,
pág. 471.
14
Marco Kunz, El final de la novela. Teoría, técnica y análisis del cierre en
la literatura moderna en lengua española, Madrid, Gredos, 1997, pág. 11.
2
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22
Luis Veres
15
Jorge Volpi, «El teorema de Fuentes», en Mentiras contagiosas, Madrid, Páginas de Espuma, 2008, pág. 180.
16
Enrique Vila-Matas, «La ironía en París», en AA.VV., La ironía en la
narrativa hispánica contemporánea. Actas del X Simposio Internacional sobre
Narrativa Hispánica Contemporánea, El Puerto de Santa María, Fundación
Luis Goytisolo, 2002, pág. 24.
17
Edmundo Paz Soldán, «Entre la tradición y la innovación: globalismos locales y realidades virtuales en la nueva narrativa latinoamericana», en Eduardo Becerra, Desafíos de la ficción, Alicante, Centro de Estudios Mario Benedetti-Universidad de Alicante, 2002, págs. 61-62.
18
Rafael Courtoisie, «Crisis o vigencia de los géneros narrativos», en
Eduardo Becerra, Desafíos de la ficción, Alicante, Centro de Estudios Mario
Benedetti-Universidad de Alicante, 2002, pág. 74.
19
Edmundo Paz Soldán, «Entre la tradición y la innovación: globalismos locales y realidades virtuales en la nueva narrativa latinoamericana», en Eduardo Becerra, Desafíos de la ficción, Alicante, Centro de Estudios Mario Benedetti-Universidad de Alicante, 2002, pág. 64.
20
Jorge Volpi, «Pobladores de mundos extraños», en Mentiras contagiosas, Madrid, Páginas de Espuma, 2008, pág. 49.
21
Jorge Volpi, «Conjetura sobre Cide Hamete», en Mentiras contagiosas, Madrid, Páginas de Espuma, 2008, pág. 97.
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