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Edición 17 | miércoles 9 de junio de 2004 Registro
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Las dimensiones sociales del riesgo y la prevención de riesgos laborales
Josep Espluga - Departamento de Sociología. Universidad Autónoma de Barcelona
Tiempo aproximado de lectura: 8 minutos
Resumen
Las percepciones y las respuestas sociales a los riesgos tecnológicos se pueden entender de varias maneras.
Aquí se presentan brevemente tres perspectivas diferentes, provenientes del ámbito de la psicología, de la
antropología y de la sociología, las cuales identifican y proponen diversas dimensiones psicosociales, culturales
e institucionales que, más allá de las dimensiones clásicas utilizadas en la evaluación de riesgos (como
probabilidades o magnitud de los daños), pueden influir en los comportamientos que las personas ponen en
práctica ante determinados riesgos. En este sentido, se sugiere la conveniencia de tener en cuenta estas
dimensiones a la hora de concebir la gestión de riesgos laborales.
1.
Premisa
La definición del concepto de riesgo cuenta con un elevado grado de consenso entre las disciplinas científicas
naturales, para la mayoría de las cuales, en su formulación más simple, vendría a ser una combinación de la
probabilidad de que suceda un hecho no deseado (un daño) y de la magnitud potencial de éste durante un
periodo de tiempo. En cambio, desde las ciencias sociales no resulta tan fácil contemplar el riesgo como un
concepto unidimensional y objetivo, ya que un mismo riesgo puede significar cosas distintas para diferentes
personas o en diferentes contextos y, a pesar de que se pueda calcular numéricamente su probabilidad y
cuantificar las pérdidas potenciales, a la hora de evaluar su importancia las personas pueden tomar en
consideración otros muchos aspectos cualitativos, más allá de los criterios definidos por los expertos. Y es muy
posible que sus comportamientos posteriores se vean influidos por aquella evaluación intuitiva.
Las investigaciones sociales sobre los riesgos tecnológicos aparecen y se generalizan básicamente a partir de
los años 70 del siglo XX y responden a la necesidad cada vez más urgente de comprender y mitigar las
protestas ciudadanas hacia ciertas tecnologías o actividades industriales (energía nuclear, plantas químicas,
vertederos de residuos, etc.). Ante esta situación de protestas se consideró prioritario identificar la "percepción
del riesgo" que tenían los individuos para así poder tomar decisiones encaminadas a paliar el desfase existente
entre ellos y los expertos. Ello propició la aparición del concepto de "riesgo aceptable", que venía a indicar el
umbral a partir del cual los individuos que hicieran un cálculo racional de sus costos y beneficios, dejarían de
oponerse a aquellas instalaciones tecnológicas. A partir de aquí, durante los años 80 del siglo XX se desarrolla
la investigación sobre "comunicación del riesgo", ya que a ojos de expertos y decisores (de empresas y políticos)
parecía evidente que, para que la gente dejara de tener aquellas creencias "irracionales", se la había de informar
y formar adecuadamente, para que entendiera la bondad de los análisis técnicos-expertos de riesgos.
Este tipo de intervenciones se han revelado muy útiles y necesarias, pero también claramente insuficientes, ya
que numerosos estudios han constatado que la gente "bien informada" no siempre reacciona como los expertos
esperan o quisieran. En este sentido, por ejemplo, algunos autores (Wynne, 1996) han comprobado que muy a
menudo los comportamientos aparentemente "extraños" o "irracionales" de ciertos individuos o grupos tienen
que ver más con la forma como se ha impuesto o promovido una determinada tecnología que con la percepción
de los riesgos que pueda conllevar. Hasta los años 90 del siglo XX no se empieza a poner mayor énfasis en
perspectivas de carácter más integrador que tienen en cuenta el marco social, político y cultural en el que tienen
1
lugar los procesos de percepción y de comunicación de riesgos.
En un intento por comprender y explicar los comportamientos y actitudes que las personas tienen o escenifican
ante el riesgo, desde las ciencias sociales se han añadido nuevas dimensiones a dicho concepto. A continuación
se han seleccionado tres aportaciones al estudio del riesgo desde diversas disciplinas, que corresponden a tres
diferentes formas de concebir la realidad social.
2. Sobre las dimensiones del riesgo
Desde la psicología cognitiva
Los primeros trabajos sobre percepción del riesgo intentaban descubrir los sesgos cognitivos que la gente tenía
sobre los riesgos originados por ciertas tecnologías. Se pensó que una vez conocidos dichos sesgos se podrían
poner en práctica estrategias informativas y formativas para que aquellas personas "equivocadas" acercaran su
percepción a las definiciones del riesgo realizadas por los expertos y aceptaran aquellas tecnologías o
actividades. Existe un cierto acuerdo académico en considerar que el debate sobre la aceptabilidad de los
riesgos se inicia con un artículo de Starr (1969), quien, basándose en las "preferencias" implícitas de los
individuos, supuso que mediante un balance de daños y beneficios éstos son capaces de determinar hasta qué
punto aceptan un riesgo. Se trataba de un modelo basado en unos supuestos teóricos muy débiles y sin apenas
contrastación empírica, pero tuvo la virtud de abrir el debate sobre el tema.
La corriente más prolífica de estudios sobre percepción del riesgo, desde finales de los años 70 del siglo XX,
proviene de la psicología cognitiva, concretamente del enfoque psicométrico (representado por Slovic, Fischhoff,
y otros investigadores del Decision Research of Oregon). Desde esta perspectiva se considera que la
comprensión intuitiva del riesgo es un concepto multidimensional que no puede reducirse a un simple producto
de probabilidades y consecuencias, sino que es necesario integrar otros factores relacionados con todos los
efectos indeseables que la gente asocia con una causa específica. En este sentido, las divergencias entre la
percepción del público y la de los expertos no se debe sólo a la ignorancia de las magnitudes del riesgo
definidas por los científicos, sino que hay otros elementos que aquellas personas tienen en cuenta y que los
expertos ignoran.
Algunos autores han propuesto listas de los factores que pueden estar relacionadas con la aceptabilidad del
riesgo. Así, por ejemplo, Vlek y Stallen (1980) apuntan un listado de once categorías (las siete primeras más
relacionadas con la decisión individual y las cuatro restantes más generales):











voluntariedad de la exposición
controlabilidad de las consecuencias
distribución de las consecuencias en el tiempo
distribución de las consecuencias en el espacio
contexto de la evaluación de la probabilidad
contexto de la evaluación de la magnitud del daño
combinación de la probabilidad y de la gravedad del daño
conocimiento de la actividad o tecnología (familiaridad)
condiciones de los individuos
consideraciones sociales (opinión pública)
confianza en los expertos / legisladores
Otway y Von Winterfeld (1982), por ejemplo, elaboraron otros listados, pero advirtieron que nunca se podría listar
un conjunto completo y generalizable ya que dichas características pueden ser cualquier cosa que la gente haya
aprendido a asociar con la tecnología o actividad de riesgo, por lo que en cada caso concreto se podrían
individuar nuevos factores.
Los estudios empíricos realizados desde la perspectiva psicométrica han demostrado que, contrariamente a las
hipótesis de Starr, apenas hay correlación entre la aceptabilidad de un riesgo y los beneficios percibidos.
2
Desde la antropología
Douglas y Wildavsky (1982), partiendo de la Teoría Cultural, suponen que las creencias y valores compartidos
por determinados grupos (sociales y culturales) influyen en la selección de lo que se considera o no como un
riesgo, de tal manera que las personas de estos grupos se preocupan especialmente de aquellos
acontecimientos o aspectos que más pueden afectar o poner en peligro sus sistemas de creencias o valores, su
manera de entender y de vivir las relaciones sociales. Desde esta perspectiva, cada grupo social selecciona
(inadvertidamente) los riesgos que "quiere" temer con la finalidad de dar coherencia a su forma de vivir y a sus
propios valores e ignora el resto de los posibles riesgos (que sí pueden ser relevantes para otros grupos
sociales).
Douglas & Wildavsky aplicaron este marco teórico a las percepciones del riesgo en la sociedad industrial y
observaron que personas de diferentes grupos sociales daban diferente importancia a diferentes tipos de riesgo
(incluso cuando aparentemente argumentaban sobre una misma problemática). Identificaron diversos tipos
básicos de culturas o cosmovisiones sobre la realidad. Entre ellas:



Cultura jerárquica: Las personas que participan de este tipo de cultura defienden la existencia de
relaciones jerárquicas, bien delimitadas y con una rígida estructura de toma de decisiones en la
sociedad. Aceptan las desigualdades de poder y las relaciones autoritarias. Desde esta perspectiva los
riesgos percibidos como más amenazantes son aquellos que pueden romper el orden social existente.
Cultura igualitaria: Quien participa de esta cultura defiende la disminución de todo tipo de
desigualdades de poder. Se trata de personas que sienten formar parte de un grupo social y perciben
sobre todo los riesgos potencialmente originados por el mismo grupo. Entienden la naturaleza como
una cosa frágil que hay que defender y proteger y se consideran responsables de ello.
Cultura individualista: Es el contexto tipificado por el individuo emprendedor, que defiende los valores
de la libertad y la competencia en el mercado. Su concepto de las relaciones sociales es egocéntrico y
oportunista, está dispuesto a correr riesgos para obtener beneficios y entiende la naturaleza como una
fuente de recursos a ser explotados.
Desde esta perspectiva, la percepción del riesgo y el comportamiento seguro o inseguro de los individuos puede
tener que ver con su socialización en alguna de estas tipologías culturales.
Hay que señalar que esta forma de entender las respuestas sociales ante los riesgos tiene unas implicaciones
claras sobre la gestión de los mismos, pues presupone que las personas están socializadas en compartimentos
estancos y difícilmente cambiarán su forma de pensar. Como consecuencia, difícilmente se podrá esperar
alcanzar un consenso entre diferentes grupos sociales sobre cómo gestionar un riesgo, por lo que estrategias
como la provisión de información clara y fiable serán inútiles, dado que se presupone que las personas
participarán inevitablemente de una cultura determinada que actuará de filtro a lo que considerarán aceptable o
no, y sólo otorgarán validez a aquella información acorde con los fundamentos de dicha cultura.
Desde la sociología
De entre las diversas aportaciones de la atomizada galaxia sociológica, proponemos centrar la atención en las
propuestas de Brian Wynne (Universidad de Lancaster). Wynne (1996) sugiere que las percepciones sociales
del riesgo no están tan directamente relacionadas con percepciones o evaluaciones de alguna cosa
objetivamente existente, sino más bien con las relaciones que las personas mantienen con las instituciones
responsables de gestionar el riesgo.
Según este autor, como en las estimaciones expertas del riesgo hay numerosos y elevados niveles de
incertidumbre, es perfectamente racional que los individuos no se limiten a ellas a la hora de valorar las
magnitudes de los riesgos. Es lógico, pues, que se pregunten también sobre cosas como qué tipo de confianza
les merecen las instituciones implicadas en la gestión del riesgo: "Las percepciones públicas y las respuestas al
riesgo están basadas en juicios racionales sobre la conducta de las instituciones expertas y sobre su capacidad
para ser dignas de confianza" (Wynne, 1996:57).
En definitiva, las percepciones sobre el riesgo implican algún elemento de juicio sobre la "calidad de las
instituciones implicadas". Cobran relevancia las dimensiones institucionales del riesgo, como:

la confianza que se puede tener en una institución (responsable de gestionar un riesgo)
3






la existencia de relaciones de dependencia con dicha institución
la competencia percibida,
su independencia,
la justicia percibida en sus actuaciones,
su legitimidad,
etc.
Desde este punto de vista, si se observan discrepancias entre los puntos de vista de los expertos y los de los
individuos expuestos a dicho riesgo, antes de pensar que se trata de un problema de ignorancia (los individuos
no "conocen" el riesgo adecuadamente) o de irracionalidad (los individuos, a pesar de saber cómo es el riesgo
deciden comportarse de manera insegura), habría que investigar el papel que juegan estas dimensiones
institucionales (Espluga, 2001).
3. Los riesgos en el contexto laboral
A la hora de aplicar estas diversas perspectivas al ámbito laboral hay que tener en cuenta las particularidades
propias del medio. Los manuales de gestión del riesgo laboral suelen establecer una serie de fases a partir de
una operación previa de evaluación de riesgos. En general, determinados expertos (contratados por el
empresario) deben identificar los factores de riesgo existentes en el centro de trabajo, medirlos y valorarlos, con
el objetivo de generar información relevante para poder tomar decisiones, de tal modo que aquellos riesgos que
sean considerados importantes serán eliminados o minimizados mediante la aplicación de las medidas
preventivas y de seguridad oportunas. Entre estas medidas se incluirán unos procedimientos de trabajo seguros
que los trabajadores habrán de poner en práctica en el desarrollo de sus tareas laborales.
Pero, normalmente, la simple puesta en marcha de todas las fases mencionadas de gestión del riesgo no
garantiza que los trabajadores vayan a llevar a cabo unas prácticas más seguras o saludables, ni tampoco un
automático descenso de la siniestralidad en la empresa. Por ello resulta interesante disponer de métodos e
instrumentos para conocer los motivos de los comportamientos (arriesgados o no) de los trabajadores (Espluga,
1996).
La empresa puede ser entendida como un sistema de relaciones laborales en el cual podemos encontrar
diversos actores sociales interaccionando entre si: la dirección, los técnicos asesores, diversos tipos de mandos
intermedios, trabajadores de diferentes niveles y secciones, con distintos tipos de cualificaciones y de contratos.
La forma como la dirección de la empresa conciba el funcionamiento idóneo de este sistema, será clave para
entender cómo se gestionará la prevención de riesgos laborales en dicha empresa. De acuerdo con Watson
(1994) existen varios modelos teóricos para entender el sistema empresa, entre ellos los siguientes:
Concebir la empresa desde un modelo unitario
Este modelo presupone la existencia de un claro interés común entre todos los que operan en el lugar de
trabajo. Se parte de la base de que aquellas personas que forman parte de la dirección de la empresa son las
más cualificadas para decidir cómo se deben intentar obtener los intereses "comunes". El valor ideológico de
una perspectiva como ésta para el propietario o el directivo de la organización laboral está claro: el empleado
que cuestiona la autoridad del directivo puede compararse con un miembro desleal de la familia o con un
futbolista que desafía al capitán de su propio equipo. De este modo se muestra el desafío del empleado como
deshonroso o equivocado.
La prevención de riesgos laborales en una empresa regida desde este punto de vista tiende a ser
eminentemente tecnocrática: unos expertos contratados por la dirección (p.e. de un Servicio de prevención)
realizan la evaluación de riesgos y establecen las medidas preventivas que consideran más idóneas, al margen
de cualquier percepción de los trabajadores. Éstos no tienen otra opción que aceptar aquella evaluación y
aquellas medidas preventivas y adaptar sus conductas a lo prescrito por los expertos.
En caso de que los trabajadores se comporten de formas no esperadas por los expertos (se arriesguen o hagan
caso omiso de los procedimientos de trabajo "seguros"), serán tildados de ignorantes o irracionales. Las
medidas correctivas pueden oscilar desde ofrecerles cursos formativos (para que lleguen a interpretar los
riesgos en el mismo sentido que lo hacen los expertos) a aplicar medidas disciplinarias con la finalidad de que
obedezcan las órdenes prescritas.
4
Concebir la empresa desde modelos pluralistas
El pluralismo como perspectiva analítica implica reconocer que en el interior de la empresa existen intereses
diferentes e incluso conflictivos. Sin embargo, se sospecha que puede ser posible llegar a un compromiso de
solución de los conflictos, ya que los beneficios de la colaboración se perciben como importantes y se puede
llegar a compromisos entre las partes. En este modelo los representantes de los trabajadores devienen
necesarios y son reconocidos como interlocutores válidos e imprescindibles como expresión de la diversidad de
intereses presente en la empresa.
La prevención de riesgos laborales en una empresa regida desde esta perspectiva debería ser menos rígida,
menos unilineal y más abierta a la participación de los trabajadores en sus diferentes fases. Tanto en la
identificación y evaluación de riesgos como en el establecimiento de medidas preventivas y nuevos
procedimientos de trabajo, se deberían articular mecanismos para que el punto de vista de los trabajadores se
complementara con el de los expertos. Ello permitiría disminuir los sesgos cognitivos existentes entre
trabajadores y expertos (o dirección), así como facilitar la creación de un clima laboral (o una cultura) más
apropiado para la prevención de riesgos. Un planteamiento pluralista implica reconocer la existencia de
diferentes actores con intereses distintos y con diferentes grados de poder, por lo que las formas democráticas
de gestión habrían de ser las que más optimizan los recursos existentes y mejor los distribuyen (disminuyen
desigualdades). Cuando en las normativas que regulan estos temas se sugiere la necesidad de incrementar la
participación de los trabajadores en la prevención de riesgos, implícitamente se está concibiendo la empresa
desde un modelo pluralista.
4. Conclusión
Resulta evidente que las aportaciones del paradigma psicométrico pueden contribuir a explicar ciertos
comportamientos de los trabajadores ante los riesgos laborales (como la minusvaloración de ciertos riesgos a
causa de su familiaridad con la situación de riesgo, a causa de la aparición diferida en el tiempo de los daños a
la salud, o a causa de su percepción de control sobre la situación, etc.). Las aportaciones de la teoría cultural
ayudan a comprender que cada persona se halla inmersa en una red de relaciones que conforma un grupo
social y que privilegia unas creencias y unos valores respecto a otros (y castiga a quien no los comparte), por lo
que diferentes personas pueden percibir y temer a diferentes riesgos; algo que debería tener en cuenta quien
diseñe los procedimientos preventivos en un centro de trabajo.
No obstante, hay que remarcar la importancia de la tercera de las perspectivas teóricas presentadas, ya que
abre la puerta a una nueva dimensión importante para entender el funcionamiento en la práctica de la
prevención de riesgos laborales. De acuerdo con la perspectiva de Wynne, los comportamientos ante un riesgo
pueden tener mucho que ver con las relaciones que la gente mantiene con las instituciones que gestionan dicho
riesgo. Trasladando dicha hipótesis al ámbito laboral, podríamos suponer que los comportamientos de los
trabajadores ante el riesgo tienen que ver también con el tipo de relaciones que mantienen con la empresa. En
este sentido, es perfectamente imaginable que unos trabajadores sean perfectamente conscientes de los daños
que puede sufrir su salud si se exponen a un determinado riesgo, pero que obvien las medidas preventivas
simplemente porque (por ejemplo) mantienen relaciones conflictivas con la dirección de la empresa o con ciertos
mandos intermedios. O puede que hagan escaso uso de equipos de protección individual porque perciben que la
dirección de la empresa no cree demasiado en la prevención, o porque perciben que la dirección de la empresa
ha perdido legitimidad para exigir dicha obligación porque ha vulnerado otros compromisos que los trabajadores
consideraban importantes (vacaciones, horas extraordinarias, salario, etc.).
De acuerdo con todo ello, sería oportuno considerar que las respuestas de los trabajadores en materia de
prevención de riesgos laborales no se pueden desvincular demasiado del conjunto de relaciones que mantienen
con la empresa. Es decir, según esta hipótesis, no sería posible hacer adecuada prevención de riesgos laborales
en una empresa en la que el clima laboral esté muy deteriorado o sea muy conflictivo. Y, probablemente, tal
cosa es más frecuente que suceda en aquellas empresas regidas desde modelos unitarios que pluralistas. En
este sentido, en muchas ocasiones puede resultar poco realista pretender cambiar las conductas de los
trabajadores sin efectuar cambios también en la forma de concebir la empresa y de gestionar la prevención.
5
Bibliografía citada
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