wm^t^éé^ SEMANARIO Año III CIENTÍFICO, L I T E R A R I O Barcelona 22 de Agosto de 1885 ENTRE FLORES Y ARMONÍAS Y ARTÍSTICO Núm. 138 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA 530 SUMARIO TKXTO. — Madrid . El libro del año, por Feruanflor.—Historias extraordinarias. De Jüuropa á Arncríca, por Edgardo Poe. —ios cabellos (conclusión), por R. neniández y Bermüdey..—J^edro de Montenegro (conclusión), por Joaquín García Goyeua.—¿y la poesía? (conclusión), jior Clarín,— jOoña Rosalía Castro de Murguia, por Antonia Opisso.—Xas noches del imperio, por José del Castillo BovmVíO,—Elegía, por Carlos Fernández Sliaw. —Nuestros grabados. —La misa de media noche (continuación), por Vicente Blasco Ibíiñez. GRABADOS.—Entre flores y armonías.—¿Conoces esa mariposa?—Primavera.—Verano. — Clase de dibujo del natural, en Londres.—La hora de la oración en Bagdad.— Cascadas del James (Virginia).-La ciudad del refugio.—Despido de Agar ó Ismael por Abraham.—Otoño.—Invierno.—La campana mayor de Murcia. MADRID EL LIBRO DEL AÑO D E L A C A Z A , ' •, _ TROS años cuando llegaba el primero de Agosto las estaciones de ferrocarriles de --rjfty Madrid estaban llenas de cazadores, que salian á codornices. Este año los cazadores no se atreven á salir. Donde menos se piensa, no salta una liebre; pero salta una fumigación ó un lazareto. —Yo sufriría con resignación las medidas sanitarias,—me decía un cazador,—pero debo evitarlas por deferencia hacia mi perro. E n efecto, la mayor parte de los aficionados de Madrid cuidan más de su perro que de su propia persona. El perro es superior al hombre, la historia lo dice; guarda la casa de su dueño y sus ganados, le acompaña siempre y á veces muere de dolor, sobre su tumba. A los golpes de su amo contesta lamiéndole los pies, á sus caricias brincando loco de alegría. Quien ha perdido su familia, su fortuna, toda esperanza, no será completamente desgraciado si le queda su perro. Mas si todos los hombres deben estimar y querer al perro, ninguno tanto como el cazador. El perro á todas sus grandezas añade otra cualidad: es el instrumento de la felicidad de su amo; porque el cazador sólo es feliz cuando caza. El, explora el campo rápida y concienzudamente, y advierte á su amo con la mirada de su nariz donde está oculta una pieza. He dicho con la mirada de su nariz, porque así como los perros piensan con el rabo, ven con las narices. El, fascina á la pieza con los ojos, la contiene y cuando ella, por fin, arranca y parte el tiro, y cae herida, la busca, la recoge y viene á entregársela á el cazador alzando hasta su mano la boca. Entre el cazador y su perro se establece muy pronto un verdadero compañerismo. El perro viene á ser para el cazador una persona, el cazador viene á ser para su perro otro perro. En Madrid hay pocos perros de caza que sepan cazar. Se busca sólo perros de raza, que, tienen bonita estampa y que valen más dinero. La razón de esta preferencia es que la mayor parte de los cazadores de Madrid, tienen el perro de adorno y por lo tanto quieren que sea sobre todo bello. Los aficionados de los pueblos no reparan tanto en el exterior; como todos los días cazan, al fin de cierto tiempo cualquier perro viene á ser excelente. El cazador de Madrid que se entusiasma con el perro de un guarda se le trae á Madrid, le tiene en su casa, y se entretiene en echarle pañuelos anudados en forma de conejo para que los coja y los traiga; sale una vez al mes y al cabo de un año, aquel famoso perro que vino tan delgado como una solitaria, está gordo como un cebón, se fatiga en el campo, no huele una codorniz y concluye por echarse á la sombra bajo un chaparro. Mas esto no obsta para que el cazador defienda siempre el mérito de su perro, llegando su abnegación hasta el punto de cargar con las faltas del animalito. Si el perro no encuentra una perdiz que cayó de ala, prefiere dudar de que haya caído, á suponer que por torpeza de su perro no se ha cobrado. Un cazador ha dicho que no hay aficionado que salga de caza, y no haga en el día siete disparates más que su perro. Ciertamente: ¡Ohl ¡si los perros hablaran! El número de perros de caza que hay en Madrid es innumerable, aunque no tanto como lo era hace cuatro años. Por entonces se sujetó á un impuesto á los perros, que adquirieron por este solo hecho una personalidad respetable. Naturalmente, muchos perros empezaron á ser más útiles al municipio y al país que muchos ciudadanos, y la vida de un perro empezó á ser tan preciosa como la de un hombre. Un difunto sólo es un cadáver más; un perro muerto es un contribuyente menos. Eueron entonces condecorados con una medalla, en el collar se grabó el nombre de sus dueños, algunos manifiestan conocer su posición ventajosa con sus aires de arrogancia. Y como pagan dos duros,—suma fabulosa en estos tiempos de escasez y penuria,— no falta quien les saluda cuando les ve pasar, quitándoseles el sombrero. Las personas de gran fortuna tienen cazadores de oficio, adjuntos á la casa, los cuales cuidan de los perros, les pasean, les adiestran y procuran que no engorden ni pierdan sus méritos, á fin de que den un buen día al señor cuando éste, con muchos amigos, quiera lucir sus perros en su vedado. Naturalmente, lo que ocurre es que el perro caza muy bien con el cazador y mal con su amo. El aficionado pobre que no puede tener el perro fuera ni sostener un cazador le tiene en casa; y el animalito es el encanto de los niños, y el pretexto de todos los escándalos que le da su esposa. El perro todo lo ensucia, todo lo revuelve; ocupa incesantemente á los criados, pues tiene que salir tres veces á la calle, ladra cuando entra el aguador y muerde las pantorrillas á todo aquel intruso que no le es simpático. Un amigo mío encontró en el tocador de su mujer la colilla de un cigarro habano y como él no fuma, se fué á su mujer como una fiera, y exclamó, enseñándole el cuerpo del delito: ^ ¿ D e quién es esta colilla? señora. Y, como su mujer contestaba siempre lo mismo, exclamó, aunque turbada, maquinalmente: —]Del perro! Pero todos los disgustos del cazador de Madrid tienen su compensación cuando llega este mes de Agosto, verdadera entrada del año cinegético; pues aun cuando sólo se permite tirar á la codorniz, se tira siempre á todo lo que sale; porque hasta que la pieza se recoge, verdaderamente ¿quién se entera? En estos primeros días de Agosto sale, pues, el cazador madrileño, con el morral lleno de esperanzas, para traerle lleno de desengaños. La caza de la codorniz es la más tranquila y divertida, teniendo un perro de punta, mas con el mucho calor los perros se fatigan y los cazadores se deciden á fumar, comer y dormir la siesta. He reparado que los cazadores de Madrid salen á cigarro, trago y media libra de jamón por tiro. Como que la mayoría son cazadores higiénicos. Se pasan los seis días de la semana en la 'oficina, en el escritorio, ó detrás del mostrador, hablando de su perro, de su escopeta central, y de sus pasadas cacerías... Al oírles, se asombra cualquiera de que aún haya caza en el mundo. No hay vedado como el suyo, ¡aquello es un hormiguero de conejos! Verdad es que la acción les cuesta mil quinientos ó dos mil reales... El sábado por la noche se dirigen los cazadores á la estación armados de todas armas, con botas hasta las rodillas, bien engrasadas, con un gran sombrero de paja ó de fieltro, según la estación; con el morral á la espalda, o con la chistera; llenos de frascos, de cananas, de pitos y hasta de cuchillos de monte... Los perros les ladran, los chicos les siguen, las mujeres se asustan; los guardias de orden publico les piden la licencia; todos se asombran, y se apartan. Y ellos gozosos de la general espectación, se yerguen, se gallardean, y entran en la estación, como los prusianos en París. jAh! si esta decisión la conservasen cuando al fia entran en su vedado, no hay duda que volverían á su casa con un ciento de piezas. Pero los conejos, huyen vergonzosamente, después de haberles hecho muecas insultantesEllos disparan, silban al perro...— ¡Ahí! |Ivinl ¡Tom! ¡Floral ¡Traedle! ¡Traedle! —Los perros registran el monte desordenadamente, á galope tendido, con la nariz en tierra, trazando oircB,los y círculos sin encontrar nada y quedándose al fin parados y mirando á su amo con ojos estáticos, como diciendo: ¡No se haga T. ilusiones, aquí no hay nada! Ésto se repite varias veces, y al fin y al cabo el cazador se decide á poner su silla de tijera á cierta distancia de un vivar, encomienda al guarda que se lleve los perros y espera sentado, silencioso y atento á que llegue un descuidado conejillo para tirarle. El conejo es un animal de muy buenos sentimientos; lo cual quiere decir que es completamente lo contrario del cazador. Cuando está en casa cuidando de su señora, sale a enterarse de si están cerca los chicuelos. Ademas la coneja, tan despótica en el hogar como todas las hembras, hace que su marido se quede a Ja puerta durante las seis semanas que ella ciia la prole. El padre desempeña su cargo de conserje con resignación, y sólo cuando los pequeños asoman el hocico por el agujero hace con cimiento con sus vastagos, les echa las manos, les sujeta con sus patas, les lustra el pelo, lame los ojos; todos, unos después de otros, 'S ciben las caricias paternales. , , Cuando el conejo padre siente los pasos cazador, alza sus largas orejas, golpea en tieii^ con el pié, los hijos entran despavoridos en madriguera y él escapa ligero como el vien • Pero contra la traición, contra la calma posada y silenciosa de un almacenista de. g • ros coloniales, de un jefe de negociado de ^'^ Deuda, de un tenedor de papel del E*^* q,?' ^j, un médico alópata, de un prestamista al ^ 1 ciento no sirve la prodigiosa elasticidad ne ^^ patas de un conejo... ¡En el momento en q" _ animalito sale y se sienta sobre el ^ ^ 7 ^i encarama sobre su base natural y alargan cuello consulta la soledad y los '^^f^^°y"\ne tumba el cañón de la escopeta y el iníeh^ muerto! g,} El cazador se levanta con orgullo, " j " ^ 1^ animalito por las patas, le suspende y je|' ^^ hasta la altura de su cabeza, contempla ^^ hito en hito... y se vuelve con él, á la si tijera. . ., • ^ jjo Por regla general el cazador ^'S^^^^'l^j-Qg, tira más que sobre seguro y de cada sei acierta un conejo. . y^. Pero ese conejo tiene para él graii^is"^ _-^^ lor. No sólo moral, sino material. Com / i , entre licencia de caza, la acción f-iipiggde trajes, escopetas, avíos, municiones, oi ^ ^^^^^ ferrocarril, comidas, propinas, perros 5 j^ cien gastos; puede calcularse que un °^" „QÍcostará sus cincuenta duros y una peí nientos. . ggr miHoy día para ser cazador es preciso Uonario. jj^y El año se presentaba favorable, pyes^ ^^^ muchas codornices; en cambio hay o_ ' ,JQ pueblos sospechan de todos los cazadores^H ^^ pueden venir de puntos infestados y epidemia en el cañón de la escopeta.^ . ^^ ¿Quién se atreve á cazar en los ^ r ^ . f ° . . j j Torrejon de Ardoz, mejoraua y ' , ¿onde Torrejon de Ardoz, Mejorada y \eliiia, ^ querencioso para la codorniz; pueblos y agoniza el vecindario? vecindario? hoy „oo^has Las arras ¿ » tempestades - han • isado las cosechas LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA en muchos pueblos no se segará, en muchos no se trabaja, todo está abandonado; la riqueza Vale menos que la vida. Y aunque esto sea favorable para encontrar caza, la imagen del cazador en medio de esta desolación no seria sino otro fantasma odioso, el fantasma del placer egoísta. Verano terrible, verano, negro, cuyos horizontes no irradian esperanza, antes bien en ellos aparecen las lineas rojas y siniestras de un invierno de hambre y agitaciones. En que á la escopeta cargada con munición menuda del cazador sustituirá quizás el fusil y el trabuco repleto de balas del bandido ó del guerrillero. Ealta hace que descanse la caza, porque la creciente afición de los hombres ricos y las necesidades crecientes del consumo han originado Un cambio notable en el resultado del cazar. Antes el cazador cifraba su orgullo en matar bien una pieza, es decir, en matarle con arte, en condiciones. Hoy el orgullo es traer un niimero inmenso de piezas mátense como se maten; en ojeo, con lazos de cualquier modo. Así es que los monte.^ se despueblan de caza y sólo quedan los vedados. ¿Y qué es un vedado? Un corral muy grande. Masón y Harrison Ainsrvorth, á cuya fineza debe también nuestro corresponsal gran número de explicaciones verbales relativas al globo, á su construcción y á otras materias de singular interés. La única alteración que se ha hecho en la copia de los manuscritos, ha sido tan solo la necesaria para dar á la relación una forma seguida é inteligible.» EL GLOBO Dos malogrados experimentos muy recientes, hechos por Mr. Henson y air George Cayley, habían amortiguado mucho el interés del público acerca de la navegación aérea. El plan de Mr. Henson, (que fué considera- 531 do muy practicable hasta por los mismos hombres de ciencia), se fundaba en la construcción de un plano inclinado, lanzado desde una altura por una fuerza intrinseca creada y continuada por la rotación de paletas semejantes en su forma y número á las aspas de un molino de viento. Pero en todos los ensayos que se hicieron con los modelos en Adelaide-Gallery, resultaba que la acción de las paletas, lejos de hacer adelantar la máquina, impedía completamente su •\'uelo. La única fuerza propulsiva que demostró el aparato, fué el simple movimiento adquirido por el descenso del plano indicado; esta propiedad arrastraba la máquina más lejos cuando las paletas cesaban de funcionar, hecho que demostraba su inutilidad y su au- FERNANFLOB. * HISTORIAS EXTRAORDINARIAS DE EUROPA A AMERICA «¡Extraordinarias noticias llegadas expresamente por la via de Norfolk! — ¡; El Atlántico atravesado en tres días!! ¡¡Inmenso triunfo de la máquina volante de M. Monck Masón!!—¡Llegada á la isla de Súllivan, cerca de Charlest'On, de MM. Masón, Robert Holland, Henson, Harrison Ainsrworth, y de otras cuatro personas, en el globo dirigible Victoria, después de Una travesía de sesenta y cinco horas, de uno á otro continente!!!! Detalles circunstanciados del viaje.» El fantástico anuncio que se copia, apareció con grandes letras, como si fuera un hecho positivo, en el New-York San, proporcionando un Hianjar fuerte á los desocupados y curiosos de Charleston. Un verdadero tumulto tuvo lugar para disputarse esta periódico, único rpie traía tan grandes novedades. Y verdaderamente, aunque el globo Victoria no hubiera hecho semejante travesía, sería muy difícil dar una razón en contra del aserto. Habla el periódico: ; «El gran problema se halla por fin resuelto; el aire, lo mismo que la tierra y el agua, ha sido conquistado por la ciencia, llegando á ser para la humanidad una vía común. Se ha hecho la travesía del Atlántico en globo, y sin notables dificultades ni gran peligro aparente, en el breve tiempo de sesenta y cinco lloras. »Gracias á la autoridad de un corresponsal de Charle-ston podemos dar los primeros al público una relación detallada de este viaje a-sombroso, verificado desde el sábado, 6 del Eictual, á las cuatro de la mañana, hasta el laartes 9 del mismo, á las dos de la tarde, por sir Everard Bringhurst, Mr. Orborne, un sobrino de lord Bentink, MM. Monck Masón y Rooert Holland, los célebres aeronautas, Mr. Harrison Ainsrvorth, autor de Jack Sheppard, etcétera, y Mr. Henson, inventor del desgraciado proyecto de la última máquina volante, y dos marineros de Woolwioh, en total ocho personas. »Los detalles que se dan á continuación pueden considerarse como auténticos desde todos puntos de vista, porque están copiados literalmente de los diarios reunidos de M. Monck, ¿CONOCES ESA MARIPOSA? (CUADRO DE JOHN sencia del movimiento propulsivo que le servía de apoyo; todo el aparato debía necesariamente caer. Esta consideración indujo á sir George Cayley á aplicar un ])ropulsador á una máquina que por sí misma tuviese la propiedad de sostenerse, en una palabra, á un globo. La idea, sin embargo, no era nueva en sir George, respecto de la aplicación práctica, pues j^a había presentado un modelo de su invención en el Instituto PoUtócnico; la fuerza motriz del aparato era también debida á las superficies no continuas ó paletas giratoi-ias, en número de cuatro, pero resultaron inútiles para ayudar al globo en su ascenso, y el proyecto quedó reducido á ilusión irrealizable. Entonces fué cuando M. Monck Masón, (cuyo viaje de Douvres á Wellburg en el globo Nassau excitó tan grande interés en 1837), tuvo la idea de aplicar el principio de la palanca de Arquimedes al proyecto de la navegación aérea, atribuyendo juiciosamente el mal éxito de los planes de Mr. Henson y de sir Cayley, á la no continuidad de las superficies en la disposición de las ruedas. Hizo su primer en- PETTIE) sayo público en Willis' s Booms, y después llevó su modelo á Adelaide-Gallery. Como el globo de sir Cayley, el suyo tenía la forma de elipsoide, de trece pies y seis pulgadas de longitud, y seis pies y ocho pulgadas de altura. Contenía trescientos veinte pies oiibicos de gas de hidrógeno puro que podían soportar veintiuna libras de peso, siendo así que el peso total de la maquinaria era de diez y siete, resultando, por lo tanto, una economía de cuatro libras. En el centro del globo y debajo de él, había un aparejo de madera de nueve pies de largo, sumamente ligero y sujeto por una red ordinaria; de él estaba suspendida una cesta. La palanca consistía en uu eje formado de un tubo hueco de cobre largo de seis pulgadas, á través del cual, sobre una espiral inclinada en ángulo de quince grados, pasaba una serie de hilos de acero de dos pies de longitud, apoyándose por mitad á cada lado. (Se concluirá.) EDGARDO -«- POE. '•*«'W«PWW»S P R I M A V E R A (BUIK3C0 DECORATIVO POR PRANOISOO SANS) - 1 ^ 'fspi^««wwpi^»pppi!^iWP|»**:*i VERANO ( F R E S C O DECORATIVO POR FRANCISCO SANS) . léi^^ 1^ ^ í t"^ < 14 534 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA LOS C A B E L L O S (CONCLUSIÓN) Pero sur un front de quinze ans la chevelure est belle. Es la edad en que la frescura de' la juventud se convierte en savia que fortifica esas hebras negras ó rubias que parecen la aureola ó el nimbo de frentes serenas no enturbiadas por las arrugas de los desengaños. Los desengaños y los pesares t r i eoan en una noche la cabellera más negra y más hermosa en finísimos hilos de escarcha que al enfriar la imaginación depositan en el alma gotas de hielo; luego se mezclan con los glóbulos de la • sangre y al pasar por el corazón lo dejan inerte. Cuando el cabello blanquea, las ilusiones se convierten en realidades. Un rey de Erancia, creo que Liiis X I V , preguntó á un cortesano, escritor tan eminente como discreto: —Decidme, ¿cómo es que tenéis blanco el pelo de la cabeza y negro el del bigote? —Señor,—repuso el escritor,—porque el pelo de mi cabeza tiene veinte años más que el de mi bigote. Como relacionado con el asunto que trato, no puedo por menos de consignar aquí la hermosa composición de Campoamor, que lleva por tí- tulo Los tres guardapelos Dice el ilustre autor de las doloras: La madre de mi amor, que está en el cielo, cuaudo era niño aúu, como un tesoro llevaba en nu hermoso guardapelo cabellos míos, de color de oro. Otra mujer que con el alma toda me quiere, tan leal como hechicera,' aún guarda desde el día de mi boda un rizo de mi bella cabellera. ¡Ay! Como nadie por horror al frío quiere hoy tocar de mi cabeza el hielo, ya solo para tí, cabello mío, mi sepulcro será tu guardapelo. La cabellera ha desempeñado un papel importante no sólo en la sociedad, sino en la iglesia pagana y en la cristiana. Ariadna, dice Catulo, cuando se hallaba en CLASE DE DIBUJO D E L NATURAL, EN LONDRES la ribera de Naxos, dejaba flotar sobre sus desnudas espaldas su abundante y rubia cabellera. Viola Baoo y se enamoró de ella. Cogió á Ariadna en sus brazos y colocándola sobre su carro la presentó á los ojos de los sátiros gritando:—¡Evoé, Evoél Por sus cabellos distinguiéronse Diana, Laodanice y las musas á las cuales el poeta Simonides llama Kallikomai (las de los hermosos cabellos). A propósito del simbolismo de los cabellos, dice Constantino James, que es probable que la costumbre musulmana de conservar un mechón de cabellos en la parte superior de la cabeza, provenga de la creencia que abrigan de que Mahoma les cogerá por esa coleta para introducirlos en el paraíso. Nadie ignora que la fuerza de Sansón residía en un solo cabello que éste llevaba en medio de la cabeza. Aspasia y la célebre Triné apreciaban en alto grado sus cabelleras, según Luciano. El amor de los griegos hacia sas cabellos es tradicional. P a r a dar una prueba de profundo dolor los cortaban, arrojándolos sobre las cenizas de la persona querida. Aquiles cortó sus cabellos para arrojarlos en el fuego que consumía el cadáver de Patroclo. Cuando murió Hefesion, Alejandro se arran- có la cabellera, y no creyendo que esto fuese suficiente demostración de su profunda pena, mandó cortar las crines de sus caballos. Bajo el reinado de Augusto, la calvicie era considerada como señal de ignominia: «Vergonzoso,—dice Ovidio,—es el campo sin verdura, el árbol sin follaje y la cabeza sin cabellos.» Por eso César, que era calvo, siempre que aparecía en público, cubría su cabeza con una corona de follaje. Si nos atenemos á la opinión de Ovidio, de Marcial y de Jnvenal, j^aen sus tiempos se usaban las pelucas, y, entre los emperadores, fué célebre la de Domiciano. Othon y Galba también usaron peluca. La costumbre de llevar pelucas existía ya en el año ()92, y en éste se celebró un concilio en Constantinopla, prohibiéndolas. Cuando Clodoveo, el primer rey franco cristiano, vencía á algún otro rey, le hacía cortarlos cabellos en señal de ignominia. Entre los hebreos del tiempo de Jesucristo estaban en todo su apogeo las cabelleras rubias. Cristo era rubio, rubia María Magdalena y rubios Nerón y Felipe I I . La Margarita, de Goethe; la Graziella, de Lamartine; la Ofelia, de Shakespeare; y la Nana, de Zola también eran rubias. Ótelo, Macbet, Hamlet y Segismundo erafl morenos. El tipo rubio ha sido más del agrado de 1°^ poetas que siempre lo han escogido para su tradiciones y baladas. _ , No se concibe una Margarita, una Ofelia una Graziella morena, así como tampoco se pu^ de admitir que Macbet, Ótelo, Hamlet y Segismundo sean rubios. Parece que la debilidad reside en la raza r bia y la fuerza en la morena. Sin embargo, un sabio doctor francés, aseg ra, que las naturalezas rubias son muy supe''i° res á las morenas. Es probable que tenga razón. Pero basta de cabellos, pues no quiero qn crean mis lectores que les estoy tomando pelo al tratar in extenso una cuestión tan p©" guda. R. H E R N Á N D E Z Y B E E M Ú ^ E Z - -*- PEDRO DE MONTENEGRO , ' (rONCLUf-IOK) , Si tal era la situación política de América, aunque en ésta se hallaban veneros desconoo 535 LA ILUSTEAOION IBÉRICA dos en que ensanchar el sabio sus investigaciones, no era menos difícil y arriesgada la empresa, pues el estado científico superaba también las fuerzas de cualquier medianía, porque, alcanzando gran esplendor la botánica, contó con célebres escritores que trataron de innumerables plantas, describiéndolas y narrando sus cualidades. Gonzalo Fernández de Oviedo imprime en 15o5 su Historia natural de las Indias, en aquel mismo siglo traducida al francés y al italiano. J u a n Fragoso en 1572 escribe de las Yerlias aromáticas, árboles,frutos y medicÍ7ias simples deludías y Cristóbal Acosta, seis años después, da á luz su tratado De las drogas de las Indias orientales y de sus plantas, dibujado por él y que excede en algunos puntos al Coloquio dos simples é drogas é cousas medicináis da India de Orta, impresa en Goa y traducida al latín con la de Monardes por Garlos Clusio, al inglés por Frampton y al francés por Antoine Oollin pocos años después. Pero las que caracterizan el-período científico que atravesamos, son las obras de Nicolás Monardes y fray José Acosta,verdaderas enciclopedias, fuentes de riquísimos datos y contenedoras de la última palabra que acerca de la botánica se dijo en el siglo XVT. La del primero apareció en 1561 con el título De las drogas de las Indias, traducida más tarde al italiano por Annibal Briganti; la de Acosta, publicada veintiséis años después, es una Historia natural y moral de las Indias, en la que trata del cielo y elementos, árboles, pilantas y animales de ella, que constituye, sin duda, uno de los trabajos más notables que se han hecho acerca de América, y digno de competir con todos los que se publicaron anteriormente. En éstas halló sus fuentes el inmortal Montenegro así como en la famosa recopilación que por encargo de Felipe I I llevó á cabo Francisco Hernández, aunque acerca de ella nada dijo. Pero los famosos trabajos de nuestro compatriota no pudieron ser ignorados por él, pues la obra de Hernández, que consta de quince tomos in-fólio, á más de costar un caudal al monarca castellano por la muchísima gente cuya cooperación fué necesaria, tardando en acabarla su autor siete años en los que no alcanzó el menor reposo, forma el trabajo más completo de cuantos se han llevado á cabo en tal materia, causando de tal modo la admiración de Europa, que, según dice un notable escritor, por esto sólo se hizo inmortal el defectu.oso compendio que de ella hizo en diez libros Nardo Antonio Eecchi. Tal era nuestra cultura cuando aparece Montenegro cual precursor de notables escritores y de obras inmortales. El puede afirmarse que separa el estado científico del siglo x v i , lento, pero seguro y conquistador en su marcha tran- LA HORA DE LA ORACIÓN EN BAGDAD (CUADKO DE ARTURO M E L V I L L E ) quila, del x v i i i en el que la fiebre de la investigación se apodera del sabio para arrancar desordenadamente y con vehemencia algunos de los secretos que la naturaleza ocultaba en sus entrañas. Pero no sólo aquellos sirvieron de fuentes al lego de oscurecida memoria; Andrés de Laguna y Jerónimo Gómez de Huerta, los conocidos traductores de Plinio y Dioscórides, Pedro Andrés Mathiolo Senense, el padre Tellez, Herrera, y más cercano.? á él, León, Andrés Alcozar y el boticario agustino fray Francisco Sirena entre sus compatriotas Paulo Egineta, Bontí; Guillermo Pisón, el médico francés Aschencio y M. Fuchete, Parfan, escritor también acerca de las regiones americanas, y el inmortal méd.ico italiano Paulo Zacchia le sirvieron de base para la redacción de su obra, aceptando todas aquellas verdades científicas que lej'ó en ellos y confirmó por medio de la experiencia. Y entrando en el estudio de su trabajo, su carácter médico unido á sus ideas religiosas le conduce al extremo de no querer dar más noticias acerca de la riquísima toxicología americana que aquellas puramente precisas para apartar á los indígenas del uso de algunas plantas; cuyas cualidades nocivas eran grandes, pues mucha gente ignorante, desoyendo su conciencia ó procurando ocultar sus escasos conocimientos, las administraban con malísimos resultados como hace notar en su Prólogo al lector, donde dice: y si mis ocupaciones y salud diere lu- garpretendo sacar á luz otras nuevas •plantas que voy haciendo su inquisición y algunos animales y pájaros y aves de partes medicinales, de que tengo ya algunos apuntamientos no de poca importancia pero porque en estas partes y en estas tierras h'e hallado poca fidelidad en algunos dichos de curanderos y curanderas de ningún fundamento me veo obligado á, primero que salga de mi pluma el certificarme y á veces no se ofrecen los casos en algunos años ó ser tal la pobreza y desabrigo de estos pobres indios y su poco resguardo y cautela que no se puede en buena conciencia hacerles remedios mayores porque es despacharlos con mayor brevedad á la eternidad. Añadiendo después: En estas partes últimas de la América á dú no hay tales médicos y cirujanos cuanto es de tener esta materia que en veintiún años que há que entré en ella sólo un médico y un cirujano he visto; todos los demás médicos curanderos y curanderas más les cuadra el nombre de matasano que el de cirujano, y el de carnicero que el de médico ó curandero, y son tantos y tantas los dados á esta secta de locos, que entre tal ganado poco ó nada hay que escoger y cierto es que A ellos les fuera mejor arar para sustentarse y á ellas hilar la rueca que ciegos y cargados de ignorancia sin advertir el peligro de sus conciencias ni los homicidios que hacen en los pobres enfermos que como necesitados admiten el socorro que estas sabandijas ó casta de locos les ofrecen no con pequeño riesgo de sus vidas como yo lo he visto y remediado más de cuatro y á otros no hubo más remedio que la muerte y bien acelerada y ra- biosa de dolores,...., y a.seguro con toda verdad y según leyes naturales que los tales deben ser castigados covio enemigos de la repmblica ó puestos en prisión como locos ó tratados y tenidos por simples, tontos y necios, .según .se lee de los griego.s // romanos en el tiempo que florecieron; y el ver en estas tierras semejantes charlatanes y charlatanas me tenia amedrentado el no traiar de simple alguno por el peligro en que lo consideraba porque si hoy en que tal yerba cura la retención de orina- ij la doy de dosis dos dracmas éstos tales echarán iJos onzas de su sustancia cata aquí, amigo lector, el riesgo de la ignorancia que es tan peligroso y más que el de la heregia. El excesivo número que de los anteriores había y el atraso en que allí se encontraba la medicina, según demuestra los dos párrafos transcritos, fueron las causas por las que, saliendo el autor de la oscuridad en que vivía y de la vida modesta que llevaba, escribió su obra sin temor á la crítica, pues, según dice al folio 15: Lo que aquí pongo es lo que yo he practicado con sumo cuidado y es sólo lo muy breve y compendioso que se puede decir dejando delaciones en la pluma así por no ser molesto al lector, asi como por no referir lo que otros más lacta y eruditamente han escrito de esta materia, que es mucho y muy bien fundado en la parte tpífica que jiertenece en la filosofía á lo vegetable y como nunca faltan censores de libros (á veces sin estar diputados 2Mra ello) de los magistrados ó monarquial; y sucede que sinleerlo con la atención debida, por un solo punto en que au CASCADAS D E ¿ | J A M E S (VIRGINIA) 538 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA corto ingenio ó estudio no alcanza la razón, lo satisfactoriamente su estancia en el hospital arroja de las manos y comienza á cargarle de cen- general de Madrid en donde hizo rápidos prosura y ésto es ordinaria Jt,aqueza de aquellos poco gresos. A este respecto, en su Prólogo citado amigos de ver libros de genios inquietos y bullicio- afirma: Puédate decir como cosa cierta que desde sos, á modo de ciertos peces de las aguas que sii que me acuerdo tener uso de razón me siento incligenio es ponerse en las corrientes y turbulencias nado al deseo de conocer y saber la virtud de las suyas para dar sobre sus compañeros con gran ve- plantas y el curar con ellas á mí y á mis próximos, locidad, tragando cdpequeño que sumcdiciosaboca y á ellas debo la vida por tres veces que, de varias puede tragar, tiramdo á éste la tarascada, al otro enfermedades y heridas mortales de necesidad, seel girochonazo, y en fin, turbando la caridad y gún varios auto-res afirman no ser curables; y sino quietud de sus hermanos y lo que más es impidien- me quieres creer te puedo enseñar dos cicatrices en do su alimento y midtiplico; porque quita su sosie- parte bien pieligroscis y muy jjenetrantes con nergo, ordinaria causa de abortos y destrucción de vios contusos y descubiertos, y no sólo á mi sino toda generación // monarquía. también d varios en casos muy apretados que no Aunque, por lo antecedente, son conocidas refiero en la obra por no parecer alabanzas prolas causas que impulsaron á Montenegro á es- pias; esta inclinación de la divina bondad á mi cribir su obra, el carácter emineutemente prác- dada por su gran misericordia desde niño, como tico del jesaita no pudo dedicarse sin motivo dejo dicho, me há siempre como nostreñido y vioalguno al estudio de las propiedades curativas lentado á metermeporbosqiies, sierras muy encumde las plantas, pues si sn principal objeto era bradas y de no pequeños peligros aún después que aliviar el estado patológico de aquellos á quie- estoy en religión alropellando varias incomodidanes llegasen sus conocimientos, esto no explica des y trabajos á fin de saltar con mi intento hallándose en este páiTafo el origen de sus inclinaciones que no fué sólo la afición que tuvo desde muy joven á esta clase de estudios, sino principalmente el rayo de luz que surgió en su inteligencia y en el que ai'monizó sus conocimientos médicos las tres veces que luchó con la muerte, y aunque las escasas noticias que de él conservamos no nos dicen nada de dos de las cuales tan sólo conocemos sus resultados que fueron las cicatrices de que habla, acerca de la tercera tenemos más datos y en vista de ellos, puede afirmarse que su curación, sino un milagro, fué un prodigio. En el colegio de Córdoba (en América) residían algunos enfermos con llageos en. los pulmones, según nos dice al folio 27 de su manuscrito, y siendo asistidos por él y otros compañeros, todos las contrajeron, por lo que, desahuciado Montenegro, revolviendo libros y autores, halló en Riverio, que Aschencio, insigne médico francés, curó á muchos que con exasperada tos echaban los pulmones por la boca usando para ésto del verbo tisis de Riverio y ':c2'^f%7'^^?^:'.' r"-A' ylMI^: ^^éX',,^ LA CIUDAD D E L REFUGIO ( B . 4 J 0 E E L I E V E EN BARRO COCIDO, POB JORGE TlXVÍORTIi; verbo guayacán de Laguna que no es otra que la segunda especie de guayacáa descrita por él y que se conoce con el nombre de guaraní y en tupi i/&'¿JYKe; jiunque usó en su lugar de otra que produjo resultados excelentes y que es el guaycuru, planta aromática y resinosa del Chaco acerca de la que, como justo tributo, pensó escribir más largamente, pues no pudo dibujarla por causas independientes de su voluntad. Montenegro acepta en sn obra el método generalmente seguido en aquella época en que las clasificaciones científicas no eran conocidas con la minuciosidad de hoy, pues, cuando más, tratándose por separado cada planta, alguna de ellas era dividida en escasas especies que no admitían más subdivisiones. Así es que el autor, tras una invocación dedicatoria á la Serenísima Reina de los Siete Dolores, desaliñada aunque propia de su hábito y de la época, y de un Prólogo al leclor en donde enumera las causas que le impulsaron á escribir su obra, sigue una explicación de la virtud y modos de conocer las plantas y graduar sus cualidades sacada de las obras de Dioscórides, Mathiolo Senense y Laguna, y un índice de los vocablos que más usa con SU definición por ser poco conocidos, llegando al estudio de cada árbol y planta á las que generalmente precede su fiel imagen hecha á la pluma por el mismo autor que enumera en primer lugar su forma y clases y en segundo sus cualidades y aplicaciones diferentes. El trabajo consta de dos libros tratando el primero de la propiedad y virtudes de los á r - mala voluntad. Otros creen que se trata de haboles y plantas menores como matas ó mcdorra- cerse notar á costa de ellos, diciendo perrerías les y enredaderas, y el segundo de las yerbas y de sus canciones, y por último, no falta quien raices comestibles, hallándose citados tan sólo achaque esta persecución al propósito del secen el catálogo de una biblioteca particular, por tario que aborrece la poesía y quiere que no se lo cual ha obtenido una sola vez los horrores de escriban más versos en España. No hay nada la impresión, nombres tan ilustres como el de de eso. Pedro de Montenegro, sin acompañarle alabanA mí me parece ridículo pretender acabar za ni comentario alguno por ser ajeno á la mi- con la literatura rimada. Cuando aparecen sión confiada al ilustrado conservador de la bi- verdaderos poetas, no hay cosa mejor que sus blioteca en que se hallaba la obra, que pasando versos; y no me refiero á esos grandes luminaá otras manos entró en el campo de lo descono- res que se llaman Goethe, Víctor Hugo, Muscido é incierto, pues, adquirida por el Estado, set; no, aunque no valgan tanto, todavía puetal vez hasta dentro de muchos años no salga de den ser dignos de admiración y el mejor ornala oscuridad á la que injustamente se halla re- mento del parnaso, como diría Cañete. Pero en legada. A pesar de esto, el nombre del ilustre España, ahora, en estos míseros días, no hay botánico siempre será citado con respeto por más poetas que escriban en español que Nücuantos se dedican á la noble tarea de sacar ñez de Arce y Campoamor, (1) los demás no del olvido las más ricas joyas de nuestros pro- son poetas, no son hombres de ingenio, no tiegresos científicos. nen intención, ni fuerza, ni gusto; Grilo, Velarde, Eerrari y Shaw, que gozan su fama respectiva entre la gente cursi que lee algo, son, • JOAQUÍN G-ARCÍA GOYENA. los tres primeros, hombres vulgarísimos, y el --¥último un niño que sólo promete ser un Grrilo de arte mayor. Esta es la verdad lisa y llana. La generación ¿Y LA P O E S Í A ? nueva, la que nació á la vida pública bajo la Restauración, no ofrece grandes esperanzas; pero á lo menos en otros ramos de la actividad (CONCLUSIÓN) ' Sé que muchos jóvenes de los que se dedican á escribir versos piensan que les tengo (1) M. del Palacio es el que más se aproxima á poeta verdadero entre los que no lo son completamente. LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA intelectual tiene representantes que algo valen, y algunos, poquísimos, que valen mucho. •Pero en poesía lírica no tiene nada, absolutamente nada. Lo cual no quita que en el Ateneo y en- los periódicos se descubra un Espronceda ó un Zorrilla cada pocos meses. Pasm.a ver como aplauden gacetilleros y f^teneistas las más insignes vulgaridades como 81 fueran chispazos de inspiración lozana, original y fuerte. No há mucho que un poeta de esos leia y publicaba después en un libro un poema que contiene más dislates que palabras, tnás vulgaridades que dislates, y carece de sentimiento, de idea, de estilo y hasta de gramática. Pues no faltó quien dijera y repitiera en letras de molde, que todo aquello era obra de Benvenuto Cellini y que aquello era cincelar... ¡Cincelar, Dios mío, lo que no es más que i'aspar la pared con un vidrio para dar escalofríos á las personas nerviosas! Es el caso que estos elogios los escribe por lo común la misma pluma que el resto de la Semana se está empleando en delatar alcantarillas rotas, focos de irregularidades y demás inmundicias más ó menos municipales. ¿Quién manda á esos ediles, y no enrules, meterse donde no les llaman, y llamar poeta y Benvenuto * cualquier señorete que coge y descubre que Sabe encontrar consonantes, y enjareta despropósitos que coloca en la Edad media, ó en la moderna, ó en la Eternidad misma si se le antoja? ¿Por qué han de creer los que no saben l a d a que para escribir de materia artística, Sobra todo lo que sea saber algo? ¿Por qué nan de pasar por críticos esos que hacen alarde tosco y rústico, digno de los Britos y Blases de Tirso, de ignorar el griego y el latín y de creer que nadie conoce tan recónditas cle^'ecias? Porque hay gentes asi y porque los tales escriben en periódicos de circulación grande, estamos como estamos, y puede á.muchos parecer atrevimiento y hasta amanerada desfachatez osar decir, como yo oso,—y tres más,— l i e fuera de los autores citados al principio, aquí no escribe versos en español ningrin verdadero poeta. Por otros caminos van los pocos jóvenes que en literatura valen algo, y aunque Menéndez •Pelayo ha escrito, entre otros medianos, muchos "bersos bien sentidos, de forma clásica verdadei'amente correcta, tampoco se puede decir que el admirable joven, el pasmo santanderino, sea ni se tenga por poeta en la acepción en que lo son los Hugo, loa Zorrilla, etc., etc. Por lo demás sus poesías valen más, por supuesto, que las de esos ignorantuelos sin gracia, ni delicadeza, ni gusto, ni intención, ni vigor, ni sentimiento, que el Ateneo y los gacetilleros elevan ^ las nubes mientras se ríen del que ellos llaman traductor detestable de Horacio, y que por 'alerto, no es tal traductor. Así como decía con mucho tino y juicio PerHanflor que no tenemos ópera nacional por la Rencilla razón de que no la tenemos, faltan en í^^estra juventud loa poetas por la razón sencillísima de que faltan; y si se puede jurar (que ^1 Se puede) que no hay ninguna ópera española digna de universal admiración, también se puede decir que ninguno de los que escriben ®n verso entre los jóvenes literatos españoles, ^s ni siquiera artista en la acepción rigorosa •^6 la palabra. , Pero no se tome esto como signo general de los tiempos. Portugal tiene poetas jóvenes, tie^6 Uno por lo menos que vuela con todo el aliento necesario para llegar al final; en Francia, ^°nde tanto habla la critica de cierto orden de amaneramiento, decadencia y falta de ideal, ^mhién hay jóvenes de fantasía brillante, de Susto delicado, estilo fuerte y propio, maestros ^e la rima y del color, que escriben libros de Poesías en que podrá verse, si se quiere, la enermedad de un alma, el cansancio de un pue^o> el abuso de la vida, pero sin que pueda ^^garse originalidad, sentimiento, idea clara y P''ofuiida, ingenio aunque sutil no enclenque. •''& la historia de la poesía francesa podrán ser un día estos poetas los representantes de una decadencia, podrá decirse de ellos en cierto modo lo que se dijo de la baja latinidad, pero no se les negará importancia, ni genio, ni que fuesen la expresión fiel en el arte de su tiempo y de su tierra. Y de nuestros rimadores barbilindos y á veces bobalicones, ¿qué se dirá? Nada absolutamente. En sus versos nihilistas no se revela mas que la ludia por el consonante; no son creyentes, no son escépticos, no aman la tradición, no la desprecian, no la embellecen, no la satirizan, no buscan nada, nada encuentran, viven en el limbo; por ellos no sabrá nadie lo que la juventud sentía en España en el último cuarto del siglo XIX, cuando se nos moría el cuerpo, robusto un día, de la fe, y nacía débil, sietemesino, callado, como muerto, ridiculo por la forma, el pensamiento libre, sin oir en sus sueños reparadores de la infancia el arrullo de las canciones de un poeta. ¡Poeta del libre pensamiento! Tal vez hay uno; pero ese habla en el Con- 639' greso y le mide las estrofas el Conde de Toreno, ¡oh, dioses inmortales! con una campanilla. CLARÍN. DOlÁ ROSALÍA CASTRO BE Si es siempre doloroso ver como se extingue la vida de etos seres que con la poderosa fuerza de su inteligencia son firmísima garantía para el esplendor d é l a s letras, su desaparición es doblemente sensible al ocurrir en días en que, como los del presente, á tan rudas oscilaciones está sujeta la marcha de la literatura contemporánea. Quimérico fuera dejarnos seducir por halagador optimismo, á pesar de la invasión de versos que diariamente ven la luz. P a r a la poe- J)h>PJl)() DK Á O \ R ]!; I b i l A l L r o E VIUl-illAM íBajo relia e en barro cocido, pot Torge 'Jinvortlt) sia parece aproximarse su fin. Cada época está contribuido tan poderosamente al envidiable sujeta á ineludibles transiciones, y no es la esplendor que la literatura gallega ha conseactual la más á propósito para favorecer un guido; ningún poeta comprendió mejor ni con linaje de literatura completamente opuesto al más fidelidad imprimió en sus cantos el sabor gusto del día. Por otra parte, el renacimiento local que la señora Castro da Murguía. En sus de la poesía regional ha limitado la acción de cantares se transpareutan todas las melancolos que hubieran podido contribuir con sus co- lías y tristezas, esas infinitas vaguedades que nocimientos al desenvolvimiento de la nacio- tanto caracterizan el suelo que la vio nacer; en nal, y aunque puede ufanarse por los brillantes i ellos, más que la inspiración de la mujer se adfrutos que reporta en las diversas localidades mira la virilidad de un genio privilegiado. Su en que se cultiva, será siempre flor de estufa, obra inmortal, es sin embargo, su colección de hermosa si se quiere, mas destinada á derra- Follas Novas, precedidas de un soberbio prólomar su esencia dentro del reducido círculo que go escrito por Castelar. ¡Qué hermoso conjunla encierra, y destinada á morir apenas se in- tol parece una sarta de perlas guardadas bajo tente alejarla de él. una tapa de oro primorosamente cincelada. Las Figura en primer término en el movimiento Follas Novas no tan sólo bastan á formar la rede la poesía local la poética y privilegiada putación de una escritora, sino también la de Galicia, pero como si la fatalidad se cerniera una literatura. El gran tribuno lo acredita en sobre su desarrollo, cuando parecía que aque- su prólogo: lla hermosa región había llegado al período <'Si la literatura gallega,—dice,—no tuviese culminante de su histórica y gloriosa literatu- ningún libro más que los de Rosalía Castro, ra, cuando para su afianzamiento contaba con bastábale para su lucimiento y para su gloria. el valioso concurso de los distinguidos poetas Puesto que la poesía es como todo arte la idea señores Pérez Ballesteros, M. Pintos, Vázquez, sentida con profundidad y expresada con herL. de la Riega, Barcia Caballero, Pondal, Cid mosura, digo que no conozco quien sienta más y Rozo, y otros no menos inspirados, la muerte y exprese mejor. La ternura se mezcla con la le arrebata á la que era su más bello ornamen- tristeza, la luz con el misterio, la inspiración y to, su más finísima base, la insigne escritora el estro con la verdad, formando un conjunto doña Rosalía Castro de Murguía. de tal suerte nuevo y original y suyo, que no A pesar de que deja algunas buenas novelas, se cansa el entendimiento de admirarlo fatigahay que considerar á la malograda escritora do por lo convencional y arbitrario de artificiocomo poetisa excepcional; nadie como ella ha sas escuelas que se empeñan en resucitar la ^.^r^l^-i^lW^lW^^ iji -JJW^liíflfWSíViJiííVSÍÍíííKlííraETOBB^ OTOÑO (FRESCO DECORATIVO POR FRANCJSCO SANS) •líraI f%¿Kr_m'_ INVIEKNO ^FRESCO BEC0KA.TIVO POE FRANCISCO SANS) 542 pasado muerto para siempre, ó ya en repetir pasiva y fotográficamente la impura realidad. Rosalía siente y sabe expresar lo sentido. Su alma no liba la poesía en lo grande, en lo inmen.«o, en lo infinito; como la violeta gusta de las sombras y exhala su aroma con tal humildad, que excusa como grave falta el propio mérito.» Una de las cualidades características de la ilustre escritora, era sin duda alguna el corte original de sus rimas. No sabemos si, como Zorrilla, considerarla reina á la poesía, pero se nos antoja que si, si es condición precisa el que estas señoras hablen poco y bien, ya que no es posible en menos versos encerrar ideas tan grandiosas como las que campean en sus composiciones. En ellas no hay hojarasca ni esa fraseología hueca y alambicada tan al uso de la inmensa mayoría de los que se dedican á escribir versos; allí un pensamiento que entraña un mundo de ideas está expresado con un laconismo encantador; en sus obras no hay versos dedicados á flores, astros, ruinas y pájaros, sino que cada una de sus rimas es una lági'ima de su hermosa alma, ó un grito de infinita angustia; la que no expresa el sentimiento de la fe, es un eco dulcísimo y conmovedor de ¡as dichas y tristuras, de todo lo hermoso y grande de su patria. Difícilmente poeta alguno consigue una reputación tan legítimamente adquirida como la que acompañó á la señora Ca.stro. No la adquirió, no, por favoritismo determinado, ni la buscó en estas justas "injustas donde se labran reputaciones á granel; al contrario, desde el momento en que se reveló superior, halló un calvario en sn curso, pero al igual de esos brillantes meteoros que mayor luz prestan cuanto más negra cierra la noche, así su ingenio se desplegó más soberano cuantos más obstáculos y contradicciones encontró á su paso. Si venía á inaugurar una nueva escuela, ¿cómo no experimentar las consiguientes contradicciones, y sufriéndolas, cómo no anegarse su alma en un profundo abismo de tristezas? Refiriéndose á esta circunstancia, dice Castelar en su prólogo: «Teniendo este don no podía menos de tener con él profunda melancolía. Redentores y no llevar corona de espinas; profetas y no sentir las epilepsias de la admiración, sabios y no consumirse en el calor de la retorta donde surgen nuevos elementos, héroes y no de.sposarse con la muerte, poetas y no padecer con todos los que padecen y no llorar con todos los qne lloran, y no experimentar la nostalgia de cielos misterio.sos, ¡ahí es completamente imposible. Rosalía está triste y la tristeza rodea de aureola mística sus sienes, y la tristeza se plana en todos los acordes de su lira.» La muerte ha puesto término á su triste vida, y aun cuando haya acabado con una existencia tan nei'.esaria para aumentar la magnitud de la pérdida nos obliga á que la contemplemos como una mensajera generosa que ha venido á abreviar una vida de sufrimientos no interrumpidos, ya que según dice uno de los biógrafos de la malograda poetisa: «Desde el año ]8o7, fecha de su nacimiento, hasta la hora del tránsito supremo, fué su vida una continua sucesión de batallas, dolores é infortunios tales, tan hondos, tan seguidos coico pocas veces ó acaso nunca había sufrido una débil criatura humana.» Descanse en paz la malograda escritora; el frío hálito de la muerte ha helado su trabajada existencia, pero sus sentidas y hermosas composiciones quedan como la esencia perdurable de sn grande alma, como el más preciado galardón de una literatura que tanto amó y á la que ha enriquecido con los peregrinos frutos de su privilegiada inteligencia. Galicia ha perdido una de sus hijas más ilustres, las letras uno de sus más valiosos sostenedores, su familia una esposa y madre ejemplarísima. ¡Qué mucho que su pérdida envuelva en sombría tristeza, no á una fatnilia, sino á toda aquella región! El cielo parece más LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA radiante á medida que nos persuadimos de la magnitud de tamaño infortunio. Al fin mora ya en él su hermosa alma. ANTONIA OPISSO. LAS NOCHES DEL IMPERIO ¡Évohe, bacantes! ¡Golpead los tirsos! ¡Címbalos á los címbalos respondan! ¡Siga la orgía hasta que el Sol alumbre del Aventino las oscuras lomas! No pueda el eco repetir los cantos, y nuestras voces, de cantar ya roncas, subiendo hasta la cumbre del Quirino, mueran del Tíber en las turbias ondas. ¡Esclavos! Despojadme de este manto que embai'aza mi cuerpo y le sofoca; la corona arrancadme de las sienes, vestidme blanca y perfumada toga. ¿Qué hacéis con mi diadema y con mi púrpura? ¿ÍSTo veis, esclavos, que su peso estorba? Allí... arrojadlo al peristilo, encima de empolvados laureles y armas rotas. ¡César da fiesta! Plebe que en el foro á entretener tus ocios te convocas, olvida los asuntos de la patria y á mis pórticos llega bulliciosa. Oirás las armonías con que Euterpe del Olimpo á los dioses enamora; y el más sentimental de mis poetas nos dirá su canción más melancólica, y cuando ya el placer nos cause hastío, agotadas las heces de su copa, y el alba tras los vidrios de colores descienda á contemplarnos ruborosa, se arrojará vajilla de oro y plata... Esportillos traed bajo la toga, mas muy fuertes, ¡por Júpiter! ¡qne es fácil tanto jjeso á la vuelta que los rompa! ¡César lo quiere! ¡Mi valor descansa sobre el fresco laurel de la victoria; sólo anhelo gozar, y en mi delirio, \' olvido al mundo al olvidar á Roma! Ven, Tarentila, ven, sube hasta el lecho en brazos de las náyades hermosas, deja que pose en tus desnudos hombros la sacra mano que ninguno toca. Tus sienes, que á la nieve tornan pálida, coronen verdes pámpanos y rosas; hija de Venus, llega... en albos tules veladas mal tus encantadas formas, ceñida tu garganta alabastrina con perlas y diamantes de Golconda, trémulos de pasión tus rojos labios, con ese rostro, envidia do las diosas, el mundo entero gemirá á tus plantas. ¡Hoy no existe una gloria cual tu gloria, qne la gloria más grande, Tarentila, es del señor del mundo ser señora! Grande pero fugaz, como el relámpago brilla un momento... muere entre las sombras, alumbra un mundo, mas tan breve tiempo, que su grandeza apenas si se nota. Éinge, en tanto, divina soberana, que febril ansiedad tu pecho ahoga, y deja que yo libe con mis labios » , ese néctar que guardas en tu boca. I ¡A gozar! ¡á gozar! Faunos, silenos, \ las áníoi'as traed que ya rebosan. Venga el Palerno con el Rlün y el Chipre, llenad al punto las lucientes copas de oro de Ophir y cincelada plata, cual torrente de espumas armoniosas. Hijas de la Ciroasia, haced que broten de vuestras arpas celestiales notas. Y vosotras, sultanas del Oriente, las de trenzas más negras que las sombras, cantad vuestras canciones del desierto, de un alma virginal ecos sin forma, cantad la hermosa libertad perdida con rico adorno de orientales pompas. Arrojen los cu.pidos sus aljabas, y esparcidas sus flechas matadoras, duérmanse sonrientes y amorosos trenzando las melenas á mis leonas, que por los áureos fresnos humilladas relieves sean de mi rica alfombra. Derramad en los altos pebeteros la mirra que en cien nubes se evapora y hasta confuso el aire se fatigue al peso de canciones y de aromas. Encended candelabros tridentinos, brillen en los extremos las antorchas vertiendo roja luz que nos alumbre, gocemos al fulgor de extraña aurora. ¡Évohe, bacantesl ¡Golpead los tirsos! ¡Címbalos á los címbalos respondan! Anciano Marco, báquico Saturno, alza también la saludable copa, verás la juventud acariciarte lo mismo que acaricias á Cesonia. Adelante las ninfas de Terpsícore, empiecen vuestras danzas caprichosas. Calla, poeta; tus tranquilos versos en los salones del placer se ahogan; tus cantares son flores que marchita el ambiente abrasado de esta atmósfera. Descompone las rosas en tu frente, Tarentila, tu mano temblorosa; reina del César, en tus puros labios ni una sonrisa de placer asoma; fría estás como el mármol de mis gradas; no quiero que estés triste. ¿Por qué lloras? Nada puede apenarte. ¡Yo te quiero! ¡El que los mundos y los mares doma! ¡Ah! Tarentila sufre, clistraedla... ¿Esta cansada atmósfera te ahoga? Su frente oreen las nocturnas auras. ¡Abrid! Ya se ha dormido... ¡Calle Roma! Despacio... nada turbe su reposo... ¡Mi púrpura imperial echadle ahora! Cesen las danzas, cesen los cantares. ¡Estrellad vuestras arpas en las losas! No la toquéis... mejor está en mis brazos... Basta de orgía. ¡Retirad las copas! ¡Silencio! Espiren ya las armonías; que ni un eco recojan estas bóvedas... ¡Contened todos con la hueca mano el suspiro del pecho en vuestra boca! Ya se han abierto sus hermosos ojos, yergue su tallo la naciente rosa. ¡Bien haya el sueño y la tristeza suyos! El aire pueblen nuestras voces roncas. ¡A gozar! ¡á gozar! Faunos, silenos, las ánforas volcad, ¡venga otra copa! Ya pasan las legiones por el foro, impacientes por ir á la victoria; ya no quieren dormir, porque no pueden soñar altivas con mayores glorias. ¡Évohe! La reina del vencido mundo más alegre despierta, más hermosa. ¡Cómo arregla las flores en su frente! La púrpura de sí lejos arroja, y sonriendo al César, qne la abraza, de un trago apura la dorada copa. ¡Évohe, bacantes! ¡Golpead los tirsos! I Címbalos á los címbalos respondan! ¡Siga la orgía hasta que el sol alumbre del Aventino las oscuras lomas! J O S É DEL CASTILLO Y SORIANO- ' [ ELEGÍA (DE ANDRÉ CHENÍ-.^^^ — . X Llevemos á los bosques mis tristel El triste amor las soledades ama. Todo lo que no es ella me fastidia. Aun, solo y olvidado, quién te adora es todo para ti. Pero, ¿qué digo? LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA Lejos de la beldad que me desdeña , mi corazón, que de ilusiones vive, del dulce engaño las delicias gusta. La esperanza, la inquieta fantasía la ilusión pertinaz me la devuelven más sensible, más tierna, más hermosa, ¡cómo la quiero yo! De sus excusas estudiadas olvida el artificio, é indulgente el amor, sólo conserva de su sexo cruel la dócil gracia. A veces me figuro que camina persiguiendo mis pasos; la extravío y por senderos misteriosos corre. Ausente en hondas grutas la poseo mas, presente, me dañan sus rigores y en vez de sueños deliciosos hallo la dolorosa realidad. Por ella siento un ansia que nadie aliviaría, su imagen solamente me es hermosa; todo á su alrededor, todo me encanta por estar á su lado; todo es dulce ¡ay! pero menos dulce que sus ojos. Ya pise fresco césped, ya su cuerpo haga crngir los pliegues de la seda, en la ciudad como en el campo, siempre, reina ó pastora, para mí no cambia; yo soy siempre el amante que la adora, que sufre sus ultrajes, repetidos y que la quiere más cuanto más llora. CARLOS F E R N Á N D E Z bles cualidades de tono, de color y de intención; algunos h a n encontrado, sin embargo, que pecaba por la poca briUautez de la luz, lo cual no deja de ser n n grave defecto tratándose de aquellos países inundados de sol. CASCADAS D E L .lAMES (VIRGINIA) Este caudaloso rio que pasa lamiendo los muros de Eichmond, ofrece en su curso superior una serie de rápidos que lo hacen tan pintoresco como peligroso para la navegación, por cuyo motivo y á fin de facilitar las comunicaciones con el interior se han construido grandes canales que obvian aquel inconveniente. Las márgenes de este río son asiento de magnificas plantaciones de tabaco, azúcar, algodón, etc., y fueron teatro de muchos sangrientos hechos de armas en los cuales conquistó el gran Ricardo Lee su reputación de ser el mejor general del siglo. LA CIUDAD D E L DESPIDO DE REJ.'UGIO AGAR É I S M A E L P O R ABRAHAM Bajo relieves en barro cocido, por Jorge Tinworth Apasionados por la cerámica en todas sus manifestaciones han creado los ingleses una verdadera escuela de ai'tistas en terracotta, que van produciendo preciosas obras, figurando eu primer término M. Jorge Timvorth cuyos bajo relieves, de asunto religioso generalmente, son verdaderas joyas. LA CAMPANA J l A Y O R DK JIURCTA Es esta una de las principales curiosidades de la catedral de dicha ciudad; trátase en efecto de una campana verdaderamente enorme, colocada eu altísima torre desde donde se domina un vasto horizonte de verdura. La arquitectura de la catedral es moderna, pero muy elegante y majestuosa. SHAW. LA MISA DE MEDIA-NOCHE NUESTROS GRABADOS K X T R E VLORE.S Y Siempre lian hecho muy buenas migas entre sí niñas, pájaros y llores, que uo son quizás eu el fondo más que una ^isma cosa, y de alií que resulte iuvariablemente un acorde Perfeetlsimo y delicioso poniendo aquellos seres de manera lile formen dúos ó tercetos. Nuestra lámina es la síntesis de dichas tros bellezas, resultando de ello un conjunto tan "Sradable como pueden ver los benévolos lectores. Sobre tedo este diljujo es i)üuito porque está representado el asun'o con la mayor naturalidad, sin necesidad de acudir á los bastados tipos de señoritas sentimentales y de pájaros vanidosos y caros. ¿CONOCES ESA MAEIPO.SA? Cuadro de John Peltie Diee estas palabras Hamlet en la escena seguuda del l u i u t o acto, dirigiéndose á Horacio y refiriéndose á Osrico, Itie acaba de entrar, pero M. Pettie, sin embargo de haber Puesio este titulo á su cuadro, uo lia representado ni querido tampoco representar la referida escena, puesto que los dos P'^r.sonajes son dos vulgares oortesauos y uo los dos amigos de la universidad de Wittemberg. La intenoióu de M. Pettie Parece haber sido pura y simplemente pintar un sietemesino dé la Edad medía y no se le h a ocurrido nadie mejor que W elegante é imbécil Osrico para representar el género. L A S CUATRO ESTACIONES Frescos decorativos, por Francisco Sans Graude é ilustre pintor fué nuestro malogradísimo paisaJ^o, hombre de sólida cieucla, de exquisito gusto y de alta 'ispiracióu, artista lleno de conciencia y de severidad, y eaPaz de sentir tan hondamente como de expresar con feliz "cierto lo que sentía. Buen testimonio son de su admirable concepción y des^ttipeño esas cuatro figuras representando las Cuatro estacio^c.?, hermosas pinturas que decoran el palacio de la señora duquesa de Santoña. CLASE (LEYENDA FANTÁSTICA) ARMONÍAS DE DIBU.IO D E L N A T U R A L , EN LONDRES í^o coiiteuto.s todavía los ingleses con la protección disPéusada por el gobierno á la enseñanza de las bellas artes, leuen contribuyendo á estacón dádivas y suijvencioues á la.s atedras establecidas en las universidades. Hoy goza de loza"^a vida la enseñanza para señoritas establecida eu la universidad üe Londres por los cuidados de Mr. Félix Slader, ba'andose al frente de las clases el ilustre Alfonso Legres. í^'uestro grabado representa, como puede verse, la clase de dibujo del natural. LA HORA DE LA ORACIÓN EN BAGDAD Cuadro de Arturo Melvüle Es Mr. Arturo MelvlUe u n consumado pintor orieiitaista que, como tantos otros, se ha sentido fascinado por el '^Comparable prestigio de aquellas mágicas regiones, pero ^"hre todo por Bagdad, la ciudad de Haroun el Grande y de as Un y una noches. El cuadro de Mr. Melville gustará más * e u o s según el temperamento de cada uno, pues es una i'a eminentemente impresionisia, pero al par reúne admira- (CONTINUA CIÓN) Ludovico contempló con fascinación aquel rostro, tipo perfecto de la hermosura varonil y vio en él cierto espíritu sobrenatural que le llenó de espanto. Aquellos ojos parecían animados por una fuerza interior; en ellos se veía la vida y el fuego de la existencia y aun el artista creyó que le miraban con cierta ira y como pidiéndole cuenta de la profanación que cometía al penetrar en aquella estancia. A tanto llegó la impresión que aquella cara produjo en la mente de Ludovico y tal fué el miedo que se apoderó de él, que por poco no deja caer la linterna y el manojo de llaves que sus manos sostenían y escapa por aquellas ruinosas habitaciones. Pero haciendo un esfuerzo sobrehumano llegó á dominar en parte su pavor y aun para que éste quedase vencido por completo intentó (temblando, digámoslo sin rodeos), tocar aquel retrato causa de tantas intranquilidades. Su mano tropezó con un objeto duro y entonces se convenció de que aquello no era más que una tabla como cualquier otra, si bien su misterioso autor había sabido dar una expresión tal al retrato que lo hacía aparecer como á un ser viviente. Ludovico impedido por su espíritu de artista permaneció por algún tiempo absorto en la contemplación de aquella obra pictórica tan impropia del arte de la Edad media. Si se hubiese preguntado á sí mismo cuanto rato permaneció en aquella cámara, de seguro que no hubiera sabido contestarse. Parecía como que una oculta fuerza le retenia en aquel sitio ó que algún maligno encantador le había condenado en castigo de su curiosidad á permanecer contemplando eternamente el retrate de don Ramiro. Pero el reloj de la vecina aldea vino á sacarle de su abstracción. Sonaron doce campanadas y entonces el artista comprendió que j'a era hora de retirarse y así se dispuso á hacerlo. Tendió su vista en derredor de la cámara; contempló por última vez el objeto de su nocturna expedición por el castillo y avanzó en dirección á la puerta de la cámara. En aquel mismo instante oyó á sus espaldas un ligero crugido que le hizo volver la cabeza rápidamente. Cuando su vista abarcó toda la estancia no pudo contener un agudo grito de 643 sorpresa. La figura de don Ramiro habíase borrado del cuadro que en aquel instante era una tabla completamente embadurnada de dorada pintura. Ni el más mínimo rasgo se veía en él que recordase el retrato que momentos antes ostentaba, antes al contrario, sólo parecía un pedazo de madera que aguardaba la mano del artista que colocase sobre ella el fruto de su inspiración. En el mismo instante que Ludovico volvió la cabeza para contemplar á la menguada luz de la linterna aquella misteriosa transformación, vio pasar por junto á él vaga, vaporosa, intangible, la apuesta figura de don Ramiro. El italiano quedó aterrorizado á la vista de aquella aparición cuyo sin par parecido con el retrato del antiguo noble aragonés disipaba todo género de duda. Aquella sombra ó fantasma iba revestida de la misma manera que el de Aguilar con una fuerte armadura cuyas coyunturas se doblaban sin crugidos que revelasen los pasos de su dueño. En el primer instante no supo Ludovico que partido tomar; el terror y la sorpresa paralizaron sus miembros pero después que transcurrieron algunos instantes, como si alguna fuerza extraña le impulsase, despojóse de aquel miedo que se había enseñoreado de su ser y con ánimo firme, si bien con paso trémulo, salió de la estancia siguiendo á la fantástica figura que en aquellos momentos transponía los umbrales de la cámara. El artista caminó tras aquella vaga sombra por el dédalo de salas y pasadizos que algún tiempo antes había atravesado, hasta que por fin llegaron á la ruinosa escalera de la torre. Los pasos de Ludovico resonaban en el silencio de la noche, mientras que don Ramiro no producía ruido alguno que demostrase su presencia. Su figura parecía deslizarse sobre aquellos pavimentos tan próximos á perecer. El italiano la veía siempre caminar ante él medio perdida en la sombra y como si existiese alguna misteriosa relación entre aquella fantástica figura y su ser, se sentía arrastrado á pesar suyo, pues menester es que lo digamos todo, ya comenzaba á sentir algo de miedo. De esta manera bajaron la escalera, atravesaron el musgoso patio y la fuerte pueita que se abrió ante la sombra de don Ramiro, y comenzaron á caminar por la plaza de armas en dirección contraria al lugar donde se encontraba la habitación del guarda. Este camino inspiró más temor á Ludovico, pero su curiosidad, y más que todo aquella atracción extraña, le obligaron á seguir tras la aparición que cada vez más se internaba en el otro extremo del castillo. El curioso extranjero comenzaba ya á sentir los preludios de un vértigo. Su imaginación veía brotar en las sombras mil horrorosas apariciones y los muros que vagamente columbraba en la oscuriilad comenzaban á danzar á su alrededor de una manera espantosa. Mas afortunadamente, para Ludovico, el fantasma paróse de pronto junto á un regular edificio que, pegado á los muros, alzábase en uno de los ángulos del castillo y el cual perdíase en las tinieblas de la noche. — ¡Corpo di Cristo!—murmuró Ludovico.— Ya era hora de cesar en tan inoportuno paseo. Me arrepiento de mi curiosidad. El italiano iba á continuar en su monólogo, pues, sin duda, hablando consigo mismo se proveía de valor, que no le sobraba en aquellos instantes, cuando sus ojos vieron una cosa que le hizo cesar en sus arrepentidas reflexiones. > IV La sombra de don Ramiro habíase detenido junto á aquel oscuro edificio muy breves instantes. De pronto sobre el negro fondo que presentaban las paredes de éste, abrióse una gran puerta á través de la cual pudo verse una espaciosa estancia alumbrada por algunas lámparas y blandones que producían una luz lívida con tintes tétricos y fantásticos. 544 LA ELUSTRAOION IBERIGA ras ojivales que el fuerte viento déla noche pugnaba por abrir. Pero de pronto este silencio y estos ruidos tan propios del sitio y de la hora cesaron, ahogados por un extraño cántico, una imperceptible armonía, un himno sin nombre y difícil de explicar que sonó allá á lo lejos. Ludovico escuchóle con atención creciente y su alma de artista como su imaginación de poeta, dejando á un lado el pavor que há poco le embargaba, se deleitaron en aquellas sublimes armonías, copia perfecta de las mil notas de la naturaleza. Aquel cántico tenia de todo. Tan pronto era suave y melodioso como el susurro de la brisa entre las rosas, como brioso y salvaje es el rujir del huracán entre las peñas. E n el infinito caudal de sus notas iban envueltas asi las armonías más dulces y dolorosas' de la vida como el suspiro enamorado, el quejido angustioso, la carcajada báquica y el dulce, el indescriptible sonar del beso apasionado. Distinguíase en él, el alarido de venganza, el lloro de la impO' tencia, el férreo martilleo de aceradas armas, la sonrisa de la satisfacción y todo u t munao de desengaños, de nuevas ideas é ilusiones. Pero por más descripciones que hagain nunca podremos presentar á los ojos de nuestros lectores aquel maremagmmi de armonía extrañas, tal como llegaba á los oídos de i^^ dovico. Aquel canto, en fin, aunque infinito, era un de esos himnos que en ciertas ocasiones de vida las almas soñadoras, estando completa mente solas, sienten levantarse junto á ellas boca do seres invisibles cuya misión parece se la de endulzar las largas horas de soledad y desgracia. El artista sentía aproximarse aquellas extrañas armonías, hijas de-voces sobrenaturales) 7 contemplaba fijamente la puerta de la capí por la cual aguardaba ver entrar de un ^ mentó á otro alguna terrible visión ante cual se le erizase el cabello de espanto. La sombra de don Ramiro yacía en el entr tanto prosternada ante_el crucifijo del ahai y en esta posición permaneció hasta que pasaQO al gunos momentos irguióse y clavó su vawí^ sin vida ni expresión en la puerta de la capilla. ,, Entonces comenzaron á penetrar por ®^ , ' graves , pausados y tétricos, un sinnúmero figuras de esencia tan fantástica como la suj y que lentamente comenzaron á colocarse dos largas filas á ambos lados de la naveAquellas fantásticas figuras presentaban u variedad exti'aordinaria. Entre ellas "^^^^ , „ . hombres y mujeres vestidos con trajes que notaban diferentes épocas y rostros que ^^, bien denotaban muy diferentes templen alma. . ^g Aquello era un verdadero pandemoniW'^J' vestidos y figuras. Unos se cubrían con " eos sudarios, otros con lucientes armadura > J revueltos con los coletos y gregüescos, ^^^?^y calzones, encontrábanse confundidos los lea y monjiles de la Edad media y los tan tosos como ridiculos vestidos femeniles de gloXVIII. LA CAMPANA MAYOR D E MURCIA E r a la capilla del castillo. Estaba completamente desierta. Allá en el fondo destacábase sobre negros paños la imponente figura de un Cristo de colosal tamaño, que por efecto de la luz j)areoía real y verdaderamente un ser humano que exbalaba su último suspiro en el terrible Suplicio de la cruz. La fantástica figura de don Ramiro penetró ADMINISTRACIÓN; en la capilla y Ludovico subiendo los escalones que al pié de ésta se levantaban, le siguió hasta dentro. Reinaba un profundo silencio, solamente interrumpido por el chisporrotear de los blandones cuya luz batallaba por disipar las densas tinieblas que en las altas bóvedas de la capilla se amontonaban y por el temblor de las vidrie- O 0RTE8, 366 Y 3b7, RAMÓN MOLIN.<S, EDITOR.—RESEIÍVADOB , ^^gg En aquel tropel de misteriosas figuras le toda la historia de siete siglos. .. E n el entre tanto el fantástico himno segu .^ sonando, no y a fuera, sino dentro de la cap lia, y sus notas vibraban bajo las altas bo das sin que aquellas bocas exhalasen el m leve sonido. Y sin embargo, aquellas armón eran creadas ellos, otros ^^'^''^^/^^g J-cls por pul C i i u o , oeran í a i i \jut.^^ •] piros que demostraban los diferentes estados de sus almas. De pronto don Ramiro exte ^ el robijisto brazo y el cántico cesó, ext'i'^ '^^ dose sus últimos acordes en el silencio noche. (Se concluirá.) LOS DERECHOS V I C E N T E BLASCO IBÁÑEZD E PKOPIBDAD ARTÍSTICA Y LITBKABIA LAS RECLAMACIONES EN MADRID, A L R E P R E S E N T A N T E D E ESTA CASA D . MANUEL P I , Á Y V A L O R . — C R U Z , 8 , 2 . ° KSTABLBOIMIBMTO TlPOSBÁPIGO DB B B B N A B B B A S B D A . - C A L I L B DB VlIJ,AKROBL, NÜM. 17, KNSAMOBB L B S A N A K T O M I O , BABCSLOMA