Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur MISIONES DE RASTREO EN ALTA MAR Dos semanas después del 2 de abril, las negociaciones diplomáticas continuaban sin que se vislumbrara ninguna solución. La amenaza de una guerra a gran escala tomaba cuerpo y nada parecía detener el inevitable enfrentamiento armado. Para entonces, la Fuerza Aérea Argentina y la Aviación Naval habían completado su despliegue a lo largo del litoral patagónico, trasladando hacia allí sus unidades de combate, su armamento y equipo. Entre los aparatos que se alistaron para esa misión destacaban especialmente los Lockheed Hércules C-130 de la I Brigada Aérea con asiento en El Palomar, tres aviones Lockheed Electra L-188 e igual número de Fellowships 28 (F-28), pertenecientes a la I y II Escuadrilla de Sostén Logístico Móvil de la Escuadrilla Aeronaval Nº 5 (EAN5), con asiento en Ezeiza. Entre el 2 y el 30 de abril de 1982 esas aeronaves realizaron un total de cuarenta y cinco vuelos a Puerto Argentino transportando 1500 hombres y 500 toneladas de equipo naval. Después de esa fecha, continuarían utilizando la pista del aeropuerto malvinense aún cuando las misiones se tornaron mucho más peligrosas. Cuando la fuerza cerró el mismo a todo transporte a excepción de los Hércules, los vuelos se redujeron notablemente, efectuándose hasta el fin del conflicto apenas catorce1. El Comando de Aviación Naval Argentino (CANA) dispuso también de aviones King Air 200 y Queen Air 80 que entre abril y mayo llevarían adelante un reducido aunque no menos importante número de salidas como escoltas de los Mentor y Aermacchi MB339 navales, con asiento en la base aeronaval de Río Grande, Tierra del Fuego. La flota británica, en tanto, incrementaba su número con nuevas unidades de guerra, transportes de tropas, buques cisterna, buques talleres, hospitales y contenedores. Para entonces, palabras pronunciadas por John Noott habían dado la vuelta al mundo generando mayores expectativas: “La Marina Real hundirá buques de guerra argentinos si llega a ser necesario. Actuaremos sin ninguna duda y no descartaremos ninguna posibilidad, ni siquiera el bombardeo a la ciudad de Buenos Aires”. Mientras tanto, la prensa internacional hacía todo tipo de especulaciones augurando para la Argentina un descalabro humillante. Había quienes afirmaban que las fuerzas armadas del país sudamericano no tendrían ninguna posibilidad, que no presentarían batalla y que por nada del mundo podrían dañar a la Task Force ya que se trataba de la tercera flota más poderosa y sofisticada del mundo. Incluso un medio de prensa norteamericano aconsejó a nuestro país retirase de las islas y poner punto final a su “guerra de opereta”. Extraña postura adoptada por aquel órgano informativo que parecía olvidar la bochornosa derrota de su país en la guerra de Vietnam. En la Argentina, en tanto, se especulaba con la ubicación de las naves que constituían el núcleo de la Fuerza de Tareas, encabezadas por los portaaviones “Hermes” de 28.700 toneladas de desplazamiento, al mando del capitán Lynn E. Middleton y el “Invencible”, de 19.500 toneladas, comandado por el capitán Jeremy L. Black que, como hemos dicho, al estallar la guerra estaba vendido Australia2. Tanto el “Hermes” como el “Invencible” habían sido sometidos a modificaciones (el primero entre 1976 y 1977) cuando les fueron retiradas las catapultas y los cables de frenado para convertirlos en portahelicópteros de operaciones antisubmarinas, en espera de que los modernos HMS “Ark Royal” y HMS “Illustrious” salieran de los astilleros. Estaban provistos de defensas antiaéreas y misiles SAM Sea Dart de combustible sólido3 y motor “Ramjet” similar al de las bombas alemanas V1, que constituían armas ideales para ataques a larga distancia debido a su alcance de 60 km. También disponían {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur de la Sky-Jump, novedosa rampa curvada en la proa, al final de la pista de vuelo, que permitían incrementar un 30% la capacidad portante. Diseñada especialmente para los Harrier GR3 y los Sea Harrier, la rampa permitía a los aviones dejar la cubierta a una velocidad mucho menor que la requerida comúnmente, anulando en gran medida, los efectos del movimiento del buque sobre despegues cortos, dado que la trayectoria inicial de cada aparato estaba mucho más lejos del agua que los que despegan de superficies planas, aumentando de ese modo, el margen de probabilidades del piloto en caso de accidente. La rampa del “Hermes”, nave insignia del almirante Woodward, había sido instalada en 1980, el mismo año en que fue asignado el “Invencible”. Para el alto mando argentino, era imperiosa la necesidad de conocer la posición exacta de la flota siendo la Armada la que más necesidades tenía de esa información. Por ese motivo, los comandantes navales solicitaron a la Fuerza Aérea patrullajes de larga distancia sobre el océano, a efectos de detectarla. Fue así como las autoridades aeronáuticas se pusieron a trabajar sobre sus cartas aéreas fijando un área encuadrada en un inmenso triángulo con vértice en la isla Ascensión y base en los archipiélagos de Malvinas y Georgias, que eran los objetivos hacia los que el enemigo se dirigía. Para esas misiones se necesitarían aviones de gran autonomía porque el recorrido que debían hacer era sumamente amplio y como la Argentina carecía de aeronaves de diseño especial, equipadas con radares capaces de detectar naves de superficie en navegación, se recurrió a los Boeing 707, por ser los más adecuados para largas distancias y observación ocular. El 20 de abril de 1982 se llevó a cabo una reunión de vital importancia en la comandancia de la Base Aérea de El Palomar, a la que asistieron oficiales y pilotos a los que era imperioso poner al tanto de los planes del alto mando para efectuar el correspondiente análisis de las misiones. Se programaron una serie de vuelos que se sucederían uno tras otro a partir del 21 de abril, hasta dar con la flota. Las tripulaciones estarían integradas por un jefe de escuadrón, cuatro pilotos, un navegador, dos mecánicos y un auxiliar de carga, es decir, cinco oficiales y tres suboficiales de la Fuerza Aérea en tanto la Armada, aportaría personal destacado integrado por un oficial aviador, que haría las veces de coordinador/asesor y brindaría informes sobre el tipo de buques y sus características, un oficial de inteligencia y un suboficial fotógrafo. La primera misión estuvo al cargo del vicecomodoro Jorge Eduardo Riccardini, designado por el alto mando, jefe del Escuadrón II del Grupo 1 de Transporte Aéreo, al que fueron afectados los aparatos TC-91 (serie 389B), TC-92 (serie 372C) y TC-93 (serie 387C), que mantuvieron su configuración de transporte de cargas de tipo militar a larga distancia y los colores normales en tiempos de paz, tal como lo explican los autores de Malvinas. La Guerra Aérea. Completaban su tripulación los oficiales Joaquín Argüelles Bennet, Horacio E. Genolet, Marcelo A. Conte y Francisco M. López, los suboficiales principales Andrés M. Hustey y Manuel H. Rivarola y el suboficial ayudante Narciso N. Zárate. De acuerdo a la planificación, el Boeing debían partir desde Buenos Aires y enfilar hacia el norte, sobre el lado oeste del mencionado triángulo imaginario, hasta tocar el denominado Punto “Alfa”, próximo a la isla Ascensión, donde alcanzaría su límite de combustible. Desde allí seguiría vuelo de posición con rumbo 90º directamente hacia un segundo punto denominado “Bravo” y después de interceptar la línea Ascensión- {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Georgias, emprendería el regreso, completando una trayectoria que, según lo estimado, debería durar doce horas. Dado que los 707 tenían que despegar con carga completa de combustible, era necesario una pista de mayor longitud que la de El Palomar, por lo que, tras evaluarse la situación, se decidió utilizar la del Aeropuerto Internacional de Ezeiza4, por reunir las condiciones necesarias. El Boeing Tango Charlie 91 asignado para la primera misión partió de la base militar a las 03.00 y aterrizó en Ezeiza unos minutos después, breve salto que les permitió efectuar una primera evaluación de sus sistemas de a bordo. Allí lo esperaba el personal de la Armada con el que técnicos de la Fuerza Aérea hicieron las inspecciones correspondientes mientras se efectuaba la carga de combustible y se efectuaban los ajustes pertinentes. Al cabo de dos horas y media, la tripulación ocupó sus puestos y cuando todo estuvo dispuesto, anunció a la torre que estaba lista para despegar. El avión se deslizó lentamente hacia la cabecera de la pista y a las 06.00 hs inició el carreteo, levantando vuelo sin inconvenientes. El ascenso se realizó a velocidad de crucero económico sobre la ciudad de Buenos Aires, en dirección norte, mientras piloto, copiloto y navegador efectuaban el correspondiente control de instrumentos. Era su primera experiencia de guerra y sabían que corrían con desventaja porque carecían de equipos adecuados para ese tipo de misión. El Boeing 707 es un avión cuatrirreactor común para el transporte de pasajeros, dotado de un radar meteorológico para la detección de formaciones nubosas que podría ser empleado como elemento auxiliar de navegación por su capacidad para la detección de contrastes diferenciados. Eso le permitía establecer los límites entre cielo y agua, las superficies edificadas y las llanas, además de las elevaciones del terreno en el horizonte y otros accidentes pero carecía de equipos para detectar buques en el mar a distancias medias y largas pues solo lo hacía a 250 kilómetros con ecos similares que, por lo general, resultan ser cúmulos cerrados ubicados por debajo de la capa de nubes, siempre y cuando fueran aquellas de gran intensidad. La certeza recién se obtenía a 40 o 50 kilómetros del objetivo, lo que ponía al aparato al alcance de las defensas antiaéreas de las unidades navales. No cabe duda de que cierta angustia y temor embargaba a las tripulaciones de los Boeing que en el más absoluto silencio de radio, volando en soledad, buscaban a una flota poderosa en la inmensidad del mar. Aquel 21 de abril, la del TC-91 lo hacía pensativa, ubicada aquí y allá en las hileras de asientos en espera de novedades. Riccardini alcanzó el punto “Alfa”, es decir, el extremo norte del recorrido, a cuatro horas de su despegue. Una inspección de los paneles le permitió comprobar que disponían de más combustible del que habían calculado, razón por la cual, decidió seguir más allá, virando hacia el este en dirección a la línea de retorno para hacer una mayor aproximación a la isla Ascensión. El tiempo era excelente, con cielo despejado, un sol radiante y una capa de nubes quebradas que, mucho más abajo, proyectaba sus sombras sobre el océano. Volando en esas condiciones comunicó el cambio de rumbo a Buenos Aires y siguió su trayectoria en silencio, con su tripulación observando con largavistas a través de las ventanillas. Cuando llegaban al punto “Bravo”, el encargado del radar creyó distinguir un eco que al principio resultó algo confuso pero que después se hizo más nítido. Algo a la izquierda, navegaba lentamente hacía el sur. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Riccardini desaceleró e inició un suave descenso virando suavemente hasta situarse a unos 11.000 metros de altura debajo de la capa de nubes (Nivel 370). De esa manera, mientras sus hombres escudriñaban el mar, siguió volando en dirección a la resonancia hasta que a los 2000 metros de altitud, el avión comenzó a estremecerse. El piloto debió esforzarse para no sobrepasar el límite de velocidad y poner en riesgo la misión ya que el aparato podía estallar en el aire. A los 1000 metros la turbulencia incrementó las sacudidas pero inmutable, Riccardini siguió bajando hasta situarse a solo 600 metros de las olas. Daba la sensación de que las mismas estaban al alcance de la mano. Fue en ese momento que uno de los tripulantes alcanzó a divisar a lo lejos un solitario carguero que navegaba lentamente hacia Europa. Pese a que no se trataba del enemigo, se decidió hacer un registro, tomándose nota de sus características, forma, rumbo y velocidad, lo que fue comunicado a Buenos Aires de manera inmediata. El Boeing pasó volando a baja altura, muy cerca del carguero, siempre en dirección al punto “Bravo”, ascendiendo paulatinamente una vez superada la embarcación, a fin de ahorrar combustible. Eso permitió que los ánimos a bordo se fuesen relajando y todo siguió normalmente hasta que, poco después, otro eco volvió a poner a la dotación en estado de alerta. Primero fue un registro débil pero a medida que pasaban los minutos, la resonancia se fue haciendo más intensa al tiempo que se le iban sumando otras que dejaban en claro que al menos seis embarcaciones se desplazaban juntas a la derecha. Cuando el 707 volaba a 6000 metros de altura (Nivel 200) Riccardini interrumpió el ascenso, y enfiló directamente hacia las señales. Mientras lo hacía, especuló con sus compañeros sobre el origen de aquellas señales ya que para algunos se trataba de cúmulos intensos de nubes bajas mientras que para otros era una flotilla de pesqueros que operaban en la zona. Sin embargo, había algo que hacía dudar al comandante: su formación regular. Riccardini buscó la protección de un banco de nubes y volando dentro del mismo se fue acercando a los objetos. Grande fue su sorpresa cuando al emerger apareció una formación se seis buques de guerra, entre ellos dos portaaviones y algunos destructores, que al detectar su presencia comenzaron adoptar posiciones defensivas. Era el núcleo de la Task Force que se desplazaba a unas 14.000 millas al noreste de la ciudad brasilera de Bahía, a 19º 29’Sur y 21º 00’ Este. Como es fácil imaginar, a esa altura, los británicos también los habían descubierto y suponiendo que se trataba de un ataque, alistaron a un Sea Harrier para su intercepción al tiempo que a bordo, las alarmas llamaban a cubrir puestos. Eran las 10.02 hora argentina cuando el TC-91 se inclinó un tanto hacia el norte intentando mejorar su ángulo fotográfico, provocando en las unidades de superficie una estampida general. Los radares de la Task Force habían detectado al enemigo a unas 150 millas al oeste y se aprestaban rechazar un ataque. El Sea Harrier matrícula XZ460 del Escuadrón 800, piloteado por el teniente Simon Hargreaves, despegó del “Hermes” a las 10.05 (14.05Z), en el preciso momentos en que el avión argentino transmitía la novedad. El caza británico fue tomando altura y al cabo de algunos minutos se puso a la par del TC-91. Su piloto pudo observar que se trataba, efectivamente, de un aparato de la Fuerza Aérea Argentina y no de un avión de pasajeros pero que carecía de armamento por tratarse de un Boeing. A esa altura, Riccardini había transmitido sus observaciones y considerando finalizada su misión, emprendió el regreso a Buenos Aires, perseguido por el Sea Harrier. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur La tripulación del 707 ignoraba que Hardgeaves tenía estrictas órdenes de no disparar por esa razón, la tensión a bordo era extremadamente grande. Sin embargo, Gran Bretaña era lo suficientemente astuta y experimentada como para atacar un avión desarmado que sobrevolaba aguas internacionales en momentos en que se intentaba alcanzar una solución diplomática. Pero bajo ningún punto de vista iba a permitir que el enemigo siguiese pasando información y por esa razón, se le ordenó a Heardgraves seguir a la aeronave enemiga hasta alejarla de la zona. Cuando el Sea Harrier alcanzó al TC-91, este volaba a una altitud de 35.000 pies. El piloto británico maniobró de izquierda a derecha, colocándose arriba y luego abajo y situándose delante y detrás mientras efectuaba un detallado estudio visual. En el Boeing, los argentinos hacían lo mismo sabiendo que estaban a merced de los cañones Aden de 30 mm del caza y sus temibles misiles. El Sea Harrier voló en paralelo durante un amplio techo permitiendo que hoy se cuente con una espectacular fotografía suya a escasos metros del ala izquierda del Boeing. Haegreaves, por su parte, tenía estrictas órdenes de no establecer contacto con el enemigo pero también obtuvo varias fotografías. Doce minutos después viró y regresó al portaaviones mientras el TC-91 seguía vuelo rumbo a Buenos Aires. Riccardini aterrizó en Ezeiza, cinco horas después, en medio de gran expectativa por parte del Comando de Operaciones ya que su misión había sido exitosa y traía valiosa información. Había hallado a la flota enemiga y gracias a ello, se sabía con certeza la dirección que llevaba y su velocidad de desplazamiento. La información fue transmitida inmediatamente al alto mando y permitiría adoptar los recaudos necesarios para tener a la guarnición de Malvinas en alerta. Además, dada la reticencia que los británicos demostraron a la hora de disparar, se tuvo la evidencia de que se podía repetir la operación si demasiados riesgos, al menos por el momento. Cuando el exhausto Riccardini llegó a su hogar, convencido de que la misión había sido secreta, comprobó con asombro que a través de las radios se informaba sobre sus resultados y el incidente protagonizado con el Sea Harrier. El periodismo argentino hizo del hecho su propio campo de acción asegurando que el piloto británico había manifestado a periodistas a bordo del portaaviones que no había disparado sus misiles porque no quería cargar con la responsabilidad de iniciar una guerra, pero la versión era fantasiosa y completamente falsa. A partir de entonces, Escuadrón II del Grupo 1 de Transporte Aéreo emprendió una serie de vuelos que tendrían como misión mantener a la flota enemiga en estrecha vigilancia. Aquellos vuelos se llevaron a cabo bajo el control operacional del Comando Aéreo Estratégico creado el 4 de abril, con el objeto de suministrar información temprana sobre los movimientos de la Fuerza de Tareas, cuyo componente especializado era el Grupo Aéreo de Exploración y Reconocimiento del que dependía el Escuadrón II del Grupo 1 de Transporte Aéreo. A las 18.30 del mismo 22 de abril, el teniente Brian Haigh puso en estadio de alerta a los Sea Harrier del “Invencible” después de comprobar que otro avión de las mismas características volaba a 120 millas de distancia al sudoeste de la flota. Tres Sea Harrier decolaron en su busca, piloteados por los capitanes de corbeta Mike Broadwater y John Eyton-Jones y el teniente Paul Burton, quienes una vez en el aire encuadraron sus aparatos con el objeto de mostrar a los argentinos lo vulnerables que eran. Sin embargo, la maniobra no iba a impedir que las misiones continuasen. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Algo que desconcertó a los británicos fue que la mayoría de las detecciones se hicieran a 35.000 pies de altura cuando sabían perfectamente que sus aviones no disponían de equipos de rastreo adecuados. Los ingleses llamaban a los Boeing de observación “nuestros amigos”, “visitantes de todos los días” y “asaltantes” lo que no significaba en absoluto que se sintiesen tranquilos con sus repentinas apariciones. Lo que más les preocupaba era la información que aquellos pudiesen suministrar a los submarinos que Argentina tenía desplegados en el océano y que los mismos se convirtiesen en una verdadera pesadilla. A las 11.00Z del 23 de abril los Sea Harrier del “Invencible” tuvieron que despegar nuevamente para interceptar a Boeing 707 matrícula TC-93 que volaba a 120 millas de la formación, lo que volvería a repetirse nuevamente a las 15.00Z (la sigla “Z” correspondía al horario Zulu), cuando el avión pasó a solo 5 millas del portaaviones. Al día siguiente tuvo lugar un nuevo encuentro (15.50Z) cuando un Sea Harrier del “Hermes” se puso a la par de otro de aquellos “visitantes”, a 80 millas de distancia del buque insignia. Ese día, el anterior al ataque inglés a las Georgias, un segundo aparato sobrevoló al “Endurance”, dejando en claro que el alto mando argentino tenía perfectamente ubicada a la flota. A partir de ese momento, Gran Bretaña, a través de la embajada Suiza, advirtió a nuestro país que estaba dispuesta a disparar contra los aviones de observación, estuviesen armados o no, por lo que Buenos Aires, teniendo ubicada perfectamente la posición del enemigo, creyó conveniente suspender las misiones. Disuelto el Comando Aéreo Estratégico el 30 de abril, las unidades del Grupo Aéreo de Exploración y Reconocimiento fueron transferidas al Comando de la Fuerza Aérea Sur centralizando sus operaciones en misiones de exploración y reconocimiento marítimo entre los 39º y 56º de latitud sur, a 350 millas del continente. Ya veremos como a poco más de tres semanas de iniciadas las hostilidades, un Boeing del Escuadrón II, detectado a 180 millas al noreste de la Fuerza de Tareas británica, fue atacado con misiles Sea Dart por unidades de superficie enemigas Algo que llamó poderosamente la atención de los británicos, y que demuestra hasta que punto llegó su desinformación con respecto a la invasión argentina (y cuan de sorpresa los tomó), fue el hecho de que entre el 24 y el 25 de marzo de ese año, los Boeing 707 TC-91 y TC-93 fueron vistos en la base aérea de Standset, en Londres, rodeados de vehículos de la Marina Real cuando cargaban combustible y armamentos. Los mismos, junto al TC-92, ya habían sido asignados al Escuadrón II del Grupo 1 de Transporte Aéreo (GITA) y revistaban junto a la flotilla de F-28. En aquellos días, la Argentina había comprado una considerable cantidad de equipo militar en Francia, Gran Bretaña, España, Italia y otros países del área, incluyendo vitales repuestos para sus sistemas de armamentos, en especial misilísticos, sin que a nadie le llamase la atención. El TC-91 había estado en Standset entre el 27 y el 29 de enero, procedente de la base española de Gandos, próxima a Las Palmas de Gran Canaria, transportando “carga general”, como era común en vuelos de esas características y en esas condiciones partió rumbo a Buenos Aires llevando a bordo explosivos recientemente adquiridos. Por su parte, el TC-93 hizo lo propio desde el aeropuerto parisino de Orly, del que partió al día siguiente con “carga peligrosa” rumbo a Brindisi, Italia, para regresar a Londres el 8 del mismo mes. Ese Boeing volvió a decolar el 10 de enero con destino a Gandos llevando en sus bodegas carga general, al tiempo que hacía su arribo desde las islas Canarias el TC-91, que dos días después partiría con destino a Getafe, Madrid. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur El 24 de marzo, el TC-93 volvió a Londres, procedente del Aeropuerto Charles De Gaulle, de París, regresando a Francia (más precisamente a la base aérea de Chateauroux-Deols) el día 25. Un vuelo procedente del Aeropuerto Ben Gurión, Israel, programado para el 5 de abril y que debía seguir viaje a Gandos el 7 del mismo mes, no llegó a concretarse por cambio de planes. A nadie llamó la atención ni en Inglaterra ni en el resto del mundo tanto movimiento aéreo con aviones repletos de explosivos y cargas peligrosas, como tampoco las maniobras militares que la Argentina estaba llevando a cabo en el sur patagónico. ¿Qué había ocurrido con los servicios de inteligencia británicos y norteamericanos?, ¿qué fue de su aparato informático?, ¿qué de sus dispositivos de seguridad? Su incompetencia en ese rubro fue total. La Armada Argentina también llevó a cabo importantes misiones de búsqueda y rastreo. Desde el 2 de abril hasta el 1 de mayo, el portaaviones “25 de Mayo” iba a desplegar una actividad febril, que se extendería hasta el 5 de mayo, cuando la guerra entró en su fase de máxima intensidad. El 29 de marzo aviones Grumman S-2E Tracker de la Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina aterrizaron en el portaaviones, sin que sus tripulaciones supiesen exactamente el verdadero motivo que los llevaba hasta allí. Las unidades bimotores, fabricadas por la Corporation Grumman Aerospace de Long Island, EE.UU., con capacidad para cuatro hombres, habían sido especialmente diseñadas para la guerra antisubmarina ya que disponían de una considerable autonomía de vuelo para la exploración de superficie. Durante la guerra de Malvinas, la escuadrilla de cinco aviones Grumman estuvo al mando del capitán de corbeta Héctor Skare y su segundo, capitán de corbeta Julio Covarrubias, como parte del Grupo de Tareas 80.2.2, al que serían incorporados los dos Embrear 111 Bandeirantes cedidos por Brasil, y operaron ininterrumpidamente desde el “25 de Mayo”, la Estación Aeronaval Malvinas y la Estación Naval Río Gallegos hasta el fin de la contienda. Disponían de dos motores Wright Cyclone 1820-82C de 1525 HP, dotados de hélices tripalas y sus medidas eran 22,13 metros de envergadura, 13,13 de largo y 5,06 de alto, con un peso vacío de 8000 kilogramos y uno máximo de 13.204 kilogramos. Su velocidad era de 555 km/h y su alcance de 1900 kilómetros de distancia y su equipamiento incluía un radar de búsqueda, medidas de apoyo electrónico, un detector de anomalías magnéticas, un procesador de sonoboyas activas y pasivas, una computadora táctica y de navegación y un poderoso faro de búsqueda ubicado sobre el borde de ataque de su ala de estribor. Su armamento consistía en bombas de profundidad, torpedos antisubmarinos y cohetes, cuyas lanzaderas se encontraban sujetas por soportes subalares. De todas maneras, su capacidad de detección era limitada dado que el radar, apto para las detecciones submarinas y blancos pequeños, no tenía gran alcance. Cuando la flota argentina zarpó de Puerto Belgrano el 28 de marzo, los pilotos de las escuadrillas ignoraban los objetivos de la misión. Los conocieron al día siguiente, en la sala de programaciones del “25 de Mayo”, cuando se les informó que los archipiélagos australes iban a ser recuperados y que se estaban programando vuelos de exploración y vigilancia en torno las Malvinas y las zonas de desembarco. Los primeros vuelos no arrojaron resultados positivos ya que no se encontraron naves inglesas pero sí revelaron la presencia de numerosas embarcaciones pesqueras rusas y polacas que en número de sesenta, operaban en torno a las islas. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur La que también jugó un papel clave en las misiones de rastreo en el mar fue la Marina Mercante, que puso al servicio del Comando de Operaciones a sus principales embarcaciones. En su obra Misión Cumplida, Jorge Muñoz explica que desde el momento en que la Fuerza de Tareas británica partió del puerto de Portsmouth, su comandante, el almirante Woodward tuvo entre sus principales preocupaciones lograr que su desplazamiento se realizara con la mayor discreción posible, procurando mantener en reserva el número y tipo de naves, su posición, su cantidad y la orientación de su ruta. Contrariamente a lo que ocurría del lado británico, nuestro país no contaba con satélites espías ni con veloces submarinos nucleares de amplio radio de acción por lo que, para paliar esa diferencia, la Armada tomó el control de varias embarcaciones mercantes para encomendarles tareas de la búsqueda y detección. Llevarían a bordo un oficial naval de enlace a través del cual, los buque quedarían sujeto a la Jefatura de Inteligencia Naval (JEIN) a cargo del contralmirante Eduardo M. Girling. Con el objeto de crear una red operacional eficiente, se constituyó el Grupo de Tareas 17 (GT-17) integrado por tres Elementos de Tareas (ET): El 17.1 conformado por los Boeing 707 de la Fuerza Aérea; el 17.2 que quedó constituido por el ELMA “Tierra del Fuego” y el 17.3, por los pesqueros de altura “Usurbil”. “María Luisa” y “Mar Azul” a quienes se destinaría a una zona distante ubicada entre las islas Malvinas, Georgias y Ascensión. El 2 de abril de 1982 el buque mercante “Río de la Plata”, de la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), se hallaba anclado en un puerto de Finlandia, descargando mercaderías en lo que era una tarea habitual para su tripulación cuando lo sorprendió la noticia del desembarco argentino que las radios y la televisión de aquel país anunciaban como novedad principal. El 5 de abril, el barco se desplazaba por el Canal de la Mancha, en dirección a Bilbao, cuando su comandante, el capitán de ultramar Carlos Benchetrit, encendió el televisor y captó las señales de un canal londinense que transmitía la partida de la flota desde Portsmouth, encabezada por los portaaviones “Hermes” e “Invencible” mientras gran cantidad de público la despedía en lo que parecía ser un clima festivo. Incluso embarcaciones deportivas parecían acompañar a las poderosas unidades de combate haciendo flamear banderas y sonando sus sirenas. Según refiere Muñoz, Benchetrit, un cordobés oriundo de Laboulaye, hacía cavilaciones sin saber que muy pronto, sería protagonista de una misión de guerra y que su barco sería el primero en enfrentarse a la flota enemiga. Mientras el resto de la Task Force abandonaba los puertos de Plymouth, Devonport, Faslane (Escocia), Gibraltar, Belice y Canadá, el “Río de la Plata” entró en Bilbao, su última escala de carga antes de su destino final: Buenos Aires. En el puerto español abordó la nave Cristina Benchetrit, la hija del capitán, jovencita de 23 años de edad que regresaba como pasajera de un viaje de placer por Europa. Allí, en las provincias vascas, también se hablaba del conflicto y fueron muchos los que se acercaron a la tripulación para hacer preguntas e intercambiar alguna opinión. Finalizadas las tareas de carga y descarga, el “Río de la Plata” levó anclas y abandonó España con destino al sur, sin imaginar la experiencia que estaba a punto de vivir. Lentamente, el buque abandonó las radas y ganó las aguas del Golfo de Vizcaya en dirección oeste, dejando a su izquierda Castro Urdiales, Laredo, Santander y todo el litoral cantábrico para comenzar a bordear Galicia en dirección al Atlántico. Transcurría una semana de navegación cuando, poco antes de la medianoche del 19 de abril, a la altura de las islas de Cabo Verde, Benchetrit recibió un telegrama cifrado de {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur ELMA en el que se le ordenaba desviarse hacia la isla Ascensión y desde una distancia no menor a las 12 millas, realizar observación de los buques británicos allí fondeados, cantidad, dimensiones y armamento. Asombrado, el veterano marino leyó y releyó el mensaje y a continuación se encaminó a la mesa de mapas donde impuso a sus oficiales de las directivas recibidas, trazando el rumbo que debían seguir hasta el objetivo señalado. Después de escucharlo atentamente, los marinos dieron su plena conformidad, manifestando su entusiasmo por la posibilidad que se les presentaba, de ayudar a la patria en situación tan difícil y tomar parte en un hecho tan importante de la historia nacional. La decisión debió ser difícil para el capitán ya que los riesgos eran elevados y a bordo viajaba su hija adolescente. Según explica Muñoz, un rápido cálculo de las posibilidades de riesgo y una gran confianza en sí mismo, potenciaron su determinación. Encomendándole a su hija la tarea de registrar en un anotador los pormenores que tuvieran lugar a partir de ese momento, Benchetrit ordenó poner motores a toda máquina y cambiar el rumbo hacia el sudeste, en dirección a Ascensión, al tiempo que disponía doblar las guardias del puente con el objeto de no perder un solo detalle en caso de establecer contacto con el enemigo. La isla Ascensión se halla ubicada a 1900 kilómetros de la costa occidental africana y 1276 de la legendaria Santa Helena, donde Napoleón Bonaparte pasó los últimos años de su vida. Consta de una porción de tierra principal de 91 kilómetros de superficie y unos pocos islotes menores de los cuales el archipiélago Boatswain.y las islas White Rocks son los más importantes. De carácter volcánico, su punto más elevado es el monte Green de 859 metros de altura, destacando también Weather Post de 608 metros, White Hill de 525 y Sisters Peak de 445. Su capital, Georgetown, sobre la costa occidental, consta de 560 habitantes y es la mayor de sus poblaciones, por sobre Cross Hill, Two Boats Village donde se encuentra uno de los principales establecimientos educativos, Traveler Hill en el centro de la isla (residencia del personal de la Fuerza Aérea británica con 200 habitantes), The Residency y la base militar norteamericana de Cate Hill, próxima al aeropuerto (150 habitantes), además de varias residencias rurales. Ascención forma parte de los territorios británicos de ultramar en aquella porción del Atlántico junto a los archipiélagos de Tristan da Cunha y Santa Helena, esta última cabecera y sede de sus autoridades. El total de su población ascendía en aquellos días a 1000 habitantes, sin contar los efectivos militares norteamericanos y el idioma oficial, por supuesto, es el inglés. Como explica acertadamente Muñoz en Misión Cumplida, sus dos principales ventajas las constituían su excelente fondeadero en Georgetown y la pista de aterrizaje del aeródromo de Wideawake que los estadounidenses cedieron sin reparos junto a sus instalaciones militares, polígonos de tiro y miles de litros de combustible que comenzarían a transportar supertanqueros de aquella nacionalidad, en claro apoyo a los británicos. Debido a la febril actividad que tuvo lugar en la isla a partir de la llegada de la Task Force, los altos mandos de ambas naciones (el Reino Unido y los EE.UU.) impusieron un estricto control de seguridad y aprovisionamiento cuyo principal responsable fue el capitán de navío Bob MacQueen. Hacia ese punto, en medio del océano Atlántico, a mitad de camino entre Londres y Puerto Argentino, se dirigía a toda máquina el ELMA “Río de la Plata” al tiempo que el {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur tercer grupo de la Fuerza de Tareas británica seguía concentrando buques, hombres y armamentos en el lugar. El 23 de abril a las 17.00 hs., el barco argentino llegó a la isla pasando lentamente frente a un buque de guerra que en esos momentos efectuaba ejercicios tácticos con un submarino. Increíblemente, los ingleses lo ignoraron y eso le permitió, a marcha moderada, situarse a 12 millas náuticas de Georgetown y comprobar que en ese lugar fondeaban 15 buques de la armada real. A través de sus prismáticos, Benchetrit y sus oficiales pudieron observar el intenso movimiento que tenía lugar tanto en el mar como en tierra. Para establecer la identidad de los buques, utilizaron el libro nomenclador de radiotelegrafía de a bordo que contenía las características particulares de cada uno, tarea en la que tuvo papel destacado el segundo oficial Armando Busto, que había pertenecido a la Armada y conocía los diferentes diseños navales. Como las embarcaciones se hallaban al alcance de la honda VHF, el capitán ordenó poner en marcha el grabador de cinta de a bordo y ubicándolo junto a la radio, se registraron las comunicaciones que tenían lugar entre los barcos y entre estos y tierra. Así fue como a través de aquellas emisiones, junto al registro visual, pudieron determinar cuales eran las embarcaciones fondeadas, el nombre de sus comandantes y las tareas que cada una efectuaba. Nadie percibió en Georgetown la presencia del buque argentino y nadie hico mención alguna al respecto a través de las emisiones radiales. El “Río de la Plata” permaneció en el área cerca de 20 horas y finalizada su misión, enfiló hacia Buenos Aires, llevando un completo registro de grabaciones y buques avistados. Esa misma noche, Benchetrit envió el informe cifrado a la empresa naviera a la que pertenecía la embarcación y con la satisfacción del deber cumplido, se dispuso a seguir su derrota, pensando que ninguna incidencia iba a perturbar lo que le quedaba de recorrido. Ignoraba que valiéndose de un sofisticado equipo de intercepción y criptografía, los británicos habían captado su transmisión, notificando de ello a la Jefatura de Comunicaciones Gubernamentales que operaba en la isla. El buque mercante había cumplido su cometido de manera impecable, dejando al descubierto tanto los preparativos que el enemigo efectuaba como su potencial, así como también brindando una exacta información de la composición de la flota, velocidad y derrota, que sirvieron para complementar los avistajes efectuados por los Boeing 707 del Grupo Aéreo de Exploración y Reconocimiento y la labor encubierta de un oficial superior de inteligencia que operaba en Londres en el más absoluto secreto (había sido testigo de la partida de la Task Force). A la mañana siguiente, cuando el carguero se encontraba a 350 millas de Ascensión, recibió un nuevo mensaje de la empresa en el que se le manifestaba al capitán la conformidad por la labor desempeñada y se le ordenaba regresar nuevamente a la isla con el objeto de ampliar datos sobre las embarcaciones avistadas y tomar fotografías. Ni bien terminó de leer, Benchetrit dispuso el regreso hacia el objetivo, ordenando un amplio viraje y poniendo proa a Ascención con sus máquinas a máxima velocidad. Sabiendo que esta nueva incursión iba a ser mucho más riesgosa, mandó dar a su nave una apariencia diferente, ordenando un cambio de luces de navegación en cubierta, tapar ventanas y ojos de buey y apagar las lámparas interiores con el objeto de simular el aspecto de un pesquero, al menos en horas de la noche. En cumplimiento de esas directivas, Cristina Benchetrit colaboró junto al personal de a bordo cubriendo las aberturas con papel madera y cinta adhesiva a efectos de que no se filtrara un solo rayo a través de ellas. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Aquel 24 de abril Cristina apuntó en su diario: Hoy me levanté y el sol estaba del otro lado, ¿qué pasó? Pasó que volvemos a Ascensión. Mandaron otro cifrado diciendo que había sido muy buena la información, que volviéramos a la isla para dar más datos, y luego ‘libertad de maniobra’. A la 1.30 de la mañana pasamos por la isla y después alrededor de las 7 volvimos a pasar. Ahora vamos como fantasmas, es decir, a oscuras y con la radio tratando de captar las conversaciones. Recién estuvimos tapando todas las ventanas con papel madera y cinta. El barco se aproximó a la isla con su VHF abierto y la grabadora funcionando y en plena obscuridad, se situó a solo 5 millas de la costa para orbitar lentamente en torno a ella durante toda la noche. La quietud y el silencio proveniente de la flota enemiga eran totales y solo se pudo percibir actividad de aviones y helicópteros en el aeropuerto. Con las primeras luces del día, el “Río de la Plata” se situó frente a Georgetown; tenía el sol a sus espaldas y eso le permitió aproximarse hasta una distancia de 2 millas del litoral sabiendo que el resplandor de los rayos matinales impediría a los ingleses ver la embarcación. Las fotografías que obtuvo fueron excelentes gracias a un teleobjetivo que montaron delante del lente de la única cámara fotográfica que había a bordo, adaptando el foco de unos binoculares. La actividad que desplegaban los británicos aquella mañana sorprendió a los argentinos. Decenas de helicópteros zumbaban sobre los buques como abejorros enfurecidos en tanto embarcaciones menores iban y venían desde los muelles hacia ellos, transportando pertrechos. Allí estaba el “Canberra” sobre el que varios Sea King depositaban planchas metálicas que llevaban en sus eslingas, con la evidente intención de dotarlo de una plataforma para el aterrizaje de helicópteros y aviones Sea Harrier. Sobre su cubierta, equipos de operarios intentaban colocarlas entre sus chimeneas y las pasarelas, desplazando para ello algunas de sus antenas y colocando puntales en la piscina vacía. Estaba también el “Fearless” con varios lanchones de desembarco efectuando maniobras a su lado; la fragata “Antelope” en un extremo del fondeadero y los transportes “Sir Galahad”, “Sir Tristam”, “Sir Bedivere”, “Stromness” y el buque tanque “Pearleaf” en torno a los cuales tenía lugar una febril actividad, lo mismo en los remolcadores “Salvagemen” y “Typhoon”, que se desplazaban por la bahía llevando materiales y personal. Tras ese nuevo y mucho más completo reconocimiento, el “Río de la Plata” comenzó a alejarse a marcha normal, intentando no llamar la atención. Sin embargo, una desagradable sorpresa esperaba a su tripulación más adelante. A través de la radio, se escuchó una voz en inglés, sumamente alarmada, que advertía a las embarcaciones británicas de la presencia de “un intruso”. Sin alterar su velocidad, el buque argentino continuó alejándose hacia el sudoeste, intentando parecer ajeno a lo sucedido, pero entonces, aparecieron repentinamente dos helicópteros Sea King fuertemente artillados, que comenzaron a sobrevolarlo amenazadoramente, mostrando sus cañones y ametralladoras. Benchetrit dio el alerta general al tiempo que ordenaba mantener el rumbo y la velocidad. Mientras eso sucedía, las aeronaves evolucionaban sobre la embarcación a baja altura, filmando y tomando fotografías de su estructura. Temiendo un abordaje, Benchetrit mandó colocar todo el material y la documentación comprometedora en una bolsa de lastra y dispuso tenerla lista para arrojarla al fondo del mar en caso de una acometida. Sin embargo, eso no fue necesario porque al cabo de media hora de hostigamiento, los ingleses se retiraron. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Para la tripulación fue un momento de alivio que solo duró unos minutos porque a través de la radio llegó al puente de mando la voz del comodoro Clapp que desde el “Fearless”, ordenaba al “Antelope” que saliera en busca del buque “no identificado” y lo obligase a dirigirse a Georgetown. Nunca supieron si la fragata cumplió la orden o no, porque la misma no apareció, cosa extraña pues con sus 30 nudos de velocidad, le hubiera resultado fácil darles alcance. El mercante siguió navegando en completo silencio de radio, con su tripulación abocada a sus tareas específicas y con Cristina Benchetrit, convertida en una pequeña heroína civil, dedicada a pasar en limpio las notas que había tomado apresuradamente. Esa misma noche, se recibió un telegrama en clave, ordenando a la embarcación ponerse a cubierto en el litoral del Brasil e informar desde allí sobre el incidente. A la mañana siguiente, seguro de que ningún buque los perseguía, Benchetrit mandó transmitir a ELMA la información requerida. Grande fue su sorpresa cuando a pocos segundos de haber radiado el mensaje, un Sea Harrier de reconocimiento efectuó varias pasadas rasantes sobre el buque para perderse de vista inmediatamente después, en dirección noreste. Comunicado aquel último suceso, se decidió el corte absoluto de comunicaciones y continuar en silencio por las siguientes 24 horas. En ese lapso, mientras el carguero navegaba hacia el Río de la Plata, su tripulación descubrió a lo lejos la silueta de una embarcación de guerra que, sin ninguna duda, se dirigía a Ascensión. Según estimaciones de Benchetrit, la misma parecía proceder de la isla brasilera de Trinidad y pensando que en aquel punto podía haber naves enemigas, dispuso dirigirse hacia allí, decidido a ampliar su misión5. El “Río de la Plata” se posicionó a media milla del promontorio e inició un rodeo similar al que había hecho en Ascensión. La maniobra le permitió efectuar un detallado reconocimiento de su perímetro y comprobar que no había ninguna embarcación en sus cercanías. Cumplida la misión, puso proa nuevamente hacia el sur y reinició su derrotero, recalando primero en Montevideo y después en Buenos Aires donde finalizó el viaje. Ni bien echó pie a tierra, Benchetrit se encaminó al edificio de ELMA para hacer entrega del material obtenido (fotografías, grabaciones, listado de buques y descripciones). Una vez recibido las autoridades de la línea procedieron a su despacho y a través de un correo, se lo remitió al alto mando de la Armada para su estudio y análisis. Dada la eficiente labor del capitán y su tripulación, las autoridades navales volvieron a convocaron para encomendarle una nueva tarea. El marino aceptó complacido pero los trabajos de reacondicionamiento de su buque demandaron demasiado tiempo y por esa razón, la operación se canceló. De ese modo, una vez finalizado el conflicto, el “Río de la Plata” reanudó sus habituales viajes al norte de Europa, siempre al comando del veterano capitán. Cuando en el mes de agosto de 1982, a solo dos meses de finalizada la lucha, la Armada Argentina honró al personal de la flota mercante que había tenido participación durante el conflicto de Malvinas, el capitán Benchetrit fue distinguido por su valor y comportamiento en servicio recibiendo la medalla “Al esfuerzo y abnegación”, por haber operado con acertado criterio profesional en repetidas misiones, bajo elevado riesgo. La condecoración le fue otorgada en el marco de una ceremonia especial y al hacer uso de la palabra, el bravo capitán la hizo extensible a toda su tripulación, incluyendo a su hija Cristina, que supo cumplir las tareas encomendadas con eficiencia y responsabilidad. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur El 20 de abril de 1982 el gerente general de ELMA mandó llamar al capitán de ultramar Héctor Curriá, respondiendo a su ofrecimiento voluntario para cualquier tarea que la nación le encomendase en su condición de guardiamarina de reserva (egresado de la Escuela de Náutica), que había hecho llegar oportunamente a las autoridades de la empresa y al Departamento de Reserva de la Armada. Por comunicación telefónica, el experimentado marino recibió la orden de presentarse en las oficinas de la compañía naviera a la mayor brevedad posible y hacia allí se dirigió presuroso, deseando en su fuero interno ser convocado. Una vez en el edificio de ELMA, el gerente general le informó que tenía órdenes del comando de la Armada de zarpar a bordo del “Tierra del Fuego II”, en una misión secreta de la que se le darían los detalles una vez a bordo. La misión era simple pero arriesgada: debía trazar un rumbo hasta posicionarse en un punto del Atlántico por donde se suponía iba a pasar la flota enemiga y tras tomar contacto con ella (o alguno de sus componentes), determinar su posición, la cantidad de unidades que la integraban, su velocidad y su rumbo y pasar esa información al alto mando de Inteligencia Naval en Buenos Aires a la mayor brevedad posible. Curriá se hizo cargo del buque, alistando una tripulación de 39 hombres a la que se incorporaría en calidad de oficial de enlace, el capitán de corbeta Alberto Valerio Pico. El mercante partió de Buenos Aires el 21 de abril llevando en sus bodegas una carga de aceite de lino para el caso de que el mismo fuese interceptado y abordado por el enemigo y abandonando lentamente las aguas del Plata, ganó la inmensidad del océano en dirección noreste. Según explica Jorge Muñoz, de quien hemos extraído estos datos, el “Tierra del Fuego II” comenzó a navegar en zigzag, con su radio y radar encendidos y su personal jerárquico en permanente estado de alerta. A medida que avanzaba hacia el objetivo, las expectativas a bordo crecían, lo mismo el tamaño de las olas y el mal tiempo que comenzaban a obstaculizar la marcha. Al cabo de seis días, el 26 de abril, el mercante se encontraba a 2000 millas de las Malvinas y 500 de Río de Janeiro, en posición 40º 00’ (S) y 32º 40’ (O), cuando sus radares detectaron un total de cuarenta ecos que parecían señalar embarcaciones que navegaban alineadas en sentido contrario, a 15 nudos y a solo 14 millas de su posición. Era el grueso de la flota británica. En vista de ello, el capitán Curriá comenzó a efectuar mediciones trigonométricas con el objeto de determinar la posición exacta de las naves en tanto el capitán de corbeta Pico intentaba establecer los rasgos generales de la flota, las dimensiones de sus unidades y otros detalles que iban a resultar de extrema utilidad para el alto mando naval. Al cabo de doce horas, navegando siempre en el más absoluto silencio de radio, Curriá ordenó el envío de un despacho cifrado a Buenos Aires dando cuenta del hallazgo y comunicando en clave toda la información que se había logrado recoger. Recibido el mensaje, se le ordenó mantener el mismo rumbo y esperase nuevas directivas ya que según se intuía, la información que había obtenido podía ser ampliada. Dos días después, tendría lugar otro encuentro. Era una mañana calma y despejada, con el mar inmóvil y buena visibilidad cuando una señal del radar puso al puente de mando en alerta. Una embarcación ubicada a 20 millas de la proa se dirigía rápidamente hacia “Tierra del Fuego” a velocidad de crucero. Casi al instante, la silueta de un barco de mediano porte se recortó en el horizonte, confirmando su procedencia y la dirección de aproximación. Se trataba de un buque anfibio que se situó a menos de una milla de distancia, {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur mostrando su plataforma de desembarco y los cañones de 4,5 pulgadas que sobresalían amenazadoramente de su cubierta. Sin establecer contacto, las tripulaciones de ambas naves se observaron mutuamente al tiempo que se cruzaban en direcciones opuestas. Previendo un posible abordaje, Curriá ordenó a la tripulación adoptar medidas para una evacuación de emergencia y en ese sentido, los marineros se colocaron sus salvavidas y se ubicaron junto a los botes, listos para iniciar la evacuación en caso de ser necesario. Curriá no tomó ningún tipo de recaudo para consigo, manifestando que no iba a abandonar el barco por ningún motivo y eso llenó de confianza a sus hombre. Su estampa de viejo lobo de mar impresionó más que nunca a la tripulación, en especial al capitán de corbeta Pico que, movido por el honor, se le acercó respetuosamente para decirle con voz firme, que él también se quedaba a bordo y permanecería a su lado bajo cualquier circunstancia. -Cuando llegue el momento voy a decidir que hacer al respecto – contestó el comandante del barco- Mientras tanto, estemos atentos a los acontecimientos. Finalizado el cruce, la nave inglesa, siguió viaje hacia el sur y se perdió de vista en el horizonte, sin aminorar la velocidad. El mercante, por su parte, continuó su derrota en silencio de radio y sin modificar el rumbo para no despertar sospechas. Cuarenta y ocho horas después, habiendo alcanzado el punto de máximo alcance, viró hacia el sudoeste y emprendió el regreso a Buenos Aires, en cuyo puerto atracó el 8 de mayo. En la ceremonia que tuvo lugar en el mes de agosto, el capitán de corbeta Alberto Valerio Pico recibió la medalla “Al esfuerzo y abnegación” por su destacada actuación en el Teatro de Operaciones Atlántico Sur, poniendo de manifiesto un elevado espíritu de sacrificio y ejecutando misiones de guerra en unidades desprovistas de armamento. Sin embargo, al hacer uso de la palabra, dijo con voz firme y emocionada que no se sentiría honrado hasta tanto no se le concediese la misma condecoración al capitán Curriá. Tan noble gesto tuvo su recompensa ya que al año siguiente, en un acto similar, el aludido marino mercante recibió su merecida medalla, galardón que hizo extensivo a toda la tripulación. Tiempo después, sería ascendido al grado de capitán de corbeta de la Reserva Naval concediéndosele la medalla a los “Servicios Distinguidos”, honras que coronaría posteriormente cuando la Orden Ecuestre Militar de Reserva le concedió la Cruz en grado de Caballero de la Guardia Nacional, en mérito a los servicios prestados a la patria. El día 12 de abril, por decisión del Mando Superior de la Armada, el subsecretario de Pesca, capitán de navío Hugo C. Talamoni, convocó a los representantes de la Cámara de Armadores de Buques Pesqueros a una reunión urgente en la sede que la entidad tenía en Buenos Aires. El funcionario de gobierno, veterano marino también, tenía una novedad que informar: así como la flota mercante se hallaba empeñada en la lucha, se requería también la participación de unidades pesqueras de alta mar para complementar las misiones que tanto aquellas como los aviones Boeing 707 de la Fuerza Aérea venían realizando desde el comienzo de la guerra. Como se ha dicho oportunamente, consistía la misma en proporcionar información en caso de detección de unidades navales enemigas, búsqueda y rescate de pilotos, transporte de combustible y otros elementos, quedando expresamente establecido que el {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur gobierno compensaría a las empresas que ofreciesen su colaboración por las pérdidas que la misma pudiesen padecer. Talamoni aclaró también que no deseaba interferir en las tareas habituales de las compañías y solicitó a los propios armadores que presentasen un plan de disponibilidad de buques. La respuesta fue mayor de la que esperaba ya que encontró una excelente predisposición por parte de sus oyentes y un marcado deseo de servir a los intereses de la nación en las tareas solicitadas. Informado el alto mando de los pormenores de la reunión, se constituyó el Grupo de Tareas 17 (GT-17) integrado por los pesqueros de altura “Usurbil”, “María Luisa”, “Mar Azul”, “María Alejandra”, “Constanza” y Narwal”, constituyéndose con los tres primeros el Elemento Nº 3 y con los segundos, el grupo de tareas TG. El “Usurbil”, de 450 toneladas y 70 metros de eslora, pertenecía a la Empresa Pesquera del Atlántico que en la primera quincena de abril lo había enviado a alta mar para que llevase a cabo su trabajo habitual. El buque había zarpado del puerto bahiense de Ingeniero White y se hallaba empeñado en la búsqueda de calamares y merluzas cuando recibió órdenes de dirigirse a Mar del Plata. Después de 30 horas de navegación, la embarcación se situó en un punto al noroeste de la gran ciudad balnearia y allí, su capitán de pesca, Adolfo Arbelo, asistido por su oficial de navegación, Luis Villa, reunió a la tripulación en el comedor de a bordo y le informó que se había recibido una comunicación clasificada en la que se les ordenaba dirigirse al mencionado puerto y que esa directiva no venía ni de la Compañía de Pesca ni de la de los Armadores. Acto seguido, enfilaron hacia el entrepuerto y ahí fondearon, como en espera de “algo”. No tardó en aparecer una lancha de la Armada Argentina que tras una simple maniobra, se colocó en andana con el pesquero para permitir el paso de un grupo de oficiales navales. Después de hacer la venia y presentarse a la tripulación, los recién llegados procedieron a dar lectura a un acta en la que se hacía saber que desde ese momento, la dotación quedaba afectada al servicio de la Patria y que debería cumplir una misión asignada por los altos mandos militares. Ante el asombro de los presentes, el oficial siguió explicando que dadas sus condiciones de autonomía y desplazamiento, el “Usurbil”, junto al “María Luisa” y el “Mar Azul” habían sido escogidos para una delicada misión en un punto situado entre las Malvinas y las Georgias del Sur, desde el que deberían navegar hacia la isla Ascensión, hasta alcanzar una posición a 33º 55’ de latitud Sur y 3º 35’ de longitud Oeste. Desde ahí regresarían a Malvinas y así sucesivamente hasta dar con la flota enemiga o cualquiera de sus unidades. El patrullaje de los tres pesqueros se llevaría a cabo a una distancia de 20 millas uno de otro, formando una barrera perpendicular a la trayectoria de las naves británicas que permitiese su pronta detección. Después de manifestar su acuerdo y expresar su entusiasmo, la tripulación del “Usurbil” se abocó a la tarea de realizar los aprestos necesarios para la campaña y el 21 de abril partió hacia la zona asignada siguiendo al “María Luisa” y el “Mar Azul”, llevando a bordo, en calidad de asesor militar, al teniente de fragata Fernando Pedro Amorena, designado por el alto mando naval, jefe del grupo de tareas. El 25 de abril, después de cuatro días de navegación, la nave alcanzó el punto asignado entre las islas Malvinas y las Georgias y al día siguiente, enfiló directo hacia el norte en busca del enemigo. Lo detectó en sus radares ese mismo día cuando los vigías apostados en los aleros de la timonera vieron en el horizonte una embarcación de guerra británica que puso proa hacia ellos y los obligó a retirarse en tanto eran sobrevolados por aviones y helicópteros. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Dos días después, el 27 de abril, con el archipiélago de las Georgias nuevamente en poder de los británicos, los tres pesqueros, que para entonces habían establecido una amplia barrera de exploración, avistaron al buque de abastecimiento HMS “Fort Grange”, cuando navegaba a los 34º 28’ S y 31º 26’ O. Finalizada la misión, el capitán del “Mar Azul”, Sr. Juan González, recibió instrucciones de dirigirse a Río Grande, Brasil y aguardar allí nuevas directivas al tiempo que el “María Luisa” emprendía el regreso a puerto por falta de combustible. Una vez en Mar del Plata, el “Usurbil” descargó a la mitad de sus tripulantes que por ser de origen español había solicitado la desafección de su servicio y una vez reemplazada por marineros argentinos, volvió a la mar para continuar sus tareas, siempre al mando del teniente Amorena. Junto al “Mar Azul”, establecería nuevos contactos visuales y radarizados, cambiando constantemente de rumbo para no llamar la atención del enemigo. Aún así, sufrieron el hostigamiento de aviones y helicópteros que intentaron intimidarlos y alejarlos del lugar efectuando vuelos rasantes. El 8 de mayo fue un día especial para la flota de pesqueros ya que a solo 15 millas de su posición, cuando empezaba a anochecer, el “Usurbil” detectó al grueso de la flota británica encabezada por los dos portaaviones y una gran embarcación (el “Canberra”) que avanzaba rodeada por otras diez unidades y varias naves menores. La flota pasó frente al pesquero, cuya tripulación seguía expectante los acontecimientos y desde uno de los portaaviones partió un rayo de luz que iluminó al pequeño barco; desde su cubierta despegó un helicóptero en vuelo directo hacia ellos para efectuar varias pasadas encima de su casco. El pesquero se retiró del lugar y dos horas después rompió el silencio de radio para informar sobre el avistaje y dar cuenta del incidente con el helicóptero. El ataque al “Narwal”, que tuvo lugar al día siguiente perturbó a las tripulaciones de pesca comprometidas en la misión y dejó en evidencia el riesgo que estaban corriendo. Por esa razón, después de evaluar detenidamente la situación, el alto mando decidió retirar a las unidades, considerando que habían cumplido su misión. El “Usurbil” y el “Mar Azul” regresaron al continente, el primero hacia Buenos Aires y el segundo en dirección al desolado fondeadero de Cabo Blanco, al sur del Golfo San Jorge, donde debía esperar nuevas directivas junto al pesquero “Constanza”. El “Usurbil” permaneció amarrado en Dársena Norte hasta el 14 de mayo, cuando se lo envió de regreso al mar para continuar con sus labores de rutina aunque llevando la orden de estar alerta ante cualquier novedad. Los otros dos pesqueros permanecieron en Cabo Blanco hasta el final de la guerra, cuando se los liberó de servicio y regresaron a sus faenas habituales. El 22 de abril, el “María Alejandra” se hallaba en alta mar, empeñado en su actividad, cuando su patrón, el capitán Luis Alberto Quagliarelli, recibió una extraña comunicación en la que se le ordenaba regresar inmediatamente a Mar del Plata. Al preguntar las causas de esa decisión, las autoridades de la Armadora Marplatense Argenbel S.A., se limitaron a informarle que por decisión del alto mando naval, el barco pasaría a desempeñar funciones espaciales en el Teatro de Operaciones Atlántico Sur y que una vez en tierra se le ampliaría la información. Quagliarelli quedó perplejo. Su buque, un simple pesquero de altamar, estaba siendo requisado para prestar servicios en la zona de conflicto, subordinado a la Armada nacional. Lo primero que hizo, una vez que cortó la comunicación, fue reunir en el cuarto de máquinas a los veinte hombres que componían su tripulación y ponerlos al tanto de las {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur novedades. Los pescadores escucharon en silencio y así se enteraron que pasaban depender del alto mando naval y que se les iban a encomendar misiones en el teatro de operaciones. Aunque absortos, manifestaron su voluntad de servir a la patria y enseguida se aprestaron a regresar a puerto. La embarcación hizo su arribo el día 23 y una vez en los muelles, Quagliarelli se dirigió a las oficinas de la compañía para ponerse a disposición de sus autoridades. Allí lo esperaban el gerente y dos oficiales de la Armada, a quienes aquel presentó y después de tomar asiento se le comunicó que por orden emitida por la Jefatura de Inteligencia Naval de la Armada al Comando Naval de Tránsito Marítimo, debía suspender sus funciones habituales y alistar su buque para una misión secreta en la zona de guerra. Después de algunas preguntas y de intercambiar puntos de vista, los militares le entregaron un sobre cerrado con la expresa indicación de abrirlo a los 43º de latitud Sur y leer su contenido detenidamente. Con sus 55 metros de eslora y sus 669 toneladas de desplazamiento, el pesquero, fabricado en los astilleros Freire de España, comenzó los aprestos para una nueva salida. Había sido escogido por su moderno instrumental, consistente en un piloto automático, dos equipos de sonda de profundidad, otro con expansores visuales, un sonar, dos radios VHF Sailor RT 144, dos aparatos de radio con salida BLU Sailor de 100 y 750 watts, dos radares de rango de 96 millas, un equipo de navegación y posicionamiento satelital, un radiogoniómetro, un dispositivo receptor facsímile meteorológico y otro de radio para balsas salvavidas. Junto con el sobre cerrado, los oficiales navales también le dieron Quagliarelli una cámara Asahi Pentax K 1000 con varios teleobjetivos y zoom junto con las instrucciones para su uso y le explicaron que debía fotografiar a los buques avistados en tres segmentos diferentes, un 33% abarcando la proa, otro haciendo lo propio con el centro y los restantes enfocando la popa, a efectos de determinar sus esloras y mangas. Se le entregaron también las claves para identificar naves de acuerdo a sus características (estructura, armamento, grúas, directores de tiro, antenas, mástiles, chimeneas, etc.) y se le explicó que junto al “Constanza” y el “Narwal”, este último con el capitán de corbeta Juan Carlos González Llanos en calidad de oficial de enlace, debería zarpar al día siguiente. El viejo lobo de mar salió de las oficinas anonadado y lo primero hizo fue dirigirse a su buque para supervisar los trabajos de alistamiento. Inmediatamente después llamó a su familia para informarle que estaba bien y que regresaba a sus tareas e inmediatamente después regresó al muelle para hacerse cargo. Integraban su dotación, el primer oficial de cubierta Juan María Alsina, el jefe de máquinas Néstor H. Ortiz, el primer oficial de máquinas Alfredo A. Pérez, su segundo, Norberto Francisco Álvarez, el electricista Carlos E. Mármol, el motorista José L. Acurso, el contramaestre Rodolfo Juárez, el cocinero Alfredo Nadeo y los marineros Julio D. Di Geronimo, Juan D. Torres, Cirilo Benítez, Sergio Trillo, Nicolás Aguilar, Juan Carlos Frate, Eugenio Flores, Rubén Fittipaldi, Julio Meana, Tomás Parra y Rodolfo H. Álvarez. Cerca de allí, en otro muelle, el “Narwal”, de la Compañía Sudamericana de Pesca y Exportaciones, hacía lo propio. Su patrón, el capitán de ultramar Néstor Leonardo Fabiano, supervisaba las tareas de alistamiento que llevaban a cabo sus veintitrés tripulantes encabezados por su segundo, el capitán de pesca Asterio Wagata, un paraguayo de ascendencia japonesa que desde hacía años trabajaba en el rubro. El buque de origen belga, de 70 metros de eslora, 11 de manga y 1400 toneladas de desplazamiento, había experimentado numerosos cambios de dueño hasta terminar sus días semihundido en Puerto Galván. En 1980 lo descubrió allí el armador marplatense {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Mario Parodi, que lo compró y al año siguiente se lo vendió a Alejandro Rico Moreno y Felipe Héctor Roucco quienes lo pusieron nuevamente en funcionamiento después de someterlo a trabajos de reacondicionamiento y hacer a nuevo los túneles de congelamiento, la planta factoría y sus cámaras de almacenamiento para 360 toneladas de pescado procesado. Los buques zarparon de Mar del Plata el 23 de abril a las 20.15 hs., adentrándose en un mar que se iba embraveciendo a medida que pasaban las horas y así llegó a un punto en el que debió aminorar la marcha debido a las fuertes ráfagas de viento y las lluvias, que agitaban las aguas con violencia. La feroz tormenta los tuvo a maltraer hasta el día siguiente, cuando la misma comenzó a amainar y el mar comenzó a tranquilizarse. Recién ahí, los capitanes abrieron los sobres y leyeron detenidamente su contenido. De acuerdo a las instrucciones, debían posicionarse a 300 millas al noroeste de Malvinas, con puntos de reunión preestablecidos dentro del TOAS (Teatro de Operaciones Atlántico Sur), lo que equivalía decir, en el epicentro del conflicto. A partir de ahí, comenzarían los recorrido de exploración penetrando en numerosas oportunidades la zona de exclusión en espera de la Task Force que venía desde Ascensión por esa ruta. Su misión se extendería hasta el 6 de mayo y si no detectaba nada, debían emprender el regreso y aguardar nuevas órdenes. Siguiendo al pie de la letra aquellos procedimientos, el 26 de abril los pesqueros alcanzaron la zona asignada y allí permanecieron hasta el 29, sin divisar nada pese a que cuatro días antes los británicos habían recuperado las Georgias. En ese lapso, el “Constanza”, al mando del capitán Roberto Cirilo Dabos, solicitó auxilio radial informando sobre serios desperfectos técnicos que requerían urgente tratamiento (una considerable avería en los cojinetes y falta de agua en el servicio general). Acudiendo a su llamado, el “María Alejandra” se le aproximó y una vez a su lado, traspasó personal y herramientas para su reparación. Las averías eran realmente graves y dado que no se contaba con las herramientas adecuadas para solucionarlas, se informó la novedad al alto mando y este le ordenó a su capitán dirigirse a Cabo Blanco en espera de nuevas instrucciones. Mientras tanto, en Mar del Plata iniciaba sus aprestos el “Invierno”, que al mando del capitán Carlos Alberto Ballestero, se preparaba para reemplazarlo. El “Narwal”, por su parte, comenzó a experimentar fallas en sus motores, producto del esfuerzo que debió hacer para superar la tormenta, en tanto en el “María Alejandra” se empezó a percibir escasez de aceite y combustible. Pese a esos inconvenientes, aquel 29 de abril la flotilla pesquera del grupo de tareas detectó las primeras señales de naves enemigas junto a extraños buques pesqueros que también los observaban. El 1 de mayo, habiéndose reiniciado las hostilidades, los buques se hallaban en plena faena, tomando nota de toda esa actividad cuando, repentinamente, fueron sobrevolados por aviones y helicópteros que los obligaron a retirarse. Dos días después, tras el hundimiento del crucero “General Belgrano”, recibieron la orden de prestar auxilio al Aviso “Sobral”, atacado por helicópteros enemigos. La guerra cobraba intensidad y los peligros tomaban cuerpo. Lo pesqueros viraron hacia el oeste y enfilaron hacia Puerto Deseado hacia donde se dirigía lentamente el “Sobral”, sabiendo que debían enfrentarse a un cuadro de situación realmente grave. Navegaban dispuestos a auxiliar a las víctimas y a restar toda la ayuda que fuese necesaria y una vez en tierra, se reabastecerían de aceite, combustible y víveres y esperarían nuevas instrucciones en procura de una nueva misión. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur El mismo 2 de abril en que se produjo el desembarco argentino en Malvinas, el carguero “Almirante Stewart” navegaba hacia el mar Mediterráneo al mando del capitán Juan Pablo Martín Ledesma. Después de una serie de escalas técnicas en puertos del Brasil, Nápoles y Venecia, el mercante debía atracar en Ashod, al sur de Tel Aviv, para cargar el armamento adquirido por las Fuerzas Armadas Argentinas antes del estallido del conflicto. Ledesma llevaba a bordo una tripulación heterogénea compuesta por el primer oficial Hugo Puccini, el primer oficial de máquinas Héctor Álvarez, su segundo, Héctor Sanyan, Juan C. Santamaría como jefe de radio, Juan Bogado como contramaestre y Carlos Méndez en calidad de comisario. Pese al bloqueo impuesto por la Comunidad Económica Europea que, a instancias de Inglaterra, impedía la venta de armas a nuestro país, Israel, adoptó una actitud franca y valiente, manifestando que seguiría cumpliendo sus contratos con la Argentina y que Inglaterra no tenía ningún derecho de exigirle nada ya que en un pasado no lejano, había provisto de armas a sus enemigos de Medio Oriente (se referían específicamente a los tanques Cheiftain que Londres vendió a Jordania con sus respectivos componentes). Los israelíes aclararon que la crisis del Atlántico sur no les competía y que por esa razón, no pensaban tomar parte por uno u otro bando; sin embargo, sostuvieron con firmeza que iban a seguir adelante con sus transacciones comerciales, cumpliendo los compromisos asumidos. Como para rematar cualquier argumentación que los ingleses pudiesen esgrimir, remarcaron que Gran Bretaña había vendido armas a la Argentina cuando sus intereses no corrían peligro y que en 1973 impidió el envío de asistencia médica a Israel cuando Egipto y Siria atacaron Sinaí y las alturas del Golan. El “Almirante Stewart” llegó a Ashdod el 12 de abril y de manera inmediata procedió a iniciar los trabajos de carga. Y en esas estaba cuando el ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon, lanzó aquella desafortunada expresión que dejó en claro la mentalidad de su país en cuestiones de índole racial: “Soldados judíos, al servicio de Gran Bretaña y de la Argentina, están combatiendo entre sí en una guerra que no es la suya”. Adoptando una postura extremadamente torpe, el alto funcionario daba a entender que los soldados de origen judío que peleaban en el Atlántico Sur no eran ni británicos ni argentinos, sino israelíes, un absurdo que parecía corroborar lo que siempre han sostenido agrupaciones antisemitas de diferentes partes del mundo en cuanto a que los judíos no deben ser considerados ciudadanos de la tierra en la que nacen. Completada la carga, el “Almirante Stewart” levó anclas y zarpó con destino a Esmirna, puerto turco al que llegó a mediados de mes, para seguir hacia Italia y desde ese destino, a Brasil. En la base naval de Talamone, en la Toscana, volvió a embarcar pertrechos (torpedos y bombas) y de ahí enfiló directamente al océano, para navegar hacia su siguiente destino: Río de Janeiro. Durante el trayecto, mientras se desplazaba hacia el sudoeste, el capitán Ledesma recibió un mensaje cifrado de ELMA notificándole que la Armada Argentina le solicitaba desviarse hacia la isla Ascensión para observar la actividad enemiga y desde allí, tal como lo había hecho Benchetrit por cuenta propia, dirigirse a la isla brasilera de Trinidad con el objeto de corroborar la presencia de naves británicas en ese punto. Cumpliendo con las directivas, Ledesma ordenó poner proa hacia el sudeste, en dirección a Ascensión, y así navegó varios días hasta distinguir sus contornos el 29 de abril, antes del mediodía6. Corriendo un altísimo riesgo, por tener sus bodegas repletas de armamento, el mercante se situó a escasas millas de la isla, advirtiendo la presencia de embarcaciones de gran {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur calado. Siguiendo una marcha zigzagueante hacia el sudoeste, el carguero logró establecer contacto visual y a través del radar pudo detectar a numerosas embarcaciones que navegaban a toda máquina en dirección sur. Se trataba de buques-cisterna, buquestaller, petroleros y transportes de la flota de apoyo que intentaban dar alcance a las naves de guerra que se desplazaban más adelante. Dispuesto a ampliar la información, Ledesma comenzó a seguir a los barcos y así lo hizo hasta que, al cabo de varias horas, habiendo obtenido la información necesaria, viró hacia el sudoeste y se dirigió a la isla Trinidad. Llegó a destino cuatro días después, dejando a su izquierda el islote Martín Vaz y a escasas millas de sus costas, comenzó a circunnavegar sus contornos comprobando, como lo había hecho el “Río de la Plata”, que no había buques enemigos en las inmediaciones. El carguero siguió hacia Río de Janeiro, al tiempo que enviaba a Buenos Aires un mensaje cifrado con los detalles de la misión. El 26 de mayo entró en el Río de la Plata y en horas de la tarde atracó en Río Santiago, donde esperó hasta el día siguiente para bajar el cargamento. Allí permanecería doce días hasta que el 5 de junio se le ordenó zarpar con destino a Europa y fue al llegar al puerto de Santos que se enteró del alto el fuego establecido en Malvinas. El carguero siguió viaje al Mediterráneo y después de tocar algunos puertos italianos, el 17 de julio estaba de nuevo en Ashod, donde completó su carga de materiales de guerra para seguir a Talamone, y de ahí a Buenos Aires, donde amarró el 9 de julio, a casi un mes de finalizadas las hostilidades. Hubo otros buques que desafiaron el peligro al aproximarse a la isla Ascensión para observar la actividad enemiga, entre ellos el “Glaciar Perito Moreno”, el “Glaciar Ameghino” y el “Río Calchaquí”, los tres con gran riesgo de ser atacados y hundidos, como ocurrió con el “Narwal”, el 9 de mayo. Pero no solo la Marina Mercante y la flota pesquera de alta mar llevaron a cabo misiones encubiertas. Un revelador informe elaborado por el periodista Gonzalo Sánchez, publicado por “Clarín” los días 19 y 20 de febrero de 2012, ha puesto al descubierto la compleja trama de los vuelos secretos a Medio Oriente y Sudáfrica, organizados por el alto mando en procura de armamento. Durante la guerra, la Fuerza Aérea y la Armada Argentina montaron una maniobra de engaño denominada “Aerolíneas”, tendiente a paliar la falta de recursos que Gran Bretaña y sus aliados habían impuesto, utilizando para ello aviones Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas. Dos de esos vuelos tuvieron por destino Israel, cuatro Libia (ver Anexo II: “La conexión libia) y uno Sudáfrica (ver Anexo I: “La ayuda exterior”), este último abortado a último momento. La primera de aquellas misiones se llevó a cabo el 7 de abril de 1982 y estuvo al mando del capitán Ramón Arce, designado por las autoridades militares jefe del grupo aéreo al que fueron asignados los aviones Boeing de la línea comercial argentina. Los militares habían establecido contacto con el presidente de la compañía, Dr. Juan Carlos Pellegrini, para ponerlo al tanto de la operación y coordinar los movimientos. Su enlace fue el brigadier Enrique Valenzuela, jefe de la I Brigada Aérea con asiento en El Palomar, un hombre correcto y de excelentes modales, quien recibía instrucciones directas del comando de la Fuerza Aérea (que a su vez las recibía del gobierno) y las retransmitía a Pellegrini, como encargado de la puntualización de las misiones. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur En vista de ello y de acuerdo a las órdenes impartidas por el comando de aviación, los técnicos aeronáuticos comenzaron a acondicionar los aviones, retirando los asientos del fuselaje y reforzando sus bodegas. Arce ya era un veterano cuando los militares lo convocaron pues había efectuado varios viajes al litoral patagónico (en especial a Comodoro Rivadavia y Río Gallegos), llevando tropas y armamento. Su misión no iba a ser simple; debía organizar un equipo de hombres altamente calificados que tendrían a su cargo la difícil tarea de transportar toneladas de armas, equipos y municiones, cumpliendo las directivas secretas del comando argentino. Se trataba de vuelos fantasmas no exentos de inconvenientes y peligros. “Los aviones partían con número indicativo falso, como casi toda la documentación legal presentada. Antes de salir, los pilotos recibían un sobre con viáticos por 40 mil dólares para imprevistos y luego se enfrentaban a una situación inédita”7. Tras recibir la escueta orden de presentarse en Ezeiza, Arce se dirigió a la oficina que la Fuerza Aérea tenía en el primer piso del Aeropuerto y una vez allí, el grupo de oficiales que lo aguardaba lo puso al tanto de la misión. Mientras el aviador civil y los militares dialogaban, la tripulación, de la que formaba parte Carlos Bernard, hermano de otro de los pilotos del improvisado grupo aéreo, ya estaba esperando en el hall central. La completaban otros tres aviadores, los comandantes Gustavo de Gainza, Héctor Brutti y Jorge Minuzzi, dos mecánicos, Alberto Mandoliccio y Carlos Matricardi y tres suboficiales del Ejército que harían las veces de enlaces. El avión despegó a las 00.35 del 7 de abril con el indicativo AR1418 y una vez en el aire, su comandante procedió a abrir el sobre lacrado que le habían entregado los militares antes de partir. De acuerdo a las directivas, debía volar a Tel Aviv por una ruta que lo llevaría por Recife, Las Palmas de la Gran Canaria y Trípoli, hasta alcanzar a la ex capital provisional israelí. Por tratarse del primer vuelo de Aerolíneas Argentinas a ese destino, en el Aeropuerto Internacional “Ben Gurión” los esperaba una comitiva argentino- israelí que los recibió con honores. La nave aterrizó a las 20.45 e inmediatamente después, una bella joven de rubios cabellos que se presentó ante los ellos como Matsi, radarista de la Fuerza Aérea Israelí, los condujo primero a un restaurante, donde cenaron y luego hasta un pequeño ómnibus que los llevó directo a un hotel de las inmediaciones, donde pasaron la noche (durante la cena supieron que Matsi era nacida y criada en el barrio de Almagro, pleno corazón de Buenos Aires). Al día siguiente, a las 09.00, estaban de regreso y fue entonces que pudieron ver lo que había ocurrido. El avión argentino había sido conducido hasta un hangar subterráneo donde se guardaban otras aeronaves militares y allí estaba siendo cargado y acondicionado por operarios israelíes. Los argentinos pudieron ver la bodega repleta de armamento, herramientas, repuestos y hasta turbinas para Mirages V Dagger, sorprendidos por la febril actividad y la organización que imperaba en el lugar. Cuando todo estuvo listo, los pilotos abordaron el avión y una vez en sus puestos, la torre de control les dio autorización para despegar. Casi en el mismo momento se abrió una gran compuerta y el Boeing rodó lentamente hasta la cabecera de una pista vacía de la que despegó a las 12.00 del 8 de abril, tomando la misma ruta por la que había venido. El viaje se llevó a cabo sin inconvenientes y finalizó en la Base Aérea de El Palomar a las 23.30. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur En medio de un gran despliegue, efectivos de la Fuerza Aérea procedieron a descargar el armamento para transferirlo a aviones Hércules C-130 que aguardaban en las plataformas para llevarlo hacia al sur8. El segundo vuelo estuvo a cargo del comandante Jorge A. Prelooker, un apasionado del aire y el rugby, ex jugador de Olivos Rugby Club, nacido en 1936, domiciliado en La Lucila desde que tenía cinco años de edad, cuyo padre había sido fundador y propietario de la editorial Doble P9. El 9 de abril por la noche, el piloto recibió en su casa de Villa Devoto un misterioso llamado en el que una voz sin identificar le ordenó presentarse inmediatamente en Ezeiza para una misión especial. Cuando inquirió de qué se trataba le dijeron que por teléfono no se le podía decir nada más e inmediatamente después, su interlocutor colgó. Cumpliendo la directiva, el piloto armó un bolso con sus pertenencias, se despidió de su familia y salió. A las 23.00 Prelooker estaba en el aeropuerto junto al resto de la tripulación que como la de su antecesor, estaba formada por otros tres pilotos, Carlos Lefevre, Horacio Botte y Norberto Feo (ex oficial de la Fuerza Aérea), dos técnicos de vuelo, Rodolfo Zambonini y Raúl Méndez y un comisario de a bordo, Carlos Terranova. Con ellos se presentó en la dependencia de la Fuerza Aérea y tras los saludos de rigor, fue invitado a tomar asiento. Estaba seguro de que le iban a encomendar un nuevo vuelo a Río Gallegos como los que había hecho anteriormente para llevar tropas y armamento pero no fue así; se les informó que debían volar a Tel Aviv y que la misión era secreta. Durante el diálogo, un oficial de la Armada le entregó unos prismáticos de gran tamaño y cuando preguntó para que eran, le respondieron que para efectuar observaciones. -¿Esto para que es? – preguntó extrañado. -Mire –le respondieron- ustedes van a volar por el océano Atlántico y queremos que se fijen en la medida de lo posible, si ven algún barco de guerra. -¿De que tipo? El oficial naval tomó lo que parecía ser un plano y lo desplegó sobre el escritorio de la habitación. Se trataba de una lámina con las siluetas y algunas características de distintas embarcaciones vistas de perfil. -Como estos. El Boeing 707 de Prelooker despegó el 10 de abril, a las 04.00, con el falso indicativo AR1440/1, llevando en su bodega tres turbinas Dagger que los israelíes se habían comprometido a reparar. Debía evitar el continente africano porque existía la posibilidad de que los servicios de inteligencia de esos países hubiesen detectado el destino y por esa razón les prohibiesen atravesar su espacio aéreo y desplazarse por el sur de Europa en el más completo silencio de radio. Volando todavía sobre territorio argentino, el capitán abrió el sobre lacrado y ordenó cortar todo contacto con la torre aunque manteniendo el equipo encendido para captar comunicaciones. Sobrevolaron Paraguay y Brasil e inmediatamente después se adentraron en el mar, desplazándose sobre su inmensidad, como en tantas oportunidades en tiempos de paz. En Las Palmas de Gran Canaria hicieron la única escala para cargar combustible y después de atravesar el sur de España, el taco de la bota de Italia y Creta. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur En el Mar Egeo el avión comenzó a ser monitoreado por el radar de Chipre, la conflictiva isla que hasta 1960 había sido protectorado británico y todavía conservaba allí dos bases militares de esa nacionalidad10. Cuando desde tierra les preguntaron a que compañía pertenecían y cual era su procedencia contestaron simplemente “Aerolíneas Argentinas” y siguieron viaje sin decir más. Llegaron a Tel Aviv alrededor de las 21.00 (03.00 hora local) y a poco de tocar tierra se les ordenó desplazarse por una calle oscura en dirección a un punto en el que les fue indicado cortar motores y apagar las luces. Quedaron detenidos allí, en plena noche, durante varios minutos, sin distinguir ningún movimiento. De repente, después de una espera que les pareció una eternidad, sintieron unos ruidos y al mirar por las ventanillas vieron que afuera, un tractor estaba enganchando un cable a la nariz del avión. Tras ser remolcados unos 20 km, se detuvieron y a través de interfono se les pidió aplicar freno, abrir puertas y descender. Así lo hicieron y una vez fuera, vieron que se encontraban en una pista solitaria, apenas iluminada por las luces del tractor. Aparecieron hombres uniformados, algunos portando armas, quienes con mucha gentileza los hicieron abordar un ómnibus que habían traído consigo, y los llevaron durante cuarenta minutos por una cinta asfáltica en medio de la nada hasta un pequeño motel contiguo a la ruta. La gente del lugar los alojó en varias habitaciones y eso les permitió bañarse y juntarse en el comedor a la hora de cenar. Inmediatamente después se fueron a dormir y lo hicieron profundamente hasta las 09.00 del día siguiente, cuando fueron despertados para regresar al avión. Recién entonces pudieron ver donde estaban. El hotel se hallaba en medio de tierras cultivadas en las que se alzaban aquí y allá unas pocas casas de arquitectura simple. Regresaron al aeropuerto bajo un cielo despejado, a través de un camino flanqueado por grandes eucaliptos y así llegaron a un hangar de 200 x 100 metros, en el que la Fuerza Aérea Israelí hacía el mantenimiento de sus aparatos. Había mucha actividad y todavía se seguían cargando las 40 toneladas de armamento que debían llevar a la Argentina, entre ellas, turbinas Dagger y un sinnúmero de minas antitanque y antipersonales. En esos momentos, uno de los tripulantes intentó tomar fotografías pero efectivos de guardia armados se lo impidieron. -Esto es una base militar secreta- le dijeron. A las 11.00 estaba todo listo para el despegue. El avión estaba completo y sus tanques con combustible suficiente como para llegar a las islas Canarias. Sin embargo, una vez en la cabecera, una voz por la radio les ordenó mantenerse en espera. A último momento se había incorporado una carga de camperas y había que llenar con ella el espacio sobrante que quedaba en la bodega, cinco toneladas en total. El avión partió al medio día, un tanto excedido de peso y llegó a las Canarias cinco horas después, por la misma ruta de ida. En el aeropuerto los esperaba una nueva orden: debían evitar la escala en Brasil y volar directamente a Buenos Aires. “…levantar vuelo fue muy complicado. Tardamos mucho en hacer girar al avión. Quedamos volando bajo y consumiendo mucho más combustible”11. El despegue fue más que traumático. La pista del aeropuerto de La Palmas tenía 3000 metros de largo pero finalizaba abruptamente sobre las grandes rocas que anteceden al mar. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Excedido de peso como estaba, el Boeing de Prelooker carreteaba a máxima velocidad pero no lograba levantar vuelo, de ahí la desazón de los pilotos al ver que las rocas se les venían encima y ellos aún seguían en tierra. Cuando Lefevre y Botte se daban por perdidos, a menos de un minuto de impactar contra los acantilados, el avión se elevó y con sus turbinas rugiendo furiosamente, se adentró en el mar, pasó a centímetros de las antenas de un pesquero ruso ubicado a 2000 metros de la costa, en línea con la pista12, contra el que creyeron iban a impactar. Pese a ese inconveniente, el vuelo se realizó en forma normal, los primeros 40 kilómetros en muy lento ascenso hasta alcanzar los 300 metros sobre el agua (1000 pies), virando poco después hacia el oeste, para hacer observación. Prelooker recuerda haber detectado las estelas de al menos tres buques pintados de gris que navegaban hacia el sur, entre las Canarias y las islas Cabo Verde, novedad que se apresuró a transmitir a la Fuerza Aérea después de aterrizar en Buenos Aires. Lo que no se pudo cumplir fue la orden de evitar la escala en Brasil porque el exceso de peso los obligó a descender. Después de declarar que eran un avión carguero, solicitaron autorización y una vez concedida, comenzaron a descender con la indicación expresa de la torre de tomar tierra en una posición distante de las líneas de pasajeros. En Río de Janeiro nadie les preguntó nada; cargaron combustible y volvieron a decolar para aterrizar en El Palomar a las 23.20 del 12 de abril, a 70 horas de su partida, sin haber cumplido con los tiempos para descanso y trabajo que establecían los manuales de seguridad. La venta de armas de Israel fue una cuestión meramente comercial, en absoluto política, razón por la cual, cuando Estados Unidos y Gran Bretaña comenzaron a ejercer presión, a Jerusalén, no le quedó más remedio que cerrar las tratativas y eso obligó a la Argentina a buscar “mercados” alternativos. {PAGE } Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur Referencias 1 Aquellos catorce vuelos lograrían transportar a las islas un total de 304 hombres y 70 toneladas de cargamento. La pericia de las tripulaciones es digna de ser rescatada. 2 Debía ser entregado en 1983. 3 Sus medidas son 4,36 cm de largo por 42 cm de diámetro y un peso de 550 kgm. 4 Ezeiza había sido utilizada por la aviación rebelde el 16 de junio de 1955, durante la primera fase de la Revolución Libertadora. 5 El archipiélago de Trinidad y Martín Vaz es un conjunto de islas e islotes volcánicos ubicados a 1150 kilómetros de las costas de Brasil. En cuanto a su descubrimiento, los historiadores no se ponen de acuerdo. Según algunas fuentes, el primero en avistarlas fue Joao da Nova, navegante español al servicio de Portugal, en 1502; según otra versión, fue el hijo de Vasco da Gama, Esteban, quien las vio por primera vez cuando navegaba hacia el Cabo de Buena Esperanza en mayo del mismo año. Los ingleses se posesionaron del archipiélago en 1816 generando los reclamos de Portugal y a partir de 1821, los de Brasil que lo consideraba territorio propio. La disputa se extendió hasta 1895, cuando la diplomacia carioca, ayudada por la lusitana, alcanzó un acuerdo pacífico por medio del cual, Gran Bretaña cedió las islas por medio de un tratado ratificado el 24 de enero de 1897. 6 Muñoz comete un error de fechas ya que, según su relato, el 29 de abril el buque dejó el puerto de Esmirna, luego se detuvo en Talamote y después de completar la carga, enfiló hacia Río de Janeiro donde nunca pudo haber arribado el 17 de aquel mes. Por consiguiente, la llegada a Río Santiago del “Almirante Stewart” debió ser posterior al 23 de abril. 7 Gonzalo Sánchez, “Malvinas. Los vuelos secretos para buscar armamento en Israel y Libia”, en “Clarín”, Bs. As., domingo 19 de febrero de 2012. 8 Ídem. 9 Gonzalo Sánchez, Malvinas. Los vuelos secretos, Planeta, Buenos Aires, 2012, p. 33. Jorge Prelooker es autor de un libro clásico de la aviación civil, Aerodinámica Práctica para Pilotos Comerciales, 10 Ackrotiri y Dhekelia. 11 Gonzalo Sánchez, “Malvinas. Los vuelos secretos para buscar armamento en Israel y Libia”, en “Clarín”, Bs. As., domingo 19 de febrero de 2012. 11 Gonzalo Sánchez, op. Cit, p. 44. {PAGE } ��������������������������������������������������������������������������� ��������������������������������������������������������������������������������� �����������������������������������������������������