Retorna el espía alemán

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juventud rebelde
por CIRO BIANCHI ROSS
ciro@juventudrebelde.cu
PUBLICACIONES cubanas de la
época lo presentaron como un
superespía, y lo mismo hicieron no
pocas revistas norteamericanas.
La prensa de ambos países insistió en su rigurosa formación como
agente secreto y en su dominio
del idioma español, que le facilitaba la búsqueda de información en
Cuba. Afirmaron los periódicos que
antes de su llegada a la Isla se
había desempeñado con éxito en
otras naciones, como Santo Domingo; que fueron sus informes
los que provocaron la tragedia de
los cargueros Manzanillo y Santiago de Cuba, torpedeados en alta
mar por submarinos alemanes el
12 de agosto de 1942, y que menudearon los reportes que dirigió
a sus jefes a fin de ponerlos al
tanto de la economía y la situación
política y social del país, así como
aquellos en los que comunicaba
las direcciones particulares de las
figuras principales del Gobierno
cubano.
Al cabo de los 70 años transcurridos desde el fusilamiento en
La Habana de Heinz August Luning,
algunos investigadores opinan
que en torno a la figura de este
abuelo de James Bond se tejió
una leyenda, casi una novela creada, en parte, por elementos del
Gobierno de Batista y a la que no
fueron ajenos personeros del
Gobierno de Washington en la fecha de los sucesos. Los japoneses acababan de atacar la base
norteamericana de Pearl Harbor y
submarinos alemanes, que merodeaban por el Caribe y el Golfo de
México, habían hundido unos 600
buques aliados. El desarrollo de la
guerra se inclinaba a favor de los
países del eje Roma-Berlín-Tokio, y
sus contrarios necesitaban demostrar que estaban en condiciones
de parar una ofensiva que parecía
demoledora.
Las autoridades norteamericanas, y en especial Edgar Hoover,
jefe del Buró Federal de Investigaciones (FBI), quisieron sacar provecho de la captura de Luning. Quiso
igualmente sacarlo Batista, empeñado en conseguir un precio mejor
para el azúcar y ventajas en otros
rubros del intercambio comercial.
También pretendía obtenerlo el general Manuel Benítez, tenebroso
jefe de la Policía Nacional cubana,
deseoso de ganar en popularidad,
ya que pretendía, como se vio en
1944, suceder a Batista en la jefatura del Estado.
El doctor Leonel Antonio Cuesta, profesor de la Universidad Internacional de la Florida, llama «espía
de pacotilla» a Heinz August Luning,
en tanto que el profesor Thomas
D. Schoonover, de la Universidad
de Luisiana, en Lafayette, luego de
la vasta investigación sobre el tema que llevó a cabo por sugerencia del profesor Louis A. Pérez, advierte que no hay constancia de
que la información enviada por
Luning a sus superiores tuviera
real importancia para el desarrollo
de la guerra. Muchas veces sus
DOMINGO
Retorna
el espía alemán
informes no pasaban de ser meros rumores que recogía en los lugares más inimaginables. Tampoco hay pruebas de que fuera culpable del hundimiento de buque
alguno.
De cualquier manera Heinz
August Luning fue el único espía
alemán capturado y juzgado en el
área de Centroamérica y el Caribe.
El Tribunal de Urgencia de La Habana lo condenó a muerte y el Tribunal Supremo confirmó la sentencia, ratificada asimismo por el
general Fulgencio Batista, presidente de la República, que no quiso conmutársela.
Cuando vio acercarse a los que
lo conducirían al paredón de fusilamiento, en los fosos del Castillo
del Príncipe, Heinz August Luning
se puso de pie y pidió a su oponente que accediera a dejar tablas
aquella partida de ajedrez, que la
fuerza de las circunstancias le impediría concluir y, sereno, caminó
hacia su destino para situarse en
posición de firme ante la escuadra
de fusileros que acabaría con su
vida. Miró a los soldados y luego
su mirada, totalmente inexpresiva,
se posó en el oficial que estaba al
frente de la tropa y que le daría el
tiro de gracia. No pronunció una
sola palabra ni pareció inmutarse
al escuchar las voces de mando,
como si durante los últimos años
de su existencia hubiera estado
preparándose para un final así.
Eran las ocho de la mañana del
10 de noviembre de 1942. Días
después, el jefe de la Prisión de La
Habana, mientras refería los detalles del suceso, dijo al poeta José
Lezama Lima, entonces secretario
del Consejo Superior de la Defensa Social, con sede en el castillo:
«Aquel hombre daba muestra de
una marcialidad tremenda y a mí,
que mandaba el pelotón, me temblaban las piernas».
LO QUE SE DIJO ANTES
Cuba entró en la Segunda Guerra Mundial el 9 de diciembre de
1941, cuando tras el bombardeo
japonés a Pearl Harbor, ocurrido el
día 7, declaró la guerra a Japón, y
dos días después, el 11, a Alemania y a Italia. Pero ya para esa fecha Luning estaba en La Habana
haciendo de las suyas. Bajo la cobertura de un comerciante hondureño y un pasaporte que lo acreditaba como Enrique Augusto Luning
llegó a esta capital en septiembre
de ese año. Venía de España a fin
de establecerse en la Isla y montar aquí un negocio propio.
Tenía entonces unos 30 años
de edad. Fotos suyas que se conservan lo muestran como un hombre ligeramente grueso, de perfil
afilado y una cabellera abundante,
de esas que parecen brotar desde
la frente misma. Los que lo conocieron lo recuerdan como una persona fría y de pocas palabras, pero amable, bien vestido y de buenos modales. Dominaba el inglés
y el español y había sido entrenado cuidadosamente para su tarea,
que antes cumplió con éxito en
otros países. Disponía para su labor de inteligencia de un potente
aparato de radio que le permitía
recibir y transmitir mensajes, una
antena de doble línea y dos manipuladores telegráficos, y como
también pasaría información por
la vía epistolar, se valdría de tinta
simpática invisible.
Buscó primero alojamiento en
un hotel y se instaló después en
una casa de huéspedes ubicada
en el segundo piso del edificio marcado con el número 366 de la calle Teniente Rey, entre Villegas y
Aguacate, en La Habana Vieja, y
estableció su negocio en la calle
Industria 314, una casa de modas
a la que puso el nombre de La
Estampa.
Ya para esa fecha la red de
espionaje alemán se extendía por
toda la América, incluido EE.UU., y
es posible que Luning hiciera contacto con algún agente destacado
en la Embajada de Alemania, ubicada entonces en la calle H, 408,
esquina a 19, en el Vedado. Pero
parece que él fue el jefe, o al menos el centro, de la red de espías
nazis en la Isla. Muchas de las informaciones que allegó y transmitió le cayeron en las manos con
24 DE NOVIEMBRE DE 2013
una facilidad pasmosa. Se las suministraban prostitutas, marineros
y obreros portuarios a los que, entre trago y trago, se las arreglaba
para tirarles de la lengua.
LO QUE SE DICE AHORA
Una nueva versión acerca del
personaje ofrece el profesor Thomas D. Schoonover en su libro
Hitler’s Man in Havana. Heinz
Luning and Nazi Espionage en
Latin America, publicado por la
editorial de la Universidad de Kentucky, en 2008. Lo que dice hace
trizas lo que hasta ese momento
se afirmaba. El autor se apoyó en
una amplia bibliografía y su investigación lo llevó a archivos de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Paradójicamente, no estuvo
en Cuba. Expresa que alguien le
dijo que el expediente de la Causa 1366 de 1942, que se siguió
al espía, no podía localizarse ya en
los archivos judiciales cubanos.
Nada sabe el escribidor al respecto.
Schoonover describe a Luning
como un hombre falto de inteligencia y educación. Pobre era su
cultura general y mediocres sus
conocimientos de idiomas. No
simpatizaba con los nazis y tenía,
en cambio, amistades judías. Quiso sacar a su mujer y a su hijo de
la Alemania de Hitler y no lo consiguió por falta de dinero. Ingresó
en la Abwehr, uno de los 20 servicios de inteligencia que existían
en su país, para evadir el servicio
militar. Tras seis semanas de entrenamiento en una escuela de
espionaje en Hamburgo, lo destinaron a Cuba, país del que no
sabía ni jota. Traía en su equipaje
un aparato de radiotelegrafía que
nunca pudo hacer funcionar, y por
lo tanto no logró comunicarse con
ningún submarino alemán. Las comunicaciones con sus superiores
las efectuó por correo, aunque no
aprendió a usar bien las tintas invisibles. También envió cablegramas
en clave a intermediarios en Argentina y Chile. No precisa en su
libro el profesor Schoonover cómo
Luning logró el permiso de residencia en Cuba, algo muy difícil en
aquellos momentos.
CAPTURADO
Con su arresto y posterior ejecución se puso fin a la acción de
una vasta red de espionaje que se
extendía por todo el continente
americano y que había provocado
el hundimiento de unos 600 buques aliados, entre estos varios
cubanos. Lo más raro de esta historia es que Luning, como se dijo,
fue el único espía alemán apresado durante la Segunda Guerra
Mundial en Latinoamérica y el Caribe, dice el profesor De la Cuesta
en sus apostillas al libro de
Schoonover.
Eficiente o no, el espía no operaría impunemente por mucho
tiempo. Los servicios de contrainteligencia norteamericano y británico establecieron en las Bermudas una oficina que filtraba la correspondencia que salía desde
América hacia otros continentes.
LECTURA
09
Una carta remitida en La Habana
y dirigida a un connotado falangista español llamó la atención de
agentes de esa entidad. Abrieron
el sobre y el análisis del papel reveló un mensaje en clave escrito
con tinta invisible. Fue entonces
que a la sede del Servicio de Investigaciones de Actividades Enemigas (SIAE), sito en la calle Sarabia, en el Cerro, y bajo la dirección
del capitán Mariano Faget, llegaron oficiales norteamericanos y británicos que revisaron la correspondencia en busca de mensajes
para el enemigo. La contrainteligencia cubana trató de identificar
a todos los que recibían dinero del
exterior. Una firma, como constancia de recibo de una remesa, llamó la atención de los investigadores, y un cartero recordó que correspondía al inquilino de una casa de huéspedes en la calle Teniente Rey. Se le tendió una trampa y Luning mordió el anzuelo. Ya
detenido, reconoció su culpabilidad. Fue inhumado en la necrópolis de Colón bajo un nombre supuesto y sus restos, a pedido de
su familia, se repatriaron a Alemania en 1953.
Vale anotar que los investigadores norteamericanos y británicos que seguían el caso en La Habana no fueron partidarios de la
inmediata detención del espía.
Pero el general Benítez decidió
proceder en cuanto recibió la noticia de la existencia de Luning y lo
hizo con gran despliegue publicitario. El FBI y el M-16 británico
preferían que se diera cordel al
sujeto a fin de descubrir tal vez
toda una red de espías y colaboradores.
Heinz August Luning no fue el
único espía alemán que operó en
Cuba, aunque sí el único que pagó
su culpa. Se dice que fue una cortina de humo que permitió ocultar
a Frederick Degan, el verdadero
agente, y garantizó a las autoridades locales un caso cerrado que
ofrecer a Estados Unidos y Gran
Bretaña, disgustados por la inoperancia de sus aliados del patio.
Sabe el escribidor que muchos
lectores se sorprenderán cuando
les diga que en La Habana de
1938 —calle 10 número 406,
entre 17 y 19, en el Vedado— se
constituyó el Partido Nazi Cubano
y que existió aquí, en la misma
época, el Partido Fascista Nacional, los cuales fueron autorizados
por el Registro Especial de Asociaciones del Gobierno provincial.
Los nazis cubanos decían ver en
el comunismo su enemigo frontal
y, según su reglamento, se aprestaban a cooperar con los poderes
públicos «en lo que respecta al
reembarque de emigrados antillanos» y otras «emigraciones indeseables», con lo que se proponían
sacar del país no solo a haitianos
y jamaicanos, que trabajaban
mayormente como braceros en la
zafra azucarera, sino a los hebreos, dedicados en lo fundamental a los negocios, por lo que abogaban además por «una legislación sobre restricciones de licencias comerciales e industriales».
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